Visionando lo más bello - John Piper - E-Book

Visionando lo más bello E-Book

John Piper

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Beschreibung

Cuando Agustín entregó el liderazgo de su iglesia en 426 a.C., su sucesor se encontraba tan abrumado por la conciencia de su incompetencia que declaró "El cisne guarda silencio", temiendo que la voz del gigante espiritual se perdiera en poco tiempo. Pero por 1,600 años, Agustín no ha guardado silencio, ni tampoco lo han hecho los hombres que fielmente han tocado la trompeta por causa de Cristo después de Él. Sus vidas han inspirado cada generación de creyentes y nos impulsan a tener una mayor pasión por Dios. Este libro es acerca de la relación entre el esfuerzo poético y el poder percibir, saborear y expresar la verdad y la belleza, específicamente la verdad y belleza de Dios en Cristo. Los tres hombres de los que habla este libro hicieron un esfuerzo poético por ver, saborear y expresar las glorias de Cristo. Este esfuerzo en ellos fue intencionalmente dependiente de Dios, buscando encontrar maneras penetrantes, imaginativas y brillantes de expresar las excelencias que ellos contemplaron. Mi tesis en el libro es que este esfuerzo por expresar las cosas de una manera bella, es posiblemente, una forma de poder ver y saborear más la belleza. John Piper

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Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.orgISBN 978-1-629463-05-6

Seeing Beauty and Saying Beautifully Copyright © 2014 by Desiring God Foundation Published by Crossway a publishing ministry of Good News Publishers Wheaton, lllinois 60187, U.S.A. This edition published by arrangement with Crossway. All rights reserved. Todos los Derechos Reservados.

© 2021 Publicaciones Faro de Gracia. Traducción al español realizada por Giancarlo Montemayor edición de texto, diseño de la portada y las paginas por Francisco Adolfo Hernández Aceves. Todos los Derechos Reservados.

Ninguna parte de esta publicacion puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperacion de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio — electronico, mecanico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor. Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina–Valera 1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.

En memoria deClyde S. Kilbycuyo esfuerzo poético en el aulanos hizo saborear lo que él veía

Contenido

Prefacio

Reconocimientos

Introducción

1. «Mientras vivo, yo estoy contigo»

2. «¡No seré un predicador de boca aterciopelada!»

3. C. S. Lewis: Romántico, racionalista, comparador, evangelista

Conclusión

Otros títulos de esta serie

uando Eraclio, el sucesor de Agustín como obispo de Hipona en el año 400 d.C., dijo de su imponente predecesor: «El cisne guarda silencio», comparó su propia voz con la de Agustín como un grillo chirriante. No se refería principalmente a la belleza de la elocuencia de Agustín, sino a la belleza, el poder y la plenitud de sus ideas.

Pero cuando digo de George Herbert, George Whitefield y C. S. Lewis que estos cisnes no guardan silencio, tengo en mente precisamente la forma en que su elocuencia y sus ideas se relacionan entre sí. El objetivo de este volumen de Los cisnes no guardan silencio, es sondear la interrelación entre ver la belleza y expresarla bellamente.

George Herbert, Pastor–Poeta

George Herbert murió en 1633 poco antes de cumplir cuarenta años. Al final de esa corta vida, se convirtió en pastor anglicano del campo. Escribió un libro llamado The Country Parson [El párroco del campo]. Pero es conocido hoy por su incomparable combinación de arte poética y profunda fe cristiana. Si se ha de considerar algún cisne al reflexionar sobre la relación entre ver la belleza de Cristo y hablarla con una habilidad técnica y artística incomparable, ese es George Herbert. Él es «posiblemente el letrista devocional británico más hábil e importante hoy [el siglo XVII] o de cualquier otra época».1

George Whitefield, predicador–dramaturgo

George Whitefield fue un evangelista cristiano inglés que vivió de 1714 a 1770. Cruzó el Atlántico trece veces y está enterrado, no en su tierra natal, sino en Newburyport, Massachusetts. Junto con John Wesley en Inglaterra, Howell Harris en Gales y Jonathan Edwards en Estados Unidos, Whitefield fue uno de los catalizadores principales del Primer Gran Avivamiento (aunque de una manera más internacional que cualquiera de ellos).

