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Admoniciones de San Francisco de Asís es una colección de profundas y conmovedoras enseñanzas que revelan el corazón y el espíritu del santo más amado de la Edad Media. En estas breves pero poderosas exhortaciones, San Francisco ofrece consejos espirituales y reflexiones destinadas a guiar a sus hermanos franciscanos en su vida de fe y humildad.
Cada admonición es una joya de sabiduría práctica y espiritual, abarcando temas como la humildad, la obediencia, el amor fraternal y la renuncia a los bienes materiales. Con su característico estilo sencillo y poético, San Francisco nos invita a vivir una vida más cercana a Dios y al prójimo, recordándonos la importancia de la pureza de corazón y la alegría en el servicio.
Admoniciones es una lectura esencial para todos aquellos que buscan una vida más auténtica y comprometida con los valores del Evangelio. A través de estas páginas, el "Poverello" de Asís nos habla directamente, con una voz que resuena a través de los siglos, inspirándonos a seguir su ejemplo de amor y devoción inquebrantable.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Copyright 2023
Cervantes Digital
All rights reserved
ISBN: 978-1-312-09642-4

Tabla de Contenidos
Cap. I: Del cuerpo del Señor
Cap. II: Del mal de la propia voluntad
Cap. III: De la perfecta obediencia
Cap. IV: Que nadie se apropie la prelacía
Cap. V: Que nadie se ensoberbezca, sino que se gloríe en la cruz del Señor
Cap. VI: De la imitación del Señor
Cap. VII: Que el buen obrar siga a la ciencia
Cap. VIII: Del pecado de envidia, que se ha de evitar
Cap. IX: Del amor
Cap. X: Del castigo del cuerpo
Cap. XI: Que nadie se altere por el pecado de otro
Cap. XII: De cómo conocer el espíritu del Señor
Cap. XIII: De la paciencia
Cap. XIV: De la pobreza de espíritu
Cap. XV: De la paz
Cap. XVI: De la limpieza del corazón
Cap. XVII: Del humilde siervo de Dios
Cap. XVIII: De la compasión del prójimo
Cap. XIX: Del humilde siervo de Dios
Cap. XX: Del religioso bueno y del religioso vano
Cap. XXI: Del religioso frívolo y locuaz
Cap. XXII: De la corrección
Cap. XXIII: De la humildad
Cap. XXIV: Del verdadero amor
Cap. XXV: De nuevo sobre lo mismo
Cap. XXVI: Que los siervos de Dios honren a los clérigos
Cap. XXVII: De la virtud que ahuyenta al vicio
Cap. XXVIII: Hay que esconder el bien para que no se pierda
Cap. I: Del cuerpo del Señor
1Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí. 2Si me conocierais a mí, ciertamente conoceríais también a mi Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. 3Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. 4Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6-9). 5El Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1 Tim 6,16), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). 6Por eso no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada (Jn 6,64). 7Pero ni el Hijo, en lo que es igual al Padre, es visto por nadie de otra manera que el Padre, de otra manera que el Espíritu Santo. 8De donde todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la divinidad que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. 9Así también ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por mano del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, se condenan, 10como lo atestigua el mismo Altísimo, que dice: Esto es mi cuerpo y mi sangre del nuevo testamento, [que será derramada por muchos] (cf. Mc 14,22.24); 11y: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55). 12De donde el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, es el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. 13Todos los otros que no participan del mismo espíritu y se atreven a recibirlo, comen y beben su condenación (cf. 1 Cor 11,29).
14De donde: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal 4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). 16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; 18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. 20Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, 21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero. 22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
Cap. II: Del mal de la propia voluntad
1Dijo el Señor a Adán: Come de todo árbol, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas (cf. Gén 2,16.17). 2Podía comer de todo árbol del paraíso, porque, mientras no contravino a la obediencia, no pecó. 3Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien, aquel que se apropia su voluntad y se enaltece del bien que el Señor dice y obra en él; 4y así, por la sugestión del diablo y la transgresión del mandamiento, vino a ser la manzana de la ciencia del mal. 5De donde es necesario que sufra la pena.
Cap. III: De la perfecta obediencia
1Dice el Señor en el Evangelio: El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío (Lc 14,33); 2y: El que quiera salvar su vida, la perderá (Lc 9,24). 3Deja todo lo que posee y pierde su cuerpo el hombre que se ofrece a sí mismo todo entero a la obediencia en manos de su prelado. 4Y todo lo que hace y dice que él sepa que no es contra la voluntad del prelado, mientras sea bueno lo que hace, es verdadera obediencia. 5Y si alguna vez el súbdito ve cosas mejores y más útiles para su alma que aquellas que le ordena el prelado, sacrifique voluntariamente sus cosas a Dios, y aplíquese en cambio a cumplir con obras las cosas que son del prelado. 6Pues ésta es la obediencia caritativa (cf. 1 Pe 1,22), porque satisface a Dios y al prójimo.
7Pero si el prelado le ordena algo que sea contra su alma, aunque no le obedezca, sin embargo no lo abandone. 8Y si a causa de eso sufriera la persecución de algunos, ámelos más por Dios. 9Pues quien sufre la persecución antes que querer separarse de sus hermanos, verdaderamente permanece en la perfecta obediencia, porque da su vida (cf. Jn 15,13) por sus hermanos. 10Pues hay muchos religiosos que, so pretexto de que ven cosas mejores que las que les ordenan sus prelados, miran atrás (cf. Lc 9,62) y vuelven al vómito de la propia voluntad (cf. Prov 26,11; 2 Pe 2,22); 11éstos son homicidas y, a causa de sus malos ejemplos, hacen que se pierdan muchas almas.