Vida privada - Chen Ran - E-Book

Vida privada E-Book

Chen Ran

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Beschreibung

Desde su primera edición en 1996, Vida privada ha causado revuelo en China y asombro entre sus lectores en otras lenguas. Es una novela que habla con total apertura, pero también delicada sensibilidad, de aspectos como la sexualidad y la visión del cotidiano desde la experiencia y las reflexiones de la mujer en un mundo de hombres. A la vez, se cuestiona otros elementos como la locura, la cordura, la salud mental y las relaciones entre los seres queridos. Chen Ran revela entre líneas la historia china de la segunda mitad del siglo XX a través de los ojos de su protagonista, Ni Aoao. Una realidad histórica y social que corre paralela a su transformación de niña a mujer, camino que narra desde la intimidad de los pensamientos, los sentimientos, los cuestionamientos, los deseos y las afrentas de una individualista, una persona que se siente ajena al resto de los seres humanos en el país más poblado de la Tierra. En cada experiencia de la protagonista, en cada palabra de Vida privada tejida con extrema emotividad, hay infinitos significados, desde la decidida visión de una mujer transparente: ella no claudica ante el mundo, no duda de sí misma, pero se cuestiona otra posibilidad de vivir. La autora describe esta novela como "su obra negra", que es para ella el color de la juventud, el modo de concebir la vida desde un absoluto, desde la protesta y la exclusión. Esta obra se aprecia transgresora y feminista; después de más de veinte años de existencia, es tan actual como sorprendente. El estilo de Chen Ran, vanguardista, de una intrínseca e impresionante habilidad narrativa, es único en la literatura china contemporánea.

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Seitenzahl: 324

Veröffentlichungsjahr: 2022

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ÍNDICE

PREFACIO

0•EL TIEMPO SE ESCURRE Y YO AÚN ESTOY AQUÍ

Para no perder la voz gritando, susurramos y vociferamos. Para escapar de la oscuridad, cerramos los ojos.

1•BAILE DE PUNTILLAS EN MEDIO DE LLUVIA NEGRA

Esta mujer es una herida profunda, es nuestra fortaleza al andar por el mundo. Sus ojos emiten luz, y esa luz es mi camino. Esta mujer llena de heridas, de cuerpo desgarrado, es nuestra madre a la que pronto vamos a parir.

2•ABUELA TUERTA

Le decimos “sí” a los padres, le decimos “sí” a la vida, mas no existe un “no” más rotundo.

3•SOY PORTADORA

La buena disposición atraviesa una cerradura. La indisposición cruza por una puerta abierta de par en par.

4•LAS TIJERAS Y LA GRAVEDAD

Las tijeras son como un pájaro que ha estado tramando durante mucho tiempo en el tocador, cual encaramado en la punta de una magnolia. Diseñan sus propios movimientos y posturas, que luego se instalan en mi cerebro y toman prestada mi mano para cumplir sus objetivos.

5•LA VIUDA HE Y LA SENSACIÓN DEL VESTIDOR

Esta mujer es un laberinto, una cueva, y yo caí en sus redes. El espacio estrecho que nos rodea está lleno de oscuridad; como envueltos en sábanas, no podemos vernos las caras borrosas, las paredes circundantes emiten ecos ensordecedores y ya no nos atrevemos a hablar en voz alta. Debajo de nuestros pies sólo hay abismo infinito. No podemos avanzar, ni tampoco retroceder, y la nada es lo único que se extiende a nuestro alrededor. El peligro frente a nosotros nos obliga a parar, a quitarnos la ropa, a tirar nuestras cargas y fundirnos con la oscuridad. Nos abruma la sensación de tocarnos y algo nos empuja al borde de la existencia. Me precede en edad, pero, en la línea del tiempo, ella es la sombra detrás de mí. Dice que soy su salida, su avanzar.

6•SOY MI PROPIO EXTRAÑO

El tiempo es pintor y yo soy un relieve con forma de montañas y contornos de cuevas. Antes de venir a este mundo, esa imagen ya estaba dibujada. Camino lentamente a lo largo de la zanja del tiempo y me reconozco en esta pintura. Me doy cuenta de que ese relieve es en sí una historia en la que está representada la vida de todas las mujeres.

7•YIQIU

Su padre la parió en el “zoológico”. Su sorprendente capacidad de adaptación le permitió crecer en una “jaula”, experimentando el placer de cazar y ser cazada. Se sujetó de la barandilla con una mano, apoyó sus caderas y con la otra mano cubrió su boca. Ella ahogó su voz en su cuerpo. Ella no tiene pasado.

8•LA HABITACIÓN INTERIOR

La habitación interior tiene otro nombre para la mujer, otro significado. Parece una herida intrínseca a la vida, no permite que la toquen, acecha desde una sombra espesa, su luz tenue asemeja los colores del útero, estremece el corazón del hombre. El proceso de nuestro crecimiento consiste en la aceptación gradual del “entrar” hasta buscar e incitar el “penetrar”. En medio de la búsqueda, una niña se convierte en mujer.

