7 mejores cuentos de Charles Perrault - Charles Perrault - E-Book

7 mejores cuentos de Charles Perrault E-Book

Charles Perrault

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Beschreibung

La serie de libros "7 mejores cuentos" presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española. En este volumen traemos Charles Perrault,escritor y poeta francés del siglo XVII, que sentó las bases de un nuevo género literario, el cuento de hadas, además de ser el primero en dar un acabado literario a este tipo de literatura, lo que le valió el título de "Padre de la literatura infantil". La mayoría de sus cuentos se siguen editando, traduciendo y distribuyendo en diversos medios de comunicación, y se adaptan a diversas formas de expresión, como el teatro, el cine y la televisión, tanto en formato de animación como de acción en vivo. Este libro contiene los siguientes cuentos: - Grisélida. - El ratoncillo blanco. - Linda y la Fiera. - Barba-Azul. - Meñequin. - Los deseos ridículos. - La Hada Berliqueta.

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Tabla de Contenido

Título

El Autor

Grisélida

El ratoncillo blanco

Linda y la Fiera

Barba-Azul

Meñequin

Los deseos ridículos

La Hada Berliqueta

About the Publisher

El Autor

Charles Perrault fue un escritor francés, principalmente reconocido por haber dado forma literaria a cuentos clásicos infantiles como Piel de asno, Pulgarcito, Barba Azul, La Cenicienta, La bella durmiente, Caperucita Roja y El gato con botas, atemperando en muchos casos la crudeza de las versiones orales.

Nació el 12 de enero de 1628 en la ciudad de París, mediante un parto doble, en el que también vino al mundo su gemelo François. Su familia, perteneciente a la burguesía acomodada (su padre era abogado en el Parlamento), hizo posible que tuviera una buena infancia y asistiera a las mejores escuelas de la época. Ingresó en el colegio de Beauvais en 1637, donde descubre su facilidad para las lenguas muertas.

A partir de 1643 comienza a estudiar Derecho. Indudablemente hábil y con un notorio sentido práctico, recibe la protección de su hermano mayor Pierre, que era recaudador general. En 1654 es nombrado funcionario para trabajar en el servicio gubernamental.

Participó en la creación de la Academia de las Ciencias y en la restauración de la Academia de Pintura. Jamás luchó contra el sistema, lo cual le facilitó la supervivencia en una Francia muy convulsionada políticamente y en la que los favoritos caían con demasiada frecuencia.

Su vida, siempre dedicada al estudio, dejaba escaso margen a la fantasía. En su primer libro Los muros de Troya, de 1661, no se muestra nada infantil, como se puede apreciar en el contenido de la obra. Esto se debe a que a lo largo de su burocrática y aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más escribió fueron odas, discursos, diálogos, poemas y obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le valió llevar una vida colmada de honores, que él supo aprovechar.

Fue secretario de la Academia Francesa desde 1663, convirtiéndose en el protegido de Colbert, el famoso consejero de Luis XIV, hasta que en 1665 progresa en su categoría laboral convirtiéndose en el primero de los funcionarios reales, lo que le significa grandes prebendas.

Hace extensiva su buena fortuna a sus familiares, consiguiendo en 1667 que los planos con los que se construye el Observatorio del Rey sean de su hermano Claude.

Fue nombrado académico en 1671 y al año siguiente contrae matrimonio con Marie Guichon. Es elegido canciller de la Academia y en 1673 llega a ser Bibliotecario de la misma. Ese mismo año nace su primer hijo, una niña, y luego, en el intervalo que va desde 1675 hasta 1678, tiene tres hijos más y su esposa fallece después del nacimiento del último.

En 1680, Perrault tiene que ceder su puesto privilegiado de primer funcionario al hijo de Colbert. A estos sinsabores vienen a añadirse más tarde otros de carácter literario - erudito, como la célebre controversia que le distancia de Boileau, a propósito de una divergencia de opiniones que se traduce en su obra crítica: Paralelo de los Ancianos y de los Modernos, en el que se contemplan las Artes y las Ciencias.

En 1687 escribió el poema El siglo de Luis el Grande y en 1688 Comparación entre antiguos y modernos, un alegato en favor de los escritores "modernos" y en contra de los tradicionalistas.

El ilustre autor escribió un total de 46 obras, ocho de ellas publicadas póstumamente, entre las que se halla Memorias de mi vida. A excepción de los cuentos infantiles, toda su obra se compone mayoritariamente de loas al rey de Francia.

A los 55 años escribió Cuentos del pasado, más conocido como Cuentos de mamá ganso (por la imagen que ilustraba su tapa) - publicados en 1697-en donde se encuentran la mayoría de sus cuentos más famosos. Son éstos y no otros los que han logrado vencer al tiempo llegando hasta nosotros con la misma frescura y espontaneidad con que fueron escritos, después de recopilados de la tradición oral o de leyendas de exótico origen. Se trata de cuentos morales, indudablemente, pero llenos de un encanto que perdura y que los ha convertido en las lecturas favoritas de los niños.

Los personajes que emplea son hadas, ogros, animales que hablan, brujas, princesas y príncipes encantados, entre otros. Al final de cada relato, el autor incluye una enseñanza moral referente al contenido de cada historia. El escritor registró las costumbres de una época en la que la mayoría estaba inconforme con su situación y, para dar esperanzas a la gente en un período histórico, por lo regular incluía finales felices en sus escritos.

