Vivir a tu luz - Abdelá Taia - E-Book

Vivir a tu luz E-Book

Abdelá Taia

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Beschreibung

Tres momentos en la vida de Malika, una mujer marroquí de campo. Desde 1954 hasta 1999. Desde la colonización francesa hasta la muerte del rey Hassan II. Su primer marido es enviado por los franceses a combatir en Indochina. En los años 60, en Rabat, hace todo lo posible para evitar que su hija Jadiya entre a trabajar como criada en el chalé de Monique. La víspera de la muerte de Hassan II, un joven ladrón homosexual, Jafar, irrumpe en su casa y quiere matarla. Es Malika quien habla todo el tiempo a lo largo de estas páginas, quien cuenta sus estrategias para escapar de las injusticias de la Historia. Para sobrevivir. Para encontrar su lugar. Malika es mi madre. M'Barka Allali Taia (1930-2010). Y le dedico este libro.

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VIVIR A TU LUZ

PRIMERA EDICIÓN septiembre 2023TÍTULO ORIGINAL Vivre à ta lumière

Publicado porEDITORIAL CABARET VOLTAIRE [email protected]

©2022 Éditions du Seuil©de la traducción, 2023 Lydia Vázquez Jiménez©de esta edición, 2023 Editorial Cabaret Voltaire SL

IBIC: FAISBN-13: 978-84-19047-18-2Producción del ePub: booqlab

Dirección y Diseño de la ColecciónMIGUEL LÁZARO GARCÍAJOSÉ MIGUEL POMARES VALDIVIA

FotografíasCubierta: retrato de la madre de Abdelá Taia ©Abdelá TaiaGuarda: Abdelá Taia ©Abderrahim Annag

«Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte»

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro -incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet- y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos.

Para mi madre: M’Barka Allali ( 1930-2010).Este libro viene enteramente de ti.Su heroína, Malika, habla y grita con tu voz.

1

BENI MELAL

Todo el amor de esta tierra.

Todo el amor que hay en esta tierra no me bastará y no me ayudará a soportar lo que me sucede después de ti, Allal.

Te has ido tan lejos, a un mundo del que no sé nada. Y no volverás.

En adelante, solo me quedarán el recuerdo, la ausencia, el amor sin ti.

Tú me miraste durante meses y meses cuando iba al zoco con mi padre. No le tenías miedo y dejabas que tus ojos me hablaran, me siguieran, me penetraran y decidieran por mí lo que vendría, lo que sucedería después. Ser, contigo. Ser tuya. Ser tu mujer. Tus ojos no me decían que yo era guapa ni que tú estabas enamorado de mí. No, nada de eso. Tus ojos retozaban, bailaban y me invitaban a hacer lo mismo. A bailar contigo en público, en el zoco. Eso era lo que querías, lo que te excitaba. Ver cómo iba a reaccionar yo, lo que iba a mostrar de mí. Mi respuesta a tus miradas, mientras mi padre estaba justo ahí, al lado. Llevamos la cesta llena de verduras entre los dos, él y yo. Somos gente respetable. ¿No se da cuenta de nada, mi padre? No creo. Se hace el tonto. Pero es cariñoso. Cariñoso y sumiso con su segunda mujer. Solo en ese zoco, una vez a la semana, puedo tenerlo para mí sola. Solo ahí se atreve a mostrarme algo de afecto y a comprarme buñuelos con azúcar.

Tú habías preparado bien tu estrategia, Allal. Te lanzaste y hablaste. No conmigo. No. Con mi padre, que llevaba ya bastante tiempo queriendo librarse de mí. De mí, Malika, su hija. Ya no podía soportar ver cómo su segunda esposa me humillaba a diario sin poder decir nada.

Mi padre no decía nada. Ella lo había hechizado, embrujado. Hacía mucho tiempo que su voluntad no le pertenecía. Se dejaba manejar, dirigir. Yo era su punto débil. La hija de su primer matrimonio.

La pequeña Malika ha crecido. Diecisiete años. Parece una mujer. Toda una mujer. Hay que entregarla a alguien. Encontrarle un hombre. Hay para dar y tomar en esa población demasiado extensa donde todo el mundo vigila a todo el mundo.