9•UN ATAÚD BUSCA QUIEN LO OCUPE

En los ojos abiertos de los muertos sólo vemos el fin de su cuerpo; el alma aún está presente. Cuando el aliento del Hades en un ínfimo instante cubre su cuerpo, apenas entonces ese hombre “roto” se da cuenta de que nunca había “vivido” realmente, con tanta fuerza, y que nunca entendió el mundo.

10•ESCENARIO PARA HOMBRES Y MUJERES

11•EL NUEVO MITO DE SÍSIFO

12•EL GRITO DE LA CAMA

Se dice que el sonido que la gente escucha es, en realidad, una ilusión y que no existe una conexión absoluta entre aquello que produce sonido y quien que lo escucha. Sin alma, sin deseo ni fantasía, todos los oídos en el mundo son inservibles. De hecho, nuestra propia piel constantemente vocifera, pero su voz vuelve al cuerpo y desaparece dentro de nosotros.

13•LA CUEVA YIN-YANG

Dejó que el pasado muriera rápidamente en ella. Su porte es un relámpago que le provoca asombro, dolor, y que la hace descubrir que hay otros labios en su cuerpo que respiran y gimen. El enredo pausado es su enemigo; su amigo, la fricción acelerada. Él conquistó el tiempo, se precipitó al vacío dentro de su cuerpo, interrumpió su débil sueño y lo arrojó al fondo de la zanja de su vida. La fricción a él le hizo ver la luz del sol y a ella, oler la muerte.

14•LA MUERTE DE UNO ES CASTIGO PARA OTRO

Al final, el alma injusta se sitúa al lado de los demonios, a veces se convierte en una nube que, como lluvia, cae sobre el mundo. Los muertos, a su modo, continúan luchando contra sus enemigos vivos.

15•DÍAS ETERNOS

Él me atacó con las cejas y los dedos. Él es mi casa que construí con fantasía.

16•MANZANA SALTARINA

17•LA DANZA DE LA MUERTE

Tú y yo nos reuniremos en el cielo. Los muertos entienden mejor a los muertos.

18•BALA ACCIDENTADA

Hasta ahora, usamos el silencio para acallar nuestro pasado.

19•EL NACIMIENTO DE LA SEÑORA CERO

La capacidad de una mujer para actuar siguiendo su conciencia depende del grado en que exceda los límites de su propia sociedad y se convierta en ciudadana del mundo. La cualidad más importante es tener el coraje de decir “no” y el de negarse a obedecer a la fuerza, sobre todo las órdenes de la opinión pública.

20•EL TIEMPO TRASCURRE Y YO AÚN ESTOY AQUÍ

Hasta mi segunda muerte, necesito silencio.

21•LOS SOLITARIOS NO TIENEN VERGÜENZA

La vida es como el pasto que necesita humedad para llenar sus células con agua. Por ello, sólo puede estar en el lodo.

Ran, Chen

Vida privada / Chen Ran ; trad. de Liljana Arsovska. – México : Siglo XXI Editores, 2022

220 p. ; 13.5 x 21 cm – (Colec. La Creación literaria)

Título original: Si Ren Sheng Huo

ISBN: 978-607-03-1280-9

1. Novela China – Siglo XX 2. Literatura China – Siglo XX 3. Mujeres en la Literatura I. Ser. II. t.

LC PL2840 .J37vDewey 895.15 R185v

diseño de portada e interiores: se hacen libros

primera edición en español, 2022

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

isbn 978-607-03-1280-9

isbn-e 978-607-03-1276-2

primera edición en chino, 2015

© china national publications import & export (group) co., ltd.

b&r program

título original: si ren sheng huo

la edición en español se publica por acuerdo con china national publications import & export (group) corporation

derechos reservados conforme a la ley

PREFACIO

El valor del gris

Dicen que con la vejez comprendemos mejor el valor del gris. Por supuesto que esta afirmación no hace referencia al color de la ropa, sino al modo de pensar y concebir la vida. El uso del color para explicar las tonalidades de la vida es puramente una comparación sensorial y no una definición científica.

Cuando tenía veinte años, me gustaba el negro, el negro azabache. Eran tiempos de rebelión, paranoia y sentimentalismo. Un árbol desnudo y desolado en medio del frío invierno me podía sumergir en una tristeza profunda, de la que emergen pensamientos sobre lo efímero de la vida y el aliento de la muerte. Esa imagen es un árbol y, a su vez, no lo es, pues está estrechamente relacionada con el vigor y la caída, con la vitalidad y el marchitar de la vida. De la misma manera, a veces caminar por un callejón sin salida hace pensar que la vida está llena de trampas, obstáculos, emboscadas; la existencia misma nos introduce en muchos callejones sin salida.

Hay también ocasiones en las que expresamos una idea frente a alguien que supuestamente comparte nuestro pensamiento. Mientras buscas palabras para expresarte, aquel otro asiente animadamente intentando complementar tu pensamiento o incluso profundizarlo. Lo trágico es que su comprensión no tiene nada que ver con lo que tú intentas expresar. En ese momento, te sientes ridícula, incluso puedes extender esa experiencia hacia todas tus otras relaciones interpersonales y concluir que esos vínculos nos son más que grilletes innecesarios.

