Amante secreto - Lilian Darcy - E-Book
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Amante secreto E-Book

Lilian Darcy

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Beschreibung

Merecía la pena enfrentarse a su familia por un hombre como Tucker. Daisy Cherry no había visto a Tucker Reid en diez años. No desde que la boda entre él y su hermana había sido cancelada poco antes del gran día. Tenía que contratar a un paisajista para renovar los jardines del complejo hotelero de sus padres. Y contrató a Tucker, el mejor para realizar el trabajo. No tendría por qué haber habido ningún problema tras tanto tiempo. Pero sus padres se enfadaron. Su hermana mayor expresó su desaprobación. Su hermana Lee, la exprometida de Tucker no lo sabía, aún. Y ninguno de ellos sabía que la instantánea, salvaje e intensa atracción entre Daisy y Tucker se había convertido en un romance secreto.

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Seitenzahl: 248

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Lilian Darcy

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Amante secreto, n.º 100 - abril 2015

Título original: The One Who Changed Everything

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6383-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

La risa de Mary Jane se oía a quince metros de distancia, a través de una puerta cerrada y un seto de arbustos; un sonido glorioso en un cálido lunes de mediados de octubre, junto a un lago de montaña.

Daisy Cherry subió las escaleras que llevaban a la oficina del complejo vacacional y encontró a su hermana con lágrimas de risa en las mejillas, rodeada de álbumes de fotos y de cajas embaladas.

—Eh, ¿qué es lo que tiene tanta gracia?

—El bigote de papá, el tocado de boda de mamá. Su ropa —Mary Jane se apoyó en los talones, se llevó una mano al pecho y tomó aire—. Lo siento, no es tan gracioso. No sé por qué estoy…

—No, es fantástico —la interrumpió Daisy.

La mayor de las hermanas Cherry, Mary Jane, de treinta cuatro años, era demasiado seria y responsable la mayor parte del tiempo. En ese momento, con el pelo castaño revuelto formando un halo sobre su cabeza y manchas de polvo en el top color crema, tenía aspecto de llevar trabajando en exceso más tiempo del que podía recordar.

Desde que Daisy había vuelto a casa, hacía dos semanas, había habido varios momentos de tensión entre ellas, respecto a los que Daisy se sentía inocente. Era fantástico ver a Mary Jane perder el control y divertirse un poco. Daisy sonrió.

Por desgracia, la risa y la pérdida de control no duraron mucho.

—No tengo tiempo para esto —afirmó Mary Jane. Se puso en pie, se secó las mejillas con un pañuelo de papel y metió los álbumes de fotos en una caja.

—¿Dónde los has encontrado?

—Aquí, en la oficina, bajo un montón de archivos. Solo Dios sabe qué hacían aquí.

—¿Ya has hecho el equipaje? —preguntó Daisy.

—¿Lo dices por esto? —Mary Jane señaló las cajas, algunas llenas, otras vacías—. Es lo que papá y mamá se llevarán a Carolina del Sur, a su nuevo piso.

—Me refería a tu viaje, no a la mudanza de papá y mamá.

—Está listo desde hace una semana —de repente, Mary Jane pareció tensarse. Se iba al día siguiente.

Era muy viajera. En noviembre y abril, meses de temporada baja en las montañas de Adirondack, en el Estado de Nueva York, Bahía Pinar cerraba y ella viajaba a algún lugar exótico o de relax. Nunca repetía destino. Aprovechaba al máximo su libertad de soltera, aunque Daisy sospechaba que, en el fondo, habría preferido estar casada.

Su soltería se debía sobre todo a Alex Stewart, un hombre horrible. Pero hacía cuatro años que eso era agua pasada. Nadie hablaba ya del tema, pero Mary Jane había desperdiciado muchos años de su vida en una relación que, sin llevar a ningún sitio, había tenido efectos terribles para su corazón y su perspectiva de la vida.

