Y el mundo gira - Nathan Bouda - E-Book

Y el mundo gira E-Book

Nathan Bouda

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Beschreibung

Si nuestro mundo se detiene, solo queda respirar profundo, mirar hacia el interior y reunir las fuerzas para retomar el ritmo.   Lean tiene 17 años y, como cualquier adolescente, disfruta de pasar el mayor tiempo posible junto a sus amigos, especialmente con Mateo. Pero cuando la tragedia detenga su mundo, tendrá que buscar la forma de atravesar la tristeza y el dolor, para redescubrir el valor de la amistad, el amor y la aceptación de él mismo.

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1° edición: Noviembre de 2020

© 2020 Nathan Bouda

© 2020 Ediciones Fey SAS

www.edicionesfey.com

Ilustraciones: Carlos Alberto Villarroel

Diseño y maquetación: Ramiro Reyna

Nathan Bouda

Y el mundo gira / Nathan Bouda ; editado por Ramiro Reyna ;  Ignacio Javier Pedraza ; ilustrado por Carlos Alberto Villarroel. - 1a ed. - Córdoba : Fey, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-47874-1-5

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. I. Reyna, Ramiro, ed. II. Pedraza, Ignacio Javier, ed. III. Villarroel, Carlos Alberto, ilus. IV. Título.

CDD A863.9283

A mi lectora favorita y quien me impulsa siempre a seguir mis sueños: Silvia, mi mamá.

Y EL MUNDO SE DETUVO

JUNTO A ÉL

SILENCIO

Los meses volaron y llegó la fiesta de fin de año. Toda la escuela esperaba ese evento: lo habíamos organizado los alumnos del penúltimo curso, con el fin de recaudar dinero para nuestro futuro viaje de egresados. Una tradición.

Antes de las diez, Mateo pasó a buscarme y juntos fuimos por Carla, mi mejor amiga.

El lugar era perfecto: la casa de Javier. Decoramos el patio con luces que lo hacían parecer incluso más grande de lo que ya era. Ubicamos la barra a un costado de la pileta y, en la otra punta, la mesa del DJ con todas sus consolas y unos parlantes que eran casi tan altos como yo. Ver todo ya montado y con las luces encendidas fue fenomenal e hizo crecer mi ilusión, mis expectativas de que la noche podría ser especial para mí, y para Mateo.

Carla y yo éramos los responsables de la entrada. Teníamos que controlar que las personas estuvieran en la lista antes de dejarlas entrar. Ver tanta gente llegando al lugar me provocaba un nudo en la garganta, me emocionaba y me ponía nervioso.

Aunque todos podían traer lo propio para tomar, dentro también vendíamos. Era otra manera de juntar dinero. El año anterior habían prohibido el ingreso de bebidas y la fiesta había sido un fracaso, no íbamos a cometer el mismo error.

La fiesta comenzó. Mis pies deseosos por divertirse empezaron a moverse al ritmo de las canciones.

Mis expectativas seguían creciendo.

―¡Adentro está que explota! ―dijo Javier exaltado. Sus ojos celestes se hicieron inmensos al ver que aún quedaba gente por entrar, estaba eufórico―. ¡Esto es una locura!

Con Carla nos miramos y reímos mientras él regresaba a los saltos.

Javier era tan enérgico, le encantaba ser el centro de atención y esta fiesta se lo garantizaba, todos recordarían la fiesta en su casa. En cuanto a Carla, ella era todo lo contrario, cuanto menos la mirasen mejor. No es que fuera antisocial, solo era más reservada. Por eso fue la primera en ofrecerse como voluntaria para la entrada. Así evitaría estar mucho tiempo en medio del escándalo y que los oídos le explotasen con la música a todo volumen.

―Si querés ir adentro, andá ―Carla vio que seguía moviendo las piernas a todo ritmo.

―Después voy, me quedo con vos un rato más.

―¿Seguro? Parece que tus rulos ya tienen ganas de ir a bailar ―bromeó y me removió el cabello.

―Mis rulos pueden aguantarse, vos tranquila.

Ella me respondió con una sonrisa enorme que le quedaba hermosa.

―Como prefieras, igual no queda casi nadie esperando ―dijo al tiempo que buscaba en la lista al chico que estaba al frente de la cola.

―Voy a buscarnos algo para tomar y vuelvo, ¿querés?

Carla asintió con la cabeza cuando yo me levantaba.

