Aislados en la nieve - Andrea Laurence - E-Book
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Aislados en la nieve E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Hacía mucho calor a pesar de la nieve… Briana Harper, fotógrafa de bodas, no esperaba encontrarse con su exnovio en una sesión de fotos. Y cuando una tormenta de nieve los dejó aislados en una remota cabaña en la montaña, supo que estaba metida en un buen lío. No había olvidado a Ian Lawson, pero ninguna de las razones por las que habían roto había cambiado. Ian seguía siendo adicto al trabajo y, además, estaba a punto de casarse. Ian era un hombre que sabía lo que quería. Y lo que quería era a Briana. Sin embargo, el magnate de la industria musical iba a tener dificultades para demostrar algunas cosas.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Andrea Laurence

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Aislados en la nieve, n.º 134 - octubre 2016

Título original: Snowed In with Her Ex

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8993-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Prólogo

–Perdona –Briana Harper interrumpió a su socia durante la reunión que tenían semanalmente–. ¿Has dicho que nos han contratado Missy Kline e Ian Lawson para que les organicemos la boda?

Natalie, la planificadora de bodas y directora de la oficina, alzó la vista de la tableta. Miró a Bree con el ceño fruncido por haberla interrumpido.

–Sí –afirmó con un profundo suspiro–. ¿Por qué te extrañas? Organizamos muchas bodas de famosos.

Bree negó con la cabeza y volvió a teclear distraídamente en su tableta.

–Me sorprende, nada más.

Eso no era todo, pero no iba a contárselo a sus mejores amigas y socias. Una de las reglas más importantes de la empresa era ser profesionales en todo momento. Daba igual que los novios tropezaran y cayeran sobre la tarta nupcial, que un invitado se levantara cuando se preguntara si había alguien que tuviera algún motivo para que aquella boda no se celebrara o que el novio fuera el antiguo amante de una de las socias de la empresa.

Así que Bree no dijo nada.

Gretchen intervino.

–Están en las portadas de todas las revistas, así que no sé cómo no te has enterado. Parece, además, que ella está embarazada.

–Supongo que he leído pocas revistas –murmuró Bree.

Embarazada.

Missy, la reina del pop con el ombligo al aire estaba embarazada e iba a tener un hijo de Ian. Eso molestó a Bree. La molestó mucho.

Todos los lunes, las cuatro socias de Desde este Momento se reunían para hablar de los nuevos clientes, de asuntos de la empresa y de la boda del fin de semana anterior.

Constituían una empresa que organizaba celebraciones de la boda de gente importante y famosa. En solo seis años, Natalie, Amelia, Gretchen y Bree, amigas desde la facultad, habían pasado de ser unas desconocidas con un sueño a formar parte de la élite comercial de Nashville.

Juntas, habían alcanzado la perfección a la hora de organizar una boda. Si ellas no podían hacerlo, conocían a alguien que lo hacía. Hacían realidad cualquier cosa que la pareja nupcial deseara. Ninguna petición era demasiado difícil, y así se habían ganado la reputación de la que gozaban; por eso, y por su política de estricta confidencialidad.

Ian Lawson, un productor musical de Nashville que era dueño de SpinTrax Records hacía tiempo que había sido el centro del universo de Bree. Se habían conocido en el primer curso en la Universidad Belmont de Nashville y habían sido inseparables durante más de un año. Él era un músico de café, de largo cabello, ojos soñolientos y una sonrisa encantadora. Cuando tocaba la guitarra y cantaba para ella, el mundo era perfecto. Pero un día, él dejó de tocar para ella, y el mundo se le hundió.

–¿Bree?

Esta alzó la cabeza bruscamente. Las otras tres mujeres la miraban. Era evidente que se había perdido algo.

–¿Sí?

–Digo –repitió Natalie– que si podrás hacer los retratos de los novios este jueves y volver a tiempo para cubrir el ensayo de la cena de la boda de los Conner el viernes.

Esa vez fue Bree la que frunció el ceño.

–¿Por qué no iba a volver a tiempo? Solo se tardan dos horas en hacer las fotos.

–La novia quiere que se hagan en la cabaña que tiene el novio en Gatlinburg.

–No hay problema.

–Muy bien –Natalie hizo una anotación–. Te daré la dirección. Organízate para estar allí a mediodía.

