Ya Sabés Quién - Federico Vargas - E-Book

Ya Sabés Quién E-Book

Federico Vargas

0,0

  • Herausgeber: Bärenhaus
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

Suponían que iba a ser una divertida reunión de egresados, pero no empezó de la mejor manera. Para sorpresa de todos... el anfitrión había desaparecido.           Cinco años después de terminar la secundaria, Nicolás invita a todos sus excompañeros para un reencuentro lleno de alcohol y música. Los invitados van llegando a su departamento y se encuentran con que el organizador no está, y ni siquiera sus amigos más allegados saben de él. Todo se vuelve más confuso cuando descubren una caja que contiene veintidós cartas: una para cada invitado. A lo largo de toda la noche irán leyendo, uno a uno, lo que les escribió Nico, y con cada lectura comenzará a tejerse una telaraña de suposiciones. Las cartas reconstruyen una historia protagonizada por una misteriosa persona a la que Nico se refiere como "Ya Sabés Quién". Aunque todos conocen a esa persona, nadie puede recordar quién es. Y, mientras tanto, Ya Sabés Quién permanece muy bien escondido entre los invitados. Todos sospechan de todos, pero algunos piensan que los propios amigos de Nicolás saben más de lo que dicen saber. Un libro que aborda temáticas juveniles de actualidad y las entrelaza con una historia atrapante cargada de suspenso, romance y humor.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 506

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Vargas, Federico

Ya Sabés Quién / Federico Vargas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8449-38-8

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Juvenil. 3. Novelas. I. Título.

CDD A863.9283

© 2022, Federico Vargas

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

Todos los derechos reservados

© 2022, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello Bärenhaus

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8449-38-8

1º edición: diciembre de 2022

1º edición digital: noviembre de 2022

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

Suponían que iba a ser una divertida reunión de egresados, pero no empezó de la mejor manera. Para sorpresa de todos... el anfitrión había desaparecido.

 

Cinco años después de terminar la secundaria, Nicolás invita a todos sus excompañeros para un reencuentro lleno de alcohol y música. Los invitados van llegando a su departamento y se encuentran con que el organizador no está, y ni siquiera sus amigos más allegados saben de él. Todo se vuelve más confuso cuando descubren una caja que contiene veintidós cartas: una para cada invitado. A lo largo de toda la noche irán leyendo, uno a uno, lo que les escribió Nico, y con cada lectura comenzará a tejerse una telaraña de suposiciones.

Las cartas reconstruyen una historia protagonizada por una misteriosa persona a la que Nico se refiere como “Ya Sabés Quién”. Aunque todos conocen a esa persona, nadie puede recordar quién es. Y, mientras tanto, Ya Sabés Quién permanece muy bien escondido entre los invitados. Todos sospechan de todos, pero algunos piensan que los propios amigos de Nicolás saben más de lo que dicen saber.

Un libro que aborda temáticas juveniles de actualidad y las entrelaza con una historia atrapante cargada de suspenso, romance y humor.

Sobre Federico Vargas

Federico Vargas nació el 18 de mayo de 2001, en Buenos Aires.

Cursó el Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Actualmente es estudiante del Profesorado de Inglés en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ejerce como docente en una escuela secundaria; además de escribir, su pasión siempre fue la enseñanza y la educación.

Se considera un ferviente interesado en el misterio, el humor y las tramas inesperadas. Compartió sus escritos con familiares, amigos y en plataformas de lectura como Wattpad.

Ya Sabés Quién, escrita originalmente en 2020, es su primera novela publicada.

Instragram: @ffedevargas

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Federico VargasCapítulo 1Narrador 0Capítulo 2Narrador 0Capítulo 3Narrador 1Narrador 2Capítulo 4Narrador 3Narrador 0Capítulo 5Narrador 0Narrador 1Capítulo 6Narrador 2Narrador 0Capítulo 7Narrador 3Narrador 0Narrador 4Capítulo 8Narrador 1Narrador 2Capítulo 9Narrador 0Narrador 4Capítulo 10Narrador 3Narrador 0Narrador 1Capítulo 11Narrador 2Narrador 0Capítulo 12Narrador 0Narrador 4Narrador 1Capítulo 13Narrador 3Narrador 0Capítulo 14Narrador 2Narrador 0Narrador 1Narrador 4Capítulo 15Narrador 3Narrador 0Capítulo 16Narrador 0Narrador 1Narrador 2Capítulo 17Narrador 0Capítulo 18Narrador 0Narrador 3Capítulo 19Narrador 2Narrador 4Narrador 1Capítulo 20Narrador 0Capítulo 21Narrador 0Narrador 4Narrador 1Capítulo 22Narrador 0Narrador 3Capítulo 23Narrador 0Narrador 2Capítulo 24Narrador 1Narrador 0Capítulo 25Narrador 3Narrador 0Narrador 4Capítulo 26Narrador 1Narrador 2Capítulo 27Narrador 4Narrador 0Capítulo 28Narrador 3Narrador 0Capítulo 29Narrador 1Narrador 4Narrador 0Capítulo 30Narrador 0Narrador 1 - MagalíNarrador 4 - ZoeNarrador 3 - NicolásNarrador 2 - SebastiánNarrador 0Listado de canciones

CAPÍTULO 1

NARRADOR 0

Matías salió de una de las habitaciones que había junto al baño mientras reía entre dientes. Zoe lo observó y sonrió mientras acomodaba el mantel de una pequeña mesa ratona.

—¿Para qué el mantel? —le preguntó Ignacio, que estaba tirado en el sillón.

—Para que estos animalitos no manchen la mesa —contestó Zoe—. ¿Podés salir del sillón y ayudarnos un poco? En cualquier momento empiezan a venir.

—Sí, no puedo creer que nos vamos a reencontrar todos, después de tanto tiempo —comentó Ignacio, ignorando el pedido de su amiga.

—Me muero de ganas de volver a ver la cara de esos estúpidos —rio Matías desde la cocina, que era pequeña y no tenía una separación con la sala principal. Zoe revoloteó los ojos.

—Estuve toda la noche recordando cómo era cada uno —dijo sentándose al lado de Ignacio—. Los gritos del tarado de Lautaro, los estornudos de iguana de Milagros, la risita pelotuda de la pelotuda de Iara, la energía de Sofía, las preguntas tontas de Maira, los comentarios católicos de Mechi, la cara de virgen de Juan, el silencio de Maxi… ¿qué más?

—Las tetas de Camila —rio Ignacio. Matías hizo una mueca. Zoe volvió a revolotear los ojos.

—¿Qué está haciendo, Tute? —interrogó en dirección a Matías, con el ceño fruncido.

—No sé, moviendo de lugar algunos muebles. No quiere…

El timbre lo interrumpió. Matías miró con intención a Zoe. Esta, a su vez, giró en dirección a Ignacio.

—Llegaron —casi susurró Zoe, poniéndose de pie.

—¡Llegaron! —gritó Ignacio desde el sillón.

—Dejá de gritar, tarado, hay que ver quién es —le contestó Matías. Zoe ya estaba en su camino hacia la puerta. Suspiró antes de abrirla y se encontró con las sonrisas nerviosas de tres chicas: Ornella, Sofía y Maira.

—Hola chicas, ¿cómo están?

—¡Zoe! —dijo Sofía abrazándola—. ¡Tanto tiempo! ¡¿Cómo estás?!

—Bien, bien, ahí ando —contestó Zoe. Luego miró a las otras dos—. Pasen, chicas, pasen.

Ornella y Maira entraron con las sonrisas aún en sus caras y saludaron a Zoe. Ignacio ya se había levantado del sillón y acercado a la puerta. Las chicas lo saludaron a él y a Matías. Después, los ojos de Sofía recorrieron la sala del departamento como si buscara algo o a alguien.

—¿Y Nico? —preguntó. Una muestra de preocupación apareció en los rostros de Zoe, Matías e Ignacio.

—No sabemos —contestó la primera sin más. Sofía frunció el ceño.

—¿Cómo que no saben?

