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Cinco años atrás, Ava McGuire dejó a Marc y se casó con el mayor enemigo de éste en los negocios, causando un gran escándalo. Pero nadie sabía que la habían forzado a dar el "Sí, quiero". Ahora sólo tenía deudas y otra proposición escandalosa. Marc quería a Ava en su cama durante todo el tiempo que él deseara…
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Seitenzahl: 193
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2009 Melanie Milburne. Todos los derechos reservados. AMANTE PARA VENGARSE, N.º 2056 - febrero 2011 Título original: Castellano’s Mistress of Revenge Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9771-6 Editor responsable: Luis Pugni
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–Por supuesto, madame Cole, usted se queda con las joyas y demás obsequios personales que el señor Cole le dio durante su matrimonio –dijo el abogado mientras cerraba la gruesa carpeta–. Pero la villa de Montecarlo y el yate, al igual que el negocio del señor Cole, ahora pertenecen al signor Marcelo Contini.
Ava estaba en su silla, muy quieta y serena. Llevaba años entrenándose para controlar sus emociones; ni una chispa de miedo se reflejó en sus ojos y sus cuidadas manos, elegantemente apoyadas sobre su regazo, tampoco temblaron ni por un instante. Pero en lo más hondo de su pecho sintió como si una enorme mano se hubiera cerrado sobre su corazón y estuviera aplastándolo con una fuerza brutal.
–Lo comprendo –respondió con frialdad–. Estoy haciendo gestiones para que se saquen mis cosas de la villa lo antes posible.
–El signor Contini ha insistido en que no abandone la villa hasta que se reúna con usted allí. Al parecer, desea discutir algunos asuntos que tienen que ver con la transferencia de la propiedad.
En esa ocasión, y mientras miraba a monsieur Letourneur, no pudo evitar que los ojos se le abrieran como platos.
–Estoy segura de que los empleados de la mansión serán perfectamente capaces de hacerle una visita guiada –dijo entrelazando las manos para que dejaran de moverse.
–Aun así, insiste en verla en persona esta noche a las ocho en punto. Creo que quiere mudarse de inmediato.
Ava se quedó mirando al abogado mientras su corazón latía de pánico.
–¿Es eso legal? No he tenido tiempo de buscar un alquiler, he tenido tantas cosas que hacer y...
–Es perfectamente legal –dijo monsieur Letourneur con cierta impaciencia–. Ya hace meses que la villa es propiedad suya, incluso desde antes que su esposo falleciera. En cualquier caso, se le envió una carta hace semanas informándole de la intención del signor Contini de tomar posesión de la propiedad.
Ava se quedó mirando al abogado, incapaz de hablar, incapaz de pensar. ¿Qué iba a hacer? ¿Adónde iba a ir sin previo aviso? Tenía dinero en su cuenta, pero obviamente no lo suficiente para pagar un hotel durante días, o tal vez incluso semanas, mientras buscaba un lugar donde vivir.
Desde el principio Douglas había insistido en que todo estuviera a nombre de él; eso había sido parte del trato que había hecho cuando insistió en que ella se convirtiera en su esposa. Después, tras su muerte, había tenido que hacer frente a muchos gastos entre el funeral y las facturas que él había ido dejando sin pagar durante los últimos momentos de su enfermedad.
–¡Pero yo no he recibido esa carta! –terminó diciendo cuando logró poner sus pensamientos en orden–. ¿Está seguro de que me la enviaron?
El abogado abrió la carpeta que tenía delante y le pasó una copia de una carta escrita a ordenador que confirmaba su peor pesadilla. La carta debía de haberse extraviado, porque ella no la había recibido nunca. Miró las palabras impresas en el papel, incapaz de creer que eso estuviera pasándole a ella.
–Tengo entendido que tuvo una relación con el signor Contini, oui? –la voz del abogado la sacó de su agitado pensamiento.
–Oui, monsieur –dijo ella–. Hace cinco años... –tragó saliva– en Londres.
