Alicia a través del espejo - Lewis Carroll - E-Book

Alicia a través del espejo E-Book

Lewis Carroll

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Beschreibung

«Imagínate que el espejo se hace blando como una gasa y lo podemos atravesar. ¡Vaya, qué curioso, yo diría que se está convirtiendo en una especie de niebla! Será muy fácil atravesarla…». Mientras fuera nieva, Alicia juega al ajedrez con su gatita Kiti y medita sobre cómo será el mundo al otro lado del espejo colgado en la pared de su salón. Se sorprenderá al comprobar que puede atravesarlo. De ese lado le espera otra partida de ajedrez. Esta vez jugará con sus propias reglas: allí las flores hablan, los unicornios pelean con leones, el tiempo avanza en sentido contrario… Todo es posible en el mundo al revés. El magnífico trabajo gráfico de Fernando Vicente para esta edición, convierte a Alicia en uno de sus personajes inolvidables, llevándonos a un viaje increíble al otro lado del espejo para el que sólo hay que pronunciar las palabras mágicas: «Imagínate que somos».

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Seitenzahl: 141

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Lewis Carroll

ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO

Ilustraciones de

Fernando Vicente

Traducción de

Andrés Ehrenhaus

¡Criatura de carita despejada

Y cándidas pupilas!

El tiempo vuela y aunque nos separa

Ya más de media vida

Sé que sabrás sonreír, agradeciendo

El cálido regalo de este cuento.

No vi jamás tu rostro luminoso

Ni pude oír tu risa,

Ni pensarás en mí siquiera un poco

El resto de tu vida:

Me basta con que tengas el deseo

De disfrutar al escuchar mi cuento.

Un cuento que empecé cuando los días

De estío aún brillaban;

Un simple son, un ritmo que movía

Los remos de la barca:

Sus ecos vuelven siempre, aunque la edad

Me diga con envidia: «¡Olvidarás!».

¡Ven, corre, antes de que la voz del miedo,

Con sus rumores grises,

Insista en que ha de retirarse al lecho

Una doncella triste!

No somos más que niños viejos, cielo,

Y al caer la tarde nos estremecemos.

Afuera, nieva y hiela sin piedad

Y ruge la tormenta;

Adentro, el fuego alumbra en el hogar

Y la niñez festeja.

Al son de las palabras y su magia

Olvidarás muy pronto la borrasca.

Y aunque la sombra de un suspiro alado

Susurre su desvelo

Por los alegres días de verano

Que se desvanecieron,

No empañará con su agridulce aliento

La grata placidez de nuestro cuento.

CAPÍTULO I

La casa del espejo

Estaba clarísimo: la gatita blanca no había tenido nada que ver; todo había sido culpa de la gatita negra. La gatita blanca no pudo haber participado en la trastada porque llevaba un cuarto de hora dejando que la gata vieja le lavase la cara sin decir ni miau.

Así es como Dina lavaba la cara a sus hijitos: primero le pisaba la oreja al pobrecillo de turno con una pata y luego le restregaba la otra por todo el morro pero al revés, empezando por el hocico; y en eso estaba mientras la gatita blanca, tumbada y muy quietecita como he dicho, trataba de ronronear; quizás porque entendía que todo aquello era por su bien.

A la gatita negra, en cambio, esa tarde la habían acicalado antes; y mientras Alicia, acurrucada en una esquina del gran sillón, medio dormía y medio peroraba, la muy traviesa no había parado de juguetear alegremente con el ovillo de lana que la niña acababa de enrollar, haciéndolo rodar de aquí para allá hasta desenrollarlo del todo. Allí, en medio de esa maraña de nudos desplegada sobre la alfombrilla del hogar, jugaba a atrapar su propia cola.

—¡Pero qué animalito tan malo! —chilló Alicia, alzándola y dándole un besito en señal de que la cosa iba en serio—. ¡Dina debería haberte enseñado mejores modales! ¡Debiste hacerlo, Dina, bien lo sabes! —añadió con una mirada de reproche dirigida a la gata vieja, en el tono más severo posible, antes de volver a apoltronarse en el sillón con la gatita y empezar a enrollar la lana otra vez. Pero como hablaba sin parar, a ratos con la gatita y a ratos consigo misma, no adelantaba gran cosa. Kiti, primorosamente sentada en su rodilla, aparentaba seguir la evolución del ovillo y de vez en cuando estiraba una patita y lo tocaba con suavidad, como si estuviese encantada de poder ayudar.

