Una segunda luna de miel - Michelle Reid - E-Book
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Una segunda luna de miel E-Book

Michelle Reid

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Beschreibung

Angie de Calvhos había hecho de corazón sus votos matrimoniales. Una pena que Roque, su marido, no hubiera sido igualmente sincero. Ella, que había esperado un matrimonio feliz, se encontró con una humillante separación publicada en todos los medios pocos meses después de la boda. Ahora, por fin había encontrado el valor para dejar de ser la esposa de Roque de Calvhos de una vez por todas. Pero había olvidado la poderosa atracción que sentía por su marido…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Michelle Reid. Todos los derechos reservados.

UNA SEGUNDA LUNA DE MIEL, N.º 2079 - mayo 2011

Título original: After Their Vows

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-312-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

1

QUÉ QUIERES que haga?

Sentado tras el escritorio, estudiando un informe con gesto impasible, Roque de Calvhos respondió:

–No quiero que hagas nada.

Mark Lander frunció el ceño porque no hacer nada era algo que Roque no podía permitirse.

–Ella podría crear problemas –se atrevió a decir, sabiendo que su jefe, más joven que él, no aceptaba interferencias en su vida privada.

Roque de Calvhos era un hombre implacable. Cuando Eduardo de Calvhos murió repentinamente tres años antes, nadie había esperado que su hijo, un notorio playboy, se hiciera cargo de la empresa. Pero lo hizo y empezó a tomar decisiones que la mayoría del consejo de administración había visto como desastrosas.

Tres años después, sin embargo, habían tenido que admitir que estaban equivocados. Lo que Roque había hecho con la enorme corporación que formaba el imperio De Calvhos había dejado en la sombra el colosal éxito de su padre. Y ahora, el consejo de administración se mostraba obsequioso y respetuoso con Roque, un joven de treinta y dos años.

Si el mundo empresarial pudiese otorgar tal premio, Roque de Calvhos tendría alas. Además, era tremendamente alto y apuesto, insufriblemente relajado y tan indescifrable que aún había algún tonto por ahí que se atrevía a subestimarlo, para descubrir después de la peor manera posible que eso era un tremendo error.

Su esposa, que había pedido el divorcio, no era una de esas personas.

–Sólo cita diferencias irreconciliables. Piénsalo, Roque –le aconsejó Mark–. Angie te está dejando el campo libre.

Roque se echó hacia atrás en la silla para mirar a su abogado. Sus ojos, tan oscuros como su pelo perfectamente peinado, no revelaban nada mientras lo estudiaba en silencio.

–Sé que mi mujer no firmó un acuerdo de separación de bienes, pero Angie no es avariciosa, yo lo sé bien. Confío en que no intente despellejarme vivo.

–Eso depende de qué consideres tú despellejarte vivo –respondió Mark–. Tal vez no quiera tu dinero, estoy de acuerdo. De haberlo querido, lo habría exigido hace tiempo. Pero no estoy tan seguro de que no sea capaz de ensuciar tu buen nombre. Quiere este divorcio y si sólo puede conseguirlo jugando sucio, lo hará. ¿Estás dispuesto a dejar que alegue adulterio por tu parte para conseguir lo que quiere? Si decide hacerlo, será imposible que esto no se convierta en algo público y tú sabes tan bien como yo que eso no sería beneficioso para la empresa.

Roque apretó los dientes, frustrado porque sabía que Mark tenía razón.

El playboy y las dos supermodelos... los titulares y los cotilleos empezarían de nuevo. La última vez habían durado semanas, recordando su pasado como despreocupado playboy.

–Angie cree que te acostaste con Nadia. Ella misma se lo dijo porque quería romper tu matrimonio –siguió Mark.

–Y lo consiguió –murmuró Roque.

–Tuviste suerte entonces, cuando Angie decidió guardar silencio para que no saliera publicado en todas partes.

Los motivos de su mujer para no decir nada eran otros, pensó Roque. Estaba dolida, tenía el corazón roto y lo odiaba por habérselo roto.

Angie había provocado sensación en los medios cuando dejó su carrera de modelo y desapareció. Roque contrató a un ejército de gente que la buscó por toda Europa, pero nadie logró encontrarla. Incluso había interrogado a su hermano, esperando que le dijera dónde estaba pero Alex, que entonces tenía dieciocho años, no le había dicho nada porque disfrutaba viéndolo sufrir.

Cuando Angie apareció por fin, entró tranquilamente en CGM Management y le pidió a su antigua jefa, Carla, un trabajo en la oficina. Ahora trabajaba en la recepción de la famosa agencia de modelos y ni una sola vez en todo el año había vuelto a ponerse en contacto con él.

