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¿Y si el Príncipe VLAD III, Draculea no fuera un monstruo…sino un ángel? Nacido en la sombra de una leyenda, Vlad IV es el hijo bastardo de Vlad III Draculea, el Empalador. Sin saberlo, lleva en su sangre el eco de un pacto divino: un linaje de guerreros eternos enviados por Dios bajo forma vampírica para librar una guerra silenciosa contra el mal encarnado. Oculto entre monasterios, visiones y batallas espirituales, Vlad IV recorrerá un mundo desgarrado por los siete pilares del pecado. A su lado, seis mujeres celestiales, un padre inmortal, un general sin certezas y un amor que lo desafiará todo, Marchella, enviada del cielo no para guiarlo… sino para amarlo. Pero no hay redención sin juicio, y no hay luz que no proyecte su sombra. Ésta no es solo una novela de vampiros. Es una epopeya de fe, sangre y silencio. Una novela gótica que renueva el mito y lo ensambla con lo eterno y deja una pregunta sin respuesta: ¿Qué pasará cuando Dios vuelva a llamarlos? Seguro despertaran pero....Sedientos de Sangre.
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Seitenzahl: 164
Veröffentlichungsjahr: 2025
FERNANDO PABLO PODMOGUILNYE
Podmoguilnye, Fernando Pablo Vlad IV : el hijo de Dracula, el empalador / Fernando Pablo Podmoguilnye. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6871-7
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Prefacio – El ángel oscuro
CAPÍTULO I - El monasterio de los ciegos
I. El refugio sin luz
II. La llegada del hijo bastardo
III. El despertar del linaje
CAPÍTULO II - La Orden del Dragón
I. Ecos de una guerra olvidada
II. El choque de mundos
III. El despertar de la búsqueda
CAPÍTULO III - Las huellas del empalador
I. La cruz quebrada
II. El pueblo sin nombre
III. El santuario bajo tierra
IV. El despertar de la sed
CAPÍTULO IV - Luz sobre la sangre
I. La aldea de los cazadores
II. El ermitaño del bosque negro
III. Revelaciones bajo la luna
CAPÍTULO V - El espejo del alma
I. La duda eterna
II. La iglesia maldita
III. El juicio de los espejos
IV. La decisión del alma
CAPÍTULO VI - Cazadores de sombras
I. La marca en la piedra
II. El inquisidor
III. El niño del molino
IV. El encuentro bajo las estrellas
V. Cenizas y decisiones
CAPÍTULO VII - La prisión sin barrotes
I. Las tierras malditas
II. El templo bajo tierra
III. La visión del encierro
IV. El guardián de los sellos
V. El sello de sangre
CAPÍTULO VIII - El descenso de la sangre
I. Las escaleras sin fin
II. Las puertas del juicio
III. El templo de los huesos sagrados
CAPÍTULO IX - El despertar del ángel cautivo
I. Las cadenas del juicio
II. La primera prueba: El Juicio de la Guerra
III. Segunda prueba: El Rostro del Pecado
IV. Las siguientes cadenas
V. La séptima cadena: El Legado
CAPÍTULO X - La comunión de los condenados
I. El rostro del padre
II. El juicio entre la sangre
III. El renacer
IV. El pacto eterno
CAPÍTULO XI - La visión en el monasterio
I. El llamado del incienso
II. La copa y el trance
III. Despertar entre ecos
CAPÍTULO XII - El Reino entre la sombra y la luz
I. El sueño del ataúd
II. El ascenso sin juicio
III. El despertar del elegido
CAPÍTULO XIII - Los que velan el sueño del inmortal
I. La cripta viviente
II. Los juramentos del silencio