Una vez que Natalie apuntaba algo en la tableta era como si lo hubiera firmado con sangre. No había forma de escaquearse. Bree tendría que enfrentarse al hombre que llevaba nueve años en sus pensamientos y sueños.

Y a su nueva novia.

Capítulo Uno

–Esto no va bien.

Como si el universo hubiera oído las palabras de Ian, los neumáticos del Cadillac Escalade resbalaron en el hielo. Corrigió el movimiento errático del vehículo y lo volvió a situar en la carretera. Se aferró con fuerza al volante y lanzó una maldición, al tiempo que agradeció en silencio que su secretaria lo hubiera hecho salir a primera hora de la mañana. De haberlo hecho más tarde, tal vez no hubiera llegado.

Los copos de nieve hacían cada vez más difícil la visión. Cuando llegó a las Smoky Mountains, estaba todo nevado.

En la falda de la colina que llevaba a su cabaña, retrocedió un poco, redujo la marcha y, lentamente, comenzó a subir por la larga y sinuosa carretera que conducía a la cima y a la cabaña. Al llegar entró en el garaje.

Agarró la bolsa de viaje del asiento del copiloto y salió. Se dirigió a la puerta de la cabaña, pulsó un botón y observó caer la nieve mientra se cerraba la puerta del garaje, bloqueando aquel tiempo inclemente con el que él no contaba.

Debería haberlo previsto, ya que se trataba de un eslabón más en la cadena de desgracias que lo acosaban desde hacía meses.

Ian nunca iba a la montaña en enero o febrero porque el tiempo era impredecible. Y no lo habría hecho de no ser porque Missy, su prometida, había insistido en hacer las fotos de su compromiso en la casa de la montaña. Él había accedido sabiendo que era un error.

Dejó la bolsa de viaje en la encimera y contempló la vista del valle por la ventana. Estaba cubierto de nieve. De seguir así, pronto alcanzaría varios centímetros.

Missy llegaría desde Atlanta, estaba seguro de que ella no conseguiría subir la montaña en su pequeño Jaguar.

Y el fotógrafo…

Menos mal que la cabaña estaban bien aprovisionada. Ian recorrió la cocina abriendo los armarios y la nevera para inspeccionar el contenido. Tal como había pedido, había suficiente comida para alimentarse varios días. Los guardeses eran Patty y Rick, un matrimonio que vivía en la falda de la colina. Limpiaban la cabaña y el terreno de alrededor. Antes de ir hasta allí, Ian les daba una lista de provisiones y ellos se encargaban de llevarlas.

A veces, Patty añadía un extra para darle la bienvenida. Aquel día había una botella de champán en la nevera y dos copas en la encimera, al lado de un jarrón con flores. Era la forma de Patty de felicitarlo por su compromiso.

Por el champán, no debía de haberse enterado de que Missy estaba embarazada de dos meses. Ella se lo había dicho a todo el mundo: a sus cuatro millones de seguidores en Facebook y a un periodista de la prensa del corazón. Ian no creía que hubiera alguien en Estados Unidos que no lo supiera.

Se casarían en marzo, en un lugar que Missy había elegido. Ian desconocía los detalles. Se había dicho a sí mismo, y a Missy, que estaba muy ocupado y que hiciera lo que quisiera. Al fin y al cabo, iba a ser su gran día. La realidad era que le costaba aceptar lo que le estaba sucediendo, aunque esperaba conseguirlo.

Quería que el bebé naciera en una familia feliz y cariñosa, por lo que estaba dispuesto a esforzarse en lograrlo durante los siete meses siguientes. Tanto Missy como él tendrían que poner de su parte. No era fácil llevarse bien con Missy: era exigente y caprichosa, además de estar acostumbrada a que todos le dijeran lo maravillosa que era.

No había amor entre ellos, pero Ian comenzaba a pensar que el amor y sus trampas eran un mito. Todo matrimonio requería un esfuerzo y, aunque su situación no fuera ideal, ella iba a tener un hijo suyo y se iban a casar.

Debía sacar el máximo partido de una situación complicada. Un fin de semana romántico era lo que necesitaban para avivar el fuego entre ellos. Al fin y al cabo, a muchos hombres les encantaría casarse con Missy Kline. Su voz sensual y su cuerpo voluptuoso llevaban varios años siendo un ingrediente básico de las emisoras de radio y las listas de éxitos musicales. Era la estrella del sello discográfico de Ian.

