¿A dónde van los gatos cuando nadie los ve? - Jorge Sampaolesi - E-Book

¿A dónde van los gatos cuando nadie los ve? E-Book

Jorge Sampaolesi

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Beschreibung

¿A dónde van los gatos cuando nadie los ve? es un libro que lleva los momentos más crudos de la realidad a niveles extremos, creando entre el bien y el mal una línea totalmente difusa. Se plantean diversas cuestiones que nos abordan a diario: ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos empuja a reaccionar de tal o tal manera? ¿Es el mismo criterio el que utilizamos cuando decidimos actuar bien o mal? ¿Realmente tenemos capacidad para decidir cuándo nos enfrentamos a situaciones definitivas? Cada cuento es una porción de la realidad que, por más incómoda que sea, sucede una y otra vez afuera la seguridad de nuestros hogares, en el mejor de los casos. O que nos tocan directamente, en el peor de ellos. El amor, el dolor, la vida, la muerte y la locura dan origen a un coctel explosivo que amenaza con desestabilizar todo a su paso, como un huracán o un maremoto, pero en forma de palabras y situaciones crudas y extremas, envueltas en realidades turbias y asfixiantes. En estas, las malas decisiones y las burlas del destino transportan cada situación a una atmosfera de confusión, casi siempre sin retorno. ¿A dónde van los gatos cuando nadie los ve? es un libro incómodo, molesto y aterrador. Y precisamente por eso es una lectura altamente disfrutable para los amantes de la literatura del horror cotidiano.

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Seitenzahl: 146

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corrección: Ayelén Salas Moyano.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Sampaolesi, Jorge Emanuel

¿A dónde van los gatos cuando nadie los ve? / Jorge Emanuel Sampaolesi. - 1a ed - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

128 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-874-5

1. Antología de Cuentos. 2. Cuentos. 3. Cuentos de Terror. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Sampaolesi, Jorge Emanuel

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Introducción

Este libro nace del aburrimiento. Del desorden, de la estaticidad revoltosa de lo más profundo de los pensamientos. Esto no quiere decir que el libro sea aburrido, desordenado, estático, revoltoso ni profundo. Pero yo sí lo soy. Un poco de esto, un poco de aquello. A veces todo, a veces nada.

En realidad, no nace como un libro. Cada cuento que lo conforma es un momento de mi vida de estos últimos dos años en los que la mente, hastiada de la realidad, me llevó a refugiarme en distantes universos alternativos. Y en cada uno de ellos puse todo lo mejor de mí para que las cosas resultasen como lo esperaba. ¿Por qué no me comporto así ante la realidad?, me pregunto, como al pasar. Y la respuesta es fácil. Si lo hiciera en la realidad, no podría hacerlo en la ficción. Medianamente puedo mantener algo de equilibrio en una de esas dos zonas. Y, siendo realista, el mundo ficticio es en donde mejor me la paso.

Después de la publicación de mi novela El sonido de la oscuridad, el escritor que me habita entró en estado de coma y estuvo muy cerca de descender en picada hacia el infierno de los escritores. Lugar que, sin pensarlo demasiado, lo imagino como un típico cuento de Bukowski. Lo que me mantuvo con vida fueron esos episodios en los que sentí la necesidad de escribir estos cuentos. ¿Qué encontrará el lector en las siguientes páginas? Me tienta decir que más de lo mismo (para aquellos que hayan leído mis anteriores obras). Y más de lo mismo puede traducirse como oscuridad, locura, muerte. En síntesis, pura diversión literaria. Hubo un momento en el que me sentí abrumado por tanta oscuridad e intenté echar un manto de luz a mis relatos, pero no funcionó. Influenciado por grandes autores como Poe, Lovecraft y King, el camino hacia la luz se me hace cada vez más lejano. Y aunque por momentos reniegue de ello, es en donde más cómodo me siento.

El cuento que da título a este libro fue uno de esos intentos de salir de la oscuridad, pero fracasó dando origen a lo que, según mi punto de vista, es una de mis más grandes obras. En casi todos los cuentos el amor está presente, pero no de esa forma colorida y cálida que algunos disfrutan. El amor es algo confuso, siniestro, intenso y doloroso. Es un gran mentiroso que dibuja corazones que finalmente estallan generando un efecto similar a la erupción de un volcán. Sé que suena un poco brusco, pero la experiencia no me permite verlo ni sentirlo de otra manera. Al menos, lo que tiene que ver con el amor romántico.

