Una tentadora propuesta - Natalie Anderson - E-Book
SONDERANGEBOT

Una tentadora propuesta E-Book

Natalie Anderson

0,0
3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

De la noche a la mañana, perdió la cabeza por el hombre de sus sueños... Jake Rendel era un millonario que trabajaba mucho y arriesgaba mucho, a diferencia de Emma Delaney, su antigua vecina, una joven correcta y estirada. Asfixiada por un monótono trabajo de oficina, Emma no pudo resistirse a la tentadora propuesta de Jake. Durante un mes, fingirían un tórrido y apasionado romance, pero las cosas se les iban a ir de las manos rápidamente.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 238

Veröffentlichungsjahr: 2012

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Natalie Anderson. Todos los derechos reservados.

UNA TENTADORA PROPUESTA, Nº 12 - junio 2012

Título original: Bedded by Arrangement

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0157-8

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: NUDEPHOTO/DREAMSTIME.COM

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Emma llevaba toda la mañana mirando la sábana, pero después de doce horas el fallo informático seguía atormentándole. Y sin embargo, en lugar de quedarse y arreglarlo, tenía que irse y ponerles buena cara a los colegas del trabajo que no podían llamarse amigos.

Se levantó, estiró los brazos y abrió la ventana. Una suave brisa agitó las cortinas. Aire fresco. Respiró profundamente.

Unas voces agudas llamaron su atención. Había unas mujeres charlando en el patio.

—¿Crees que vendrá?

—No sabría cómo.

Eran Becca y Jules. Se estaban desternillando de risa.

—Dios. Esa chica necesita soltarse el pelo.

—Ya lo creo. Se aprieta el moño tanto como aprieta las cuentas. Un día de éstos se va a hacer un lifting facial de tanto estirarse el pelo.

Emma se puso tensa y una ola de humillación caliente le recorrió las entrañas. Estaban hablando de ella; la directora financiera de Sanctuary, la que llevaba las cuentas.

Tuvo que admitir que tenían razón, pero eso no la hizo sentirse mejor. Llevaba mucho tiempo volcada en su carrera y siempre estaba demasiado ocupada, pero en ese momento habría dado cualquier cosa por haber oído un comentario diferente.

Seguían hablando, y Emma no podía dejar de escuchar.

—En realidad me da pena. No hace más que trabajar.

—¿Te da pena? A mí nada. Es una negrera. Si ella quiere trabajar como una esclava, adelante, pero no tiene que esclavizarnos a los demás. Yo quiero tener una vida. No tiene más que veintiséis años, pero lleva una vida de anciana.

Emma pensó que ése era el precio que tenía que pagar por escuchar a hurtadillas. Era como leer el diario de alguien sin saber lo que iba a encontrar.

Pero no tenía elección. Tenía que ir a la cafetería y relacionarse con ellas y con los demás empleados del exclusivo hotel, que debían de pensar lo mismo de ella. No era más que una adicta al trabajo sin vida propia. Esas mujeres no habían dicho más que la verdad. Trabajaba muy duro y esperaba que los otros también lo hicieran. Así la habían criado. Su padre le había transmitido sus valores y sus reglas. Si trabajaba duro, obtendría la recompensa, los halagos, las atenciones y, quizá, también el amor.

Pero Emma no tenía bastante con el éxito profesional. Aunque tuviera poca munición, la luchadora que había en ella cargó las armas.

Sin hacer el más mínimo ruido cerró la ventana. Ya había oído bastante. No podía dejar que aquellas palabras le hicieran daño y estaba dispuesta a demostrarles que se equivocaban. Iría a tomar una copa con ellas y esbozaría su mejor sonrisa fingida, aunque se muriera por dentro.

Se retocó el pintalabios y se aseguró de no tener ningún mechón suelto. Su moño francés estaba impecable. La apariencia era lo más importante, y ellos esperaban a la Emma perfecta de siempre. Antes de salir se detuvo frente al jacinto blanco que adornaba su escritorio y aspiró su aroma. Era el único objeto personal que ocupaba su escritorio, siempre ordenado y despejado. Reanimada por aquel soplo de vida, levantó la barbilla y fingió que no le importaba en absoluto.