Al menos, lo había sido. Su último disco no había funcionado bien, pero a Missy no le preocupaba. Seguía siendo importante por su futuro hijo y por la boda. Su mánager se había encargado de vender la exclusiva de la historia y las fotografías a una revista, y se estaba preparando un programa especial de televisión para retransmitir la inminente boda.

Ian detestaba la idea, pero Missy era muy espabilada a la hora de ganar dinero. Y era publicidad gratuita.

El día en que se anunció el compromiso y las fotos del anillo llegaron a todos los blogs, la última canción de Missy alcanzó los primeros puestos de las listas de éxitos. Como dueño de una compañía discográfica, Ian no se quejaba; como novio, no estaba contento.

Ese fin de semana les harían las fotos del compromiso, que proyectarían la imagen de la feliz pareja por todo el mundo. Después pasarían unos días juntos intentando convertir la imagen en realidad. Un buen fuego, unas vistas magníficas, un chocolate caliente acurrucados juntos bajo una manta… Un vídeo musical romántico hecho realidad. O. al menos, eso era lo que Ian esperaba.

En aquel momento no podía garantizar que nada de aquello fuera a suceder. Missy había dicho que la nieve sería romántica. A Ian no le cabía duda alguna de que ya habría cambiado de opinión.

Con el ceño fruncido se dirigió a la puerta principal, la abrió y salió al porche. La nieve se estaba acumulando y cubría la carretera. No se veía el asfalto.

Mientra veía la nieve caer, un pequeño vehículo todoterreno dobló la curva y se dirigió hacia la cabaña. Supo que era el fotógrafo. Si había conseguido llegar desde Nashville, tal vez Missy lo consiguiera desde Atlanta. Al menos, parecía que las carreteras no estaban cortadas.

El todoterreno se detuvo frente a los escalones que llevaban al porche. Ian esbozó una falsa sonrisa que le hubiera hecho ganar un Oscar. Bajó los escalones con cuidado para saludar al fotógrafo y ayudarle a subir el equipo.

Una mujer vestida con vaqueros ajustados, un jersey de cuello alto y una cazadora descendió del coche. No iba vestida para un día de invierno en la montaña. Era evidente que también a ella la había sorprendido la nieve. No llevaba abrigo, ni guantes, ni bufanda, y sus zapatillas deportivas Converse rojas resbalarían en el hielo como si fuera aceite.

Al menos, llevaba gorro. Su largo cabello rubio sobresalía por debajo del gorro de lana. Unas gafas oscuras le impidieron verle bien la cara, pero le resultó familiar.

La mujer cerró la puerta del coche y se quitó las gafas.

–Hola, Ian.

En unos segundos, el rostro, la voz y los recuerdos formaron un todo y fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Era Bree, Briana Harper, su amor de primero de carrera, la que lo distraía en las clases con su cuerpo joven y su espíritu aventurero, la que lo había dejado hundido como ninguna otra persona en su vida.

Ian tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

–¡Vaya, Bree! No tenía ni idea de que fueras…

Ella hizo una mueca y asintió. Él se dio cuenta por la tensión de su cuello y sus hombros que la situación era igualmente violenta para ella.

–¿No sabías que venía?

–No, he dejado que Missy se encargue de todos los detalles. No me ha dicho quién sería el fotógrafo.

–Yo hubiera debido decirte algo o haberte avisado, por si no lo sabías, pero no quería darle demasiada importancia. Mis socias no saben que éramos conocidos.

«Conocidos» era una forma de decirlo. Haberse acariciado mutuamente cada centímetro de piel era otra. Cuando se hubo repuesto de la sorpresa de su llegada, Ian examinó las, en otro tiempo, familiares curvas. Había más de las que recordaba, pero entonces solo eran adolescentes. Ella se había convertido en toda una mujer, y los ajustadísimos vaqueros parecían una segunda piel.

–¿Va a suponer un problema para ti? –preguntó ella–. Para mí no lo es. Pretendo que todo sea muy profesional. Tu prometida no tiene por qué saber que nos conocemos, si eso es lo que prefieres.

–Sí, será lo mejor.

