Ventana 654 - José Luis Zárate - E-Book

Ventana 654 E-Book

José Luis Zárate

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Beschreibung

Raquel adora los videojuegos. Es una experta en el género survival horror, el cual consiste en sobrevivir en condiciones aterradoras. Tras ser invitada a una competencia, en la que destaca por su creatividad para superar las adversidades que le plantean los juegos, una misteriosa empresa la contrata como beta tester para probar un extraño y avanzadísimo videojuego de realidad virtual. A partir de ese momento, se desata una serie de acontecimientos que la llevarán a descubrir un mundo de alta tecnología en el que vivirá aventuras que le darán un giro radical a su existencia. En esta novela, José Luis Zárate nos advierte sobre algunos de los riesgos a futuro que implica la forma de vida que tenemos en la actualidad.

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Texto D. R. © José Luis Zárate, 2022

Ilustración de portada © Kamui Gomasio, 2022

Dirección de Producto: Mara Benavides

Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Mónica Romero Girón

Dirección de Arte y Diseño: Quetzal León Calixto

Edición: Carlos Sánchez-Anaya Gutiérrez

Diagramación: Iván W. Jiménez

Primera edición, 2022

D. R.© SM de Ediciones S. A. de C. V., 2022

Magdalena 211, Colonia del Valle,

03100, Ciudad de México

Tel.: (55) 1087 8400

www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-4886-5

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

Registro número 2830

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca SM ® es propiedad de Fundación Santa María,

licenciada a favor de SM de Ediciones, S. A. de C. V.

Hecho en México / Made in Mexico

Esta novela está dedicada a Verónica Murguía, David Huerta, Rax, Alberto y José Luis, quien recorrerá la ventana 654

—Yo sólo fabrico ojos, sólo ojos, diseños genéticos. Eres un modelo Nexus, ¿eh? Yo diseñé tus ojos…

—Me gustaría que pudieras ver lo que yo he observado con tus ojos.

Diálogo entre Hannibal Chew y Roy Batty en Blade Runner (1982), de RIDLEY SCOTT

Ignoramos quién lanzó el primer ataque… Lo que sí sabemos es que nosotros quemamos el cielo.

Morpheus en Matrix (1999), de LANA y LILLY WACHOWSKI

I Antes del juego

Choose a game…

La mujer bajó las escaleras corriendo con un portafolio lleno de papeles en una mano, mientras con la otra hurgaba en la pesada bolsa que llevaba colgada al hombro, en busca de una docena de diferentes cosas: los libros que no cupieron en el portafolio; más hojas con apuntes; el gafete de ponente con su nombre, Laura Jiménez; los boletos de avión…

Miró su reloj: las 2:30 a. m. Apenas iban a llegar a tiempo al aeropuerto. Se detuvo un segundo en la entrada. ¿Le daría tiempo de subir, despertar a Raquel y decirle que se cuidara?

—Mamá, ya tengo trece años —diría su hija muy seria, y, la verdad, ya no disponía ni de un minuto libre.

Le pesó un poco no despedirse, pero no tenía caso despertarla. Además, ya se habían dicho adiós durante la cena y el encuentro de investigadores duraría sólo cuatro días.

Fue corriendo hacia el Uber mientras su marido mantenía la puerta abierta. En la oscuridad, avanzaron a toda velocidad.

—¿Traes todo? —se preguntaron al mismo tiempo.

—Claro —afirmó él con un tono muy poco convincente.

—Sí, eso espero.

—¿Te despediste de la niña?

—En la noche, antes de que se durmiera, estuve un rato con ella… Pero no creas que no me dieron ganas de despertarla para darle otro beso.

—A mí también.

Se miraron, sintiéndose un poco culpables. Tal vez en una vida tan llena de actividades como la suya debería existir más espacio para convivir con su hija.

Por muy independiente que fuera, por muy grande que estuviera, por muy bien que se cuidara, aún era su bebé. Lo sería hasta los noventa años, los suyos y los de ella.

Lo bueno era que se quedaba con Marina, quien también estaba acostumbrada a los largos viajes de la pareja, tal vez más numerosos en los últimos meses. Raquel pasaba más tiempo con ella que con sus padres, pero en los próximos meses lo arreglarían. Esta vez no sería una mera promesa, o al menos eso intentarían.

—Al regresar —le dijo a su esposo—, llevaremos a Raquel a algún lugar que le guste.

—Eso, todos necesitamos unas vacaciones.