«Mary Jane y yo somos muy distintas», había pensado Daisy más de una vez. El amor de Mary Jane por Alex había sido una llama que se había negado a apagarse, incluso cuando habría hecho falta que lo hiciera. En cambio el de Daisy se había encendido y apagado rápidamente. Como un grifo abierto que se había cerrado de repente.

«Fui demasiado deprisa. Nunca miré bajo la superficie. Fue tan culpa mía como de Michael».

Seguía sintiendo un nudo en el estómago cuando se preguntaba si era una acusación justa para consigo misma. Era la razón de que estuviera allí, en vez de en California. Mary Jane, aunque amable y empática, la había acusado de regresar a casa por las razones equivocadas.

—No te quiero como socia en Bahía Pinar solo porque estás escapando de algo que se agrió en tu vida personal —le había dicho.

Ese año, aprovechando que sus padres habían decidido jubilarse, estaban reformando el complejo vacacional. Bahía Pinar había cerrado un mes antes, y Mary Jane iba a pasar la mayor parte de octubre, incluido su trigésimo quinto cumpleaños, en un safari en África.

—Este año, con la reforma, tendré que saltarme mi viaje habitual —había dicho inicialmente. Siempre era responsable en exceso.

Daisy, sus padres y Lee, desde Colorado, sabiendo cuánto disfrutaba de sus viajes, habían insistido en que se fuera. Finalmente, aunque con desgana, había reservado el tour.

—Si te preocupa que no pueda dirigir esto durante tres semanas, deja de preocuparte —dijo Daisy, viendo que su hermana parecía estresada—. Si soy capaz de crear postres y supervisar su preparación para doscientos comensales, en un restaurante de cinco estrellas de San Francisco, seré capaz de supervisar a los constructores. Tengo un montón de ideas para la reforma del restaurante y estoy diseñando nuevos menús.

—Eso no lo dudo, ¿vale?

—Pero cuestionas mis razones para estar aquí.

—A veces te lanzas demasiado rápido, Daisy. Me contaste lo que ocurrió con Michael. No quiero que ocurra eso con Bahía Pinar —señaló la ventana abierta: el límpido cielo azul se entreveía tras las agujas de pino que perfumaban el ambiente.

Daisy oía el suave rumor que producían al mecerse, acariciadas por la brisa. La paz y familiaridad del lugar, y su increíble belleza, le henchían el corazón.

—No ocurrirá, Mary Jane —contestó, segura de sí misma—. Bahía Pinar es otra cosa. Es mi hogar.

—¿Es así como lo ves? —Mary Jane la miró con curiosidad—. ¿Tras llevar diez años lejos de aquí?

—Sí. Más de lo que esperaba. Acabo de darme cuenta. Me encanta esto.

—Entonces, de acuerdo.

Una nueva paz se asentó entre ellas.

—Creo que, en cuanto al paisajismo —dijo Daisy un momento después—, lo lógico sería hacer el trabajo estructural mientras Bahía Pinar esté cerrado, en vez de esperar a la primavera. Las plantas tendrán que esperar, claro, pero eso es solo una pequeña parte de lo que hace falta.

—Cierto —concedió Mary Jane—. En eso llevamos retraso. Los planos y decisiones sobre el interior requirieron más tiempo del que esperaba, sobre todo las cabañas, y mamá y papá se han hecho los remolones. El terreno les parece bien como está.

—Se equivocan en eso.

—Lo sé. Pero puede que sea demasiado tarde y tengamos que aplazarlo hasta primavera.

—No creo. Ayer llamé a Paisajismo Reid y he concertado una reunión para mañana. Tengo la esperanza de que, si concretamos el diseño pronto, puedan empezar…

—¿Qué has hecho? —interrumpió Mary Jane. Se puso en pie y la miró con expresión horrorizada.

—Concertar una cita. Mañana a las diez.

—Con Paisajismo Reid —casi escupió Mary Jane. Su voz sonó como un martillazo.

—Son los mejores de la zona —apuntó Daisy—. Y conocemos…

—¿La empresa de Tucker Reid?