–Siento que las cosas no hayan salido mejor para usted, madame. Los deseos del señor Cole eran que usted quedara en una buena situación económica, pero la crisis global lo afectó de lleno, al igual que a muchos otros inversores y empresarios. Es una suerte que el signor Contini accediera a cubrir las deudas pendientes como parte del paquete de propiedades que pasaba a tener en su poder.
De pronto, el estómago de Ava dio un vuelco.
–¿De... deudas? –la palabra salió como un fantasmal susurro–. Pero creía que todo estaba solucionado. Douglas me aseguró que todo estaba atado, que no tendría nada de lo que preocuparme.
Mientras pronunciaba esas palabras se dio cuenta de lo estúpida e inocente que era. Sonó exactamente como la mujer trofeo vacía de coco que la Prensa siempre la había hecho parecer. Sin embargo, ¿no se merecía ese desaire? Después de todo, había sido una tonta ingenua por haber creído a Douglas cinco años atrás y descubrir a las horas de haberse casado con él que no podía confiar en su palabra.
Monsieur Letourneur la miró seriamente.
–Tal vez no deseaba angustiarla con lo mal que estaban las cosas al final. Pero deje que le diga algo: sin la generosa oferta del signor Contini ahora mismo se encontraría en una situación muy complicada. Él ha accedido a hacerse cargo de todos los pagos futuros.
Ava deslizó la lengua sobre lo que le quedaba de brillo labial y captó un cóctel de sabores dulce y amargo, a fresas y miedo.
–Es bastante generoso por su parte.
–Sí, pero también es uno de los hombres más ricos de Europa –respondió el abogado–. Su empresa de construcción ha crecido enormemente durante los últimos años. Tiene sucursales por todo el mundo, incluso en su país de nacimiento, creo. ¿Tiene intención de marcharse a Australia?
Ava pensó con anhelo en volver a su casa, pero ahora que su hermana pequeña se había casado y vivía en Londres, sentía que estaría demasiado lejos, sobre todo, dadas las circunstancias. Serena aún no se había recuperado después de sufrir un aborto tras un nuevo intento fallido de fecundación in vitro. Hacía poco tiempo que Ava había estado visitándola y le había prometido que volvería para ayudarla en esos terribles momentos. Pero ir a verla ahora era algo que ni se planteaba. Serena captaría inmediatamente que algo iba mal y descubrir el problema en que se encontraba su hermana no la ayudaría nada a recuperarse.
–No. Tengo una amiga en Escocia a la que me gustaría visitar. He pensado que podría intentar encontrar un empleo allí.
Ava pudo ver el cinismo en los ojos del abogado mientras se levantaba... Y suponía que se lo merecía; después de todo, durante los últimos cinco años había sido una mujer mantenida. No había duda de que él pensaba que le resultaría muy difícil encontrar un trabajo que le posibilitara un estatus económico como ése al que estaba acostumbrada.
Ella era bien consciente de la precaria posición en la que se encontraba. No iba a ser fácil, pero necesitaba una fuente regular de ingresos para ayudar a su hermana a tener el bebé que tanto deseaba. Su marido, Richard Holt, ganaba un sueldo razonable como profesor, pero no lo suficiente para costear los gastos de repetidos tratamientos de fecundación.
Miró su reloj mientras salía del edificio. Tenía menos de tres horas antes de ver a Marc Contini por primera vez en cinco años y su estómago revoloteaba con miedo a cada paso que daba.
¿Era miedo o era excitación?
Tal vez era una perversa mezcla de ambos, admitió. Más o menos había estado esperando que contactara con ella. Sabía que él disfrutaría con todo lo que le había pasado y se regocijaría en ello. La noticia de la muerte de Douglas seis semanas atrás había recorrido el mundo. Por qué Marc había esperado tanto para verla probablemente sería parte de su plan para sacarle el máximo provecho posible a la caída pública de Ava.
Agradecía el frescor de la villa después de sufrir el calor del sol de verano.
El ama de llaves, un señora francesa llamada Celeste, salió del salón situado a los pies de la grandiosa escalera y se acercó a ella.
