Amando a la mexicana - Eva Pau - E-Book

Amando a la mexicana E-Book

Eva Pau

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Beschreibung

Juan Pablo, un mexicano que adora su país natal, llegará a Valencia, de la mano de su amigo Bernat, en el mes valenciano por excelencia: marzo. La cultura valenciana, y especialmente las fallas, serán el perfecto acompañamiento para descubrir la belleza de Valencia. El caprichoso destino hará que conozca a una mujer que se adueñará de su corazón: Montserrat. Pero las intrigas, el dolor del pasado, heridas sin cerrar y un cronómetro a destiempo harán que la historia de amor más bonita del mundo se convierta en un imposible. Dos amantes que se encuentran contra todo pronóstico. Una historia de amor tan arrebatada como el mar y tan efímera como las fallas. Pasión, deseo, secretos y clandestinidad se unen para hacer de las vidas de Juan Pablo y Montserrat un verdadero torbellino que se detonará en las maravillosas tierras que bordean el Mediterráneo, junto con la ambientación más espectacular: las fiestas josefinas.

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No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión por cualquier procedimiento o medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios, sin permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».Amando a la mexicana© Del texto: Eva Pau© De esta edición: Editorial Sargantana, 2021Email: [email protected] edición: Abril, 2021ISBN: 978-84-10046-24-5

A mi abuela,

que me enseñó

a acariciar el cielo.

Prólogo

Tengo muchos libros en mi estantería. Los tengo porque me gusta mucho leer. No soy escritora ni he estudiado literatura, pero sí acumulo un buen número de libros devorados bajo mi brazo. Realmente me sorprende que sea yo quien esté escribiendo estas palabras, porque podría decirse que a primera vista yo no sería la opción más apropiada para realizar este prólogo; pero aunque yo no soy escritora, algo que sí soy es fallera. Soy fallera desde que tengo memoria y uso de razón, así que sobre ellas creo que podría decirse que sí sé un poco. Las Fallas me han llevado a muchos sitios, me han hecho vivir experiencias extraordinarias, momentos privilegiados, y muchos de ellos irrepetibles. Me han nutrido y educado de muchas maneras, pero lo que han hecho con más frecuencia es cruzar a personas que no esperaba en mi camino.

Una de ellas fue a Eva, la autora de este libro. Como a muchas otras personas antes que a nosotras, las Fallas unieron nuestros caminos durante un limitado periodo de tiempo. Igual que los dos protagonistas de esta novela, no teníamos nada en común. Bueno, vale, puede que nosotras sí tuviéramos algo importante en común; la proximidad geográfica y que Eva representaba a las Fallas de su querida Alcira como Corte de Honor de la fallera mayor de Alcira 2019, mientras que yo representaba a las fallas como fallera mayor de Valencia 2019.

Ese fue el motivo por el que Eva me dijo que había pensado en mí como prologuista. Me dijo que había escrito una novela que giraba alrededor de las Fallas, que era una historia de amor, pero no solo de amor entre Juan Pablo y Montserrat, sino que era, además, una declaración de amor a nuestra fiesta, nuestra cultura y nuestras tradiciones valencianas. Eva me dijo que pensaba que yo sabría valorar esta historia, sus matices, sus escenarios, sus emociones, y entender con criterio las vivencias que iban a vivir nuestros protagonistas.

Por lo tanto eso era lo que tenía en mente cuando me aventuré al primer capítulo de su manuscrito. Lo único en lo que pensaba era en las Fallas que vería en él, si estarían bien representadas, si les haría justicia a ellas y a mi querida Valencia, si de veras me transportaría al mes de marzo, pero lo que realmente encontré me sorprendió. Fui pasando páginas, devorando capítulos y a la que me quise dar cuenta estaba atrapada en algo mayor que eso.

Me ví perdida en una historia de pasión irremediable, de entrega, de arriesgarse en la vida y en el amor, de superar miedos y curar cicatrices, de luchar por lo que uno quiere en contra de toda adversidad, y creedme, si algo encontramos en este libro son adversidades, dentro de unos rangos de severidad que jamás hubiera esperado. He llegado a enfadarme con esta historia, a estar en desacuerdo con los protagonistas en múltiples ocasiones, a verlos tomar decisiones bastante cuestionables e incluso a amarlos y odiarlos al mismo tiempo.

Sin embargo, ¿no es eso lo que busca un lector? ¿No es esa la función de un libro? ¿Conseguir que los personajes te hagan sentir, cuestionar, e invertir en ellos nuestro tiempo y nuestra mente? Porque entonces tienes entre tus manos el libro adecuado. Porque creo que esto no es un libro de Fallas. Ellas están constantemente presentes; como una preciosa banda sonora, como un narrador, como un faro de luz y un guía en el camino. Ellas son el pegamento, el perfecto escenario, la emulsión en la que se diluye esta trama, pero he descubierto afortunadamente que este libro también es mucho más.

Esta novela es un nuevo regalo que las Fallas han hecho llegar a mi vida, y confío en que a las vuestras también.

Marina Civera Moreno

Fallera mayor de Valencia 2019

Capítulo 1

El mes de agosto estaba a punto de finalizar, y con él el verano. El calendario pronto daría paso al mes de septiembre y esto significaba que el curso escolar no tardaría en iniciarse. Ya había llegado el momento que tanto temía Juan Pablo: tenía que coger ese avión y dejar atrás toda su vida durante unos meses. Él sabía que su formación en aquella universidad española le beneficiaría mucho y que sería una gran experiencia y aprendizaje; pero a pesar de ello, no podía evitar sentir pavor al ver todo el cambio que esto significaba.

—Te vamos a extrañar mucho, hijo —eran las palabras de un padre que despedía a su vástago en el aeropuerto.

—Cuídate mucho. Recuerda que en el bolsillo de la maleta te dejé un par de platillos mexicanos que preparé por si al principio no acabas de acostumbrarte a la comida española —le explicaba su madre con ímpetu y preocupación—. Y tienes que llamarnos muy seguido para que sepamos de ti. Cualquier problema que te surja nos lo comunicas de inmediato.

—Tranquila, mamá, voy a estar bien. Solo me voy unos meses y ya estoy bastante grandecito como para cuidarme yo solito, ¿no te parece?

—Para mí nunca dejarás de ser mi niño chiquito. Apenas ayer te cargaba en mis brazos y ahora mírate. Ya estás hecho todo un hombre capaz de volar con sus propias alas —no pudo evitar emocionarse mientras esas palabras eran pronunciadas por la voz de una mujer que veía partir a su hijo.

—Te quiero mucho, mamá —dijo Juan Pablo al tiempo que extendía sus brazos para arropar a su madre en ellos.

Después de ese efusivo y emotivo abrazo, su madre le dio la bendición santiguándolo. El niño de sus ojos se iba a otro continente durante unos meses, y ella sentía como una parte suya se iba también junto con él. Juan Pablo besó la mano de su madre para luego dirigirse hacia su padre y abrazarlo también a él.

—No estén tristes, por favor. Se me parte el alma de verlos así. Recuerden que no me voy para siempre, en unos meses estaré aquí con millones de aventuras que contarles de esa España tan linda de la que siempre me han hablado.

—Lo sabemos, Juan Pablo. Aquí el problema es que, como ya sabes, nunca me han gustado las despedidas —confesó su padre tratando de salirse por la tangente y así aminorar la carga emocional contenida en aquel rincón del aeropuerto.

—Será mejor que te despidas de Lupita. Tienes que pasar el control de seguridad ya.

Entonces Juan Pablo se dirigió a ella, Lupita, quien era su novia y además el amor de su vida. Llevaban varios años juntos y estaban muy enamorados, aunque ambos sabían que esa separación no iba a ser fácil.