—En cuanto lleguemos…

—Todo saldrá bien, ya verás, Laura. Le compraremos algo bonito en el viaje, algo tradicional. ¿Qué le gusta?

—¿Módulos de expansión para sus videojuegos?

—Bueno, justo eso. Muy tradicional. ¿Trajiste la conferencia?

—¿Crees que estará bien?

—¿La conferencia?

—Raquel…

—Por supuesto. ¿Qué podría pasarle?

En esos momentos, Raquel subía lentamente unas escaleras negras. Eran de piedra, lo cual tenía una ventaja: no rechinaban. Era necesario no hacer ruido para no delatarse.

Estaba casi a oscuras. Los focos en las paredes funcionaban a la perfección, pero estaban cubiertos de una sustancia espesa, líquida y roja, como si alguien hubiera arrojado una cubeta de pintura contra los muros. Pero eso no era pintura y no usaron precisamente una cubeta para esparcirlo.

El cuerpo estaba acurrucado contra los escalones, como un títere sin cuerdas. Lo que hubiera pasado ahí fue rápido, terrible, mortal. Después de acabar con las personas del comedor, él o los enemigos habían subido las escaleras a toda velocidad y se encontraron a medio camino con ese hombre.

Raquel se volvió lentamente. Casi podía esperar ver algo subiendo con prisa detrás de ella.

Oscuridad.

Silenciosa, densa, pesada oscuridad. Nada más.

No se sintió tranquila en modo alguno. Quizás esperaban arriba a que terminara de subir. Todas las puertas se encontraban cerradas. Las rejas en las ventanas impedían que rompiera un vidrio para escapar al exterior.

El lugar había sido construido para que nada entrara, pero lo que procuraban mantener afuera había entrado ferozmente y ahora estaban atrapados con eso, aquello, lo que fuera.

Tal vez el cuerpo a mitad de las escaleras tuviera una llave que sirviera en alguna de las mil cerraduras. Se acercó lentamente. Ese cuerpo roto estaba lleno de horribles detalles que era mejor no ver, pero debía hacerlo. Si iba a salir viva de ahí era necesario prestar atención a todo.

Un uniforme, una tarjeta de identificación, una radio rota, un logo en su chaleco. El hombre era un guardia de seguridad. En el cinturón, un llavero repleto, lo cual era bastante bueno. Además, una funda para revólver vacía, lo cual era bastante malo.

Raquel miró el brazo roto y supo que algo terriblemente fuerte le había arrancado el arma y algunos dedos de las manos.

“Recuerda, Raquel, el enemigo también está armado”, pensó.

A lo lejos, algo rio. Una risa no humana.

Entonces, el guardia abrió los ojos. Unos ojos rojos, brillantes, con pupilas de gato. Le agarró el brazo con una fuerza inusitada para sólo tener tres dedos.

A su pesar, Raquel se sobresaltó. ¿Qué podía hacer sin armas, indefensa, atrapada por algo que iba transformándose en una bestia terrible? Tenía, cuando mucho, unos segundos para actuar. Pensó en usar las llaves como arma, pero no eran suficientes, no para detener algo con garras y colmillos.

Para sobrevivir, no bastaba con herirlo: era necesario aniquilarlo… Y a mitad de esas escaleras interminables no había nada que pudiera utilizar como arma. Nada, excepto las escaleras mismas.

Sin molestarse en ver el teclado, el sofisticado ratón con multitud de botones o los menús que aparecían y desaparecían en un parpadeo en la pantalla doble de su computadora, apretó los controles necesarios para que la mujer atrapada por el monstruo se dejara caer por las escaleras, arrastrando consigo al enemigo y dando a la vez un elegante giro en el aire. Usando su cuerpo como palanca, con un sorpresivo movimiento lo lanzó sobre su hombro hacia el abismo de escalones. El guardia rebotó en cada uno de ellos y quedó herido, pero no muerto. No podía morirse más de lo que ya estaba.

Lo malo de los zombis era que siempre demostraban ser unos necios. No importaban las veces que los destruyeras: se ponían de pie y continuaban su sencillo plan de comerte.

Raquel aferró (teclas Ctrl+E) el pasamanos, esperando que se desprendiera para usarlo como mazo, pero no se movió ni un pixel. Saltó (la siempre confiable barra espaciadora) y la mujer en la pantalla se puso de pie sobre la barandilla y se deslizó por ella como si surfeara…

¡Zuuuuum!