El ritmo de predicación que desarrolló durante treinta años fue casi sobrehumano. Se calcula que predicó unas mil veces al año durante treinta años. Eso incluyó al menos dieciocho mil sermones y doce mil discursos y exhortaciones.2 Pero no es el ritmo lo que nos preocupa en este libro, sino el poder, específicamente las conexiones entre el poder de su percepción bíblica, el poder de su elocuencia natural, y el poder de su eficacia espiritual.

Sarah, la esposa de Jonathan Edwards, dijo que Whitefield era un «orador nato».3 Benjamin Franklin, quien rechazó la teología entera de Whitefield, dijo: «Cada acento, cada énfasis, cada modulación de voz, estaba tan perfectamente bien dirigida y bien colocada, que aunque uno no tuviera interés en el tema, era imposible sentirse complacido con el discurso».4 Entonces, las personas han preguntado: «¿Fue, entonces, la efectividad de Whitefield solo natural en lugar de espiritual y eterna?» J. C. Ryle ciertamente no lo creía así: «Creo que el bien directo que hizo a las almas inmortales fue enorme. Iré más lejos, creo que es incalculable»5.

George Whitefield no era un poeta en el sentido estricto como lo era George Herbert. Pero su arte de predicar, con todas sus dimensiones verbales, emocionales y físicas, era una obra de arte tal que Benjamin Franklin dijo que escucharlo era «un placer muy parecido al que se recibe de una excelente pieza musical».6 Por lo tanto, Whitefield nos proporciona un segundo semillero histórico para nuestra pregunta sobre la relación entre ver la belleza y hablarla bellamente.

C. S. Lewis, erudito–novelista

C. S. Lewis es el tercer enfoque de nuestro estudio. Peter Kreeft asombrado por Lewis dice: «Clive Staples Lewis no era un hombre: era un mundo».7 Lewis vivió de 1898 a 1963 y pasó su vida laboral como profesor de literatura medieval y renacentista en Oxford y Cambridge. Pero es más conocido como el autor de los libros para niños (que a los adultos les encantan) Las crónicas de Narnia, algunos de los cuales se han convertido en películas.8

Lewis quería ser un gran poeta. Pero admitió a los cincuenta y seis años que su poesía tuvo «poco éxito».9 Sin embargo, dice:

El hombre imaginativo que hay en mí está (…) continuamente operando (…) Fue él (…) quien me llevó a encarnar mi creencia religiosa en formas (…) simbólicas, que van desde Escrutopo hasta una especie de ciencia ficción teologizada. Y, por supuesto, ha sido él quien me ha traído, en los últimos años, a escribir la serie de cuentos narnianos para niños.10

Este «hombre imaginativo» que quería ser un gran poeta siguió siendo un verdadero poeta en toda su prosa. Alister McGrath lo expresó bien cuando dijo que gran parte del poder de Lewis era

Su habilidad para escribir prosa teñida de una visión poética, sus frases cuidadosamente elaboradas perdurando en la memoria porque han cautivado la imaginación. Las cualidades que asociamos con la buena poesía (…) [abundan] en la prosa de Lewis.11

Lewis tenía los ojos y la pluma de un poeta. De todas las personas que he leído, Lewis —como Jonathan Edwards, pero por diferentes razones— ve belleza y asombro en lo que observa, y despierta mi mente para hacer lo mismo. Veía belleza, y lo que veía, lo expresaba maravillosamente. La combinación le ha dado un poder duradero. Es el apologista del siglo XX más leído en la actualidad. Es más popular e influyente ahora que nunca en su vida.

Tres anglicanos y su esfuerzo poético

Este libro se trata de la interrelación entre contemplar la belleza y poder comunicarla de manera bella (y el impacto que este esfuerzo puede tener en nuestras vidas). El libro está basado en la vida y obra de tres cristianos anglicanos: un pastor–poeta, un predicador– dramaturgo y un erudito–novelista. Todos, a su manera, hicieron un esfuerzo poético sostenido en lo que hablaban y escribían. Este libro trata sobre ese esfuerzo y cómo se relaciona con ver la belleza y despertar a otros para que la vean, especialmente la belleza de Jesucristo.

e suele reconocer a John Donne como el más grande de los llamados poetas metafísicos. Tenía veintiún años más que George Herbert y era un amigo íntimo de la madre de Herbert. La influencia de Donne en Herbert fue significativa. Algunas de sus citas más famosas son:

Ningún hombre es una isla,Entero por sí mismo,Cada hombre es un pedazo del continente, una parte del principal (…)

Y por lo tanto, nunca envíe para saber por quién tocan las campanas; Tocan por usted.12

Cuanto mayor me hago y más de mi vida en esta tierra está detrás de mí en lugar de delante de mí, más siento la verdad de esto. Soy como un hilo en una tela, una uva en un racimo, una chispa en un fuego, una abeja en una colmena, un nervio en un cuerpo, un ingrediente en una receta, una piedra en una pared o una gota en un océano.