En otra clase de amores, este libro representa un aspecto fundamental de lo que soy y de lo que tengo para dar. Insisto, quizás para mis lectores estos cuentos suenen un poco repetitivos, pero no nos quedemos con eso. Quedémonos con las historias, con los puntos de vista, con el nacimiento de otro libro. Siempre que tengo un libro terminado siento que va a ser el último, que existen miles de circunstancias que podrían imposibilitarme a la realización de uno más. Pero acá estoy. Después de casi dos años de silencio, esto es lo que tengo para dar. Que sea mucho, que sea poco, que sea más de lo mismo, es algo que escapa a mis consideraciones. Es lo que es. Y me da mucha felicidad poder compartirlo.

Jorge Sampaolesi

27 de noviembre de 2023San Carlos de Bariloche (Río Negro)

A dónde van los gatos cuando nadie los ve

Finales polémicos

La botella descansa sobre la mesa, expectante, atenta a cada movimiento a su alrededor. No sucede nada, pero el todo siempre surge de la estaticidad. El hombre reposa medio cuerpo sobre la mesa, más falleciente a cada instante. Su mente se sumerge en un huracán de momentos que lo pasean entre la felicidad y el desconsuelo. Desde el infinito emergen esas situaciones que, de tan lejanas, creía extintas. Pero los recuerdos son así, aparecen cuando menos se los necesita.

El calor sofocante y el ardiente sol del mediodía contrastan drásticamente con la atmósfera de la habitación. Adentro todo es bruma y melancolía. El frío lo cala hasta los huesos, como si las paredes de ladrillo fuesen del mortífero metal de una cámara frigorífica. Y él se siente parte de ese frío abismal que lo penetra sin tregua. Logra levantar la vista, abrir los ojos, y solamente puede ver eso mismo que lo estremece en la imaginación: recuerdos. Ella cocinando. Ella en el sofá eligiendo una película. Ella, de pie junto al fregadero, pidiéndole por favor que no la lastime más. Y él quisiera ayudarla a cocinar, quisiera mirar esa tonta película romántica que seguramente elegiría. Con todo su ser desearía haberla escuchado cuando le pedía que no le haga más daño. Hubiera sido tan simple compadecerse, hacer las valijas y marcharse, pero no se dio cuenta en el momento. Su orgullo masculino, avalado por siglos de engrandecimiento de la figura del “macho”, lo hizo ciego y sordo. Ojalá también lo hubiera hecho mudo, para ahorrar infinidad de dichos de los cuales hoy, con las manos manchadas de sangre, se arrepiente totalmente.

Ella llevaba más de doce horas muerta, pero aun así su voz se oía cada vez con más fuerza. La botella de whisky también hablaba, pero lo que decía no tenía ningún sentido. Simplemente pronunciaba excusas que intentaban quitarle importancia al crimen. Ella, desde la habitación, le decía que ya estaba, que no valía la pena seguir retrasando la comunicación de la noticia al mundo.

—Sos un asesino, y eso no lo va a cambiar nada. Jamás vas a tener tanta atención como ahora. Disfrutá de tu momento.

Decidido a acabar con todo de cualquier manera, pero sin tener clara cuál sería esta, le dio el último beso a la botella. El líquido sabía amargo, completamente diferente a como sabía al comienzo de esa fatídica noche. Ella preparó la cena. Milanesas, otra vez. Le preguntó si no se sabía otra; ella le contestó que no. Estaba tranquila; él también. Cenaron escuchando un podcast sobre una serie que a ambos les encantaba. Debatieron acerca de las teorías de los conductores. Ella siempre estaba a favor de todo, por más loco que fuese. Él apostaba a la lógica. Prefería tener el control sobre todo, sin dejar lugar a la especulación. Ella decía que no podía pretender lógica en una serie con dragones y magia. Él aceptaba que eso tenía lógica, pero que había excepciones.

—En un mundo de personas verdes, no es extraño que todos sean verdes, siempre y cuando esa premisa esté explícita. Pero en un mundo con dragones, no es lógico que elijan a uno de ellos como su gobernante, sobre todo si solamente los usan como transporte o para luchar.

Esa conversación se repetía todos los domingos luego de ver el capítulo de la serie y los lunes mientras escuchaban el podcast. Era una discusión que no tenía fin y que a ella le divertía, pero a él lo exasperaba. Desde hacía un tiempo todo lo exasperaba. Cualquier mínima diferencia, para él era motivo de confrontación. Y cuando notaba que no había manera de ganar la disputa, sacaba su arma superpoderosa:

—Te perdoné cuando me engañaste con tu jefe, pero si hablamos de lógica, jamás vas a tener razón.