Puedo ayudarte a llevar la segunda cesta, tío mío. Así nos abordaste, Allal. Pesa demasiado para ti y tu hija, tío mío.

De acuerdo, hijo mío. Que Dios te abra los caminos del paraíso, hijo mío.

Tú caminabas al otro lado. Mi padre estaba entre tú y yo. Os hacíais los hombres, hablabais de cosechas, del cielo generoso con la lluvia ese año y de los franceses, que se empeñaban en no marcharse de Marruecos. Hablabais de cosas de la vida que yo aún no conocía. Y, de repente, mi padre se detiene y dice:

Tú eres el hijo de Saleh, ¿no es así?

¿Cómo lo había adivinado? Nunca lo sabré.

Soy el hijo menor de Saleh, sí. Soy Allal, tío mío.

Allal. Eso es. El pequeño Allal. ¡Cuánto has crecido! ¿No te acuerdas de él, Malika? Mira. Es Allal. Estréchale la mano, salúdalo. Allal es como un primo para ti. Estréchale la mano. No seas tímida. Allal es de los nuestros, de la misma gran familia que nosotros. Sangre de nuestra sangre, carne de nuestra carne. Míralo. Yo estoy aquí contigo, Malika. Mira a Allal. Está hecho un hombre. Más alto que yo. Míralo.

Más tarde, entendí que mi padre se había fijado en mis pequeñas artimañas. Lo había visto todo. Cómo bailaba para ti. Las miradas que me lanzabas. Cómo me devorabas con los ojos.

Era mi padre, Baba, quien insistía en llevarme con él al zoco y era él quien se empeñaba en comprarme los buñuelos con azúcar en el tenderete de aquella vieja, justo al lado de un pequeño café al aire libre. El tuyo, Allal.

Tú estabas ahí, en ese café. Siempre estabas ahí.

Estoy plantada junto al puesto de la vieja vendedora. Estoy sola. Baba me había dicho que volvería en diez minutos. Me como los buñuelos muy despacio. Me tomo mi tiempo. Dejo que me mires a tu aire. Mi cuerpo. Mi carácter. Mi historia. Soy fuerte. Eso es lo que va a gustarte de mí. Una mujer fuerte que te arrope entero. No una mujer de una noche. No. Yo soy una mujer para las cosas serias, ya lo ves, una mujer para afrontar con ella y junto a ella el zeman, el tiempo que transcurre y que acaba con todos nosotros. Soy Malika. Tengo una salud de hierro. No soy vaga. Siempre acabo lo que empiezo. Tengo buena dentadura. Mi cabello es muy negro. Tengo muslos poderosos. El pecho tiene que crecerme aún, no te preocupes. Mi vientre es ancho. Y mi tatuaje bereber entre los ojos tiene un único sentido: soy fiel. Fiel y, te seré franca, también maliciosa. Pero me imagino que eso de que sea maliciosa no te da miedo. Sigues mirándome, no me juzgas. Te gusto. Te gusto. Lo sé. Mira, Allal. Mírame. Me he terminado el segundo buñuelo. Empiezo el tercero. Quiero que veas que tengo buen apetito. Como. Como. Me gusta comer, me gusta comer de todo. Soy una mujer a la que no le avergüenza comer. Malika. Malika, Allal. Es para ti. Ven. Ven. ¿Cuándo vas a acercarte?

Tú caminas junto a nosotros. Por el mismo camino. Nos ayudas, a Baba y a mí. Llevas la segunda cesta. Y hablas. Tienes muchas cosas que decir. Apenas las escucho. Me dejo mecer por el sonido de tu voz. Penetro en esa voz y en su mundo. Mi padre está encantado. Ha entendido que eras un hombre que no tenía miedo. Un hombre lleno de palabras que suenan sinceras y de historias importantes que compartir. Un hombre que se revela de golpe, que se abre, que dice: Aquí está mi corazón.

Existe la esperanza. Con tu cuerpo, Allal, en tu corazón, Allal, voy a encontrar otro camino. Huir, por fin, de mi madrastra y de su maldad. Sortear el destino. Atrapar la esperanza y reafirmarla.

Voy a vivir.