Y había pedido tranquilamente el divorcio, como si pensara que él iba a dar saltos de alegría.

Roque bajó la mirada, pensando en su relación con su dolida esposa inglesa.

Le gustaría que Angie le suplicase que volvieran a intentarlo; su orgullo herido lo exigía. Y, desgraciadamente para ella, tenía la herramienta perfecta para conseguirlo. Estaba pensando en algo de lo que Mark no sabía absolutamente nada...

–Nada de divorcio –anunció, haciendo que el abogado diera un brinco de sorpresa.

–Yo me encargaría de todo, tú no tendrías que preocuparte para nada.

–A esperança é a última que morre –murmuró Roque, sin percatarse de que estaba hablando en su idioma nativo, el portugués–. La esperanza es lo último que se pierde –tradujo rápidamente al darse cuenta de ello.

Y era cierto, tenía esperanzas de convencer a Angie.

Pero no las tenía de convencer al hermano de Angie.

Cuando Mark por fin dejó de intentar convencerlo y salió del despacho, Roque se quedó pensativo unos minutos. Pero después abrió un cajón de su escritorio para sacar un sobre, llamó a su chófer, se levantó y salió elegantemente del despacho.

–Cambridge –le dijo al chófer.

Después de eso se relajó en el asiento y cerró los ojos, pensando en colocar un pez pequeño en el anzuelo para pescar otro más grande.

El ambiente en la cocina de Angie era asfixiante.

–¿Que has hecho qué? –exclamó.

–Ya me has oído –contestó su hermano.

Sí, lo había oído, desde luego, pero eso no significaba que pudiese creerlo.

Angie dejó escapar un suspiro. Cuando llegó del trabajo esa tarde y encontró a Alex esperándola se alegró tanto de verlo que no se le ocurrió preguntarle por qué había ido allí desde Cambridge a mediados de semana sin avisar. Ahora entendía por qué, claro.

–¿De modo que en lugar de estudiar como es tu obligación, te has dedicado a apostar dinero en Internet?

–Invertir en bolsa no es apostar dinero –replicó Alex.

–¿Y cómo lo llamas entonces?

–Especular.

–¡Es lo mismo pero con otro nombre! –exclamó ella.

–No, no lo es. Todo el mundo lo hace en la facultad. Se puede ganar una fortuna si te informas un poco...

–Me da igual lo que hagan los demás, Alex. Sólo me importas tú y lo que tú hagas. Y si has hecho una fortuna especulando en bolsa, ¿por qué has venido a decirme que tienes deudas?

Como un cervatillo acorralado, su hermano de diecinueve años y metro ochenta y cinco se levantó de golpe. Nervioso, se colocó frente a la ventana con las manos en los bolsillos de la cazadora y Angie le dio un minuto para calmarse antes de continuar:

–Creo que es hora de que me digas cuánto dinero debes.

–No te va a gustar.

Angie sabía que no. Ella odiaba las deudas, le daban pánico. Siempre había sido así, desde los diecisiete años, cuando sus padres murieron en un accidente de coche, dejándola al cuidado de un niño de trece años. Fue entonces cuando descubrieron que su privilegiado estilo de vida estaba hipotecado y lo poco que pudieron salvar apenas había sido suficiente para pagar el colegio de Alex. Angie tuvo que dejar sus estudios y trabajar en dos sitios para sobrevivir...

De no haber sido por un encuentro casual con la propietaria de una agencia de modelos, no quería ni pensar qué habría sido de su hermano y de ella.

Para entonces llevaba doce meses trabajando tras el mostrador de cosméticos de unos grandes almacenes londinenses durante el día y sirviendo mesas por la noche en un restaurante, antes de volver a su apartamento para dormir unas cuantas horas y repetir el proceso al día siguiente.

Pero entonces apareció Carla Gail, que había entrado en los grandes almacenes para comprar un perfume. Carla había visto algo interesante en su delgada figura, exagerada entonces porque no comía bien, en sus ojos de color esmeralda y en el brillante pelo castaño rojizo en contraste con su pálida piel. Y, sin saber cómo había pasado, Angie se encontró en el mundo de la moda, ganando cantidades fabulosas de dinero.

Unos meses después, era la modelo que todos los diseñadores querían en su pasarela y en las portadas de las revistas. Y durante los tres años siguientes había viajado por todo el mundo, esperando durante horas mientras los diseñadores le ajustaban sus creaciones o posando frente a las cámaras. Y para ella había sido un milagro porque con ese dinero podía darle a Alex la mejor educación posible.

Cuando su hermano consiguió una plaza en la universidad de Cambridge se sintió tan feliz y tan orgullosa como se hubieran sentido sus padres. Y lo había hecho todo sin endeudarse con nadie.

