Varia imaginación - Sylvia Molloy - E-Book

Varia imaginación E-Book

Sylvia Molloy

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Beschreibung

Plumetí, broderie, tafeta, falla, gro, sarga, piqué, paño lenci, casimir, fil a fil, brin, organza, organdí, voile, moletón, moleskin, piel de tiburón, cretona, bombasí, tobralco, terciopelo, soutache, cloqué, guipure, lanilla, raso, gasa, algodón mercerizado, bramante, linón, entredós, seda cruda, seda artificial, surah, poplin dos y dos, dril, loneta, batista, nansú, jersey, reps, lustrina, ñandutí. Una niña y un enfermero en una misma habitación; una visita al viejo hotel de Mar del Sur; la presencia muda de una guerra; la incorporación de una palabra nueva en una lengua ajena pero a la vez cercana; un secreto compartido entre hermanas: retazos de escenas y de recuerdos que se dan cita en estos textos y que van armando una historia posible. Sylvia Molloy compone un libro inolvidable, considerado ya por muchos un clásico de la literatura argentina, en el que reconstruye el derrotero de una vida, nunca total y definitiva, sino más bien amorosamente hilvanada.

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VARIA IMAGINACIÓN

SYLVIA MOLLOY

Plumetí, broderie, tafeta, falla, gro, sarga, piqué, paño lenci, casimir, fil a fil, brin, organza, organdí, voile, moletón, moleskin, piel de tiburón, cretona, bombasí, tobralco, terciopelo, soutache, cloqué, guipure, lanilla, raso, gasa, algodón mercerizado, bramante, linón, entredós, seda cruda, seda artificial, surah, poplin dos y dos, dril, loneta, batista, nansú, jersey, reps, lustrina, ñandutí.

Una niña y un enfermero en una misma habitación; una visita al viejo hotel de Mar del Sur; la presencia muda de una guerra; la incorporación de una palabra nueva en una lengua ajena pero a la vez cercana; un secreto compartido entre hermanas: retazos de escenas y de recuerdos que se dan cita en estos textos y que van armando una historia posible.

Sylvia Molloy compone un libro inolvidable, considerado ya por muchos un clásico de la literatura argentina, en el que reconstruye el derrotero de una vida, nunca total y definitiva, sino más bien amorosamente hilvanada.

Varia imaginación

SYLVIA MOLLOY

Índice

CubiertaSobre este libroPortada1. FAMILIACasa tomadaCurasCosta atlánticaHomenajeSchnittlauchSaber de madreEnfermedadPariente2. VIAJEÚltimas palabrasSan NicolásMisiones1914VichyPatagoniaVaria imaginación3. CITASCeremonias del ImperioGestosGramáticaDe los usos de la literaturaLevantar la casa4. DISRUPCIÓNAmor de hermanasRuinClair de luneAtmosféricasSobre la autoraPágina de legalesCréditos

1 FAMILIA

CASA TOMADA

En vísperas de partir para Buenos Aires, me llega la noticia de que la casa de mis padres ya no está. En realidad el mensaje es confuso: me llega por interpósita persona, un amigo que acaba de volver de la Argentina le comenta algo así a su mujer, quien me da la noticia: Pablo fue a Olivos y dice que. No queda claro qué es lo que dice Pablo, si la casa ha sido demolida para edificar algo nuevo en su lugar, o si la han reconstruido hasta volverla irreconocible. Las dos perspectivas son drásticas; desde luego, llevada por el aparente dramatismo del mensaje, elijo la primera y me indigno. ¿Cómo han podido demoler la casa de mis padres?

