Alicia en el País de las Maravillas - Lewis Carroll - E-Book

Alicia en el País de las Maravillas E-Book

Lewis Carroll

0,0
1,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Hace más de 150 años, un brillante y tímido matemático de Oxford creó una historia que comenzaba con un conejo blanco mirando un reloj de bolsillo y una niña rubia cayendo por la madriguera del conejo. Así comienza la historia de la que es tal vez la heroína más popular de la literatura inglesa y un popular icono literario en todo el mundo.  Acompaña a Alicia a visitar el País de las Maravillas y el mundo a Través del Espejo y conoce a sus excéntricos y peculiares amigos: La Reina de Corazones, el gato de Chesire, o el Sombrero Loco entre muchos otros.  En esta edición se presenta una versión adaptada de los títulos “Alicia en el País de las Maravillas” y “A Través del Espejo”. Ideal para introducir a los lectores más jóvenes de la casa, niños o jóvenes en el mundo de Alicia y se hagan partícipes de la sátira sobre el lenguaje, las alegorías y los sueños de la obra de Carroll. Y, ¿por qué no? para que los adultos revisiten con los ojos de un niño este moderno cuento de hadas.  * Lewis Carroll (nacido Charles Lutwidge Dodgson, 1832-1898) fue un matemático, fotógrafo y escritor inglés. Sus obras más famosas son "Alicia en el país de las maravillas" y su secuela "A través del espejo", así como los poemas "La caza del Snark" y "Jabberwocky". 

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Lewis Carroll

UUID: 3bc2d7cc-e0e2-11e8-aef7-17532927e555
Este libro se ha creado con StreetLib Writehttp://write.streetlib.com

Tabla de contenidos

Créditos

ÍNDICE

Alicia en el País de las Maravillas

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Créditos

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

y

ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO

*

Lewis Carroll

Edición Juvenil Ilustrada

Traducción y adaptación: Javier Laborda López

Ilustraciones: Ángeles Ballté

Alicia en el País de las Maravillas

Alicia a través del Espejo

© Lewis Carroll

© De la presente traducción y adaptación Javier Laborda López 2015

© Ilustraciones: Ángeles Ballté 1984

ÍNDICE

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO

Introducción

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Alicia en el País de las Maravillas

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Capítulo I

Conocí una vez una niña que se llamaba Alicia. Era una encantadora niña de ojos azules, rubita y con una imaginación tan fantástica como podréis ver si seguís leyendo sus aventuras.

Esta niña me contó que un día estaba con su hermanita sentada a la orilla de un río y que se aburría porque no sabía qué hacer. Su hermana tenía un libro, pero era un libro muy tonto que no tenía ilustraciones ni diálogos y ¿para qué sirve un libro sin ilustraciones? ¿Verdad?

Así que Alicia empezó a mirar a su alrededor, cuando de pronto vio un conejito blanco de ojos rojizos. Conejo Blanco se la quedó mirando y de pronto dijo:

— ¡Oh, Dios mío! ¡Qué tarde es ya!

Y sacando un reloj de su chaleco miró la hora y echó a correr. La verdad es que Alicia nunca había visto un conejo con chaleco y reloj y, menos aún, le había escuchado hablar como una persona, por lo cual pensó que aquello era muy interesante y decidió seguir a Conejo Blanco, para ver en qué paraba todo aquello.

El Conejo se metió en una gran madriguera y Alicia, sin pararse a pensar en cómo podría salir de allí, le siguió. La madriguera era como un túnel recto, pero, inesperadamente, terminaba en un pozo, que Alicia no tuvo tiempo de ver y, sin poderlo evitar, cayó por él.

Aquel pozo era muy raro, pues Alicia se dio cuenta de que caía por el aire, pero muy despacito, como si fuera volando lentamente hacia abajo. ¿Dónde terminaría el agujero? No lo podía saber porque el fondo estaba muy oscuro, pero en cambio por las paredes del pozo había armarios y estantes en los que estaban colocados muchos libros. También había mapas y cuadros.

Mientras iba cayendo despacito Alicia pensó:

— ¡Qué caída tan bonita! Cuando vuelva a casa no voy a tener miedo de caerme por las escaleras y ya verán todos lo valiente que voy a ser.

— ¿Cuántos kilómetros habré bajado ya? —pensó Alicia—. Seguramente más de cuatro mil. Creo que llegaré al centro de la Tierra. Pero, ¿y si no paro en el centro? Entonces saldré por el otro lado y seguramente veré a la gente andando cabeza abajo. Si es así tendré que preguntarles el nombre de su país. “Señora, ¿me hace usted el favor de decirme si estoy en Australia o en Nueva Zelanda?” Bueno, tal vez no pregunte nada, porque me tomarían por tonta. Seguramente habrá por allí algún letrero donde lo ponga.