—Cuando llegamos acá, la puerta estaba abierta. O sea, estaba cerrada pero la llave estaba del otro lado, del lado del pasillo. Pensamos que Nico nos estaba esperando, que nos tenía una sorpresa, qué sé yo. Pero entramos, lo buscamos por todos lados y todavía no sabemos dónde está.

Matías hizo una mueca de despreocupación.

—Ya les dije que para mí fue a comprar las pizzas, o algo —dijo.

—Sí, seguro —contestó Ornella—. ¿A dónde va a ir, si no?

Zoe forzó una sonrisa, pero cualquiera hubiera dicho que seguía un tanto preocupada.

—Sí, no sé…

—Bueno, ¿qué andaban haciendo? —preguntó Ornella mientras sus ojos recorrían la cocina—. Hace un montón que no vengo a esta casa.

—Ah, ¿vos viniste? —le preguntó Ignacio sin mucho interés.

—Sí, una vez que teníamos que hacer un trabajo de… ¿De qué era, Mai?

—Mmm, no sé, de Biología, creo —dijo Maira.

—Sí, de Biología, creo. Pero fue hace un montón, este depto. está recambiado.

—Sí, sí, está cambiado —convino Zoe mientras agarraba unos bowls de la alacena de la cocina.

—Yo nunca vine —dijo Sofía—. La verdad que es muy lindo.

—Sí, sí, es muy lindo. Chicas, ¿quieren darme lo que trajeron?

—Ah, sí, sí, tomá, qué boluda —dijo Maira mientras se acercaba a Zoe. Ornella también se les acercó—. Trajimos unos snacks, y Orne tiene el escabio.

—¡Escabioo, buuu! —gritó Ornella mientras levantaba los brazos y daba una vueltita. En una de sus manos tenía una bolsa con dos botellas de vidrio, que chocaron entre sí con el movimiento.

—Se te van a romper las botellas, Orne —le dijo Sofía entre risas. Mientras tanto Maira sacaba los paquetes de snacks que tenía en su bolsa y se los pasaba a Zoe.

—Ah, sí, sí, perdón. ¿Las pongo en la heladera? —preguntó Ornella.

—Sí, sí, dame que las guardo —dijo Matías acercándose a la heladera.

—Che, pongan un poco de música, loco —dijo Sofía haciendo unos pasos de baile—. Nacho, dale, activá y pone algo de música.

Ignacio, que se había sentado de nuevo en el sillón, se puso de pie motivado por la (siempre presente) energía de Sofía, y se dirigió al equipo de música con una sonrisa.

—Gancia y Frizze, esa, chicas —sonrió Matías agarrando las botellas de la bolsa que Ornella sostenía.

—Sí, yo quería traer algo más fuerte, pero las chicas compraron esto —dijo—. Yo iba a comprar Campari, pero…

—A mí me encanta el Frizze —comentó Zoe mientras ponía en los bowls los distintos snacks que habían traído las primeras invitadas.

—Sí, el Frizze es lo más rico —convino Maira—. No tiene mucho alcohol pero es muy rico.

—A mí me gusta tomar, pero no me empedo —explicó Zoe.

—No, no, yo tampoco. Pero…

Maira se interrumpió cuando la música empezó a volumen máximo.

—¡Bajá eso, retardado! —le gritó Matías a Ignacio, quien bajó rápidamente el volumen.

—Estaba al máximo, ¿qué querés que haga?

—A ver, ¡voy a elegir la primera canción de la noche! —exclamó Sofía mientras hacía de nuevo unos pasos de baile.

—Esos pasos que te tirás, Sofo —halagó Ignacio. Sofía se rio.

—Perdónenla si está medio pelotuda, pero bueno ya saben, así es Sofi —dijo Ornella—. Está un poco nerviosa con lo de esta noche. Bueno, yo también, para qué negarlo.

—Sí, no puedo creer que después de cinco años nos reencontramos todos los de la secundaria —dijo Sofía mientras buscaba una canción en la aplicación de música del celular que estaba conectado al parlante—. ¡Cinco años, ¿entienden?! ¡Es un montón!

—Yo siempre me imaginaba un reencuentro después de algunos años, cinco o diez, qué sé yo —dijo Maira desde la cocina. Seguía ayudando a Zoe a poner los snacks en los bowls—. Pero no sé, fue como inesperado. Cuando recibimos el mensaje de Nico ahí en el grupo de Instagram…

—Yo no entendía nada al principio —dijo Ornella, que se había sentado en el piso al lado de Sofía, quien aún no terminaba de decidir qué canción poner. Ignacio y Matías se habían sentado en el sillón—. Onda vi el grupo y dije what the fuck, qué es esto. Lo primero que vi fue el mensaje de Nico y después me fijé los integrantes del grupo.

—Sí, es increíble encima que todos hayan dicho que sí —contestó Maira—. Porque después de cinco años, viste, capaz una se embarazó, el otro se fue del país, qué sé yo.

—Sí, es verdad, le tenemos que agradecer a Nico —dijo Ornella, un tanto pensativa—. Ahora, qué raro, ¿a dónde habrá ido?

—Es lo que estamos tratando de averiguar —dijo Ignacio desde el sillón, con su teléfono en las manos.

—¿Pero no le mandaron un mensaje, o lo llamaron? —preguntó Maira.

—Sí, le mandamos mensajes pero no le llegan. Y no contestó cuando lo llamamos —contestó Matías, quien seguía viéndose un tanto despreocupado—. Ya les dije, para mí fue a comprar o algo. Pero me parece raro que no le lleguen los mensajes. O que no responda las llamadas.

—Andá llevando esos bowls a la mesita, Mai —le dijo Zoe. Maira obedeció.

—Dale Sofi, ¿qué esperás para poner la música? —preguntó Ornella.

—Se traba este celular. ¿De quién es? —dijo Sofía levantando la cabeza.

—Mío —contestó Matías—. Es una verga mi celu; si pueden, conecten el suyo al parlante y pongan la música desde ahí.

—Bueno, bueno. Perá que tengo que desconectar el tuyo y…

El timbre sonó nuevamente. Sofía y Ornella levantaron la cabeza y dirigieron su mirada hacia la puerta. Zoe, que acababa de dejar unos bowls con snacks en la mesita ratona, se encaminó hacia ella y la abrió.

—Hola chicos, pasen —dijo con una sonrisa. Maximiliano y Joaquín saludaron a Zoe y entraron.

—¡Maxi, Joaco! ¡¿Cómo están?! —exclamó Sofía mientras se ponía de pie.

—Hola Sofi, ¿cómo andás? Tanto tiempo —dijo Joaquín. Al igual que Maximiliano, saludó a Sofía, a Ornella y a Maira, y luego a Matías e Ignacio.

—¿Vinieron juntos? —preguntó Ornella.

—No, no, nos encontramos en la puerta —contestó Maxi.

—La dejaron entreabierta, ¿no? —preguntó Zoe.

—Sí, sí, igual estaba el que limpia —dijo Joaquín—. Nos dijo que cualquier cosa él le abría a los que vinieran.

—Ah, sí, Carlos, es un genio.

—¿Por qué no querían que toquemos el timbre abajo? —preguntó Maira.

—Porque no tengo ganas de estar con el comunicador o como se llame a cada rato. Por eso hablé con Carlos para que se encargue de abrirle a los pendejos que vinieran. ¿Qué trajeron en las bolsas?

—Yo traje una Coca y un Fernet —contestó Maxi.

—Yo traje un Campari —dijo Joaquín.

—¡Vamos el Campari! —festejó Ornella.

—Ah, ¿te gusta?

—Sí, es mi favorito. Adoro el Campari.

—Pásenme las bebidas que las voy poniendo en la heladera —les dijo Matías a los chicos. De pronto comenzó de nuevo la música: Sofía se había sentado en el piso de nuevo, había conectado su teléfono al parlante y por fin había elegido una canción.

—¿Ahí está bien el volumen? —preguntó.

—Sí, sí, ahí está bien, Sofi —le contestó Maira.

—Sofi, ¿te acordás cuando hicimos esa joda en tu casa y los vecinos llamaron a la policía porque la música estaba realta? —se rio Ornella. Mientras tanto, Matías estaba guardando las nuevas botellas en la heladera, Ignacio seguía tirado en el sillón y Zoe estaba comiendo algunos snacks.