—Te voy a estar escribiendo a cada rato —fue lo primero que a ella se le ocurrió decirle.

—Y yo voy a leer todos tus mensajes con mucha ilusión y haremos videollamadas y vamos a seguir juntos, como siempre lo hemos hecho. En verdad me voy solo unos meses. Eso se pasa rápido. —Juan Pablo le acariciaba la cara tratando de limpiar las mejillas de esa pobre muchacha que lloraba desconsolada.

—Lo que me preocupa no es la cantidad de tiempo que te vas. Ya sé que el tiempo pasa volando y que antes de lo que me imagine estarás de vuelta aquí, conmigo. Pero a lo que le temo es a todo lo que puede pasar en ese período de tiempo. En España vas a conocer a mucha gente…, a otras mujeres que…

Pero él la interrumpió rápidamente sin dejar que Lupita terminase la frase:

—A ninguna mujer de las que pueda conocer la amaré tanto como te amo a ti. Y cuando vuelva seguiremos con todos los planes de futuro que tenemos. Para mí tú eres la única mujer, no lo olvides nunca.

—Espero que en verdad así sea, Juan Pablo. Pero es que hay algo que me dice que todo va a cambiar cuando estés en España…

—Entre tú y yo nada va a cambiar, te lo aseguro —le dijo con una voz extremadamente suave, para así calmarla, y la abrazó muy fuerte para luego besarla.

—Ya me voy. En cuanto llegue al aeropuerto de Madrid les avisaré. Nos vemos pronto, familia —fueron las últimas palabras de Juan Pablo.

El joven cogió su equipaje de mano y se dirigió hacia la zona del control de seguridad.

—¡Adiós, hijo! —gritó su madre.

—¡Adiós! —dijo su padre.

Lupita únicamente pudo despedirlo con su mano derecha ya que el llanto no le dejaba pronunciar palabra. Juan Pablo, una vez pasado el control de seguridad, se giró y les mandó un beso al aire a las personas que en ese momento él consideraba las más importantes en su vida.

Siguió avanzando hasta la puerta de embarque, sacó su billete y su pasaporte. Era hora de subirse en aquel avión y desplegar sus alas junto a esa máquina que le iba a ayudar a volar. A volar en todos los sentidos.

* * *

Su México querido, su país natal, iba a dejar de ser su lugar de residencia por primera vez en su vida. Ahora su hogar estaría en España, aunque Juan Pablo bien sabía que para él nunca habría ningún otro lugar en el mundo, por muy bello que fuese, que pudiera compararse con la grandeza de su México ni con el amor que él sentía por sus raíces, y es que Juan Pablo, como buen mexicano, idolatraba la cultura y cada una de las costumbres de su adorada patria.

Capítulo 2

El vuelo fue un poco largo, pero no lo suficiente como para lograr desesperar a Juan Pablo. Él era un joven muy tranquilo, calmado y con mucha paciencia; así como también era un hombre de valores y principios. Para matar el tiempo en el avión se dedicó a leer varios artículos que ya había guardado en su teléfono móvil, previniendo el aburrimiento durante el trayecto, sobre el grado que estaba estudiando en México y que ahora estudiaría en la Universidad de Santiago de Compostela: Ingeniería Informática. Además de leer, también tuvo tiempo para dormir y para escuchar música desde su teléfono móvil, con auriculares. Entre su repertorio no podía faltar la música mariachi así como grandes temas representativos de este estilo musical.

Finalmente tocó tierra. Aterrizó en el aeropuerto de Madrid y desde allí cogió el tren que lo llevaría hasta la capital gallega. Durante el trayecto de tren tuvo tiempo de informar a sus familiares de que ya se encontraba en territorio español y que ahora se dirigía hacia Galicia.

Una vez bajó del medio de transporte, tomó un taxi que lo llevó hasta la puerta del edificio en el que iba a hospedarse. Subió sus maletas y se acomodó en la que iba a ser su nueva vivienda. Se trataba de un piso pequeño pero con suficiente espacio para que lo habitase un estudiante. Contaba con una cocina, dos habitaciones, un baño y un pequeño salón que pronto Juan Pablo acomodaría para convertirlo en el lugar de estudio.

Es misma noche se comunicó con sus amigos y con su novia para avisarles que había llegado sano y salvo, y para mostrarles, mediante fotos, el lugar donde ahora residía. Los primeros días le sirvieron para empezar a acostumbrarse a su nueva vida en España, para situarse y conocer la zona en la que vivía y así descubrir dónde se encontraba el centro de la ciudad y la ubicación de la universidad.

Justo a la semana siguiente de su llegada comenzaban las clases. El primer día apenas tuvo oportunidad de conocer a sus nuevos compañeros de aula debido a la preocupación por adaptarse al cambio de universidad y profesorado; pero con el paso de los días y las semanas fue haciendo amigos. Había varias muchachas y muchachos que, al igual que él, eran extranjeros, y otros, que por el contrario, eran españoles. Aunque dentro del grupo de estos había un gran número de estudiantes procedentes de otras comunidades autónomas, uno de ellos era Bernat, originario de Alcira (Valencia), quien, al igual que Juan Pablo, se encontraba en aquella universidad cursando el mismo grado.

Conforme las semanas se sucedían la amistad entre Juan Pablo y Bernat crecía cada vez más, hasta el punto de volverse grandes confidentes. Llegaron a conocer todo el uno del otro, desde la vida que llevaban en sus tierras natales hasta sus grandes inquietudes y ambiciones. Un valenciano y un mexicano, culturas muy diferentes y con una gran tradición histórica que se veían unidas pese a sus grandes diferencias.

* * *

Las navidades llegaron antes de lo que ninguno de los dos pudo imaginarse. La mayoría del resto de compañeros volvieron, en esas fechas tan importantes, a sus orígenes para compartir las vacaciones navideñas con su gente más cercana; sin embargo, el caso de Juan Pablo y Bernat era diferente. Ellos no tuvieron la oportunidad de hacerlo. Debieron quedarse en Santiago de Compostela si querían aprobar el primer semestre del curso porque tanto uno como el otro encontraron dificultad para hacerlo. Esa convivencia todavía los unió más. La ausencia de clases y del resto de compañeros hizo que pasaran más tiempo juntos, en especial, en Nochebuena y Navidad. Durante esas fechas en sus calendarios no podían evitar echar de menos todo lo que habían dejado en sus ciudades, por ello en sus conversaciones siempre aparecían todo tipo de anécdotas y vivencias del pasado, así como explicaciones por la celebración de las fiestas en esos lugares del mundo a los que pertenecían.

—No puedo creer que no conozcas las tradiciones mexicanas, Bernat. En verdad te digo que te encantarían. Algún día te vendrás a México conmigo y yo te mostraré todo el encanto y la belleza de mi país.

—No dudo que así sea, pero te aseguro que como en Valencia en ningún lado. Deberías probar la paella valenciana. Es la comida más espectacular que puedas saborear —respondía Bernat con vehemencia y admiración de cara a su tierra.

—No bueno, si de gastronomía se trata, déjame decirte que no tienes idea de lo rico que está el mole o los tacos mexicanos. Nada que ver con las «fajitas» que ustedes preparan acá —contestaba Juan Pablo defendiendo su cultura—. Y es en navidades cuando en México se realizan las piñatas y las posadas.

—¿Posadas? ¿Qué es eso?