–Para ti es fácil hablar –la voz de Alex interrumpió sus pensamientos–. Tú has tenido dinero, pero yo no lo he tenido nunca.

–Yo te daba una cantidad semanal y nunca te he negado nada.

–Pero a mí no me gusta pedir.

Enfadada por tan injusta respuesta, Angie tardó unos minutos en responder:

–Vamos, dímelo de una vez: ¿cuánto dinero debes?

Alex mencionó una cantidad que la dejó helada.

–Lo dirás de broma.

–Ojalá fuera así –murmuró Alex.

–¿Has dicho cincuenta mil libras?

Su hermano se dio la vuelta, con la cara colorada.

–No tienes que repetirlo.

–¿Y de dónde has sacado el dinero para especular?

–Roque.

¿Roque?

Durante un segundo, Angie pensó que iba a desmayarse.

–¿Estás diciendo que Roque te ha animado a que jugaras en bolsa?

–¡No! –exclamó Alex–. Yo nunca hubiera aceptado su consejo. Tú sabes que le odio. Después de lo que te hizo...

–¿Entonces qué estás diciendo? –lo interrumpió ella–. Porque no entiendo nada.

Alex suspiró, mirando sus zapatillas de deporte.

–Usé una de tus tarjetas de crédito.

–Pero si yo no tengo tarjetas de crédito.

Usaba una tarjeta de débito, necesaria para todo el mundo hoy en día, pero nunca había tenido una tarjeta de crédito porque era una tentación para comprar aunque no tuvieses dinero y ésa era la mejor manera de acabar endeudado hasta el cuello.

–La que te dio Roque.

Angie parpadeó. La tarjeta que le dio Roque, la que nunca había usado aunque seguía teniéndola...

–La encontré en el cajón de tu mesilla la última vez que estuve aquí.

–¿Has estado hurgando entre mis cosas? –exclamó ella, atónita.

Alex se pasó una mano por el pelo, nervioso.

–¡Lo siento! –gritó–. No sé por qué lo hice, de verdad. Necesitaba dinero y no quería pedírtelo, así que miré en la mesilla por si tenías algo de dinero suelto y cuando vi la tarjeta la tomé sin pensar. ¡Tenía su nombre escrito, el famoso grupo De Calvhos! –exclamó, mostrando su odio por un hombre con el que nunca había intentado llevarse bien–. Al principio pensé cortarla en pedazos y enviársela... como un mensaje. Y luego me dije a mí mismo: ¿por qué no voy a usarla para darle donde más le duele? Fue muy fácil...

Angie había dejado de escuchar. Estaba tan segura de que iba a desmayarse que tuvo que buscar una silla.

Roque...

–No puedo creer que me hayas hecho algo así.

–¿Qué quieres que diga? Cometí una estupidez y lo siento de verdad. Pero se supone que él debería cuidar de ti. Tú mereces que alguien cuide de ti para variar. En lugar de eso, te engañó con Nadia Sanchez y... bueno, ahora mírate.

–¿Por qué dices eso?

–Antes eras una modelo famosa –dijo Alex–. No se podía mirar alrededor sin ver tu fotografía en alguna parte. Mis amigos me envidiaban por tener una hermana tan guapa y se peleaban por conocerte. Pero entonces apareció Roque y dejaste de trabajar porque a él no le gustaba...

–Eso no es cierto.

–¡Sí lo es! –exclamó su hermano–. Roque es arrogante, egoísta y quería dirigir tu vida como si fuera un tirano. No le gustaba tu trabajo y no le gustaba que cuidases de mí.

Había cierta verdad en esa última frase. Roque había exigido su atención exclusiva. De hecho, había exigido su lealtad, su atención, su tiempo y su deseo por él entre las sábanas...

–Ahora trabajas como secretaria para la misma agencia que solía ponerte una alfombra roja y tienes que ahorrar para llegar a fin de mes mientras él viaja en su jet privado...

–¿Cómo puedes haber hecho algo así?

–No me atrevía a pedirte dinero. Además, Roque me debe algo por lo que te ha hecho...

–¡A ti no te debe nada! –exclamó Angie–. Roque fue un error mío, no tuyo. A ti no te ha hecho nada.

–Lo dirás de broma –replicó su hermano–. Me robó a la hermana de la que estaba tan orgulloso y me dejó con una sombra de lo que era. ¿Dónde está tu alegría, Angie? ¿Tu estilo, tu elegancia? Roque se ha llevado todo eso –se contestó Alex a sí mismo–. Si no te hubiera engañado con esa modelo, no irías por ahí como si te faltase el aire y seguirías siendo una modelo famosa. Tendrías dinero y yo no me habría visto obligado a robar la tarjeta de crédito porque me lo habrías dado tú.