De repente, Baba te hace una pregunta, directa, demasiado directa:

¿Qué posees en la vida, Allal, hijo mío?

Tú contestas con franqueza. Ni siquiera te paras a pensar.

Solo tengo ese café al aire libre, tío mío. Lo llevo conmigo de zoco en zoco, de mausoleo en mausoleo. No es gran cosa, ya lo sé. Pero vivo bien, muy bien, incluso, durante el verano, gracias a ese café. He conseguido ahorrar algo de dinero. Vivo con mis padres. En su casa. Y tengo dos hermanos menores. Tengo veintisiete años, tío mío. Ha llegado la hora de casarme. Tengo primos más jóvenes que yo y que ya son padres. Quiero casarme.

Sueño despierta. Te miro los pies, Allal. Esos pies calzados con unas sandalias de cuero. Tienes los pies sucios. Grandes y sucios. Y, de repente, me entran ganas de agarrarte ahí mismo esos pies. De lavártelos lenta, suavemente, muy suavemente. Y, después, masajeártelos con un poco de aceite de oliva. Sé cómo hacerlo. Practico a menudo con los pies de mi padre cuando vuelve por la noche del trabajo en el campo. ¿A que sí, Baba? Dile a Allal que sé hacer masajes de pies. Dile. Díselo. Es un detalle importante. Los pies de los hombres. Los pies de Allal. Empezaré siempre por tus pies, Allal. Y, después, todo resultará fácil. El amor. El amor.

El sueño del amor.

Hemos llegado a nuestra casa. Estamos delante de la puerta. Dejas la cesta en el suelo. Mi padre te invita a tomar un té con menta. Dices que tienes que volver al zoco y recoger el café. Baba insiste:

Por lo menos un vaso de agua, Allal.

Aceptas.

Tráele un vaso de agua, Malika, hija mía.

Nos hemos quedado solos, tú y yo. Baba se ha metido dentro de la casa para dejar las cestas. Va a volver de un momento a otro.

Bebes agua. Tienes mucha sed. Te miro mientras te bebes el vaso entero de un trago. Tienes los ojos cerrados. La cabeza inclinada hacia atrás. Veo tu cuello fuerte. Lo veo todo, todo, y de muy cerca. Un fuego se apodera de mí. Los pelos negros de tu barbita. Tu nariz larga y afilada. Tus labios, del color de esta tierra: ocre rojizo. Tus orejas inmensas y extrañas. Tu cráneo rapado casi por completo, como el de los ladrones. Creo que nunca te has dejado crecer el pelo. ¿Por qué?

Me entran ganas de alargar la mano y acariciarte la cabeza.

Eres un hombre. Eres guapo. Me pareces guapo. Te lo digo con el corazón. Eres muy guapo, Allal.

¿Me has oído?

Eres guapo. No eres rico, pero eres guapo.

Respiro el olor de tu cuerpo, Allal. El cuerpo de un hombre castigado durante años y años por el sol, quemado por el sol, casi negro debido al sol. Un cuerpo que transpira y que suda. Está caliente. Está frío. Está ardiendo.

Vienes hacia mí, Allal. Abre las piernas, me dices. Ábrelas. Ábrete, Malika.

Me abro de piernas. Inmediatamente. Para ti. Llevo tanto tiempo esperando. Tengo diecisiete años. Es el momento adecuado. Entregarme a ti, Allal. Acogerte dentro de mí, mezclar nuestros olores y nuestro sudor. Nuestros caminos.

Y nuestros sueños.

Has dejado de beber agua, Allal. No haces ningún gesto maleducado o impropio. Estás delante de la casa de Baba. Salgo de mi ensoñación junto a tu cuerpo. Bajo la vista. Me devuelves el vaso. Tu mano toca mi mano. Dura tres o cuatro segundos. Tu calor, Allal. El calor de tu piel. Entra en mí y lo atraviesa todo dentro de mí, de la cabeza a los pies. Dices adiós. Beslama, Malika. Beslama, Allal. Te vas. Justo después. Yo te observo mientras te marchas. Caminas. Caminas rápido. Eres tan ligero. Eres delgado. Eres frágil. Eres un pajarillo. Yo soy más fuerte que tú.