A esa edad, mi color era el negro. El negro es frío, es exclusión, una especie de absoluto. El negro es, incluso, negación, rechazo, protesta: encarna la anticorriente, la alienación, la incompatibilidad, la intransigencia, el cinismo. El negro son los ojos de los escépticos —así es, no es que yo lo crea—. No hay marcha atrás, es hostilidad hacia el mundo, es el brazo atrevido que se estira hacia la muerte. En resumen, el negro es el color de la juventud.

Pero una vez pasada esa etapa jovial, perdemos el derecho a obsesionarnos con el negro absoluto.

Ahora el gris es mi color.

El gris es más sutil, reservado, brumoso, discreto, no es duro como el negro, no irrita tanto los ojos. El gris es más elástico, es un paso atrás en el cielo. Pero el gris de ninguna manera es desánimo, pesimismo, decepción; de hecho, tiene mucho más potencial que el negro.

¿Qué es el gris? El gris es algo que no entiendes, pero que no necesariamente carece de sentido. El gris no expresa la arrogancia, la indulgencia y el descuido de la juventud, incluso permite que los ojos y la cara ya no revelen con tanta facilidad las intenciones. El gris es personalidad más profundamente enterrada, expresiones sepultadas; es cara sin rostro porque tu rostro crece en tu corazón. El gris es tu verdadera psicología, a veces más infantil que tú misma: las veces que aprovechas el descuido de los demás para robar un dulce y comértelo a escondidas son más de las que te imaginas; ensayas secretamente una danza con aquella joven imaginaria, a veces eres simplemente una fantasma traviesa y desobediente.

El gris, a pesar del pesimismo de la vida y la desolación de la noche, hace que te esfuerces por vivir, que te reconcilies con el destino y que aún tengas coraje para ser feliz.

Cuando el gris enfrenta una gran injusticia, aquellas otras pequeñas injusticias se aprecian casi como bendiciones. El gris es actuar con calma y humor frente a las crisis de las crisis. El gris le dice sí a la vida, se aferra a sí mismo mientras sonríe y da la mano, e incluso rinde homenaje a su enemigo. El gris es temple en medio del peligro, no tiene prisa por extinguir el fuego y autodestruirse. El gris camina con cautela, regresa para avanzar. El gris es voz pausada, es generosidad, es una sonrisa.

Cuando te malinterpretan, si puedes explicarlo, bien; si no, ni modo… aún quedan muchos días. Y aunque no fuera así, no hay necesidad de entrar en pánico; la muerte no es el final. Cuando la vida desaparece, la comprensión continúa. Algunas situaciones necesitan tiempo, mucho tiempo para ser comprendidas en algunos casos.

Se inicia una discusión con tu familia sobre asuntos triviales; esfuérzate para que ésta dure poco. Y si no hay reconciliación pronta, aléjate de la escena lo antes posible. No te apresures por encontrar a alguien con quien hablar, mejor entra a un centro comercial y compra algo en lo que antes te resistías a gastar. Gastar trae consuelo, permite recuperar la calma y pensar que el mundo es casi perfecto y que las familias sin contradicciones son las anormales. Vas a la oficina de correos para cobrar tus honorarios y aguantas una larga fila. Pero justo te precede una persona que, para tu desgracia, necesita enviar decenas de miles de yuanes. El empleado debe revisar cada una de las fichas de depósito, procesarlas en la computadora, sumar manualmente y luego contar el mismo montón de billetes con la máquina. Diez años atrás, te hubieras dado la vuelta y largado, pero ahora no tienes prisa. Sacas el libro que acabas de comprar, lo hojeas de principio a fin, y cuando llegas a casa, por suerte, te espera la comida que alguien más preparó. Tu colega del trabajo metido en una complicada disputa laboral elige el lado de la violencia, ¡tú no te enfurezcas! La furia es la cosa más inútil del mundo. Piensa que si no opta por la fuerza, ¿cómo dará el siguiente paso cuando la fuerza es lo único que siempre le ha servido?

No obstante, tal vez este color puede tener alguna faceta desconocida: tu amigo fallece inesperadamente, ya no se pueden reponer cosas que quedaron pendientes, sus ojos ya no te mirarán y sus labios no te hablarán, pero debes creer que lo último que te está diciendo es: “Dedícate a vivir”.

Esto es el gris.

Nadie nace gris, son el tiempo y las experiencias las que forjan este color. Aquel que no ha llegado a cierta edad psicológica no conoce el valor del gris.

Por supuesto, a menudo hay una gran distancia entre decir y hacer. Se escucha bien, pero es difícil. Lo único que intento hacer es convencerme a mí misma.

Chen Ran

Vida privada es mi obra “negra”.CHEN RAN

0• EL TIEMPO SE ESCURRE Y YO AÚN ESTOY AQUÍ

Para no perder la voz gritando, susurramos y vociferamos. Para escapar de la oscuridad, cerramos los ojos.