—¿Es en serio tu pregunta? ¡Ves como tienes que viajar a México! —aseguró Juan Pablo para tratar de convencer a su amigo—. Es una fiesta que se realiza los días antes de Navidad en la que se representa el recorrido que san José y la Virgen María hicieron para llegar a Belén. ¡Es precioso! Los que participan en la procesión van cantando villancicos, con cirios… Y el recorrido termina en una de sus casas.

—Suena bien. Pero nada que ver con el árbol que se monta en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. O con el Mercado Central, donde muchos realizan sus compras para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad. Por no hablar de la procesión de la noche de reyes, que finaliza cuando los tres Reyes Magos suben al balcón del ayuntamiento de la ciudad. Eso, querido amigo, es digno de ver.

Así pasaban las horas, y por consiguiente, los días. Hablaban hasta el cansancio de las maravillas que albergaban sus tierras añorando poder verlas de nuevo lo antes posible.

La soledad de la Navidad, por la ausencia de sus familias, terminó con el inicio de las clases después del Día de Reyes. Todo volvió a la normalidad. Los compañeros que se habían ausentado en tales fechas regresaron para seguir con el curso escolar, y ellos dos los recibieron con mucho cariño, aunque ambos sabían que la amistad que existía entre ellos no la tenían con el resto.

Los meses pasaron. Juan Pablo seguía manteniendo el contacto con su familia, con sus amigos y también con su novia, Lupita. El noviazgo entre ellos se había fortalecido con el paso del tiempo debido a la distancia. Ambos seguían muy enamorados y realizaban videollamadas muy de seguido para no perder el contacto y contarse todo lo que ocurría en sus vidas mientras los separaba un charco de agua llamado Atlántico.

* * *

Llegó el conocido día de la paz, que se sitúa por el final del mes de enero, le sucedió San Valentín, y por fin el calendario dio paso a los últimos días de febrero. Bernat, en ese tiempo, tomó una decisión y la compartió con su amigo:

—El mes de marzo volveré a mi tierra, no estaré aquí.

—¿Qué? ¿Y eso por qué? —Juan Pablo se quedó helado.

—Porque en Valencia son Fallas y un buen valenciano, como yo, no podría dejar de estar allí en un mes tan especial para nosotros. Pero no quiero irme solo. Quiero que vengas conmigo.

—Te volviste loco, ¿verdad? ¿Eres consciente de lo que estás diciendo? ¿Qué pretendes, que me vaya a Valencia mientras mis padres creen que estoy en Santiago de Compostela estudiando?

—Exactamente —le contestó con una sonrisa perversa en su rostro—. No es para tanto, Juan Pablo. Mira, tómalo como un viaje de vacaciones para descansar un poco de los estudios. Recuerda que nosotros no tuvimos vacaciones de Navidad como tal y ya nos toca tomarnos un descanso. Además, va a ser un viaje para culturizarte, te enseñaré todo lo que te he contado durante estos meses sobre mi Valencia y mi querida Alcira. No puedes desaprovechar esta oportunidad. Estarás en mi casa, conmigo y con mis padres, no tienes que preocuparte de nada. Créeme que cualquiera quisiera tener tu suerte y poder estar en Valencia en Fallas.

—No lo dudo, pero entiende que no puedo mentirle a mi familia de esa manera.

—Es que no les estás mintiendo. Tú has venido a España para aprender, culturizarte y para conocer mundo. Y es eso precisamente lo que vamos a hacer en Valencia.

—Bernat, yo…

Juan Pablo no pudo terminar la frase porque su amigo lo interrumpió:

—No acepto un «no» por respuesta. Ya he comprado tu billete de tren. Salimos mañana por la noche. Así que empieza a hacerte la maleta para que estemos listos, o como tú dirías: empieza a empacar.

Juan Pablo comenzó a reírse. En verdad sí tenía curiosidad por conocer esa Valencia y esa Alcira de la que tanto su gran amigo le había hablado. Tenía razón, no podía dejar pasar una oportunidad como aquella. Así que abrazó a su amigo y a continuación le dijo:

—Empecemos a empacar.

Capítulo 3

Rondaban las doce cuando Juan Pablo y Bernat llegaron a la estación. Todavía faltaba más de una hora para que el tren iniciara el trayecto hacia Valencia. Ambos estaban muy emocionados, aunque por razones muy distintas: Bernat tenía ganas de ver a su gente y disfrutar de las Fallas, en cambio Juan Pablo sentía la inquietud de que algo ocurriría que le cambiaría la vida. En verdad no se equivocaba. Esos días que pasaría en tierra valenciana le marcarían por el resto de sus días.

Subieron al tren. El equipaje también estaba ya en el lugar correspondiente. Todo estaba preparado, solo había una cosa que a Juan Pablo se le había olvidado llevar en sus maletas: su noviazgo con Lupita.

El joven mexicano decidió eliminar a sus parientes, amigos y conocidos de su país natal de sus redes sociales de modo que estos no tuvieran forma de descubrir que no se encontraba en Galicia. Así como también tomó la decisión de no contestar a ninguna videollamada de ellos durante ese lapso de tiempo. Y así lo hizo.

Bernat durmió durante todo el viaje, en cambio Juan Pablo no logró conciliar el sueño. Estaba inquieto y ansioso por conocer aquel grandioso lugar del que tanto su amigo le había hablado. En verdad quería conocerlo, lo que no sospechaba era que en aquellas tierras tan lejanas a sus orígenes se hallaría todo lo que siempre había soñado.

Cuando por fin se detuvo el tren, Juan Pablo se dispuso a despertar a Bernat:

—Despierta, valenciano. Ya estamos en tus tierras —le dijo mientras lo sacudía.

—¿Tan pronto? —preguntó un poco aturdido.

—¿Pronto? Llevamos horas aquí. Lo que pasa es que tú duermes más que una marmota y ni te has enterado.

Bernat se incorporó, cerró los ojos y levantó su brazo llevando su propia mano derecha hacia su nariz con suavidad, saboreando el aire que respiraba:

—¿Lo hueles?

—¿El qué? —preguntó Juan Pablo mirando a su amigo que parecía no estar en sus cinco sentidos.

—El aire, querido mexicano. Este es aire valenciano. Huélelo y respíralo. Tus pulmones jamás probarán un oxígeno semejante.

—En verdad se te zafó un tornillo —contestó Juan Pablo mientras lo miraba como si estuviera loco.

—No me mires así. Solo digo la verdad. Y espera a que salgamos de este vagón de tren y de la estación porque entonces olerás la pólvora. —Hizo una pausa—. Olerás las Fallas —continuó, mostrando la admiración por sus fiestas regionales—. ¡Vamos, que quiero llegar ya!

Cogieron sus maletas, bajaron del tren, salieron de la estación de Valencia y cogieron un taxi que los llevaría hasta la casa de Bernat, en Alcira.

Valencia, con su encanto, y Alcira, con su humildad y grandeza, se encargarían de enamorar al querido mexicano.

Capítulo 4

Una vez en Alcira se dirigieron a la casa de Bernat. Juan Pablo conoció a los padres de su amigo, quienes lo recibieron con mucho cariño y aprecio. Ambos muchachos se instalaron en la misma habitación, la de Bernat, y pronto se dirigieron al comedor.

—¿Qué hay para comer, mamá? —preguntó Bernat, quien tenía mucha hambre.

—He preparado puchero valenciano. ¡Está para chuparse los dedos!

—Bernat, ¿qué es puchero valenciano? —le consultó Juan Pablo por lo bajini a su amigo.

—Es una comida valenciana muy tradicional. Lleva zanahoria, garbanzos, patatas, chirivía, nabo, nabicol, ternera, pollo, cerdo, tocino… Estoy seguro de que te va a encantar. Además, ¡el que hace mi madre es el mejor!

—Suena bien. Seguro que está muy rico.