Has girado a la izquierda. Has desaparecido de mi vista. Pero sigues aquí, en el aire. Te veo. Tu rastro. Tu recuerdo. Tu tierna virilidad.

Baba reaparece.

Entra en casa, Malika. Entra, hijita mía. Me gusta mucho Allal. Ahora todo está en manos de Dios.

Volviste a vernos un mes más tarde para pedir mi mano. Tu padre y tu madre venían contigo. Y tu mejor amigo también: Marzuk. Es como un hermano para mí, más que un hermano, te oí decirle a mi padre cuando le presentaste a Marzuk. A veces, un amigo es mucho mejor que un hermano, tienes razón, Allal.

Marzuk estaba sentado a tu lado, pegado a ti. Cuando entré en la gran sala de nuestra casa para servir el té con menta a todo el mundo, Marzuk dijo:

Su hija tiene suerte.

Baba no pidió demasiado dinero como dote. Casi nada. Pero a tus padres, Allal, les habló con el corazón:

Malika será vuestra hija. Os la doy. No la vendo. Os la confío. No la obligo a nada. Ella es vuestra hija. La vida va a sonreírle con vosotros y con vuestro hijo Allal. Por fin la vida va a premiarla. Cuento con vosotros.

Al oír esas palabras, mi suegra se levantó y salió de la gran sala. Quería mostrar así su desacuerdo con las palabras de Baba y con lo que estas entrañaban. Voy a ver si el cuscús está ya hecho o aún le falta.

Baba siguió con su discurso.

Mi hija Malika perdió a su madre muy pronto. Yo no podía criarla solo. En esta vida, un hombre no puede aguantar sin una mujer. Volví a casarme. No tenía elección.

Entonces tu padre tomó la palabra.

Tu hija Malika será nuestra hija. No te preocupes. Y nuestro hijo Allal es tu hijo. Dios nos ayudará a seguir por este camino como buenos musulmanes, con el corazón puro. Pero…, pero…

Pero ¿qué?

La dote es demasiado elevada para mi hijo.

¿Cuánto dinero podéis darme por mi hija?

No es cuestión de dinero. La confianza ante todo…

¿Cuánto?

Vosotros veréis. Nuestro hijo es un buen hijo. No le tiene miedo al trabajo. Es…

¿Cuánto?

La mitad de lo que has dicho.

Baba se volvió hacia mí. Tomó mi mano en su mano.

Malika, hija mía, has oído lo que se acaba de decir. ¿Estás de acuerdo? No te obligo a nada. ¿Quieres casarte con Allal en esas condiciones? ¿No vendrás luego a decirme que te vendí por nada? Allal está aquí, delante de ti. Sus padres están aquí, delante de ti. Has oído todo lo que han dicho. Su propuesta. El dinero no lo es todo en la vida, pero…, pero a veces hay que saber…

Estoy de acuerdo, Baba. Quiero casarme con Allal. Acepto lo que proponen sus padres.

Habéis oído todos. Mi hija Malika está de acuerdo. Ahora es vuestra hija. Es vuestra. Es tuya, Allal, hijo mío. Celebraremos la boda dentro de un mes. Leamos ahora la sura Al-Fatiha, puesto que estamos todos de acuerdo.

Al escuchar aquellas palabras, te miré, Allal.

Tú no me miraste en ese momento, Allal.

Te volviste hacia tu amigo Marzuk y os abrazasteis efusivamente. Dos amigos. Dos hermanos.

Y entendí, al veros así enlazados tanto rato, demasiado rato, que había un secreto entre ambos. Una relación muy especial.

Hasta Baba se vio obligado a intervenir. Dijo: Ya basta, Allal, hijo mío. Suelta a Marzuk y ve a besar la frente de Malika.

Allal me besa tímidamente delante de todo el mundo.

Marzuk sonríe abiertamente y anima a su amigo.

Allal vuelve junto a Marzuk. Se miran. Están excitados. Vuelven a besarse. Vuelven a abrazarse. Delante de todos nosotros. No sienten vergüenza.

¿Qué debo hacer yo ante semejante espectáculo? ¿Quién se casa con quién aquí?