—Sí.

—¡Es imposible que seas tan ingenua, Daisy! — el rostro de Mary Jane se contrajo—. ¡Tucker Reid!

—Espera un segundo.

—Tucker. Reid —la voz de Mary Jane rezumó paciencia falsa y cortante.

Daisy rezongó para sí. No era como si no entendiera a qué se refería su hermana.

—Fue hace diez años, Mary Jane —dijo con tono amable pero teñido de frustración. Su hermana mayor volvía a hacerle reproches—. Fue una ruptura de compromiso, no un divorcio amargo, y fue mutuo. Lee y Tucker anunciaron su decisión juntos, ¿recuerdas? Además, Lee está en Colorado, a tres mil kilómetros de aquí.

Lee, la segunda de las hermanas Cherry, era el punto medio entre la organizada y enérgica Mary Jane y la, aparentemente plácida, rubia Daisy.

—¿De verdad no tienes ni idea? —intervino Mary Jane con enfado—. ¿De veras no sabes por qué Lee y Tucker cancelaron su boda?

—Eh, yo también estaba aquí —Daisy no entendía su ira—. Fue porque tenían dudas y decidieron no dar el paso sin estar seguros al cien por cien. Lee no estaba preparada. Y Tucker tampoco. Eran muy jóvenes. Creo que fue una decisión muy sabia.

—Ella tenía veintitrés años y el veinticuatro. No eran tan jóvenes. Todos nos alegramos mucho cuando se comprometieron. ¿De verdad crees que Lee quería romper?

—Lee está más que feliz con su vida.

—Ahora sí. Pero le costó tiempo. Mucho tiempo. Años —Mary Jane lo dijo como si supiera bien lo que era eso. De nuevo, flotaba en el aire la sombra de Alex Stewart.

—¿Estás diciendo que la culpa fue de Tucker?

—¡Él la dejó! Aunque simularan que era mutuo, no lo fue. Se debió a dos cosas —Mary Jane levantó un dedo—. Al accidente y a… —aunque levantó el segundo dedo, no llegó a decir la segunda razón.

—¿Al accidente? ¿En serio? —se sorprendió Daisy—. ¿Crees que fue por eso? ¿Por las cicatrices de Lee?

—En gran medida, sí —afirmó Mary Jane, con cierto deje titubeante en la voz.

—¿Consideras tan superficial a Tucker? —Daisy sintió un extraño pinchazo de decepción. Nunca había cuestionado la ruptura. Había aceptado la versión oficial de la cancelación de la boda: Lee y Tucker tenían dudas y, con toda sensatez, habían decidido no seguir adelante.

En aquel entonces, ella, con veintiún años, había estado en su mundo. Recordaba haberle susurrado a su madre su primera impresión sobre Tucker: «Bueno, parece un tipo fuerte y callado».

No lo había dicho como un cumplido, pero tampoco con desagrado. Compartía la alegría de la familia respecto a la boda y había pensado que Tucker era perfecto para Lee; nunca lo habría sido para ella misma, no era su tipo.

—¿Mamá y papá también piensan eso?

—Mamá y papá, todavía más que yo —replicó Mary Jane—. Pero es porque no vieron… —calló de repente y apretó la mandíbula.

—¡Nadie lo ha dicho nunca!

—A mí sí, a menudo. Tú no has estado aquí. Y cuando vienes, Lee también suele venir, así que no hablamos del tema.

—Fue hace más de diez años —le recordó Daisy.

—Eso es cierto —concedió Mary Jane. Se había calmado un poco y estaba menos roja. La emoción violenta que flotaba en el aire empezó a disiparse. Daisy se preguntó cuánto tenía que ver Alex Stewart con su reacción y hasta qué punto seguía Mary Jane arrepintiéndose de los años que había desperdiciado esperando, en vano, a que él se comprometiera en serio.

