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El libro reúne dos grupos de cuentos que se entretejen. El primero es de temas variados. El segundo grupo es de cuentos que, a grandes rasgos, recorren la deformación y muerte de una sociedad que habita en Ciudad Capital I (La Primera Ciudad Torre). Aunque los dos grupos de cuentos no se mezclan argumentalmente, existe entre ellos una relación de vasos comunicantes a través de la cual se comparten y potencian significados e intenciones. Libro para niños y jóvenes hasta 15 años
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición y corrección: Luis Carlos Suárez
Diseño de cubierta: Jadier I. Martínez Rodríguez
Diseño interior y conversión a ebook: Grupo Creativo Ruth Casa Editorial
© Luis Gabriel Suárez Muñoz, 2024
© Sobre la presente edición: Ediciones Bayamo, 2024
ISBN 9789592233164
Ediciones Bayamo
Centro Provincial del Libro y la Literatura
Mármol # 113 entre/ Maceo y Ave. Francisco Vicente Aguilera,
Bayamo, Granma, Cuba
E-mail:[email protected]
Miran a través del observatorio de la nave como crece la distancia, lo lejana de la Tierra. Jorge entre ellos.
Todo listo a las 24 horas. Jorge sabe, es momento del sueño pero no puede hacer nada, sus compañeros le ataron con una cinta plástica a una tubería del pasillo: la tradicional novatada de cada viaje, el rito para la buena suerte. Al inicio no se preocupó, ahora, cuando no viene nadie, comienza a gritar, y sin saber por qué, llora. Venganza, consigue pensar en bromas de agua, en el hacha para emergencias allí en el pasillo. Sí, con el hacha lograría zafarse de la cinta. Cree poder, le faltan solo unos centímetros pero no lo consigue. Entonces aparece el capitán. Hace el último recorrido y al ver a Jorge se ríe. Este le acompaña.
–En el espacio los hombres se vuelven niños –dice el capitán.
Las cámaras personales son ocupadas.
Sal de aquí, escucha Jorge, luego su cámara cierra y queda aislado por completo. Frente a su rostro hay una placa de metal donde se lee MORFEO, y él, Jorge, no puede ingeniárselas para nombrar mejor a una empresa especializada en cámaras de sueño extendido. Sal de aquí, vuelve la misma voz y es absurdo, la cámara cerró. Los otros podrían gritar afuera cualquier cosa y Jorge no escucharía. Solo una respuesta, la cual no se atreve a aceptar al ser la única posible: él, Jorge, está volviéndose loco. Recuerda su crisis de llanto, la ambición inmensa de salir de la Tierra y ahora la voz que le grita, le ordena salir. ¿Salir de dónde? El estado de sueño extendido ejerce su efecto. El cuerpo comienza un proceso de detención. Llega el adormecimiento pero Jorge no pierde la conciencia. Qué ocurre –se pregunta–. Necesito perderla.
Tiene la sensación de caer. Luego viene la pesadilla. En su casa es de noche, y se asoma por una ventana entreabierta. Descubre una silueta en el patio que sabe le mira. Intenta gritar, alguien invade su casa, pero no puede, la voz no le sale de la garganta. Despierta. El viaje durará veinte años terrestres y Jorge lo sabe. No tiene idea del tiempo transcurrido, un minuto, acaso una década. Vuelve a leer la placa. MORFEO, dice en su mente. No consigue hablar. Duerme otra vez. Viene la misma pesadilla, luego sigue la cámara donde puede moverse pero no logra salir. Han pasado los veinte años, el aire es insuficiente y la asfixia le hace perderse en la mortificación. Despierta. Entre la R y la F del nombre maldito logra ver su propio reflejo contrahecho. La imagen le asusta. Jorge no intenta gritar, sabe no puede, no tiene boca. Solo mira el nombre de acero. La cámara se abre y Jorge sale como puede. Afuera están sus compañeros, entre ellos el capitán. En las manos lleva el hacha del pasillo. Arremete contra él que torpemente logra esquivarlo. Aun no puede gritar. Los demás no intentan ayudarlo, más bien lo sujetan y Jorge solo ve el filo de acero, Morfeo, alcanzándolo. Era un monstruo, dice el capitán.
Despierto, casi no puede respirar. Entra en la quietud hasta lograr dormirse bajo el efecto inestable e invencible de la cámara. No recuerda bien nada, solo la placa de metal, el nombre.
Abre los ojos temiendo ver la cámara de acero. Solo encuentra un techo de madera a dos aguas. Como sucede con los sueños, a cada momento la historia de la nave y las pesadillas se hace más inverosímil.
Comienza a reír.
–Jorge –dice su esposa, junto a él en la cama–, ¿ya te volviste loco?
–No –dice Jorge y aun ríe–. Pero mi sueño si lo fue.
La mujer de ojos claros y piel trigueña se vuelve, lo mira.
–¿Qué soñaste ahora?
–Estaba en una nave espacial y me volvía realmente loco.
–No me cuentes más y escríbelo. Hasta hacerlo no estarás bien. Recuerda aquella vaca de Marte. Solo estuviste tranquilo cuando escribiste algo donde aparecía.
Jorge, al levantarse, mira su imagen en el espejo. Allí permanece su boca, sus ojos, el bigote mantiene la postura correcta. Suspira con tranquilidad.
–Hoy llevo a la niña para la escuela –le dice a la mujer.
–¿Y esa novedad? Siempre voy yo.
–Descansa.
–En un hogar nunca hay descanso.
–Duerme un poco más –Jorge dice esto con sus manos sobre los hombros de ella. La besa.