—¿Sabes qué día es mañana, Kiti? —arrancó Alicia—. Lo habrías adivinado si te hubieras asomado a la ventana conmigo. Claro que Dina te estaba aseando y no podías. He visto a los chicos juntando leña para la hoguera. ¡Un montón, Kiti! Solo que ha empezado a hacer mucho frío y se ha puesto a nevar y han tenido que dejarlo. No importa, Kiti, ya iremos a ver la hoguera mañana. —Y al decir esto dio dos o tres vueltas a la lana alrededor del cuello de la gatita, solo por ver cómo quedaba, y a continuación rodó el ovillo por el suelo y volvió a desovillarse.

—Me has hecho enfadar mucho, Kiti, ¿lo sabías? —continuó Alicia en cuanto se reacomodaron—. ¡Cuando he visto la que has montado, casi abro la ventana y te echo a la nieve! Y te lo habrías merecido, cosita traviesa. ¿Tienes algo que decir a tu favor? ¡Oye, no me interrumpas! —la riñó con el dedo en alto—. Te diré todo lo que has hecho mal. Uno: has gemido dos veces mientras Dina te lavaba la cara. No irás a negarlo, Kiti: ¡te he oído! ¿Cómo dices? —Acercó el oído como si la gatita hubiera hablado—. ¿Que te metió la zarpa en el ojo? Bueno, pues mira, es culpa tuya por no haberlos cerrado. Si los hubieras apretado muy fuerte no habría pasado nada. ¡Deja ya de poner excusas y atiende! Dos: has apartado a Copito por la cola cuando le he puesto el cuenco de leche delante. ¡Venga! No me digas que tenías tú más sed que ella, porque eso no puedes saberlo. Y tres: ¡has deshecho todo el ovillo aprovechando que yo no miraba!

»Eso suma tres travesuras, Kiti, y nadie te ha castigado aún por ninguna. Ya sabes que estoy reservando todos tus castigos para el miércoles próximo. ¡Imagínate si también me los reservasen a mí! —reflexionó Alicia, más para sí misma que para la gatita—. ¿Qué tendrían que hacer conmigo al cabo de un año? Como poco, mandarme a la cárcel. O… veamos… Si cada vez que me castigan me quedo sin cena, cuando por fin llegara el terrible día… ¡tendrían que quitarme cincuenta cenas de golpe! Bueno, pues tampoco sería tan grave. ¡Prefiero eso a tener que comérmelas todas juntas!

»¿Oyes cómo repica la nieve contra el cristal, Kiti? ¡Qué dulce suena, y qué suave! Como si alguien le diera besitos a la ventana desde fuera. Me pregunto si la nieve quiere de verdad a los árboles y los campos para besarlos así. Luego va y los abriga con su manto blanco; tal vez hasta les diga: «Dormid tranquilos, queridos míos, hasta que vuelva el verano». Entonces, en verano se despiertan, se visten de verde y se ponen a bailar al viento. Ay, Kiti, ¡es tan bonito! —exclamó Alicia, dejando caer el ovillo para aplaudir—. ¡Y qué ganas tengo de verlo! Porque en otoño, cuando las hojas se van poniendo amarillas, parece que al bosque le entrara sueño.

»¿Tú sabes jugar al ajedrez, Kiti? No sonrías, picarona, que te lo pregunto en serio. Hace un rato, cuando jugábamos, mirabas como si entendieras. ¡Si hasta ronroneaste cuando grité: “Jaque”! Y la verdad, Kiti, es que fue un muy buen jaque, y habría podido ganar de no ser por ese horrible Caballero que se coló entre mis piezas. Kiti, preciosa, imagínate que somos…».

Ojalá pudiera contaros la mitad de las cosas que decía Alicia a partir de su frase favorita: «Imagínate que somos». El día anterior había discutido un buen rato con su hermana, y todo porque Alicia le había propuesto: «Imagínate que somos reyes y reinas», y su hermana, que se tomaba muy en serio la precisión, le había contestado que eso no era posible porque solo eran dos, obligando a Alicia a replicar: «Bueno, tú puedes ser uno y yo seré todos los demás». Y una vez le dio un susto de muerte a la vieja nana al gritarle de pronto al oído: «¡Nana! Imagínate que yo soy una hiena hambrienta y tú eres un hueso».

Pero nos estamos desviando de lo que le dijo Alicia a la gatita negra.

—¡Imagínate que tú eres la Reina Roja, Kiti! Si te sentaras más erguida y con los brazos cruzados, te parecerías muchísimo. ¡Vamos, inténtalo, sé buena chica! —Alicia retiró la Reina Roja de la mesa y la plantó delante de la gatita para que esta la imitase, pero la cosa no funcionó; sobre todo, según Alicia, porque se negaba a cruzarse de brazos como es debido. Así que, para castigarla, la alzó frente al espejo para que viera lo enfurruñada que estaba—. Y si no te comportas de inmediato —añadió—, irás de cabeza dentro de la Casa del Espejo. ¿Es eso lo que quieres?