III. Preparativos en la sombra
CAPÍTULO XIV - La sangre sostiene el oro
I. El ocaso de los custodios
II. La conversación sin tiempo
III. Preparativos eternos
Interludio. La profecía del hierro y la sangre
CAPÍTULO XV - El regreso de lo innombrable
I. El despertar de los ecos
II. Los signos y las muertes
III. El llamado de Dios
CAPÍTULO XVI - El Sueño de los Dos Ángeles
I. La Noche en Silencio
II. La Visión de Vlad IV
III. El Despertar Bajo Tierra
IV. Una Señal en los Cielos
CAPÍTULO XVII - Ellas Descienden
I. La Cripta Viva
II. Las Tres Formas de la Sabiduría
III. El Primer Latido
IV. La Promesa Silente
CAPÍTULO XVIII - Las Guardianas del Padre
I. Cuando el Silencio se Parte
II. Las Tres Más Antiguas
III. La Marca del Empalador
IV. Las Seis Reunidas
CAPÍTULO XIX - El Hijo Abre los Ojos
I. El Susurro del Umbral
II. El Despertar Incompleto
III. El Testigo Elegido
CAPÍTULO XX - El Testimonio del Fuego
I. El Guerrero y el Hijo
II. El Recuerdo Sagrado
III. Un Pacto sin Palabras
CAPÍTULO XXI - El Padre se Levanta
I. La Piedra y el Filo
II. El Ángel de la Sangre
III. El Encuentro Inminente
CAPÍTULO XXII - Sangre de mi Sangre
I. Frente a Frente
II. La Herencia del Silencio
III. Padre e Hijo, Ángeles Incomprendidos
CAPÍTULO XXIII - l Nacimiento de la Oscuridad
I. Bajo Tierra, Sin Nombre
II. Los Hombres que lo Parieron
III. Su Voz Silenciosa
IV. La Sangre Será Llave
CAPÍTULO XXIV - Eliat, el Portador de la Segunda Palabra
I. La Mirada del Que Nunca Parpadea
II. La Fe como Enfermedad
III. La Maldición del Juicio
IV. Las Torres del Nuevo Alba
CAPÍTULO XXV - La Mesa de las Voces Antiguas
I. El Círculo Sagrado
II. Las Voces se Alzan
III. La Voz del Hombre
IV. El Primer Paso
CAPÍTULO XXVI - El Pilar Bajo la Cúpula
I. Roma No Tiembla, Pero Sabe
II. Recepción de Sombras
III. Bajo la Basílica
IV. El Juicio Comienza
CAPÍTULO XXVII - El Primer Pilar Cae
I. El Templo Invertido
II. Prueba de Sangre
III. El Juicio del Pilar
IV. La Voz de Eliat
CAPÍTULO XXVIII - La respuesta de las sombras
I. El eco del primer golpe
II. La corrupción de los campos sagrados
III. El despertar de las sombras
IV. La purificación por la espada
CAPÍTULO XXIV - El susurro de la traición
I. El amanecer en ruinas
II. La semilla de la discordia
III. El primer desertor
IV. Presagios en la sangre
V. El enviado de Dios
CAPÍTULO XXX - La confrontación de las almas
I. El rastro de la traición
II. El juicio bajo la luz
III. La corrupción invisible
IV. La purificación interior
CAPÍTULO XXXI - El amanecer de la resistencia
I. El nuevo consejo de guerra
II. La bendición de las armas
III. La primera ofensiva
IV. Los ecos de esperanza
CAPÍTULO XXXII - La sombra entre los redimidos
I. La celebración interrumpida
II. El rostro de la mentira
III. El juicio de la compasión
IV. El peso de liderar
CAPÍTULO XXXIII - El surgimiento del segundo pilar
I. Los susurros en la tierra
II. La visión de Pablo
III. Preparativos de asalto
IV. La marcha hacia la oscuridad
CAPÍTULO XXXIV - La batalla de las Tierras Muertas
I. La llegada al corazón podrido
II. El asalto imposible
III. La tormenta interior
IV. El precio de la luz
CAPÍTULO XXXV - las sombras
I. El avance hacia el abismo
II. El guardián del pilar
III. El sacrificio del espíritu