En cuanto llegó al bar, volvieron a flaquearle las fuerzas y, como siempre, terminó al lado de Max. En cuestión de segundos se enfrascaron en una acalorada discusión de asuntos de trabajo. Las obras de remodelación del hotel empezaban el día siguiente y había muchos temas pendientes. Max también la veía como una adicta al trabajo. Él la había contratado recién graduada y se había convertido en su mentor. Gracias a él había llegado tan lejos. Trabajando el día entero había conseguido estar a la altura del desafío.

Max le había vendido el hotel a una cadena especializada en hoteles temáticos de lujo. Él ya estaba cerca de la jubilación y con ese trato se había asegurado unos buenos ingresos, pero también le había augurado un gran futuro a Emma. La cadena tenía hoteles en varias ciudades y si jugaba bien sus cartas podría elegir cualquiera de ellos.

El problema era que Emma no sabía si quería seguir adelante con ello. Un hotel más grande. Más horas de trabajo. Había empezado a pensar que ya era hora de tomarse un descanso y disfrutar de la vida. Se había pasado mucho tiempo complaciendo los deseos de otros, y quizá no mereciera la pena. Pero no podía decírselo a Max. Él le había dado su gran oportunidad y ella no podía evitar querer complacerlo.

Miró hacia el grupo de mujeres. Con la copa en la mano reían y flirteaban con los camareros. Ella, en cambio, seguía charlando de negocios con su jefe de sesenta y cinco años mientras se tomaba una limonada.

«Qué aburrida... ».

Ellas tenían razón. Ya estaba empezando a deprimirse. Había trabajado muy duro, pero... ¿Para qué? ¿De quién era el sueño que perseguía?

Se disculpó y fue hacia el bar. Le pidió al camarero que echara un poco de ginebra en el vaso. Le dio un trago y miró hacia la barra. El bar todavía estaba medio vacío. Había algunos jefes sentados a las mesas y dos hombres estaban jugando al billar. No pudo evitar fijarse en uno de ellos. Estaba de espaldas a ella y, desde luego, tenía un buen trasero.

Aunque no entrara en el juego, Emma sabía apreciar lo bueno. Llevaba unos vaqueros y una ajustada camiseta blanca. Sostenía el palo de billar con destreza y al inclinarse sobre la mesa, desplegaba toda su espléndida masculinidad.

Golpeó la bola y acertó a la primera. Su compañero reprimió un quejido. Tiró una vez más y ganó el juego. Entonces se incorporó y rodeó la mesa de billar para recoger su bebida.

Entonces fue cuando Emma miró sin reparo. Esa cara le resultaba familiar. Y también conocía la sonrisa descarada que solía acompañarla.

Jake Rendel.

La depresión se evaporó en un instante y una alegría infantil se apoderó de ella. No lo había visto en muchos años, pero él siempre la había tratado con afecto. Y eso era justo lo que necesitaba en ese momento.

Pero Emma había olvidado que muchos años antes apenas era capaz de mirarlo a la cara sin sonrojarse. Él había sido su primer amor platónico adolescente.

Sin pensárselo dos veces, fue hacia él con una sonrisa radiante.

—Jake Rendel. ¿Cómo estás?

La expresión de sorpresa de Jake habría bastado para hacerla huir de allí si no hubiera sido reemplazada por una espléndida sonrisa que siempre había hecho palpitar su corazón.

—Emma Delaney, ¡qué sorpresa! —exclamó con una voz dulce.

El pulso de Emma se aceleró aún más. Había olvidado lo guapo que era. Le dio otro sorbo a la bebida y logró reunir el coraje que necesitaba para sonreír.

Miró por encima del hombro de Jake y observó cómo la miraban Becca y Jules. Había recuperado sus armas de mujer. Era el momento de demostrar que podía conversar con un hombre guapo sobre temas que no eran de trabajo. Ellas no tenían por qué saber que lo conocía desde hacía muchos años. Renovó su sonrisa radiante y miró a Jake a los ojos.

—Ha pasado mucho tiempo —le dijo, en un tono provocativo.

Él parpadeó.

—Ya lo creo. Has crecido —le dijo él, mirándola de arriba abajo—. Y has tenido todo el éxito que te merecías. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy aquí por trabajo. ¿Y tú?