Sin duda, valoro profundamente la individualidad y detesto los horrores de la igualdad comunista, homogénea y constreñida. Dios creó a los individuos con asombroso carácter distintivo y como reflejos únicos de Su gloria. Sin embargo, la gloria suprema puede verse, cuando estos reflejos componen juntos una exhibición unificada de la grandeza de Dios, como una vidriera con miles de fragmentos revela una imagen brillante, no a pesar de las diferencias entre los fragmentos, sino debido a ellos. O como un tapiz con millones de hilos inigualables (amarillo, naranja, azul y carmesí fragmentados por separado) que se tejen en un todo perfecto.

De modo que no es humildad artificial para mí decir que estoy más agradecido a los sesenta y ocho años que nunca por las personas que han hecho posible este libro. Son más de los que puedo recordar u honrar. Decenas de los que han hecho posible este libro están muertos. Han estado muertos durante siglos y son una parte tan importante de mi vida como muchos de los vivos. En mi casa, en la escuela preparatoria, en la universidad, en el seminario, en la escuela de posgrado, en la enseñanza universitaria y en el pastoreo, ha habido cientos de personas que han moldeado mi forma de pensar y mi forma de responder al mundo y a Dios.

Y están los obvios que son cercanos y preciosos. Mi esposa, mis hijos e incluso mis nietos dan forma a mi corazón en estos días. Noël y Talitha son un hogar para mi mientras los tres comemos, dormimos, hablamos, leemos y oramos juntos.

David Mathis, editor ejecutivo de desiringGod.org, y Marshall Segal, mi asistente ejecutivo, protegen, destilan, proporcionan, sugieren, corrigen, refinan y alientan con devoción y excelencia para que yo pueda prosperar en el ministerio de la Palabra.

Desde que dejé el cargo de pastor de predicación en mi iglesia Bethlehem Baptist Church en marzo del 2013, Desiring God ha sido mi nueva base de operaciones. Soy fundador y maestro, recibo un salario, y puedo servir como director del Bethlehem College and Seminary y enseñar frecuentemente. Todo esto significa que estoy rodeado y sostenido por un increíble equipo de socios (en DG y BCS) comprometidos a difundir la pasión por la supremacía de Dios en todas las cosas para el gozo de todos los pueblos a través de Jesucristo.

Doy gracias al Señor por este hermoso tapiz de la vida en el que Dios me ha entretejido.

Crossway está dispuesto de nuevo a publicar otro volumen, el sexto, de la serie Los cisnes no guardan silencio. Gracias a esta asociación, el fruto de todas las demás influencias de mi vida se pone a disposición del público. Que Dios continúe tejiendo, con este libro, decenas de miles de hilos en el gran tapiz de su propósito exaltador de Cristo en el mundo.

No soy una isla. Cuando suena la campana de la pérdida en las vidas de otros, yo también soy afectado. Con este libro espero que más de nosotros seamos entretejidos. Oh que el tapiz crezca, que la belleza aumente, que se multipliquen las aflicciones hasta que la última puntada se realice y al final pueda contemplarse la belleza perfecta.

Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios (…) ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? (…)

Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres (…) Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.

El apóstol Pablo1 Corintios 1:17–2:2

ste libro se trata de la relación entre el esfuerzo poético, y el percibir, disfrutar y expresar la verdad y la belleza; especialmente la verdad y la belleza de Dios en Cristo. Por esfuerzo poético, no me refiero al esfuerzo por escribir poesía. Aquellos que hacen el mayor esfuerzo poético, como yo estoy usando el término, pudieran nunca escribir un poema. Sólo uno de los tres hombres de este libro es conocido principalmente por su poesía: George Herbert. Pero los tres hicieron un esfuerzo poético en sus comunicaciones que exaltan a Cristo. Hicieron un esfuerzo poético por ver, saborear y mostrar las glorias de Cristo. Este esfuerzo fue la intención y el esfuerzo dependiente de Dios para encontrar formas impactantes, penetrantes, imaginativas y estimulantes de expresar las excelencias que vieron. Mi tesis es que este esfuerzo por hablar bellamente es, quizás sorprendentemente, una forma de ver y saborear la belleza.

