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La educación es la base para construir una sociedad mejor, pero ¿estamos realmente preparados para enseñar a convivir en un mundo diverso y desafiante? En Alto y claro, Nélida Zaitegi analiza las fallas del sistema educativo actual y ofrece propuestas concretas para transformarlo. Con un enfoque directo y contundente, nos recuerda que educar no es solo una tarea de las escuelas, sino una responsabilidad compartida entre familias, docentes y sociedad. Desde la prevención del acoso escolar hasta la promoción de una convivencia positiva, Zaitegi nos invita a reflexionar sobre cómo podemos construir un sistema educativo que prepare a las futuras generaciones para vivir y colaborar en armonía.
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Seitenzahl: 212
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Alto y claro
Claves para repensar la educación
Nélida Zaitegi de Miguel
Prólogo de Encarna Cuenca
Primera edición en esta colección: abril de 2025
© Nélida Zaitegi de Miguel, 2025
© del prólogo, Encarna Cuenca, 2025
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2025
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14
www.plataformaeditorial.com
ISBN: 979-13-87568-71-9
Diseño de cubierta: Isabel González (@muchacha_pinta)
Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime S. L.
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
A todas las personas que se preocupan y ocupan en la mejora de la educación y lo hacen con pasión y compromiso. Eskerrik asko, bihotz bihotzez.
Prólogo
Nota de la autora
Introducción
1. Una vida plena y digna de ser vivida
2. Construyendo la base: cómo aprendemos
3. La familia como pilar educativo
4. Los ayuntamientos como impulsores del cambio
5. La escuela y el sistema educativo
6. Crear las condiciones para la transformación social
Agradecimientos
Cubierta
Portada
Créditos
Dedicatoria
Índice
Comenzar a leer
Agradecimientos
Colofón
Hace siglos, en la antigua Roma, el pueblo veneraba al dios Jano, guardián de los umbrales y de los comienzos, símbolo de la transición entre el ayer y el mañana. Con sus dos rostros —uno vuelto hacia el pasado y el otro hacia el futuro—, Jano encarnaba la continuidad de la existencia, ese flujo constante que moldea lo que hemos sido y lo que podemos llegar a ser. Como un escultor que observa su obra tras cada golpe de cincel, Jano nos recuerda que cada inicio se forja en lo que dejamos atrás, y que el verdadero progreso depende de nuestra capacidad para reflexionar sobre el pasado mientras esculpimos el porvenir.
En el ámbito de la educación, esta mirada hacia atrás no debe ser solo un acto de memoria, sino un ejercicio esencial para construir un futuro más justo y equitativo. Cada lección del pasado debe ser un golpe de cincel, esculpiendo, con paciencia y precisión, una sociedad más sabia y compasiva. Sin olvidar, como recuerda Nélida Zaitegi, que la compasión es empatía en acción.
Alto y claro es una invitación a esa doble mirada y a una reflexión profunda. La autora nos guía en un viaje por lo que la educación ha sido, por pensamientos e ideas, y lo que aún puede llegar a ser. Destaca su poder para ayudarnos a esculpir un futuro más prometedor, en el que el fin último de la educación sea lograr que cada persona consiga sacar a la luz la mejor versión de sí misma.
Educar es mucho más que transmitir conocimientos: es cuidar; es un acto de creación calmada que, con cada aprendizaje y cada experiencia, ayuda a dar forma a una vida plena de significado y digna de ser vivida. La educación es una obra compartida. Comienza en la familia, donde se modelan los valores fundamentales; continúa en la escuela, que pule y refina competencias y habilidades; y se completa en la sociedad, que debe proporcionar el entorno adecuado para que cada individuo brille.
Por ello, se debe entender que la responsabilidad de construcción de un futuro mejor no puede recaer únicamente en la familia o en la escuela, es una tarea conjunta que ha de contar con el compromiso de toda la sociedad. Solo a través de ese esfuerzo colectivo, la educación puede formar una ciudadanía consciente, personas capaces de moldear y vivir una vida plena de significado.
