Vacaciones encantadas - Ana Isabel Méndez - E-Book

Vacaciones encantadas E-Book

Ana Isabel Méndez

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Beschreibung

Poly ha estado esperando todo el año para disfrutar las vacaciones junto a su abuelita, pero la lluvia no para de caer, y el encierro empieza a aburrirlo. Sin embargo, algo mágico ocurre al abrir un libro encontrado al azar: su habitación se puebla de unos duendes diminutos y de una bella y tierna hada de papel. Desde ese momento, se verá enredado en una serie de aventuras que lo llevarán hasta el planeta de los duendes en su lucha por derrotar al malvado Opalino. Vacaciones encantadas es una tierna y fresca novela infantil en la que, además de la original historia, se destaca un uso delicado del lenguaje. Grandes y chicos serán transportados a un mundo de fantasía a través de palabras y frases cotidianas, íntimas, fáciles de entender. En el fondo, este libro es una metáfora de la lectura: en cada libro hay un mundo mágico que espera ser descubierto y liberado.

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Vacaciones encantadas

Novela infantil

Ana Isabel Méndez

Méndez, Ana Isabel

Vacaciones encantadas / Ana Isabel Méndez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-8971-61-2

1. Cuentos Infantiles. 2. Literatura Fantástica. I. Título.

CDD A863.9282

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-987-8971-61-2

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Índice

Capítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIIICapítulo XIVCapítulo XVCapítulo XVICapítulo XVIICapítulo XVIIICapítulo XIXCapítulo XXCapítulo XXICapítulo XXIICapítulo XXIIICapítulo XIVCapítulo XXV

Primera parte

Capítulo I

—¡Otra vez encerrado entre cuatro paredes! ¡Ya llevo como ocho días aquí! ¿Qué digo? ¡Ochenta días!… ¡Ochocientos días!… ¿Cuánto va a llover? —se preguntó Polilla, muy cansado de soportar sus húmedas vacaciones de invierno en la ciudad de Triquitraque, más precisamente, en la casa de su adorada abuelita Pocha.

Rezongó hasta que sus quejas lo aburrieron más de lo que estaba, y en un periquete las abandonó para dirigirse hacia la biblioteca.

Dicen que el que busca encuentra…

Y Polilla hizo las dos cosas. ¡Al fin se llevó a su habitación un llamativo librote que pesaba tanto como él!

—¡Este libro es genial! ¡Tiene cada cuento!… —dijo el pequeño después de leer algunas narraciones muy entretenidas.

En una de esas, Polilla posó sus claros ojitos en un dibujo hasta quedar casi hipnotizado:

«Una preciosa niña sonreía tristemente, mientras el sol juguetón peinaba su larga cabellera con una caricia de terciopelo dorado.

»La enigmática chiquilla se hallaba a la puerta de su casa, de pie, con su mirada detenida en el cielo.

»El humo que salía de la oscura chimenea trazaba rayas caprichosas sobre un fondo pintado de celeste y gris». Y… ¡estos garabatos tiznados de hollín se escaparon del papel! Para colmo, con su olorcito a leña quemada, le hicieron cosquillas a la nariz de Polilla.

—¡A… achist!… —el chicuelo estornudó con gran aspaviento, y luego escuchó:

—¡No es un resfrío, te ha hecho mal el humo!

El niño se quedó boquiabierto.

—¡Una imagen que habla! —se extrañó. Al momento se pellizcó un cachete y siguió fijando la vista en la lámina.

La pequeñuela ilustrada lo saludó desde su página con un movimiento de brazos, y de pronto… ¡chic!… desapareció del paisaje dibujado y comenzó a reírse haciendo gorgoritos, sin dejarse ver por ningún lugar.

Polilla se dio un susto que, bueno, bueno, y como una flecha, la buscó dentro del placard, debajo de la cama y detrás de los cuadros, pero no pudo encontrarla.

Lo que sucedió luego le hizo perder la calma al pequeño lector: la muy pilluela… ¡yum!… se hizo visible y se puso a volar.

¡Sí! ¡A volar por todo el dormitorio!

—¡Iupiii! —festejó la picarona, y amagó a salir de la pieza.

—¡Vení, no te vayas! ¡Qué divertido resulta todo esto! —dijo el niño, muy alegre de haberla descubierto.