—Sí, qué bajón… Pero estuvo buena mientras duró —dijo Sofi.

—Pero no estaba tan alta la música, tus vecinos son reortivas —dijo Maira.

—Igual fue sólo esa vez, porque después hice otra joda, donde ahí sí vinieron todos los del curso, y esa vez los vecinos no rompieron las pelotas. No sé, son medio pelotudos.

El timbre volvió a sonar y Zoe se encaminó a la puerta. La abrió y se encontró con Lucas y Francisco.

—Hola chicos, pasen —repitió. Los chicos la saludaron y entraron.

—¡Hola chicos! ¡¿Cómo va?! —exclamó Sofi, corriendo hacia ellos. Los chicos la saludaron a ella y luego a todos los demás.

—Che, recién ahora me doy cuenta. ¿Dónde está Nico? —preguntó Joaquín—. ¿Fue a comprar?

—Eh… Sí, fue a comprar —contestó Matías, para ahorrarse una larga explicación. Sofía, Ornella y Maira lo miraron con cierta preocupación, pero no dijeron nada—. Chicos, pásenme las bebidas que hayan traído así las meto en la heladera.

Lucas y Francisco, a quienes Matías se había dirigido, se acercaron a él con bolsas.

—Trajimos vodka y jugo, y Lucas tiene unos snacks —dijo Francisco.

—Pásenme los snacks a mí que los pongo en los bowls —dijo Zoe.

—¿Vinieron juntos, chicos? —les preguntó Sofía a los recién llegados.

—Sí, sí, ¿por? —respondió Lucas.

—Porque quiero ver si se mantienen los grupos de amigos como eran en la secundaria o no.

—¿Ustedes dos no se juntaban con Joaco? —interrogó Ornella.

—Sí, yo me juntaba con ellos, pero qué sé yo, con el tiempo fuimos dejando de hablar —dijo Joaquín.

—Sí, es verdad, nosotros éramos como un “grupo” —dijo Lucas con una sonrisa y haciendo el gesto de comillas, como si recordara viejos tiempos—. Y Maxi y Juan siempre estaban por ahí, dando vueltas. ¿Cómo estás Maxi? ¿Te seguís viendo con Juan?

—Cada tanto nos hablamos para un partidito de fútbol, pero no mucho —contestó Maximiliano.

—¿Y por qué no vinieron juntos? —preguntó Maira.

—Me dijo que iba a llegar un poco más tarde, porque era el cumpleaños de la abuela… o la tía. O la tía abuela, no me acuerdo.

Lucas, Joaquín, Sofía y Maira se rieron. Zoe acababa de agarrar nuevos bowls para los nuevos snacks.

—Estos son lo mismo que esos, Zoe —le dijo Matías—, así que ponelos juntos.

—Sí, pero ese bowl está lleno, Tute. Cuando se vacíen los junto.

—Menos mal que ahora somos más —comentó Sofía—. Yo sentía que estábamos llegando muy temprano.

—¿Vinieron juntas las tres? —interrogó Francisco.

—Sí, sí.

—Así que acá estamos… Después de tanto tiempo, nos estamos reencontrando los de la secundaria después de cinco años —comentó Joaquín—. ¿No es algo loco?

—Sí, la verdad que es reloco —dijo Sofía. El timbre volvió a sonar, por lo que se giró hacia la puerta, como todos los demás. Zoe se dirigió a ella y la abrió para revelar a Magalí, Mercedes y Lucía. Zoe las saludó y las invitó a pasar. Las chicas saludaron rápidamente a todos los que estaban en la sala. Mercedes y Lucía llevaban bolsas en sus manos. Les dieron los snacks que habían traído a Zoe, y las bebidas a Matías, a pedido de ellos. Sofía, y en realidad los demás también, se sentían muy emocionados de volver a ver a sus compañeros de secundaria, después de cinco años.

Matías e Ignacio, con ayuda de los otros varones, agarraron jarras de plástico y las llenaron con diversas mezclas hechas a partir de las bebidas. Mezclaron Coca-Cola con Fernet, vodka con jugo y vodka con Frizze. En otras jarras pusieron Frizze y Gancia por separado. Luego agarraron vasos descartables y comenzaron a servirlos.

—¿Y qué estás estudiando, Mechi? —le preguntó Sofía a Mercedes.

—Teología, en la UCA —contestó Mechi con una sonrisita. Zoe revoloteó los ojos y cruzó una mirada con Matías, cuyo rostro no era muy expresivo.

—Como si fuera poco —empezó Zoe, camino a la cocina, donde se encontraba su amigo revisando la heladera—, todavía faltan los más heavies. Los tinchos y las milipili.

—Sí, tenés razón —convino Matías—. Me encanta todo lo que trajeron. La heladera está re llena.

—Los tinchos y las milipili la van a llenar todavía más. No me sorprendería que también traigan falopa.

—Eso estaría bueno, capaz es una noche un poco pesada —dijo Ignacio apareciendo de la nada.

El timbre sonó y Zoe suspiró. Se veía algo agotada.

—¿Querés que vaya a abrir yo? —le preguntó Matías.

—No, no, dejá —dijo Zoe decidida—. Voy yo.

Sin decir más, Zoe se encaminó a la puerta y la abrió. Se encontró con cuatro muchachos: Santiago, Sebastián, Lautaro y Leonel.

—Hola chicos, ¿cómo andan? Pasen —dijo Zoe con una sonrisa forzada. Los chicos la saludaron con un “hola” y entraron—. Llévenle las bebidas a Tute, que está en la cocina, por allá.

Los chicos obedecieron y se encaminaron a la cocina. Matías estaba parado junto a la heladera como si los estuviera esperando. De hecho, lo estaba.

—Ah, bueno, cuántas bolsas —dijo con una sonrisa.

—Sí, locura, estamos ATR —dijo Lautaro. Matías subió y bajó la cabeza, sin expresión en su rostro. Los chicos le fueron pasando las botellas mientras él las guardaba en la heladera.

—¿Ya vinieron todos? —preguntó Santiago sin mucho interés. Mientras tanto, Sebastián y Leonel miraban en dirección a la sala.

—Sí… Bueno, Nico no está, todavía no lo pudimos ubicar —contestó Matías mientras apoyaba dos Cocas en la mesada.

—¿Cómo? ¿Este no es el depto. de Nico? —preguntó Leonel.

—Sí, pero cuando nosotros llegamos, o sea Nacho, Zoe y yo, cuando llegamos no había nadie. Yo creo que fue a comprar algo pero la verdad no sé.

—Y, se habrá ido a Brasil con los papás —rio Lautaro mientras imitaba al parecer una canción brasileña. Los otros tres se rieron. Matías cerró con fuerza los ojos por un segundo, luego los volvió a abrir.

—Qué lindo irse a Brasil ahora en enero, en verano, guacho —dijo Leonel—. Si mis viejos se fueran, yo me voy con ellos.

—Qué decís, amigo, te queda la casa para hacer altas jodas —contestó Lautaro.

—¿Qué pasa? ¿No entran esas Cocas en la heladera? —le preguntó Santiago a Matías. Este negó con la cabeza mientras Zoe aparecía por detrás de los chicos. En sus manos tenía dos bowls vacíos.

—No, no entran —respondió Matías.

—¿Trajeron snacks, chicos? —interrogó Zoe.

—No, esa te la debo, amiga —le contestó Lautaro—. Bueno, turros, ¿vamos a bailar?

Los otros tres asintieron antes de reírse, dieron media vuelta y se alejaron.

—Son primates —comentó Zoe mientras apoyaba en la mesada los bowls que llevaba en las manos—. Recién fui a la mesita a ver si había bowls vacíos y se me puso a hablar la pelotuda de Mechi. No sé si la católica ya está en pedo o qué, pero no había forma de sacármela de encima. Me preguntó otra vez por Nico, aunque ella y las otras dos ya lo habían preguntado cuando llegaron.

—Sí, recién les dije a los flacos estos que no sabemos dónde está Nico —contestó Matías.

