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Emily Sherwood sólo tenía una oportunidad de salvar su carrera como escritora... pero el poderoso financiero Damien Margate no estaba dispuesto a permitirle que escribiera un libro que sacaba a la luz los secretos de su familia. Emily no podía rechazar su oferta de matrimonio, al fin y al cabo Damien iba a pagar todas sus deudas y la sacaría de la ruina. Pero la atracción que había entre ellos no tardó en arrastrarlos y hacerlos comprender que aquello era mucho más que un matrimonio de conveniencia.
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Seitenzahl: 146
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Melanie Milburne
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amores de papel, n.º 1507 - septiembre 2018
Título original: His Inconvenient Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-026-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
ODIABA que llegara tarde.
Emily consultó el reloj por enésima vez y suspiró. ¿Por qué no podía llegar Danny a tiempo por una vez? Cuando llamaron al timbre, se puso en pie de un respingo, se miró rápidamente al espejo del vestíbulo y corrió a abrir. Tomó aire dos veces para calmarse y abrió la puerta con una gran sonrisa.
–¿Usted? –dijo sorprendida al ver al hermano mayor de Danny–. ¿Qué hace aquí?
Damien Margate se fijó en su vestido rojo de fiesta y le respondió con frialdad.
–Danny no podía venir, así que he venido yo en su lugar.
–¿No le habrá pasado nada? –preguntó Emily asustada.
Damien negó con la cabeza y entró en su diminuto apartamento.
–Todavía no –contestó misteriosamente.
–No entiendo nada –comentó Emily–. Danny sabe lo importante que es esta noche para mí. ¿Por qué no me ha llamado para decirme que no podía venir?
Damien se encogió de hombros con la misma despreocupación que ya había molestado a Emily cuando lo había conocido.
–Mi hermano pequeño no siempre me explica por qué hace las cosas –contestó–. Supongo que será un insulto para usted que haya venido yo en lugar de Danny, pero ya que estoy aquí decida si quiere que la acompañe.
Emily abrió y cerró la boca y no dijo nada. Miró a Damien de arriba abajo y pensó lo diferente que era de su hermano.
–No me gustaría hacerle perder el tiempo –contestó con sarcasmo–. Estoy segura de que tiene cosas mucho mejores que hacer que acompañarme a una velada de premios literarios.
–En absoluto –contestó Damien mirándola con sus ojos oscuros–. Esta noche… no tengo nada mejor que hacer.
Emily se enfureció. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a ridiculizarla de aquella manera? Sabía lo mucho que lo odiaba, sobre todo desde que había expresado su opinión sobre la propuesta de Emily de escribir una biografía sobre su tía Rose.
Entonces, la había acusado de inmiscuirse en su familia con el único propósito de fabricar un montón de mentiras sobre una anciana que ya no se podía defender.
–¿No tenía una cita esta noche? –se burló Emily–. ¿O es que finalmente la mujer con la que había quedado ha preferido pasar la velada con su marido?
En cuanto lo dijo, Emily se dio cuenta de que no debería haberlo hecho pues Damien la miró enfurecido.
–Supongo que Danny le ha vuelto a llenar la cabeza de tonterías.
Emily notó que su pregunta había hecho que Damien perdiera el control y aquello la hizo sentirse poderosa, algo que no solía suceder en presencia de Damien Margate.
–No sabía que fuera un secreto de familia –se arriesgó a decir–. Otro más, ¿eh?
Damien se colocó ante ella de una zancada y la agarró de la muñeca. Emily tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos pues era más alto que su hermano.
Desde luego, se sentía intimidada, que era obviamente lo que Damien quería.
–Le voy a dar un consejo, señorita Sherwood. El hecho de que tenga usted idea de escribir un libro sobre un familiar mío, no le da derecho a especular sobre mi vida personal ni privada ni públicamente. ¿Entiende?
–No me interesa en absoluto su vida personal –le aseguró Emily mirándolo a los ojos–. Si tiene una, claro. Suélteme, por favor.