—¿Es que pasa algo más, Mary Jane? —preguntó con cautela—. Pareces…

—Ya estamos —rezongó Mary Jane—. La tensión no puede ser por ti, ni por Tucker, ¿no? Tiene que ser porque me pasa algo a mí.

—No, claro que no. Pero si te pasa algo, si alguna vez te pasara, quiero que sepas que puedes hablar conmigo, nada más —tocó el brazo de Mary Jane, que no la rechazó.

El ambiente volvió a distenderse un poco. Al fin y al cabo, eran hermanas. Las unía un fuerte vínculo, incluso cuando estaban en desacuerdo.

—Mañana te vas a África —apuntó Daisy—. Vas a pasarlo de maravilla.

—Sí. ¡Oh, sí! —Mary Jane forzó una sonrisa.

—Estoy segura de que aún tienes un montón de cosas que preparar. He entendido tu punto de vista. Es solo que… me ha conmocionado.

—¿Conmocionado?

—Lo de Tucker.

Mary Jane masculló algo incomprensible.

—Has dicho que había dos razones…

—Sí, bueno, en realidad no. No.

—Has dicho…

—Mira, eso no es importante —Mary Jane apretó los labios. Daisy supo, por su expresión tozuda, que no conseguiría sacarle una palabra más.

—Deja que hable con Lee —le sugirió—. También hablaré con Tucker. Si hay razones para no seguir adelante, lo dejaré. La reunión de mañana es solo una consulta inicial para pedir presupuesto, sin compromiso. Además, ¿importaría tanto que la actitud personal de Tucker deje mucho que desear? Es decir, sí, es decepcionante…

Mary Jane soltó un resoplido impaciente, como si esa palabra le pareciera demasiado compasiva.

—Pero solo se encargaría del paisajismo, nada más —siguió Daisy—. Es un trato de negocios, no es como si fuera a convertirse en parte de la familia. No tiene por qué gustarnos todo sobre él.

—Lee…

—Lee es mucho más fuerte de lo que crees —dijo Daisy. «Y es mucho más feliz respecto a su soltería que tú, hermanita», pensó para sí.

—La cancelación de la boda afectó a Lee mucho más de lo que tú crees —replicó Mary Jane.

—Pero nada de esto involucra a Lee, que adora su vida como instructora de esquí y guía de montaña en Colorado.

—Oh, me rindo —masculló Mary Jane. Entró en la oficina y cerró la puerta, por si Daisy dudaba que había puesto punto final a la conversación.

—¿Sabes qué? —la voz de Daisy resonó en la habitación vacía—. ¡Yo también me rindo!

Sin embargo, la afirmación no era cierta. No se había rendido en absoluto. Por eso, cuarenta minutos después, estaba aparcando el coche ante el edificio de Paisajismo Reid. Había llamado a Lee para hablar del asunto; como tenía el teléfono apagado, le había dejado un mensaje.

No tenía cita con Tucker esa tarde. Pero si había alguna posibilidad de tranquilizar a Mary Jane antes de que volara a África al día siguiente, iba a aprovecharla. Había que dedicar energía a los problemas para obtener resultados. Y Daisy ponía energía en todo lo que hacía.

La sede de Paisajismo Reid era la mejor publicidad para el negocio. Diez años antes, la empresa de paisajismo solo había sido un ambicioso plan de Tucker, del que no hablaba mucho, ni siquiera a Lee. Desde entonces, Daisy había vivido en California y no había tenido oportunidad de ver cómo había concretado su sueño.

Tampoco había vuelto a ver a Tucker, y no sabía nada de su vida actual. Podía estar casado y tener dos o tres hijos, comprometido, divorciado, o entregado a su carrera. O ser un mujeriego sin planes de asentarse.

El edificio en sí era magnífico: una funcional cabaña de estilo moderno. Era de madera barnizada, de tono dorado, con enormes ventanales que daban al sur. En el nivel superior parecía haber un piso privado, con un balcón orientado hacia el ocaso. Una mesa redonda y dos sillas sugerían bebidas frescas en las cálidas tardes de verano. En honor a la época otoñal, había grandes maceteros de madera rebosantes de crisantemos de tonos dorados, bronce y rojo oscuro.