Por ejemplo, cuando escucho a mi hija cantar canciones de adoración en su habitación, mi corazón se alegra. Pero cuando hago el esfuerzo de poner en palabras adecuadas lo que amo de su canto —en una conversación, en una tarjeta de cumpleaños, en un poema— escucho más, veo más, amo más. Así es con toda la verdad y la belleza: las maravillas de la naturaleza, los asombrosos sucesos de la historia redentora y las glorias de Cristo. Al hacer el esfuerzo poético de encontrar palabras adecuadas para estas maravillas, las vemos y saboreamos más profundamente y las pronunciamos con más poder. George Herbert, George Whitefield y C. S. Lewis descubrieron esto mucho antes que yo. Ha sido un gozo profundo seguir su descubrimiento y uso del esfuerzo poético para Cristo y Su reino.

Mi mayor temor

Mi mayor temor al escribir este libro es contradecir al apóstol Pablo cuando dice: «Pues no me envió Cristo (…) a predicar el evangelio (…) con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo» (1 Corintios 1:17),13 o cuando dijo: «… cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría» (1 Corintios 2:1).14 Hay una manera de hablar el evangelio, una forma de elocuencia, inteligencia o sabiduría humana, que anula la cruz de Cristo.

James Denney dijo: «Nadie puede dar la impresión de que él mismo es inteligente y que Cristo es poderoso para salvar».15 Esta declaración ha sido mi compañera constante durante las últimas tres décadas. Anhelo mostrar que Cristo es poderoso para salvar. Temo anular la cruz. Por lo tanto, la exhortación implícita a lo largo de este libro —hacer un esfuerzo poético y encontrar formas sorprendentes de hablar la verdad— corre el riesgo de contradecir las Escrituras. Eso es algo terrible.

Palabras imprescindibles

Pero el riesgo es inevitable. Toda persona que busque alabar a Cristo con palabras se enfrenta a este problema. Y no podemos prescindir de las palabras para elogiar a Cristo. Lo conocemos en las palabras de las Escrituras, y las mismas Escrituras nos enseñan cuán indispensables son las palabras en la vida cristiana. Dios ha diseñado el mundo y los seres humanos de tal manera que Su objetivo último y más elevado para la humanidad se realice a través de palabras humanas. Por ejemplo,

• El nuevo nacimiento se produce a través de palabras (1 Pedro 1:23– 25): «siendo renacidos (…) por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre… Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada» (cf. Santiago 1:18).
• La fe salvadora se logra a través de palabras (Romanos 10:17): «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios».
• La gracia de la edificación viene a través de las palabras (Efesios 4:29): «[salga de vuestra boca] la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes».
• El amor cristiano, la pureza de corazón y la buena conciencia vienen a través de las palabras (1 Timoteo 1:5): «Pues el propósito de este mandamiento [nuestras palabras] es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida».
• El gozo de Cristo en el creyente viene a través de las palabras ( Juan 15:11): «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido».
• La libertad del poder del pecado viene a través de las palabras (Juan 8:32): «y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
• Es decir, la santificación viene a través de palabras (Juan 17:17): «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad».
• Y la salvación final viene a través de la enseñanza con palabras (1 Timoteo 4:16): «Ten cuidado (…) de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren».

La obra decisiva de Dios

Por supuesto, si eso es todo lo que dijéramos acerca de la causa de estos grandes logros (nuevo nacimiento, fe, amor, santidad y salvación), entonces uno podría estar tentado a pensar que nuestro talento para usar palabras de manera efectiva es decisivo en provocar estas cosas. El esfuerzo poético y la «redacción de palabras» serían primordiales. Pero, de hecho, nuestras palabras no son decisivas para producir ninguno de estos gloriosos efectos. Dios lo es.