—¿Cómo hacés para volar? —le preguntó después—. ¡Ah! ¡Ya sé! ¡Sos un ángel! —enseguida afirmó sonriendo.

—¡Frío, frío!… —fue lo único que el pequeño escuchó como respuesta.

Al cabo de un instante, esta figura tan estrafalaria aterrizó; mejor dicho, «amesizó», porque se ubicó elegantemente sobre una vieja mesa de luz.

La niña solo medía unos cinco centímetros de estatura. Lo mismo que en el libro de la abuela Pocha.

—¡Hola! —saludó mientras mostraba una sonrisa de dientes blancos—. ¿Cómo te llamás? —preguntó luego.

—¡Pol… Pol… Polilla! —dijo Poly—. ¿Y vos? —interrogó muy intrigado.

—¡Yo soy Lisa, el hada de papel! —respondió el hada, y cariñosamente besó la mejilla pecosa del chiquillo.

Este se puso más colorado que una guinda, pero continuó dialogando con muchísimo asombro:

—¡El hada de papel!…

—Pues… sí. Desde el momento en que un falso artista me pintó en este cuento, quedé atrapada en el sinfín de palabras que hay aquí —dijo Lisa señalando el libro, y siguió—: Para poder escapar de mi sombría historieta, alguien debía abrir el ejemplar justo en la página 9999, pero ningún buen amigo se dignó mirarme hasta el día de hoy —y repentinamente exclamó exaltada—: ¡Gracias! ¡Muchas gracias por devolverme la libertad!

De la emoción que tenía, Polilla se olvidó de preguntarle cuál era el nombre de ese pintor tan malvado que la había apresado, y comentó:

—¡Oh! ¡El tiempo que habrás estado secuestrada! ¡Y cómo te habrás aburrido!… ¿Sabés?, te comprendo muy bien, porque debido a que en mi mundo últimamente ha llovido tanto, no he podido disfrutar de mis vacaciones. —La miró fijamente y continuó—: ¡No querría regresar a mi casa sin haber recorrido las calles de Triquitraque! —y agregó—: Decime, Lisa, ¿qué podríamos hacer para alegrarnos un poco?

—¡Muchísimas cosas! ¡Y todas muy divertidas! —respondió ella.

—¡Comencemos ahora mismo! —rogó el chiquilín, superansioso.

—¡Mmm! —El hada pensó unos segundos para luego declarar—: ¡Como ya es muy tarde, te regalaré un sueño encantado!

—¡Bravo!

Y así diciendo, el pequeñuelo ubicó el libro gordinflón debajo de su cama, se acostó rápidamente y se tapó hasta las orejas.

Capítulo II

Polilla comenzó a soñar: caminaba feliz por un inmenso prado, cuando de repente oyó… ¡brumm! ¡tromm!… y:

—¡Un trueno! ¡Un truenazo! —gritó con toda su voz—. ¡Oh! ¡No, requetenoooo! ¡Lisa, Lisa, rogá para que no haya ni pizca de tormenta! —vociferó luego.

A pesar de sus súplicas, los ruidos no cesaron, y nuevamente la tierra entera retumbó como una molesta melodía.

—¡Socorro! ¡Auxiliooo!… —clamó el pequeñuelo con todo el poder de sus cuerdas vocales. Luego, se dijo aterrorizado—: ¿Quiénes son los que «me atacan»?

Una vez pasado el extraño suceso, en el cielo apareció una mancha redonda, igual que una bolita.

—¿Y eso? ¡Un ovni! —se entusiasmó de pronto el chiquilín—. ¡Cuántos «puntitos» ahora hay allá arriba! ¡Y cómo brillan! —se asombró—. ¿Se estarán por caer las estrellas? ¡No, sin duda, se trata de extraterrestres! ¡Y son muchos, más de mil! —exageró sin importarle que nadie lo escuchara.

Los «lunares» parecían pelotas que volaban por doquier. De buenas a primeras, descendieron a velocidad increíble y soplaron tan fuerte como un ciclón. Vistos de cerca, eran gigantescos, imponentes.

Entre trompicones y caídas, el niño corrió a esconderse detrás de los árboles más robustos del terreno. Y… ¡pun, pan, pin!… las supuestas naves espaciales comenzaron a saltar y a rodar sobre la tierra, las piedras y cuanto elemento se hallara en el piso.