Pero lo más impresionante era el exterior. Aunque las hojas otoñales ya habían dejado atrás su momento de esplendor, todo seguía precioso. Había plantas variadas, que ofrecerían colores acordes con cada estación, una rampa de tablas de madera que zigzagueaba desde el aparcamiento hacia la puerta de entrada, y estructuras de piedra, madera y metal oxidado al ácido que servían de apoyo a las plantas.

Había mucho más, pero Daisy no tenía tiempo de estudiarlo en ese momento. Lo haría, sin duda, antes de planificar el paisajismo de los jardines de Bahía Pinar. Avanzó por la rampa y entró al edificio; una campanilla anunció su llegada.

—Hola. Me gustaría ver al señor Reid. ¿Está por aquí? —le preguntó a la mujer que había sentada tras un escritorio—. Soy Daisy Cherry, del Complejo Bahía Pinar.

—Ah, sí, hemos hablado. Bahía Pinar está junto al lago, entre Mission Point y Back Bay, ¿verdad? Es un sitio precioso. Soy Jackie, la encargada de la oficina.

—Encantada, Jackie. Ha surgido algo y esperaba poder charlar cinco minutos con él ahora, para plantear la reunión de mañana.

—Deje que lo compruebe.

—Muchas gracias —Daisy se sentó en un cómodo sillón de cuero mientras Jackie tecleaba un mensaje de texto dirigido a su jefe.

Eso impidió a Daisy saber si Tucker estaba por allí o no. La frustraría no verlo, porque quería evitar que su hermana volara a África de mal humor. A veces, casi le daba la impresión de que Mary Jane odiaba la idea de hacer ese viaje.

Mientras esperaba, Daisy se preguntó si Tucker habría leído el mensaje. Y si Lee habría oído el de ella.

Jackie siguió con su trabajo y Daisy miró a su alrededor. En la pared que tenía a la derecha había una colección de fotos, ampliadas y enmarcadas. Fotos de «antes y después» de los proyectos de Paisajismo Reid, y también fotos del equipo de trabajo. Tucker aparecía en una de ellas luciendo un traje negro, con el pelo corto y barba, aceptando un premio a un proyecto de paisajismo. La placa recibida también estaba en la pared.

En otra foto aparecía vestido de forma muy distinta, apoyado en una pala y sonriendo a la cámara. No tenía barba, llevaba la camisa remangada y los pantalones cortos mostraban sus piernas bronceadas. Estaba entre dos miembros de su equipo, un joven de rodillas regordetas y una morena alta y guapa, de piel clara y cintura estrecha. En toda la pared, era la que más se acercaba a una foto personal.

Tucker parecía el mismo de diez años antes, pero también había cambiado. Era más musculoso y tenía arrugas de risa alrededor de los ojos. Su presencia dominaba la foto y parecía muy seguro de sí mismo. Exudaba energía y poder; el aura de un hombre que había conseguido llevar a cabo sus sueños con gran éxito.

Su sonrisa era espectacular. Amplia, satisfecha y llena de vida. A Daisy la sorprendió verla, porque nunca la había visto antes.

Él había estado muy tenso los días antes de la cancelación de la boda. Irritable, incómodo y, a veces, vigilante. Fuerte y callado, como ella le había dicho a su madre. Apenas había sonreído.

Con las acusaciones de Mary Jane de esa mañana aún frescas en la memoria y sin nada mejor que hacer mientras esperaba, Daisy empezó a rememorar el pasado.

 

 

Capítulo 2

 

Diez años antes

 

 

El prometido de Lee no sonrió. En absoluto.

—Es un placer conocerte por fin, Daisy —dijo, sin apenas mover los labios. Lee que estaba junto a él, resplandeciente, no pareció darse cuenta.