—¿Y no lo llamaron? —preguntó Magalí, apareciendo de la nada. En una de sus manos tenía un vaso descartable lleno de bebida—. O un mensaje. No, mejor llamarlo. Es raro que no esté. Digo, si este es su departamento.

—No, ya lo llamamos pero no responde. Y los mensajes no le llegan —contestó Matías—. La verdad no se me ocurre…

El timbre lo interrumpió. Zoe suspiró antes de dirigirse a la puerta. Cuando la abrió, se encontró con la sonrisita de cuatro chicas: Iara, Micaela, Milagros y Camila.

—Hola chicas, pasen —dijo Zoe. Las chicas entraron y la saludaron con un “hola” o con un “hola, Zoe”. Miraban a los demás con cierto asco—. Las bebidas llévenselas a Tute que está en la cocina, allá.

Las chicas la miraron antes de obedecer. Zoe siguió sus pasos.

—¡Hola Tute! Nos dijo Zoe que te demos las botellas a vos —dijo Iara.

—Sí, sí, pásenmelas.

—¿Trajeron snacks, chicas? —les preguntó Zoe.

—No, no, sólo escabio —contestó Milagros. Zoe revoloteó los ojos disimuladamente.

—Ya no entran más botellas en la heladera, Zoe —dijo Matías—. Así que estas las dejo acá afuera y las voy metiendo a medida que se vaya vaciando.

—¿No tienen otra heladera? —interrogó Iara. Zoe la miró como si fuera estúpida.

—No, no —contestó Matías.

—Bueno, ¿vamos para allá, chicas? —dijo Micaela.

—Sí, dale que quiero ver quiénes están —contestó Milagros. Las otras dos asintieron, dieron media vuelta y se alejaron.

—¿No tienen otra heladera? —repitió burlona Zoe mientras se apoyaba contra la mesada de la cocina—. Sí, esperame que voy al baño y agarro una nueva, pelotuda. —Matías se rio. Zoe abrió la boca para decir algo más pero el timbre la interrumpió. Miró a su amigo desentendida—. ¿Quién carajo es? ¿No estaban todos ya?

Matías se encogió de hombros.

—Ni idea.

Sin perder más tiempo, Zoe se dirigió a la puerta y la abrió con curiosidad. Su rostro se apagó cuando simplemente observó a Juan.

—Ah, hola Juan, cierto que llegabas más tarde —dijo.

—Hola Zoe, ¿cómo estás?

—Bien, ¿vos? Pasá.

—Perdoná que no traje nada, vine rápido del cumple de mi tía abuela —dijo Juan con cierta vergüenza.

—No pasa nada. Allá están las bebidas, allá los snacks. Que la pases lindo —le dijo Zoe.

—Dale —sonrió Juan antes de alejarse. Zoe regresó a la cocina, desde donde Matías la estaba mirando.

—Cierto que llegaba más tarde —dijo.

—Encima el rata no trajo nada —se quejó Zoe.

—No pasa nada, tenemos un montón de bebidas y… y snacks también. Habría que pedir unas pizzas, ¿no?

Zoe lo miró con fastidio.

—Hasta ahora la noche ya se me hizo bastante pesada —dijo—. No sé si voy a aguantar a estos monos durante tanto tiempo. Y Nicolás…

—¿Qué pasa, chicos? ¿Qué andan haciendo? —dijo Ignacio apareciendo de la nada, con un vaso descartable en la mano.

—Vos no te pongás en pedo, por favor —le dijo Zoe.

—Pfff, ¿pero qué decís? Yo nunca me puse en pedo —dijo Ignacio antes de echarse a reír. Zoe lo fulminó con la mirada.

—Voy a ir al baño —dijo Zoe mirando fijamente a sus dos amigos—. Capaz me ahogo en el inodoro.

Matías e Ignacio se miraron sin mucho interés.

—¿Ya empezaste a tomar vos? —preguntó Matías.

—Sí, hay que pasar la noche, ¿o no? —contestó Ignacio antes de echarse el vaso a la boca. Matías se rio. De pronto Zoe se acercó a ellos con una caja en sus manos y una mirada seria.

—Chicos —dijo mirándolos fijamente. Su cuerpo estaba apenas temblando, aunque nadie era capaz de darse cuenta. Sus dos amigos la miraron con interés. Matías tragó saliva. Ignacio no dejaba de tomar su bebida.

—¿Se supone que te tengo que preguntar qué es eso, qué hay en esa caja? —preguntó Matías. Zoe lo miró antes de acercarse al equipo de música y apagarlo. Todos los invitados miraron en su dirección.

—¡Eh, qué onda que apagan la música! —gritó Lautaro.

—Chicos, escuchen —dijo Zoe, exhibiendo la caja—, tengo algo que mostrarles.

CAPÍTULO 2

NARRADOR 0

—¿Qué hay en la caja, Zoe? —preguntó Magalí. Zoe tragó saliva antes de hablar. Se veía algo nerviosa y su rostro expresaba mucha preocupación.

—Parece… Parece que esta caja la dejó Nico —dijo con el ceño fruncido.

—¿Nico? —interrogó Matías de repente, acercándose a su amiga. Zoe lo miró y asintió levemente—. No entiendo, ¿dónde está Nico?

—Sí, es lo que yo me pregunté varias veces. ¿Dónde está Nico si este es su departamento? —dijo Mercedes e inmediatamente después se oyeron murmullos de incomprensión en toda la sala.

—No sabemos dónde está —dijo Zoe. Todos se callaron—. Como les comentamos a algunos, cuando llegamos la puerta estaba cerrada pero con la llave del lado del pasillo, así que entramos. Lo buscamos pero no lo encontramos. Lo llamamos y le mandamos mensajes, pero nada. No contesta, no le llegan los mensajes. A nosotros no nos avisó nada.

—Al principio creíamos que había ido a comprar algo —siguió Matías—, o que capaz nos estaba haciendo alguna joda, pero…

—¿Y no será eso? —Se oyó la voz de Santiago desde el fondo.

—¿No será qué? —preguntó Zoe.

—Una joda, digo. Capaz nos está haciendo una joda.

Zoe dudó. Sus ojos recorrieron parte de la sala y se mostraba muy pensativa. Matías, a su lado, no tenía expresión en su rostro. Por su parte, Ignacio estaba detrás de ellos y seguía tomando de su vaso descartable.

—No sé… Él no es de hacer estas cosas —dijo Zoe, todavía preocupada.

—No es por nada, pero a mí como que me pareció un poco raro que de la nada haga ese grupo en Instagram y nos mande ese mensaje invitándonos a… bueno, a este reencuentro —dijo Iara—. Como que me quedé, dije… “Qué raro, Nico”, porque nunca fue uno de esos, ¿no? Así, como de los que organizaba cosas, jodas, qué sé yo.

—Sí, ahora que lo pienso, Iara tiene razón —dijo Ornella—. Si ustedes, que son los amigos, no saben dónde está, la verdad que es muy raro.

—¿Dejó pistas para que lo encontremos a lo largo del depto.? —preguntó Lautaro en forma de chiste.

—Sí, ¿este es el primer juego de la noche? —la siguió Leonel.

—¿Pueden cortarla? No sabemos en serio dónde está Nico —dijo Zoe algo enojada.

—Bueno, ¿y qué es lo que hay en la caja? —preguntó Santiago.

—Acá hay un papelito que dice… Bueno, lo leo en voz alta —dijo Zoe—. Dice: “Compas, quienquiera que encuentre esta caja muéstresela a los demás. Adentro hay 22 cartas, una para cada uno. Tienen que leerlas en voz alta y en orden. Si bien cualquiera puede leer cualquiera, o incluso uno solo puede leerlas todas, sugiero que cada uno lea la suya, repito, en voz alta. Eso es todo”.

Zoe dejó el papelito sobre la caja y regresó su mirada a los demás.

—¿Qué mierda le pasa? ¿Qué es lo que hay en las cartas? —preguntó Lautaro.

—No sé, pero si queremos saber supongo que tenemos que leerlas —dijo Zoe.

—Sí, chicos, a mí me divierte la idea. Que cada uno pase adelante y lea la suya. Muero por saber lo que Nico escribió en la mía —dijo Iara con una gran sonrisa. Zoe levantó una ceja y le envió una mirada a Matías, que se veía muy confundido.