Camina el día como cualquier otro. Hacer el desayuno, llevar a la niña a la escuela, ir a trabajar en la revista, volver temprano para ayudar en casa, estar sin ideas frente a la Underwood, sobándole las teclas. El recuerdo del sueño ya se largó y esto hace del escribir una tortura. La noche retorna, Jorge vuelve a la cama.
–Tengo miedo de dormir –dice a su mujer.
–¿Por qué?
–No lo sé. Pero hoy no quiero dormir.
–Entonces no duermas –dice ella y trepa sobre él en horcajadas, para luego meterlo bajo su camiseta gris. Jorge siente allí el calor de un pecho conocido que se funde en su rostro. Abraza ese torso suave mientras busca consuelo de un sufrimiento soñado. El plan no funciona, el sexo solo trae una lasitud agradable. Jorge se duerme.
La placa metálica tiene una fina capa de humedad. En ella todavía puede leer MORFEO. Él la mira.
Morfeo –piensa–. Me llamo Morfeo, esta placa dice mi nombre. Soñé que era una extraña criatura. Aun así fue agradable.
Una diminuta pantalla indica veinte años.
¿Veinte años de qué?–se pregunta Morfeo–¡De prisión, claro! Estoy preso desde hace veinte años.
La cámara abre con un “chas”, y el mismo sonido se repite muchas veces. Morfeo es el primero en salir. Da sus pasos con náuseas y mareos. Camina toda la nave, examina la sala común. En un pasillo permanece algo que él deseó alcanzar en el pasado. Recuerda necesitarlo. Para liberarme, claro ¿Pero de qué?, piensa mientras toma el hacha de la pared, examina su filo.
Las luces encienden, los pasajeros salen de sus cámaras para retomar el control de la nave, felices de verse. Para ninguno pasó el tiempo, así que vuelven a sus labores. Los encargados de Mantenimiento son los primeros en notar la ausencia de Jorge. Van a las cámaras con el temor de encontrar allí su cadáver por algún fallo en el proceso. Tampoco aparece.
–Seguro fue el primero en salir –dice Josué, el más viejo–. No es extraño, unos despiertan antes que los demás.
Josué toca su mentón, está en compañía de Marcos y Ciro.
– Qué raro –dice–. Estoy barbudo.
Los tres hombres de Mantenimiento se asustan. Saben, es imposible desarrollar bello corporal en un completo estado de detención. Así resuelven ir con el capitán.
–Señor, las cámaras no funcionaron bien. Además, Jorge ha desaparecido.
–Desaparecido –repite el capitán–. Está vivo, ¿no?
–Quizás no sea lo mejor –advierte Josué– si se relaciona su desaparición con algún fallo de la cámara.
–No –dice el capitán–. Es nuevo, seguro salió primero y ahora debe estar pasando la resaca de veinte años en algún rincón de la nave.
Estas palabras calman a los hombres. Dejan la sala para ir en busca de Jorge.
Morfeo tiene el hacha en sus manos mas no conoce el camino. La criatura, de espaldas a él, lo deja sin poder salir del oscuro recinto. Debo pasar. Agarra el hacha y golpea. El monstruo, la criatura, cae al piso. Ahora tiene el camino libre.
–Señor –dice Ciro al capitán en la sala de control–. Hallamos el cuerpo de Clarisa. La han matado de un golpe.
–Y Jorge no aparece.
–Todavía, señor.
El capitán acciona la alarma y los miembros de la tripulación van a reunirse en la sala común. Solo aparecen quince personas.
–¿Y los otros? –pregunta Josué– ¿Alguien ha visto a Jorge?
Nadie responde con una afirmación. Los tripulantes intentan comprender lo ocurrido.
–Todos buscaremos a Jorge –dice el capitán– Quizá es responsable. Por favor, caminen armados.
Los tripulantes comienzan la búsqueda. Tienen miedo, se les nota en la forma de andar, en la respiración, en los rostros cansados. Algunos parecen esconder algo, el capitán lo nota y toma a uno por el cuello de la chaqueta.
–¿Qué pasa? –pregunta.
–Nada señor
–¡Algo ocurre!
–Tuve pesadillas en el estado de detención, señor. No pensaba decirlo porque solo fue una.
–Pesadillas. ¿Y hasta ahora no dijiste nada?
–Tuvimos, señor. Yo y tres de las mujeres.
–¡Diablos! –grita el capitán. Suelta al tripulante. Lo sabe, él también las tuvo. Cuando una sola persona sueña no es extraño, piensa, ¿pero muchas?
Morfeo ha golpeado a todas las criaturas aparecidas frente a él. Cansado, solo quiere irse. Siente a alguien a su espalda cuando está frente al cristal del observatorio y puede contemplar el espacio perdido en negro y estrellas.
–Jorge –dice el capitán–, suelta el hacha.
Morfeo se vuelve para encontrar allí otra criatura.
–Soy Morfeo –dice y descubre como él también posee una boca. Queda sobrecogido. Usa el cristal, busca instintivamente su reflejo.
–Jorge. Suelta el hacha o te mataremos.
–Soy Morfeo –dice el hombre de cuerpo consumido, barba profusa, uñas rotas y el uniforme embarrado de sangre.
–Yo soy el capitán. ¿Me recuerdas?
–Sí. No. Quiero irme. ¿Dónde están las luces?
–¿A dónde quieres ir?
–Casa –dice Morfeo.
–¿A la Tierra?
–¿Qué es tierra? –Morfeo pega la sien al cristal–. Quiero ir más allá de esta barrera. Donde las luces, donde las regiones tibias e infinitas y verdes.
–Escúchame, Jorge: enfermaste. Digo esto porque en ti aún existe algo de cordura, estoy seguro. Detente. Al menos así no matarás.
–Yo no soy Jorge –dice Morfeo.