Adiós, zombi…

Sin embargo, dos más la esperaban abajo, hambrientos. Eliminarlos era tan sencillo que suspiró. Entonces, uno de ellos sacó el arma del guardia y empezó a disparar. Los dedos de Raquel se movían sobre las teclas wasd con tal destreza y velocidad que verlos era tan desconcertante como los movimientos de los personajes en la pantalla.

Así como una persona que conduce un auto efectúa de manera casi inconsciente los movimientos de la palanca de velocidades, los pedales y el volante, Raquel no podía decir exactamente qué tecla o botón oprimía en cada momento, pero era indudable que no fue por azar que logró que veinticinco zombis, tres vampiros y un comando armado fueran destruidos sin usar arma alguna.

Raquel terminó tan satisfecha de su último movimiento que miró a su alrededor, buscando a alguien que la felicitara. Entonces fue consciente de que no se encontraba en una mansión de seis kilómetros de largo, llena de mutantes hambrientos, sino en su cuarto, vestida con una bata rosa de ositos que odiaba, pero que era la más cómoda de todas. Sólo estaban ella y La Casa de las Bestias IV.

Guardó su avance y, durante un instante, pudo ver la portada del juego en el portal que usaba para accesar a sus videojuegos.

Una amazona con ropa ajustada le apuntaba con un cañón a lo que parecía una medusa con tentáculos llenos de navajas. No era el tipo de mujer que usaría una bata con ositos.

Dudó un segundo antes de apagar su computadora. Ahí, frente a ella, había mil juegos más. Dudó durante otro segundo: ¿por qué no? Pero olvidaba algo. Entonces se preguntó por qué su casa estaba tan tranquila.

—¿Mamá? —preguntó al aire—. ¿Ya se fueron?

Silencio. Miró sobresaltada el reloj. Se había mantenido despierta para despedirse. Para no quedarse dormida, se había conectado un ratito a su nuevo juego, pero el tiempo se le había ido como agua (tal vez cuando cayó en la piscina del spa maldito y esas cosas como arañas con aletas intentaron ahogarla).

Ya no eran las 11:00 p. m.

—¿Mamá? —dijo, saliendo de su cuarto—. ¿Papá? —llamó mientras bajaba las escaleras rápidamente, como si pudiera alcanzarlos, aunque ya sabía…

Ya no estaban las maletas, ni la laptop de mamá, ni los boletos cuidadosamente acomodados a mitad de la mesa para que no se les olvidaran. Raquel sabía lo distraídos que eran sus padres y por eso insistió mucho en poner lo importante a la vista. Ya se habían marchado y no los oyó cuando se fueron. No pudo decirles adiós ni darles otro beso de la buena suerte.

“Ay, hija, es que cuando prendes tu juego te pierdes”. ¿Qué podía responder a eso en vista de que, esta vez, era cierto?

Sus padres tampoco vinieron a despedirse, pero ¿no había quedado con ellos en que no era necesario? Sin embargo, iba a extrañarlos y por eso quería despedirse.

Raquel recorrió la sala vacía. En la cocina desierta se sirvió un poco de leche y se sintió como si ella fuera un vaso a mitad de una mesa vacía.

Marina estaba en su cuarto, bien dormida. Al día siguiente la levantaría temprano para llevarla a la escuela.

No había por qué sentir que la garganta le dolía y los ojos se le humedecían. Lavó el vaso, lo secó con cuidado y lo puso en la alacena con los demás, para que no estuviera solo.

Quién sabe por qué tuvo el impulso de tocar la puerta de Mari, pero se arrepintió. Ya estaba grandecita. ¿Qué podría decirle? ¿Que le dio tristeza que se fueran sus papás?

Subió lentamente las escaleras de su casa (no había sangre ni oscuridad, pero igual le pesó mucho subirlas).

Mientras accesaba al portal de videojuegos, se dijo que tal vez una legión de muertos-vivos no fuera tan mala compañía.

Connecting…

“Los retrovirus en las muestras de fauna amazónica desplazada”, leyó Raquel sobre el hombro de su madre.

—Suena muy interesante, mamá.

Laura sonrió mientras dejaba de teclear.

—Vas a pedirme algo.

—Voy a presumirte algo.

—¿A ver?

—Me llegó hoy.

Era un sobre de papel elegante con un logo corporativo impreso en el frente e incluso lacrado.

En esos tiempos, que alguien mandara algo en forma física y no electrónica ya era inusitado. Quizás era la primera carta real que recibía su hija. El spam no lo entregaba un cartero… Ya no.

