A una vida de ti - Arianna Saurith - E-Book

A una vida de ti E-Book

Arianna Saurith

0,0

Beschreibung

Un destino marcado Una vida por escribir  Ava lleva años luchando contra algo que la atormenta: una persona que se aparece cada noche en sus sueños y a la cual nunca ha visto en el plano real. Sin embargo, poco a poco ha logrado dejar atrás esa pesadilla y darle un rumbo distinto a su vida: tiene un trabajo estable, se ha comprometido con alguien maravilloso y está conformando un hogar junto a él. Todo parece ir bien hasta que conoce a Noel, un hombre que desestabilizará todo lo que ella creía tener bajo control y que no se dará por vencido hasta demostrarle que hay pactos que no se pueden ignorar.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 367

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



A una vida de ti

©️2023 Arianna Saurith F.

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Noviembre 2023

Bogotá, Colombia

 

Editado por: ©️Calixta Editores S.A.S 

E-mail: [email protected]

Teléfono: (571) 3476648

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-71-7

Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado 

Editor: Julián Herrera Vásquez

Corrección de estilo: María Fernanda Carvajal

Corrección de planchas: Ana María Mutis Bonilla

Maqueta e ilustración de cubierta: Martin López Lesmes @martinpaint

Diagramación: David Avendaño @art.davidrolea

Impreso en Colombia – Printed in Colombia 

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

A las conexiones más profundas

PREFACIO

El nacimiento de un amor interminable

En algún lugar de Italia, 1791

Querido William:

Desde el lugar más recóndito de este enorme castillo te escribo las que podrían ser mis últimas palabras. Casi tres años han transcurrido desde que mis manos rozaron el borde de tus mejillas y desde que nuestros labios se encontraron en un beso que aún retumba en mi ser. No puedo decir cuán dura ha sido nuestra separación y con cuánta fuerza este cuerpo moribundo anhela tus suaves caricias. Tres primaveras han pasado desde que te sentí mío y todavía no logro soportar tu ausencia.

Sé que no será una sorpresa para ti saber que he enfermado por causas desconocidas y que ningún médico de la localidad ha descubierto lo que sucede conmigo. También tengo que contarte que no he tenido mucha información sobre mis padres en este injusto exilio, pero sé que aquel matrimonio que un día fue feliz perdió por completo su brillo.

Ha transcurrido una eternidad desde que decidieron apartarte de mí y nos negaron la oportunidad de preservar un amor que estaba destinado a ser perfecto. Mi padre, el autor de esta vil y desgarradora injusticia, tarde ha comprendido que sus riquezas nunca podrán comprar el bienestar de un alma que ahora no tiene remedio; mi plenitud se agota, la vida ya no parece ser tan resistente y, con las pocas fuerzas que me restan, trato de aferrarme a aquello que tu amor me brindó en los días en que fuimos felices, en que fuimos infinitos.

La incertidumbre ya no existe entre mis lamentos pues entiendo que la profunda melancolía de un futuro sin ti ha marcado el camino hacia una muerte que hoy perfuma entre la oscuridad los dinteles de mi frágil existencia. Sin embargo, en su plena misericordia, el alma me susurra que es posible volver a pertenecerte, así sea en otra estancia muy ajena a esta.

Mis doncellas me ayudan a terminar esta misiva que brota desde el temeroso corazón que solo ha latido por ti, ese que hoy ha tomado las riendas pues la duda ha inquietado mi razón. Aunque no sé si tus manos podrán sujetar lo último de mí plasmado en esta nota, confío en que el destino será amable con ambos y sabrá reconocer todo lo que estoy haciendo porque este mensaje llegue a tu morada.

Un profundo pesar inunda mi cuerpo, me empaña los ojos y me corta la respiración cuando hago el recuento de nuestras memorias y de los instantes que ya no son. Me aferro con fuerza al sonido de tu risa al mezclarse con el viento y a la leve respiración de tu ser reposando en mi nuca. Me enfrento a un dolor indescriptible, a una muerte que no concede y a la condena que significa saber que no habrá un último beso en este adiós.

Busco consuelo en aquel viejo roble donde una promesa nos unió para la eternidad, mi amado. Aquí escribo estas letras en donde queda consignada la profunda devoción que te profeso.

Amado mío, recuerda que, sin importar el tiempo, la adversidad o la propia muerte, nuestros corazones sabrán burlar los obstáculos que la vida nos brinda. Ten la certeza de que, en un futuro cercano, este amor renacerá y no habrá manera de que algo o alguien lo pueda separar pues, si de algo estoy segura, es de que nos pertenecemos desde antes de la creación misma.

Con gigantesco amor,

Alessia.

Capítulo 1

Ava

No importa lo que haga, siempre voy a terminar aquí.

Mi voz era eco en medio de la abrumadora soledad que se sentía en aquel terreno baldío. Me acompañaban un cielo nublado y una brisa invernal que con sutileza ondeaba mi cabello. Con los años y la práctica, ya me era fácil saber cuándo me encontraba a cientos y cientos de kilómetros reales, o ficticios de mi realidad. Respiré profundo y caminé arrastrando el vestido a través del lodo, con la esperanza de encontrar una señal de mi querido amigo. Ese al que nunca he visto en mi realidad, pero se divierte tanto cuando es capaz de mirarme frente a frente en este mundo surreal. Me detuve en la entrada del inmenso bosque que separaba los caminos y traté de ver algo más allá de los frondosos árboles que se movían con la intensidad de la brisa que anunciaba la inminente tormenta.