Tras el comentario de Iara, se escucharon nuevamente murmullos a lo largo de la sala.

—Chicos —Zoe volvió a llamar la atención de todos—. Los que puedan, siéntense en el sillón. Ahora voy a traer otro sillón que está en la pieza de los papás de Nico. Mientras tanto acomoden las sillas, póngalas en fila ahí así se sientan. Algunos se van a tener que sentar en el piso.

Dicho esto, Zoe comenzó a caminar en dirección a la habitación de los padres de Nicolás.

—Esperen, ¿en serio lo vamos a hacer? —preguntó Lautaro a sus amigos.

—Sí, Lauti, es divertido. ¿No querés saber qué te escribió Nico? —dijo Iara.

—Nada bueno, seguro. Y la verdad que tampoco me importa.

—Sí, ¿qué es esto? No era la idea pasar el tiempo así. Vinimos a tomar, a bailar, no a leer cartitas de un inadaptado —convino Leonel.

—Bue, boludo, ponele onda —dijo Iara—. Pobre Nico, ni sabemos dónde está.

—A esta altura debe estar con un tiro en la cabeza —bromeó Lautaro. Sebastián lo miró con terror.

Ignacio estaba mezclando vodka con jugo en una jarra cuando Matías y Zoe aparecieron moviendo un sillón de tres plazas.

—¿Podés ayudar un poco, nene? —le dijo Zoe.

—Sí amigo, dale, dejá de tomar y ponete las pilas —dijo Matías.

—La bebida está para tomar, ¿no? ¿Qué quieren que haga? —preguntó Ignacio mientras vertía parte del líquido de la jarra en su vaso descartable.

—Decile a estos animales que se pongan a mover las sillas, o movelas vos mismo porque si espero a que alguien active —dijo Zoe.

—Bueno, bueno, ahora me encargo.

Zoe sonrió mientras daba pequeños pasos moviendo el sillón con Matías. Le echó una mirada a este último y preguntó:

—¿Dónde lo dejamos?

—Allá, que quede enfrente del otro sillón y ponemos las sillas entre los dos —contestó Matías.

—Bueno dale. ¡Nacho, que las sillas estén ahí, porque el sillón lo vamos a poner acá! —Zoe señaló el “ahí” y el “acá” con la cabeza. Nacho asintió antes de llevarse su vaso a la boca nuevamente—. Este pibe no para de tomar, la puta madre.

Ignacio dejó a un lado su vaso y aplaudió mientras se acercaba a los invitados. Lautaro y sus amigos lo miraron con extrañeza y reprimieron una risa.

—¿Qué pasa, locura? —le preguntó Lautaro.

—Voy a mover las sillas, ¿me ayudás? —le dijo Ignacio.

—Sí, dale, esperame sentado en una de las sillas y en un rato te ayudo.

Ignacio lo miró con confusión, probablemente no había entendido el sarcasmo.

—Necesito que me ayudes ahora. ¿Lo vas a hacer o no? No es muy difícil lo que te pedí.

Lautaro lanzó un “Uuuhh” y se echó a reír, acompañado de Leonel y Sebastián.

—¿Qué pasa, amigo? Estamos todos tranquilos acá —dijo Santiago. Ignacio lo miró fijamente y dio la vuelta. Mientras movía la cabeza al ritmo de una música imaginaria, comenzó a acomodar las sillas que había en la sala, que al mismo tiempo era el comedor del departamento. En la sala había seis sillas que usualmente rodeaban a una mesa que ahora se encontraba contra la pared. Ignacio también encontró una silla en la cocina. A medida que atravesaba la sala para colocar las sillas en el fondo, les iba pidiendo permiso a los invitados. Lautaro y sus amigos se pusieron en el medio de su camino en un momento.

—¿Se pueden correr por favor? —pidió Ignacio, sin mirarlos.

—Más fuerte, que no te escuchamos —dijo Leonel.

—Chicos, ¿cuántos años tienen? —les preguntó Iara—. Déjense de joder, loco, ya no estamos en la secundaria. Déjenlo en paz.

—Uy, Iara, es un chiste. Pasá tranquilo, Igna —dijo Lautaro. Ignacio hizo como si no lo hubiera escuchado y siguió acomodando las sillas.

—Cómo pesa ese sillón, por Dios —dijo Zoe mientras se apoyaba contra la pared—. Encima ya me lo ocuparon, la puta madre.

—No pasa nada, ahora nos sentamos en las sillas que está acomodando Nacho, o de última en el piso —dijo Matías.

—¿Qué hacemos con la música? ¿La volvemos a poner?

Matías se quedó pensando por un momento.

—La podríamos poner bajito, pero capaz se distraen —dijo—. Yo quiero escuchar bien todas las cartas. Con la música me voy a distraer, por más bajita que esté. Además, si empiezan a pelotudear…

—Te juro, pareciera que no maduraron un pelo desde la secundaria. No sé qué tipo de vida estarán llevando ahora, pero son más infradotados —contestó Zoe mientras veía a Ignacio pasar por detrás de Matías—. Nacho, escuchá, en la habitación de Nico hay otra silla, y en la habitación de los papás también.

Ignacio la miró en silencio, forzó una sonrisa y se dirigió a las habitaciones.

—En total serían… nueve sillas. Y en los sillones —Zoe miró en dirección a los sillones. Los dos eran de tres plazas, pero en uno se habían acomodado cuatro personas: el grupo de Iara, Micaela, Milagros y Camila. En el otro, el que Zoe y Matías habían trasladado, se había sentado hace poco el grupo de Sofía, Ornella y Maira—. Qué raro las cuatro trolas en el sillón. Están ahí más o menos desde que llegaron, ¿no?

Matías giró su cabeza hacia el sillón de la sala.

—Sí, creo que sí —dijo.

—No bailan ni de onda.

—Bueno, tampoco hay música como para bailar.

—Entonces… cuatro más tres… Siete, más las nueve sillas… Dieciséis, así que… Seis personas se van a tener que sentar en el piso —calculó Zoe.

—Mirá, sólo quedó una silla libre —señaló Matías. Zoe observó que Lucía, Magalí, Mercedes, Joaquín, Francisco, Lucas, Maximiliano y Juan se habían sentado en las sillas—. Parece que los monos prefieren sentarse en el piso.

—Todavía están parados, va a ser recomplicado que entiendan que se tienen que sentar.

—¿No sienten al menos algo de curiosidad? —preguntó Matías—. Yo de verdad quiero saber qué me escribió Nico.

—Sí, yo también —convino Zoe—. Bueno, te voy avisando que la silla que quedó libre es mía.

Dicho esto, Zoe se dirigió a la silla en cuestión. En el camino le dirigió la palabra al grupo de Lautaro.

—Chicos, acomódense en el piso que estamos por empezar —les dijo.

Lautaro abrió la boca para contestar pero Iara se le adelantó:

—Dale chicos, siéntense acá así les hacemos masajitos en la cabeza mientras tanto.

Los cuatro amigos se miraron entre sí con gracia y se acomodaron en el piso, delante del sillón de la sala donde estaban sentadas sus cuatro amigas.

Matías agarró con cuidado la misteriosa caja, que Zoe había dejado sobre la mesa de la sala. Con la caja en mano se acercó a Ignacio, que estaba en la cocina con su vaso descartable en una mano y su celular en la otra.

—Supongo que tenemos que empezar —dijo Matías—. ¿De quién será la primera carta?

—Me muero por saber —dijo Ignacio dejando a un lado su teléfono—. ¿Será para alguno de nosotros? —Matías se encogió de hombros—. Che, estaba pensando, ¿pedimos unas pizzas? Porque ya está claro que nuestro querido Nico no fue a comprar nada, y me estoy cagando de hambre.

—No rompás, conformate con los snacks. De última pedimos en un rato.

—Chicos —dijo Zoe apareciendo de repente en la cocina. Sus amigos se giraron para verla—. Estuve pensando en que la silla que sobra la podemos poner en el medio de esa especie de semicírculo así cada uno lee su carta en esa silla.

—¿Vos te pensás que estos tarados se van animar a pasar y leer su carta en frente de todos? —contestó Matías.