En estos tiempos inciertos, debemos mirar en ambas direcciones: hacia el pasado que ha forjado nuestra identidad y hacia el futuro, que aún guarda formas por descubrir. Este libro es un reflejo de esa dualidad. La autora nos invita no solo a reflexionar sobre lo que la educación ha sido, sino a imaginar lo que puede llegar a ser. Nos recuerda que cada decisión, cada método y cada enseñanza están esculpidos por una vasta historia de ideas que nos han traído hasta aquí.
Considero estas reflexiones un regalo simbólico, como aquellos que los romanos intercambiaban en honor a Jano para iniciar el año con buenos augurios. Que estas páginas te sirvan como guía cargada de sabiduría y esperanza, un recurso para esculpir un mundo mejor que genere una vida digna. Como en la vida, la educación nos enriquece si damos y recibimos. Solo así adquiere significado.
Encarna Cuenca
Presidenta del Consejo Escolar del Estado
Como parte de una meditada elección personal, en este libro, utilizo el femenino para referirme a las personas, con independencia de su género, porque serlo nos incluye a todas y nos hace iguales en derechos y en deberes.
«Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado».
Miguel de Unamuno
«Si algo se tiene que hacer con la educación y la pedagogía, es discutirlas».
Philippe Meirieu
En estos momentos de gran complejidad e incertidumbre provocados por una combinación de crisis económicas, desigualdades sociales, migraciones, cambios demográficos, el impacto de la pandemia, la innovación tecnológica, la inestabilidad política, el cambio climático o la globalización, enfrentamos desafíos complejos que requieren respuestas adaptativas y resilientes.
Estos cambios, acelerados y constantes, nos llevan a la necesidad de un nuevo pacto social que responda a las nuevas demandas de las personas y las sociedades. De hecho, no se trata solo de una era de cambios, sino de un auténtico cambio de era. Precisamente por esto, es urgente repensar la educación, su sentido y su práctica, como una herramienta fundamental para el desarrollo humano y la transformación social. Necesitamos más que nunca reinventarnos como individuos y como sociedad.
Por ello, el propósito y la finalidad de la educación no debería ser una cuestión de interés solo para profesionales o personas expertas, sino para toda la sociedad. Garantizar una educación de calidad para todos sus miembros es un deber que corresponde a los poderes públicos, y es una responsabilidad que no se puede delegar. Sin embargo, centrar la atención solo en la educación formal o escolar, sin abordar también la informal y no formal, es como hacernos trampas al solitario. La escuela no puede educar sola.
Pero educar en valores como la justicia, la solidaridad, el cuidado y la sostenibilidad se convierte en una tarea complicada cuando esos mismos valores no se perciben en el entorno.
En este contexto, las preguntas son necesarias para avanzar en sabiduría. Como se ha dicho, «la sabiduría está en las preguntas» o «millones vieron caer la manzana, pero Newton fue quien se preguntó por qué». Sócrates también afirmó que «la sabiduría consiste en reconocer la propia ignorancia». Por eso, cuestionarnos y reflexionar junto con otras personas nos hace más sabias, porque ninguna lo sabe todo, todas sabemos algo y juntas sabemos mucho. De esta idea surge, precisamente, el concepto de inteligencia colectiva.
Algunas preguntas para reflexionar
¿Cómo quieres vivir y en qué sociedad?¿Cómo se puede vivir una vida plena y digna de ser vivida?¿Cómo avanzar hacia una sociedad más justa, solidaria y sostenible?Más que respuestas, tengo preguntas, y las comparto con la esperanza de que sirvan para fomentar la reflexión, tanto individual como colectiva, aún más necesaria. Son preguntas, en fin, que me hago a mí misma y que surgen de una mirada a mi entorno: a los centros educativos, al profesorado, al alumnado, a las familias, a la sociedad y a la responsabilidad educativa de todas ellas. No tengo, en cambio, las respuestas, que son en realidad de quien las construye, porque no se encuentran, sino que hay que crearlas. Por eso, a lo largo del libro propongo algunas lecturas que pueden ayudar en este proceso.