Fragmentos de tiempo y memoria se deslizan día a día sofocando fuertemente mi cuerpo y todas sus terminaciones nerviosas. ¡Qué cruel es esa ardilla que se llama tiempo! En cada instante, se marchita y pasa sin que yo pueda detenerlo. Muchas personas usan armaduras o falsas pretensiones para pararlo. Yo usé una cerca, una puerta y una ventana cerradas, más una postura de rechazo para resistir…, pero fue en vano. Excepto la muerte y una lápida encima de la tumba, nada más puede contenerlo.

Hace unos años, mi madre usó su muerte para frenar el paso del tiempo. Todavía recuerdo claramente cómo murió de asfixia. Su último grito en su lecho de muerte, lleno de horror, pena y angustia, cual alambre de púas, perforó mi oído hasta el fondo, se me enterró en el tímpano. No lo he podido extraer, sigue allí, zumbando todo el tiempo.

Antes de este suceso, mi insufrible padre biológico usó el divorcio para separarse de mi madre, borrando así mis recuerdos de su piel y cortando de tajo los pensamientos que nos podrían haber unido. Él eligió ese modo particular para cercenar el tiempo. Mi padre siempre me recordó a una metáfora que escuché alguna vez: alguien sembró una semilla y luego la olvidó. Cuando la vio de nuevo, descubrió que la semilla se había convertido en un árbol frondoso con exuberante follaje y nuevos brotes esperando ser liberados. Pero ¿qué tipo de semilla es, de qué flores y brotes se trata? Intentó recordar, mas no pudo encontrar el momento de la siembra.

El tiempo se compone del flujo de mis pensamientos.

Ahora estoy sola y está bien. Ya no necesito hablar, estoy cansada del ajetreo y el bullicio de la metrópoli, esos zumbidos que como enjambre de moscas invisibles revolotean por mi mente, charlan, como si el lenguaje fuera la única forma de comunicación, su único alimento. Las personas intentan conquistar ese ajetreo a como dé lugar y hacerlo caminar a la par de su vida. Yo simplemente no creo en ese zumbido. El poder de un individuo es tan ínfimo que jamás podré aniquilar a las “moscas”… Lo único que queda es ignorarlas.

Vivo en una casa que me dejó mi madre en la antigua ciudad P y siento paz. Esta casa tiene puertas y ventanas por todas partes y un pasillo muy largo.

Vivir sola no me ha causado mayor inquietud. En el pasado, los días con mi madre tampoco se distinguían por nada especial. Ahora está bien. El tiempo, percibo, se cansó de tanto correr y se detuvo; se estancó en mi habitación y en mi rostro. El tiempo, al parecer muy agotado, se detuvo en mi cara, que se ve igual que hace unos años.

Y, sin embargo, mi corazón ya entró en la tercera edad y todo se ralentizó.

Por ejemplo, ya no discuto con la gente, porque he entendido que las disputas no tienen nada que ver con la verdad. Es únicamente una cuestión de quién ocupa temporalmente el “viento a favor” o el “viento en contra”, y ambos, al igual que perder y ganar, ya no tienen ningún sentido para mí.

Ya no creo que la tierra bajo nuestros pies sea un camino. Para mí es sólo un tablero de ajedrez enorme y desordenado. La mayoría de las personas en este mundo piensan en él y eligen con la punta de los pies. Si alguien usa la mente para elegir el camino, entonces debe asumir la soledad que viene al navegar contracorriente, como un anciano lleno de preguntas y dudas que se detiene a observar en la ruta.

Me apasiona el vegetarianismo. Soy una vegetariana convencida, terca y prejuiciosa que cree que el vegetarianismo es el único recurso para no confundir el cuerpo y el espíritu, y que con ello es posible conservar la mirada clara y hermosa.

Me gusta la jardinería de balcón, un árbol de caucho alto, una monstera y algunas plantas perennes. Así puedo disfrutar del oxígeno puro y fresco sin tener que ir a un parque ruidoso.

Hace unos días, mi amigo médico Qi Luo me sugirió que fuera a verlo. Preocupado, me preguntó algunas cosas y yo le respondí que simplemente no quería ver a nadie. Las palabras allí afuera son como luz de luna disfrazada, carecen de sentido. Creer que una conversación te puede traer consuelo es como creer que dibujar una barra de pan te puede provocar hambre.

Mi cuerpo no necesita medicinas, ni mi espíritu requiere algún tipo de religión.

Le dije que, si acaso lo necesitara, entonces iría a verlo. “Cada día te mueves más hacia la evasión”, dijo mi amigo.

Sé que una de las tendencias de la civilización es nombrar a las personas y las cosas extrañas. Finalmente son sólo nombres y ya. Mi nombre Ni Aoao, siendo nombre y nada más, no sé en qué se distingue de la palabra “perro”.

En este instante estoy tumbada de lado en mi enorme cama blanda: mi arca sobre el océano, mi castillo en tiempos de caos, mi hombre y mi mujer.