–Excusez-moi, madame, mais vous avez un visiteur –dijo y cambiando a inglés añadió–: El signor Marcelo Contini. Dice que estaba esperándolo.
Ava sintió un escalofrío en la nuca.
–Merci, Celeste –dijo dejando con una mano temblorosa su bolso sobre la superficie más cercana que encontró–, aunque creía que vendría mucho más tarde.
–Está aquí, ahí dentro –señaló hacia el salón con vistas al jardín, al puerto y al mar.
–Puede retirarse. La veré por la mañana. Bonsoir.
Cuando la mujer asintió respetuosamente y se retiró, Ava respiró hondo y contuvo el aliento unos segundos antes de soltarlo.
La puerta del salón estaba cerrada, pero podía sentir a Marc allí, al otro lado. No estaría sentado. Tampoco estaría caminando impaciente de un lado a otro. Estaría de pie.
Esperando.
Esperándola.
Colocando un pie delante del otro fue avanzando hasta la puerta y, al abrirla, entró en la sala.
Lo primero que notó fue su aroma; un perfume cítrico e intenso con un matiz a cuerpo masculino que despertó en ella un involuntario fuego.
Lo siguiente en lo que se fijó fueron sus ojos. Se quedaron clavados en los de ella al instante, profundos y oscuros como el carbón, inescrutables y, aun así, peligrosamente sexys. Rodeada por unas espesas pestañas negras bajo unas cejas igual de oscuras, su mirada era tanto inteligente y astuta como intensa e inconfundiblemente masculina.
Después de posar sus ojos en ella durante lo que pareció una eternidad, Marc fue recorriéndola con la mirada y dejando a su paso un fuego abrasador. Las llamas ardían bajo la piel de Ava, le recorrían las venas y encendían un fuego de deseo en su interior que ella creía que había quedado extinguido hacía mucho tiempo.
Marc lucía un traje gris oscuro que destacaba el ancho de sus hombros y su esbeltez, y su oscuro cabello algo más largo que antes, y con un estilo más desenfadado, le sentaba a la perfección. Su impoluta camisa blanca y su corbata con estampados en color plata realzaban su piel color aceituna y los gemelos que brillaban cerca de sus musculosas muñecas le daban una clase que reflejaba el increíble éxito que ese hombre había conseguido durante los últimos cinco años.
–Bueno, por fin volvemos a vernos –dijo Marc con ese tono ronco, profundo y masculino–. Siento no haber podido ir al funeral ni enviarte una carta de condolencias –sus labios se movieron de un modo que parecían negar la sinceridad de esa frase–, pero dadas las circunstancias no pensé que fueras a agradecer ninguna de las dos cosas.
Ava echó los hombros atrás para contrarrestar el poderoso efecto que él provocaba en ella.
–Supongo que ahora estás aquí sólo para regocijarte en tu premio –le dijo en un intento de arrogancia.
Los oscuros ojos de Marcelo brillaron.
–Eso depende de a qué premio estés refiriéndote, ma petite.
Ava sintió su piel arder cuando él volvió a recorrerla con la mirada, y su corazón saltó de excitación como siempre había hecho al oírlo pronunciar palabras francesas con ese sexy acento italiano.
Se preguntó si Marcelo sabría lo mucho que le dolía volver a verlo. No sólo emocionalmente, sino también físicamente. Era como un intenso dolor en sus huesos, que crujían con el recuerdo de él abrazándola, besándola, haciendo que su cuerpo explotara de pasión una y otra vez. Ahora sentía una respuesta parecida de su cuerpo y sólo por el hecho de estar en la misma habitación.
Esperaba que él ya hubiera dejado de odiarla, pero podía ver ese fuego en sus ojos, podía incluso sentirlo en ese metro ochenta y siete de estatura; percibía la tensión en sus esculpidos músculos y en sus manos de largos dedos como si él no confiara en sí mismo, como si tuviera que controlarse para evitar agarrarla y zarandearla por el modo en que lo había traicionado. Si al menos supiera la verdad, pero ¿cómo iba a explicárselo ahora, después de tanto tiempo?