• Dios dio vida a Su pueblo mientras estaban muertos en sus pecados (Efesios 2:5), para que pudieran ser capaces de escuchar las palabras del evangelio.
• Por la gracia de Dios, nuestro pueblo llega a tener fe, «y esto no de vosotros, pues es don de Dios» (Efesios 2:8).
• Cuando nuestro pueblo alcanza alguna medida de santidad, es Dios «haciendo él en [ellos] lo que es agradable delante de él» (Hebreos 13:21).
• Si experimentan algún amor, gozo o paz que honre a Cristo, es el fruto del Espíritu de Dios (Gálatas 5:22).
• Si luchan con éxito contra cualquier pecado, es «por el Espíritu [de Dios]» que dan muerte a las obras de la carne (Romanos 8:13).
• Y si finalmente se salvan, es decisivamente porque Dios «[los] salvó (…) no conforme a [sus] obras, sino según el propósito suyo y la gracia» (2 Timoteo 1:9). Dios los guardó de tropezar (Judas 1:24); Dios completó la obra que comenzó (Filipenses 1:6).

En otras palabras, todos los objetivos más elevados del lenguaje son decisivamente obra de Dios. Son decididamente sobrenaturales. Y ninguna cantidad de esfuerzo poético o experiencia en el uso de palabras puede lograr los grandes objetivos de vida si Dios retiene su poder salvador. Lo que plantea la pregunta: ¿La forma en que usamos las palabras, el esfuerzo poético, hace alguna diferencia en la consecución de los grandes objetivos de la vida?

La importancia de cómo usamos las palabras

El Nuevo Testamento responde que sí, al menos en lo que respecta a la claridad de las palabras y la actitud de su entrega. La claridad de las palabras importa: «Orando también al mismo tiempo por nosotros (…) para que lo manifieste como debo hablar» (Colosenses 4:3–4). «Si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire…» (1 Corintios 14:9, cf. versículo 19). Y la actitud de como se entrega es importante. Pablo pide oración, «a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio (…) como debo hablar» (Efesios 6:18–20).

Esto nos deja preguntándonos: si Dios es la causa decisiva de los objetivos de nuestro ministerio y, sin embargo, Dios quiere que la claridad y la actitud de nuestras palabras marquen una diferencia en su eficacia, ¿hay otros aspectos del lenguaje (además de la claridad y la actitud) que podrían hacer una diferencia en su efectividad? ¿Y que del esfuerzo poético? ¿Qué hay del esfuerzo por encontrar palabras y formas de juntarlas que sean sorprendentes, llamativas, provocativas, que despierten, que sean creativas e imaginativas?

Elecciones inevitables de palabras

No estamos forzando esta pregunta en el texto de la Escritura. No somos nosotros, sino Dios, Quien ha hecho que las palabras sean indispensables para los eventos más grandes del mundo: eventos espirituales con efectos eternos. Y no podemos simplemente citar las Escrituras. Debemos hablar de eso. Explicarlo. Regocijarnos en ello. Defenderlo. Encomendarlo. Anunciarlo. Orarlo. Y cada vez debemos elegir palabras. ¿Qué palabras elegiremos?

Sabemos que diferentes palabras tienen diferentes asociaciones, connotaciones y efectos. Debemos elegir cómo poner estas palabras juntas en oraciones y párrafos. Debemos elegir cómo decirlas: suave o fuerte, rápido o lento, haciendo una pausa o no, con ternura o dureza, emocional o desapasionadamente, con gozo o tristeza, con gestos o sin gestos, caminando o parados, sonriendo o frunciendo el ceño, mirando a las personas a los ojos o mirando más allá de ellos. No podemos escapar de esto. Debemos tomar estas decisiones. Lo hacemos consciente o inconscientemente.

Adelante con el riesgo

De modo que no me arriesgo a escribir este libro porque quiera, sino porque he tenido que tomar estas decisiones todos los días de mi vida cristiana. Por supuesto, no tengo que escribir un libro al respecto. ¿Pero no es menos riesgoso no escribir un libro? ¿Debería tomar estas decisiones sin reflexionar? ¿Debería hacerlo sin modelos cristianos que me ayuden, como Herbert, Whitefield y Lewis? ¿Debería hacer el trabajo duro de pensar en estas cosas pero no compartirlo con nadie? Me parece que el riesgo de cada una de esas opciones es mayor que el riesgo de escribir este libro.