—Id poniendo la mesa, que ya voy a servir.

Los dos estudiantes se apresuraron a poner los cubiertos, vasos y servilletas en la mesa, ya que tanto el uno como el otro estaban hambrientos después del viaje.

Juan Pablo y Bernat comieron junto con los padres de este. Primeramente, dieron paso al plato de arroz hecho con el caldo del puchero, para después seguir con un segundo plato en el que cada uno de ellos tenía una pequeña porción de todos los ingredientes que Bernat le había comentado a Juan Pablo.

—¿Qué opinas? ¿Te ha gustado? —interrogó la madre de Bernat a su invitado.

—¡Por Dios, señora! ¡Está riquísimo! ¡Delicioso! —respondió con ímpetu mientras se limpiaba la boca con su servilleta—. A partir de ahora siempre que vaya a algún restaurante pediré puchero valenciano. ¡Qué delicia!

—Me alegro mucho de que te haya gustado —le dijo riéndose—. Pero no pidas siempre puchero. Hay muchos más platillos valencianos para degustar.

—¿De verdad? Yo únicamente sabía de la famosa paella.

—Sí, sí. La paella también está muy buena, y tienes que probarla. Pero no puedes olvidarte del arroz a banda, el arroz al horno, el arroz con costra, el all i pebre, la fideuà, el arnadí, la reganyà de Alcira… Pero no te preocupes, nosotros nos encargaremos de que en tu estancia en Valencia conozcas toda nuestra gastronomía.

—Se lo agradezco mucho, señora. La verdad es que es un placer estar aquí con ustedes y poder conocer toda la belleza de esta tierra, que ya veo que no es poca —contestó con una sonrisa.

—Mamá, Juan Pablo y yo vamos a descansar un poco y enseguida nos arreglaremos para ir a la crida —informó Bernat.

—Perfecto. ¿Hoy vais a vestiros?

—No, hoy no. Pero en Fallas sí. Vamos a mi habitación —dijo dirigiéndose a Juan Pablo.

Una vez llegaron a la habitación, el joven mexicano le preguntó extrañado a su confidente:

—¿Cómo que si vamos a vestirnos?

—Se refiere a que si vamos a vestirnos de falleros, con el traje regional, para que me entiendas.

—Pero yo no tengo uno de esos.

—Pero yo sí tengo para ti.

—¿Cómo?

—Los trajes de mi hermano te pueden servir, tenéis el cuerpo parecido: espalda ancha, brazo musculado, bastante altos… Seguro que los de él te sirven.

—Yo no puedo aceptar eso. Además, ¿qué se pondrá tu hermano?

—Mi hermano está también fuera de Valencia y esta vez no ha podido venir en Fallas, así que a él no le harán falta.

—De todos modos, Bernat. Esos trajes son de tu hermano y seguro que serán muy caros. Te lo agradezco, pero no puedo aceptarlo.

—Pero no era necesario que aceptaras nada. Yo no te estaba preguntando. Será así y punto.

—Pero, Bernat…

—Entiende que quiero que conozcas mis raíces y las vivas al máximo. La cultura valenciana es preciosa y quiero enseñártela —se apresuró a decir interrumpiéndolo—. Vas a vestirte de fallero, claro que sí. Pero hoy no. Eso será los días de Fallas. Y ahora vamos a dormir que esta noche va a ser muy larga.

—Eres muy terco, no se te puede llevar la contraria —le dijo con una sonrisa en el rostro.

—Y si ya lo sabes…, ¿para qué lo intentas?

No tardaron mucho en quedarse dormidos, estaban cansados después de haber pasado toda la noche viajando. En verdad necesitaban recuperar sus fuerzas y estar cargados de energía para la noche que les esperaba, sobre todo a Juan Pablo, quien iba a llevarse una gran sorpresa.

Capítulo 5

Empezaba a caer la noche del sábado. Ya todas las comisiones falleras estaban acudiendo a la plaza del ayuntamiento de Alcira para presenciar el acto de la crida, el cual daría inicio oficialmente a las Fallas en aquel año. Bernat y Juan Pablo, tras una buena ducha, se vistieron con unos vaqueros y el blusón y chaleco de la comisión a la cual Bernat pertenecía; obviamente el americano llevaba la prenda fallera perteneciente al hermano del fallero. También se pusieron el pañuelo de la comisión, y de calzado decidieron utilizar deportivas para así ir más cómodos.

Se dirigieron al lugar en el que se iba a celebrar el acto y fue allí donde Bernat divisó a su comisión y, por consiguiente, a sus amigos. Se sumaron al grupo y Juan Pablo fue presentado a todos, quienes lo integraron rápidamente.

El ambiente era espectacular. Aquella plaza estaba repleta de gente de todas las edades, y por supuesto, las treinta y cinco comisiones falleras de la ciudad de Alcira se encontraban allí con sus respectivos integrantes, los cuales vestían, la gran mayoría, el traje regional. La noche y el tiempo acompañaban perfectamente a la escena. Las charangas sonaban sin parar dándole vida a la velada. Las luces de la calle iluminaban aquella noche de gala tan mágica, y el olor a pólvora y a buñuelos amenizaba la fiesta.

Juan Pablo en verdad estaba maravillado. No podía dejar de admirar la belleza y la alegría que desprendía el estar en aquel lugar. La indumentaria valenciana le pareció preciosa. Había una gran cantidad de mujeres que vestían el traje regional, con todo lo que ello conlleva, y él las admiraba. Eran preciosas. Se fijaba en las caras de felicidad de ellas, todas reían, hablaban entre sí y también con los hombres. En todos se veía reflejado ese sentimiento de amor por su tierra y por sus costumbres. Era una noche para festejar, pues las Fallas, como año tras año, iban a iniciarse bajo la suave y temprana noche de un sábado. Al fin la cuenta atrás había terminado y el tachar los días en el calendario era ya cosa del pasado, pronto las máximas representantes de estas maravillosas fiestas pronunciarían las palabras que todos los alcireños y valencianos habían estado esperando por más de un año. Por fin la espera había culminado.

Pero todos estos pensamientos habían evadido de la realidad al mexicano, quien, ensimismado, había perdido de vista a su amigo y a los que iban junto con ellos. Se encontraba en el medio de aquella plaza, rodeado de gente, pero pronto cayó en la cuenta de que todas esas caras para él eran desconocidas. Le inundó una sensación terrible de soledad, se sentía perdido y aturdido. No tenía idea de cómo encontrar a su amigo, aunque ese no podía ser un problema para él, así que decidió disfrutar del encanto de la noche y de dejar de preocuparse por encontrarlo. De todas maneras, el camino a su casa lo conocía, o al menos eso creía, así que podría volver si es que pasado el acto no lo hallaba.

Salió del medio de la plaza y se apartó de la muchedumbre. Vio a un par de muchachas que iban hablando y riendo. A una de ellas se le cayó el abanico que llevaba atado en su abaniquero, pero ella no se percató. Juan Pablo fue corriendo a recogerlo, la alcanzó y la detuvo.

—Disculpe, señorita. Esto es suyo, se le acaba de caer —le dijo mientras extendía la mano ofreciéndole el complemento que había perdido.

—¡Muchas gracias! Soy un desastre, ni siquiera me había dado cuenta de que no lo llevaba encima.

Entonces ella tomó el abanico que el joven le ofrecía. Fue inevitable que las manos de ambos entraran en contacto y se rozaran la una con la otra. En ese instante ambos levantaron la vista y la mirada de ella se clavó en los ojos de Juan Pablo. Aquella chica tenía unos ojos preciosos y él no podía dejar de observarlos. Eran grandes y de color marrón intenso; transmitían autoridad, seguridad, bravura, dulzura y ternura al mismo tiempo. Estaba convencido: eran los ojos más bonitos que jamás había contemplado.