Un destello de luz matutina de verano mezclado con el ruido del hueco exterior atraviesa las grietas de la cortina y cae sobre mis cansados párpados que no se quieren levantar. Aquel halo mañanero baila la danza del tiempo sobre mis ojos.

No me gusta que me ilumine el sol, porque me revela, me quita la sensación de seguridad, me hace sentir que todos los órganos de mi cuerpo están expuestos al mundo; siento pánico e inmediatamente busco colocar un centinela en cada poro para evitar el encandilamiento. Hay, sin embargo, demasiada luz en el mundo. La luz de cada par de ojos es más siniestra y agresiva que toda la luz solar. Si permitiera que ella invadiese mi naturaleza débil, me sentiría perdida, ultrajada, y simplemente colapsaría.

Porque yo sé que la vida envuelta en cualquier tipo de luz está llena de disfraces y mentiras.

Nací en una noche cualquiera en 1968, un año nada particular. Salí silenciosamente del vientre intranquilo de mi madre, con una sensación de incomodidad y miedo al mundo, llorando de pánico como un cordero asustado. La luz al nacer era de un azul claro suave, y desde entonces odio la claridad intensa.

Según algunos libros sobre el zodiaco y las constelaciones, la mujer nacida en ese día tendría el temple de la monja española Teresa de Ávila.

Pero hoy, treinta años después, me doy cuenta de que aún no he logrado saltar por encima de la luz deslumbrante. Ahora, acostada en mi cama grande, siento los pies del sol saltando sobre mis párpados, y cada paso es una página que da vuelta en el tiempo.

Solía sentir que yo era un ángel, pero incluso los ángeles se convierten en demonios irracionales. Alguien alguna vez dijo: “El camino al Infierno probablemente esté pavimentado con ideales sobre el Cielo”.

¡Qué tan locos deben de ser los tiempos para que todas las células vivas envueltas en su poderosa luz se petrifiquen! No quiero levantarme. ¿Por qué debería hacerlo? No necesito salir como los demás a trabajar para ganar dinero. Mientras pueda mantener un mínimo de bienestar, no quiero salir y ganar dinero.

Abro por fin los ojos, miro una extraña mancha negra en la almohada y la examino durante largo tiempo. Por un momento, siento que mi alma deja mis extremidades para deambular por la cama y examinar el cuerpo acostado desde tres distintas dimensiones. Uso todas mis fuerzas para identificar aquella mancha porque quiero reincorporar mi alma humeante a mi cuerpo.

En esta habitación de color rosa, en esta cama solitaria durante por lo menos un año, no ha habido otro líquido más que tinta negra y azul. Unas pocas hojas blancas y una pluma yacen esparcidas debajo de mi almohada. Tengo la costumbre de escribir o garabatear apoyada sobre la cabecera de la cama, ya sean fragmentos de mi diario que jamás va a publicarse, cartas que nunca serán entregadas o simplemente divagaciones de mi mente, todos esos escritos son, sin duda, el producto de las batallas que libra mi corazón con el exterior, son mis gritos en este mundo.

A menudo me siento desconectada de mi conciencia, siento que a mi alrededor sólo hay enemigos, y yo misma me convierto en alguien más, alguien que incluso no tiene género, tal y como le sucede a aquel personaje en la serie estadunidense Mirror, que está solo frente al espejo del baño, cuya superficie lisa cubre el vapor con una capa de neblina, la ventana está entrecerrada y aun así, el poco viento que entra lentamente balancea la cortina del baño que cubre sus partes íntimas. Este hombre autocompasivo se encierra en el baño porque se ha cansado de exponer su corazón y su cuerpo al mundo durante tanto tiempo. Ojos invisibles acechan por doquier y desde el aire espían con malas intenciones a esa persona. No reconoces su género, porque esa persona no quiere que lo sepas.

A menudo siento que soy la persona en el espejo. Me reconozco en aquel falso espejo, reflejo mixto de la percepción de un observador y un observado, una persona asexual cuyo género ha sido sepultado o menoscabado por muchos factores externos. Debido a la luminosidad, esta persona tiene la posibilidad de desarrollarse en muchas direcciones. Me di cuenta de que la realidad del mundo exterior está completamente distorsionada y deformada, como si todo fuera una ilusión.

En muchos libros religiosos o filosóficos, ya sea orientales u occidentales, he leído que, si uno quiere alcanzar la iluminación, la sensación de fragmentación es una experiencia necesaria. Aunque todavía me preocupa que este desdoblarse, esta despersonalización, algún día me haga perder el control y explotar en medio de la locura.

En esta mañana de luz deslumbrante y cristalina miré la mancha de tinta al costado de la almohada, salpicada probablemente a la hora de garabatear.