»Ahora, Kiti, si dejas de hablar tanto y me prestas un poco de atención, te contaré lo que pienso de la Casa del Espejo. Para empezar, hay una habitación que es igual a este salón, solo que las cosas están puestas al revés. Subida a una silla puedo verlo todo, salvo el trozo que está detrás de la chimenea. ¡Me encantaría poder ver ese trozo! ¡Me gustaría tanto saber si encienden el fuego en invierno…! Pero no hay cómo saberlo, salvo cuando nuestro fuego empieza a echar humo y en esa habitación se ve humo también. Pero eso podría ser un truco para hacernos creer que han encendido el fuego. Bueno, y sus libros se parecen bastante a los nuestros, solo que las letras están al revés. Me di cuenta cuando acerqué un libro al espejo y ellos hicieron lo mismo en la otra habitación.

»¿Te gustaría vivir en la Casa del Espejo, Kiti? No sé si allí te darían leche. Tal vez la leche del Espejo no sea buena. ¡Mira, Kiti! Eso que se ve es el pasillo. Si dejas abierta del todo la puerta de nuestro salón, puedes ver una mínima parte del pasillo de la Casa del Espejo, aunque está claro que más allá debe de ser muy distinto. ¡Ay, Kiti, sería tan bonito poder pasar al otro lado…! Estoy segura de que la Casa del Espejo está llena de cosas hermosas, Kiti. Imagínate que hay un modo de entrar en ella. Imagínate que el espejo se hace blando como una gasa y lo podemos atravesar. ¡Vaya, qué curioso, yo diría que se está convirtiendo en una especie de niebla! Será muy fácil atravesarla… —Esto lo dijo Alicia encaramada a la repisa de la chimenea, aunque no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. El caso es que el espejo, efectivamente, como una brillante niebla de plata, estaba empezando a deshacerse.

Un segundo después, Alicia estaba al otro lado y de un saltito llegaba a la Habitación del Espejo. Lo primero que hizo fue ver si ardía un fuego en la chimenea, y comprobó complacida que el de ese lado no solo era real, sino que llameaba tan vivamente como el que había dejado atrás. «Aquí estaré igual de calentita que en la otra habitación —pensó—, o incluso más, porque nadie vendrá a reñirme para que me aparte de las llamas. ¡Huy, qué divertido será cuando me vean a este lado del espejo y no puedan alcanzarme!».

Entonces se puso a mirar a su alrededor y comprobó que lo que se podía ver desde la anterior habitación era vulgar y corriente, pero que todo lo demás era completamente diferente. Por ejemplo, los cuadros que colgaban de la pared junto a la chimenea parecían estar vivos, y hasta el reloj de la repisa (del que, como sabéis, solo se podía ver la parte de atrás en el espejo) tenía cara de viejecito y le sonreía.

—Esta habitación no la mantienen tan aseada como la otra —se dijo Alicia al ver varias de las piezas de ajedrez echadas entre las cenizas del hogar; pero enseguida, con un breve «¡Oh!» de sorpresa, se puso a gatas para contemplarlas de cerca: ¡las piezas paseaban por parejas!—.

»Aquí están el Rey Rojo y la Reina Roja —dijo Alicia (en voz muy baja, por temor a asustarlos)—, y allí, sentados en el canto de la pala, están el Rey Blanco y la Reina Blanca. Y aquí van dos Torres del brazo. No creo que puedan oírme —continuó, acercando aún más la cabeza—, y estoy casi segura de que tampoco me ven. Me siento como si fuera invisible.

Entonces, algo crujió en la mesa y Alicia se volvió justo a tiempo de ver rodar y patalear a uno de los Peones Blancos: lo contempló llena de curiosidad por ver lo que ocurriría luego.

—¡Es la voz de mi niña! —chilló la Reina Blanca, que adelantó al Rey con tanto ímpetu que lo derribó sobre las cenizas—. ¡Mi Lily preciosa! ¡Mi gatita imperial! —iba diciendo, mientras trataba de escalar desesperadamente por la pantalla.

—¿Imperial? ¡Un cuerno! —dijo el Rey, frotándose la nariz magullada por la caída. Tenía motivos para estar algo enojado con la Reina, porque iba cubierto de cenizas de la cabeza a los pies.

Alicia quería mostrarse útil a toda costa y, viendo que la pobre Lily berreaba como una posesa, no dudó en alzar a la Reina y depositarla en la mesa junto a su escandalosa hijita.

La Reina tragó saliva y se sentó: el veloz viaje por los aires la había dejado sin aliento y durante un minuto o dos solo atinó a abrazar a la pequeña Lily en silencio. Tan pronto como recobró la compostura, se dirigió de viva voz al Rey Blanco, que permanecía sentado entre las cenizas con gesto sombrío: —¡Cuidado con el volcán!