Aunque Missy alardeaba de que hubiera pocas mujeres que pudieran competir con ella, al mismo tiempo era muy celosa. Había aparecido en las portadas de los periódicos por haberse peleado en discotecas y en fiestas. Le había arrancado las extensiones a una supuesta rival solo por haber hablado con su exnovio en una fiesta de promoción en Las Vegas.

Ian no le había dado motivos para estar celosa, pero lo único que le faltaba era que sufriera un ataque a causa de la fotógrafa. Necesitaba que les sacaran las fotos para entregárselas a la revista en la fecha pactada. No podían esperar a que otro fotógrafo subiera hasta allí y sustituyera a Bree, suponiendo que alguien lo lograra, ya que cada vez nevaba más.

–Vamos a meter tus cosas.

Bree asintió. Cuando se dio la vuelta para dirigirse al coche, se resbaló. Extendió los brazos para agarrarse a algo, pero fueron los rápidos reflejos de Ian los que evitaron que se cayera. La abrazó por la cintura y la apretó contra su cuerpo.

Supo inmediatamente que había cometido un error. Todo el cuerpo de Bree se apretaba contra él. El aroma de su perfume preferido se mezclaba con el del champú para bebés que siempre había utilizado. Aspiró la conocida combinación, que le provocó imágenes de noches apasionadas en el dormitorio de la residencia de estudiantes y en la parte trasera del coche. Se le tensó el cuerpo entero, y el frío no pudo disminuir la repentina excitación que estar ten cerca de Bree le había causado.

Ella se agarró a Ian. Se había sonrojado por el frío y porque se sentía levemente avergonzada. Sus ojos azules se detuvieron durante un segundo en los de él, y la conexión entre ambos fue instantánea. Siempre había sido así. Incluso minutos después de haberla poseído, la volvía a desear. Por aquel entonces, si Bree no estaba en sus brazos, no podía pensar en otra cosas que no fuera ella.

Él apartó la mirada de sus ojos y la fijó en su boca, lo cual no mejoró mucho las cosas. Recordaba sus labios como los más suaves y acogedores que había conocido en la universidad y después de ella. Besar a Bree había sido uno de los maravillosos placeres de su vida. Dejar de hacerlo había sido tan difícil como abandonar la música.

Ese pensamiento lo devolvió a la realidad. Se separó de ella antes de hacer algo estúpido, como besarla. Bree se agarró al retrovisor del coche y retrocedió un paso.

–Gracias –dijo, con las mejillas arreboladas–. Ha sido una situación embarazosa.

–No ha sido nada. Embarazoso hubiera sido que te hubieras hecho daño en el trasero y que te hubieras mojado y llenado de barro las bragas.

–Cierto –respondió ella mirando a su alrededor. Parecía que no quería que sus ojos volvieran a encontrarse con los de él.

–¿Tienes tus cosas en el maletero?

–Sí. Bree se animó, contenta de volver a centrarse en el trabajo. Apoyándose en el coche con una mano, lo rodeó con precaución y abrió el maletero. Se echó una mochila verde al hombro y sacó unas bolsas negras y un trípode.

Ian agarro todo lo que pudo y la siguió hasta la cabaña. Ella se puso a montar el equipo y él se distrajo con el teléfono móvil, con la esperanza de que consultar su correo electrónico mitigara la excitación que seguía corriéndole por las venas y nublándole el entendimiento.

No había reaccionado así ante una mujer desde… Lo pensó y frunció el ceño: desde la última vez que había tenido a Bree en sus brazos. Ni siquiera la diva con el ombligo al aire de su compañía discográfica le provocaba el deseo que en aquel momento sentía por Bree. A pesar de que no quería que así fuese, ya que la vida le resultaría mucho más sencilla si pasara lo contrario, no podía negar lo que sentía.

A Missy le daría un ataque si se enterara.

Bree se centró en montar el equipo, aunque sabía que no serviría de nada. Había transcurrido una hora y la prometida de Ian no había aparecido. Si no se presentaba antes de media hora, lo más probable era que no llegara. Al mirar por la ventana resultaba evidente que subir hasta allí conduciendo era prácticamente imposible.

Ella lo había conseguido a duras penas. Los neumáticos le habían girado en falso un par de veces, y el corazón había estado a punto de salírsele por la boca. Pero eso no era nada comparado con lo que le acababa de suceder con Ian.