Comprendo y no comprendo. Veo y no veo. El mundo de los hombres del mismo pueblo. La solidaridad entre los hombres del mismo pueblo. Los gestos de los hombres. Los hombres se pasan la mayor parte del tiempo juntos. Hombre con hombre. Y sucede lo que tiene que suceder. Se alivian entre ellos. Mientras tanto. Nada nuevo. Es natural. Lo de Allal y Marzuk es natural. Lo mejor es no hacerse preguntas.

Allal tiene un amigo y un apoyo: Marzuk. No debo privarlo de ello. No existo solo yo en la vida y el corazón de Allal.

No estoy celosa de Marzuk. ¿Me oyes, Allal? Ni siquiera cuando os vi con mis propios ojos, juntos en la terraza de casa, uno encima del otro, desnudos, desnudos, tuve celos. Era de noche. Verano. Hacía demasiado calor. Es todo. No me escandalicé. No me derrumbé. Conozco la vida. Las cosas de la vida.

Marzuk estaba ahí mucho antes de que yo llegara.

Marzuk no es un hombre peligroso. Cuando me mira, sus ojos no cambian. Siguen expresando la misma ternura de siempre.

Marzuk es todo lo que me queda ahora que tú ya no estás, Allal. Cuando lo veo, te veo. Cocino. Lo invito. Viene. Come como tú, hace los mismos gestos que tú. Come por ti, en recuerdo de ti. Yo no lloro.

Marzuk vio lo que iba a pasar en Indochina. Hizo todo lo posible para impedirte que fueras allí, tan lejos, tan lejos, a luchar para los franceses, a combatir contra gente que no te había hecho nada. No quisiste escucharlo.

Traeré dinero, mucho dinero. Y nos irá bien la vida a los tres. A ti, Malika. A ti, Marzuk. Y a mí con vosotros. Nos iremos de casa de mis padres. Compraremos un terreno y lo cultivaremos. Y tendremos muchos hijos. Muchos muchos hijos. No nos faltará de nada, ya veréis. No hago esto solo por mí. Un año, dos a lo sumo, y seré rico, bastante rico. Pasará rápido, ya veréis. Haré su guerra y me llevaré su dinero. Esa es mi misión.

Qué ingenuo eras, Allal. Y cuánto siento haber desoído lo que me decía mi intuición: hacer todo lo posible para que no fueras, por tu propio pie, derecho a la muerte. La muerte en un territorio que no existe para nosotros, en un país que no tiene ninguna realidad para nosotros.

Te escuchamos, Allal. Soñabas y construías un porvenir próspero para nosotros delante de nosotros. Nos convenciste. No, no es verdad. Nos sorbiste el seso. Te dejamos ir. ¿Dónde está Allal? Allal está en Indochina. ¿Alguna noticia de Allal? Allal murió en Indochina.

Indochina. Semanas y semanas de viaje en barco. Puede que meses. Un barco que avanza sobre las aguas. Tendrás miedo, Allal.

No estaré solo, Malika. Otros marroquíes estarán conmigo. Habrá incluso otros hombres de nuestro pueblo conmigo.

Vas a matar a personas, Allal.

Lo sé.

A arrebatar vidas, Allal.

No soy tonto, Malika. Voy a la guerra. Sé perfectamente lo que me espera.

No tienes por qué hacerlo, mi Allal. Encontraremos otra solución. Solo llevamos casados un año. Aún somos jóvenes. Y estamos sanos.

¿Quieres seguir viviendo aquí, con mis padres? ¿Quieres seguir siendo la criada y la esclava de mis padres y mis hermanos? ¿Has olvidado lo que me dices cada noche de ellos, de lo duros que son contigo? ¿Estás harta o no estás harta de ellos, Malika? Habrá que hacer algo, ¿no? Tomar una decisión. Progresar en la vida, a pesar de todo. Un café en los distintos zocos semanales de esta ciudad, eso no es un porvenir. Me iré un año a Indochina, o dos como mucho. No más. Te lo repito. Es un contrato con los franceses. Ya he firmado. No puedo echarme atrás. Y ellos no pueden dejar de cumplir el contrato. Digan lo que digan, los franceses son gente seria. He cerrado un trato con ellos, eso es todo. No veo otro camino posible delante de mí, Malika. Solo la guerra. Con los franceses. En el bando de los franceses.