Estuve a punto de entrar al bosque como una salida a este juego sin final cuando una mano se posó en mi nuca. Con delicadeza, mi cabello fue apartado y la electricidad de aquel primer contacto se extendió a través de todo mi cuerpo al sentir la humedad de sus labios en mi piel. Una sonrisa se dibujó en mis labios y con rapidez me volteé para ver sus ojos. Allí estaban, brillantes, sagaces y tan marrones como el primer día que los vi. Durante años fueron una tortura, pero después de un largo tiempo sin ellos me di cuenta de lo mucho que los había extrañado.

—Hola, tú. Es bueno verte de nuevo.

***

Baby, baby, where did our love go?

Ooh, don’t you want me?

Don’t you want me no more (baby, baby)?

Ooh, baby.

Baby, baby, where did our love go?

And all your promises of a love forevermore!

I’ve got this burning, burning, yearning feelin’ inside me.

Ooh, deep inside me, and it hurts so bad.

—Amor, sabes que me encantan las Supreme tanto como a ti, pero ¿en serio tienes que cantar a las tres de la mañana? —dijo Manuel somnoliento. Apagué el improvisado concierto en el que estaba sumergida en la sala de la casa, sentada en el suelo junto al equipo de sonido.

—Lo siento, mi amor, quizá me dejé llevar un poco, no fue mi intención despertarte —me disculpé avergonzada.

—De hecho, no lo hiciste. Fue Rocco quien lamió mi cara para que te hiciera callar —confesó mientras veía a nuestro perro refugiarse detrás de él.

—También hubiese hecho lo mismo, canto horrible.

—De cualquier forma, necesitas dormir —Se acercó preocupado—. ¿Qué sucede? ¿Pesadillas otra vez?

—Creo que exageré con el café antes de irnos a la cama, eso es todo —mentí para ahorrarme la explicación de los sueños que tuve y que me hicieron despertar.

—Bueno, pues vamos a dormir, ¿o prefieres que nos quedemos despiertos? —Negué con la cabeza al verlo bostezar. Sus párpados comenzaban a cerrarse.

Manuel me ayudó a levantarme del suelo, apagué todo en la sala y caminamos juntos a la habitación. Él era grandioso, el mejor novio que alguien pudiese desear. Nos acostamos en silencio, me arrulló entre sus brazos tal como lo hacía cada noche y me llevó más cerca de su cuerpo. Su respiración cambió rápido y supe que mi novio se había quedado dormido. Pero yo no pude hacer lo mismo, no quería.

Me llené de culpa y me sentí egoísta al no ser capaz de contarle a Manuel que lo que no me dejaba conciliar el sueño no eran horribles pesadillas como él lo imaginaba sino la compañía de un hombre que nunca había visto, pero de quien estaba profundamente enamorada. Pensaba que si le contaba jamás volvería a verme de la misma manera.

Fue en 1999 cuando tuve el primer contacto con ‘él’. Era imposible sacar de mi memoria aquel encuentro inicial. En el sueño vi correr a un niño en un enorme campo de heno amarillento que parecía no tener fin. Admiré el marrón de sus ojos que me hicieron sentir como en casa cuando nuestras miradas se cruzaron. Parecía un niño común, pero algo en él me hizo creer que ya nos conocíamos. Su sonrisa encantadora me hizo perder el miedo y acepté su ofrecimiento a correr junto a él. Cuando íbamos a ponernos en marcha, llegó el nuevo milenio y el sonido de la pólvora y de la gente celebrando me llevaron de regreso a la realidad, una que nunca más volvería a ser igual.

Mi existencia en pleno se dedicó a hallar la manera de volver a conectar con él y, de alguna manera, encontrarlo en el mundo terrenal. Lo busqué entre mis compañeros de la escuela, viejos amigos, fotografías y programas de televisión. Tenía solo ocho años cuando comencé a dedicarle mi vida a una persona que no existía. Comencé a hablar de él como si fuera real, como si estuviese ahí, como si un día fuera a tocar a mi puerta para decirme “Hola, lamento haberte hecho esperar tanto, pero ya estoy aquí”. No tardó mucho tiempo para que mi entorno comenzara a notar lo raro de mi actuar y decidiera hacerme comprender, de la peor manera, que aquello que tanto soñaba nunca sucedería y que lo único que estaba haciendo era perder la razón.

Mis padres fueron los primeros en tomar cartas en el asunto al darse cuenta de lo rápido que yo estaba cambiando. Empecé a dormir más de lo habitual, ya casi no salía de la habitación y comencé a hablar en voz alta pidiéndole al niño que me dejara verlo una vez más. Me llevaron al extranjero para intentar con un tratamiento que pudiese mejorar, arreglar o erradicar por completo mi psicosis. Sin embargo, nada funcionó. Ninguna pastilla o tratamiento hicieron que él desapareciera. Regresamos a Colombia seis años después de intentarlo todo. Estaba agotada mental y emocionalmente y decidí no volver contarles a mis padres sobre mi surreal compañero.

Con el pasar del tiempo, ese niño se convirtió en un adolescente con el que compartí lo que me pasaba en el colegio y a quien le confíe mi salud mental. Sin embargo, el idílico cuento de hadas se convirtió en una dolorosa pesadilla. Comencé a cansarme de la manera en la que esta persona me estaba haciendo sentir y en lo estúpida que me veía creyendo que, en algún momento, él podría hacerse realidad. Fue cuestión de tiempo para que yo comenzara a repudiar lo que una vez me hizo sentir feliz. No tuve más elección que contarles a mis padres una verdad a medias y confesarles que ‘él’ había vuelto, aunque nunca se fue en realidad. Regresé a aquella clínica con la esperanza de borrarlo por completo y para siempre.

La medicina psiquiátrica no era tan avanzada en ese tiempo. Fui paciente de prueba para un nuevo fármaco que prometía borrar por completo cualquier rastro de alucinaciones en pacientes esquizofrénicos. Porque sí, ese era mi diagnóstico, yo era tratada como una paciente esquizofrénica.

Ava Marie Santamaría

Edad: 18 años.

Diagnóstico: Esquizofrenia.

El psicotrópico actuaba también como un somnífero que privaba a quien lo consumía de tener cualquier tipo de actividad durante la fase REM del sueño. Era algo arriesgado, pero acepté sin importar cuales fueran las consecuencias con la esperanza de llevar una vida ‘normal’.

Después de un duro año internada en aquella clínica de Estados Unidos, regresé a Colombia, terminé el colegio e inicié la universidad, hice amigos, tuve hobbies y llevé una vida manteniendo el secreto de mi mortal adicción. Consumí ese medicamento durante casi 4 años, pero ni eso fue suficiente para que, durante los últimos meses de mi carrera, encontrara las puertas del infierno. Aunque el fármaco había logrado que no volviera a soñar, el cansancio de los exámenes finales me llevó a perder el conocimiento y a entrar a una especie de pesadilla sin fin. Para salir de ella, aumenté la dosis de la medicina, lo que ocasionó que todos esos años en blanco se convirtieran en un huracán de imágenes inexplicables.

Volví a ser internada, pero esa vez en una clínica en mi país porque el dinero no era suficiente para viajar al exterior, a pesar de que mis padres hicieron hasta lo imposible. Me diagnosticaron con depresión y me aislaron por intento de suicidio. Fue una época oscura, pues temí que, al abandonar el fármaco, mi viejo y surreal compañero volvería a aparecer y yo me negaba a seguir siendo parte de ese absurdo teatro que llamaban vida.

A pesar del pronóstico, tuve una mejoría y logré salir de la clínica tiempo después. Cuando estaba terminando mi carrera, conocí a Manuel en una librería muy cerca de casa. Yo buscaba textos sobre el significado de los sueños y él sobre diseño. Nuestra conexión fue inmediata y, queriendo dejar atrás todos esos años de tortura, hice que mi corazón se inclinara por algo tangible. Supe que Manuel era especial, que nada volvería a ser igual luego de dejarlo entrar y, aunque me costó mucho darle un lugar en mi vida, estar junto a él fue la mejor decisión. Sin embargo, poco le hablé de mi pasado o de por qué estaba allí ese día, y mucho menos del motivo por el que, a mis 21 años, nunca había tenido una cita.

Ese mismo año, algo curioso sucedió, los sueños se detuvieron y yo comencé a tener una vida medianamente normal. No volví a ver su rostro, no había nada de él en mi cabeza, solo el extenso vacío de la ausencia o, mejor dicho, de su ausencia. Comencé de nuevo, seguida por el miedo de que aquel hombre volviese a aparecer. Pasé los siguientes años dedicándome a crear una vida, a construir de cero mi existencia, y darme algo de tranquilidad por todos los malos ratos que este individuo me hizo pasar durante mucho tiempo. Quería creer que todo estaba bien, pero, al igual que muchas cosas en mi vida todo era estacional.

Con Manuel abrazándome por la espalda, luego de que la música que nos gustaba a ambos lo despertara, rememoré aquellos sucesos. Veinte años habían pasado desde la primera vez que soñé con ese hombre y cada encuentro con él, luego de conocer al que era mi novio, me llenaba de temor e intranquilidad. Me despertaba en el acto, apenas veía algo aproximarse en mi mente medio dormida, pero esta vez no logré vencer mis impulsos y terminé por abrirle la puerta de nuevo a eso que me costó tanto dejar atrás. El miedo me sumió, me encontraba en una posición difícil, después de tantos años no sabía qué hacer con esto.

A pesar de que iba a terapia e intentaba no hablar de él, su presencia seguía ahí, tanto o igual de fuerte a ese primer día, el 31 de diciembre de 1999. Amaba a mi novio, de verdad lo hacía, pero era imposible luchar contra lo que sentía cada vez que cerraba los ojos y entraba a otro plano, uno en el que la sonrisa de ese hombre me embelesaba al tiempo que sus brazos me arropaban. Ni qué decir de lo que generaban en mí sus besos. Batallaba con todas mis fuerzas, pero parecía una guerra en la que no tenía el control.

Los rayos del sol comenzaron a filtrarse por las aberturas de las persianas. No dormí nada y me dije que lo intentaría luego de que Manuel se marchara a trabajar. Me levanté con cuidado para no despertarlo y caminé hasta la cocina para comenzar nuestra rutina diaria. Huevos, arepas, algo de pan, jugo de maracuyá y café para el desayuno. El café nunca podía faltar para mi novio. Llené también la taza de comida de Rocco y regresé a la habitación para despertarlo.

—6:29 y el frío no perdona —susurré a su oído mientras lo veía dormir plácido.

—6:30 y un par de besos cálidos para reanimar el alma.

—Te amo.

—Yo te amo mil veces más —Se puso de pie y besó mi frente antes de entrar a la ducha. Aproveché el tiempo para preparar a Rocco para nuestro paseo matutino después de desayunar con Manuel.

—Sabes, debería castigarte por lo de esta madrugada, pero puedo entenderte, amigo. Canto terrible.

Rocco ladró. Estaba de acuerdo conmigo.

No era fácil tener esa espina en mi cabeza que me recordaba que en cualquier momento él volvería a aparecer. Por eso, muchas veces el desespero y la agonía de algo que aún no sucedía me llevaba a refugiarme en la cruda realidad de quedarme despierta. Por eso, bajaba a la cocina para prepararme algo caliente que me ayudara a despejar mi mente. Algunas veces solo necesitaba de un libro, una película o perder el tiempo viendo una serie que me hiciera volver a soñar. Apreciaba los pocos momentos en donde el cansancio era más grande que la actividad cerebral.

Aprendí a ser buena actriz y a pretender que nada sucedía. Sin embargo, era imposible ocultar las ojeras, la falta de sueño y las tantas veces que me quedé dormida haciendo cosas tan simples como lavar el baño. Manuel siempre se preocupó por eso e intentó buscar solución a mi insomnio, pero no la hubo. No había un punto medio en mi vida. Sabía que había vuelto, me encontraba sola, ya no tenía el mismo apoyo que una vez tuve de mis padres y eso era algo que me inquietaba.

Mi novio bajó quince minutos después a desayunar. Se veía muy apuesto. Él era guapísimo y todo mundo lo notaba. Era fácil quedarse embelesado con el oscuro color de sus ojos, su hermosa piel trigueña o la preciosa sonrisa que tenía, esa que hizo que cayera rendida ante su presencia. No había visto una sonrisa tan hermosa como la suya.

—¿Dormiste bien? —Me preguntó una vez nos sentamos a la mesa. Su ropa era casual ya que en su oficina no había código de vestuario. Su perfume olía delicioso.

—Como un bebé. Necesitaba descansar.

—¿Qué pasó esta madrugada?

—Lo que te dije, tomé demasiado café. Mi psicólogo me dice que lo elimine de mi dieta, pero necesitaba estar despierta, tenía mucho trabajo —Le di una verdad a medias.

—¿Tienes planes para hoy?

—Pensaba quedarme en casa, pero Vivian llamó para tratar algo de una filial en Madrid. Las cosas no marchan bien.

—¿Hoy, martes? Debe ser muy urgente si te hacen ir el martes a la oficina.

—Lo es.

A diferencia de Manuel, quien tenía un trabajo normal de oficina y debía cumplir horario regular, yo trabajaba desde casa y solo tenía que ir a la oficina tres días a la semana por no más de cinco horas. Mi empleo era algo complicado, pero yo encontraba la manera de hacerlo simple. Trabajaba como traductora, analista de datos y encargada de las relaciones públicas de una empresa textil en Bogotá. Mi padre me ayudó a conseguir el cargo con uno de sus conocidos y gracias a esa oportunidad gané más confianza en mí. Él solo me recomendó, del resto me encargué yo. Me gustaba lo que hacía, aunque algunas veces parecía sacarme de quicio.

Mis funciones eran la grabación de las juntas importantes, la traducción y transcripción de estas, además de la evaluación y el análisis de las alianzas internas y externas para mejorar la exportación de telas, el PIB de la compañía. Hacía un poco de todo, por así decirlo. La multinacional era originaria de Estados Unidos, pero gracias a nuestro trabajo y dedicación logramos abrir filiales en México, Buenos Aires y Bogotá, además de algunas en Europa.

Por alguna razón, no quería quedarme en casa, así que tener que ir a la oficina era perfecto. Pensé, además, en que podría ir al supermercado por algunas cosas que necesitaba.

Terminamos de desayunar y Manuel preparó sus cosas antes de marcharse.

—¿Quieres que te lleve o te vas en el carro? —preguntó antes de salir.

—Ninguna de las dos. Me iré en Transmilenio.

—¿Estás segura?

—Sí, amor. No te preocupes.

—Vale. Cuídate, por favor, y llámame si necesitas algo.

—¿Vienes para cenar? —Le dije cuando lo vi abriendo la puerta.

—No, esta noche quiero ir a cenar contigo. ¿Te parece que te recoja en tu trabajo y vayamos por algo de comida mexicana?

—Sí, seguro. Nos vemos para cenar —Regresó para envolverme en sus brazos y darme un beso.

—Te amo, querida Ava.

—Y yo a ti.

Me quedé en el comedor mientras el silencio se apoderó de todo. Recordé el sueño que tuve esa madrugada. Se veía diferente, él había cambiado tanto como yo lo había hecho. Su cabellera marrón, sus ojos castaños y aquella tez pálida por el frío que nos arropaba en ese momento me hicieron perder la cordura en cuestión de segundos, y todo eso fue suficiente para que el pasado volviera a revivir con fuerzas en mí. Los sueños se detuvieron seis meses después de conocer a Manuel y darme cuenta de lo enamorada que estaba de él. Durante los primeros dos años de nuestra relación me aferré a la idea de que estar con él mantendría alejado al otro sujeto, pero no pasó mucho tiempo antes de que la ansiedad de la incertidumbre comenzara a comerme la cabeza lentamente.

Arreglé la cocina, saqué a Rocco al parque por una media hora y regresé para alistarme. Subí a la habitación y, antes de bañarme, leí de nuevo el correo de Vivian, revisé los documentos adjuntos en los que quedaba claro que la filial de Madrid no pasaba por su mejor momento. Prendí el estéreo mientras me duchaba.

Hasta que apareciste

con tu fantasía

y me pediste que cantara esa canción

que tanto te sabías.

Y yo te dije:

Pasa la noche conmigo bonita,

yo te haré canciones…

Me gustaba esa canción, me traía recuerdos de mi juventud y de los pocos momentos en que pude tener una adolescencia normal. Algunas veces me llenaba de nostalgia el no haber vivido etapas normales de la vida como lo hicieron el resto de mis compañeros de colegio, pero trataba de no martirizarme con ello.

…Y versos de amores

y no quedarán dudas ni dolores

en nuestros corazones.

Pasa la noche

y quédate, mañana, todo el día.

Tomé mi laptop y las llaves, y me aseguré de dejarle suficiente comida a Rocco para el día, no sin antes darle un beso en su frente. Salí de casa con la esperanza de que la reunión no tomara mucho tiempo. Caminé un par de cuadras hasta la estación de Transmilenio de la calle 100, Siempre llena de gente, con muy poca respiración y donde debías activar todos tus sentidos. Tuve que ir de pie, ya que todas las sillas se encontraban ocupadas, de cualquier manera, no me encontraba tan lejos de Teusaquillo, el lugar donde se encontraba mi oficina.

A pesar del tumulto de gente, la bulla social y las frenadas agrestes del conductor tomé esos 30 minutos para pensar en todo lo que podríamos hablar en la reunión. Llegué al enorme edificio a tiempo, saludé al personal de seguridad y luego subí al ascensor hacia el décimo piso, desde donde se apreciaba la ciudad en todo su esplendor, con sus vidas pasando entre prisas, alegrías y preocupaciones.

Me encontré con la recepcionista cuando las puertas del elevador se abrieron, mis compañeras se sorprendieron un poco al verme allí en mi día no de oficina, aunque eso no les impidió recibirme con alegría. Fui a la oficina y dejé todo sobre mi escritorio cuando escuché la puerta abrirse. Lucía entró con una expresión que denotaba lo irritada que se encontraba. Traía un vaso de café en cada mano.

—¿Mal día? —Le pregunté al ver que reposaba la cabeza sobre mi escritorio.

—Pésimo. Estaba en medio de algo importante cuando recibí el mensaje de Vivian ¿Ella sabrá que tenemos vidas aparte de nuestro trabajo?

—A veces se le olvida —bromeé—. Pero ¿qué era eso tan importante que estabas haciendo?

—Pues imagínate que mi novio me…

—Olvídalo, ya no quiero saberlo —La detuve al recordar lo expresiva y abierta que era mi amiga. Ya imaginaba lo que iba a contarme.

Sonreímos y ella me entregó uno de los cafés. Lucía Zapata era de mis personas favoritas, una mujer espontánea, ingeniosa y divertida. Le gustaban los buenos planes, sabía dónde se encontraban las mejores fiestas de la ciudad y dónde tomar la mejor cerveza, pero también sabía disfrutar de un fin de semana en casa viendo Netflix. Era la abogada de la empresa y se encargaba de la mayoría de los trámites aduanales y la nacionalización de los productos de la compañía. Todo el tiempo estábamos atestadas de trabajo, pero siempre teníamos tiempo para chismear y dejar que la jornada laboral se fuera en risas. Trabajábamos muy bien juntas, de hecho, nuestra jefa nos apodó como «el equipo estrella» ya que siempre teníamos la solución para todo.

Lucía me contó sobre su fin de semana, su nuevo novio y los planes que tenían para el sábado siguiente mientras caminábamos a la sala de juntas. Saludamos a los presentes y tomamos asiento en lo que nuestra CEO, Vivian Rocha, llegó a la sala. Ella entró cinco minutos después y ocupó la silla principal. Vivian era una persona amable, calmada y bastante complaciente, cosa de la que era mejor no abusar. Sin embargo, esa mañana solo la acompañaba una mueca de enojo.

—O nos ponemos las pilas o les juro que vamos a terminar todos en la calle.

—¿De qué estás hablando, Vivian? —preguntó Lucía.

—La filial de Madrid nos puede perjudicar todo si no hacemos algo de inmediato. Se los resumo con esto: Mala administración, despilfarros, despidos, renuncias y mal manejo del PBI. Además de que el 80% de los socios en España han cancelado sus acciones. Madrid se ha convertido en un pilar fundamental para la empresa y si cae, es muy posible que todo se venga abajo.

—Define perjudicar todo —agregó mi compañera.

—Muchas cosas están pasando al tiempo. Y en este caso, a todos los administrativos nos preocupa la manera en la que las cosas se están llevando en Madrid. Quizás me extralimite al decir que nos perjudicaría, pero es una manera de hacer ver la gravedad del asunto.

—¿Por qué? —preguntó mi compañera.

—Esto es una cadena, un juego de dominó, Lucía. Si una cae, todas lo harán. No queremos que los clientes piensen que todas las filiales son lo mismo. Ya comenzamos a tener algunos inconvenientes en México y Estados Unidos nos está respirando en la nuca.

—Bueno, ¿y qué podemos hacer? En este momento estamos a 800 kilómetros de distancia y un océano de por medio.

—Las otras filiales de Latinoamérica ya están trabajando en planes de contención para esta crisis y por eso Ava y tú están hoy aquí. Voy a enviarles de inmediato una información clave para que empecemos a trabajar en una propuesta desde Colombia. Un par de carpetas.

Lucía volteó a verme. Encendimos nuestras tablets y revisamos la documentación. La situación de la filial de Madrid era muy compleja y las malas decisiones de los directivos pasados habían cobrado factura al fin. Los esfuerzos de los equipos en Europa no habían sido suficientes y los efectos del desastre empezaron a sentirse en nuestro continente. Entre los archivos adjuntos para Lucía, venía algo que la sorprendió.

—¿Estás hablando en serio? —reprochó mi compañera.

—Esta decisión es solo de ustedes, pero por favor. Si de verdad aprecian su trabajo, tómenlo.

—¿Quieren decirme qué está pasando? —intervine. Necesitaba saber el contexto de su conversación.

—Solo si aceptan, tendrán que viajar un mes y medio a Madrid y hacer parte del comité que evaluará los posibles caminos para salir de esta situación —Nos respondió Vivian.

—Oh…

Capítulo 2

Vaya…

—Estoy tan sorprendida como tú. Te lo juro.

—Seis semanas. Un mes y medio —Manuel no lograba asimilar el tiempo que yo tendría que pasar en Madrid.

La junta terminó con la propuesta de Vivian. Nos llevó hasta su oficina para hablarnos más a fondo sobre lo que tendríamos que hacer: Intentar levantar una compañía. También nos contó la cantidad de dinero que se nos pagaría por hacer parte de esta labor, además de la cobertura total de los gastos que tuviéramos en Madrid. La casa matriz buscaba con desespero que todo pudiera solucionarse y no escatimaría en invertir lo necesario. Nos permitió pensar un poco, pero teníamos que tomar una decisión inmediata.

Manuel no dejaba su sorpresa con la noticia, pero eso no evitó que siguiéramos con los planes que teníamos. Fuimos al restaurante de comida mexicana que habíamos planeado, uno de mis favoritos. Durante la cena, su actitud cambió y me animó a dar lo mejor de mí pues, al fin y al cabo, esa podía ser una oportunidad inmejorable para mi hoja de vida. Luego fuimos a tomarnos algo. Una banda tocaba en el mismo bar en el que tuvimos nuestra primera cita. Visitábamos ese sitio con frecuencia. Desde su terraza se veían las casas de estilo europeo de Chapinero. Allí nos encontramos con unos amigos de Manuel a los que yo solo había saludado en un par de ocasiones.

Mi círculo se reducía a Lucía, a mis primas en la ciudad, y a uno que otro viejo compañero. Trataba de no crear tantos vínculos con las personas cercanas a mi novio por el miedo que tenía a que, si alguna vez el otro tipo volvía a aparecer y Manuel se enteraba su existencia todo terminaría entre los dos, perdiendo no solo a Manuel, sino también los otros lazos que hubiese formado. Me aterraba que alguien pudiera ver lo que había en mi interior. Ellos me incluyeron en la conversación, que giró en torno a viajes programados, series de televisión, bandas de rock y, por supuesto, al diseño. Eran compañeros de universidad.

—12:30 —susurró a mi oído—. Suena nuestra canción.

Separé mi cabeza de su hombro y comencé a buscar con desespero esa melodía que solo nos pertenecía a los dos.

Hay tanto a elegir

y tú y yo aquel día coincidir, coincidir, coincidir.

Era tu historia,

se cruzó con la mía.

Tanta gente, tanta gente ahí fuera,

y coincidir aquel día.

Esa canción sonó cuando él me pidió permiso para poner sus labios sobre los míos por primera vez, cinco años atrás a esa noche. Recordaba nuestra primera cita cada vez que la escuchaba. Mi pecho se llenaba de sentimiento y nostalgia cuando pensaba en cómo me había sonreído en la biblioteca, lo nervioso que parecía cuando me pidió el número de celular, o lo pálido que se puso cuando fue a recogerme el día en que conocí ese bar. Ambos construimos una historia bonita y a la que me seguía aferrando con fuerza en medio de esa pesadilla que parecía no acabaría nunca.

Manuel me había enamorado por la manera en la que me miraba, la misma en la que yo no era capaz de verme. Él eligió quedarse a mi lado y no me juzgó cuando las noches fueron difíciles y me sentí perdida. Aunque no hubo mayores problemas y la relación que siempre soñé parecía alejarse de la que llevábamos, él me complementaba y su sonrisa me hacía imaginar aquella vida que tanto anhelaba, una que mi corazón buscaba con desespero.

—Te amo, Manuel —le dije y me aferré con fuerza a su brazo, acurrucándome en su hombro.

Llegamos a casa a la madrugada y, a pesar del miedo que me producía que mi amigo volviera a aparecer, conseguí dormir en paz. Después de pensarlo, acepté ir a Madrid junto a Lucía por lo que el resto de la semana me ocupé en cosas del trabajo y preparativos para el viaje. Tuve que ir todos los días a la oficina, lo que me dejaba agotadísima y provocaba que pudiera descansar con placidez durante la que bauticé como la semana más feliz de mi vida. Pasamos el domingo en casa de los padres de Manuel. Mi madre nos acompañó a esa pequeña reunión antes de mi viaje, que sería en la madrugada del lunes.

—¿Cómo te sientes para tu viaje? —Mamá llamó mi atención. Llevaba semanas sin verla.

—Me siento bien, un poco nerviosa.

—Todo va a salir increíble, muñeca.

—Gracias, mamá. Será mucha presión, pero también una oportunidad única.

—¿Le avisaste a tu psicólogo? —Sabía que esa pregunta aparecería. Ella no lo decía seguido y sabía disimularlo, pero no dejaba de preocuparse por mi salud. Como a todo mundo, traté de convencerla cientos de veces de que los problemas para dormir se debían a las extenuantes jornadas de trabajo que tenía.

—Lo hice, mamá. Estoy capacitada para viajar sola, no te preocupes —Sonreí para darle un poco de tranquilidad.

Hubo algo que siempre le agradecí a mi madre y fue que no hiciera que Manuel se preocupara más de la cuenta. Cada vez que él le preguntaba por mi insomnio y los problemas de sueño, ella encontraba la manera de cerrar la puerta y cambiar el tema. En su corazón guardaba el mismo secreto, la misma preocupación. No planeaba decirle que el sujeto había vuelto, estaba segura de que podría llevarlo sola esta vez y esperar que como una vez despareció, volviera a hacerlo sin tanto drama.

Terminamos de almorzar y alguien tocó la puerta. La mamá de Manuel hizo seguir a una chica que llevaba de la mano a una mujer mayor. Nos contó que eran sus vecinas y que venían a recoger algo. Mi suegro, mi novio y mi madre fueron a la cocina a arreglar las cosas mientras la joven y mi suegra se perdieron en una de las habitaciones. Yo me quedé en la sala y, sentada frente a mí, la anciana ocupó un espacio.

—El silencio nunca viene solo. Hay gritos en él. Almas que buscan su destino —dijo en un tono casi inaudible.

—¿Disculpe? —La miré un poco confundida.

—La verdad ya no se ocultará más. Escúchame bien, todo sucederá.

Estaba por responderle cuando la chica regreso. En ese momento la mujer empezó a hablar un dialecto que me era desconocido, pero que su acompañante entendía y hablaba a la perfección.

—¿Qué idioma es ese? —pregunté intrigada.

—Wayú. Wayuunaiki. Mi abuela es guajira. Está en las primeras etapas del Alzheimer y suele alternar las lenguas que habla.

—¿Puedo saber lo que dijo?

Ella miró a su abuela y sonrió nerviosa.

—Dijo… Dijo que estás cerca de tu destino.

—Seguro se refiere a Manuel, que está en la cocina —Reí.

—Sí… Seguro es eso.

Hubo un silencio incómodo hasta que la mamá de Manuel llegó para llevar a las inesperadas invitadas al estudio. Medité sus palabras y traté de no darle más misticismo del que parecían tener. La chica dijo que su abuela padecía una enfermedad neurodegenerativa cuya afectación principal era la mezcla de recuerdos y fantasías, así como el paulatino deterioro de la memoria. Preferí no prestarle atención. Nos marchamos poco después de la siete de la noche ya que yo tenía que preparar las maletas para el viaje. Me tomó una hora guardar casi todo, pero mi papá me llamó para saludarme.

Luego de la tercera y última crisis que tuve, el peso de la agonía deshizo sin piedad el matrimonio de mis padres. Se culparon mutuamente por lo que me pasaba, la convivencia ya no era la misma y su compañía lo único que hizo fue agudizar mi dolor. Papá decidió regresar a su natal Cartagena, en donde conoció a una adorable mujer española con la que se casó al año siguiente y con quien luego se mudó a Madrid para comenzar una nueva vida. De esta unión nació mi hermana menor, Lina, quien tenía unos seis años. Papá empezó a impartir clases de arquitectura en una universidad de Madrid y mamá era una abogada de familia que no pensaba en nada más que en ejercer su carrera hasta el final de sus días. Sin embargo, sus profesiones nunca fueron un impedimento para ayudarme a salir adelante con mi vida.

—Todo está listo, muñeca —comentó Manuel cuando regresé a la habitación. Él terminó de arreglar el equipaje. Le agradecí y me resguardé un rato en sus brazos porque la inminente idea de que nos separaríamos llenó mi alma de nostalgia. En los últimos días había tenido pesadillas en donde él desaparecía, en donde lo buscaba por todo lado y no lo encontraba. Me asustaba pensar en una vida sin él. Era la primera vez que nos separábamos por tanto tiempo y desprenderme del lugar seguro que Manuel representaba me llenaba de incertidumbre.

Sus manos se hundieron debajo de mi camiseta para tocarme con delicadeza. Elevé el rostro para encontrarme con sus labios y poco a poco nos dejamos llevar por el deseo. Sentí sus palmas frías en mis pechos y vi en su cara cómo disfrutaba de encontrarse con la erección en mis pezones. Me desnudó y sus caricias hicieron que mi cuerpo se calentara. Él me conocía y siempre buscaba hacerme saber lo mucho que me quería y me deseaba. Llevó sus dedos a mi húmeda vagina y elevó las ansias de tenerlo dentro de mí. Se hizo un espacio entre mis piernas y me penetró lentamente. El ritmo de sus caderas fue incrementándose hasta hacerse incontrolable y lo hice recostarse para acomodarme sobre él y tomar el control. Manuel sujetó con fuerza mi rostro y me besó con avidez. Hicimos de aquella habitación nuestro lugar. Dejé escapar con fuerza un último gemido mientras me aferraba a su pecho. Mi cuerpo se deshizo en ese instante y me permití sentir la calidez del suyo. Me acosté a su lado y entrelacé nuestras manos. Sintiendo su respiración y la calidez de su cuerpo.

A dónde iríamos no lo sabía, pero habíamos creado un concepto de amor que en voz alta sería muy difícil de comprender. En otros brazos jamás encontraría la paz que hallaba con Manuel. Él me daba calma, era la otra cara de mi realidad, una realidad que anhelaba dejar atrás. Sin embargo, seguía sin ser capaz de desnudar mi alma como él había hecho con la suya.

Capítulo 3

El inquietante sonido del despertador me regresó con fuerza a la realidad y, justo antes de ponerme de pie, me di cuenta de que esa era la sexta noche consecutiva que pasaba sin sueños, apariciones o pesadez. Imaginé que en esta nueva oportunidad su presencia sería más prolongada, pero al no ser así me permití descansar sin pensar más allá de mi presente. Me levanté con cuidado y comencé a prepararme. Tomé una ducha, cepillé mis dientes, dejé las maletas en la sala y regresé a la habitación para despertar a Manuel.

—5:10. Ya es hora de levantarse, campeón.

Abrió los ojos y estiró sus brazos. Pronunció un débil buenos días y se puso de pie para comenzar su día. Preparé algo de desayunar, comimos juntos y aproveché para sacar a Rocco una última vez antes del viaje. La mamá de Manuel se encargaría de cuidarlo durante el tiempo que yo estaría de viaje. Emprendimos nuestro recorrido hasta el aeropuerto mientras el cielo bogotano se cubría con un hermoso manto de tonalidades naranjas y celestes. Pensé que ese sería un buen día.

Mi vuelo salía en una hora, por lo que aproveché para comprar algunos recuerdos para mi padre, su esposa y mi hermana. Me alegraba la idea de poder verlos después de tanto tiempo. Extrañaba a papá, su partida había sido dura, pues me convencí de que el divorcio había sido mi culpa. Aunque yo no tenía hijos, y no estaba muy segura de quererlos, entendí que enfrentar lo que me pasaba no fue sencillo para ellos ni lo sería para nadie. Deseaba que las cosas hubieran sido distintas, pero era una lucha perdida contra el destino.

Nos sentamos en la sala mientras llegaba la hora de pasar a la sala para abordaje. El tiempo pasó y empecé a preocuparme porque no tenía noticias de Lucía. Era impuntual, eso lo sabía, pero me preocupaba que todavía no hubiese llegado. Con todo el trabajo que teníamos, fue poco lo que habíamos podido hablar esa última semana. Le envíe un par de mensajes que no tuvieron respuesta por lo que decidí llamarla.

—Amiga, ¿dónde estás? —No la dejé hablar cuando contestó.

—Detrás de ti.

Lucía sostenía un folio, llevaba un cojín alrededor de su cuello y unas gafas de sol. Se veía bien con aquel conjunto unicolor blanco y su valija moderna. Sonreí porque iríamos juntas en esa travesía y la abracé fuerte. Cuando nos separamos, saludó a Manuel. No quedaba mucho para tener que pasar a la zona de embarque.

—¿Lista? ¿Prometes que llamarás? —me preguntó mi novio.

—Estoy lista y por supuesto que te llamaré a contarte todo.

—Estoy muy orgulloso de ti, Ava.

Sus ojos se empañaron y eso me llegó al corazón. No pude contener las lágrimas. Fue difícil tener que separarme de él después de tanto tiempo juntos, pero sería algo temporal. Estaba segura de que, en un abrir y cerrar de ojos, volveríamos a encontrarnos. Besé sus labios antes de despedirme y me aferré a él con la esperanza de que algo de su esencia, de su vida o de él en general, me acompañara en ese viaje.

— Te amo. Volveré pronto.

—Aquí te esperaré, te amo más.

Entré al área de seguridad y le hice un gesto con la mano a Manuel. Lucía me pasó un brazo sobre los hombros al darse cuenta de las lágrimas en mis mejillas. Volteé para verlo por última vez y encontré su mirada enrojecida y una sonrisa melancólica. Un pensamiento fugaz aterrizó en mi cabeza, la imagen de esa señora y las palabras que dijo y que en ese momento escuché como un murmullo: Almas que buscan su destino.

Era una tontería. En un primer momento lo había conectado con esa persona que solo veía en mis sueños, pero no tenía sentido, nadie sabía sobre él. Era ilógico lo que estaba pensando.

—Cálmate —me dije en voz baja justo antes de nuestro llamado a abordar. Continúe hablando con Manuel a través de mensajes hasta que el avión arrancó.

Sería un viaje largo y tenía que encontrar algo que no me dejara pensar en cosas que no quería. Lucía no estaba a mi lado sino unas filas atrás. Saqué mi laptop y repasé los informes sobre el estado de la filial de Madrid, el panorama no era alentador: Las exportaciones tomaban más de lo usual porque la mercancía había sido enviada a Portugal y no a España, generando sobrecostos en la nacionalización; el último director tenía múltiples demandas y la compañía estaba siendo investigada por esto, incluso se había descubierto que hubo malversación de fondos en varios proyectos. Ese era el desastre que íbamos a tener que resolver Lucía, las cuatro personas que viajaron de otras filiales y yo. Temía que el viaje tuviera que extenderse.

Vi una película, fui un par de veces al baño, almorcé y volví a la computadora para leer sobre los compañeros que irían de los demás países en donde la empresa tenía presencia. Me concentré tanto que me tomó por sorpresa el aviso de que estábamos prontos a descender.

Arribamos a las tres de la mañana de España. Viajar tantas horas no fue nada cómodo, pero agradecí que el avión aterrizara sin contratiempos. Mientras pasábamos por migración, una pequeña lloraba porque sus papás no le compraron un juguete en el Duty Free. Pobre niña, que martirio sería para ella descubrir que la vida no siempre le daría lo que deseara.

Recogimos nuestro equipaje y esperamos a que el transporte llegara. Era mi primera vez en Madrid y me encantó de inmediato. Desde el auto tomé fotos de todo y no podía esperar para enviárselas a Manuel como mi padre había hecho conmigo cuando llegó a esa ciudad. El clima, los olores, las texturas y la forma en que la ciudad vibraba era sobrecogedor e impresionante. También me emocionó escuchar a tantas personas con ese acento que solo había tenido la oportunidad de oír en series y películas.