IV. La caída del tercer pilar
CAPÍTULO XXXVI - El valle de los susurros
I. La herida que no cicatriza
II. El viaje hacia el cuarto pilar
III. El templo del eco eterno
IV. La batalla de los susurros
V. La caída del cuarto pilar
CAPÍTULO XXXVII - El resurgir del abismo
I. El luto de los vencedores
II. El mapa de la sangre
III. Los heraldos de la oscuridad
IV. El umbral del quinto pilar
CAPÍTULO XXXVIII - La furia del quinto pilar
I. El sonido del odio
II: La aparición del heraldo negro
III. La guerra sin tregua
IV. El derrumbe del quinto pilar
CAPÍTULO XXXIX - El canto de la resistencia
I. El camino hacia la desesperanza
II. La caída de los fuertes
III. El canto de la resistencia
IV. El paso abierto
CAPÍTULO XL - Yamille – La Voz de los Ecos Eternos
I. La que camina entre velos
II. Los que aún esperan bajo tierra
III. Khamul, el devorador de nombres
IV. Yamille y la escritura de los invisibles
V. Las lágrimas que lavan la historia
CAPÍTULO XLI - Mircalla – La Rosa y el Abismo
I. Silencio en el castillo de los espejos
II. El espejo de las mil formas
III. El visitante sin nombre
IV. El jardín donde florecen las muertas
V. Vlad III y la palabra no dicha
CAPÍTULO XLII - Pablo Adornattescu – El Guardián de los Puentes Invisibles
I. El hijo que no nació
II. Los puentes que unen lo que no se ve
III. La visita del que no fue nombrado
IV. Entre la carne y el verbo
V. El guardián
CAPÍTULO XLIII - Ariane – La Herida que Ilumina
I. El lamento de las torres caídas
II. La cruz sin nombre
III. Vlad III y los huesos sagrados
IV. La espada que no corta
V. La herida que ilumina
CAPÍTULO XLIV - Selene – La Noche que Reza
I. Donde comienza la penumbra
II. El canto en la cripta
III. El encuentro con el silencio
IV. Vlad III y la hora inmóvil
V. El último canto
CAPÍTULO XLV - Pauline – La Llama que No Retrocede
I. Donde nacen las lámparas
II. La caverna de los olvidados
III. La palabra que sostiene
IV. Vlad IV y la noche sin guía
V. El día en que la llama se duplicó
CAPÍTULO XLVI - Marchella – La Eternidad en un Latido
I. La mirada que lo despierta
II. El amor que no pide permiso
III. El instante que dura siglos
IV. La decisión de quedarse
V. La bendición del Padre
CAPÍTULO XLVII - El Último Umbral – La Caída del Séptimo Pilar del Mal
I. El nombre que no puede ser pronunciado
II. La unión de los siete
III. La batalla invisible
IV. El grito que rasga el cielo
V. El fin de los tiempos antiguos
CAPÍTULO XLVIII - La Muerte de Eliat – Cuando el Acero Encuentra la Luz
I. La bestia coronada
II. El campo sin nombre
III. El combate del fin
IV. El juicio
V. La última vigilia
CAPÍTULO XLIX - El Descanso de los Ángeles – El Tiempo Suspendido
I. El silencio que queda
II. La decisión del cielo
III. Pablo, el que permanece
IV. La Orden del Dragón
V. El tiempo suspendido
CAPÍTULO L - Epílogo – La Biblioteca de la Eternidad
I. Siglos después
II. El hombre que no envejecía
III. La cripta inviolable
IV. La Orden bajo tierra
V. Una nueva espera
“¡Lávense, límpiense!
¡Aparten de mi vista sus obras malvadas!
¡Dejen de hacer el mal!”
Isaías 1:16
A mi madre por todo, absolutamente todo.
A mis queridas y adoradas sobrinas a quienes amo como si fueran mis hijas, a mi hermano, su esposa y al nuevo ser que viene para alegrar nuestras vidas.