—También.

El otro jugador los había dejado solos junto a la mesa de billar.

Hubo una breve pausa y Emma pensó en qué decir mientras intentaba no mirarlo mucho. Él también había crecido en los últimos años. Aquel adolescente tierno se había convertido en un hombre hecho y derecho. ¿Era posible que un hombre fuera hermoso? Si así era, Jake era el ejemplo perfecto.

El silencio se extendía demasiado. Jake la observaba como ella a él. Emma se humedeció los labios al sentir su mirada sobre ellos.

—Estoy trabajando en el hotel de al lado. Serán unas cuantas semanas.

—¿Sanctuary?

Jake asintió.

—Yo soy la directora financiera.

Él sonrió.

—Entonces vamos a vernos más a menudo.

Emma miró hacia las otras mujeres. Sin duda harían cola por estar con él.

Jake iría a trabajar al día siguiente y todos sabrían que sólo habían hablado de negocios. Su pequeña fantasía se haría pedazos en un abrir y cerrar de ojos.

—¿No has salido de Christchurch? —le preguntó él.

—Nunca. Primero el colegio, después la universidad, y ahora el trabajo en Sanctuary. Es lo que conozco.

La habían mandado a un internado a la edad de seis años. Christchurch era el hogar que conocía, y no la pequeña ciudad donde sus padres tenían una casa. La madre de Jake era la vecina de al lado.

—Estás preciosa. Una ejecutiva eficiente y arrolladora.

¿Preciosa? Las antiguas novias de Jake asaltaron sus recuerdos y su sonrisa se nubló. Ella nunca había sido su tipo.

—Somos lo que somos, Jake —le dijo, en un tono triste. Ojalá su vida fuera algo más que trabajo y oficina.

—Bueno, a veces no nos queda más remedio que ser lo que se espera de nosotros.

Ella lo miró, desconcertada. Aquel comentario se había acercado demasiado a la verdad. Él seguía sonriendo, pero sus ojos mostraban una gran agudeza. Emma decidió seguir con aquel ligero flirteo.

—¿Eso crees? ¿Y qué se espera de ti, Jake?

Él se tomó un momento para responder, y cuando lo hizo sus ojos se iluminaron.

—Bueno, puedo ser lo que tú quieras que sea, Emma —le dijo con su pícara sonrisa de siempre.

Parecía haberse acercado más. Su fornido cuerpo le impedía ver el resto del bar. Era como si se hubieran quedado solos. Él bajó la voz y Emma tuvo que acercarse un poco más.

—¿Ah, sí? —dijo ella, bajando la voz también. Miró hacia sus compañeras, que seguían mirando. Volvió la vista hacia Jake y se dio cuenta de que él también se había acercado un poco.

—Claro. ¿Alguna sugerencia?

Emma no pudo evitar esbozar una sonrisa. Ya se le había ocurrido más de una idea, pero no podía decirlas en alto. Aquel enamoramiento adolescente volvió a apoderarse de ella en un instante. Jake siempre le había gustado; a ella y a todas las mujeres del mundo. Y a Jake le gustaban todas, excepto ella. Él no había sido más que aquel chico que vivía en la casa de al lado; el chico que la había escuchado aquel día en el parque. Desde entonces nunca había sido capaz de mirarlo a la cara sin ponerse roja como un tomate. Y eso era lo que estaba ocurriendo en ese preciso momento. ¿Sugerencias? Sueños que siempre serían secretos.

—¿Sabes en qué estoy pensando? —parecía inspirado—. Creo que debería darte un abrazo. Ha pasado tanto tiempo...

¿Cuánto tiempo había pasado? Por lo menos ocho años... Aún recordaba cómo era él por aquel entonces. Su hermana Lucy era la mejor amiga de la hermana de él, Sienna, y por eso sabía que no estaba casado. A Jake le gustaba jugar. Todo el mundo lo sabía.

—¿Un abrazo? —la Emma descarada y extrovertida titubeó un instante.

—Sí, o quizá un beso.

Ella trató de apartar la vista una fracción de segundo y entonces se rindió. Miró aquellos enormes ojos azules que refulgían, desafiándola.