Angie sacudió la cabeza, incrédula. Lo que más le dolía era contemplar el verdadero rostro del hermano al que tanto quería. En su deseo de hacerlo feliz lo había convertido en un egoísta, en un niño malcriado que culpaba a los demás por sus propios errores. Un petulante niñato a quien le parecía bien robar si así conseguía lo que quería.

¿Qué había dicho Roque durante una de sus peleas con Alex? «Si sigues sacándolo de apuros, acabarás convirtiéndolo en un monstruo».

Esa predicción se había hecho realidad, pensó Angie. Aunque Roque no tenía ningún derecho a criticar cómo había educado a un adolescente rebelde y dolido cuando él lo había tenido todo desde niño.

Alex sólo tenía diecisiete años cuando conoció a Roque, aún estaba en el internado y dependía de ella para todo. En cambio, Roque de Calvhos era un hombre que conseguía todo lo quería y tenía el mundo a sus pies. Alex y su marido se peleaban tanto que, algunas veces, había sentido como si cada uno tirase de ella en una dirección, amenazando con romperla.

Por un lado estaba su hermano, que hacía novillos para irse de juerga con sus amigos y se metía en peleas, obligándola a ir a Hampshire para hablar con el director del internado. Por otro, Roque se enfadaba con ella por darle todos los caprichos...

Pero se sintió muy orgullosa cuando Alex consiguió una plaza en la universidad de Cambridge y durante el último año se había dedicado a estudiar, sin darle problemas.

No, no era cierto, pensó entonces. Alex no había estado estudiando sino especulando con un dinero que no era suyo.

–Le odio –dijo su hermano–. Debería haberlo desplumado. Debería haber comprado un yate... o un avión privado como el suyo en lugar de quedarme en la habitación de la universidad, intentando gastarme su dinero antes de que él se diera cuenta...

Alex cerró la boca de golpe y Angie se levantó de un salto.

–Termina la frase.

–Roque ha ido a verme a la universidad –le confesó su hermano–. Y amenazó con romperme el cuello si no... la cuestión es que quiere el dinero y me ha dicho que, si no se lo devuelvo, llamará a la policía.

¿La policía? Angie tuvo que volver a sentarse.

–Y tengo miedo porque creo que hablaba en serio. De hecho, sé que hablaba en serio.

Angie también. Roque no amenazaba en vano, pensó con amargura recordando ese último encuentro, cuando Roque y ella se habían enfrentado como enemigos descarnados y no como marido y mujer.

–Te lo advierto, Angie, ve a ayudar a tu hermano otra vez y encontraré a otra persona para que ocupe tu sitio esta noche.

Ella se había ido. Él había encontrado a Nadia. Su matrimonio se había roto.

–¿Y cómo espera que le devuelvas el dinero, Alex? –le preguntó, con un nudo en la garganta.

Su hermano sacó algo del bolsillo del pantalón.

–Me ha dicho que te diera esto.

Era una tarjeta de visita que dejó sobre la mesa, frente a ella, con el nombre Roque Agostinho de Calvhos impreso en elegante letra negra y el escudo familiar que coronaba el mundo de Roque, desde su empresa de inversiones a algunos de los mejores viñedos en Portugal o las tierras heredadas en Brasil.

–Ha escrito algo al dorso –añadió su hermano.

Angie tomó la tarjeta con dedos helados.

Te espero a las ocho en el apartamento. No llegues tarde.

Si pudiera, se habría reído. Pero no podía hacerlo.

La última frase era típica de él por su costumbre de llegar tarde a las citas. Siempre lo hacía esperar en restaurantes y aeropuertos. O en el apartamento, mientras corría de un lado a otro intentando arreglarse. Una noche, lo encontró sentado en un sillón, vestido de esmoquin, sus generosos y sensuales labios fruncidos en un gesto de impaciencia. Era lógico que se hubiera impacientado con ella, ¿pero tanto como para buscar a otra mujer?

Y no sólo otra mujer, sino una ex novia.

–¿Vas a ir a verlo?

Angie asintió con la cabeza.

–¿Qué otra cosa puedo hacer?

–Gracias –su hermano dejó escapar un largo suspiro–. Sabía que no me dejarías colgado.

Y lo mismo pensaba Roque, con toda certeza.

Desesperado por escapar después de haberle confesado aquello, Alex se dirigía a la puerta cuando Angie lo detuvo.

–¿Dónde está la tarjeta de crédito?

–Se la llevó Roque.

–Muy bien –murmuró ella, sin mirarlo.

Su casa siempre había sido la casa de Alex, que tenía su propia llave. Era su hermano, su familia. Y uno debería poder confiar en la familia.