Escribir este libro me ha obligado a reflexionar, a filtrar y seleccionar lo que he aprendido en los distintos escenarios en los que he desempeñado mi trabajo como maestra y pedagoga. Los aprendizajes se los debo a las personas que me han acompañado en mi proceso de madurez personal y profesional: a mi alumnado, a mis hijos e hija, a mis colegas, pero también a las conversaciones, a los debates y a las lecturas que me han aportado herramientas para la reflexión, tanto sobre mi propia práctica como sobre la educación en general.
En 1967, cuando empecé a trabajar como maestra de enseñanza primaria, era una ávida lectora de todo lo publicado hasta entonces sobre la Escuela Nueva. Recuerdo leer la colección completa de Célestin Freinet: Las invariantes pedagógicas, La educación por el trabajo, Consejos a los maestros jóvenes… Gracias a lo que aprendí, en mis clases puse en práctica «la asamblea» y utilicé la imprenta de cola de pescado para trabajar los textos libres. Más tarde, cuando me matriculé en Pedagogía, en la jornada de tarde de la recién creada Universidad del País Vasco (UPV/EHU), descubrí a otros autores que enriquecieron mi manera de ver y entender la educación: Piaget, Vigotsky y, sobre todo, Paulo Freire y sus libros: La educación como práctica de la libertad y todos los que lo siguieron.
La Ley General de Educación de 1970, conocida como Ley Villar Palasí, trajo consigo una formación para el profesorado que agradecí muchísimo, porque ofrecía una mirada diferente a la que había aprendido en la Escuela de Magisterio. Además, se acercaba más a la experiencia que había vivido como alumna en una escuela pública durante los años cincuenta. Ahí aprendí de mi maestra, Emilia Zuza Brun, a pensar por mi cuenta, a ser «desobediente». De hecho, de ella heredé la pasión por la educación.
Más de treinta años después, una de mis alumnas de aquella época, ya convertida en madre de un adolescente, me llamó para hacerme una pregunta muy curiosa: quería saber si aquello que hacíamos cuando ella tenía once años era lo que se conoce como la asamblea de Freinet. Me contó que, en una reunión de familias en la ikastola de su hijo, les habían presentado una «innovación muy importante». Sin embargo, cuando explicaron en qué consistía, ella les respondió que no podía considerarse una innovación, porque eso ya se hacía en su escuela cuando ella era pequeña. Hablamos, entonces, sobre el sentido de estas prácticas, y concluimos que, aunque no sean nuevas, siguen siendo innovadoras si contribuyen a mejorar la capacidad de pensar, fomentan la autonomía y fortalecen las relaciones entre el alumnado.
Todo lo que sigue es, ante todo, una invitación a la reflexión compartida, una llamada a revisar nuestros paradigmas, ideas y creencias sobre la educación, porque de ellos dependen la cultura y las rutinas escolares de los centros, de las familias y de los diversos entornos en los que vivimos. Y es que, como ya he dicho y repetiré muchas veces, la educación es mucho más que los centros educativos: está en el centro de la vida de las sociedades, que educan por lo que son, no por lo que dicen ser; por lo que hacen, no por lo que afirman querer hacer.
Este libro es, pues, una visión personal, construida a lo largo de más de cuarenta años de experiencia de primera mano en distintos escenarios. Desde las aulas, la dirección del centro y la inspección, hasta otros servicios de la Administración educativa en los que he trabajado, cada etapa me ha aportado aprendizajes que quiero compartir aquí. En este sentido, soy consciente de que esta es solo una manera de mirar y, como cualquier otra, no es inmune a la crítica ni al cuestionamiento. Al contrario, aspira a fomentar el disenso y el diálogo.
Solo puedo responsabilizarme de ser capaz, o no, de expresar lo que pienso en este momento, pero no de que mis ideas sean originales. Estoy segura de que otras personas lo han dicho antes, y yo he aprendido de ellas, aunque no siempre sea consciente de quiénes eran. Por eso, pido disculpas de antemano si no las cito. Del mismo modo que no podría enumerar todos los alimentos que han contribuido a que mi cuerpo sea lo que es hoy, tampoco puedo citar todas las ideas que han nutrido mi manera de entender el mundo y la educación. Mi visión, al fin y al cabo, la he construido reinterpretando y haciendo mías las ideas de otras personas.