—¿Un beso de reencuentro? ¿Un beso de amigos? —ella estaba pensando en un casto beso en la mejilla, pero tal vez Jake no pensara lo mismo.

—Claro. Un beso de amigos. Así sabremos si somos muy amigos. ¿Qué te parece?

A Emma no le parecía ni bien ni mal. En realidad no podía pensar con claridad teniéndolo tan cerca. Él estaba invadiendo su espacio, hechizándola. Siempre había tenido cierta reputación con las mujeres, y era evidente que se la merecía.

Apartó la vista. Los latidos de su corazón eran como truenos. Jake Rendel le había pedido un beso. Las palabras de Becca y Jules le atormentaron una vez más.

«Necesita soltarse el pelo... Se aprieta el moño tanto como aprieta las cuentas. Un día de éstos se va a hacer un lifting facial de tanto estirarse el pelo».

—De acuerdo —le dijo finalmente con un hilo de voz. Aquélla no era la respuesta que había pensado.

Demasiado tarde. Él se acercó a la pared. Los ojos le brillaban. Todos los que estaban a su alrededor se desvanecieron. Emma levantó la vista. Un sueño adolescente a punto de hacerse realidad... ¿Cómo sería? De pronto Emma sintió una gran vergüenza. El calor le abrasaba las mejillas y las fuerzas le fallaban. No se le daba bien esa clase de cosas.

Becca y Jules tenían razón. Ella no sabía cómo hacerlo y estaba a punto de hacer el peor ridículo de su vida.

Estaba a punto de escapar cuando él se inclinó sobre ella y le dio un beso sutil; un mero roce de labios que la dejó petrificada. Aquella sensación era tan cálida y sensual que no podía apartarse de él.

Él volvió a rozarle los labios con los suyos y Emma se dio cuenta de que no quería apartarse de él. Entreabrió los labios para respirar y él empezó a besarla con pasión. Sus labios la acariciaban con fervor y calor.

Sin pensárselo más, Emma se abrió a él.

Jake respondió con mesura, pero también con curiosidad, jugando con ella y tentándola con una promesa de secretos sensuales. No se tocaron más que con los labios. Era como si él supiera que se sentía ligera como un pájaro y quisiera darle la oportunidad de volar si así lo deseaba.

Pero ella no quería.

Algo ocurrió en el interior de Emma. A medida que él incrementaba la presión de sus labios, ella sintió un hormigueo que subía desde las entrañas de su vientre y recorría su pecho antes de filtrarse a todas las venas de su cuerpo.

Como una flor en primavera, Emma se dejó llevar por el hombre que la había embelesado.

Apretó los dedos alrededor del vaso.

Era Jake Rendel quien la besaba...

Todos los pensamientos huyeron de su mente y la tensión sexual se apoderó de ella. Insegura, le devolvió el beso. Hambre... Eso era lo que sentía por él. Suspiró al vivir el comienzo de un sueño. Puso una mano sobre el pecho de Jake y una ola incandescente le atravesó la piel. Quería acercarse más, aunque se quemara los dedos. La suave barba de tres días le rozó la cara y su aroma masculino le enturbió la mente. Las piernas le flaqueaban y apenas podía mantener el equilibrio.

Entonces él levantó la cabeza. Emma retrocedió y parpadeó varias veces. Él la observaba con atención. Confusa, trató de no perder la compostura y lo miró con todo el aplomo que fue capaz de reunir. Jake Rendel había sido el chico más deseado del pueblo y había estado con todas aquellas chicas preciosas que se arrojaban a sus pies.

Alguien como él sabía lo que se hacía.

Pero ella no.

Él le quitó el vaso de las manos y lo puso sobre una mesa. Las cosas siempre funcionaban así con Jake. Se acercó lo bastante para dejarle sentir su potente energía, pero no la tocó. Un intenso campo magnético ocupaba el espacio entre ellos.

—Creo que eso ha sido algo más que un beso de amigos, Emma —le advirtió.

Ella guardó silencio. Las palabras no le salían. No estaba segura de poder dar la talla con un hombre como Jake. Lo que había empezado como un encuentro amistoso se le escapaba de las manos por momentos.