Entonces preguntamos: ¿El apóstol Pablo en 1 Corintios 1 y 2 tenía la intención de desalentar todo esfuerzo poético en elogiar la verdad y la belleza de Dios en Cristo? ¿Quería decir que no debemos hacer ningún esfuerzo en oración, guiado por la Biblia y dependiente de Dios para encontrar formas impactantes, penetrantes, imaginativas y que despierten, para expresar las excelencias de Cristo? No lo creo.16 Y tengo seis razones. La más importante es el contexto de 1 Corintios en sí y qué tipo de elocuencia Pablo realmente quería condenar.

1. ¿Qué tipo de elocuencia condenó realmente Pablo?

Volvamos a la mente de Pablo a través de un libro reciente sobre elocuencia de Denis Donoghue, profesor de inglés y letras americanas en la New York University. En su libro On Eloquence [Acerca de la elocuencia], sostiene que la elocuencia es un estilo sorprendente e impactante que es un fin en sí mismo.

Un discurso o un ensayo puede ser elocuente, pero si lo es, la elocuencia es secundaria a su objetivo. La elocuencia, a diferencia de la retórica, no tiene finalidad: es un juego de palabras u otros medios expresivos (…) El principal atributo de la elocuencia es la gratuidad.17

La elocuencia no tiene un propósito ni un fin en la acción (…) En la retórica, se intenta persuadir a alguien para que haga algo: en la elocuencia, se descubre con deleite los recursos expresivos de los medios disponibles.18

Dudo que la mayoría de las personas estén de acuerdo con esa definición de elocuencia. Eso sería como decir que la elocuencia no puede estar al servicio de un fin superior (como por ejemplo la elocuencia de Martin Luther King Jr. a favor de la causa de los derechos civiles, o la elocuencia de Winston Churchill en la causa de la defensa nacional británica). Pero bueno, la definición de Donoghue es importante por lo siguiente:

Los sofistas en Corinto

La definición citada anteriormente expresa lo que significaba la «elocuencia» en Corinto, la cual Pablo quería evitar. Donoghue está de acuerdo con E. M. Cioran en que esta noción de elocuencia gratuita comenzó con los sofistas hace dos mil años.

Los sofistas fueron los primeros en ocuparse de una meditación sobre las palabras, su valor, propiedad y función en la conducción del razonamiento: se tomó [por los sofistas] el paso capital hacia el descubrimiento del estilo, concebido como un objetivo en sí mismo, como un fin intrínseco.19

Uno de los libros más convincentes sobre el trasfondo de las palabras de Pablo con respecto a la elocuencia en 1 Corintios es Philo and Paul among the Sophists [Filón y Pablo entre los sofistas] de Bruce Winter. El argumento de Winter es que son precisamente los sofistas, y su visión de la elocuencia, los que forman el trasfondo de lo que Pablo dice sobre su propio discurso y cómo él ministró en Corinto.20

Así que consideremos brevemente las palabras de Pablo en 1 Corintios para ver si nos da suficientes pistas para mostrar qué tipo de elocuencia está rechazando. Dada mi definición de esfuerzo poético (que yo llamaría una especie de elocuencia), me queda claro que en el mismo acto de rechazar la elocuencia griega, Pablo está haciendo un esfuerzo poético. Por ejemplo, en 1 Corintios 1:25, dice: «Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres». No puede ser inconsciente de que es impactante decir que el evangelio es «lo insensato de Dios» y «lo débil de Dios». Esto corre el riesgo de blasfemar. Él podría habernos ahorrado a los predicadores el trabajo de explicar esta descripción atrevida y superior de la obra más grande de Dios como insensata y débil. ¡Pero no! Eligió una forma impactante de decirlo. Utilizó la ironía. Hizo un esfuerzo por seleccionar palabras que impactaran y obligaran a la gente a despertar y pensar. Eso es lo que quiero decir con esfuerzo poético. Y Pablo lo hace mientras condena cierto tipo de «elocuencia».