Luego, estas bolas multicolores hicieron una ronda donde los árboles escaseaban, y Polilla quedó en el centro.

Era de suponer: los «objetos voladores casi identificados» dejaron de moverse.

¿Esperarían a que se acercara el asustado chicuelo?… Tal vez, sus ocupantes desearan ser saludados por él…

Polilla pensó: «¡Habrá que darles la bienvenida!». Luego, se aproximó a las esferas y murmuró, desilusionado:

—¡Aaaah!, ¡lo que habían sido!… ¡Vaya uno a saber desde qué lugar han venido estos globos! Seguramente, alguien los ha inflado con gas. ¡Sí, por eso alcanzaron tanta altura! —Respiró hondo y prosiguió—: ¡Lo que veo muy extraño es que tienen como puertas o ventanas! ¿Por qué se le habrá ocurrido «dibujárselas» al que los inventó?…

Y, como impulsado por una fuerza extraña, empujó uno a uno los inmensos bolos. Estos se movieron un poquito y se aproximaron a la arboleda que había detrás de ellos.

Al instante, el chiquillo trepó a una gruesa rama, después a otra y a otra, hasta que alcanzó la altura necesaria y… ¡fun!… se sentó sobre uno de los extraños y redondos objetos y jugó a cabalgar.

Ya cansado, el pequeño decidió:

—¡Trataré de reventar algunas de estas superburbujas! ¡Qué duras que son! ¡No quiero ni pensar en el ruido que harán cuando exploten! ¡Ja, ja!

Desde arriba de su enorme pelota, cortó una varilla de la enramada y les dio decenas de puntazos a su esfera y a las que se ubicaban a su lado.

Pero, a pesar de sus esforzados intentos, estas no se rompieron. Lo que sí hicieron fue inflarse más y más. No solo se hincharon las que el muchachito había «tocado», sino todas las que había en el suelo. Se ensancharon tanto que las rojas se convirtieron en rosas, las azules se aclararon hasta transformarse en celestes, y las demás quedaron transparentes como el cristal.

¿Qué contenían esos globos grandotes como la luna?…

¡Sorpresa! Los ocupantes de su interior no se veían formidables y espléndidos, como Poly los había imaginado, sino que eran unos seres sumamente pequeños que vestían unos trajes parecidos a los pijamas que usan los hombres, pero de vívidos colores.

Desde sus «habitáculos», estas personitas saludaron simpáticamente golpeando las «paredes» de las esferas.

Muy azorado, Polilla respondió a sus nuevos amigos con enérgicos movimientos de sus brazos y… ¡yim!… con globo y todo, el chiquillo subió alto. Tan alto que voló entre montones de nubes esponjosas. Pero, en el momento menos esperado, se despertó de un salto.

Capítulo III

—¡Chist, chist!… ¡Polilla! —lo llamó una dulce voz.

El niño miró hacia todas direcciones, pero nada vio.

—¡Eh, aquí estoy! —dijo el hada, de pie sobre el placard.

—¡Ay, Lisa!, si supieras lo que…

—¡Por supuesto que sé lo que soñaste! —lo interrumpió su amiga—‍. Ahora, ¡oíme bien, prepará tus orejitas! Estos duendecitos, que sin duda te habrán parecido tan extravagantes, llegaron a la Tierra a través de tu inolvidable sueño y pertenecen a un mundo mágico —comentó con extrema seriedad.

—¿Vos sabés por qué vinieron? —inquirió Polilla sumamente sorprendido.

—¡Claro que sí! Mis queridos compañeros están aquí porque yo les ordené que viajaran «en tu cabecita dormida». —Al advertir la confusión del pobrecillo, le explicó—: Aunque te parezca mentira, ellos no se trasladan por el espacio, sino que lo hacen deslizándose entre las mentes de quienes están soñando. Viven en mi planeta y son mis fieles ayudantes.

—Y… —dudó Polilla— ¿cómo has logrado ponerte en contacto con estos seres?

—Lo hice telepáticamente, porque las hadas sabemos transmitir mensajes a través del pensamiento.

—¿Dónde se hospedarán tus amigos? —se interesó el pequeñuelo.

—Se quedarán en esta casa mientras permanezcas en ella —aclaró el hada de papel y se sentó sobre el tembloroso hombro de Poly.