No pretendo, como decía Sócrates, ser un «tábano» que incomode a nadie. Mi única intención es plantear cuestiones que nos permitan poner sobre la mesa la necesidad de repensar la educación, para que, de verdad, se convierta en una herramienta de transformación social. Porque, tal como decía Gandhi, la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Se trata, por tanto, de conocer la educación que tenemos, analizar sus problemas y buscar y poner en marcha las mejores soluciones para avanzar hacia sociedades más justas, sostenibles y basadas en la ética del cuidado. Este paradigma es esencial para desarrollar capacidades que permitan una vida plena y el bienestar individual y colectivo.
Pero no me aferro a lo que pienso en este momento, pues siempre estoy dispuesta a cambiar de opinión si encuentro motivos, argumentos y razones de peso para hacerlo. Por ello, me gustaría que estas páginas se entendieran como una propuesta de conversación, una invitación al diálogo reflexivo que nos ayude a profundizar, matizar y encontrar argumentos más precisos y útiles para mejorar la educación y, con ello, a las personas y las sociedades. Sea como sea, comparto lo que ya decía Freire en Pedagogía de la esperanza sobre la necesidad de mantener el optimismo, la esperanza y el compromiso activo, a pesar de los pesares, porque solo desde una visión esperanzadora se puede impulsar la acción transformadora de la educación.
Es alentador saber que esta preocupación por la educación como motor de transformación es compartida por muchas personas en todo el mundo. En 2022, la Unesco publicó el informe Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social para la educación, fruto de un proceso de consulta en el que participaron cerca de un millón de personas. Este documento plantea la creación de un nuevo contrato social para la educación, que se considera una herramienta clave para construir un futuro justo, solidario, pacífico y sostenible.
Con una dosis importante de ambición, o quizá de ingenuidad, estos son mis paraqués:
Para hacer una pausa, PARAR, y darnos el tiempo necesario para pensar y dialogar con calma sobre algo tan importante en nuestra vida y en nuestra sociedad.
Para provocar reflexiones, diálogos profundos y debates entre el profesorado, las familias y todas las personas interesadas en el presente y el futuro de la educación, algo muy relacionado con el presente y el futuro de la sociedad.
Para revisar nuestros paradigmas, ideas y creencias, compartirlos y tratar de influir en las decisiones que nos afectan, y hacerlo a través de un diálogo sereno y un contraste de ideas bien fundamentadas.
Para dedicar un tiempo a la reflexión crítica de lo que aquí se plantea y cuestionarlo.
Para pensar, construir un criterio propio y cambiarlo cuando la realidad demuestre que ya no es válido.
Para mantener una actitud de apertura y escucha, revisar continuamente nuestras certezas y atrevernos a cambiarlas sin miedo si es necesario.
Vivimos en tiempos de titulares, eslóganes, tópicos y frases hechas que fomentan un pensamiento superficial y débil, que no se fundamenta en razones ni argumentos medianamente serios. Da la sensación de que todo vale, sin importar de dónde venga o quién lo diga; como si quien más grita tuviera más razón.
Asimismo, debemos ser conscientes de nuestros propios sesgos de confirmación, ese fenómeno por el cual tendemos a rodearnos y a confiar en quienes piensan como nosotras, ya sean amistades, colegas, las redes sociales o los medios de comunicación. De este modo, reforzamos nuestro sentido de pertenencia y, sin darnos cuenta, repetimos lo escuchado sin someterlo a la imprescindible crítica personal que nos permita decidir si hacerlo nuestro o no. En este sentido, el filósofo Francesc Torralba señala la tendencia a formar «burbujas ideológicas» cerradas, círculos en los que se comparten las mismas ideas. Según este autor, esta inclinación puede explicarse por la intolerancia hacia la diferencia y el miedo a la discrepancia ideológica.