Grisélida

No lejos de los Alpes vivía un príncipe, joven y bravo, en quien la naturaleza había agotado sus dones, y de todos muy amado. Su instrucción era distinguida, su valor en la guerra le había ganado justa fama y su afición a las Bellas Artes era mucha. A fuer de hombre de elevados sentimientos, deseaba realizar grandes proyectos y cuanto puede hacer digno a un príncipe de ocupar un puesto privilegiado en las páginas de la historia, distinción que se propuso merecer dedicándose con predilección a labrar la felicidad de su pueblo, par parecerle esta gloria más sólida que la que se conquista en los campos de batalla. Pero tenía el príncipe un defecto, cosa nada rara, pues la imperfección es difícil si no imposible. Y consistía en su monomanía contra las mujeres, porque en ellas solo veía engaño y perfidia. Otros tienen tal preocupación, necia y vulgar, que, por lo visto, también puede alcanzar a los grandes de la tierra. Por tal idea dominado hizo el propósito de permanecer soltero, con gran disgusto de sus súbditos, quienes, por lo demás, estaban de él muy contentos, pues empleaba la mañana en el despacho de los negocios del Estado, procurando administrar recta justicia, amparar a los débiles, a las viudas y a los huérfanos y disminuir los impuestos. La tarde la dedicaba a la caza.

Temerosos sus súbditos de que al morir tan buen príncipe no hubiese quien le sucediera en el trono, resolvieron enviarle una diputación para suplicarle que se casara. Buscose el mejor de los oradores para que pronunciara el discurso. El elegido pasó muchos días estudiando lo que había de decir al príncipe, y, por último, le soltó la arenga delante de los comisionados, pronunciándola con aire grave y diciéndole, en resumen, que la felicidad del Estado exigía que contrajera matrimonio.

El príncipe contestó:

-Vuestras palabras patentizan vuestro afecto, y deseo complaceros; pero debéis tener presente que el matrimonio es asunto delicado, pues muchas jóvenes, modestas, pudorosas y buenas al lado de sus padres, se transforman una vez casadas, y se convierten en malas cualidades las que antes eran excelentes. La cándida se trueca en coqueta, la prudente en alborotadora, la que era alegría de su casa en infierno de la del marido; la económica en derrochadora, la modesta en imperiosa, y la que no osaba levantar la voz en el hogar paterno, quiere mandar en absoluto en el del esposo. Me espantan tales defectos; pero como quiero contentaros, buscad una joven beldad sin orgullo, sin vanidad, obediente, que no tenga más voluntad que la de su marido, y cuando hayáis dado con ella, será mi esposa.

Dada la respuesta, el príncipe montó a caballo, y a escape dirigiose en busca de su traílla, que se había adelantado y le esperaba en la llanura. En cuanto llegó, soltáronse los perros, resonaron las trompas y comenzó la cacería, ganándoles a todos en ardor; y tanto fue este y tanto se alejó de su comitiva, que al detener el caballo cubierto de sudor después de una vertiginosa carrera, observó que estaba solo y que no oía los ladridos de los perros ni los ecos de las trompas.

Hallose en un sitio encantador, donde los arroyuelos murmuraban, las flores del prado perfumaban el ambiente y los verdes árboles daban fresca sombra; y mientras estaba extasiado en la contemplación de la naturaleza, apareció a su vista una joven; y tal efecto le produjo, que creyó eran los ojos del corazón los que la miraban, no los del cuerpo. La joven era una pastora que estaba apacentando su rebaño y mientras tanto hilaba a orillas de un arroyo. Su tez era blanca, sus mejillas recordaban las rosas, sus labios el clavel, sus ojos el azul del cielo y su mirada la luz de las estrellas.

El príncipe no se cansaba de mirarla; dirigiose hacia ella, y como al ruido levantase la cabeza y le viera, de tal manera tiñose de grana su rostro, que el príncipe creyó que aquel día la aurora se había asomado dos veces al horizonte. Debajo de su rubor el príncipe descubrió una sencillez, una dulzura, una sinceridad de que había creído incapaz al bello sexo, y presa de una emoción por él hasta entonces desconocida, se acercó con timidez a la pastora y le dijo:

-He perdido de vista a mis compañeros. ¿Podríais decirme si la cacería ha pasado por aquí?

-No, señor, contestó la joven; pero os enseñaré un camino que os llevará al lado de vuestros amigos.

-Gracias, bella joven, añadió el príncipe. Muchas veces he estado en estos lugares, pero hasta ahora no he sabido ver lo más precioso que hay en ellos.

Al decir estas palabras, inclinose para beber en el arroyo y apagar la ardiente sed que le devoraba.

-Esperad un momento, añadió ella.

Saltando como un jilguero, fue a su cabaña y volvió con la sonrisa en los labios ofreciendo al príncipe un vaso que, con ser de barro, pareciole más precioso que los de oro y plata. Luego de haber bebido guiole la pastora a través del bosque, fijándose el príncipe en el sitio por donde pasaban, porque deseaba ver de nuevo a la joven. Por último, descubrieron la llanura y a lo lejos el palacio del príncipe, quien se separó de la pastora no sin tristeza; y en ella pensando, a paso lento se encaminó a su suntuosa morada. Tan grabada tenía su imagen en su corazón, que al día siguiente salió a cazar más temprano que de costumbre, y guiándose por sus recuerdos, dio con el arroyo, con el rebaño y con la pastora.

Trabó conversación con ella y supo que era huérfana de madre y vivía con su padre, siendo su nombre Grisélida. De los frutos de la tierra se alimentaban y de la leche de las ovejas, cuya lana hilaba, tejiéndose los vestidos sin recurrir para nada a la ciudad. A medida que oía a la joven, la llama del amor iba en aumento en el corazón del príncipe, porque se le aparecían las bellezas del alma de la pastora. Con sentimiento despidiose de ella, y al llegar a su palacio mandó reunir su consejo y le dijo: