A WEDDING AT WINDAROO / PRINCESS TAKES A HOLIDAY / CAPTIVATING A COWBOY - Barbara Hannay - E-Book

A WEDDING AT WINDAROO / PRINCESS TAKES A HOLIDAY / CAPTIVATING A COWBOY E-Book

Barbara Hannay

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ómnibus Jazmín 567 Su mejor alumna Barbara Hannay Piper O'Malley llevaba toda la vida recurriendo a Gabe siempre que necesitaba un consejo. Por eso cuando descubrió que perdería su casa a menos que se casara, lo más lógico fue acudir a Gabe. ¿Quién mejor que él para enseñárselo todo sobre el arte de la seducción? Gabe era muy protector con Piper y no consideraba bueno para ella a nadie del pueblo. Cuando decidió darle algunas lecciones para atraer a los hombres, no pensó que surgiría tal atracción entre ellos. Después de aquello, no podía soportar la idea de que empezara a salir con hombres. ¿Debía intervenir y demostrarle qué era exactamente lo que ella necesitaba? Una princesa de vacaciones Elizabeth Harbison La princesa Teresa de Corsaria necesitaba tomarse un descanso de tantas galas benéficas y revistas de cotilleo. Encontró un lugar que la recibió con los brazos abiertos. Bueno, recibió a una mujer llamada Tess McDougall… Y entonces conoció a Dylan Parker, el médico del lugar, y empezó a tener ganas de acabar con las mentiras. Pero ¿qué haría un hombre tan honesto y tan guapo como Dylan cuando se enterara de quién era realmente la mujer que tenía entre sus brazos? Los caminos del corazón Jill Limber Cuando aquella mujer tan independiente le pidió que la ayudara a arreglar la hermosa casa victoriana de su abuela, no pudo evitar imaginarse a sí mismo viviendo con ella en aquella casa... Julia jamás habría pensado que un día regresaría a Ferndale. Ella quería seguir viviendo en el bullicio de Los Ángeles y, sin embargo, resultó que de pronto era propietaria de una casa en el lugar del que conservaba horribles recuerdos de la niñez. ¿Conseguiría aquel cowboy tan sexy demostrarle que la felicidad podía estar en el campo... junto a él?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 517

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 567 - noviembre 2023

© 2003 Barbara Hannay

Su mejor alumna

Título original: A Wedding at Windaroo

© 2003 Elizabeth Harbison

Una princesa de vacaciones

Título original: Princess Takes a Holiday

© 2003 Jill Limber

Los caminos del corazón

Título original: Captivating a Cowboy

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1180-518-6

Índice

 

Créditos

Su mejor alumna

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

 

Una princesa de vacaciones

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

Los caminos del corazón

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Manuscritos

Prólogo

Tres semanas después de su duodécimo cumpleaños, Piper O’Malley pasó casi una tarde entera llorando, acurrucada detrás de un cobertizo para tractores. ¡Y lo estúpido era que odiaba llorar! Llorar era de chicas y ese día ella no quería ser una chica.

Cuando Gabe Rivers la encontró, redujo los sollozos a un esporádico moqueo, pero sabía que aún tenía los ojos rojos e hinchados.

–Eh, sonríe, ranita –él se puso en cuclillas a su lado y un brazo fuerte rodeó sus flacos hombros–. Las cosas nunca son tan malas como parecen.

Ella se secó los ojos con el borde de la camiseta.

–Es por hoy. Es el peor día de mi vida.

Gabe se mostró tan sorprendido que ella realizó una rápida corrección. Después de todo, Gabe tenía dieciocho años y, como todos los adultos, tenía un modo de saber cuándo no se decía toda la verdad.

–Bueno, supongo que el peor día de mi vida debió de ser cuando murieron papá y mamá. Pero yo era demasiado pequeña para recordarlo, solo tenía un año.

–¿Y este es el segundo peor día? –preguntó–. Suena mal. ¿Cuál es el problema?

Enterró la cara en su hombro grande.

–No puedo contártelo. Es terrible.

–Claro que puedes. Nada me sorprende.

Ella lo espió y vio tanta ternura en sus ojos verdes que el corazón se le desentumeció.

–Periodo –susurró.

–Comprendo –comentó tras una pausa–. Bueno, sí..., eso es duro, supongo.

Casi había esperado que Gabe se apartara de ella, que le dijera que después de haber terminado de ayudar a su abuelo marcando a los becerros, tenía que irse a su casa en Edenvale. Pero se quedó a su lado. Permanecieron siglos sentados con la espalda contra la pared de uralita del cobertizo, masticando briznas frescas de hierba y contemplando el atardecer.

–Después de un tiempo te acostumbrarás a la idea –le dijo

–No, Gabe. Sé que nunca voy a poder. ¿Por qué tengo que ser una chica? Ojalá fuera un chico. Quiero ser como tú.

Él sonrió.

–¿Y qué tiene de especial ser como yo?

–Todo –gritó con la entusiasta sinceridad de la devoción fanática–. Eres más alto y más fuerte que el abuelo, y él nunca trata de impedirte hacer lo que quieres. Y puedes ser lo que te apetezca. Cuando crezca, yo me veré obligada a tener bebés y a lavar los calcetines y la ropa interior sucia de algún hombre.

Gabe rio.

–Aguarda hasta que el año próximo vayas al internado. Tus profesoras te dirán que en la actualidad las mujeres tienen las mismas oportunidades de ser lo que les apetezca.

–Pero yo quiero ser ganadera. Apuesto a que nunca has oído hablar de una ganadera, ¿verdad?

Él rio entre dientes y le bajó el sombrero de ala ancha sobre los ojos. Cuando ella se lo volvió a subir, quedó sorprendida al ver que la risa que había en los ojos de Gabe había desaparecido. De pronto estaba serio y triste.

–¿Qué sucede?

Él movió la cabeza.

–Nada de lo que debas preocuparte, ratoncito.

–Vamos, Gabe. Yo te he contado mi horrible secreto y ni siquiera lo hice con Miriam, mi mejor amiga. Si me lo dices, no se lo contaré a nadie.

Él le sonrió como si viera dentro de ella y le gustara lo que encontraba.

–Bueno –comenzó despacio–, los chicos también pueden tener sus problemas.

–¿Como tener que afeitarse?

–Ese es uno –sonrió–. Pero con el tiempo empeora.

–¿Que os quedáis calvos?

–No me refiero a eso. Quiero decir que no siempre es tan fácil para nosotros hacer lo que nos apetece. Mi padre espera que me quede en Edenvale para siempre.

–Claro –lo miró, ceñuda–. ¿Qué hay de malo en eso?

–Probablemente te sorprenda, pero no quiero ser ganadero.

–Bromeas –estaba atónita. El estómago, que ya le dolía, se le contrajo. No sabía cómo alguien podía rechazar la vida maravillosa de un ganadero. Si Gabe no deseaba ocuparse del ganado, ¿qué diablos quería ser? ¿Y adónde quería ir? La posibilidad de que no estuviera en el rancho vecino, en Edenvale, la asustó–. ¿Qué quieres hacer?

–¡Eso! –señaló a un águila que volaba en círculos sobre ellos.

Piper la observó y admiró la fuerza de sus oscuras alas mientras se elevaba más y más en el cielo azul menguante de la tarde.

El rostro de Gabe mostraba un gran entusiasmo.

–¿No es fantástico? Daría cualquier cosa por aprender a volar de esa manera, por surcar los aires con esa libertad. Tanto poder y tanto control. Estoy harto de verme atado a la tierra con un montón de ganado sucio y estúpido.

Era una faceta de Gabe que ella nunca había visto ni imaginado que existía.

–¿Dónde podrías aprender a volar?

–La semana pasada un tipo del ejército estuvo en Mullinjim –el rostro encendido aún se hallaba clavado en el águila, cada vez más pequeña–. Me aceptarán y me entrenarán para pilotar helicópteros... Black Hawk.

Contemplaba el ave con un anhelo tan intenso que incluso a su tierna edad, Piper pudo captar la determinación de la decisión ya tomada. Y aunque instintivamente sabía que era el tipo de sueño que se lo llevaría, quizá para siempre, también era el tipo de sueño que Gabe tenía que seguir.

El nudo de miedo en la boca del estómago se apretó más. Deseó ser mayor y tener menos miedo, y esperó que él no notara cómo se desmoronaba ante la idea de su partida.

–¿Y cuál es el problema? –preguntó con voz trémula–. ¿Tu familia no dejará que te vayas?

Él esbozó una mueca de dolor.

–No están contentos con la idea, pero me voy, Piper. Lo tengo decidido.

Ella se esforzó por sonreír.

Capítulo 1

Once años después...

DeberÍa haber sido una noche perfecta.

A Piper le encantaba estar fuera cuando oscurecía, cuando el sol duro se retiraba y la fragancia limpia y penetrante de los eucaliptos flotaba en el aire fresco mientras extendían sus ramas plateadas hacia la luna.

Y esa noche Gabe había vuelto.

De modo que todo habría sido perfecto de no haberse sentido tan tensa. La tensión había estado creciendo en su interior toda la tarde y, en ese momento, le resultaba insoportable.

Había ensayado una y otra vez lo que necesitaba pedirle a Gabe y, cualesquiera que fuesen las palabras elegidas, todas sonaban patéticas. Pero tenía que soltarlas, tenía que hablar en ese momento antes de volver a acobardarse.

Cerró los ojos, respiró hondo y se lanzó:

–Gabe, necesito tu ayuda. Necesito encontrar marido.

¡Cielos! La petición sonaba más ridícula en voz alta que mentalmente. Pero era demasiado tarde para retirar sus palabras. Lo único que podía hacer era aguardar una respuesta.

Aguardar...

Y aguardar más... mientras se agazapaba en la oscuridad y vigilaba los pastizales circundantes en busca de alguna señal de ladrones de ganado.

¡Ojalá pudiera verle la cara! Pero la luna no llegaba detrás de la roca enorme en la que se escondían.

–¿Gabe? –susurró.

Quizá él pensaba que era una pregunta demasiado tonta para merecer una respuesta. Debería olvidarse de toda la idea. Después de todo, Gabe había llegado hacía tan solo unos días y ya le había pedido que la ayudara a capturar a unos ladrones de ganado.

Las botas de montar de él aplastaron unas piedrecillas cuando cambió de postura, y luego su voz se escuchó en la oscuridad.

–¿Desde cuándo tienes urgencia por encontrar marido?

Ella hizo una mueca al captar el tono burlón. Si pudiera verle el rostro duro y atractivo... ¿Se estaba burlando de ella?

–Desde hace... poco –tan poco como la noche anterior, después de que su abuelo le hubiera contado la impactante noticia.

Una vez más, Gabe no contestó. Se puso de pie y estiró unas extremidades entumecidas. Se alejó unos pasos, situándose bajo la luz de la luna. Ella vio la mueca de dolor cuando flexionó la rodilla derecha.

Cualquiera que desconociera el accidente que había tenido, vería a un hombre atlético, alto, de caderas estrechas y hombros fuertes, con el pelo negro corto, al estilo militar, y una mandíbula dura ensombrecida por la barba incipiente.

La rigidez en la pierna derecha era el único signo de que su cuerpo, duro y agreste, había recibido una sacudida. Era fácil olvidar que se estaba recuperando de un accidente de coche que lo había obligado a abandonar el ejército y que casi le cuesta la vida.

Recogió una brizna de hierba, jugueteó con ella entre los dedos, volvió a acercarse a Piper y le hizo cosquillas en la nariz.

–¿Qué es eso de buscar marido? No tienes edad para casarte.

–Tonterías. Tengo veintitrés años.

–¿De verdad? –pareció sorprendido.

–Claro –ella se preguntó por qué parecía tan asombrado. Gabe tenía seis años cuando ella nació. Y era bastante bueno en aritmética.

–¿Por qué las prisas? –preguntó él al final.

–El matrimonio es mi única solución, Gabe.

–¿Solución para qué? –inquirió él con comprensible desconcierto.

–Anoche el abuelo me dijo... –a Piper se le quebró la voz cuando las lágrimas que había estado conteniendo durante veinticuatro horas le llenaron los ojos y la garganta. Era justo que se lo explicara–. Los médicos le han dicho que otro ataque al corazón... colmaría el vaso.

La inmensa tristeza que había contenido todo el día la envió a sus brazos. Y el bueno de Gabe la recibió en ellos.

Parecía natural arrojarse a los brazos de su amigo más antiguo y que él le apoyara la cabeza en su musculoso hombro. Llevaba puesto un viejo jersey de lana que lo volvía suave y enorme, y cálido, justo lo que ella necesitaba en ese momento.

–¿Han dicho que han hecho todo lo que podían? –preguntó Gabe con gentileza.

Ella asintió.

–En los últimos cinco años lo han sometido a tres operaciones y a una prueba tras otra...

Gabe suspiró.

–Me sorprende que lo expusieran de forma tan directa.

–Ya sabes cómo es el abuelo. Los habrá obligado a que le contaran la verdad sin adorno alguno.

–Y supongo que ahora quiere prepararte. Ya sabes cuánto te quiere.

–Lo sé –Piper sollozó–. Y no desea que me preocupe por él –contuvo otro torrente de lágrimas y alzó la cabeza–. Pero la otra noticia mala es que no cree que sea capaz de dirigir Windaroo yo sola. Planea vender el rancho.

Gabe volvió a tardar siglos en hablar.

–Supongo que a Michael le preocupa dejarte tratando de dirigir esto tú sola.

–¡Pero no puedo creer que quiera vender la propiedad! Ya es bastante malo saber que voy a perderlo, no soporto la idea de perder también Windaroo –respiró con ritmo entrecortado–. He trabajado mucho para mantener esto en marcha y amo este lugar.

Se confiaba a su viejo amigo para que entendiera lo deshecha que se sentía, pero quizá era pedirle demasiado. Después de todo, él había estado en el ejército diez largos años, y había tenido sus propios problemas durante doce meses entrando y saliendo del hospital.

Gabe aflojó el abrazo y se echó hacia atrás para poder observarle la cara.

–¿Y crees que si encuentras marido Michael cambiara de idea sobre vender Windaroo?

Ella suspiró y dio un paso atrás. Si quería obtener la ayuda de Gabe, debía explicarle la situación con mucha claridad.

–Es la única solución que se me ocurre. Los hombres de la generación del abuelo no terminan de reconciliarse con la idea de dejar a una chica a cargo de un rancho ganadero. Un marido lo cambiaría todo.

–Creo que tienes razón –volvió a mirarla detenidamente–. Supongo que el matrimonio podría ser una solución. Pero es un paso muy importante.

–Lo sé. Por eso me vendría bien un poco de ayuda.

–Pero Piper, por el amor del cielo –movió la cabeza–, ¿por qué diablos necesitas mi ayuda para conseguir un hombre?

Ella pasó saliva y apartó la vista. Era hora de tragarse el orgullo y realizar una confesión dolorosa.

–Porque los chicos de por aquí no parecen haber notado que soy mujer.

Gabe tuvo la poca elegancia de reírse.

Piper le golpeó el brazo.

–Hablo en serio. Tu hermano Jonno y todos los demás... no piensan en mí como mujer.

–Oh, Piper –soltó entre risitas–. No puedes hablar en serio.

–¿Por qué me inventaría algo así? De verdad, los hombres de por aquí me ven como a uno de ellos, y estoy harta de eso.

–Nadie puede pensar que eres un colega. Eres tan... tan... pequeña. Además, todos sabemos que eres una chica –la miró–. No bromeas, ¿verdad?

–¡Claro que no! –ella estuvo a punto de patear el suelo.

–Bueno, pues creo que te equivocas.

–¿Cómo puedes saberlo, Gabe? ¿Cuándo fue la última vez que asististe a una fiesta aquí? No tienes ni idea. El problema es que como puedo reunirme con ellos, sé lazar al ganado y capar a los toros, se olvidan de que soy una chica. Ni siquiera intentan tirarme los tejos. Tengo el rango de compañera, y eso es todo. Soy una buena amiga para ellos... como para ti.

Gabe se frotó el mentón con gesto pensativo.

–Bueno, tienes que recordar que a los chicos les gusta impresionar a una mujer. Tal vez tu problema es que puedes hacer todo lo que hacen ellos y que lo haces demasiado bien.

–Espero que no estés sugiriendo que me vuelva débil e inútil.

La recorrió con la vista y sonrió.

–Que el cielo me ampare –luego se volvió y echó un largo vistazo a los pastizales antes de mirar la hora.

Piper suspiró. Llevaban allí cuatro horas y no habían visto ni rastro de ladrones de ganado.

–No puedo prometerte que aparecerán –aclaró ella–. Pero por lo general aparecen con la luna llena, cuando les resulta más fácil trabajar.

Los ladrones seguían un patrón familiar: entraban por una zona remota, hacían una rápida recogida y se llevaban a los animales fuera del valle, en vehículos, por caminos secundarios.

Esa noche, Piper y Gabe vigilaban un pastizal del linde oeste. Unos días atrás, ella había visto huellas de motos de trial y sospechaba que alguien inspeccionaba la zona.

–Al menos podríamos ponernos más cómodos –dijo Piper pensando en la pierna mala de Gabe, que probablemente le causaba más dolor del que dejaba entrever–. Podríamos extender nuestras mantas y yo te sobornaría con sopa.

Encontraron un terreno llano, apartaron las piedras y desplegaron sus mantas. Piper hurgó en la mochila, sacó un termo y llenó dos tazas con una sopa de tomate caliente, aromática y casera.

–Lamento haberte soltado mis problemas –se disculpó después de beber el primer sorbo.

–No es necesario que te disculpes –sonrió él–. Estoy acostumbrado.

Y era verdad. Estar sentada con Gabe, tenerlo de nuevo en casa, hizo que recordara todas las veces que había recurrido a él. Y lo desesperadamente sola que se había sentido con su partida. Nunca había terminado de entender la necesidad de Gabe de alejarse, pero sabía que, de algún modo, eso había reforzado en ella un deseo aún más poderoso de quedarse en Windaroo, como si necesitara demostrarle a él y a sí misma que valía la pena luchar por la vida allí.

–Estás seria –observó Gabe devolviéndola a la realidad.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

–Tengo mucho en qué pensar.

Él dejó la taza en el suelo pero no apartó la vista de Piper. Ya no era una sombra, y bajo la luz de la luna, sus ojos adquirían una cualidad oscura y taciturna.

–No necesitas preocuparte por encontrar marido, Piper.

–¿Crees que debería rendirme y dejar que el abuelo venda Windaroo? –gimió.

–En ciertas circunstancias, sería una buena idea.

–¿Qué circunstancias?

–¿Y si... y si yo comprara Windaroo? A mí Michael me lo vendería.

Ella estuvo a punto de dejar caer la taza. Tuvo una visión cegadora e instantánea de Gabe y ella viviendo para siempre en Windaroo, dirigiendo la propiedad: compañeros de trabajo y buenos amigos hasta su vejez. ¡Ese sí era un sueño que le gustaría vivir!

–¿Querrías hacerlo? –preguntó en voz baja.

–Bueno, es una posibilidad. Sé que Jonno está interesado en comprar mi parte de Edenvale, y dispongo de una sustanciosa indemnización del ejército. Busco una inversión. Podría comprar Windaroo y contratar a más hombres, nombrarte directora y así podrías seguir viviendo y llevando este lugar el tiempo que te apeteciera.

–¿Y tú? –frunció el ceño–. ¿Qué harías tú?

Él se encogió de hombros y Piper vio que la amargura le tensaba las facciones.

–No estoy seguro. Aún no he decidido lo que quiero hacer con el resto de mi vida. Ya no puedo pilotar más Black Hawks, pero podría entrenar a pilotos de helicóptero para la recogida del ganado o montar mi propio negocio de recogida. Y siempre está la ciudad. Tengo unas cuantas opciones.

Ella intentó desprenderse de una loca sensación de decepción. Claro que Gabe no quería vivir allí: había abandonado el campo porque anhelaba aventuras.

¿Por qué iba a querer vivir en esa descuidada propiedad con ella cuando había todo un mundo tentador más allá del valle del Mullinjim? Un mundo de estímulos, aventuras y mujeres sofisticadas y sexys.

Se tragó el nudo de dolor que le atenazó la garganta.

–Tu oferta es muy generosa, Gabe, pero no me gusta la idea. Yo... no quiero ser la inquilina de las tierras de mi familia. Me produciría una sensación errónea. ¿Lo entiendes?

–Pero creía que querías quedarte aquí sin importar la manera.

–Y así es, pero sería mejor si pudiera encontrar un marido. Entonces el abuelo no necesitaría vender la propiedad y seguiría siendo mía. Bueno, mía y de mi marido, supongo, aunque al menos continuaría en la familia.

Él clavó la vista en la distancia.

–Solo era una idea.

–Por eso esperaba que pudieras brindarme algunos consejos sobre cómo conseguir un chico.

Gabe giró despacio la cabeza hacia ella y la observó una eternidad.

–Soy el hombre equivocado para esa tarea, Piper.

Ella soltó una risita incrédula.

–Oh, vamos, Gabe. Tú eres un experto. Todo el mundo aquí sabe el éxito que tienes con las mujeres. Nos hemos hartado de oír que eras como un imán para ellas en la gran ciudad.

–¿Un imán? –movió la cabeza y soltó una risa irónica–. No deberías prestar atención a los chismes.

–No hizo falta. Con mis propios ojos veía lo que pasaba cada vez que venías de permiso –con un suspiro de irritación, recogió las tazas vacías y las colocó cerca de la mochila.

–¿Has visto que alguna chica me siguiera ahora?

–No –reconoció Piper con suavidad, y se mordió el labio, preguntándose si había tocado un punto delicado.

Cuando el abuelo y ella habían ido a la ciudad, a visitarlo al hospital, no había visto a ninguna de sus elegantes amigas. Ninguna había mostrado la fuerza necesaria para esperarlo durante los largos y dolorosos meses de recuperación y rehabilitación después del accidente.

–¿Sabes? –buscó un cambio de tema–. El abuelo cree que es culpa suya que me yo sea un chicazo. Dice que nunca tuvo tiempo de darme los últimos retoques.

–¿Qué clase de retoques?

–Piensa que debería haberme enviado a la ciudad cuando terminé el instituto, en vez de que volviera aquí a trabajar como un vaquero más. Dice que tendría que haber ido a la universidad, o al extranjero en uno de esos intercambios... A algún sitio donde pudiera haberme mezclado con gente joven. Cree que debería haber ampliado mis horizontes... como hiciste tú.

Gabe asintió.

–Quizá no sea demasiado tarde. Deberías hacerlo ahora. Si estás decidida a encontrar un marido, hay millones de tipos que elegir en las ciudades a lo largo de la costa.

–¿De qué me serviría un hombre de ciudad? –suspiró–. Necesito un ganadero, no un banquero o un informático –pateó una piedra–. La elección no es el problema. No hay escasez de candidatos por aquí. Mi problema es que no sé cómo empezar a buscarlo. Jamás encajé en el papel apropiado de chica. Incluso en el internado, la moda y los cosméticos nunca me interesaron. Y no sé cómo... cómo...

–¿Coquetear? –Gabe concluyó la frase con una sonrisa.

–¡Sí! –Piper abrió mucho los ojos al comprenderlo–. Tienes razón: coquetear, eso es exactamente lo que no sé hacer. Cielos, no tengo ni idea de por dónde empezar. Pero es lo que tiene que hacer una chica, ¿no? Si quiere que un chico se interese en ella.

La voz de Gabe sonó extrañamente áspera y grave al contestar:

–No creo que sea la persona adecuada para aconsejarte, podrías aprender todo lo que no se debe hacer.

¿«Lo que no se debe», a qué se refería Gabe? Se le encendieron las mejillas y agradeció la oscuridad.

–¿Así que quieres aprender a coquetear y a satisfacer a un hombre? –añadió él mirándola con expresión reflexiva.

Piper tragó saliva. No había imaginado que oír esas palabras pronunciadas por él haría que se sintiera tan trémula y nerviosa.

Tal vez debería pedirle que olvidara que había sacado el tema. No necesitaba su consejo. A pesar de lo inexperta que era, había leído suficientes libros y visto suficiente televisión como para conocer los detalles anatómicos del sexo.

En teoría.

Pero entonces recordó la última fiesta a la que había asistido, cuando el hermano de Gabe, Jonno, se había acercado a ella para pedirle que le allanara el camino con Suzanne Heath. En ese momento se le había ocurrido que los chicos siempre hacían cosas como esa. La veían simplemente como a una compañera, una buena amiga, un camino fácil para llegar hasta una chica, pero nunca como el objeto de su deseo.

Miró a Gabe a los ojos.

–Estoy seguro de que no necesitas lecciones de coqueteo –musitó él. Con la cabeza indicó el ganado que tenían a su izquierda–. Será mejor que refinemos nuestra estrategia para ocuparnos de esos ladrones cuando aparezcan.

–No –respondió ella, quizá con demasiada celeridad–. Estoy segura de que son unos cobardes y de que los asustaremos con facilidad. Pero lo que estabas diciendo, eso de cómo coquetear y cómo... satisfacer a un hombre, eso es exactamente lo que necesito saber.

–No hablaba en serio –Gabe frunció el ceño.

–Pero yo sí.

Él suspiró y movió la cabeza. Al reír, lo hizo con tono casi triste.

–¿Me estás desafiando, Piper O’Malley?

–Desde luego que sí.

Era fácil sonar como si hablara en serio, pero el corazón le empezó a latir con extraña rapidez.

Capítulo 2

Gabe carraspeó.

–¿Cómo atrapar a un hombre? Bueno, veamos –desvió un momento la vista para seguir el vuelo de un búho–. Para serte sincero, nunca he analizado lo que entra en juego cuando un hombre se interesa por una mujer. Parece instintivo –se rascó el cuello–. Pero supongo que algo le sucede a nuestros sentidos. Empiezan a reaccionar mucho antes de que nuestro cerebro se dé cuenta de lo que sucede.

–¿Vuestros sentidos? ¿Te refieres a la vista, al oído..., ese tipo de cosas? –estaba impresionada. Parecía una información útil y práctica.

–Eso creo. Diría que la vista es lo principal para la mayoría de los chicos.

–Ahí lo tienes. Los hombres ni siquiera notan que soy mujer, no tengo ninguna posibilidad.

La recorrió con la vista.

–A los chicos les cuesta ver lo que hay si la chica siempre lo oculta debajo de un sombrero de ala ancha, vaqueros, camisas amplias y botas de montar.

Ella se movió, incómoda.

–¿Quieres decir que debería ponerme ropa como la que usa Suzanne Heath?, ¿vestidos que como mínimo sean dos tallas más pequeños?

–¿Quién es Suzanne Heath?

–La chica a la que se pegó Jonno en una fiesta el mes pasado.

Gabe se puso rígido como un animal en estado de máxima alerta.

–¿Así que te has fijado en mi hermano menor?

–No, no en particular –Piper se encogió de hombros–. Es un ejemplo. Casi cualquier chico servirá. Recuerda que estoy desesperada.

Se adelantó y la sorprendió agarrándola por los hombros.

–Piper –manifestó con vehemencia, y sus ojos la atravesaron–, prométeme una cosa.

–¿Sí? –susurró ella, casi sin poder hablar. ¿Qué le pasaba a Gabe? Parecía un animal salvaje.

–No estás desesperada –las manos apretaron más–. No te entregues al primero que aparezca, no debes casarte con un hombre al que no ames.

Sobresaltada por la ferocidad de sus ojos y su voz, bajó la vista y juntó las manos en el regazo.

–Quizá sea fácil de complacer.

–No lo seas. Recuerda que mereces un buen hombre. Un hombre que te quiera.

–¿Que me quiera? –ella levantó la cabeza.

–Sí. Eso es lo que mereces –esbozó una sonrisa insegura y la soltó con rapidez, como si se hallara sorprendido de agarrarla con tanta fuerza.

–Lo recordaré cuando llegue el momento –ella trató de no sonar tan conmocionada como se sentía–. Pero primero he de conseguir que, como mínimo, alguien se fije en mí. El problema es que no me gusta la ropa que a los hombres parece gustarles en una mujer. Odio los vestidos ceñidos, cortos y con escotes pronunciados.

–¿Por qué?

–No... no lo sé –se sintió sorprendida–. Dan la impresión de ser incómodos.

–¿Te has puesto alguna vez uno?

–No.

La sonrisa de Gabe fue más segura entonces.

–No te haría daño probarte uno.

–Pero las chicas que se los ponen tienen suficientes curvas.

–Tú las tienes en todos los sitios adecuados –Gabe sonrió.

A ella la desconcertó que lo hubiera notado. Aunque quizá lo decía para hacerla sentirse mejor.

–Las mías son muy pequeñas. ¿Crees que ayudaría si me rellenara el... el pecho?

–A tu futuro marido quizá no le guste mucho descubrir calcetines en tu sujetador.

Ella esbozó un mohín.

–Para cuando lo averigüe, ya no importará. Será demasiado tarde, ¿no?

–Mi querida muchacha –Gabe movió lentamente la cabeza–, tienes mucho que aprender.

Ella apartó la vista. Todo indicaba que jamás encontraría a un hombre con quien quisiera compartir unos secretos tan íntimos.

Él alargó la mano y le tocó la coleta.

–Quítate la cinta elástica que te sujeta el pelo.

–¿Ahora?

–Sí.

Insegura, Piper metió el dedo debajo de la cinta y tiró de ella; luego agitó el pelo, que le llegaba al hombro. Era de un rubio fresa. El mayor problema radicaba en que lo acompañaba una piel muy blanca que tenía que mantener cubierta y alejada del sol.

–Deberías hacerlo más a menudo, Piper. Tienes un cabello muy bonito. Si dejas que los chicos lo vean, en especial a la luz de la luna, causarás... una gran impresión.

–Supongo...

–Nada de suposiciones. Con absoluta certeza.

–¿Así que crees que debo soltarme el pelo y comprarme un vestido provocador?

–No te hará ningún daño incorporar toques femeninos.

–De acuerdo, demos por hecho que tengo solucionado el aspecto, ¿qué viene a continuación? ¿Cuáles son los otros sentidos? No sé si podré conseguir una voz ronca y sensual durante mucho tiempo.

–Dile a un hombre lo gran tipo que es y no importará cómo suenes –sonrió–. Los halagos y el coqueteo van de la mano. En todo caso, tu voz siempre ha sonado perfecta.

–Es un alivio. Bien, eso nos lleva al olfato. ¿Qué impresiona a un hombre en lo referente a olores?

–Un pelo limpio, una piel limpia.

–¿Perfume?

–Si es delicado. Algo que potencie tu feminidad pero sin estorbar.

–¿Mi feminidad? –¿qué olor tenía eso?, se preguntó Piper.

Ante ella flotó una visión inquietante. Vio a Gabe con una mujer en brazos. Una mujer muy hermosa con el cabello largo y sedoso y curvas superiores. Alguien que olía a una fragancia femenina. Pudo imaginar los labios sensuales de él acariciar el cuello aterciopelado, bebiéndose su olor.

Un sonido inesperado destrozó la imagen, una especie de gemido. Él parecía tan abochornado como ella. Era hora de continuar con la conversación.

–Me aseguraré de que mi perfume sea delicado –¿qué sentidos quedaban? El tacto. ¡No! Debería saltarse ese, pero eso dejaba únicamente el gusto, y bajo ningún concepto quería saber el supuesto gusto que debía tener–. El tacto y el gusto en realidad no forman parte del coqueteo. No cuentan, ¿verdad?

–Si buscas un marido, tienen mucha importancia.

Algo en el modo en que Gabe habló le atenazó el pecho a Piper.

–Bueno, sí. Supongo que importan cuando has ido más allá del coqueteo y pasas a los besos –le costaba respirar–. Bueno, gracias por tu consejo, Gabe. Creo que has cubierto todo.

Pero él parecía reacio a dejarlo. Su voz penetró la noche.

–Piper, no le tienes miedo a la intimidad, ¿verdad?

–Yo... no creo.

Pero no podía estar segura. Su experiencia limitada con los besos y las caricias iban de ligeramente placenteras a directamente bochornosas. Debería recordar que estaba con Gabe, y si había alguien en el mundo con quien podía tratar temas tan delicados, era con él.

–No sé. Podría ser.

Percibió que se inclinaba hacia ella y, al siguiente instante, los dedos le acariciaban la mejilla. Experimentó la necesidad de sentirlo. Se apoyó en esa mano grande y cálida.

Oyó la respiración entrecortada de él y sintió el dedo pulgar bajar lentamente por su piel. La sorprendió que la sensación fuera tan grata. Excitante, pero dulce.

Las yemas de los dedos se movieron en círculos lentos sobre su mejilla, su mentón, sus labios. Bajo ese contacto, su piel era diferente, muy sensible, viva de un modo nuevo.

Cuando él volvió a mover el dedo pulgar, llegó hasta su boca y comenzó a trazar el contorno de su labio inferior. Fue de un lado a otro, y luego se detuvo.

¡No! No quería que parara, pensó Piper. Sin terminar de creer en su atrevimiento, bajó levemente la cabeza y pegó los labios al dedo.

La voz ronca de Gabe sonó cerca de su oído.

–Creo que sabes mucho más de caricias de lo que dejas entrever, cariño.

–No –murmuró ella–. Pero quiero aprender, Gabe –volvió a pegar los labios entreabiertos sobre su dedo. La punta de la lengua le tocó la piel y sintió que se ruborizaba con una sensación salvaje de excitación.

Tenía el rostro encendido. La piel le hormigueaba de calor. El rostro de Gabe se hallaba tan cerca que anhelaba sentir la aspereza de medianoche de su barba contra la mejilla.

De pronto supo que necesitaba que los labios de él le recorrieran la cara. Anhelaba que la probara.

–¿Crees que podrías besarme? –susurró–. ¿Para practicar?

Gabe le tomó la cara entre las manos. Estaba tan maravillosamente cerca. ¿Iba a besarla?, se preguntó Piper.

Cerró los ojos.

–No debo besarte.

Ella los abrió de golpe.

–¿En qué estaba pensando? –exclamó él, poniéndose de pie de un salto.

Un vistazo al desasosiego en sus ojos sobresaltados y Piper se sintió extremadamente tonta. Abochornada.

¿Qué le pasaba? ¿En qué pensaba? Le había gustado tanto el contacto de él que prácticamente se había arrojado a sus brazos. ¿Cómo se había dejado llevar? ¿Con Gabe?

Él se llevó las manos a la cabeza en un gesto de impotencia, y luego las dejó caer a los costados.

–¡Piper, no tienes ni idea de cómo protegerte de los hombres!

¿Tenía razón? ¿Cómo diablos había sucedido aquello? ¿En qué momento la conversación había dado un giro tan peligroso?

Él dejó de ir de un lado a otro y Piper vio que en su rostro se reflejaban emociones intensas.

–Por el amor del cielo, como vayas ofreciéndote de esa manera, terminarás con el hombre equivocado.

Desconcertada, con remordimientos, lo miró mientras analizaba lo sucedido. Minutos atrás la había acariciado con arrebatadora ternura, como si quisiera besarla tanto como ella deseaba ser besada. Y en ese momento parecía enfadado y molesto como nunca lo había visto.

Sin embargo, no entendía los motivos para que se hubiera puesto así. Él le había dicho lo bonito que se veía su pelo bajo la luz de la luna. Él había sacado el tema de la intimidad...

¡Demonios! Gabe no tenía el monopolio de la furia. También ella empezaba a enfadarse. Había seguido las pautas que le había marcado, confiando plenamente en él al tiempo que dejaba que sus sentidos controlaran la situación.

Cruzó los brazos y lo miró con ojos centelleantes.

–¡Dios no quiera que me tope con el hombre equivocado! No querría a un hombre como tú, Gabriel Rivers.

Al principio él no contestó. Se quedó con las manos en los bolsillos y la mandíbula apretada. Se contemplaron sin hablar, evaluándose como gladiadores en una arena.

Luego, él se encogió de hombros y una sonrisa fugaz apareció en sus labios. Regresó al lado de ella y se sentó otra vez.

–Me alegro de que hayamos aclarado eso.

Capítulo 3

–¿Cazasteis a esos perros?

Michael Delaney estaba esperando en la terraza cuando Piper y Gabe bajaron cansados del vehículo poco después del amanecer.

–No les vimos el pelo –gruñó Gabe.

Piper corrió a besar a su abuelo.

–¿Cómo te encuentras? –lo estudió con ansiedad mientras le sostenía las manos frágiles–. ¿Roy pasó la noche aquí? –preguntó.

Roy era un ganadero mayor, tan viejo y frágil como Michael. Hacía años que había pasado su época de vaquero, pero, incapaz de aceptar la idea de una residencia, se había quedado en una pequeña cabaña en Windaroo y hacía pequeños arreglos en el rancho.

–Se fue a su cabaña hace un minuto, cuando os oyó llegar –respondió Michael.

–¿Cómo has dormido? –quiso saber Piper.

–Bastante bien.

–¿Y te has acordado de tomarte todas las pastillas?

Su abuelo suspiró.

–Hasta la última. Estoy lleno de pastillas. Y ahora olvídate de mí. Quiero que me contéis cómo ha sido vuestra noche.

Gabe captó la súbita tensión en Piper al quitarse un molesto mechón de pelo de los ojos. Esa mañana se había puesto furiosa al no poder encontrar la cinta elástica. Sabía que a los ojos astutos de Michael no se le iba a escapar nada.

De hecho, los viejos ojos azules danzaban al mirar a uno y a otro.

–Ha sido una noche buena para pasarla al raso –dijo–. Con la luna llena y todo lo demás, debió de ser una espléndida noche de primavera.

–Estamos en agosto –bufó Piper–. La primavera no llegará hasta el mes próximo.

Gabe se preguntó por qué el viejo parecía tan satisfecho.

–Estaba convencida de que los ladrones irían a ese pastizal –indicó Piper frustrada–. Me enfadaré mucho si descubro que entraron por otro punto –irritada, se retiró el pelo detrás de las orejas–. Me llevé a Gabe allí para nada.

Gabe bajó la vista por si Michael captaba la expresión de culpabilidad. Qué estúpido había sido en enredarse en esa discusión sobre coquetear. Pero ¿cómo iba a saber que Piper respondería con tanta sensualidad a un contacto tan ligero?

¿Y cómo podría haber imaginado que sería tan difícil resistirse a esa pequeña y tentadora boca? Había estado a punto de cometer un error enorme. Y el resultado había sido una tensión incómoda que había destruido la fácil camaradería de la que siempre habían disfrutado.

–Estamos famélicos –indicó Piper–. Así que me voy a preparar el desayuno.

Sin mirar a ninguno, entró en la casa, y Gabe supo que se moría por alejarse de él.

–Descansa los huesos –ordenó Michael y palmeó la silla de madera que tenía al lado–. A Piper le gusta que la dejen en paz cuando está en la cocina.

Gabe hizo una mueca mientras se dejaba caer en el asiento. Esa mañana, después de una noche sin dormir en suelo duro, sus heridas se quejaban. Le dolía todo el cuerpo y se sentía tan frágil como el viejo Michael.

Al menos podría relajarse con el abuelo. Permanecieron en cómodo silencio durante unos minutos mientras contemplaban los pastizales de Windaroo.

Y entonces sucedió.

Justo cuando empezaba a relajarse, los recuerdos requirieron su atención y, en vez de unas planicies herbosas y soleadas, vio cristales destrozados sobre la autopista, metal doblado y sus propias extremidades rotas.

Ojalá pudiera olvidar todo. Pero más a menudo de lo que desearía, los recuerdos del accidente aún secuestraban sus pensamientos.

Los motivos que le daban los psicoanalistas estaban relacionados con la ira reprimida, y probablemente fuera verdad. Sus heridas habrían sido mucho más fáciles de aceptar si hubieran tenido lugar en el cumplimiento del deber. Había estado sometido a fuego enemigo más veces de las que era capaz de contar y había experimentado dos aterrizajes forzosos que podrían haber terminado en desastre.

Pero la ironía era que de todo eso había salido ileso, ¡y lo que lo había dejado fuera de combate era una furgoneta con exceso de velocidad mientras estaba de permiso!

«¡Basta!»

–El campo necesita lluvia –le fastidiaba sacar un tema tan manido. Pero quería que Michael hablara de algo que no tuviera que ver con Piper.

El anciano gruñó su asentimiento y se volvió hacia Gabe.

–¿Te contó Piper que le hablé del... futuro?

–Sí –aguardó un segundo antes de apoyar la mano en el hombro del hombre mayor–. Lamento las noticias, Michael.

–A mí quien me preocupa es Piper.

–Está destrozada, por supuesto.

Michael le lanzó una mirada penetrante.

–Conoces a mi nieta casi tan bien como yo, Gabe. ¿Crees que va a mostrarse sensata?

Gabe titubeó, buscando la mejor manera de contestar, pero sabía que a Michael no le iba a gustar ninguna manipulación de la verdad.

–Estoy seguro de que comprendes que se siente bastante dolida, por eso de que quieras vender Windaroo.

–Sí, lo sé –suspiró–. Pero puedes entender por qué tengo que hacerlo, ¿verdad, muchacho? No podría irme a la tumba sabiendo que se queda atrapada en este lugar. Los últimos años han sido cuesta abajo. Hay deudas. Representaría una carga enrome.

–Bueno, debería advertirte que planea darle la vuelta a tus planes. Está decidida a encontrar un modo de quedarse aquí.

Para sorpresa suya, Michael no pareció tan contrariado por la noticia como había esperado.

–Sí, ¿verdad? –comentó despacio, y en sus ojos brilló parte de la antigua chispa–. ¿Te contó qué tiene en mente?

Gabe no era un hombre que traicionara una confidencia, pero Piper había sido bastante abierta con sus planes. Y por algún motivo, le gustaba la idea de que Michael lo supiera. Así podría vetar a los pretendientes.

–Piensa buscarse un marido.

Michael se dio una palmada en el muslo.

–¡Qué me aspen! –le guiñó un ojo a Gabe–. Te lo contó anoche, ¿no?

Gabe asintió, en absoluto contento con la sonrisa satisfecha en la cara de su viejo amigo.

–¿Y? –lo urgió el anciano.

–¿Y qué?

–¿Y qué has decidido hacer al respecto?

Gabe sintió un nudo en el estómago.

–¿Qué he decidido yo?

–Ya me has oído.

–Tranquilo, Michael. No tiene nada que ver conmigo.

–¡Ja! –exhibió una expresión de disgusto.

–Eh –exclamó Gabe, sacudiéndole el brazo con gentileza–. Necio romántico, no habrás pensado que me iba a declarar, ¿verdad?

–Cosas más extrañas se han visto –fue la hosca respuesta–. Además, sé lo que sientes por ella.

Las palabras parecieron estallar en la cara de Gabe. Era como experimentar una vez más el accidente. No podía sentir las extremidades. Luchaba por respirar.

«Sé lo que sientes por ella...». ¿Qué diablos significaba eso? El viejo se engañaba. ¿Cómo podía saber lo que él mismo desconocía? ¿Qué se suponía que sentía por Piper?

Era su vecina. Desde luego, era especial. Con valor, vibrante, obstinadamente leal. Siempre había admirado su naturaleza dulce, nada afectada, y su espíritu de aventura. Sentía un lazo fuerte con ella, un sentido de responsabilidad. Pero ¿más allá de eso?

Experimentó un nudo en el estómago.

Lo cerca que había estado de besarla la noche anterior no representaba nada. Había sido una aberración..., nada más. Nada.

Michael lo observaba con la cauta atención de un hombre que esperara el veredicto del jurado.

¿Qué diablos pretendía el abuelo? se preguntó Gabe. Era mucho mayor que Piper, en ese momento se sentía tan viejo como Matusalén. Tenía un futuro incierto y la desoladora realidad era que estaba lesionado.

–Piper tiene la vista puesta en alguien más joven y en mejor condición física que yo –le dijo a Michael.

Durante un momento, el otro lo miró con incredulidad. Luego, una especie de aceptación pareció acomodarse en sus ojos cansados.

–¿Quién es? –sonrió con gesto de conspiración–. Podemos averiguar dónde toma copas y encargarnos de él.

Gabe rio.

–No creo que aún tenga un candidato.

–¡Ah! –la tensión se evaporó. Michael se relajó en la silla, juntó las manos en el regazo y sonrió satisfecho, con la vista clavada en el horizonte.

–Pero va a iniciar una búsqueda seria de marido –añadió Gabe como advertencia.

–Deja que lo haga –fue la respuesta inesperada.

Gabe frunció el ceño.

–He de advertirte que busca marido con la esperanza de que eso te disuada de vender Windaroo.

–Y no se equivoca –respondió animado–. No necesitaría vender este lugar si tiene al hombre adecuado que la ayude a dirigirlo.

–¿Así que te gustaría que se lanzara al mercado matrimonial?

Michael lo observó con astucia.

–¿No crees que sea una buena idea?

Gabe se movió incómodo bajo la mirada azul.

–No sé qué es lo mejor para ella. No soy su abuelo.

Michael le tocó el brazo y le guiñó un ojo.

–Creo que no le hará ningún daño echar un vistazo. Yo la ayudaré a ver el estado de las cosas. Ahora mismo, los árboles le tapan el bosque. Tú la vigilarás, ¿verdad, hijo?

–No querrás que la siga como una especie de detective privado, ¿no?

Michael se encogió de hombros.

–Es un bebé en el bosque, y ahí afuera hay lobos.

–Le daré algunos consejos.

Pero Michael se guardaba un as en la manga.

–Soy un moribundo. ¿No puedes hacer esto por mí?

Gabe entrecerró los ojos. Hasta ese momento nunca había imaginado lo astuto que era Michael Delaney.

–Me lo prometes, ¿verdad, muchacho?

Gabe suspiró.

–No sé cuánto tiempo me quedaré por aquí, pero de acuerdo, prometido –se puso de pie.

–Algo huele bien –comentó Michael–. Seguro que nuestro desayuno está listo.

La conversación le había quitado el apetito a Gabe.

–He de volver a casa. Jonno me espera para que le eche una mano con el ganado.

En la cocina, Piper llevaba unas tostadas y mantequilla a la mesa cuando vio su reflejo en un viejo espejo que había junto al colgador de sombreros. Se quedó boquiabierta al verse con el pelo revuelto y suelto alrededor de la cara, como un halo sedoso.

Sin pensar dónde soltaba la tostada, se acercó al espejo. Qué diferente se veía. Durante un momento olvidó el bochorno de su comportamiento necio de la noche anterior. Solo pensaba en el modo suave en el que Gabe había pasado los dedos por su pelo y la forma en que la había acariciado.

Se ruborizó. ¡Idiota!

No tenía nada por lo que sonreír. Nada que la hiciera flotar. ¿Cómo había podido ser tan estúpida de pedirle a Gabe que la besara?

Se apartó del espejo. La noche anterior simplemente había confirmado lo que ya sabía: le esperaba un largo camino hasta dominar las sutilezas de la conquista sexual. En otras palabras, cómo atrapar a un hombre.

Corrió al cuarto de baño y se puso a cepillarse el pelo; luego, se lo recogió con otra cinta elástica.

Una cosa estaba clara. La próxima vez que practicara la coquetería, se cercioraría de que Gabe Rivers no estuviera cerca.

Capítulo 4

–No soy yo, yo no soy tan sofisticada. Me siento rara –Piper se hallaba en el dormitorio de su abuelo y se miraba en el espejo de cuerpo entero. Lo que veía estaba más allá de cualquier cosa que hubiera imaginado.

–Estás fantástica, cariño –la animó Michael desde la puerta. Exhibía una sonrisa tan luminosa que habría brillado en la oscuridad–. Pareces una princesa.

–¿No crees que me he pasado? Muestro tanta piel...

–Tonterías. Además, tienes una piel preciosa. Se debería ver. Los dejarás alelados esta noche.

Se puso de perfil para inspeccionar el vestido desde un ángulo diferente y se dijo que ya era demasiado tarde para dar marcha atrás: había agarrado al toro por los cuernos. Iba a asistir al baile de primavera de Mullinjim para iniciar su búsqueda de marido.

Convencida de que necesitaba desesperadamente ayuda en asuntos de maquillaje, pelo y vestidos, siguió el consejo de un anuncio en el periódico local y contrató los servicios de una esteticista itinerante. Todo el proceso había sido un curso acelerado de aprendizaje.

April, la esteticista, había sido rotunda.

–Blanco –dijo–. El negro de vampiresa es del siglo pasado... Debes ponerte un vestido blanco. Es llamativo y elegante, y posees una piel perfecta y joven para ello. No todo el mundo puede ir de blanco con éxito, ¿sabes?

Piper pensó que un vestido blanco gritaría su virginidad a los cuatro vientos, pero se mordió la lengua.

–Y eres delgada y estás en forma, de modo que lo mejor será un vestido ceñido, de escote y espalda pronunciados, para exhibir tu figura y esa hermosa piel –continuó April con creciente entusiasmo–. Y tienes unos hombros tan bellamente definidos que, con unas diminutas tiras para sujetarlo todo, será suficiente.

–¿Y qué me dices...? –con una mueca, Piper indicó sus carencias.

–Espera hasta ver el vestido que tengo en mente. Tus curvas se verán realzadas –la tranquilizó, y luego le guiñó un ojo–. Deberías estar agradecida de tener unos pechos firmes que aún no han iniciado su viaje al sur. La mayoría de las mujeres sufre el problema opuesto.

El vestido lo habían enviado por mensajero de una boutique de Cairns, y esa tarde April se había ocupado de los detalles del pelo y el maquillaje.

–Necesitas resaltar los ojos. Son de un azul bonito, pero pueden parecer un poco apagados de noche, así que les aplicaré sombra para definirlos. Y luego añadiremos pestañas postizas.

–¡Oh, no, nada de eso! –Piper conocía los límites–. No podría llevar pestañas postizas.

–Espera a ver cómo lo hago, cariño. Soy un genio. Las corto y, simplemente, aplico unas pocas pestañas adicionales en el párpado exterior. Te dará un aire sexy, pero te prometo que no parecerás una reinona.

Desterrando sus dudas, con valentía Piper se había entregado al conocimiento superior de una experta. En ese momento, mientras contemplaba los resultados, tuvo que reconocer que April era realmente un genio. Un genio muy caro, pero de las mejores para convertir a una vaquera en una princesa.

El vestido blanco era un sueño de seda. Parecía darle a su cuerpo un atractivo sexy que jamás había imaginado. Había esperado dejarse el pelo suelto, tal como había sugerido Gabe, pero April se lo había recogido con un moño elegante «para realzar el cuello y los hombros».

El rostro se veía asombroso. Le había preocupado que los ojos quedaran excesivamente pintados, pero April había mostrado una gran sutileza. Le dio la espalda al espejo al ver que Michael la miraba con ternura.

–¿Qué pasa?

Con una sonrisa tímida, él alargó la mano.

–Eran de Bella.

El corazón de Piper se aceleró. Michael nunca le había mostrado nada que hubiera pertenecido a su madre, a parte de fotos. En ese momento, en la palma de su vieja y encallecida mano, vio unos elegantes pendientes, unas hermosas perlas en forma de lágrimas suspendidas de unos diminutos círculos de diamantes.

–Oh, abuelo, son preciosos –lo abrazó y lo único que le impidió llorar fue el miedo de que se le arruinara el maquillaje–. Gracias –susurró–. No sabía que mi madre tuviera cosas tan bonitas. Aunque supongo que nunca fue tan asilvestrada y masculina como yo.

–Oh, Bella era toda una vaquera –la contradijo Michael con sonrisa melancólica–. Hasta el mismo día en que Peter O’Malley llegó al valle y la enamoró. De pronto se dedicó a comprar vestidos y a peinarse, hasta que costó reconocerla. De la noche a la mañana pasó de ser una ganadera curtida y polvorienta a una hermosa princesa.

Piper sintió un nudo en la garganta al pensar en sus padres al enamorarse. Volvió a mirarse en el espejo.

–Sí. Tú pareces tan súbitamente adulta y hermosa como ella, cariño. Siempre supe que algún día robarías corazones. Tus dulces ojos azules son como los de Bella y tienes un perfil hermoso y orgulloso, como el de mi Mary... El pelo rubio es de tu padre –movió la mano en el aire para que los pendientes capturaran la luz y los diamantes centellearan–. Peter se los compró a Bella para que se los pusiera el día de la boda. Se casaron aquí, en Windaroo, bajo el jacarandá que hay junto a los escalones del porche. Fue la boda más bonita que puedas imaginar.

–Oh, abuelo, no me hagas llorar.

–Lo siento, Piper. Supongo que al verte tan bonita me he puesto nostálgico –le entregó los pendientes con una sonrisa–. He de advertirte que tengo ganas de celebrar otra boda en Windaroo pronto.

–No te entusiasmes –le lanzó una mirada de cautela.

Él rio entre dientes y cambió de tema.

–Eh, llevas un bonito cazahombres.

–¿Cazahombres?

–Perfume.

Se dio la vuelta con rapidez y se puso el primer pendiente.

–¿Crees que la fragancia es lo bastante delicada?

–Huele mejor que el pan en el horno.

–Eso me tranquiliza –ella se rio y terminó de asegurarse el segundo pendiente. Otra mirada al espejo le indicó que le daban el toque perfecto de elegancia–. ¿Qué te parece? –se volvió hacia él.

–Pequeña –los ojos del anciano brillaron–, esta noche vas a capturar un batallón entero de corazones.

Tomados del brazo salieron al porche.

El viejo Roy, que esa noche le hacía compañía a Michael, estaba sentado en la mecedora, y nada más verlos se levantó de un salto.

–¡Santo cielo! –clavó la vista en Piper.

–¿Qué te parece nuestra princesa? –preguntó Michael con rostro feliz.

–Santo cielo –repitió–. Piper... estás estupenda.

–Gracias, Roy –sonrió. Desde luego, esos dos hombres eran magníficos para el ego de una chica.

Michael y ella se dirigieron a la furgoneta aparcada en la entrada de vehículos. Mientras él le abría la puerta, palmeó la vieja carrocería.

–Deberías ir en un coche dorado tirado por seis caballos blancos, y no en este trasto.

Ella se sentó al volante y arrojó el bolso de noche en el asiento del pasajero.

–En cualquier caso –añadió él–, deberías tener un acompañante que te llevara al baile. No me gusta nada la idea de que vayas sola. En mi época no hacíamos así las cosas.

–No hay peligro en que conduzca. Me limitaré a beber una copa de vino –frunció el ceño–. Y no te atrevas a pasarte la noche preocupado por mí –sobre ella pendía la advertencia del médico de que su corazón no toleraría más ataques.

–No voy a preocuparme. Pero da igual, me habría gustado que le pidieras a Gabe que te acompañara.

Piper soltó un suspiro cansado. En los últimos quince días habían visto poco a Gabe, aunque entraba en las conversaciones de su abuelo demasiado a menudo.

–Sabes muy bien que intento encontrar marido. Gabe solo se habría interpuesto en mi objetivo.

–¿Eso crees? –preguntó con aspecto abatido.

–Estoy segura.

El viejo bajó la cabeza y la movió despacio. Luego, volvió a mirarla.