Intentaré describir la mancha: un mapa hueco que parece simbolizar algunas características de los habitantes del planeta Tierra; vacío, separación, fragmentación y deseo. En la esquina superior, una pareja de cabras macho y hembra enfrentada. El género arraigado los impulsa a lanzarse el uno contra el otro y a la vez la repulsión entre los opuestos los aleja. El barranco en el medio es un agujero negro sin fondo; los dos extremos, el izquierdo y el derecho, son dos monstruos que corren salvajemente en direcciones opuestas. Aquél es un corazón gigante, vaciado por los años, un tragaluz ante montañas calvas y desierto, un labio que respira enojado y sediento, un útero abierto que espera la humedad de la lluvia y el rocío, una lágrima seca, ojos llenos de desesperación, un pedazo de pulmón devorado por una polilla.

No quiero levantarme, quiero sumirme durante mucho tiempo en la imaginación que despierta esta mancha de tinta.

Todo este año, la contemplación ha ocupado gran parte de mi vida diaria. En medio del hedonismo de la vida moderna, la “vida de los juegos”, lo mío está muy alejado de la moda. De hecho, la alegría es una especie de defecto, al igual que la tristeza.

Me siento infinitamente vacía y pobre cada vez que me levanto de la cama. Los días son como una taza de té insípido, simplemente no encienden mi motor. No sé qué más necesito. En mi vida no tan larga he probado todo lo que debería e incluso aquello que no tenía que haber catado.

Quizás todavía necesito un amante. Un hombre o una mujer, un anciano o un adolescente, o incluso simplemente un perro. Ya no exijo ni pongo límites, pues debo entender que no me queda más que renunciar a la perfección y aceptar las deficiencias. Porque sé que el sexo en sí es estúpido.

Para mí, un amante no es necesariamente un ser sexual. Porque el sexo es sólo un condimento, un lujo en la percha, y nunca ha sido mi problema.

Mi problema está en otro lado: soy una persona discapacitada en tiempos discapacitados.

1• BAILE DE PUNTILLAS EN MEDIO DE LLUVIA NEGRA

Esta mujer es una herida profunda, es nuestra fortaleza al andar por el mundo. Sus ojos emiten luz, y esa luz es mi camino. Esta mujer llena de heridas, de cuerpo desgarrado, es nuestra madre a la que pronto vamos a parir.

Tenía entonces once años o menos. El clima en aquella noche de verano era como mi estado de ánimo: siempre torcido. Decidía llover y, ¡plas!, se desbordaba el agua, que siempre se concentraba primero en mi cuerpo. Después de una ráfaga de viento, vi la manga sobre mi brazo delgado y la remangué llena de furia. Los pantalones en las piernas estaban aún más enojados, rectos como un delgado palo de madera, no decían nada. Entonces, le dije a mi manga: “Señorita No, no estamos enojadas”. Nombré a mis brazos “Señorita No” porque creo que muchas veces representaban mi cerebro.

Posteriormente, le dije a mis piernas: “Señorita Sí, vamos a casa a buscar a mi madre”. Nombré a mis piernas “Señorita Sí” porque creo que con mayor frecuencia sólo representan mi cuerpo y no mi voluntad.

En el camino consolé a mis dos Señorita No. Por supuesto que lo hacía en mi mente, sin emitir ningún sonido.

A veces sentía que yo era mucha gente y todo se tornaba muy animado. Estábamos constantemente intercambiando ideas y contándonos problemas que nos topábamos en el camino. Yo siempre tenía muchos problemas.

Lo más extraño era que cuando mis Señoritas Sí y No levantaban la cabeza, descubrían que nadie más alrededor estaba mojado. “¿Por qué siempre soy la primera en mojarme?”, pensaba. Aunque no entendía, creía ser más lista que mis Señoritas porque yo no me enojaba.

¿De qué sirve estar enojada? En una ocasión, después de una tormenta eléctrica, un arcoíris colgaba en el cielo, el suelo húmedo en el patio estaba cubierto de hojas verdes, golpeadas por el viento y la lluvia. Había un enorme árbol de azufaifo frente a mi casa, que siempre consideré que era mucho más grande que el “Azufaifo de mi patio” descrito en mis libros de texto, porque sus ramas eran los brazos más largos que había visto: se extendían desde el este hasta el oeste del patio y, firmemente sujetas a la pared de la cerca alta, lo cubrían por completo. Todos los veranos nos daba jugosos azufaifos dulces como la miel.

Después de la tormenta fui al patio donde aún había agua acumulada para recoger los frutos caídos. De repente, encontré un gorrión muy pequeño parado en una rama torcida por el viento y la lluvia. Estaba desconcertada, sin saber qué hacer al principio. Lo tomé con ambas manos, lo puse en una jaula y le ofrecí agua limpia y mijo. Mi madre me dijo:

—Si lo encierras, se volverá loco porque él tiene su vida y su propio hogar.

Respondí que lo quería mucho y que lo iba a alimentar. Mi madre me aseguró que el pájaro no iba a comer lo que yo le proporcionara. No le creí. Unos días más tarde, el gorrión murió. Se negó a comer y murió de coraje.