El rostro de Tucker Reid estaba rígido como una roca, tenía el entrecejo fruncido, ojos azules inescrutables y los labios apretados. No parecía enfadado o infeliz, solo empeñado en no mostrar la más mínima expresión, o decir algo erróneo.

Ella notó la barrera que había alzado cuando le estrechó la mano, así que apagó su sonrisa, asintió con la cabeza y retiró la mano.

—Lo mismo digo. Ya era hora, ¿verdad? —aunque solo faltaban cinco días para la boda, era la primera vez que se veían.

Daisy había pasado un año en París, y antes de su partida, Lee y Tucker no salían juntos, solo eran amigos. Se habían conocido unas semanas antes, trabajando en un hotel durante el verano.

Lee era muy protectora de su intimidad. Aunque la familia estaba cerca, tampoco les había presentado a Tucker hasta que estuvieron a punto de comprometerse.

Sus padres y Mary Jane lo adoraban, por lo visto, y estaban felices y emocionados con la boda.

—Fue maravilloso con lo del accidente de Lee —repetía su madre cada dos por tres, desde que Daisy había llegado; igual que lo había hecho en sus llamadas y correos electrónicos mientras Daisy estaba en París—. Estuvo junto a su cama de hospital día tras día. Ella dice que no habría podido soportar el dolor sin él —las quemaduras eran muy dolorosas, Daisy lo sabía por su experiencia en el restaurante—. Lee se recriminaba por haber sido descuidada con el aceite de la freidora, pero él la convenció de que no había sido culpa suya.

Daisy aún no sabía cómo iba a caerle Tucker Reid. Estaba allí parado mientras Lee seguía hablando de lo maravilloso que era tener allí a sus hermanas, cuánto habían cambiado las cosas en ese último año y lo feliz que era.

Él asentía de vez en cuando, pero nada más. Daisy percibía algo extraño en su postura y en la mirada de sus ojos azules, así que decidió escabullirse. Había prometido preparar algún postre francés para esa noche, y tenía mucho que hacer en la cocina.

—Mamá, tengo que empezar con la tartaleta de melocotón y el pastel de frambuesa —dijo—. O me quedaré dormida por el desfase horario.

Se quitó el colorido pañuelo parisino de seda de la cabeza y los hombros y agitó el pelo, deseando poner manos a la obra.

Era fantástico volver a estar en casa, aun sabiendo que ya no era la misma persona. Había aprendido mucho de gusto, estilo y creatividad en París. Había pasado horas visitando boutiques, galerías de arte y mercados, observando a la gente sentada en las terrazas y soñando.

Aunque la creación de postres era su principal desahogo creativo, y sería su profesión, también le encantaba dibujar; había llenado cuadernos y cuadernos de bocetos de París y sus gentes. No había desperdiciado un segundo del viaje.

Se sentía como rebosante, enamorada de la belleza, variedad y brillantez de la vida. Lee tenía reputación de ser la más activa y llena de energía de las hermanas Cherry, pero Daisy había decidido que no era así.

Lee era muy atlética y amante de la naturaleza, igual que su prometido, pero había otras clases de energía. La energía creativa de Daisy siseaba en su interior y en ese momento estaba deseando empezar con los postres.

De camino a la cocina, volvió la cabeza para mirar a la pareja de novios, aún desconcertada por su primer encuentro con su futuro cuñado. Lee miraba su rostro y ya no sonreía ni parecía animada. Tucker inclinaba la cabeza hacia su prometida, pero tenía la mirada distante, inquieta.

Miró a Daisy un segundo y ella sintió una extraña oleada de calor. Se preguntó por qué la estaba mirando entonces, cuando no lo había hecho ni una vez durante su presentación.

Todo el mundo parecía muy feliz con la boda. Sería terrible que ella no se llevara bien con el marido de su hermana.

 

 

El presente

 

 

Al final, los sentimientos de Daisy respecto al novio de Lee habían dado igual. La boda no había tenido lugar.