–Con respecto a esta búsqueda de marido...

–¿Sí?

–Sé lo que te impulsa a hacerlo, Piper, y me siento responsable, de modo que me gustaría ofrecerte un consejo.

–¿Qué? –inquirió ella con aprensión.

–Puede que pienses que soy un viejo romántico, pero sin importar lo ansiosa que estés por casarte, cuando elijas marido deberías escuchar a tu corazón, no a tu cabeza.

–Eres un viejo romántico –corroboró ella–. Pero te quiero y trataré de recordar tu consejo.

Le lanzó un beso por la ventanilla y aceleró. Las lágrimas volvieron a amenazarla al observarlo por el espejo retrovisor. La idea de que algún día no estaría allí para despedirla con esa sonrisa cariñosa le resultaba insoportable.

El baile de primavera de Mullinjim se celebraba en el Ayuntamiento, un sencillo edificio de madera. Esa noche el interior estaba decorado con palmeras en maceta, serpentinas, globos y flores de papel. En un extremo del salón había una banda de cuatro miembros sobre un escenario diminuto, y en la zona de la cocina, el Comité Social había levantado un bar improvisado.

La gente de los distritos circundantes pasaba por alto la falta de sofisticación del recinto y se vestía con la máxima etiqueta, como si asistiera a la Ópera de Sidney. Los hombres lucían esmóquines elegantes y las mujeres, vestidos largos en todos los colores del arco iris.

Cuando Piper llegó, se dirigió hacia la gente que había conocido toda la vida, los chicos con los que siempre había charlado en las fiestas hasta que encontraban a la chica que les gustaba. Esa noche se encontraban agrupados en torno al bar.

Cuando hubo atravesado medio salón, empezó a ponerse nerviosa. De pronto adquirió plena conciencia de lo que se proponía y a punto estuvo de dar media vuelta para perderse en la noche. ¡Esa velada iba a tener que coquetear!

Ojalá hubiera visto más películas románticas y menos del Oeste. Sus amigos aún desconocían cuál era su meta. ¡Y esa noche, de algún modo, iba a tener que convencerlos de que empezaran a pensar en ella como una esposa en potencia!

Las rodillas se le aflojaron. «¡Supéralo y empieza a coquetear!». ¿Qué le había dicho Gabe? «Los halagos y el coqueteo van de la mano».

Muy bien.

Tenía las palmas de las manos húmedas. «Es como nadar en un arroyo helado. Tienes que lanzarte».

Respiró hondo, exhibió una sonrisa luminosa y se acercó al bar.

–Hola, muchachos –saludó–. Se os ve muy guapos.

Varias cabezas se giraron hacia ella.

El movimiento casual no tardó en transformarse en un movimiento de atención.

Las bocas se quedaron abiertas. Los ojos desencajados.

Jock Fleming, de Jupiter Downs, derramó su cerveza.

–¡Que me aspen! –exclamó al final Steve Flaxton–. ¿Eres Piper?

–¡Claro que soy yo! –el pánico estalló como una perdigonada en su pecho–. ¿Qué pasa? ¿Qué estáis mirando? –¿se habría dejado una cremallera abierta, le colgaría una pestaña postiza, se le vería demasiado el pecho?–. ¿Es mi pelo? –alarmada, buscó un espejo–. ¿Qué pasa?

Jonno Rivers, el hermano de Gabe, fue el primero en recuperar el habla.

–Lo siento, Piper. Es que nunca te habíamos visto así.

–¿Y? –espetó.

Aún la miraban como si estuvieran conmocionados. Pero el pánico inicial dio paso a una sensación de alivio, seguida de otra de enfado. Furia. ¡Decepción! ¿Acaso sus amigos no sabían hacer otra cosa que estar de pie mirándola como potrillos estupefactos?

¿Dónde estaban sus sonrisas de admiración, los gestos galantes? Se suponía que uno de esos idiotas tenía que enamorarla y convertirse en su romántica alma gemela.

¿Nadie iba a ofrecerle al menos una copa?

–¿Qué os pasa a todos? ¿No sabéis cómo se trata a una mujer?

A su espalda, la banda se puso a tocar una canción animada y la gente comenzó a salir a la pista de baile. Jock, Steve, Jonno y los otros se miraron con nerviosismo. A su derecha, oyó que un zoquete murmuraba:

–¿Desde cuándo Piper tiene pecho? ¿Dónde los ha estado escondiendo?

Giró hacia la voz. Pero antes de que pudiera encontrar palabras para apabullar al patán, fue consciente de que las miradas se dirigían hacia la entrada, y se volvió para ver a una figura alta, morena e imponente.

Gabe.

Santo cielo.

Se hallaba en el umbral del otro extremo del salón y tuvo la clara impresión de que había estado mirándolos. Se le hizo un nudo en el estómago.

Era la última persona que quería que presenciara su humillación. ¡Se suponía que no iba a asistir al baile! ¿Cómo iba a relajarse para coquetear con éxito cuando su tutor la observaba?

Tuvo que reconocer que estaba magnífico. Todos los hombres allí presentes llevaban un esmoquin como él, pero ninguno era tan atractivo, tan silenciosamente fuerte e imponente. Entró en el salón con los hombros erguidos y los ojos entrecerrados. Las cabezas se volvieron. Tenía el aspecto de lo que realmente era: un héroe.

Antes del accidente había volado al interior de la faz de la muerte, se había enfrentado a traicioneros ciclones para rescatar a navegantes que se ahogaban en el mar. Había desafiado incendios para salvar familias de las llamas y rescatado a refugiados perseguidos por una milicia violenta.

Se consoló pensando que un hombre que había hecho todo eso no se quedaría boquiabierto como un palurdo solo porque una chica se hubiera puesto un vestido y arreglado el pelo.

No obstante, un calor bochornoso le subió por el cuello hasta las mejillas mientras él continuaba su avance. En cualquier momento llegaría hasta ella. ¿Qué le parecería el aspecto que tenía?

Una cosa era segura. Miraría con desprecio a los idiotas que la rodeaban, evaluaría la situación y, como un verdadero héroe, reconocería que había una dama en apuros.

La invitaría a bailar.

La idea de bailar con Gabe no hizo mucho por sus nervios, ya alterados. Estar en sus brazos, tenerlo tan cerca...

¿Sería capaz de aguantarlo?

Tenía que hacerlo. Necesitaba que la rescatara de esos simplones. Desde luego que aguantaría.

Él se acercó.

Sus ojos se encontraron y la expresión de él era severa, triste y, de algún modo..., perdida.

Piper forzó una leve sonrisa.

«No me mires así. Por favor, Gabe. Necesito que me salves».

Llegó hasta ella y asintió.

–Buenas noches, Piper.

Seguía sin sonreír y, sin decir una palabra más, sus ojos la abandonaron.

No podía decepcionarla. Gabe no. Pero él ya estaba dirigiendo su atención al círculo de hombres reunidos ante la barra.

–Steve –dijo–, ¿dónde están tus modales?

–¿De qué hablas? –quiso saber Steve Flaxton.

–Invita a bailar a la dama.

En la barra reinó un silencio mortal mientras Steve y Piper miraban fijamente a Gabe. Ella temblaba. Eso no tenía sentido. ¿Cómo era posible que Gabe, que jamás la había defraudado, se mostrara tan insensible cuando más lo necesitaba?

Transcurrieron unos segundos dolorosos antes de que Steve dejara la copa sobre la barra y le sonriera con incomodidad a Piper.

–¿Te apetece? –preguntó, indicando con la cabeza la pista de baile.

Lo último que ella quería era bailar delante de ese grupo. No en ese momento, no con tacones y cuando sus rodillas eran gelatina. Pero no pensaba dejar que Gabe viera lo nerviosa que la ponía.

–Gracias, Steve –susurró y, con una sonrisa, dejó el bolso sobre la barra, al lado de Jonno, y se volvió hacia los bailarines sin mirar a Gabe.

¿Héroe? ¡Ja!

Al pobre Steve no se le daba muy bien el baile, pero lograron moverse juntos en torno a la pista, imitando los movimientos de las otras parejas.