Aquél era Jake Rendel en todo su esplendor...

Capítulo 2

Jake retrocedió y la observó con atención. Aquellos ojos oscuros se nublaron y Jake rió para sí. ¿Quién habría pensado que la pequeña Emma Delaney se convertiría en la mujer que tenía ante sus ojos? Una mujer que besaba como nadie; estirada, pero apasionada... Qué intrigante. Respiró hondo para capturar su fragancia. Parecía una estricta profesora de primaria, pero olía a primavera.

Nunca antes se había imaginado besando a Emma Delaney, pero tampoco había reparado en aquellos labios carnosos. Sin embargo, esa noche se había presentado ante él con aquella sonrisa sensual y aquellos humeantes ojos oscuros...

Las cinco semanas que iba a pasar en Christchurch iban a ser más divertidas de lo que jamás había imaginado. Una posibilidad interesante... Diferente.

Estaba a punto de investigar más cuando lo vio. Ella volvía a mirar más allá de su hombro. Su mirada glacial parecía fija en algo. Por un instante, pareció estar a miles de kilómetros de distancia.

Su atención estaba puesta en otra persona.

Jake se puso alerta. Emma Delaney estaba jugando con él. Sólo estaba interesada en ver la reacción de otra persona. Dejó a un lado la posibilidad de una aventura esporádica y retrocedió. Su sonrisa se desvaneció. La fiesta había terminado antes de empezar.

Ella volvía a mirarlo, pero su expresión confusa ya no le conmovía. Haciendo acopio de todo su autocontrol, Jake consiguió no darse la vuelta y fulminar al tipo que ella miraba con tanto interés.

—¿A quién estás mirando, Emma? ¿Lo has puesto celoso?

—¿Qué?

—El tipo que está detrás de mí. Pareces muy interesada en él.

Emma se sorprendió tanto que Jake creyó haber cometido un error, pero entonces vio la culpa en sus ojos. Ella estaba observando a otra persona y se sonrojó de inmediato.

—No me gusta que me utilicen, Emma, y nunca te creí capaz de algo así.

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla.

Un maremoto de adrenalina recorrió las entrañas de Jake, haciéndolo sentir como hubiera salido a la mar en un kayak y se hubiese batido con las olas durante horas. Sólo había sido un beso inocente, pero él se había hecho demasiadas ilusiones. Y sabía que ella también. Había visto la mirada de sus ojos y probado la sed de sus labios. Si ella hubiera sido honesta con él, lo habría hecho una y otra vez. Pero las cosas habían resultado de otra manera y a él le sobraban candidatas.

Con las mejillas encendidas, ella guardaba silencio.

—Nos vemos, Emma —le dijo y se fue sin más.

Emma lo vio reunirse con su compañero y entonces supo que no podía dejar las cosas así. Él había pasado del flirteo más abrasador a la frialdad más cruel en un abrir y cerrar de ojos, pero tenía parte de razón, aunque ella no hubiera querido utilizarlo para presumir ante otro hombre. Si no se hubiera llevado una sorpresa tan grande se habría echado a reír ante algo tan absurdo. Pero ya era cautiva de sus besos y no podía dejar que pensara mal de ella. Al principio no había sido más que puro teatro, pero en cuestión de segundos, había caído presa de su mágico hechizo, como siempre. Y aunque fuera increíble él había respondido con pasión, tal y como hacía con aquellas preciosas rubias con las que solía salir.

Cuando sus labios la habían besado, todo había dejado de importarle. En ese momento había descubierto lo que se había perdido durante tantos años.

Siempre había sentido algo por Jake. El instinto le decía que fuera tras él, y así lo hizo, sabiendo que su cara la delataba.

—Jake, por favor, no era otro hombre.

Él guardó silencio.

Ella respiró hondo.

—Eran unas compañeras de trabajo. Las oí esta tarde hablando de mí. Hablaban de mi inexistente vida amorosa —le dijo, sin atreverse a mirarlo—. Admito que fue muy agradable que me vieran hablando con un hombre como tú y... eh... —lo miró a los ojos, por fin.

—¿Un hombre como yo? —le preguntó él, arqueando las cejas.