—Gracias de nuevo por dármelo, Ferran —le agradeció ella fijándose en el chaleco que él llevaba, en el que estaba bordado el nombre del hermano de Bernat.

—No, no. Soy Juan Pablo, no me llamo Ferran. Es que ni el chaleco ni el blusón son míos. Me los han prestado.

—Ah, bueno, pues Juan Pablo —le contestó con una sonrisa en el rostro sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos.

—Vamos, Montserrat, nos están esperando —le apresuró la amiga que la acompañaba.

—Sí, sí. Vámonos —le contestó ella—. Adiós, Juan Pablo —se despidió sin perder de vista su mirada.

—Hasta pronto, Montserrat.

Rápidamente las dos chicas siguieron su camino, y él las siguió con la mirada hasta que las perdió entre la multitud. Juan Pablo se quedó pensando y admirando la belleza de la mujer que había tenido en frente. Su cara era fina, sin impurezas. Sus facciones estaban bien marcadas, pero no por eso dejaban de transmitir delicadeza. Su cabello era moreno, y el pelo de fallera le favorecía. Cuando pudo tocar su mano al entregarle el abanico comprobó que su piel era suave, fina y delicada. Montserrat era extremadamente bella y Juan Pablo repasó en su mente cada detalle de su rostro, el cual había inspeccionado en los pocos segundos que la había contemplado. No lo pudo evitar, un suspiro se escapó desde sus adentros. En ese momento no le preocupaba no encontrar a su amigo o estar en una tierra que desconocía, en ese instante su única preocupación era si la volvería a ver de nuevo.

Lo que él no sabía era que las jugadas del destino y los diferentes senderos de la vida ya habían trazado el camino de ambos, y en ciertos tramos, deberían caminar juntos. Solo que en algunas ocasiones transitarían entre rosas, y en otras, entre espinas.

Capítulo 6

Todas las luces que alumbraban la plaza dejaron de hacerlo. Era la señal que indicaba que estaba a punto de comenzar el acto de la crida, pregón de las fiestas falleras que reúne a todas las comisiones en la plaza del Carbón de Alcira para que, tras un espectacular preámbulo de luces, sonidos y música, las falleras mayores de la ciudad, junto con sus respectivas cortes de honor y autoridades, inviten a los ciudadanos y falleros a disfrutar de estas fiestas desde el balcón principal del ayuntamiento. Juan Pablo, intrigado y emocionado, se abrió paso entre el gentío y logró posicionarse en un punto desde el cual se podía ver con claridad el edificio protagonista del momento.

El acto comenzó. La fachada del ayuntamiento se encendió a la luz de un proyector que plasmaba en ella diferentes imágenes relacionadas con las Fallas: petardos, llamas, pólvora, indumentaria y gastronomía valencianas, monumentos, charangas, falleros y falleras… Todo ello acompañado de una música que le ponía todavía más emoción a todas aquellas representaciones.

Seguidamente, fue una charanga, de reconocido prestigio, quien tocó el himno fallero al compás de los diferentes escudos de cada una de las comisiones, los cuales iban apareciendo por orden de antigüedad en las paredes del ayuntamiento creando, poco a poco y con la aparición de cada uno de ellos, una gran llama, que era símbolo del fuego que se encarga de consumir los monumentos en la noche del 19 de marzo.

Posteriormente, se proyectó, en las paredes del ayuntamiento, un vídeo con una emotiva música de fondo en el que salían ambas falleras mayores siendo vestidas por la corte de honor, quienes ya lucían sus trajes respectivos, resaltando la indumentaria valenciana y destacando cada detalle que una fallera lleva en sus trajes: desde los calcetines, el cancán y las enaguas hasta el aderezo y la banda, pasando por la falda, el cuerpo y las peinetas. Entre las seis muchachas miembros de la corte visten a sus representantes, siendo cada una de ellas la que le ayuda a ponerse uno de los atuendos y accesorios. Después de ello, las cortes de honor acompañan a sus portavoces hasta las puertas del ayuntamiento. Una vez allí, las falleras mayores se despiden de sus chicas y, cogiéndose de la mano, entran al ayuntamiento. Suben juntas las escaleras del edificio hasta llegar al mirador desde el que se dirigen a los alcireños, y una vez allí, el vídeo termina cuando ellas se miran a los ojos conmovidas.

A continuación, la llave de Alcira empezó a descender desde el punto más alto del edificio mientras un músico tocaba el saxofón entonando la melodía de uno de los pasodobles valencianos. La llave llegó hasta la altura del balcón central del edificio, lugar en el que se encontraban las dos máximas representantes de estas fiestas: la fallera mayor infantil de Alcira y la fallera mayor de Alcira, quienes cogieron el obsequio, entre los gritos y aclamaciones de la multitud, cuando llegó a su altura. A la izquierda y a la derecha de este mirador central encontrábamos otros dos, en el que se hallaban ambas cortes de honor, cada una a un lado, y por tanto acompañantes de las máximas representantes de la ciudad.

Las catorce vestían indumentaria valenciana, en concreto, el traje de gala de labradora valenciana que caracteriza a las fiestas junto con los tres moños del peinado de fallera.

Ambas cortes llevaban en sus trajes en dibujo «Iturbi» trabajado con 12 colores de trama y un metal oro. La corte infantil llevaba como fondo un amarillo «Taurit» y la corte mayor lucía un gris «Gárgola».

Los espolines de las falleras mayores estaban trabajados con trama y urdimbre en seda natural, con cuarenta y cinco colores de trama y cuatro metales diferentes. Ambos llevaban el dibujo «Alcira», un diseño exclusivo de esta ciudad. El espolín de la fallera mayor infantil tenía como fondo «Amaranto» y la fallera mayor un «Gris Claro».

Los zapatos, con un poco de tacón, estaban confeccionados con la misma tela del traje que llevaban.

Las manteletas eran de bordado artesanal en cadeneta de hilo de oro con tul de cristal; mientras que las puntillas eran muy finas, delicadas y endebles a la vez que preciosas. Pertenecían a una colección particular de diseño exclusivo.

Con respecto a la orfebrería, el aderezo era en dorado a conjunto con los detalles de la tela fallera, así como las peinetas y rascamoños, los cuales estaban bañadas en oro con un dibujo central que era el escudo de la Junta Local Fallera de Alcira.

Ambas cortes, como marca el protocolo de la entidad, usaban la banda fallera con la real señera valenciana; simultáneamente, las falleras mayores lucían la banda fallera con la bandera española.

Juan Pablo se quedó maravillado ante tanta belleza y cultura. Contemplar los trabajados y deslumbrantes vestidos y complementos de las máximas representantes de las Fallas en aquella ciudad fue todo un acontecimiento que le deleitó.

A continuación, ya con la llave de la ciudad en poder de las falleras mayores, estas pasaron a pronunciar, con micrófono en mano y un foco de luz iluminándolas en medio de la oscuridad de la noche, el discurso que tanto había sido esperado. Discurso que daría inicio a las tan deseadas fiestas y que fue enunciado en valenciano.

—¡Muy buenas tardes a todos! —fueron las primeras palabras articuladas al mismo tiempo por ambas falleras mayores—.1 Alcireñas, alcireños, falleras, falleros… después de todo un año esperando ya ha llegado el gran día. Una vez más, y como marca la tradición fallera, nos reunimos en esta plazoleta presidida por la Casa del Pueblo para dar inicio a las mejores fiestas del mundo. —Hizo una pausa la fallera mayor mientras la gente bramaba—. Celebradas las presentaciones y exaltadas las falleras mayores solo nos queda disfrutar de la herencia más maravillosa que nos dejaron nuestros antepasados, del verdadero significado de la palabra fiesta. Sí, por fin ya estamos en Fallas.