En lugar de soltarla, Damien le apretó la muñeca con más fuerza.
–Tiene usted dos opciones. Puede ir a la fiesta sola, lo que dará lugar a habladurías, o puede venir conmigo. ¿Qué me dice?
–Las habladurías comenzarán si voy con usted –contestó Emily–. Es Danny quien es mi novio, no usted.
–Danny no puede venir –le recordó–. ¿No le parece que yendo a esa fiesta conmigo podría obtener información sobre la vida de mi tía?
Emily deseó poder mandarlo al garete, pero tenía razón. Aparecer acompañada de un miembro de la familia no pasaría desapercibido a la prensa y eso le daría credibilidad a su libro, lo que era fundamental para que los editores no se echaran atrás.
Emily necesitaba que aquel libro se vendiera bien. Su agente le había advertido que después del fracaso de su última biografía no había opción.
–¿Y bien?
–Me parece que no tengo opción –contestó Emily con rencor.
Damien le soltó la muñeca, pero siguió mirándola a los ojos.
–A mí me da exactamente igual, pero entiendo que esta noche es muy importante para usted, ¿verdad?
Emily estaba nominada para un pequeño premio junto con otros dos biógrafos. Aunque no le gustaba mucho hacer promoción, su agente había insistido en que acudiera a la fiesta.
–Me viene bien la publicidad, sí –admitió–. A la gente le encanta leer sobre las vidas privadas de los famosos.
–La gente merece saber la verdad –dijo Damien–, no una sarta de mentiras inventadas para vender.
Emily lo miró desafiante.
–¿Y a usted qué le importa? No voy escribir nada sobre usted.
–Le puedo asegurar, señorita Sherwood, que si se le ocurre escribir una sola palabra sobre mí tendrá que atenerse a las consecuencias.
–¿Lo dice para asustarme? Se lo digo porque no me asusta. Estoy decidida a escribir el libro sobre su tía y nada de lo que me diga me va a hacer cambiar de opinión.
–Después no diga que no se lo advertí –dijo Damien–. A mi hermano lo ha confundido, pero yo soy completamente diferente.
Había algo en aquel hombre que hacía que Emily se sintiera incómoda. No había sido objeto de una reprimenda así desde que se le había olvidado el uniforme de gimnasia en el colegio.
Aborrecía a aquel hombre por hacerla sentir infantil e irresponsable. Pero ya se las pagaría. Aquella noche era importante para Emily pues de ella dependía que no se arruinara, así que disimuló.
–Muy bien, señor Margate –sonrió–. Será un gran honor para mí que me acompañe a la fiesta. Voy por mi chal y nos vamos.
Emily se alejó en busca de su bolso y de su chal con una sonrisita de triunfo. Aunque Damien Margate creyera que la podía aterrorizar con su mirada, ella seguía teniendo la sartén por el mango. Había cosas que Damien no sabía que Emily conocía sobre él.
¡Qué cara iba a poner cuando Emily sacara todos los trapo sucios de él y de su familia!
Cuando llegaron, la fiesta estaba en todo su apogeo. La agente de Emily, Clarice Connor, se acercó a ellos con una copa de champán en la mano.
–¡Cariño! –exclamó besándola y mirando a Damien de arriba abajo–. Vaya, vaya, vaya, así que te has traído al hermano mayor, ¿eh? Muy inteligente, Emily.
–Me parece que no nos han presentado –dijo Damien tendiéndole la mano.
–Es todo un honor que haya podido usted venir con la increíble vida social que tiene –sonrió Clarice.
Damien asintió con la cabeza.
–He venido porque estoy seguro de que la velada va a merecer la pena –sonrió con frialdad.
–Claro que sí –dijo Clarice girándose hacia Emily–. Hay un periodista del Melbourne Age que quiere entrevistarte. Le he dicho que te llamara para concertar una cita, pero insiste en que sea esta noche. Ya sé que no te gustan mucho estas cosas, pero debes hacerlo. Es la mejor manera de dar publicidad al nuevo proyecto. Tienes que mezclarte con gente con la que normalmente no te mezclarías –dijo mirando a Damien, que se había girado para hablar con otra persona.