Cuando un niño de la casa vecina me vio criar un gorrión, trajo un gato. El animal ya era grande y gordo cuando llegó. Me asombró su capacidad de adaptación: veía comida y comía; veía una cama y dormía; veía gente y movía la cola. La leche era su madre y él sobrevivió, a diferencia de mi gorrión obstinado. Desde entonces odio a los gatos, esos ladrones de vidas, esos especuladores sin escrúpulos, tan parecidos a muchos seres humanos que fui conociendo conforme crecía.

El incidente del gorrión me puso muy triste y a mis once años me dio una lección de vida. Solía tocar mi dedo índice que sostiene los palillos: “Señorita Palillos, debemos aprender a no enojarnos, de lo contrario, morirás de coraje”. A mi dedo índice lo llamé “Señorita Palillos”.

Mi madre me dijo que cuando llueve, aquellos que más rápido corren son los primeros que se mojan. Pero cuando la lluvia me empapaba, yo, al igual que otros a mi alrededor, estaba parada o pensaba en algo. Consolaba a las Señoritas Sí y No mientras analizaba qué demonios estaba pasando conmigo. Más tarde decidí que las cosas invisibles, como los nervios o la sangre dentro de mi cuerpo, tenían pies que corrían demasiado rápido, capaces de aspirar, de atrapar la lluvia y empapar mis plantas.

Caminé sola a casa. Sabía que nadie del salón estaba dispuesto a acompañarme porque era la más pequeña del grupo, la más enclenque, flaca y poco comunicativa, por lo que todos siempre me ignoraban. A eso había que sumarle que el Maestro T lanzó una campaña sistemática para aislarme. Yo siempre le guardé un gran rencor y nunca entendí por qué él se empeñaba en apartarme.

El Maestro T constantemente me exhibía como la más estúpida de la clase. Los aprietos en los que siempre me metía me causaban gran enojo y tristeza. Aunque era la más joven, era una chica lista. A veces solía trenzarme el pelo al revés, especialmente cuando estaba nerviosa. A veces mi mano izquierda se equivocaba al señalar los puntos cardinales y la derecha olvidaba que era responsable de escribir. Pero yo siempre trataba de demostrarle a todos que no era la más estúpida de la clase.

Una vez, el Maestro T llamó a mi madre a la oficina de la escuela y le sugirió llevarme al hospital para verificar si tenía algún defecto en mi cerebro. Dijo que yo parecía estar muda y que nunca podía adivinar los miles de ideas que cruzaban por mi cerebro.

¡Vaya! ¡Con qué facilidad usó la palabra “defecto”!

En aquel entonces, el Maestro T, que sumaba unos veintinueve años, enfrentó con mucha arrogancia a mi madre, ocho o nueve años mayor que él. Recuerdo que mi madre me tomó de la mano y se paró frente al Maestro T con respeto y cortesía. Los tres, tiesos, estábamos parados a la sombra de un enorme azufaifo frente a la puerta de la oficina, detrás de nosotros se encontraba la mesa de pimpón —nada regular, por cierto— donde los niños sin mucho que hacer tallaban agujeros aún más irregulares, responsables del cambio de dirección de cada pelota durante los partidos. Los tres nos quedamos uno frente al otro sin lograr un círculo armonioso y suave. El maestro era enorme. El aire saltaba con furia cual llamas invisibles en el espacio entre nosotros. Recuerdo claramente que yo le llegaba justo al codo al Maestro T. Estaba absolutamente segura de eso, porque al dejar de comparar nuestro tamaño, mis ojos nunca dejaron de mirar su brazo robusto. Aunque en repetidas ocasiones me contuve de mirar hacia arriba y de morder aquel brazo fuerte, a mis once años definitivamente dejé una marca eterna en su grueso brazo; lo mordí con los ojos.

También en ese instante aprendí algo: incluso si crecía, nunca sería tan alta y fuerte como él; incluso si crecía mucho, nunca lo vencería. Descubrí este hecho cruel e inmutable gracias a mi madre: “¡Él es hombre!”, exclamó.

Mi madre estaba tan bien entrenada en esos oficios que casi parecía adularlo.

—Apenas es una niña, ¿en qué va a pensar? Siempre ha sido muy sensible, miedosa y tímida.

—No habla cuando tiene que hacerlo y parlotea cuando no debe. En conclusión, es una niña problemática —contraatacó.

Pensé que el Maestro T era un desvergonzado, pues las cosas no eran así. Un día, la oficina de asuntos escolares mandó inspectores a las clases para examinar el desempeño de los maestros. Cuando le tocó a nuestro salón, todos los compañeros excepto yo pronunciaron un discurso, conforme lo practicado el día anterior. Los compañeros casi al unísono cantaron alabanzas al Maestro T. Yo enterraba mi cabeza o simplemente miraba la pared sin decir una palabra. Cuando mi compañero, jefe del grupo, contó que el Maestro T ni dormía ni comía por corregir nuestra tarea, éste lloró.