Y Alicia seguía bajando, bajando...

— ¿Qué será de mi gatita Dina? No sé si se acordarán de ponerle su platito de leche a la hora de merendar.

Estaba ensimismada en estos pensamientos, cuando ¡cataplum!, terminó su viaje y se encontró encima de un montón de hojas secas. No se hizo nada de daño.

Delante de ella había una especie de túnel largo por el que vio correr a Conejo Blanco. Este iba diciendo:

— ¡Por mis orejas y mis bigotes! ¡Qué tarde se me está haciendo!

Alicia me dijo que al verle salió corriendo detrás de él y que casi le iba a alcanzar, cuando al doblar una esquina se encontró con que había desaparecido. Ella estaba ante una gran sala iluminada por varias lámparas que colgaban del techo. Esta sala tenía muchas puertas y Alicia quiso abrirlas, pero todas estaban cerradas.

Se fue al centro de la sala y se dio cuenta de que encima de una mesita de tres patas, toda de cristal, había una llave. ¿De qué puerta sería? Probó en todas, pero no pudo abrir ninguna. No sabía qué hacer, cuando vio que detrás de unas cortinas había una puerta pequeñita, como de un metro de altura, y probando en ella la llave se encontró con que la abría. Detrás de la puerta había un pasillito muy pequeñín, como de ratones. Arrodillándose en el suelo miró por aquel pasillito y vio al fondo el jardín más maravilloso que os podáis imaginar. “¡Qué estupendo sería —pensó— salir de este salón tan aburrido y poder pasear por entre la hierba y las flores, junto a las frescas fuentes del jardín! Pero la entrada era tan pequeña que ni siquiera podía meter la cabeza.”

— Y además —dijo—, ¿de qué me servirá meter la cabeza, si luego no podía pasar los hombros? ¡Qué pena que no pueda encogerme, como los telescopios! Seguramente podría hacerlo si supiera cómo hay que empezar.

Pero como tampoco sabía cómo hay que empezar, volvió al centro del salón y se le ocurrió mirar en la mesita de cristal, a ver si había otra llave o por si habían puesto allí algún librito que explicase cómo deben hacer las personas para encogerse como telescopios.

Pero lo que había ahora en la mesa era una hermosa botella que tenía un letrero donde decía: “Bébeme”.

Alicia era muy prudente y sabía que no se debe beber de cualquier botella. Primero era necesario mirar, por si en alguna parte ponía “Veneno”, porque ya se sabe que bebiendo en las botellas donde pone “Veneno”, más pronto o más tarde, los niños salen fastidiados.

Miró la botella por todos lados y vio que no tenía escrita aquella palabra, por lo que decidió probar un poco. Enseguida notó que aquello sabía a mantecado, a flan, a pavo asado, a piña, a pastel de manzana, a mermelada de fresa y a menta. Estaba tan riquísimo que, sin pensarlo más, se lo bebió de golpe.

En cuanto terminó notó una sensación muy rara,

— Debo de estarme encogiendo como un telescopio.

Y así era, en efecto. Se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta que quedó de la altura de un gato. Se puso contentísima, pensando que ahora cabría por la puerta que daba al jardín, pero se quedó quieta durante un rato, por si se encogía más.

Como no ocurría nada, decidió entrar en el jardín, pero cuando fue a hacerlo se dio cuenta de que se había olvidado la llave sobre la mesita de cristal. Vosotros diréis que no tenía nada más que cogerla, pero ¡ahí estaba el problema! ¿Cómo iba a cogerla ahora que era tan chiquitina? Ella la veía allá arribotas, pero por muchos saltitos que daba no lograba alcanzarla pues ahora la mesa era para ella una cosa gigantesca. Intentó trepar por una de las patas de la mesa, pero era tan resbaladiza que tuvo que dejarlo.

Desesperada se sentó en el suelo y empezó a llorar.

Poco después, se dio cuenta de que debajo de la mesa había una caja de cristal. Llena de curiosidad la abrió y dentro encontró un pastel que con chocolate tenía escrita de manera primorosa la palabra “Cómeme”.

— Acaso me haga crecer el pastel, pero si me hace encogerme más podré pasar por debajo de la puerta del jardín, que es lo que me importa, de manera que voy a comer un poco.

Y como lo pensó lo hizo. Su puso la mano en la cabeza para ver si crecía o encogía, pero pronto se dio cuenta de que no le ocurría nada. A cualquiera que come un pastel le ocurre lo mismo, que no crece ni encoge; pero esto, que es lo natural, a Alicia le extrañó mucho porque ya se estaba acostumbrando a lo extraordinario. De forma que de pronto se decidió y se comió todo el pastel.