Caminé por el pasillo hasta el living de la casa. Estaba lleno de gente, sentada en los sillones charlando o en un plan más amoroso. Había un olor a cigarrillo horrible, cuando salí al patio el aire fresco fue como un abrazo a mis pulmones.

Caminé entre las personas hacia la barra, mientras buscaba a Mateo. No había ningún rastro de mi amigo de casi un metro ochenta y cabello oscuro entre la multitud. Sin duda no estaba en el patio: Mateo era fácil de identificar. Más para mí.

Noté que todos a mi alrededor se estaban divirtiendo. La fiesta estaba siendo un éxito y eso que recién empezaba.

Ya con las bebidas en la mano, y sin haber encontrado a Mateo, me resigné a volver a la entrada. Aunque antes necesitaba pasar por el baño, quería controlar que mi cabello se estuviera comportando. Mis rizos a veces se alocaban y me hacían parecer un espantapájaros. Dejé los vasos sobre una mesita y entré.

Debería haber tocado la puerta.

No estaba vacío.

Él estaba ahí parado, con su pelo negro y su flequillo, rodeando la cintura de una chica de cabello castaño. Mateo estaba entrelazado con ella: sus brazos largos la sujetaban, sus piernas se enredaban y sus labios bailaban juntos.

Cerré la puerta.

El nudo en la garganta se trasladó a mí estómago. Esta vez no eran nervios. La bronca se apoderaba de mí.

Caminé hasta la entrada. Mis piernas ya no bailaban, ahora daban pisotones como si desearan romper el suelo. Por mi cuerpo empezó a extenderse la ira y mis manos se cerraron en forma de puños.

Al llegar, Carla me observó con tanto asombro que supuse que mi estado de ánimo era evidente.

―¿Qué pasó? ―exclamó Carla. Me senté junto a ella y crucé mis brazos sin responder― Lean, ¿qué pasó?

―Nada, Mateo que es un egoísta de mierda. ―Me miró con desconcierto―. Mientras todos nosotros estamos trabajando, Mateo se está besando con no sé quién en el baño. No es justo, él estaba a cargo de la seguridad. Javier dijo que no quería que fumaran dentro de la casa. En el living se te secan los pulmones de tanto humo y el olor asqueroso que hay; hasta creo que están fumando más que cigarrillos. ―Todo el enojo que me quemaba subió por mi garganta y salió en forma de reproche―. ¡Él tendría que estar controlando eso!

Carla parecía no saber qué responder. Me observó en silencio y, luego de un rato, apoyó su mano en mi hombro. Me ayudó a relajarme un poco, aunque todavía tenía bronca dentro.

―Bueno, entonces vamos a disfrutar nosotros también. ―Carla sonrió tratando de animarme. Llevó su mano hacia mi frente y con sus dedos comenzó a frotar mi ceño, que aún seguía bastante fruncido―. Pero primero aflojá acá.

Me hizo reír.

Buscamos algo nuevo para tomar, ni me acordaba que había dejado los vasos en la mesita y, de paso, expulsamos a los fumadores al patio. Nos quedamos sentados en los sillones junto a otros compañeros, charlando y jugando al Yo nunca nunca con shots de vodka, salvo Carla que no tomaba alcohol.

Creí que todo había pasado. Sin embargo, cuando corrí la mirada hacia un costado, vi pasar a Mateo junto a esa chica. Iban tomados de la mano en dirección al patio, donde se pusieron a bailar muy pegados.

Ya no podía aguantarlo. Me levanté y salí.

―¿Lean, adónde vas? ―me preguntó Javier al verme en la entrada.

―A casa, no me siento muy bien. Ya me pedí un taxi, en unos minutos debería llegar.

―¡Uy! ¿Les avisaste a los chicos?

―No, no los quiero preocupar Si ves a Carla decile que me fui.

La que iba a ser la mejor fiesta no lo fue, no para mí.

Eran cerca de las dos de la mañana y ya estaba en casa. Una noche más que me tocaba estar solo, mamá tenía guardia en el hospital. No es que me molestara la soledad, al contrario, siempre fui de disfrutar de estar encerrado, leyendo algún libro o simplemente recostado, escuchando música; solo que esa noche no esperaba eso. Deseaba disfrutar de la fiesta y, tal vez, regresar a casa junto a Mateo, extasiados de felicidad. ¡Pero no! Al parecer mi mejor amigo tenía otros planes.