—Sí —le dijo ella, levantando la barbilla y recuperando el valor—. Ya sabes, Jake. A las mujeres les basta con mirarte una vez para saber que lo pasarán bien contigo. Y ahora sé por qué.

Él la miró con una expresión divertida.

—Me lo tomaré como un cumplido.

Ella le devolvió la sonrisa. Era un alivio ver que no estaba enfadado. Quería hacer las cosas bien.

—Sí que sabes cómo besar —aquellas palabras se escaparon de su boca. Emma se sonrojó de pies a cabeza.

—¿Eso crees? —se pasó la mano por la barbilla y esbozó una sonrisa pícara. Entonces se acercó a ella y habló en un susurro—. Bueno, si quieres repetir, házmelo saber.

Emma se sonrojó todavía más. Las mejillas le ardían tanto que podría haber freído un huevo sobre ellas. Él debía de pensar que era una idiota; la mujer más tonta del mundo... La mojigata de Emma, intentando flirtear con un hombre...

¿Repetir? Habría estado bien si el efecto que él tenía sobre ella no hubiera sido tan arrollador. Un simple beso juguetón era un terremoto para ella. Decirle que «sí» a Jake Rendel estaba por encima de sus posibilidades. A él le gustaba jugar y a ella nunca se le habían dado bien los deportes de equipo. Demasiado avergonzada e incapaz de hablar, dio media vuelta, pero él la agarró del brazo.

—Me gusta jugar, Emma, pero en mi juego hay dos jugadores que conocen las reglas... —se acercó un poco y Emma se quedó petrificada.

—¿Reglas?

Él asintió.

—Sin público —le susurró al oído—. Sin motivos personales. Y... —hizo una pausa y la chispa de sus ojos arrojó una llamarada—. Sin ropa.

Al verlo sonreír, Emma supo que la había oído suspirar.

A Jake Rendel siempre se le había conocido por su buen humor, y por su éxito con las mujeres. Hermosas mujeres.

Miró a Becca y a las otras, que seguían observándola tras el escudo de las bebidas. Aquellas risitas sutiles se comían su entereza poco a poco. Volvió a mirar a Jake. Él había seguido el rumbo de su mirada y les sonreía descaradamente. Emma vio su mirada brillante y seductora y entonces la realidad se impuso como una apisonadora.

Si ella no se hubiera acercado a él, y si no se hubiera quedado a su lado para contarle su patética vida social, Jake se habría ido con aquellas rubias despampanantes a la primera de cambio.

No era más que Emma Delaney; la chica rara. No se parecía en nada a las novias de Jake Rendel y, a juzgar por la atención que les brindaba a sus compañeras, él no parecía haber cambiado mucho.

Seguramente la había besado por pura curiosidad, para ver si ella se atrevía.

Jake volvió a mirarla y sonrió con desparpajo. Se estaba riendo de ella...

Emma dio un paso atrás al sentir el golpe de la humillación. Se había creído capaz de flirtear, pero no podía haberse equivocado más. Él jamás se fijaría en una mujer como ella. En ese momento debía de pensar que era más patética que la última vez que habían hablado. Jake Rendel era un picaflor, pero no picaba a las flores como ella.

Trató de recuperar la cordura y recobró la compostura. Al día siguiente tenía muchas cosas importantes que hacer y necesitaba estar en plena forma. No podía decepcionar a Max, ni tampoco a sí misma.

Recurrió a la cortesía formal que tan útil le había sido en otras ocasiones.

—Me alegro mucho de verte, Jake. Cuídate —le dijo, sabiendo que aquellas palabras sonaban ridículas después de toda la pasión que habían compartido.

Esbozó una sonrisa fría y distante y se marchó sin mirar a sus compañeras.

Jake Rendel; el hombre más impresionante que jamás había conocido... Acababa de hacer el ridículo delante de él. Nunca había estado interesado en ella y jamás lo estaría.

Sólo esperaba no volver a verlo en mucho tiempo. Excepto en sus sueños.

Pero entonces se acordó...

Capítulo 3

Emma llegó al trabajo más pronto que de costumbre. Sólo esperaba haber llegado antes que los obreros, antes que Jake. Se había emocionado tanto al verlo que no había reparado en que iban a trabajar juntos durante unas semanas. Y después la había besado, delante de todo el mundo. Y ella se había humillado a sí misma, delante de todo el mundo; pero, sobre todo, delante de él.