¿Ahora resulta que te gustan los franceses, Allal, esposo mío? ¿Confías en ellos? Parece que te has olvidado de cómo entraron en Marruecos. Las masacres. Los asesinatos. Odio puro. Por todas partes, por todas partes. Yo aún no había nacido, es cierto, pero me lo contaron todo: las armas, los aviones en el cielo que acababan con pueblos, con aduares enteros. Y a ti también te lo contaron. ¿Se te ha olvidado? No existimos para Francia, Allal. No somos nada para Francia. Tan solo gente a la que colonizar.

No soy nada aquí, con mis padres. Controlan mi vida. Mi matrimonio. Les doy prácticamente todo lo que gano en el café. Lo sabes perfectamente, Malika. Así que me arriesgaré. La única salida que me queda es Indochina. Ya he firmado el contrato. Me voy a fin de mes. Dentro de una semana recibiré el uniforme de soldado.

Todo el amor de esta tierra.

Todo el amor que hay en esta tierra no bastará para consolarme. Jamás. Nada me ayudará a superarlo, a pasar página. Delante de la gente, disimularé. Interpretaré a otra Malika. He dejado de ser yo.

Estás muerto, Allal.

Seguiste un camino que nunca conoceré.

Respiraste el aire de otro país. Comiste otros alimentos. Viste a otras personas, otros paisajes, otros cielos. Entraste en el corazón de gente con la que no me cruzaré jamás. Fuiste hasta el fondo de una existencia de la que nunca sabré nada.

Llevabas encima armas temibles. Enseguida te enseñaron a usarlas. Te convertiste en otro Allal. Disparaste sin vacilar. Muchas veces. En pleno día. En plena noche. Y, una mañana, te dispararon a ti. Es lo que me imagino. Es lo que veo. Allal, allí. Al final de la vida. Allal cruel. Allal cayendo, cayendo. Allal caído. Un cuerpo tan solo. Ha dejado de respirar. Su corazón ha dejado de latir. Tus ojos siguen abiertos. A nadie se le ha ocurrido cerrarlos. ¿Qué ves?

Te fuiste a la guerra en plena noche, Allal. Dijiste que no querías verme llorar, verme entrar en mi nueva soledad. Quédate en la cama, Malika. Hasta pronto, Malika. Cuídate mucho, Malika. Come buñuelos y piensa en mí, Malika.

No lloro. No te preocupes, Allal. No lloro. Ya no me quedan lágrimas.

No me enseñaste a olvidarte.

Apenas unos segundos después de que te marcharas, tendría que haberme levantado, haberme acercado a la puerta de la casa. Abrirla. Buscarte en la oscuridad. Ya ausente. Verte como un rastro invisible, un fantasma, un espíritu. Justo un olor, ahí. Tender la mano hacia ti. Hacia la penumbra. Y hacer frente a la confirmación de una certeza: nadie puede escapar a su maktub, al destino, a lo que está escrito.

Nos hallamos aquí. En esta tierra. Y, de repente, ya no. Es como si nunca hubiéramos existido.

Adiós, Allal, adiós.

El primer mes de nuestro matrimonio, me llevaste a ver las cascadas de Uzud. ¿Te acuerdas, Allal?

Dijiste: Voy a enseñarte mi lugar preferido en el mundo. Puede que sientas miedo, Malika. Tendrás algo de vértigo, seguramente. Pero yo estaré contigo. No te soltaré la mano. Confía en mí.

Cogimos el autobús. Circulamos toda la noche. Llegamos muy temprano por la mañana. Todavía no había salido el sol. Y luego anduvimos durante dos horas.

Era invierno.

Junto a las cascadas de Uzud, había nieve por todas partes. Un gran manto blanco cubría el mundo. Era bellísimo. Era mágico.

La felicidad eterna existe. Es de color blanco.

Era la primera vez en mi vida que veía la nieve. Tanta nieve por todas partes, por todas partes. En las carreteras. En los sembrados. En los tejados de las casas. En los árboles y en las montañas del Atlas, alrededor nuestro. También las veía por primera vez.

Me ofrecías el mundo, Allal. Otra cara del mundo.