Y ella enmudecía por varios minutos, para luego conversar sobre cualquier tema, como si no hubiese un misil explotado entre los dos. Su relación era un campo de batalla con minas que estallaban una y otra vez cada día, en cualquier momento, sin ninguna clase de aviso. Ella sabía que podía pasar, pero no por eso estaba lista para recibir los impactos. Sí, lo había engañado. La culpa la había hecho confesar apenas dos horas después, dando origen al primer vendaval que iniciaría su descenso hacía el infierno terrenal en el que se encontraba sumergida. Él no sabía por qué la había perdonado. Por amor, quizás. Pero, al igual que ella, era consciente de que algo se había destruido para siempre. Sabía que no todo lo que se necesitaba era amor, pero para decir adiós era necesaria una fuerza sobrehumana de la cual no se sentía poseedor, hasta esa noche en la que decidió asesinarla.

No fue planeado. Incluso, luego de cometer el hecho, dudó acerca de si eso de verdad había sucedido. Pero ahí estaba ella, tendida en la cama, con un orificio sangrante en el pecho por el que se le escapaba la vida. Ella no había enloquecido y arrasado con una ciudad entera montada en su dragón, pero había acabado igual que la “última” de los Targaryen: asesinada por quien más la amaba en el mundo. Era consciente de que no correría con la misma suerte que Jon Snow. En estos tiempos, no existe la posibilidad de elegir cumplir una condena sirviendo en el Muro. Distinto universo, distinta región, distintos dioses, distintas condenas. Por un momento le pasó por la mente la loca idea de salir a la calle, encontrarse en Westeros y que todo fuera diferente. Pero eso no tenía lógica. El haberla asesinado tampoco. Pero era lo más real y doloroso que había hecho en su vida.

En su nota de suicidio, dejó explícito que el final de Juego de tronos le había parecido una mierda sin sentido, incluso peor que el final de Lost. Un total disparate, que a ella le había encantado. También decía que nadie merecía morir por eso, pero que se había dado cuenta tarde. Sin un muro en el cual expiar sus culpas, no le quedaba otra que seguirla a donde fuera que continuara el mundo para pedirle perdón y discutir de manera más civilizada ese tan polémico final.

Avisame cuando llegues

El tiempo parece haberse detenido en un instante cargado de agonía. La atmósfera carece de aire y la realidad se tambalea sobre la misma cornisa por la que acaba de caer mi cordura. Ya debería haber llegado.

A las ocho de la noche me dijo que sí, a pesar de que no tenía muchas ganas. Le dije que todo iba a estar bien, que iba a ser una buena noche para todos. Ella siempre confiaba en lo que le decía. Lo hacía de una manera casi alarmante, incluso cuando apenas estábamos conociéndonos. Pero de eso ya pasaron varios años. Tres y medio, para ser más específico. Esta noche tendría que haber sido similar a las demás, pero parece que no será así.

El reloj marca las cinco y media del domingo. Algunos gallos cantan a lo lejos, mientras el cielo presenta una claridad muy extraña. No parece que estuviésemos a mitad de julio. Perdí la cuenta de cuántas cervezas he tomado desde que llegué dos horas atrás. “Avisame cuando llegues”, le dije, pero aún no me avisa. Su última conexión data de las dos y veintiséis. Debe haber sido cuando fue al baño. Tardó casi diez minutos, pero en el momento no lo noté. A esa hora todo giraba y me envolvía como en un sueño. Siempre sueño que giro y que soy envuelto en cosas, pero al estar despierto lo disfruto más. Ahora no giro, pero siento que estoy a punto de caer hacia un abismo cruelmente oscuro. Porque la oscuridad siempre es cruel, devastadora y me atormenta cada vez que estoy solo.

Comimos dos porciones de pizza de parados en el centro. Estaban demasiado aceitosas. Ella dijo que se parecían a las de las películas y yo me reí. Absolutamente todo le parecía sacado de alguna película. Disfrutaba comparando personas con personajes famosos. Incluso sus sueños parecían extensiones de cosas que había visto en la televisión. Podría haber sido una gran guionista.

Íbamos a ir a buscar a una de sus amigas, pero esta finalmente canceló. Dijo que podríamos pasar a ver cómo estaba, pero me negué. Quizás su amiga nos convencería de que nos quedáramos con ella. Sí, eso hubiera sido posible y sobre todo muy acertado. Fuimos directamente a la fiesta. Amigos y conocidos nos saludaron. Comentamos las últimas novedades del fútbol, el Gobierno, las series y los trabajos. Bebimos, bailamos. Ella era la más hermosa de todas. Desde el cielo las estrellas envidiaban tanto glamour. ¿Glamour? Debo estar demasiado borracho como para usar esa expresión. O demasiado devastado.