Vio el nombre de su hija en el lugar del destinatario. Luego, leyó la carta en voz alta:

Sr. / Sra. Raquel Oviedo Jiménez

Número de usuario: RI 78964978AGHD9389686

PRESENTE

Debido a su puntaje y alto desempeño en los juegos online de nuestra compañía, SC Software Corp. tiene el honor de invitarlo/a a participar en Armagamedon, la contienda anual de survival horror, a celebrarse en el Polideportivo Gazca y Asociados.

¡Contaremos con grandes premios y oportunidades!*

* No es necesario comprar nada para participar.

—¡¿No es maravilloso, mamá?!

—No veo nada maravilloso en que te inviten a algo llamado “horror de supervivencia”.

—Es un tipo de videojuegos, mamá. Hay de muchos tipos: aquellos en los que tienes que dispararle a todo lo que se mueve, los “mata-mata”; también están los FPS, “tirador en primera persona”; o los deportivos, de competencia, de estrategia, de simulación social, los arcaicos de plataformas y, claro, los que mejor se me dan, los survival horror, que se han puesto de moda de nuevo. Son esos en los que debes mantenerte vivo en un lugar donde tratan de matarte, como en Isla Zombi, CyberMasacre, La Casa de las Bestias…

—Y luego afirman que los videojuegos no son educativos…

—¡Ay, mamá! Tú me regalaste Ciudad de Muertos: Festín de cadáveres hace un mes.

—Tú lo escogiste. La bonita portada del videojuego que me enseñaste tenía unas muchachas jugando voleibol en la playa.

—Sí, cuando regresan de las vacaciones, todos en su ciudad son zombis y deben sobrevivir. No tienen nada más que…

—Bikinis y tablas de surf.

—¡Exacto! Al final, todas terminan llevando equipo militar y viajando en un helicóptero blindado. Esos juegos son muy divertidos. Debes descubrir qué pasó para que el lugar donde estás se transformara en una trampa mortal, escapar de los malos, sobrevivir y escapar usando sólo lo que puedas encontrar en los escenarios. Yo soy muy buena en esos juegos; tan buena que me invitaron expresamente al campeonato. ¿Sabes lo difícil que es que te inviten? ¿Puedo ir? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo?

El asunto, naturalmente, no era si podía ir, sino si debía. Raquel estaba dedicando demasiado tiempo a los videojuegos. Ya había tenido algunos problemas en la escuela por no entregar tareas y por olvidar exámenes. Además, su mamá tenía la impresión de que Raquel no estaba durmiendo lo necesario. Sin embargo, también se sentía un poco culpable porque no había pasado suficiente tiempo con ella y no había podido cumplirle las vacaciones en familia que le prometió, ya que siempre se atravesaba algo nuevo.

Raquel lucía muy orgullosa de la invitación.

—Es como una competencia, un torneo, y sé que soy la mejor.

Bueno, una competencia suponía gente, muchos participantes, personas con quienes hablar, un mundo fuera del aparato. Por eso, Laura accedió a darle permiso.

En la fachada del Polideportivo lucía, espectacular, un tablero de ledes que gritaba en colores “Armagamedon”.

—Laura —dijo Raquel muy seria. Sólo usaba el nombre de su mamá cuando algo realmente la molestaba.

—Raquel…

—Los atletas olímpicos van solos a las competencias.

—Llevan a sus entrenadores, nutriólogos y fisioterapeutas, y como cincuenta cámaras de televisión.

—Soy una ciberguerrera en una contienda altamente tecnológica. Está mal visto que a los ciberguerreros los acompañe su mamá.

—Me sentaré en la última fila y fingiré que nunca tuve la dicha de tener una hija que me ignora.

—Ay, mamá, no creo que queden asientos.

En verdad parecía que no había ni un centímetro libre de aquella multitud. El lugar era enorme y estaba lleno de pantallas gigantes, muchas consolas de juego diferentes, kilómetros de cables negros reptando por todas partes, anuncios de nuevos juegos y gente disfrazada de vikingos ciberpunk, guerreros alienígenas, monstruos de otras dimensiones o, por algún motivo, erizos y fontaneros italianos.

“Éste es el mundo de mi hija”, pensó Laura.

Había luces de halógeno, sofisticados controles, el aroma de la electricidad y paneles de aluminio y plástico por doquier. El lugar lucía más industrial de lo que era. Todo lo que había a la vista había sido diseñado para presumir que era un evento de alta tecnología.