Recordó que su madre había cuestionado su comentario de que «parecía un tipo fuerte y callado».

—No estarás sugiriendo que no es lo bastante listo para ella, ¿verdad?

—No, claro que no, mamá.

—Es cauto, nada más. Sensato y reservado. Y responsable. Piensa antes de hablar. Ya verás cuando lo conozcas mejor.

Pero no había llegado a conocerlo. Unos días después, Lee y Tucker habían anunciado su decisión de cancelar la boda. Parecían cansados y tristes, pero también aliviados en cierto modo.

Menos de una semana después, Daisy había volado a California, seducida por la oportunidad de trabajar tres meses con un chef repostero de renombre internacional. Desde entonces, había estado demasiado ocupada trabajando quince horas diarias en una cocina profesional para darle más vueltas al asunto.

Había sido una decisión mutua, que habían anunciado juntos. Suponía que, al fin y al cabo, Lee no quería a un tipo fuerte y callado.

Pero, después de lo que Mary Jane había dicho esa mañana, Daisy se preguntaba qué detalles y circunstancias se le habían escapado entonces.

Era una sensación incómoda, como un picor en un sitio que no alcanzaba a rascar. Sonó su teléfono. Era Lee.

—Siento no haber contestado antes. ¿Qué querías?

—Estás jadeando —dijo Daisy, aliviada al oír la voz de su hermana. Prefería hablar antes con ella que con Tucker.

—Acabo de correr siete kilómetros —dijo Lee.

—No hacía falta que me llamaras antes de recuperar el aliento —dijo Daisy.

—Estoy bien —dijo Lee. Estaba más que en forma—. Dime, Daze.

—Verás, estoy en Paisajismo Reid…

—Oh. Vaya. ¿Te refieres a la empresa de Tucker?

—Eso es.

—¿Estás pensando en contratarlo para que haga el paisajismo de Bahía Pinar?

—Sí, pero Mary Jane tiene dudas.

—¿Por mí? —Lee tenía la costumbre de ir siempre directa al grano.

—Eso es —dijo Daisy, que no quería que Jackie se percatara de lo que estaban hablando.

—¡Eso es ridículo!

—Bueno, eso pensé yo, pero quería comprobarlo contigo.

—Ya lo has hecho y me parece bien. Adelante.

—Eres la conversadora más eficaz que conozco, Lee —Daisy se rio.

—Solo cuando estoy deseando darme una ducha. En serio, parece que fue hace media vida cuando él y yo planeábamos una gran boda. Ya no soy en absoluto esa clase de chica. Si es que lo fui alguna vez. Mary Jane está proyectando sus historias.

—Bueno, sí, me pareció que podía ser posible.

—Me dolió entonces. Eso es verdad.

—Yo no lo sabía.

—Apenas estabas por allí. Pero ahora sé que era lo mejor que pudimos hacer, cancelar esa boda. ¿Hemos acabado?

—Sí. Ve a darte esa ducha.

Concluyeron la conversación segundos después, justo cuando empezó a vibrar el teléfono que había en el escritorio de la encargada de Paisajismo Reid. Jackie le echó un vistazo.

—Ha tenido suerte, señorita Cherry.

—Por favor, llámame Daisy.

—Daisy. ¡Es un nombre muy bonito!

—Gracias.

—Tucker puede verte ahora. Vendrá de la zona de exposición dentro de unos minutos.

—¿Puedo encontrarme con él afuera? —Daisy se levantó de un salto—. No quiero interrumpirlo demasiado —sentía cierta claustrofobia allí dentro; anhelaba salir y disfrutar del aire fresco de octubre.

—Claro, sal por esa puerta —dijo la mujer—. Lo verás acercarse dentro de un minuto o dos —los ojos de Jackie chispearon con curiosidad y Daisy se preguntó por qué.

Supuso que la curiosidad no era sino una respuesta natural. Ella también la estaba sintiendo. No había llegado a conocer a Tucker Reid diez años antes, cuando iba a casarse con su hermana, y se preguntaba qué impresión recibiría al verlo.