Yo, angustiada y muy avergonzada, con el corazón latiendo a toda velocidad, no podía articular ni una palabra. Tan pronto como el inspector se fue, el Maestro T me levantó del asiento y me reprendió frente a todos. Cuanto más se encendía él, yo menos encontraba dónde esconderme. Al otro día, finalmente reuní fuerzas y fui la primera en hablar. Ahí va lo que dije: “La vez pasada yo no hablé y el Maestro T me reprendió severamente. Al darme cuenta de que estaba equivocada, he decidido corregir mi falta y hablar. El Maestro T, en efecto, es generoso y muy entregado. Por ejemplo, ayer, cuando vinieron los inspectores, para prepararnos, guio nuestras intervenciones palabra por palabra hasta muy tarde”.

Dije todo eso en un solo suspiro y luego me senté muy emocionada. Sin embargo, tan pronto como los inspectores se fueron, se escuchó el grito del Maestro T:

—¡Ni Aoao, de pie!

Éste me levantó del asiento y me regañó en un tono aún más feroz que el día anterior. Realmente no supe en qué me había equivocado esta vez. Juro que, en ese momento, aunque reacia a hacerlo, estaba segura de que mis palabras eran puras alabanzas para el Maestro T. Además de no entender mi error, su rostro desfigurado de coraje me provocó una enorme angustia. Agaché la cabeza y me puse a murmurar.

A gritos, el Maestro T me pidió expresar en voz alta mis murmullos ahogados. Pero yo no iba a decir nada más, no iba a permitir que una sola grieta en todo mi cuerpo tímido y violentado pudiera filtrar mi diálogo interno, así que no tuve más alternativa que quedarme muda, cual una tonta.

Después de ese incidente, el salón entero dejó de hablarme. A la vez, yo también perdí la confianza en todo el mundo, aunque no supe por qué. Pensaba que incluso el clima era falso, me sentía como una nube solitaria en el cielo despejado. Mientras caminaba sola, me decía que incluso el globo terráqueo era falso porque daba vueltas.

Lo que más anhelaba todos los días era regresar lo más pronto posible a casa. Sabía muy bien que con mi padre no podía contar. Era un funcionario arrogante, altivo y mediocre. Durante muchos años (aproximadamente desde mi nacimiento), lo han relegado y excluido, lo que ha exacerbado su arrogancia, irritabilidad y nerviosismo. Jamás se rebajará para hablar con un maestrillo de primaria, aunque para mí significara un asunto de vida o muerte, y aún menos con alguien tan terco y altanero como el Maestro T. En menos de diez minutos estallarían en pleito. Porque son hombres.

Y así las cosas, siempre era mi madre la que veía al Maestro T. El punto es que a mi padre yo no le importaba, ni siquiera mi madre le importaba, y yo era asunto de mi madre. Mi padre sólo se preocupaba por sí mismo.

Pensé también que cuando fuera grande jamás me casaría con un hombre como mi padre, que no representaba ningún sostén ni para mí ni para mi madre. Decidí que tenía que casarme con el ministro de Educación, que podría regañar al Maestro T e incluso abofetearlo, y no hacer como mi madre, que enterraba la humillación profundamente en su corazón.

Pero recordé que cuando, unos días atrás, construían la cocina en casa, el inútil de mi padre no sólo no ayudó, sino que les gritó a los albañiles que mi madre había contratado. Mamá, sin remedio, extremadamente avergonzada, buscaba maneras de disculparlo frente a los trabajadores, mientras que yo juré en ese momento que me casaría con un hombre que construyese cocinas. Recuerdo que estaba muy confundida por no poder decidir si era mejor casarse con el ministro de Educación o con un experto en cocinas.

Las negras gotas de lluvia, como enloquecidas, caían esa noche del cielo despejado y aterrizaban en el suelo después de producir un sonido nada armonioso a la hora de golpear mi cuerpo.

Entre la lluvia, de repente vi la silueta silenciosa de mi madre en la intersección de la calle, ella suavemente inclinada hacia adelante. Esa mujer sola, terriblemente sola, parecía buscar luz en medio de la lluvia del cielo y la lluvia de la vida siempre nublada. Aquel cuerpecito mojado de su pequeña hija en sus ojos era una llama persistente en medio de una gran inundación. Esa llama en la arena de la vida le permitía danzar el pasodoble que mantienen el espíritu y la materia.

2• ABUELA TUERTA

Le decimos “sí” a los padres, le decimos “sí” a la vida, mas no existe un “no” más rotundo.

En cuanto escuché el rugido de mi padre, la lluvia se detuvo de repente.

Esa lluvia era como el llanto de los bebés: comienza sin preludio, sin presagio de asfixia, luego vienen chorros de lágrimas, hasta que cesa abruptamente. Las nubes pequeñas y oscuras se despejaron dejando las gotas suspendidas en algún lugar del aire. Inesperadamente, éstas decidieron no caer, o quizás el grito de mi padre las asustó.

Horrorizada, clavé mis pies en el piso mientras jalaba la manga de mi madre.

—¿Mamá? —Ella levantó la vista al cielo, que había decidido dejar de llorar. Mi madre limpió la humedad en sus ojos, abrazó mi hombro y regresamos a casa. No tuvo ninguna intención de decirme ni de insinuarme que ella y mi padre habían peleado de nuevo.