— ¡Oh, Dios mío! —exclamó Alicia—. ¡Estoy creciendo como un telescopio gigantesco!

Así era en efecto. Alicia se agigantaba por momentos y crecía tan de prisa que a ella misma le daba la impresión de que sus pies iban quedando solos, allá abajo.

— ¡Pobrecitos pies míos! Ahora no os podré atender. Estoy tan lejos de vosotros que tendréis que arreglároslas solos. ¿Os enfadaréis? ¿Qué haré yo entonces, si os negáis a llevarme a los sitios que quiera ir? ¡No os enfadéis! Os prometo que por Navidades os compraré unos zapatos nuevos. ¡Dios mío cuántas tonterías estoy diciendo!

En aquel momento se dio cuenta de que su cabeza había chocado con algo duro. Era el techo del salón. Ya debía tener Alicia más de dos metros y medio.

A pesar de todo quiso entrar por la puerta del jardín. Pero esto era más imposible que nunca. Al comprenderlo se puso a llorar amargamente.

Como era tan grande lloraba también con lágrimas muy grandes y aunque se riñó a sí misma con bastante energía por llorar de aquella manera no pudo impedir que sus lágrimas formaran en el salón una especie de estanque que llegaba casi hasta la mitad de la habitación y tenía varios centímetros de profundidad.

Sólo dejó de llorar cuando oyó unas pisadas que se acercaban. Era Conejo Blanco que iba muy bien vestido llevando un par de guantes de cabritilla en una mano y un abanico en la otra. Como siempre iba corriendo y diciendo:

— ¡Se van a enfadar conmigo! ¡La Duquesa se va a poner hecha una furia porque la hago esperar!

Como Alicia no podía hablar con nadie, al ver al Conejito, se alegró mucho y se dirigió a él diciéndole muy finamente:

— Caballero, ¿sería usted tan amable...?

Pero apenas el animalito la oyó dirigirse a él cuando se la quedó mirando asombrado y dejando caer los guantes y el abanico salió corriendo disparado.

Alicia se quedó asombrada y cogiendo los guantes y el abanico comenzó a abanicarse mientras pensaba:

¡Hay que ver las cosas raras que me están pasando hoy! Ayer no me pasaban estas cosas. ¿O será que no soy la misma? Me gustaría que alguien viniera a buscarme para preguntárselo y entonces si me gustaba ser quien me decían salía de aquí... Aunque creo que saldría de todas maneras... ¡Mamá! ¡Estoy cansada de estar en este sitio tan raro y solitario!

Estaba ya a punto de volver a llorar, cuando se dio cuenta de que se había podido poner uno de los guantes del Conejo. Entonces pensó que había vuelto a encogerse y fue a medirse con la mesa de cristal, comprobando que ahora no sería más grande que un ratón. Pero lo peor era que parecía seguir achicándose. Hasta que de pronto notó que todo era por el abanico y lo tiró como si le quemase. Inmediatamente dejó de achicarse.

— ¡De buena me he librado! —pensó—. Ahora podré salir al jardín.

Pero le ocurrió lo mismo que la vez anterior. La llave estaba sobre la mesa y no podía pensar en alcanzarla. Estaba tan preocupada que no se dio cuenta de que pisaba un terreno resbaladizo hasta que se encontró metida en agua salada.

— Debo haberme caído en el mar —pensó.

Pero en seguida se dio cuenta de que era en el charco formado por sus propias lágrimas donde se había metido.

Cerca de ella oyó que chapoteaba alguien. Era un ratón que también se había caído en el charco.

— ¿Sabrá hablar este ratón? Por si acaso voy a probar... ¡Oiga, Señor Ratón! ¿Sabría usted decirme cómo puedo salir de aquí?

El Ratón se la quedó mirando, pero no respondió.

— Seguramente no entiende mi idioma. Acaso sea un ratón francés, como Napoleón. Veamos: Ratoncito “ou est ma chatte?”. Lo que quería decir: “¿Dónde está mi Gato?”.

Esta era la única frase en francés que recordaba Alicia, por ser la primera de su libro, pero al parecer, al Ratón no le hizo ni pizca de gracia, porque dio un brinco y se le erizaron los pelos.

— ¡Ay, hijo, perdona! No sabía que ni se te pudiera hablar de los gatos. Pues te advierto que hay gatos monísimos como mi gatita Dina.

Pero al Ratón no le hacían gracia ninguna clase de gatos, ni aunque fuera la misma Dina.

— Perdona; no seguiré hablando de gatos. ¿Quieres que te hable de perros? Pues verás: en frente de mi casa hay un terrier monísimo que... ¡Vaya! ¿Tampoco se te puede hablar de perros?