Ava alzó la barbilla con un gesto bravucón que nada tenía que ver con lo que sentía en realidad.
–Dejémonos de acertijos, Marc. Dime para qué has venido.
Él se acercó. Fue sólo un paso, pero sirvió para que a ella se le cortara la respiración y se le formara un nudo en la garganta. Marcelo la miraba fijamente, sus ojos eran dos oscuros y profundos lagos cargados de furia.
–Estoy aquí para tomar posesión de esta villa y para ofrecerte un trabajo para el que ambos sabemos que estás cualificada.
Ella lo miró extrañada, tensa.
–¿Para ha... hacer qué?
–Atender las necesidades de un hombre rico –le respondió con un gélido desdén en la mirada–. Eres bien conocida por ello, ¿no es así?
Ava sintió un escalofrío por la espalda cuando se vio sacudida por ese intenso odio.
–No sabes nada de mi relación con Douglas –dijo intentando controlar el tono de su voz.
–Tu vale de comidas está muerto. Te ha dejado sin nada, ni siquiera con un techo con el que cubrir tu preciosa cabeza rubia.
–Y eso es gracias a que tú se lo quitaste todo –le respondió Ava con brusquedad–. Lo hiciste deliberadamente, ¿verdad? Había cientos, si no miles, de empresas, pero fuiste a por él y se lo quitaste todo para llegar hasta mí.
Él esbozó una sonrisa de victoria matizada con cierta crueldad.
–Te daré un minuto o dos para pensar en ello. Seguro que acabarás viéndolo como el paso más sensato que dar en la situación en la que te encuentras.
–No necesito ni un segundo para pensarlo. No quiero esa basura de trabajo.
–¿Es que tu abogado no te ha explicado cómo son las cosas?
–Preferiría vivir en la calle antes que trabajar para ti. Sé lo que intentas hacer, Marc, pero no funcionará. Sé que piensas que te traicioné deliberadamente, pero no fue así. Yo no sabía nada del negocio de Douglas. Él no me dijo que estaba detrás del mismo contrato que querías tú.
El gesto de la boca de Marcelo denotaba tensión.
–Eres una mentirosa –le dijo con odio–. Hiciste todo lo que estaba en tus manos para hundirme y estuviste a punto de lograrlo. Casi lo perdí todo. Todo, ¿me oyes?
Ava cerró los ojos angustiada; en el aire podía sentir las vibraciones de la furia de Marcelo. No podía defenderse de lo que le había hecho sin darse cuenta al casarse con Douglas Cole, pero si se viera de nuevo en la misma situación, volvería a hacerlo por el bien de Serena.
–Abre los ojos –le gritó Marc.
Cuando Ava abrió los ojos, las lágrimas le borraban la visión.
–No hagas esto, Marc –dijo casi con una súplica–. No se puede cambiar el pasado.
Marcelo la agarró de la barbilla y la atravesó con la mirada.
–Juré que algún día te haría pagar por lo que me hiciste, Ava, y ese día ha llegado. Esta villa es mía y todo lo que hay en ella, incluyéndote a ti.
Ava intentaba soltarse.
–¡No... no!
Los dedos de Marcelo parecían clavarse en su piel.
–Sí y sí, ma belle. ¿No quieres oír mis condiciones?
Ava luchaba por controlar sus emociones; se mordió la parte interior del labio hasta llegar a hacerse sangre.
–Adelante –dijo dejando caer los hombros en gesto de derrota.
Él le soltó la barbilla y deslizó un dedo sobre su labio inferior. Ava quedó fascinada por la caricia, dolorosamente delicada después de la dureza con que le había hablado. Sintió cómo se derretía, cómo la tensión desaparecía de sus extremidades y cómo su cuerpo recordaba lo que era estar junto a esa masculina y protectora calidez.
Al cabo de un momento, él pareció reaccionar. Apartó la mano de su boca y sus ojos volvieron a ser frío carbón.