—Es verdad —coincidió Ignacio.

—Hay más de uno que está alegre, así que sí. Nosotros lo tenemos que decir como algo natural. No les vamos a preguntar “Chicos, ¿se animan a pasar acá y leer su carta?”. Corte les decimos… No sé, Mechi, por ejemplo, le decimos “Mechi, es tu carta, vení acá y la leés para todos”, algo así.

—Cómo estamos con Mechi, eh —rio Matías.

—Es que recién la tenía al lado. Se me puso a hablar de un rosario que se le rompió y de otro que estaba pintando de no sé qué colores. La verdad me tiene harta. Encima del otro lado tenía a Joaquín, y no es de forra, pero vieron que es un poco… bueno, un poco gordo. Y nada, no me dejaba mi espacio.

Matías e Ignacio se rieron.

—Yo le estaba comentando a Tute recién de pedir unas pizzas —dijo Ignacio.

—Ay, Nacho, no rompas ahora, después pedimos —dijo Zoe—. Bueno dale, vamos. Voy a mover la silla al medio y empezamos. A ver, Tute, fijate de quién es la primera carta.

Matías levantó la tapa de la caja y leyó el nombre escrito en el primer sobre.

—Lucía —contestó. Zoe lo miró con extrañeza.

—¿Lucía? —repitió.

—Sí, qué sé yo.

—Bueno, vamos.

Dicho esto, Zoe dio media vuelta y regresó a la sala, seguida por sus amigos. Caminó hasta la silla que quedaba libre y la movió más o menos hasta la línea imaginaria que se formaba donde comenzaban los dos sillones que había en la sala, ambos enfrentados. Zoe posicionó la silla en el medio de esa línea imaginaria, movió la mesita ratona (que mayormente estaba ocupada por bowls casi vacíos) hasta posicionarla al lado de la silla, y llamó la atención de todos.

—Chicos, vamos a empezar.

El murmullo fue desapareciendo a medida que todos dirigían su mirada a Zoe. Matías e Ignacio se pararon al lado de ella. El primero tenía la caja en sus manos. Zoe la agarró y la apoyó en la mesita ratona.

—¿Para qué es esa silla? —preguntó Joaquín mientras Zoe levantaba la tapa de la caja y tomaba el primer sobre.

—Para que cada uno se siente cuando lee la carta que le toca. En este caso… Lucía, la primera carta es para vos —dijo Zoe, mirando en dirección a la mencionada.

—¿Por qué nos tenemos que sentar ahí? —insistió Joaquín—. ¿No podemos leer la carta desde donde estamos? Para empezar, no sé si tengo ganas de leer mi carta en voz alta.

—Ay, Joaco, ponele onda —dijo Iara—. Ya no estamos en la secundaria para seguir teniendo vergüenza o algo. Hace un montón que no nos vemos y siento que no le estamos poniendo onda.

—¿Qué te pasa, Iara? ¿De verdad te está gustando este juego pelotudo? —dijo Lautaro.

—Ay, Lauti, callate un poco, de verdad, estás insoportable. No sé si es un juego, capaz que sí, capaz Nico armó algo para que nos divirtamos un poco. Póngale onda, loco, hace un montón no nos vemos. Yo quiero saber qué es lo que me escribió Nico.

—Sí, yo también —dijo Mercedes entre risas. Parecía algo borracha—. Dale, Lu, pasá adelante y leé la carta que me muero por saber qué te escribió Nico.

Zoe, Matías e Ignacio miraron a Lucía, al igual que todos los demás.

—Dale Lu, pasá —incitó Zoe—. Todos van a pasar acá adelante.

Podría decirse que ese comentario generó algo de disgusto entre muchos de los invitados, pero nadie se atrevió a decir nada más. Lucía se levantó de su lugar con algo de miedo y avanzó hasta donde estaban los tres amigos de Nicolás, el misterioso chico que estaba desaparecido. Zoe le sonrió, Matías la miraba sin expresión en su rostro, e Ignacio chequeaba algo en su celular.

—Bueno, tomá —dijo Zoe—. Sentate acá y leé en voz alta.

Lucía no dijo nada, agarró el sobre aún con miedo y se sentó en la silla, nerviosa.

—Dale Lu, es una carta, nada más —dijo Iara. Lucía forzó una sonrisa—. ¿Es muy larga?

Lucía sacó la carta del sobre, la desdobló y la ojeó.

—No, no es muy larga.

—Ah, bueno, dale entonces —dijo Iara con una sonrisa. Mientras tanto, Zoe, Matías e Ignacio se sentaron a un costado de la silla, delante del sillón donde estaban sentadas Sofía, Ornella y Maira.

—Bueno, dice… —empezó Lucía antes de soltar una risita nerviosa—. Eh… —Se echó a reír de nuevo.

—Dale Lu, es corta, leela —insistió Iara, quien parecía estar divirtiéndose de verdad. Lucía la miró, le sonrió y regresó a la carta, un poco más tranquila.

—Dice:

 

Para Lu:

Seguro te sorprendas de ser la primera. Bueno, no te preocupes, no tiene nada de especial. Si bien es cierto que hay ciertas personas que tienen un papel más importante en la especie de historia que les voy a contar, el orden de las cartas no se corresponde con tal importancia sino más bien con una cuestión de cronología respecto de los hechos.

Si esta carta es para vos, es porque vos fuiste la única testigo de ese cruel acontecimiento, aquel que ocurrió un día de segundo año cuando Ya Sabés Quién me puso la traba cuando estaba por bajar las escaleras para ir al recreo. Vos estabas por ahí, creo que estabas detrás de él. Acababas de comprar algo en el kiosco e ibas a bajar probablemente al patio de afuera. Pero viste cuando Ya Sabés Quién hizo lo que hizo, lo que provocó, naturalmente, que yo tropezara y me diera la cabeza contra algunos escalones primero, y el piso después. Ya Sabés Quién se rio y escapó de la escena del crimen tan rápido como pudo. Vos bajaste hasta donde yo estaba y me preguntaste si estaba bien. Yo me sentía bien físicamente, a pesar de que me sangraba un poco la cara porque la caída me había provocado un duro golpe. Tenía uno o más moretones que no eran cosa menor. Pero me sentía bien físicamente. Pero no me sentía bien emocionalmente. Ya Sabés Quién lo había hecho de nuevo, se había burlado de mí de nuevo, me había lastimado, y mucho, de nuevo.

Sin embargo, nadie nunca supo quién había sido. Cuando el rector me preguntó qué me había pasado, yo sólo dije que me había tropezado. Sabía que era mi palabra contra la suya, no tenía pruebas de que Ya Sabés Quién había sido el culpable. Además… no sé, no tenía muchas ganas de delatar a esa persona. Vos tampoco lo hiciste, igualmente. Creo que no te animaste a hacerlo porque tenías miedo de que Ya Sabés Quién y su grupo se te volviera en contra, eso no era nada bueno.

No te preocupes, no te culpo. Esta carta no es para regañarte por nada. Está todo bien.

El rector llamó a mis papás y pasé el resto del día en el hospital. Mis papás se preocuparon mucho, pero al final las heridas no eran tan graves como a simple vista parecían. Falté unos días a la escuela, pero no por mi malestar físico, ya que yo casi ni lo sentía. Falté porque, como ya dije, no me sentía para nada bien emocionalmente. No podía volver a ver a Ya Sabés Quién a los ojos. Simplemente no podía.

 

Lucía levantó la cabeza. Observó rápidamente la mirada de los demás, que en mayor o menor medida mostraban cierto interés.

—¿Ya está? —preguntó Iara, como si quisiera más.

—Sí, ahí termina —contestó Lucía, doblando de nuevo su carta. Iara subió y bajó la cabeza, con la mirada perdida. Todo el mundo se quedó en silencio por unos cortos segundos, hasta que Leonel tomó la palabra.

—Lucía —dijo. Ella lo miró.

—¿Sí?

—¿De quién está hablando?