Cuando llegamos a lo alto de las cascadas, dijiste: Es mi regalo para ti, Malika. Mira. Abre bien los ojos y mira. Abre bien tu corazón y sumérgete conmigo en todos los detalles de este paisaje. Uzud en pleno invierno. Dame la mano y mira. Poca gente conoce este sitio. Si muero antes que tú, ven aquí y reza por mí. Cuando muera, estaré aquí, en este lugar, en estas cascadas, entre el cielo y la tierra.

En aquel momento, no le presté demasiada atención a esas palabras. Las recordé más tarde, cuando, varios meses después de que te fueras a Indochina, recibimos la mala noticia.

De momento, estoy contigo en el silencio blanco del mundo. Me guías. Me enseñas el camino. Tengo miedo. Tengo frío. Me entra vértigo al contemplar toda esa agua que cae con un estruendo increíblemente atronador, increíblemente ensordecedor. Pero quiero verlo todo. Estoy lejos de todo lo que la vida ha previsto para mí. Aquí, sin pronunciar estas palabras, me dices: Kanbrik, Malika. Te amo, Malika. Nti dyali, Malika. Eres mía, Malika. Te escucho. No te contesto. Continuamos el descenso de las cascadas.

La vida puede detenerse ahí para mí, en ese camino. Puede venir la muerte. La acepto.

Sé con absoluta certeza que nunca volveré a sentir esa apertura al mundo, esa apertura entre Allal y yo.

Estamos en la falda de las cascadas ahora. Tan pequeños, tan aplastados por la fuerza inmensa del agua que llega hasta nosotros, que entra en nosotros, triturándolo todo, resucitándolo todo. Allal y yo estamos muertos de frío y de hambre. Nos castañetean los dientes. Pero permanecemos ahí. Cautivados, literalmente. Dichosos. Hechizados. Sometidos a una energía mayor que la nuestra. Ante una verdad que nos comprende y nos supera.

Ante todo, no resistirse a tanta grandeza y tanta belleza. Limitarse a estar ahí. Aceptar ser tan solo un detalle insignificante.

Allal y Malika. En el amor. Los únicos seres en el mundo.

Solo estamos nosotros en Uzud. Solo nosotros. Muy cerca el uno del otro. Y en silencio.

Me aparto un poco de ti, Allal. Levanto la mirada al cielo. Murmuro. Gracias. Gracias. Gracias.

De pronto, el ruido infernal de una máquina llega a nuestros oídos. Unos segundos después, la tierra empieza a vibrar.

¿Es un temblor de tierra, Allal?

No.

¿Es un volcán a punto de entrar en erupción?

Tampoco.

Entonces, ¿qué es? ¿Qué?

En el cielo aparece una máquina voladora.

Es un helicóptero, dices tú, Allal.

Casi no me lo puedo creer. Sin embargo, ahí está el helicóptero, encima de nuestras cabezas. En el vacío. Volando. Volando. Incluso podemos ver a los cinco o seis soldados franceses que van dentro. Uno de ellos lleva los pies colgando por fuera. No me lo puedo creer. Una máquina voladora y un soldado con los pies colgando por fuera. No tiene ningún miedo. Yo estoy aterrorizada. Miro al soldado como si se tratara de algo inhumano, como si no fuera de este mundo, de nuestro mundo. Algo que anuncia el fin del mundo.

El helicóptero va a destruirlo todo, ¿verdad, Allal? ¿Van a matarnos?

Tú no respondes. Sigues el trayecto de la máquina con la mirada.

Yo me agacho. Me tapo los ojos con las manos. Nunca imaginé que moriría así. No puedo mirar.

El ruido infernal se aleja poco a poco.

Me pongo de pie. El helicóptero sigue en el cielo, sigue volando en el vacío, aunque ya lejos de nosotros. Pero desconfío. Te miro, Allal. Di algo. Abrázame.

Esos soldados franceses seguramente andan buscando a unos miembros de la resistencia que se han evadido de la cárcel de Beni Melal.

¿Para matarlos?

No dudarán en hacerlo. O quizá se dirijan hacia un poblado rebelde para castigar a sus habitantes.

¿Castigarlos cómo, Allal?

Matándolos, Malika. A todos. A todo el pueblo. No sería la primera vez que hacen algo así.