¿Seguiría siendo la misma presencia incómoda de rostro pétreo en la que había pensado unos minutos antes? ¿Sería alguien que la extrovertida Lee aún estaría dispuesta a ver como amigo? ¿Sería el hombre que Mary Jane creía que era: frío y tan superficial como para abandonar a su prometida porque tenía cicatrices de quemaduras en mandíbula, cuello y hombro?

¿O habría otra verdad relativa a ese hombre que ninguna de las hermanas Cherry había entendido?

 

 

Los adoquines eran una táctica dilatoria. Tucker era consciente de ello mientras colocaba otro en su sitio, balanceándolo en la arena para que se asentara.

No quedó asentado ni plano.

No llevaba encima el nivel de burbuja, así que no solo estaba retrasando su encuentro con Daisy Cherry, estaba perdiendo el tiempo. Seguramente tendría que levantar todos los adoquines y empezar de nuevo para que quedaran bien.

Suspiró, irritado consigo mismo.

Después, colocó otro adoquín. El trabajo físico le tranquilizaba la mente. Siempre había sido así, mientras duró la enfermedad de su padre, en los tiempos de ira y dolor, y cuando tuvo que ocupar su lugar siendo demasiado joven para ello. Cuando algo le rondaba la mente, lo solucionaba a base de sudor. Rastrillando hojas en el jardín de sus padres a los trece años. Descargando pedidos en el centro de jardinería a los veinte.

O perdiendo el tiempo con adoquines, como hacía en ese momento.

El problema era que no le gustaba rememorar su relación con Lee. Y tampoco quería pensar en el papel que había jugado Daisy en todo el asunto.

Aunque no era justo verlo así. Daisy no tenía ni idea de haber influido en él.

«Fue todo cosa mía».

Lee y él habían estado al borde del desastre y no podía felicitarse por haber sido quien lo evitara. Lo había visto llegar, pero no había hecho nada al respecto. Había dejado todo en manos de Lee y del destino. Él se había sentido paralizado por la necesidad de hacer lo correcto, pero sin saber qué era lo correcto.

Había razones que justificaban esa parálisis, pero, aun así, le costaba mucho perdonarse.

A veces pensaba en ponerse en contacto con Lee para ver cómo le iba. Pensaba en telefonear o escribir, pero no sabía cómo hacerlo. ¿Cómo se podía revivir algo que había empezado como amistad y nunca debería haberse convertido en otra cosa? No se veía reapareciendo en su vida, tanto tiempo después, para decirle: «Hola… ¿eres feliz?».

«Puedes preguntarle a su hermana si Lee es feliz. Puedes preguntárselo hoy. Ella sabrá la respuesta».

Lo cierto era que no sabía si sería capaz de plantear la pregunta. Acabaría conteniéndose y esperando hasta que otra persona se hiciera cargo, igual que había hecho diez años antes.

Sin duda, no se había perdonado por eso.

 

 

Diez años antes

 

 

«Algo no va bien».

El pensamiento, inquietante e insistente, que atosigaba a Tucker era como si alguien intentara atraer su atención clavándole la punta de un paraguas: «¡Eh, tú! ¡Hazme caso! ¡Haz algo!».

«Nada va bien».

—…y mamá sigue diciendo que los bombones no bastan como detalle para los invitados —estaba diciendo Lee.

Tucker intentó escuchar, intentó sentir que lo que decía su prometida era importante.

—A mí me parece bien —terminó diciendo. Ella asintió, pero ninguno de los dos estaba pensando en los bombones ni en la boda.

«Estoy pensando que no quiero seguir adelante con esto, hace tiempo que mi corazón lo sabe, pero hoy me duele. Es como sentir plomo en el estómago. Ha empeorado mucho. ¿Cómo puede haber ocurrido eso? Todo el mundo está encantado con la boda, y yo no tendría que sentirme así».