Emily observó a una elegante mujer que se acercaba a él ataviada con un precioso vestido negro que marcaba sus curvas.
–¡Damien, cuánto me alegro de verte!
Acto seguido, miró a Emily.
–Hola. ¿Es usted alguien importante?
Emily no supo cómo interpretar aquel saludo. Miró a Damien, pero su rostro como de costumbre estaba impávido.
–Nerolie, te presentó a Emily Sherwood –dijo–. Señorita Sherwood, esta es Nerolie Highstock.
La recién llegada le dedicó a Emily una sonrisa cargada de falsedad.
–¿Es usted también escritora? Me temo que no había oído hablar de usted.
No estaba mal como insulto pues era cierto que el segundo libro de Emily no había llegado a los diez más vendidos. El primero de Nerolie lo había hecho sin dificultad, sobre todo porque ella se había encargado de estar en el momento adecuado en el sitio preciso. Es decir, en la cama de su agente.
–Supongo que eso es porque no lee lo que debería leer –le espetó.
Nerolie la ignoró y se giró hacia Damien.
–¿Has venido a asegurarte de que la señorita Sherwood se comporta? He oído que no se ha portado muy bien con los anteriores esqueletos que ha sacado del armario.
–Vaya, ¿así que resulta que ha leído mis libros? ¿No acaba de decir que no sabía quién era? –dijo Emily mirándola desafiante.
–Me temo, señorita Sherwood, que no tengo tiempo para leer esa basura que son las biografías no autorizadas. Prefiero los hechos a la ficción.
–¿Y cómo sabe lo que es hecho y lo que es ficción?
–Siempre he defendido que hay que documentarse antes de escribir –contestó Nerolie mirándola con frialdad–. Hay que hablar con los implicados.
–¿Y si los implicados no quieren hablar? –preguntó Emily mirando a Damien.
–Entonces, hay que saber retirarse a tiempo –contestó Nerolie girándose para saludar a otro invitado.
–Vaya –le dijo Damien al oído.
Al percibir su cálido aliento en el cuello, Emily se estremeció. Se apartó y lo miró.
–No sabía que le gustara la señorita Highstock –le dijo ante su expresión de burla–. Es una pena que no esté casada. Así sería mucho más interesante.
Damien la miró enfurecido, pero en ese momento llegó el invitado de honor. El editor jefe de la editorial probó el micrófono antes de dar su discurso para conseguir que todos los ojos se giraran hacia él.
Emily sentía la presencia de Damien Margate tras ella.
No la estaba tocando, pero Emily sabía que si se moviera un milímetro hacia atrás se daría contra él. Durante todo el discurso, tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse recta.
Estaba tan concentrada que no se dio cuenta de que habían pronunciado su nombre. De repente, se dio cuenta de que todo el mundo la estaba mirando, así que se acercó al escenario.
Lo cierto era que aquel premio la había tomado completamente por sorpresa. Su primer libro había tenido éxito, pero el segundo no y por eso Emily había dado por hecho que no iba a resultar premiada.
Dio las gracias a su agente y a sus editores, pero no sabía qué más podía decir. Lo único que percibía era la fría mirada de Damien Margate, que hacía que le sudaran las palmas de las manos.
Al terminar su discurso, varios de los presentes se acercaron para pedirle un autógrafo y Emily lo agradeció porque así no tenía que volver junto a él inmediatamente.
Lo cierto era que había algo en aquel hombre que la atraía, pero se dijo que era simplemente desde un punto de vista profesional. Porque Damien Margate era un hombre reservado y eso la atraía como escritora.
Desde luego, no había nada en él que la atrajera de manera personal. Era demasiado alto y no se parecía en nada a su hermano, rubio y de ojos azules, el tipo de hombre que le gustaba a Emily.