De nuevo se detuvo mientras aclamaba el tumulto de gente.

—Falleritas y falleritos, siguiendo los pasos de nuestros mayores, salgamos a la calle a luchar por aquello que nos emociona, transmitamos la ilusión que sentimos cuando estallan los cohetes, haciendo realidad la felicidad soñada, reflejada en los monumentos falleros. Juguemos en nuestros casales, bailemos y llamemos orgullosos a nuestras comisiones que forman el mundo fallero alcireño, porque por fin… ¡ya estamos en Fallas! —pronunció la fallera mayor infantil de la ciudad entre gritos de emoción.

—Nos ha sido entregada la llave de la ciudad. Falleras, falleros, alzad vuestros estandartes, ¡la ciudad es nuestra! —dijo la fallera mayor emocionada y levantando la llave de la ciudad al mismo tiempo que el gentío se estremecía—. Decoremos sus calles con los mejores monumentos. Convirtamos sus barrios en jardines con la flor de nuestros trajes y que se oiga por todos los alrededores el perfume a pólvora, pues Alcira despertará con un gran ruido anunciando el nuevo día.

Se escucharon gritos de emoción. Esta vez fue la fallera mayor infantil quien tomó la palabra, ya que iban dando el discurso la una y la otra alternativamente.

—Vivimos en una tierra privilegiada que goza de costumbres arraigadas en nuestros corazones. Una tierra con una amplia cultura, con un gran campo social, con tierras bañadas por agua dulce y salada; y desde aquí queremos que todo el mundo sepa que Valencia, como Alcira, también posee a la mejor gente.

La muchedumbre las vitoreaba al son de sus palabras.

—Gente fallera que se identifica hasta el mismo cielo que nos cubre, decorado por la más amplia paleta del pintor —unos pocos cohetes fueron lanzados—. Y este es el cielo que queremos ver porque en él nos sentimos identificados; pues cuando la noche es cerrada y luce de negro, nosotros pensamos en Sant Joan, Doctor Ferran, l’Alquerieta, Ana Sanchís, Sants Patrons, Sant Andreu, Plaça Alacant, Pintor Andreu, l’Alquenència, la Malva, Pare Castells y Germanies —dijo la fallera mayor nombrando a algunas de las comisiones de la ciudad que se emocionaban al escuchar sus fallas.

—Cuando la tarde se acaba y domina un cielo rojo, vemos a Plaça Major, Plaça del Forn, Camí Nou, Sagrada Família, Camilo Dolz, Albuixarres Camí Fondo, Sant Judes, La Gallera, Ausiàs March y Nou Penalet. Y si lo que aparece es el verde, ¿a quién no le viene a la cabeza El Mercat i Josep Pau?

—Con el simbólico azul vienen representadas Colmenar, Hernán Cortés, Les Bases, Pere Esplugues, Tulell Avinguda, Luis Suñer y Les Cantereries. Identificando con el marrón a Caputxins, con le pulcro blanco a Sant Roc y con el naranja a El Parc. Entre todos dibujando el más maravilloso arco iris que solo los alcireños reconocemos.

—Hemos invertido tiempo, trabajo y esfuerzo hasta llegar aquí. Hemos ganado títulos y con ellos el respeto de muchos. Ahora nos queda mantener lo conseguido. Sabemos que, como siempre, de nosotros depende continuar creciendo —añadió la fallera mayor infantil.

—Crecer como personas y también como falleros que somos. Pues las Fallas cada vez nos dan un poquito más y es por eso que debemos hacer de ellas nuestra vida. Debemos sonreír mostrando la ilusión que despierta la ofrenda de flores y emocionarnos una vez más cuando el fuego coja fuerza para dejarnos solo la ceniza de lo que representa un año de trabajo.

—Cerremos los ojos e imaginemos lo que van a ser las Fallas de este año, pues ya podemos tocarlas; porque para nosotras seguro serán unas fiestas maravillosas que nunca podremos olvidar. Y todo gracias a vosotros, los falleros de Alcira, que nos habéis acogido con afecto y respeto en cada ocasión.

—Gracias también a todos los que se mantienen a nuestro lado: indumentaristas, peluqueros, floristas, maquilladores y todos aquellos que hacen posible nuestra felicidad.

—Y por encima de todo, gracias a los artistas falleros, los pirotécnicos, los músicos, electricistas y gruistas por hacer posible, año tras año, que las Fallas sean una realidad.

—Falleras mayores, presidentes, falleras, falleros, os deseamos unas fiestas falleras muy especiales con capacidad de ocupar un trocito en vuestros corazones para siempre, como seguramente vamos a hacer nosotras dos —continuó la fallera mayor acariciando el brazo de la fallera mayor infantil.

—Y continuar las tradiciones finalizando nuestro parlamento gritando con orgullo y fuerza… —mencionó la fallera mayor infantil.

—¡… vivan las Fallas y viva Alcira fallera! —dijeron finalmente las dos juntas con mucha fuerza y emoción.

Tras estas emotivas palabras, sonó el himno de la Comunidad Valenciana, que fue cantado y tocado en directo por profesionales.

Cuando este llegó a su fin, la muchedumbre de la plaza comenzó a vociferar con chillidos de alegría su pasión por estas celebraciones y la algarabía retumbaba por todos los rincones más escondidos de aquella plaza que, entre las tinieblas de la noche, se vestía de Fallas.

1 Discurso de la fallera mayor de Alcira 2018, Lourdes Burgos, y de la fallera mayor infantil de Alcira 2018, Aitana Carbó, pronunciado en el acto de la crida de Alcira en el 2018, traducido al castellano.

Capítulo 7

La plaza recuperó su iluminación. Las luces volvieron a iluminar la noche. Juan Pablo seguía solo entre tanta gente. No lograba salir de su asombro. Jamás creyó ver en persona aquel festejo. Alucinaba con aquellos trajes, tan autóctonos y representativos de aquella tierra, y a la vez hermosos, llenos de colores que llenaban de luz la oscuridad. Además, podía ver en los rostros de los allí presentes esa devoción que sentían por aquellas fiestas. Un sentimiento que solo los valencianos de corazón llevaban en el alma.

Pronto comenzó a chispear. Las primeras gotas anunciaban la llegada de una fuerte tormenta. Todas las personas comenzaron a dispersarse buscando un refugio que impidiera que su vestimenta resultase dañada por la lluvia.

En cuestión de segundos la plaza quedó prácticamente vacía. Juan Pablo, rápidamente, buscó un balcón que lo protegiese del fuerte aguacero que empezaba a pronunciarse. En vista de que no iba a poder encontrar a Bernat, decidió volver a casa tratando de ir por calles en las que hubiese edificios con balcones donde poder protegerse de la lluvia.

Recorrió diversos callejones del barrio de la Vila mojándose, corriendo de balcón en balcón. Llegó hasta la puerta de la iglesia de Santa Catalina. Había dado vueltas y más vueltas en vano, pues acabó prácticamente en el mismo sitio, ya que la iglesia se encontraba en la calle paralela al ayuntamiento. Fue entonces cuando, en mitad de la oscuridad y entre las intensas gotas de agua, visualizó a una fallera que estaba refugiándose bajo un pequeño balconcillo. Ella llevaba la falda arremangada del revés para así cubrir el traje y evitar que se mojase, y que por lo tanto, se estropease; es por ello que las enaguas quedaron al descubierto pudiéndolas Juan Pablo ver. Él se acercó cortésmente para tratar de ayudarla y pronto pudo comprobar que se trataba de Montserrat.