Como todas, yo también tengo mis sesgos, y, justamente por eso, espero que lo que digo sea sometido a crítica. Como decía Ortega y Gasset, «cuando enseñes, enseña también a dudar de ello», y, aunque en este caso mi objetivo no es enseñar, sí que quiero promover la reflexión y el debate sereno.
En una canción de 1983, Aute cantaba: «Que no, que no, que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso». Si esto se dijo hace cuarenta años, hoy es una exigencia absoluta frente a la velocidad de los cambios de todo tipo que se producen a nuestro alrededor y que debemos esforzarnos por entender.
Necesitamos llamar a las cosas por su nombre, y, si el que tenían hasta ahora ya no nos sirve, hay que volver a nombrarlas y crear una nueva gramática para hablar de ellas. Así, palabras como bienestar, vulnerabilidad, equidad, excelencia, transformaciónsocial, justicia social, inclusión, sostenibilidad o decrecimiento —en contraposición al crecimiento infinito— son todas ellas fundamentales para entender un mundo que cambia a gran velocidad. Pero hay otras palabras, más vinculadas a la práctica educativa, que también necesitan ser redefinidas: vida plena, educación, aprendizaje, enseñanza, innovación, currículo, metodología, evaluación, participación, compromiso docente, corresponsabilidad y un largo etcétera.
Los escenarios actuales son nuevos y complejos; vivimos en entornos físicos y digitales que se entremezclan e interactúan y en los que las tecnologías cambian y modulan nuestra forma de relacionarnos. Nos encontramos ante una nueva cultura emergente, de la que nadie puede sustraerse y que plantea nuevas necesidades para construir vidas plenas y dignas de ser vividas. Y, además, esto no acaba aquí: Michio Kaku, un famoso físico teórico norteamericano, afirma que estamos a punto de dejar atrás la era digital para entrar en la era cuántica, que traerá consigo cambios científicos y sociales inimaginables.
Por ello, hoy más que nunca necesitamos nuevos marcos mentales para entendernos a nosotras mismas, a las demás personas y al mundo en el que vivimos; una base común que nos permita afrontar el futuro con nuevos paradigmas para construir proyectos colectivos más humanos y humanizantes. En un momento de crisis personal, el escultor Eduardo Chillida afirmó: «Tengo las manos del pasado, pero no las del futuro», algo que es también aplicable a la educación. Necesitamos nuevas manos para crear un futuro que ya es presente e iniciar nuevos caminos, nuevas formas de hacer acordes con los nuevos tiempos que pongan a las personas y su bienestar en el centro de todo.
Debemos, pues, buscar y encontrar puntos en común, valores compartidos o metas educativas universales que sirvan como base para nuevos acuerdos, aunque partamos de visiones distintas. Y hay que poner en marcha y ejercitar un pensamiento crítico constructivo que nos permita afrontar los retos a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos con las mejores respuestas posibles. Estas perspectivas y visiones diferentes, además de dar color y calor a los debates, nos ayudan a descubrir lo que compartimos para avanzar hacia soluciones más efectivas. Debemos, en fin, explorar alternativas en las que el desacuerdo inicial no sea un obstáculo para la colaboración y que nos permitan aprovechar la «inteligencia colectiva» para encontrar las mejores respuestas.
Sabemos más sobre educación que nunca; ahora es el momento de reflexionar, organizar y priorizar este conocimiento para construir un proyecto educativo colectivo que afecte a la educación de forma global, a lo que ocurre en las aulas, en los centros, en casa, en la calle, en las redes sociales y en los medios de comunicación. Es esencial dedicar un tiempo a repensar la educación para no caer en los errores que Gandhi ya señalaba hace más de cien años:
La verdadera dificultad es que la gente no tiene ni idea de lo que es realmente la educación… Solo queremos proporcionar una educación que permita al estudiante ganar más. Apenas pensamos en la mejora del carácter de quienes estudian. […] Mientras esas ideas persistan, no hay ninguna esperanza de que algún día conozcamos el verdadero valor de la educación.
La actualidad nos brinda una oportunidad para no quedarnos en lamentaciones sobre la incertidumbre, la polarización o la demagogia que nos rodean. Es momento, pues, de tomar la iniciativa para crear un futuro mejor, de renovar y adaptar nuestras instituciones y de construir nuevos relatos acerca de quiénes somos y cómo queremos vivir.