CAPÍTULO 3

NARRADOR 1

Instintivamente miré alrededor. Rápidamente pasé mis ojos por cada uno para tratar de responder la pregunta de Leonel: ¿De quién estaba hablando? ¿De quién estaba hablando Nicolás en esa carta, en esa carta que le había escrito a Lu? Siempre sentí el ímpetu de descubrir cualquier cosa antes que los demás, pero esta vez era complicado. Éramos 22 en total, bueno, eran 21 en total, porque claramente yo no fui quien empujó a Nico por las escaleras ese día de segundo año. Ni siquiera recordaba aquello hasta que Lu leyó su carta. Pero el punto es que eran 21, o 20 sin contar a Lu, en total y, al ver sus rostros, noté que algunos se veían algo ¿preocupados?, mientras que otros se veían algo confundidos. Incluso algunos no mostraban nada de interés en sus rostros, como Lautaro, Micaela, Juan, Maxi e incluso Nacho. El punto es que era difícil, más bien imposible, saber si alguno de ellos había sido el culpable de lo que acabábamos de escuchar.

Pero por otra parte, ¿de verdad había que buscar a un culpable? A mí me gusta echar culpas donde las hay, pero la verdad que todo esto era bastante raro. Como había dicho Iara, era raro lo que había hecho Nico, eso de crear un grupo en Instagram donde estábamos todos, y mandarnos ese mensaje invitándonos a su casa. Nunca lo hubiera imaginado, mucho menos tratándose de él. Siempre fue… ¿de perfil bajo? Bueno, no sé si de perfil bajo, pero de esos chicos que no resaltan todo el tiempo. Nunca había organizado una joda que incluyera a todo el curso o algo así. Era simplemente raro todo esto. Porque, más allá de la invitación, estaba su desaparición: ¿dónde carajo estaba? Este era su departamento, pero él no estaba acá.

Zoe, Tute y Nacho eran sus amigos. Siempre fueron, por así decir, “los raros” del curso, pero la verdad, ¿quién no es un poco raro? Sinceramente, siempre me habían caído mejor ellos que Lautaro y los tarados de sus amigos (“los tinchos”). Siempre boludeaban a todos, más de una vez me boludearon a mí. Se creían lo más. Bueno, se creen lo más, porque la verdad no veo que hayan cambiado mucho en estos años. Pero ya sabemos que los hombres tardan mucho más en madurar que las mujeres.

Bueno, ahora que lo pienso, “las trolas” o “las milipili”, como muchos las llamaban, tampoco cambiaron tanto. La única que siempre me cayó bien es Iara, porque es como diferente a las demás. Las otras tres se creen modelos de revista, y eso que hay chicas en el curso que son (somos) mucho más lindas que ellas. Bueno, había, porque tal curso ya no existe. Los “tinchos”, por así llamarlos, y las “milipili” siempre fueron amigos. Al parecer lo siguen siendo, o se siguen llevando bien. Los ocho juntos son una bomba de humo de esas que no te dejan respirar. Al parecer ese grupo se mantuvo en estos años, como más o menos todos los demás, a excepción de los otros varones (donde obviamente no entran ni “los tinchos” ni “los raros”), que no sé qué les pasó, pero la verdad no viene al caso.

Volviendo a lo importante, todo era muy raro. Nico nos había invitado, todo bien, pero desde que entré en este departamento no lo vi en ningún momento. Como dije, está desaparecido. ¿Para qué nos invitó y luego desapareció? ¿De quién estaba hablando en esa carta que acababa de leer Lu? ¿Quién era Ya Sabés Quién? Era imposible saberlo, pero me moría de ganas. Aunque también estaba la posibilidad de que no fuera nadie y de que esto simplemente fuera un juego de Nico. O sea, es verdad que en segundo año se cayó un día por las escaleras, se retiró antes de la escuela para ir al hospital, y faltó a clase los días siguientes, pero tal vez de verdad fue un accidente y nunca había habido un culpable. Quizás no existía nadie que fuera Ya Sabés Quién, pero… ¿cómo saberlo? Lo único que se me ocurría era que siguiéramos leyendo las cartas.

Lu se veía muy confundida ante la pregunta de Leonel. Sus ojos iban de un lado a otro como si intentara recordar. Miró a Iara cuando esta le dirigió la palabra:

—Lu, ¿de quién está hablando?

—No me acuerdo —dijo finalmente Lu—. O sea, es verdad, me acuerdo que alguien lo había empujado, pero no sé, pasó un montón de tiempo. No me acuerdo quién fue.

—¿Pero fue uno de los que está acá? —preguntó Iara con preocupación. Lu volvió a dudar. Sus ojos empezaron a recorrer los rostros de cada uno de nosotros.

—Mmm… No sé, no sé si fue uno de los que está acá o de otro curso, pero…

—Chicos —dijo Zoe de pronto, poniéndose de pie—. Esto fue en segundo año, o sea que pasaron mínimo ocho años. Un montón de cosas pasaron en el medio, creo que entiendo a Lu, es difícil recordar algo así.

—¿Pero entonces no se tropezó Nico? —preguntó Mechi. Me pareció que estaba un poco en pedo, pero no sé—. Porque según lo que nos dijeron a nosotros, él se había tropezado, nadie lo había empujado.

Todos volvimos a mirar a Lu. Ella tragó saliva y dijo:

—No, no, alguien lo empujó, pero no me puedo acordar quién fue.

—¿Y por qué no le dijiste al rector que alguien lo había empujado? —preguntó Iara con algo ¿de bronca?—. Según lo que dijo en la carta, vos te hiciste la boluda igual que él porque era su palabra contra la de… no sé, la de esta persona X que lo empujó. Para que su grupo no se te volviera en contra, qué sé yo… ¿Es verdad eso? ¿Es por eso que no dijiste nada?

Lu se veía muy nerviosa.

—Sí, sí, es verdad. Ahora que lo pienso… —dijo a la vez que bajó la mirada desde donde estaba Iara—. No, nada.

—¿Qué? ¿Qué ibas a decir? —preguntó Iara.

—No, no, nada, que no me puedo acordar…

—Bueno, chicos, basta, no la presionen que si no se acuerda, no se acuerda —insistió Zoe.

—Sí, Zoe tiene razón —convino Orne.

—Pero no entiendo —habló de pronto Joaco—. ¿Qué onda con estas cartas? ¿Nico nos va a estar recriminando cosas que hicimos o que no hicimos? Porque la verdad que eso no me copa mucho.

—Yo siento que no le recriminó nada a Lu —contestó Iara—. Creo que todos podemos coincidir en que la atención está centrada en… en esa persona X, ese Ya Sabés Quién que al parecer Lu no sabe quién es.

—Se me ocurre —dijo Tute poniéndose de pie— que leamos la próxima carta para saber qué onda, de quién está hablando Nico. Él es mi amigo y quiero saber qué está pasando.

—Pero chicos, ¿a ustedes en su momento no les dijo nada? —preguntó Orne en dirección a Zoe y Tute.

—¿Sobre qué? —preguntó Zoe.

—Sobre esto. Si alguien lo empujó a Nico por las escaleras, él se lo hubiera contado a ustedes, ¿o no?

Zoe y Tute se miraron confundidos.

—La verdad… Yo no me acuerdo que me haya dicho nada —dijo Zoe. Tute asintió con la cabeza—. Nosotros recibimos la misma versión que todos ustedes: al parecer se había tropezado. La verdad, Nico nunca nos dijo lo contrario.

—¿A vos, Nacho? —preguntó Iara. Nacho seguía sentado en el piso. Miró a Iara con cierto desinterés.

—No, no, a mí tampoco.

—Pero… —dijo Iara antes de hacer una pausa. Tenía la mirada perdida. Estaba pensando en algo—. ¿Y si nadie lo empujó entonces?

—¿Cómo? —preguntó Orne.

—Claro, que capaz es mentira lo que contó Nico. Si a sus propios amigos no les dijo que alguien lo había empujado…

—Pero Lu dijo que es verdad que alguien lo empujó —dijo Orne antes de mirar a Lu, que seguía sentada en esa silla aislada. Lu tragó saliva cuando volvió a recibir toda la atención.

—Sí, sí, alguien lo empujó. Pero no me acuerdo quién fue —dijo.