–Serás mi amante y te pagaré una asignación durante el tiempo que estemos juntos. Pero me gustaría dejar algo muy claro desde el principio. A diferencia del modo en que tú manipulaste a Cole para que se casara contigo, yo no ofreceré el mismo acuerdo. No habrá matrimonio entre nosotros. Nunca.
Ava sintió cómo su corazón se contrajo de dolor ante el despecho de su tono. Había hablado como si se tratara de un negocio, aunque entonces ¿qué había cambiado? ¿No había dicho prácticamente lo mismo cinco años atrás? Nada de matrimonio, nada de hijos, nada de compromiso. Y ella había sido tan tonta de aceptarlo... durante un tiempo.
Ava respiró hondo.
–Pareces muy convencido de que vaya a aceptar tu oferta.
–Eso es porque te conozco, Ava –dijo con un brillo sardónico en la mirada–. Necesitas dinero y necesitas mucho.
–Puedo encontrar trabajo. He estado pensando en volver a trabajar como modelo.
–Sólo tendré que decir una palabra y no habrá agencia en toda Europa que te acepte.
Ava deseó tener el valor de decirle que estaba marcándose un farol, pero después de un parón de cinco años en su carrera de modelo ante la insistencia de Douglas, dudaba que su antigua agencia o cualquier otra la contrataran.
–Puedo encontrar otro empleo –dijo con mirada desafiante.
–No la clase de empelo que te dé los suficientes ingresos como para aumentar la cuenta corriente de tu hermana.
–¿Lo sabes? –preguntó Ava con los ojos abiertos de par en par.
Él le dirigió una enigmática mirada.
–Ya sabes lo que dicen: ten a tus amigos cerca, pero a tus enemigos más cerca todavía. Estoy dedicándome a descubrir todo lo que se pueda descubrir sobre ti, Ava.
Ava sintió como si él le hubiera atravesado el corazón con un largo pincho de metal, pero se mantuvo firme y en ningún momento dejó de mirarlo a los ojos.
–Por favor, deja a Serena al margen de esto.
–No hará falta que sepa más que el hecho de que volvemos a estar juntos.
Ava se preguntó cómo le afectaría la noticia a su hermana. Por lealtad a ella, Serena nunca había mencionado el nombre de Marc en su presencia durante los últimos cinco años y también había guardado el secreto de la verdadera relación de Ava con Douglas Cole, tanto que su marido Richard lo desconocía hasta el momento. Le había aterrorizado que la conservadora familia de Richard se hubiera escandalizado por completo ante el hecho de que ella hubiera estado a punto de entrar en prisión y de que la actuación de Ava fuera lo único que la había salvado de vivir esa terrible experiencia.
Pero volver con Marc bajo los términos que él había fijado era algo impensable para ella. ¿Cómo podría soportar la venganza diaria de Marc? ¿Cómo podría ver ese odio día tras día?
Volvió a mirarlo, impactada por lo frío y calculador que se había vuelto. Sí, cierto, estaba claro que en el pasado no había sido ningún angelito, aunque tampoco había sido cruel; sólo arrogante y orgulloso. Pero lo que más le dolía era que hubiera sido su decisión de casarse con Douglas lo que hubiera provocado ese cambio en él porque lo cierto era que Douglas lo había planeado todo y que ella no había tenido conocimiento al respecto.
Inconscientemente, tocó el anillo de amatista que Douglas le había regalado en los últimos meses de su enfermedad mientras decía:
–Necesito tiempo para pensarlo...
–Has tenido seis semanas.
–¿No pensarás en serio que voy a aceptar esta atroz oferta sin pensar en ello detenidamente, verdad?
Él esbozó una sonrisa burlona.
–Pues no te llevó tanto tiempo decidir irte a vivir con otro hombre después de abandonarme a mí. Al mes ya estabas viviendo con Cole y eras su esposa.
–Estoy segura de que seguiste con tu vida igual de rápido. Es más, no haces más que aparecer en la prensa con una aspirante a estrella colgada de cada brazo.