—Hola, otra vez —saludó él.

—Hola.

—Ahora sí que se soltó fuerte la lluvia.

—Sí, la verdad.

—¿Puedo ayudarla de algún modo? Si necesita ir a algún lado puedo evitar que se moje su lindo vestido.

—¿De dónde eres? Tu acento y tu forma de hablar te delatan, Juan Pablo —cambió ella de tema ya que él no le propiciaba nada de confianza.

—Veo que recuerdas mi nombre, Montserrat. Eso supongo que es una buena señal. Y sí, tienes razón, no soy de aquí. Soy mexicano.

—¿Y qué haces aquí entonces y solo? —preguntó ella haciendo notar que ese extranjero no le generaba nada de confianza.

—Es una larga historia, pero te la puedo platicar si me aceptas un café uno de estos días —le contestó él mientras se acercaba a ella coqueteando.

—Lo siento, pero me enseñaron a no aceptar ofrecimientos de desconocidos —agregó distanciándose de él.

—Supongo que también le enseñaron a no hablar con desconocidos —le dijo mirándola fijamente a los ojos y con una mirada sexy y atrevida—. Sin embargo, lo está haciendo. Ya ves, uno no siempre puede acatar todas las reglas —agregó arrimándose de nuevo a Montserrat de una forma seductora.

—¿Eres siempre así de desagradable? —contraatacó la muchacha alejándose de nuevo de él.

—Créame que no. Puedo ser mucho más agradable como amigo que como desconocido, así que te conviene aceptar mi invitación —le contestó aproximándose de nuevo a ella—. Y esta vez te recomiendo que no des un paso más hacia atrás o terminarás mojándote. Este balconcito no es tan grande —agregó el mexicano tratando de evitar que ella se volviese a alejar.

—Pero a mí no me interesa tenerte ni como desconocido ni como amigo —le contestó con la intención de cortar el galanteo que había por parte de él.

—Entiendo. Y en ese caso, ¿cómo es que le interesa tenerme? —su pregunta fue muy directa. Fue pronunciada de un modo muy cautivador, acompañada de una mirada clavada en los ojos de ella que invitaba a pecar y con una voz muy masculina y provocativa.

En ese momento Montserrat siguió la mirada de aquel hombre que le estaba haciendo temblar, aunque no precisamente por miedo, sino por la atracción que sentía hacia él.

Juan Pablo volvió a acercarse a ella, y como las anteriores veces, Montserrat retrocedió dando un paso atrás, no obstante, antes de que lo terminase de dar, él se apresuró a cogerla del brazo e impulsarla hacia él, logrando que ambos cuerpos estuviesen pegados el uno al otro y sus bocas a unos pocos centímetros.

—Le advertí que no volviera a recular o se mojaría —prácticamente le susurró sus palabras mientras su voz empezaba a temblequear debido a que su adrenalina se disparó por tenerla tan cerca.

Se miraron intensamente a los ojos, y, al mismo tiempo, ambos bajaron su mirada para contemplar sus labios. Los masculinos eran grandes y carnosos, muy apetecibles; por otro lado, los de ella iban a conjunto con su hermoso rostro: eran provocativos pero a la vez tiernos.

El corazón de Montserrat se aceleró de tal manera que llegó a pensar que sus latidos podrían ser escuchados por aquel mexicano que empezaba a volverla loca. En el caso de él, sintió que una fuerte ola de calor invadía todo su cuerpo y que su respiración se entrecortaba al sentir la de esa mujer que tanto lo atraía.

A pesar del aguacero y del frío, la temperatura de los dos se disparaba por segundos.

Él ansiaba fundir sus bocas y recorrer todos sus rincones; ella solo quería callar todo lo que su organismo le gritaba hacer.

Juan Pablo, sin haberla soltado del brazo, apretó un poco su mano, consiguiendo que cuando ella sintió el reiterado contacto se estremeciera por completo.

Aquellas sensaciones se produjeron en cuestión de segundos, pero se desvanecieron en el momento en el que un coche paró justo en frente de ellos.

—Vamos, Montserrat. Súbete —gritó el conductor tras bajar la ventanilla del vehículo.

Ella se separó de Juan Pablo para subirse al automóvil.

—Te veo mañana a las ocho en este mismo lugar para invitarte al café —afirmó él con contundencia.

—No —contestó con autoridad—. Las riendas de mi vida —hizo una pausa— las llevo yo —agregó con cierto aire de prepotencia y orgullo para que su oponente no notase que en verdad se moría de ganas por aceptar la invitación.

Montserrat se apresuró a subir al coche para tratar de mojarse lo menos posible. Una vez lo hizo, el auto arrancó y el estudiante se asomó para ver qué dirección tomaba.

Empapado y bajo la lluvia, el originario de América perdió de vista el automóvil en medio de la tormenta; así como también perdió, o más bien olvidó, aquel amor que sentía por su novia, quien no ocupó ninguno de sus pensamientos, mientras que aquella fallera que acababa de conocer no hacía ninguna tregua para salir de su cabeza.

Capítulo 8

Parecía que la lluvia comenzaba a amainar. Poco a poco el aguacero fue cediendo y las intensas, fuertes y reiteradas gotas de agua mitigaron. Fue entonces que Juan Pablo decidió continuar el camino que había dejado a medias. Esta vez lo hizo con más calma y cautela, siendo riguroso en la elección que hacía de sus calles para llegar a su destino. A pesar de que se equivocó un par de veces más y dio una vuelta más larga de lo habitual por su mala orientación, finalmente logró llegar hasta el portal de la casa de Bernat.

Llamó al timbre. Le abrieron con rapidez. Subió hasta el piso correspondiente y entró en la vivienda.

Su amigo lo estaba esperando en la puerta.

—¿Dónde estabas? Te he buscado hasta el cansancio. He estado llamándote por teléfono y no contestabas. ¡Pensaba que te había pasado algo! —le riñó enfadado nada más verlo—. No hagas ruido que mis padres ya están durmiendo.

—Estoy bien, no ha pasado nada —le contestó mientras avanzaba sigilosamente hacia la habitación—. Simplemente me despisté y cuando me di cuenta ya no estabas. Luego me quedé a ver el acto y después me agarró la lluvia y tuve que esperarme a que parara de llover para volver —le contó con tono suave para calmar su arrebato.

—No hace falta ni que lo digas. Estás completamente empapado —respondió ya más calmado—. Pero ¿por qué no me contestabas al teléfono?

—Pues porque el celular se había quedado aquí cargándose.

—Es verdad. Lo había olvidado —respiró—. Pero a la próxima tenlo cargado. No quiero que esto vuelva a repetirse.

—Sí, sí. Créeme que yo tampoco quiero —sonrió.

—Ve y dúchate con agua caliente que si no te vas a constipar y todavía quedan muchas Fallas por delante.

—Tienes toda la razón, voy a darme un buen baño porque ahorita menos que nunca puedo perderme estas fiestas —pronunció mientras sus ojos se iluminaban al pensar en Montserrat.

—Y… ¿por qué ahora menos que nunca? —cuestionó Bernat a su amigo con sus palabras y con la mirada, pues lo conocía muy bien y sabía que por alguna razón era que lo decía.

—No, por nada. Es una forma de hablar —contestó con la intención de desviar el interrogatorio de su amigo—. Mejor me voy a bañar ya antes de que se haga más tarde.

—Vale —dijo sin estar muy convencido de la respuesta que le había ofrecido—. La ropa échala a lavar que está toda mojada.