Habían pasado nueve años desde su relación. Ella debería haberlo superado hacía tiempo. Sin embargo, cuando la había apretado contra su pecho y ella había mirado sus ojos verdes en los que en otro tiempo se perdía, los años transcurridos se habían volatilizado, al igual que las razones por las que lo había abandonado, el dolor y las dudas.

Pensó que él había sentido lo mismo. Durante unos segundos había experimentado la conexión entre ellos y había visto en los ojos masculinos la atracción y el deseo, al tiempo que Ian sonreía levemente. Después, él había apartado la mirada y se había separado de ella.

Y, en ese momento, ella se había dado cuenta de que era una estúpida.

Se había puesto a montar el equipo. Necesitaba la seguridad de la cámara. Era como una barrera entre el mundo y ella. Si solo miraba a Ian por el objetivo, todo iría bien.

Al menos, eso era lo que se decía, lo cual no impidió que de vez en cuando lo mirara de reojo mientras trabajaba. Aunque Bree trataba de concentrarse, alzaba la vista y contemplaba durante unos segundos sus anchas espaldas, cubiertas por un jersey de cachemira negro; sus fuertes manos que agarraban el teléfono móvil y tecleaban en el ordenador portátil; la firme curva de sus nalgas, que resaltaban los pantalones grises.

Bree gimió y volvió a centrarse en el equipo. El trabajo la haría salir airosa de aquella situación. Lo que sentía era una estúpida atracción, mezclada con celos y nostalgia. Las cosas entre ellos no habían acabado bien. Había muchas razones por las que no habían funcionado como pareja, y, por eso, ella había roto con él. No tenía sentido anhelar algo a lo que había renunciado.

Era verdad que, al final, no había mucho a lo que renunciar. Durante los dos últimos meses de la relación, Ian había cambiado por completo. Al principio, ella se había sentido atraída hacia él porque era el polo opuesto de su padre.

Doug Harper era adicto al trabajo. Tenía éxito y estaba muy motivado. Pasaba casi todas las horas de vigilia dirigiendo su empresa constructora. Había construido la mitad de Nashville y ganado una fortuna. La madre de Bree llenaba las horas viajando por el mundo y gastándose el dinero de su esposo, por lo que Bree solo tenía la compañía del ama de llaves.

Su existencia había sido solitaria y desgraciada, y no tenía intención alguna de que fuera así en la vida adulta. Se dijo que necesitaba a un hombre que regresara a casa todas las noches, al que le interesara más vivir que trabajar y que concediera más importancia a la familia y el amor que al dinero y los negocios. Un músico enternecedor satisfacía todos esos requisitos.

Ian era todo lo que deseaba, y tenía posibilidades de ganarse la vida con la música. Pero dejó de tocar y abandonó la universidad para trabajar en una discográfica. Y, de pronto, siempre estaba trabajando.

De la noche a la mañana, Bree perdió a su músico. En su puesto apareció un clon de su padre. Le destrozó el corazón que fuera así, pero, al final, las cosas le habían salido muy bien a Ian, que había tenido mucho éxito e iba a casarse con una estrella del pop. Ella tenía un trabajo que le gustaba y esperaba encontrar también un día a la persona perfecta. La sesión fotográfica no debería resultarle violenta en absoluto.

Entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa?

La voz de Ian interrumpió sus pensamientos. Hablaba con alguien por teléfono. No parecía contento, pero Bree se sintió aliviada cuando oyó que lo que le preocupaba era el tiempo y la tardanza de Missy. Había pensado que tal vez hubiera llamado a Natalie para pedirle otro fotógrafo. Eso sí que sería violento. Después, no podría volver a Nashville y mirar a la cara a sus amigas.

–¿Qué? –la voz de Ian le llegó hasta el salón, donde ella estaba sacando las cosas de las bolsas–. ¿Estás segura? No, por supuesto que no te echo la culpa. Quiero que el bebé y tú estéis a salvo. Eso es lo más importante. Habrá que cambiar la sesión para otro día.

Bree se quedó paralizada. Agradeció haber decidido que Amelia le reservara una habitación en un hotel cercano. Era peligroso regresar a Nashville con aquel tiempo. Miró por la ventana que daba al valle y lo único que vio fue el color blanco: ni coches, ni carreteras, ni árboles. Solo blanco.