Cinco y treinta y cinco. Debería estar dormido. Siempre caigo derrotado después de tanto alcohol. Ella comparte memes, le encantan. Cada vez que me avisaba que ya había llegado, yo le preguntaba qué iba a hacer. “Mirar memes”, me decía. Y era verdad. Pero su mensaje no llega. Su aviso. Parece que todavía no llegó. Siempre me bajo primero del taxi. Nuestros amigos viven para el lado del estadio, yo en Alta Córdoba y ella cerca de la terminal. Por eso me bajo antes. En las primeras salidas, siempre la acompañaba hasta su casa, pero eso se perdió luego de formalizar el vínculo. Y fue mi culpa. Yo sugerí que era demasiado viaje ir hasta su casa y después volver a la mía. A ella no le importó. A mí tampoco, hasta hoy.

Hace un segundo estaba en línea, pero inmediatamente desapareció. Ya no veo su última conexión ni su foto ni su estado. Es como si jamás hubiese estado en WhatsApp. Quizás se cansó de tener que volverse sola y me bloqueó. Sería bastante inmaduro de su parte, pero ella también tomó bastante hoy. Si al menos me hubiera avisado que llegó y luego me bloqueaba, todo sería mejor. Quizás me sentiría estafado y comenzaría a llamarla una vez tras otra hasta que me atendiera en busca de explicaciones. Iría hasta su casa a exigirle una respuesta. Esto no podría quedar así.

La llamo y la señora de la compañía telefónica me dice que el celular se encuentra apagado o fuera del área de cobertura. Se quedó sin batería, seguramente. Me estaba por avisar que llegó, cuando se quedó sin batería. Por eso no le llegan los mensajes que le envío. ¿Por eso sigue sin aparecer su foto y su última conexión?

Dos de la tarde. Parece que me quedé dormido junto a la cerveza. Veintisiete llamadas pérdidas y cuarenta y ocho mensajes de diez contactos diferentes. Su mamá, su papá, su hermano, su hermana, sus primas, amigos y amigas de los dos. Están enloquecidos. Devastados. Golpes en la puerta. La voz de un policía pidiéndome que abra. El portero diciéndoles que no le rompan la puerta. Algo me dice que ella jamás llegó.

Terror en la pradera

Las vacas pastaban serenas. La pradera era iluminada por el cálido sol de abril mientras en el monte más cercano los pájaros celebraban un festival. Un tigre reposaba inmóvil, como si fuese una atemporal escultura en el centro de la llanura. Cada componente del ecosistema se comportaba de la manera en la que se suponía que debía hacerlo. Jaime, el capataz, presentía un extraño rumor en el ambiente. Desde hacía varias décadas recorría la zona controlando que todo anduviese bien. Ese día sería recordado por él como el más escandaloso de su vida. A eso de las tres de la tarde, cierto revuelo entre las vacas lo hizo abandonar su puesto bajo un viejo algarrobo.

El agua del mate ya estaba tibia, la yerba lavada. Pensaba en lo mucho que extrañaba dormir una buena siesta, pero por recomendación médica, para apalear el insomnio, desde hacía meses que esas horas las dedicaba a la contemplación de la naturaleza y al análisis de sus pensamientos. Pensamientos que eran recuerdos, añoranzas de tiempos mejores. Cuando su Susana todavía lo acompañaba y sus hijos lo respetaban. Estos habían crecido y habían huido a la ciudad, dejando atrás tiempos de carencias y golpizas sin sentido. A esa altura de su vida, Jaime de a poco comenzaba a amigarse con sus fantasmas y a reconocer sus errores, pero en lo que respectaba a sus seres queridos ya era tarde. Estaba tranquilo consigo mismo, pero era consciente de que había hecho mucho daño y que no había manera de volver el tiempo atrás. Dejó todo eso de lado mientras avanzaba campo adentro pensando en las vacas.

Había algo recostado en el centro de la llanura. Era más pequeño que una vaca, pero a su alrededor detectaba un aura imponente y peligrosa. Los rayos de sol pegaban directamente sobre la figura generando una luminiscencia enceguecedora que hacía imposible definir qué era realmente. A medida que avanzaba, el hombre notaba como las vacas comenzaban a intranquilizarse y en el aire se olía el peligro. Recién a cincuenta metros del punto, Jaime reconoció que se trataba de un felino, pariente del gato, que en realidad era un tigre. A pesar de la poca información sobre esta clase de animales, a simple vista era evidente que se trataba de un ejemplar adulto y bastante bien alimentado. Estaba tranquilo, inmóvil, con la vista fija en el andar de las vacas. Sin pensarlo ni un segundo más, Jaime giró sobre sus pasos y corrió a toda velocidad hacia el pueblo.