Decidí ir a la cocina por algo de comer y me encontré con una nota sobre la mesa con la letra de mamá: «Chicos, hay tarta en la heladera. Disfrútenla».

Ella también había asumido que vendríamos juntos a casa, por lo general era así. Mateo me acompañaba, sobre todo cuando salíamos de noche.

¡Pero no! Mateo estaba muy ocupado, tanto que ni se había dado cuenta de que me había ido de la fiesta. No había recibido ningún mensaje suyo.

Tomé una porción de tarta y comencé a comerla mientras revisaba las fotos y vídeos que mis amigos compartían en sus redes sociales. Las tartas de mamá eran riquísimas, aunque la noche hizo que esa me supiera amarga. Estuve a punto de arrepentirme por haberme ido cuando vi que Mateo seguía divirtiéndose. Realmente no había notado que yo no estaba.

Bloqueé mi teléfono y subí a mi cuarto. Antes de darme cuenta estaba dormido.

Me despertó una notificación.

Miré mi teléfono, había pasado poco más de una hora, tenía un audio de Mateo. Noté por su voz que no estaba del todo bien. Me preguntaba por qué me había ido y decía que venía a casa.

Al rato lo estaba ayudando a subir las escaleras hacia mi pieza. Seguía enojado, pero más allá de todo, él siempre podría contar conmigo.

Mateo decidió darse un baño, necesitaba despabilarse. Entró apestando a alcohol y humo de cigarrillo, y salió perfumado con su colonia favorita. Siempre dejaba un frasco en mi baño para cuando se quedaba a dormir, aunque sí tuve que prestarle ropa limpia. Sin decir nada, se tiró en mi cama.

Me incomodaba un poco, no porque estuviese allí conmigo, sino porque se comportaba como si nada hubiera pasado, como si de verdad no le importara lo que había hecho.

Encendí la computadora, podría distraerme jugando un rato.

Él me hablaba de la fiesta, yo le respondía con monosílabos. Y seguimos así hasta que me preguntó qué me pasaba. Solo logró que termináramos peleando.

Me molestaba tener que comportarme de esa manera para que se diera cuenta de que algo no andaba bien. Creía que nuestro vínculo era tal que podíamos saber qué le sucedía al otro con solo mirarlo.

Discutimos, le reproché que estuviera divirtiéndose mientras todos cumplíamos con nuestras tareas, que me dejara colgado por una chica en la fiesta que era tan importante para ambos. Entonces él me hizo esa pregunta que terminó de sacarme de las casillas y le dije que se fuera.

Mateo se marchó, era lo mejor. No era necesario que se quedara y yo no deseaba que estuviera conmigo. No así.

Quería dormir, que esa noche terminara y despertar como si nada hubiera pasado. Sobre mi cama estaba su remera, no era la primera vez que se olvidaba algo, la tomé y la apreté con fuerza, con enojo y con tristeza, por cómo había terminado todo. Lancé la remera hacia un costado y me tiré en la cama.

Entre sueños escuchaba el insistente sonido de mi teléfono, hasta que logró despertarme. El brillo de la pantalla me encandiló. Tenía muchas llamadas perdidas, eran pasadas las cinco de la madrugada... El teléfono volvió a vibrar ¿Otra llamada?

Atendí sin siquiera ver de quién se trataba. Del otro lado una voz desesperada me apuñaló con una notica. Por un instante creí que seguía durmiendo, seguro que solo se trataba de una pesadilla.

Silencio. Tras cortar la llamada, todo quedó en silencio.

PARÁLISIS

Permanecí inmóvil. Sujeté las sábanas y olí el perfume que había dejado Mateo. El teléfono sonó una vez más y en un impulso lo lancé hacia la pared.

Comencé a caminar de un lado a otro. Las palabras de la llamada retumbaban en mi cabeza. Algo dentro de mí bramaba por escapar con violencia.

Cerré la puerta con llave y un grito embistió a través de mi garganta. Fue tan desgarrador que creí que las paredes se romperían. Mi cuerpo se llenó de ira, desde mis pies subió hasta mi pecho y terminó en mis ojos que ardían con las lágrimas.

Mis pies ya no me sostuvieron y caí al suelo de rodillas.

Deslicé mi cuerpo hasta apoyarme contra la pared. Estaba fría, aunque no lo suficiente para apagar el fuego que me quemaba. Las lágrimas se escabullían por mis dedos y caían sobre la alfombra. Al final, quedó solo un llanto silencioso, dentro de un cuarto vacío y oscuro.

Acurrucado en el suelo, me abracé a mí mismo. La garganta me ardía, estaba tan seca que poco a poco me quedaba sin aire. Mis extremidades dejaron de responder, todo mi cuerpo estaba tieso.

Cerré los ojos y comencé a contar números en mi mente, intentando calmarme.

Inhalaba y exhalaba.

Uno, dos, tres…

No lo lograba, era peor que cualquier pesadilla. Jamás había sentido algo como esto.

La sangre martilleaba en mi cabeza. La habitación parecía achicarse, como si las paredes quisieran aplastarme. Me asfixiaba.

Mi corazón golpeaba con tanta furia que creí que huiría de mi cuerpo, que se desgarraría completamente. Mis manos sudaban y un hormigueo recorría mis piernas y brazos. Quería arrancarme el cuello, el ardor era una tortura.

Agonicé así hasta que todo se detuvo.

Paz. Una súbita paz tomó el control.

Estaba paralizado.

Ese fue el último recuerdo antes de desvanecerme.

DOLOR

Un ataque de pánico, ni más ni menos. Luego de recuperarme un poco, oí el teléfono. Todavía no podía abrir los ojos ni respondía mi cuerpo.

Me quedé tirado en el suelo, deseando que ese pedazo de alfombra me tome con fuerza y jamás me suelte. No había nada fuera de aquellas paredes que me diera motivos para seguir. No en aquel momento, no luego de esa llamada.

Permanecería en el suelo, llorando y rompiéndome de a poco. No volvería a levantarme.

El celular seguía sonando. Tendría que haberlo estrellado con más fuerza.

Una vez más, el cuarto atestiguó mis emociones. Antes de que me desmayara, las paredes parecían devorarme; ahora se habían transformado en un refugio. Nada de afuera podría lastimarme, no más. Era una burbuja que resguardaba la esperanza de que todo fuera mentira, una pesadilla tal vez, de que nada le había pasado. Mateo estaba bien, en mi cuarto él siempre estaría seguro.

Alguien tocó la puerta. Eran golpes suaves, acompañados de una congoja sutil que se unió a la mía.

No quería salir, el dolor debía quedar encerrado.

Tal vez fuese egoísta, no deseaba compartir lo que sentía ni que nadie intentara aliviar mi sufrimiento con palabras. Prefería quedarme en soledad, abrazando el dolor. Hasta ese momento nunca supe lo que era llorar, no realmente.

Mis lágrimas no paraban de caer, podría ahogarme ahí mismo si no fuera por la alfombra que las absorbía. Era imposible detener el llanto.

Nadie me había enseñado lo que era ese dolor, no estaba preparado.

AUXILIO

Del otro lado de la puerta estaba mamá; pero en mi cuarto solo entraba mi llanto. Golpeó y golpeó, rogando que la dejara entrar, yo no podía moverme. Aunque me hablaba yo no entendía lo que decía. Sus palabras sonaban como un susurro lejano. Parecía querer derribar la puerta a golpes. Gritó mi nombre, su tristeza me angustiaba, estaba desesperada.

Respiré lento, una y otra vez.

Por un instante hubo calma, mamá ya no estaba del otro lado, y todo fue peor.

Las llaves tintinearon y la cerradura chasqueó.

Mamá logró entrar, se acercó a mí y me envolvió en sus brazos.

Mis ojos se encontraron con los suyos, sus ojos brillaban por las lágrimas; jamás los había visto tan verdes. En su mirada encontré seguridad y, en el suelo, lloramos juntos. Apoyé mi cabeza en su pecho, ella movió su cabello largo y castaño hacia un costado.

Su uniforme olía a alcohol y desinfectante, estaba junto a mi enfermera personal que acudía en mi auxilio. Sus brazos me sujetaron con más fuerza, acarició mi espalda y mi cabello. Sus dedos entre mis rizos me recordaban a cuando, de pequeño, acariciaba mi cabeza para hacerme dormir luego de una pesadilla. Volvía a ser aquel niño aterrado que necesitaba de su mamá.

El llanto fue cediendo, mamá secó las lágrimas que se abrían paso por mis mejillas, me besó la frente y luego las manos. Escuchaba su corazón latiendo con el mío, éramos uno, como al principio.