Ian lanzó una maldición en voz alta que la sobresaltó. Se volvió hacia la cocina. Ian salió unos segundos después con los dientes apretados y las orejas rojas de ira. La miró y fue a decirle algo, pero lo pensó mejor. Se metió las manos en los bolsillos y lanzó un profundo suspiro.

–Missy no va a venir.

Bree ya se lo había imaginado.

–¿Qué ha pasado?

–Las carreteras están cortadas. Solo se puede circular por algunas con cadenas. Missy venía de Atlanta. Únicamente ha podido llegar hasta Maryville. A partir de ahí, les dicen a los conductores que no pueden seguir –negó con la cabeza–. Debiera haber esperado a que pudiéramos subir juntos.

Bree se mordió el labio inferior sin saber qué decir.

–Supongo que podremos programar la sesión para Nashville, si eso os resulta más fácil.

Él asintió mirando al suelo.

–Probablemente sea lo mejor.

Bree asintió. Sintió una confusa mezcla de emociones al volverse hacia el equipo para recogerlo.

Experimentó alivio por no tener que ver a su hermosa prometida ese día. En realidad, no tenía ganas de hacerles fotos mientras posaban juntos y sonreían a la cámara. Había esquivado la bala. Al llegar a Nashville le confesaría la verdad a Natalie. Lo mejor era que otra persona se encargara de las fotos e incluso de la lista de boda. Una cosa era ser profesional, y otra, masoquista.

Al mismo tiempo, no quería marcharse, ya que eso implicaría no volver a ver a Ian. Cuando la había abrazado fuera, había sentido un calor en el vientre que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Quería que volviera a abrazarla y que la besara como hacía años que no la besaban.

Gimió para sí mientras cerraba una bolsa. Tal vez fuera masoquista. Estaba fantaseando con su ex, que estaba comprometido y que pronto sería padre. Con alguien con quien había roto porque no había podido soportar su repentino cambio. De la noche a la mañana había pasado de ser alguien que estudiaba música a ser un lameculos que trabajaba ochenta horas a la semana en una discográfica.

Estaba segura de que nada había cambiado. Él dirigía una discográfica de éxito. Que hubiera librado una semana para hacerse fotos no implicaba que se hubiera curado de su dolencia.

Se levantó y se echó la bolsa con la cámara al hombro. Iba a agarrar otra bolsa cuando oyó que alguien llamaba a la puerta.

Ian la miró con el ceño fruncido antes de abrir la puerta. Un hombre mayor, con gorra y una gruesa cazadora, se hallaba fuera.

Bree no oía lo que decían, por lo que se acercó.

–He ido pasando por todas las cabañas de la zona mientras me ha sido posible. Ahora todo está cortado. En la última gran tormenta de nieve, tardaron varios días en limpiar las carreteras. No podrán empezar hasta que no deje de nevar. Hay ya veinticinco centímetros de nieve y esperan que aumenten varios más antes de que se acabe. Llevo veinte años viviendo aquí y nunca había visto nada igual.

–Entonces, ¿no podemos marcharnos, Rick?

El hombre negó con la cabeza.

–Al menos en unos días. Patty ha llenado la cocina de provisiones y yo he añadido más leña al montón. Os durará hasta que podáis volver a Nashville.

Bree escuchó lo que el hombre decía, cuando Ian cerró la puerta, la miró expresión agónica. No podían marcharse. Y ella ni siquiera podía bajar la montaña para dormir en el hotel.

Bree agarró el mando a distancia y encendió la televisión para ver la previsión del tiempo. Seguro que lo sabrían mejor que el guardés. Apareció en pantalla el mapa del país y una mujer señaló los puntos más problemáticos.

–«Se está produciendo una inesperada nevada, producto de la fusión de dos tormentas menores. Esta noche se espera una ventisca que puede dejar hasta un metro de nieve. Las carreteras están cortadas y la policía ha pedido que nadie salga de casa».

A Bree comenzaron a temblarle las piernas y se dejó caer en el sillón que había detrás de ella. Estaba atrapada. Con Ian. Por tiempo indeterminado.

E Ian parecía cualquier cosa menos contento ante semejante perspectiva.