—Capaz a ustedes no les dijo nada —dijo Joaco mirando en dirección a Zoe y Tute— porque con el golpe que se dio en la cabeza se olvidó de que alguien lo había empujado. Capaz flasheó que se había tropezado, qué sé yo.

—No, Joaco, si en la carta dice bien clarito que alguien lo empujó —replicó Iara—, que Ya Sabés Quién lo empujó… A mí me parece que él sabe bien quién lo empujó, pero no lo dice.

—Bueno, capaz en las otras cartas va diciendo algo más sobre esta persona —dijo Orne. Yo asentí con la cabeza.

—¡AY, POR DIOS! —gritó Lautaro antes de agarrarse la cabeza.

—Cortala, Lauti, acá todos queremos saber qué pasó —dijo Iara. Lautaro suspiró y se quedó mirando el piso. Es insoportable.

—Bueno, leamos la siguiente carta entonces —dijo Zoe antes de agarrar la caja que estaba sobre la mesita ratona. Levantó la tapa y tomó el siguiente sobre mientras Lu se levantaba de la silla aislada y volvía a su lugar.

—¿De quién es? —preguntó Iara. Yo deseaba que fuera para mí.

—Micaela —contestó Zoe. Micaela levantó la cabeza al oír su nombre.

—¿Qué? ¿Para mí? —interrogó. No podía ser más tarada.

—Sí, para vos, vení, sentate acá —dijo Zoe indicando la silla donde había estado Lu hasta hace un momento.

—¿Tengo que pasar ahí sí o sí? —preguntó Micaela sin mucho interés.

—Y, ya que lo hizo Lu, hacelo vos también —contestó Zoe. Micaela suspiró y se levantó. Se sentó en la silla y Zoe le entregó la carta. La verdad que Micaela no se veía muy entusiasmada en leer la carta, pero podría jurar que todos (o casi todos) nos moríamos de ganas de escuchar lo que decía Nico.

—Bueno, leo —dijo Micaela con algo de fastidio—. Dice:

 

Para Mica:

¿Todos se acuerdan de la excursión que hicimos en tercer año a ese cementerio?

 

Micaela se interrumpió. Hizo a un lado la carta y dijo:

—Me estoy dando cuenta de que Lautaro tiene razón, es una idiotez seguir leyendo estas cartas. Además Nicolás puede estar diciendo cualquier cosa, cualquier cosa sobre nosotros.

—¿Qué es lo que pasa? —dijo Zoe, que se acababa de sentar de nuevo en el lugar donde estaba antes, al igual que Tute—. Es una carta que dejó Nicolás. Si no querés leerla debe ser por algo.

Micaela fulminó con la mirada a Zoe.

—Dale Mica, ¿qué pasa? Es una carta, leela —dijo Iara.

—Iara no rompás más las pelotas con esto, no es divertido este juego —le contestó su amiga.

—Micaela, si no querés leer la carta, la leo yo —dijo Zoe firmemente. Micaela dudó y contestó:

—Tomá, leela vos.

Micaela estiró su brazo en dirección a Zoe, que se levantó sin dudar. Tomó la carta, Micaela se levantó y regresó a su lugar. Iara, y otros, la miramos inquisitivamente, pero ella no hizo más que encogerse de hombros.

Zoe se sentó en la silla y leyó la carta.

 

¿Todos se acuerdan de la excursión que hicimos en tercer año a ese cementerio? Seguro que vos sí, Mica. Habíamos ido para sacar fotos para la clase de fotografía, pero además nos contaron historias de asesinatos y fantasmas, hicimos un picnic, nos regalaron alfajores y la pasamos bien.

Pero no todo fue tan maravilloso. En un momento yo estaba un tanto alejado de los demás. Mis amigos se habían dirigido juntos al otro extremo del cementerio a sacar fotos de no sé qué. Yo había encontrado una tumba que me llamaba mucho la atención. Me acuerdo que iba de un lado a otro tratando de encontrar la mejor posición, sacar la mejor toma.

Junto a la tumba había una especie de pozo. No era muy profundo, pero al verlo sabía que no había posibilidad de que una persona pudiera salir de allí por su cuenta, sin ayuda. Claro pero, para empezar, ¿quién podía ser tan estúpido como para caerse ahí?

Yo no lo fui, yo no fui tan estúpido, pero ellos me empujaron. No recuerdo ahora quién fue, aunque estoy entre dos personas. Ellos estaban ahí, y vos también. Vos viste todo, pero al igual que los demás, no hiciste nada para detenerlos. Dejaste que cayera al pozo y, una vez allí, me sentí tan mal como pocas veces. Estaba desesperado, sentía que no podía respirar. Solté mi cámara y traté de aferrarme a la tierra, a lo que sea, para tratar de salir. Gritaba pero nadie me escuchaba, estoy seguro de que ustedes ya se habían ido tan rápido como habían podido. Qué cobardes, por Dios.

Seguí intentando salir por un rato más. Cada tanto gritaba un “¡Ayuda!” porque de verdad estaba empezando a sentir pánico. Después de unos minutos fue cuando me di cuenta de que podía llamar o enviarle un mensaje a mis amigos. Así que tomé mi teléfono y fui a mis contactos para llamar a alguno, cuando apareció Ya Sabés Quién. Sí, fue algo totalmente inesperado. Asomó su cabeza al pozo y cruzamos una mirada. Estiró su brazo derecho y me dijo “Agarrate fuerte”. Sentía bronca, incluso impotencia al tener que, de cierta forma, depender de Ya Sabés Quién para poder salir, sobre todo después de… de eso mismo. Le dirigí una mirada con algo de odio, de fastidio, de frustración. Pero tomé su mano porque quería salir de ese pozo de una vez por todas. Ya Sabés Quién hizo uso de su máxima fuerza, yo me aferré a la tierra del pozo y logré salir. Pero rápidamente me di cuenta de que había olvidado mi cámara en el pozo. “Uy, dejé la cámara”, dije. Ya Sabés Quién me miró y me dijo “Metete y agarrala rápido, dale”, dando a entender que me volvería a ayudar a salir del pozo. Yo no lo pensé dos veces y volví a entrar. Agarré la cámara y miré hacia arriba de nuevo. De nuevo estaba su cara ahí, y de nuevo estaba su brazo derecho estirado hacia mí. Me aferré al brazo y a la tierra nuevamente, y con su fuerza me sacó de nuevo. “¿Listo?” me preguntó una vez afuera. “Sí, listo, gracias”, dije con algo de rencor, pero agradecido de todas formas. Ya Sabés Quién forzó una sonrisa y luego salió corriendo.

Por suerte ese día me sacó del pozo. Sin embargo, sigo pensando que durante años no hizo más que hacerme caer una y otra vez en el pozo, que por su culpa me costó mucho salir de ese pozo.

 

Zoe levantó la cabeza y dobló la carta, indicando que la había terminado. Todo el mundo estaba en silencio, incluyéndome.

 

NARRADOR 2

Al menos que recuerde, nunca había sentido esa incomodidad. Nunca. A pesar de que, al menos hasta ahora, nadie lo sabía, sentía que todo el mundo lo sabía cuando me miraba, que todo el mundo estaba al tanto. Quería desaparecer, quería que me tragara la tierra como ese día lo había tragado a Nico.

Nico, la puta madre. Me estaba metiendo en un flor de quilombo. Tuve suerte de que Lucía no se acordara quién lo había empujado, aunque siento que cuando me miró en realidad sí se acordó de todo, pero se hizo la boluda otra vez. Pero no sé si contaba con la suerte de que ninguno de los que estaba en esa sala en ningún momento se acordaría de nada de lo que dijera su respectiva carta. ¡Ni siquiera podía saber qué mierda había en cada una de esas cartas!

No pensé que la noche iba a ser así. No pensé que Nico había planificado toda esta mierda. ¿Y dónde carajo estaba, además? ¿Por qué no estaba en el departamento? ¿A dónde mierda se había ido?

No dejaba de pensar en que tenía que buscar la forma de parar todo eso, de que no se leyera ninguna otra carta, pero sabía que cualquier cosa que dijera o hiciera al respecto dejaría en evidencia ante todos que yo era Ya Sabés Quién.