No sabía si aquella vez lograría consolarme, pero sentía todo el amor que ponía en mí. Aunque yo creía que nada podría calmar mi agonía, ella no estaba dispuesta a darse por vencida.

No sé cuánto tiempo estuvimos en el suelo, abrazados. Sin que me percatara, las lágrimas cesaron, la congoja se desvaneció y mi respiración se calmó. Aunque no el dolor en mi pecho, todavía no. Mamá me ofreció agua, negué con la cabeza y nos quedamos un rato más abrazados, en silencio.

El tiempo pasaba y con cada minuto ella me consolaba un poco más. En aquel momento ella fue mi cable a tierra, mi auxilio en una tormenta de angustia y dolor.

A veces, tener con quien compartir el silencio es necesario y mamá era experta en eso. Quisiera que nunca me suelte, desearía abrazarla por siempre.

Y EL MUNDO SE PREPARA PARA GIRAR

SIN ÉL

ARREPENTIMIENTO

Guardo en mí lo que siempre quise decirle y ahora jamás podré. Dentro quedan sepultados estos sentimientos, en un cementerio de sueños, junto a todos los abrazos, besos y caricias que no le di, y mis ganas de amarlo de otra manera.

El sol de verano domina el día y las sombras bajo los árboles parecen de lo más reconfortante. Un artista dibujaría el paisaje con colores brillantes y vivos; en cambio, yo solo veo grises y muerte. Un día así, en el cementerio, es la ironía perfecta entre los momentos cálidos y fríos de la vida.

Hay tantos rostros conocidos, tantos rostros llorando.

Mi corazón se quiebra con cada paso que doy cargando el cajón, su cajón.

Veo como lo entierran y, con él, mis esperanzas.

Carla se acerca mientras tiran la tierra, sujeta mi mano y apoya su cabeza en mi hombro. No puedo pensar en su dolor ni en el de los demás. Hay un vacío que ni los abrazos ni las palabras de apoyo alcanzan a tapar.

De camino a casa solo pienso en Mateo: en su partida, en nuestra despedida. No tendría que haber sido tal cosa. De cualquier modo, para nada sirve pensar en ese último momento juntos. Él ya no está, se fue, y una parte de mí lo hizo con él.

Al llegar me obligo a subir las escaleras. Voy directo a mi cuarto, me tiro en la cama y vuelvo a llorar.

Tantas veces estuvimos juntos allí, jugando en la computadora, haciendo la tarea, teniendo nuestras charlas o peleando en broma. Por momentos, mi lugar se convertía en nuestro lugar: cuando nuestras risas inundaban el cuarto; cuando apoyaba mi cabeza en su hombro durante una de sus megapartidas de la computadora, o cuando solo se quedaba en silencio mientras yo tocaba la guitarra. Éramos felices.

No puedo estar acá, al menos no por ahora.

Busco un bolso y empiezo a llenarlo con ropa, un par de libros, el cargador de mi teléfono y el cuaderno donde están mis intentos de canciones. Lo justo y necesario para llevar a lo de mi abuela Lela, voy a pedirle quedarme en su casa por un tiempo. Es lo mejor, así no estaré solo y mamá se preocupará menos sabiendo que estoy acompañado cuando ella esté en el trabajo.

Apenas llego, saludo rápido y voy a la habitación que era de mamá para acomodar un poco mis cosas. Luego voy con Lela que está preparando té en el comedor. Tomar el té es algo que nos une.

Empezó como un juego entre nosotros. Cada vez que iba a su casa nos preparábamos uno. Ella iba por su caja de madera color verde que contenía una colección de tantos sabores como uno podría imaginar. Cada saquito era distinto y había un té para cada ocasión: cuando estaba feliz, un rico té de frutilla; la decepción se solucionaba con un sabroso y agrio té de limón; si estaba enojado, un grato té de boldo eliminaba el malestar del estómago.

―¿Té de frutos del bosque? ―me ofrece, acercando su hermosa caja a la mesa. Frutos del bosque, para aliviar la tristeza.

―Necesito más de un té ―respondo al sentarme. Mi abuela se acomoda justo frente a mí y me sirve una taza bien caliente.

―Yo también. Me vendría bien uno de menta para sentir lo que pasa en el otro y uno de durazno que ahuyente el miedo. ―Toma un saquito de cada sabor que menciona y los coloca en su taza―. Y creo que uno de manzanilla para ayudarme a escuchar mejor.