«No con sabiduría de palabras»

Entonces, ¿qué está condenando? Sabemos por 2 Corintios 10:10 que los oponentes de Pablo se burlaban de él por falta de elocuencia. Decían: «Las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable». También sabemos por al menos seis fuentes que los sofistas estuvieron presentes e influyeron en Corinto.21 A diferencia de Pablo, ellos daban una gran importancia al estilo y la forma como evidencia de educación, poder y sabiduría. Probablemente habían influenciado a algunos en la iglesia para que admiraran su tipo de elocuencia y la buscaran en los maestros cristianos. Bruce Winter dice: «Pablo adopta deliberadamente una postura anti–sofista y, por lo tanto, defiende sus actividades de plantación de iglesias en Corinto en un contexto de convenciones, percepciones y categorías sofistas».22

Eso es lo que encontramos en 1 Corintios 1:17: «Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo». Por lo tanto, la manera en la que Pablo se opuso a la elocuencia de los sofistas fue demostrando que la tal hacía vana la cruz de Cristo ¿por qué? ¿cuál es la causa de que esta clase de elocuencia prive a la cruz de su poder?

El versículo 18 da parte de la razón: «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios». La razón por la cual la cruz no encaja con la elocuencia de los sofistas, consiste en que para ellos la cruz era considerada como una locura; es decir, la cruz es tan destructiva del orgullo humano que aquellos que aspiran a la alabanza humana a través de una «elocuencia retóricamente elaborada»23 y «un sistema educativo elitista»24 sólo podían considerarla como locura. La cruz es el lugar donde nuestro pecado es visto como más horrible y donde la gracia gratuita de Dios brilla con mayor intensidad. Ambos significan que no merecemos nada. Por lo tanto, la cruz socava el orgullo y exalta a Cristo, no a nosotros, y eso la hacía una locura para los sofistas.

Vemos esto confirmado en el versículo 20: «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo?», el disputador, el hombre que es tan ágil con su lengua que puede tomar cualquier bando y ganar. Es suave, inteligente y ágil verbalmente. La verdad y el contenido no son el problema; las maniobras retóricas lo son. Pablo dice al final del versículo 20: «¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?» La sabiduría que está a la vista no es una cosmovisión profunda frente al cristianismo; es el sofisma de usar el lenguaje para ganar debates y mostrarse inteligente, elocuente y poderoso.

Entonces, la elocuencia que Pablo está rechazando no es tanto una convención de lenguaje en particular, sino la explotación del lenguaje para exaltarse a uno mismo y menospreciar o ignorar al Señor crucificado. Observa nuevamente en el contraste en el capítulo 2, versículos 1–2: «Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado». Lo que está diciendo Pablo (parafraseando) es: Siempre que me encuentre con escribas y polemistas que se jacten de su ego con sus competencias de lenguaje pretendiendo dejar la cruz en las sombras, entonces voy a hacer todo lo que pueda para sacarla de las sombras y ponerla a la vista de todos. Me rehúso completamente a entrar en los juegos de lenguaje de estas personas.

Las marcas de la buena elocuencia

Por lo tanto, entendiendo que hay buena elocuencia (el esfuerzo poético al que me refiero) y mala elocuencia (lo que Pablo está condenando en 1 Corintios), hay dos criterios que tenemos considerar para poder identificar la buena elocuencia. La buena elocuencia se humilla a si misma y exalta a Cristo. Esto se ve más claramente en 1 Corintios 1:26–31. Pablo describe el esfuerzo de los sofistas como jactancia.25

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia

El propósito de Dios, tanto en la cruz como en la elección, es que «nadie se jacte en su presencia» (v. 29). Ese es el primer criterio de la buena elocuencia: no proviene del orgullo ni de la jactancia. No proviene de un ego que busca la exaltación a través del habla inteligente.

Luego continúa en los versículos 30–31,

Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.

El segundo propósito de Dios, no solo en la cruz y en la elección, sino también en la gracia soberana de la regeneración (v. 30, «Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús») consiste en que toda la jactancia esté en el Señor Jesús, Quien fue crucificado y resucitado. «El que se gloría, gloríese en el Señor». Entonces, el segundo criterio de una buena elocuencia es que exalta a Cristo, especialmente al Cristo crucificado.

Esfuerzo poético que se humilla a sí mismo y que exalta a Cristo

Así que aquí está la primera razón por la que no creo que este libro contradiga 1 Corintios 1:17, donde Pablo dice: «no con sabiduría de palabras», o 1 Corintios 2:1–2, donde dice: «[No] con excelencia de palabras o de sabiduría