–Admito que no llevo la vida de un monje, lo cual me lleva a otra de las condiciones del acuerdo.
–Yo aún no he accedido.
–Lo harás.
Ava apretó los dientes ante esa soberbia actitud.
–Deja que adivine –dijo mirándolo con resentimiento–. Quieres que te sea fiel mientras tú vas por ahí y haces lo que quieres con quien quieres.
Los oscuros ojos de Marc resplandecieron.
–Estás bien entrenada. Tal vez el tiempo que has pasado con Cole al final te ha enseñado a comportarte.
Ava apretó los dientes hasta que dejó de sentirlos y la insinuación de que era una cazafortunas la hizo bullir de rabia por dentro ¡Era tan injusto! ¿Por qué no podía dejar tranquilo su pasado?
Le había roto el corazón alejarse de él aquella primera vez y había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para hacerlo. Ser su pareja había sido una experiencia agridulce ya que él se había negado en redondo a ofrecerle nada más que una aventura a corto plazo. El concepto del matrimonio era como una abominación para él y ahora lo parecía más que antes.
Marc sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y se lo entregó.
–He redactado un documento legal para que lo firmes. Indica cuánto dinero estoy dispuesto a pagarte a cambio de que vivas conmigo. Al firmarlo te comprometes a no pedir nada una vez que nuestra relación haya terminado.
–¿Un contrato prenupcial? –preguntó.
–Pero sin las nupcias. Ni matrimonio, ni hijos.
Ava sintió sus entrañas retorcerse de dolor. Ver todo por lo que estaba pasando su hermana al no poder quedarse embarazada le había hecho darse cuenta de lo mucho que ella anhelaba ser madre, y oír a Marc decir con ese tono tan implacable que no quería hijos le atravesó el corazón. Tenía veintisiete años, y aún era joven, pero con los problemas de fertilidad de su hermana no podía evitar pensar que ella también pudiera tener problemas para concebir de manera natural.
–Puedo asegurarte que ni por un momento pensaría en tener un hijo bajo un acuerdo como éste –dijo, dándose la vuelta y con el sobre en la mano.
Lo oyó moverse detrás de ella y se quedó paralizada. Rezó para que no la tocara porque entonces podría sucumbir y rendirse a él. La piel de sus brazos desnudos se preparó para recibir sus cálidas manos. ¿Cuántas veces la había abrazado por detrás? Sus manos se moverían lentamente desde sus caderas hasta sus pechos, cubriéndolos mientras su boca se posaba sobre la sensible piel de su cuello hasta que ella se girara y se ofreciera a él.
En su mente explotaron imágenes de ambos juntos. La pasión que él había encendido era algo que Ava nunca había experimentado con otro hombre, a pesar de que no era virgen cuando lo conoció.
Cuando sus manos se posaron sobre sus caderas, ella se estremeció.
–¿Te da asco que te toque o es que todavía deseas que lo haga? –le preguntó él susurrándole al oído.
«¡Ojalá lo supiera!», pensó ella mientras su corazón le golpeaba el pecho como un péndulo gigante dentro de un reloj demasiado pequeño.
–Te he dicho que... que quiero pensarlo –dijo intentando que no le temblara la voz.
Él la giró y la miró a los ojos.
–No tienes tiempo para pensar, cara. Las deudas te llegan hasta las orejas, esas orejas adornadas con diamantes –le acarició el lóbulo–. ¿Te los compró él?
–Sí.
–Quítatelos.
–¿Qué?
–Quítatelos y quítate todo lo demás que te dio. Ahora.
Ava apretó los labios para contener el pánico. ¿Era ése su Marc? ¿El hombre del que se había enamorado perdidamente? Ahora era como un extraño, un aterrador extraño que no sólo pretendía vengarse, sino también humillarla por completo.
Pero eso no se lo permitiría.
No lo haría.
Apretó los puños y sostuvo la mirada glacial de Marc con una mirada llena de vida.
–No. No. En absoluto.