¿Por qué le importa tanto la casa de mis padres a Pablo, mucho más joven que yo, quien posiblemente no había nacido o era muy chico cuando yo me fui de la Argentina? Porque Pablo iba a un colegio inglés, al lado de esa casa, y recordaba cómo en los recreos a los chicos se les caía continuamente la pelota en el jardín de mis padres, y había que ir a buscarla pidiendo muchas disculpas a una señora de cierta edad (mi madre) que siempre los recibía de mal humor. Debo decir que cuando descubrimos ese recuerdo compartido, Pablo y yo, sentí como que recuperaba a un pariente. Pero yo recuerdo aquellos incidentes entre mi madre y los chicos del colegio con detalles que Pablo no recuerda o no quiere decirme que recuerda. Por ejemplo que mi madre, excedida por el continuo desfile de chicos que venían a reclamar la pelota, había instaurado un régimen de confiscación, según el cual solo devolvía las pelotas vagabundas los viernes después de clase. Previsiblemente, esto no contribuía a su popularidad con el alumnado, el cual en horas de recreo, si veía a mi madre en el jardín, le gritaba todo tipo de improperios, con abundantes referencias a genitales propios y ajenos. Era entonces cuando mi madre, que tenía en esa época casi setenta años, adoptaba poses trágicas junto al cerco de ligustro, lanzando primero admoniciones a las maestras que, ocupadas en charlar en un ángulo del patio, no vigilaban a los alumnos (“Señoritas maestras, llamen al orden a sus alumnos que me están faltando el respeto”) y luego imprecaciones sin destinatario, del tipo “No sé cómo no tienen vergüenza, este es un colegio boliche”. No, Pablo no me ha comentado estas escenas tragicómicas, acaso porque no quiere, o porque cuando él fue al colegio mi madre había abandonado su régimen de retención de pelotas. O acaso porque no se acuerda.

Me irrita que me llegue esta noticia justo antes de viajar a la Argentina, cuando me siento precaria en grado sumo. Una vez instalada en mi hotel, salgo a almorzar con amigos, me preguntan si quiero dar una vuelta y digo, como al descuido, por qué no vamos a Olivos. La casa está igual que la última vez que la vi, hace unos pocos años, cambiada, sí, de cuando yo vivía en ella (hace años los nuevos dueños ampliaron la sala, hacia el frente), pero todavía reconocible. Hasta están las plantas que le gustaban a mi madre, una Santa Rita al frente, un sauce llorón detrás. Me tranquilizo: todo está en orden.

Cuando a mi regreso hablo con Pablo, le digo cómo se te ocurre mandarme decir que demolieron la casa, si sigue en pie. Pablo insiste, pero está totalmente cambiada, le han agregado casi un edificio entero, de dos pisos, enorme, y tampoco está el patio del frente, ni un árbol enorme del que me acuerdo muy bien. Pero el patio y el sauce estaban detrás de la casa, no adelante, le digo, y la casa está apenas ampliada, sigue igual. Porfía que no, que ya no es la misma casa sino otra, y que el árbol estaba al frente. Me doy cuenta de que es inútil insistir en lo contrario. Acaso los dos tengamos razón.

CURAS

Se llamaba Quintana, no recuerdo su nombre de pila pero mi madre le decía así, hola, Quintana, necesito que vengas mañana (porque Quintana se tuteaba con todo el mundo), tengo a las chicas enfermas. Era enfermero y daba inyecciones a domicilio, no sé bien de qué, de algo que curara gripes y resfríos invernales. Era una práctica tan inútil como festiva porque Quintana hablaba hasta por los codos y era divertido, a ver, boca abajo en la cama, m’hijita, no me llore que no va a sentir nada, cuando pincha Quintana no duele y sí sana, mirá si yo voy a hacerte mal, así quietita, querida, no ves que no te dolió y ya está, pinchó Quintana, pinchó, y ahora a otra cosa, chau, que se va Quintana. Y así, como una ráfaga, pasaba Quintana, de quien recuerdo la voz algo arrastrada, con un leve acento provinciano, y el olor a agua de colonia. Recuerdo el pequeño calentador de alcohol en el que brevemente hervían las jeringas y agujas, y también que mi madre le tenía preparadas unas toallas blancas de hilo, muy planchadas, para que se secara las manos después de lavárselas, antes de administrar la inyección. De vez en cuando reconocíamos su auto estacionado frente a alguna casa, o lo cruzábamos en la avenida, y mi padre tocaba la bocina y decía ahí va Quintana a pinchar algún traste.