Becca y sus compinches ya tenían algo nuevo de qué hablar. Ya tenían algo más jugoso sobre lo que cotillear: su inexistente vida social se había convertido en una desastrosa vida social de la noche a la mañana. No quería encontrárselas, y tampoco quería ver a Jake.

Max la llamó a una reunión y la recibió con un guiño cuando entró en la sala de juntas.

—Emma, quiero que estés presente —le hizo un gesto para que se sentara—. Creo que ya conoces a Thomas, el director de White’s Construction.

Thomas era de la misma edad que Max. Emma sonrió.

—Quería decírselo a Max en persona —dijo Thomas, devolviéndole la sonrisa—. He tomado las riendas. Una nueva generación al mando para llevarnos hacia el futuro. Igual que aquí. Nos ha comprado una empresa más grande, mejor.

Al ver su expresión de satisfacción, Emma supo que podía darle la enhorabuena.

—¿Se va a retirar?

—Sí. Ahora me espera el campo de golf, pero éste es el hombre que se ocupará de todo. Si tienes problemas con los obreros, puedes hablar con él —señaló detrás de ella.

Emma no se había dado cuenta de que había alguien más en la habitación. Se volvió y entonces distinguió una alta silueta recostada contra la ventana. Era Jake.

Emma apenas pudo reprimir un suspiro de sorpresa.

No era el Jake de siempre, el que llevaba vaqueros y camiseta. Este Jake llevaba un impecable traje hecho a medida de color gris. La camisa era de un blanco resplandeciente y la corbata discreta y sofisticada. Recién afeitado, estaba más elegante que nunca. Parecía un completo extraño, pero el diablo que vivía en sus ojos seguía ahí.

Emma se ruborizó. Había pensado que era uno de los obreros. ¡Jamás había pensado que fuera el jefe!

La joven arrugó el entrecejo en una mueca de dolor. Ya no había forma de esquivarlo. Estaría presente en todas las reuniones, supervisando el proyecto.

—Estabas en el bar anoche, ¿no es así, Jake? —dijo Max, llenando el silencio.

Emma lo miró horrorizada. Era evidente que su jefe se lo estaba pasando bien.

—Creo que ya conoces a nuestra Emma.

—Sí —dijo Jake, mirándola con ojos descarados—. Nos conocemos desde hace mucho.

—Sí, ayer me di cuenta —dijo Max, que parecía encantado.

Emma sabía que su incomodidad era evidente, y que Max estaba disfrutando con todo aquello, pero no sabía que pensaba Jake. Sólo cabía esperar que Thomas no se hubiera dado cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Emma pensó que tendría que hablar con Max y con Jake en privado, pero ella no quería hablar con Jake a solas. ¿Sin público? No podía permitirse el lujo de romper alguna de esas reglas. El día anterior había ido por el camino de la humillación, pero no volvería a hacerlo. Ya había tenido bastante.

—En realidad, llevamos muchos años sin vernos —dijo Emma, con tanta frialdad como pudo reunir.

—Oh, bueno, eso explica un reencuentro tan afectuoso.

Emma tuvo ganas de estrangular a su jefe.

—A lo mejor podrías enseñarle el lugar a Jake. Así tendréis tiempo de charlar un poco. Sólo ha visto el hotel en los planos. Llévatelo a dar una vuelta ahora mismo, si quieres.

Emma no tuvo más remedio que aceptar. Al salir de la sala, escuchó las risas de Max y Thomas a sus espaldas.

—¿Te sientes incómoda? —le preguntó Jake tan pronto como la puerta se cerró detrás de ellos.

—No.

Él sonrió.

—Bien, ¿por dónde quieres empezar? —le preguntó ella, con la vista fija en la moqueta.

—Un dormitorio estaría bien.

Emma lo ignoró. Tenía que hacerlo. Estaba bajo su hechizo, pero él sólo estaba bromeando. Sabiendo que estaba avergonzada, le estaba apretando las tuercas para divertirse un poco a su costa. Aquel beso no había significado nada para él.