En este sentido, comparto lo que afirma Martha Nussbaum:
Nuestro mundo necesita de más reflexión crítica y más debate argumentativo desde el respeto. Es urgente que sustituyamos esa tan tristemente común práctica de debatir a base de grandes titulares por una modalidad de discurso público que sea en sí misma más respetuosa con la igualdad en dignidad humana de todos nosotros y nosotras. El enfoque de las capacidades se ofrece como contribución al debate nacional e internacional, no como dogma que debamos engullir entero. Está ahí expuesto para que lo valoremos, lo digiramos, lo comparemos con otros enfoques y, luego, si resiste la prueba del debate argumentativo, lo adoptemos y pongamos en práctica.
Comisión Internacional sobre los Futuros de la Educación
. (2021).
Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social para la educación
. París: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Disponible en: <
https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000379381_spa
>.
«La prosperidad trata sobre dar un propósito y un significado a la vida, sentirse realizado y ser también una fuerza positiva en la vida de los demás».
Andy Hargreaves y Dennis Shirley
«La verdadera riqueza de una nación está en su gente; por lo tanto, se requieren nuevos enfoques teóricos que se ocupen de las necesidades de las personas».
Martha Nussbaum
Algunas preguntas para reflexionar
¿Qué retos nos plantean en este momento los cambios que ya se producen y que cada vez se acelerarán más?¿Qué es lo que hace que una sociedad sea mínimamente justa?¿A qué retos se enfrentan y se enfrentarán la infancia y la juventud actuales?¿Qué significa ser una persona competente en los nuevos escenarios en los que nuestro alumnado ya vive y en los que vivirá?¿Cuáles son los aprendizajes que necesitarán para avanzar en el desarrollo y el bienestar individual y colectivo?Como apuntaba en la introducción, nos encontramos en una encrucijada que nos invita a detenernos y reflexionar con calma qué dirección debemos tomar.
En este sentido, aunque podemos responder de muchas maneras y con distintos matices a la pregunta de «¿para qué educamos?», seguramente estaremos de acuerdo en que educamos para la vida. Sin embargo, esta afirmación, más allá de ser una frase bonita, puede parecer vacía si no nos esforzamos en darle un significado claro. Por ello, debemos tratar de definir a qué nos referimos con educar para la vida y determinar qué consideramos una vida plena y digna de ser vivida, ya que, por supuesto, no queremos educar para una vida pobre e indigna.
Dado que existen muchas maneras de vivir y de entender el sentido de la vida, he querido plantear esta pregunta a algunas personas cuyo criterio valoro profundamente y a las que agradezco su tiempo y generosidad al responder a una cuestión tan poco habitual. Una vez más, me adueño de las ideas de otras personas, en este caso de amigas, y comparto a continuación algunas de sus respuestas. A partir de ellas, trataré de avanzar en lo que le corresponde a la educación como proyecto compartido de una sociedad que busca y crea las condiciones para que todas las personas puedan alcanzar esa vida plena y digna de ser vivida que nos proponen.
La buena vida la otorgarían aquellos bienes placenteros que nos ofrecen la naturaleza y la cultura.
La vida buena supone un nivel diferente, y va necesariamente unida a llevar una vida éticamente correcta. Conlleva ser conscientes de que no somos entes aislados, sino miembros de un mundo y una sociedad cuyo bienestar y desarrollo construimos de modo colectivo. Se refiere al bienestar y al cuidado propio y ajeno, a mejorar la vida de aquellos con los que convives y que pasan por tu vida; a querer y ser querido, a sentirnos dignos de ser amados y ser capaces de amar. En esencia, una buena vida es la que te permite disfrutar de bienestar mental, físico y social mientras desarrollas tus capacidades al servicio del bien individual y colectivo.
Una vida plena resulta de la suma de elementos personales, interpersonales y sociales que dan como resultado que las personas se encuentren a gusto y en equilibrio, y que nos impulsa a vivir de una manera más simple, desde la sencillez y la humildad.