—Está bien —fueron sus últimas palabras antes de salir de la habitación rumbo al aseo.

Juan Pablo entró en el cuarto de baño. Se miró en el espejo. En él se reflejaba el rostro joven de un mexicano extremadamente atractivo y embelesador. Sus ojos eran oscuros como el carbón y no muy grandes, sin embargo su mirada conseguía ser muy tentadora y penetrante; los dientes, perfectamente alineados, y de un blanco brillante; una boca grande, de labios carnosos, sabrosos y deseables. Su fisonomía era muy masculina, con una mandíbula muy marcada y unos pómulos muy bien diseñados. Su piel morena, aunque sin serlo de manera exagerada, hacía que aquel joven lograra ser más seductor de lo que ya lo era de por sí.

Ante aquel cristal contempló su semblante. Era un hombre galante y atrayente. Eso bien lo sabía.

No lo pudo evitar. Un suspiro se le salió de sus pulmones cuando recordó a Montserrat. Aquella mujer había conseguido perturbarlo. Se estaba convirtiendo en una obsesión.

Tenía muy claro que aquello era un imposible. Lo más probable era ya no saber nada más de ella. Además, en México había dejado un compromiso con Lupita. Aunque Montserrat era una tentación en la que le gustaría caer…

Pronto decidió desechar todos esos pensamientos de su mente. Pero olvidó que su subconsciente era incontrolable, y ese se encargó de recordarle el rostro de la bella fallera segundo tras segundo.

Durante el tiempo que estuvo duchándose no pudo evitar repasar milímetro a milímetro los rasgos de aquella muchacha. En verdad Montserrat tenía unos rasgos muy valencianos, tal vez era por eso que el traje regional le sentaba tan bien. No iba a poder sacarla de sus pensamientos. Lo tenía asumido. Quería convencerse a sí mismo de que fue su belleza lo que lo tenía hechizado. El problema es que no supo darse cuenta a tiempo de que donde en verdad la valenciana comenzaba a habitar era en su corazón mexicano, y de ahí ya no podría despacharla jamás.

Terminó de asearse y fue hasta la habitación. Su amigo se había quedado dormido esperándolo, así que deshizo su cama cuidadosamente para no despertarlo y se acostó para descansar.

Cerró los ojos. La imagen de Montserrat apareció en su mente otra vez, ya se le estaba haciendo costumbre. Esa noche tal vez sería ella quien le produjera dulces sueños. Y puede que tal vez no solo lo hiciera por esa noche. Y puede también que, como dicen, los sueños se hiciesen realidad.

Capítulo 9

El sol volvió a abrirse paso, como todos los días, entre la luna y las estrellas para dibujar un nuevo amanecer. Juan Pablo y Bernat se despertaron a media mañana, se asearon y se colocaron unos vaqueros, deportivas, el blusón fallero, el pañuelo de la falla y el polar, el cual era rojo.

Juntos se dirigieron al recinto ferial de la ciudad, lugar donde celebraban el concurso de paellas que consistía en que las comisiones que así lo desearan se reunían en aquel lugar y cocinaban, cada una de ellas, una paella para sus comensales falleros. Las fallas que habían decidido participar en el torneo se disputarían obtener el mejor puesto; en cambio, las otras, simplemente guisarían la paella para después comérsela.

Al llegar se reunieron con los amigos de Bernat, los mismos de la noche anterior. El grupo de compañeros dio una vuelta por aquel lugar, observando cada uno de aquellos platillos típicos que cada comisión preparaba. Saludaron a mucha gente conocida. Juan Pablo se sintió un poco aturdido por todas las personas que por momentos le presentaban, aunque de poco servía que lo hicieran, porque entre tantas caras y tantos nombres le fue imposible recordar alguno de ellos.

Finalmente se dirigieron hacia un grupo de falleros y falleras que vestían un polar azul y un pañuelo a cuadros blanco y rojo. Pudo observar, entre todos ellos, que había una joven que llevaba grabado su nombre en la parte trasera de su prenda fallera: Montserrat. Podía ser que se tratase de otra mujer con su mismo nombre, pero ante la duda Juan Pablo decidió observarla. De pronto ella se giró. Sus sospechas fueron confirmadas. Sí era ella. Pero justo en el momento en que él dispuso saludarla, su amigo avanzó hacia ella rápidamente.

—¡Montse, cuánto tiempo! —le dijo entusiasmado y a continuación la saludó dándole dos besos—. ¡Me alegro mucho de verte!

—Yo también me alegro, Bernat. Hace mucho que no sé nada de ti —le contestó entre risas.

Fue en ese instante en el que Juan Pablo decidió intervenir y, colocándose al lado de su amigo, se dirigió a Montserrat:

—A mí también me da mucho gusto volver a verla, Montserrat —le dijo muy cortésmente y levantando su ceja izquierda en señal de picardía; gesto ante el cual ella respondió levantando sus pupilas y desviando su mirada en señal de pesadez, así como también cruzó sus brazos y comenzó a mover su pierna derecha.

—¿Ya os conocéis? —preguntó Bernat intrigado, con cara de sorpresa y moviendo su mirada de Montserrat hacia Juan Pablo.

—Sí —respondió Juan Pablo con una sonrisa en su rostro.

—No —pronunció Montserrat con un tono seco y al mismo tiempo que el mexicano.

—No entiendo nada —afirmó Bernat desconcertado.

—Lo que pasa es que ayer se me cayó el abanico y este hombre lo recogió y me lo dio —se apresuró a dar explicaciones Montserrat como si estuviera justificándose.

En ese momento el americano miró a la muchacha con los ojos entrecerrados para preguntarle con la mirada por qué había respondido con tanta rapidez, como si temiera que lo hubiese hecho él.

—Juan Pablo, como siempre, portándose como todo un caballero —zanjó Bernat el tema.

—¿Y vosotros os conocéis? —preguntó Montserrat intrigada.

—¡Claro! Juan Pablo es un compañero de la universidad. Se ha convertido en un gran amigo —aseguró Bernat al mismo tiempo que le dio una palmadita al hombro de su acompañante—. Y cuéntame, ¿cómo está mi cuñada?

Al oír aquello Juan Pablo abrió los ojos como platos.

—Excuñada, Bernat. Tu hermano y yo ya no somos nada.

El rostro del americano se suavizó, aunque no lograba todavía salir de su sorpresa.

—Para mí siempre serás mi cuñada. No pierdo la esperanza de que todo se solucione entre vosotros.

—Hay cosas que no tienen solución —dijo ella con un tono de voz muy fino, casi susurrando, al mismo tiempo que bajó su mirada hacia el piso.

—¡Bernat! ¡Has vuelto en Fallas! —fueron las palabras que pronunció otro de los amigos de Alcira de Bernat, que no lo había visto desde septiembre.

Bernat fue a saludarlo y Juan Pablo y Montserrat se quedaron a solas durante unos instantes.

—Así que fuiste novia de Ferran —fue lo primero que se le ocurrió decir a Juan Pablo para sacar un tema de conversación.

—Eso a ti no te importa. No te metas en mi vida —fue contundente y autoritaria en su contestación, que fue realizada con una mirada fulminante.

—Mira que es usted una mujer brava —le respondió dando un paso hacia ella, con una media sonrisa pícara en su rostro y sosteniéndole la mirada con esos ojos tan atractivos que tenía—. Y creo que eso es lo que más me gusta de usted: su carácter, su prepotencia y su altanería.

—¿Por qué tienes la maldita manía de acercarte tanto? ¿No sabes hablar a distancia o qué te pasa? —le preguntó atacándolo y manteniendo su postura de mujer déspota e inalcanzable.