A toda mi familia y amigos.
A mis amigos del Alma, Jorge, Mario, Pablo, Fabián, Stella Maris, Nury, Sebastián y muy especialmente a Alejandro que desde el cielo me sigue enseñando.
A mis celestiales, Yamila, Verónica y en especial a Marcela.
A Pablo un ser de luz, amigo, hermano de la vida.
Y especialmente a mi padre (Papo) quien adoraba el género, que fue mi compañero, mi amigo, mi vida, te extraño, te amo se que desde arriba tu sonrisa de siempre me expresará que estás orgulloso de mí, como yo de vos.
Una novela que colma las expectativas del lector por su trama llena de silencios, misterios, oscuridad, cenizas, cruces rotas y enterradas, símbolos antiguos y el murmullo de voces que se expresan en un lenguaje desconocido, pero aterrador.
Posee una riqueza literaria muy atrayente ya que abundan las imágenes sensoriales y comparaciones tal como “el viento silbaba entre las alamedas como un lamento de ultratumba”.
Un relato que atrapa y despierta el deseo de seguir adentrándose en él, es tan descriptivo de los paisajes y de las situaciones que lleva al lector a entrar al libro como si estuviera viviendo en carne propia cada párrafo, como una película de la cual es parte y que lo hace anhelar llegar al desenlace.
En su género, realmente muy original, con lo difícil que eso significa, con personajes diferentes pero ligados de alguna manera a los apetitos de carne y sangre de estos ángeles enviados por Dios para eliminar la maldad humana incorpórea.
Rosicler GómezDocente de Lengua y Literaturade Grado Superior
La tierra temblaba bajo el peso de los siglos. El cielo, cubierto de nubes negras como la sangre seca, no dejaba pasar ni un hilo de luz. En los valles profundos de Valaquia, donde el aliento del invierno nunca cesaba del todo, una guerra se extinguía con el último rugido de los estandartes rotos.
Los turcos, al fin, habían rodeado al Empalador.
Entre las ruinas calcinadas de una capilla olvidada, Vlad III Draculea se mantenía en pie, herido pero aún imponente, espada en mano y ojos encendidos por una furia sagrada. La nieve teñida de rojo crujía bajo sus botas. A su alrededor, los cuerpos de sus enemigos formaban una alfombra de carne rota, testimonio del odio con que se aferraba a la vida.
—Moriré aquí, pero no caeré –murmuró–. No como hombre. Y entonces ocurrió.
El cielo, como desgarrado por una mano invisible, se abrió en un destello silencioso. No fue el estruendo de Dios ni el fuego del infierno, sino algo más antiguo. Algo entre ambos.
Del resplandor surgió una figura sin rostro, sin forma, pero cargada de presencia. Los cuervos huyeron. Los turcos retrocedieron, ciegos de temor. Y Vlad, con la espada aún alzada, cayó de rodillas.
Un susurro cruzó el viento, apenas un hálito de eternidad:
—Tu lucha no ha terminado. No aquí. No así.
Y el cuerpo de Vlad desapareció.
Nadie supo dónde fue llevado. Sus más fieles lo buscaron durante semanas, entre las sombras del bosque y las criptas ocultas, hasta que una noche, guiados por un sueño compartido, lo encontraron. No en un sepulcro, sino en una caverna sellada, protegida por símbolos olvidados por la Iglesia y la sangre.
Lo envolvieron en lienzos negros, lo cubrieron de tierra bendita y lo dejaron allí, entre cruces, cadenas y oraciones, sin saber que ya no era un hombre. Que ya no necesitaba respirar.
En los meses siguientes, una historia se susurró en los rincones oscuros del mundo cristiano: que Draculea, el Empalador, había sido convertido por Dios en un ángel... pero uno de luz. Un ángel que por la tierra sería visto oscuro, custodio entre el cielo y la tierra. Inmortal. Libre de las reglas del hombre y de la bestia. El enviado para combatir el verdadero mal, aquel que ni el Vaticano se atrevía a nombrar.