—¿Qué volcán? —preguntó el Rey, mirando ansioso hacia el fuego, como si le pareciera el lugar más apropiado para ver uno.

—Me… ha… catapultado —jadeó la Reina, que aún no había recobrado el resuello—. Procura subir… del modo normal: ¡no dejes que te catapulte a ti también!

Alicia observó al Rey Blanco mientras escalaba penosamente los barrotes de uno en uno, hasta que dijo:

—Caramba, a ese paso tardarás horas en llegar a la mesa. ¿No prefieres que te ayude? —Pero el Rey no se dio por aludido: era evidente que ni la oía ni la veía.

De modo que Alicia lo agarró con mucha delicadeza y lo alzó pausadamente para no cortarle el aliento como a la Reina; y cuando estaba a punto de dejarlo en la mesa, pensó que debía también sacudirlo un poco para quitarle las cenizas que lo cubrían.

Más tarde diría que nunca en su vida había visto una cara como la que puso el Rey cuando se vio por los aires, sujeto por una mano invisible que lo desempolvaba. Estaba demasiado asombrado para gritar, pero sus ojos y su boca se fueron haciendo más y más grandes y más y más redondos hasta que a Alicia le dio tal ataque de risa que casi lo deja caer.

—¡Ay, no, por favor, no pongas esas caras, amiguito! —le rogó, olvidándose de que el Rey no la oía—. ¡Me haces reír tanto que no voy a poder sujetarte! ¡Y cierra esa bocota, que se te va a llenar de ceniza! Bueno, ya está, has quedado mucho mejor —añadió, mientras le alisaba el pelo y lo depositaba en la mesa cerca de la Reina.

Súbitamente, el Rey se cayó de espaldas y se quedó inmóvil; y Alicia, que no las tenía todas consigo, recorrió la habitación en busca de agua para reanimarlo. Sin embargo, lo único que encontró fue un frasco de tinta; y cuando regresó con él, el Rey ya se había recuperado y cuchicheaba con la Reina en voz tan baja y temblorosa que Alicia apenas podía oírles.

—¡Te aseguro, querida, que se me helaron hasta las patillas! —decía el Rey.

Y la Reina le replicaba:

—¡Pero si tú no tienes patillas!

—¡El horror de ese instante —continuó el Rey— es algo que jamás jamás olvidaré!

—Pues claro que lo olvidarás —dijo la Reina—, siempre y cuando no escribas un memorando.

Alicia observó con gran interés cómo el Rey sacaba del bolsillo un enorme libro de memorandos y se ponía a escribir. Entonces, dejándose llevar por un impulso, tomó entre sus dedos el extremo del lápiz, que sobresalía por encima de su hombro, y empezó a escribir por él.

El pobre Rey parecía tan atónito como contrariado; estuvo luchando un rato con el lápiz sin decir nada, pero Alicia era demasiado fuerte para él. Por fin exclamó, exhausto:

—¡Será posible! Está visto que necesito un lápiz más delgado. Este me resulta imposible de dominar: escribe por su cuenta toda clase de cosas.

—¿Qué clase de cosas? —dijo la Reina, asomándose al libro (en el que Alicia había anotado: «El Caballo Blanco se desliza por el atizador. Su equilibrio es inestable».)—. ¡Eso no es un memorando de tus sentimientos!

Alicia se había sentado y, sin quitarle ojo al Rey Blanco (porque seguía un poco preocupada por él y aún tenía el frasco de tinta por si se desmayaba otra vez y tenía que echárselo encima), empezó a pasar las páginas del libro que había a su lado en la mesa, tratando de encontrar algún pasaje que pudiera leer, «porque está todo en un idioma que no sé», se dijo.

Era algo así:

IUQOLREIBAJ

ognod lignáf le odnauc, edratirF

,apalrop al ne azruh y alcigeR

soboborog sol nav selbedniM

.alahca etnarrogip le Y

Estuvo dándole vueltas y vueltas hasta que al fin se le hizo la luz: «¡Pues claro! ¡Lo que pasa es que es un libro Espejo! Y si lo pongo delante de uno, las palabras volverán a enderezarse».

Este es el poema que leyó Alicia:

JABIERLOQUI

Fritarde, cuando el fángil dongo

Regicla y hurza en la porlapa,

Mindebles van los gorobobos

Y el pigorrante achala.

«¡Vigila, m’hijo, al Jabierloqui!

¡Que no te muerda con sus zarpas!

¡Evita al pájaro Yoyobi

Y al furbio Baitezampa!».

Él empuñó su espada albosa

Y en busca fue del vilnemigo;