Fue entonces, durante la primavera siguiente, cuando una mujer del bosque bajó a los valles buscando hierbas. Nadie supo su nombre, solo que había vivido siempre sola, ajena al mundo. Esa noche, en el borde del río donde las luciérnagas danzan incluso sin luna, algo la miró desde la maleza. No la atacó. No habló. No pidió. Ella volvió distinta.
En la última noche de invierno, cuando los cuervos callan y hasta los lobos parecen temer al silencio, los monjes del monasterio de San Gherasim escucharon un golpe leve en las puertas de roble. Al abrirlas, no encontraron más que la penumbra y la nieve. Solo al mirar hacia abajo, vieron un bulto envuelto en mantos oscuros, respirando apenas, como si el mundo no quisiera notarlo aún. Era un niño.
Nadie vio quién lo dejó. No había huellas en la nieve. No se oyó galopar ni crujir rama alguna. Algunos dijeron que fue un ángel. Otros, un demonio. Pero los más ancianos, ciegos y sabios, sólo murmuraron una plegaria temblorosa, como si reconocieran en el recién llegado el eco de una promesa antigua.
La tierra temblaba bajo el peso de los siglos...
El monasterio San Gherasim. O quizás ese decían que era su nombre, lo había tenido hacía siglos, en una lengua ya olvidada. Encajado entre riscos y bosques de árboles grises, se mantenía oculto incluso a los ojos del sol. Nadie llegaba allí por error. Ningún camino señalaba su ubicación, y los pocos que conocían su existencia hablaban de él como si fuera un recuerdo confuso de la infancia, una visión entre sueños.
Construído en un tiempo en que la Iglesia aún temía a los misterios del este, el monasterio había sido confiado a una orden secreta: monjes ciegos que renunciaban no solo a la vista, sino también a todo contacto con el mundo exterior. Nadie sabía de dónde provenían. Sus edades parecían indeterminables. Algunos eran ancianos de barba blanca; otros, apenas hombres silenciosos que jamás habían pronunciado una palabra.
Su mundo era el tacto, el sonido, la vibración. Se comunicaban con golpes suaves sobre la madera, cantos bajos en latín arcano, y el susurro de hojas que nunca eran escritas. En sus túnicas grises llevaban bordado un símbolo antiguo: un círculo partido por una cruz, rodeado de llamas.
Aquello no era un monasterio. Era una frontera. Un santuario de vigilancia. Y lo que custodiaban... era algo más que fe.
La noche era espesa y silenciosa, como si el mundo contuviera el aliento. Los monjes de San Gherasim, hombres que ya habían renunciado a la vista del sol y del pecado, no sabían de milagros… pero tampoco los negaban. Fue Fray Ion, ciego desde su infancia y sabio como las piedras antiguas del valle, quien se detuvo de pronto en medio del rezo.
—Ha llegado… –susurró, sin emoción en la voz.
Los otros apenas comprendieron, hasta que las puertas del monasterio crujieron. No hubo viento. No hubo toque. Simplemente se abrieron. Allí, sobre la piedra helada, yacía un niño dormido, envuelto en capas oscuras y protegido del frío como si manos invisibles lo hubieran cuidado hasta ese momento. Nadie había llamado.
No había rastros de caballos ni de pasos. Solo el niño, su respiración suave y la certeza de que aquello no era un abandono, sino un destino. Fray Ion se inclinó, tocó el rostro del infante, y al hacerlo, se estremeció.
—La sangre del Empalador…–murmuró–. Que Dios se apiade de nosotros.
Los monjes lo aceptaron. El abad, un hombre alto de rostro afilado y vendas sobre los ojos, lo sostuvo en brazos y exhaló con lentitud.
—Es sangre de los antiguos –dijo–. Y lleva dentro el susurro del fuego.