Lo miró y se sorprendió de que él la estuviera mirando también. Se dio cuenta de que se estaba sonrojando, así que se concentró en firmar autógrafos.
Cuando la velada terminó, no tuvo más remedio que ir hacia Damien, que la estaba esperando.
–¿Nos vamos? –le preguntó él sonriendo con malicia.
–Eh… Sí –contestó Emily poniéndose el chal por los hombros–. Si quiere puedo pedir un taxi. No me gustaría interrumpir los planes que tenga para el resto de la velada.
–Parece que se quiere deshacer de mí –observó Damien–. Jamás imaginé que iba a hacer algo así. Podría interrogarme. ¿Quién sabe lo que podría escribir? ¿Quizás otro libro?
–No tengo ningún interés en interrogarle –le aseguró Emily–. Lo cierto es que no tengo ningún interés en pasar más tiempo con usted. Si me perdona, voy al baño. Nos vemos en el vestíbulo en cinco minutos –añadió alejándose con la cabeza bien alta.
Al llegar al tocador, se miró al espejo y tomó aire varias veces para tranquilizarse. Se le habían soltado algunos mechones de pelo del moño y tenía las pupilas dilatadas, como si tuviera miedo.
Se lavó las manos y salió del baño, pero en lugar de dirigirse al vestíbulo buscó la salida de emergencia más cercana para huir disimuladamente.
Había refrescado y la calle estaba llena de gente que salía de los teatros y cines de Sydney. Emily se mezcló entre la muchedumbre y se dirigió a una cafetería que había a tres manzanas de allí y en la que Danny y ella habían estado muchas veces.
Al llegar, buscó una mesa tranquila y vio una cabeza rubia que se inclinaba sobre una mujer pelirroja a la que tenía agarrada de la mano.
Emily sintió que no le llegaba el aire a los pulmones. Justo entonces, sintió una mano en el hombro, se giró y se encontró con Damien Margate.
–Tengo el coche fuera.
Emily salió de la cafetería apresuradamente y estuvo a punto de torcerse un tobillo. Damien la agarró del codo y ella no se apartó.
–Mi coche está por aquí.
Emily lo siguió en silencio mientras su mente recordaba una y otra vez a Danny con esa otra mujer, sentados en la misma mesa donde ellos se habían sentado muchas veces para hablar de su futuro.
Sin poder evitarlo, se le saltaron las lágrimas y se apresuró a secárselas. Damien la miró de reojo y abrió el coche.
–Entre. Me gustaría decirle una cosa.
Emily entró sin decir una palabra. Estaba sorprendida y triste a la vez que furiosa porque Damien Margate la viera así.
EMILY no se dio cuenta hasta que ya era demasiado tarde de que Damien no iba hacia su casa. El coche se dirigía hacia Double Bay y se paró ante una mansión.
–Me quiero ir a mi casa –comentó en tono petulante.
–La llevaré a casa cuando hayamos hablado.
Emily no estaba cómoda. ¿Qué era lo que Damien le querría contar? De repente, sintió miedo. No querría hacerle daño, ¿verdad? Lo miró de reojo para tranquilizarse.
Lo siguió en silencio hacia la casa y se maravilló del vestíbulo de mármol blanco. Había una preciosa estatua en bronce de su tía Rose en el centro de la estancia y Emily no pudo evitar pararse a admirarla.
–Tenía diecinueve años cuando posó para ese busto –dijo Damien.
–Está preciosa –contestó Emily–. ¿Quién se la hizo?
–No creo que lo conozca –contestó Damien indicándole que pasara a un salón–. La escultura no se hizo con fines públicos, así que no hay motivo para que le diga quién la hizo. Además, el escultor lleva mucho tiempo muerto y Rose… no está aquí para dar su autorización –añadió quitándose la chaqueta.
–¿Dónde está? –le preguntó Emily a pesar de que conocía la respuesta–. Danny me ha dicho muchas veces que no lo sabe, pero estoy segura de que usted sí.
Damien la miró a los ojos.
–Rose está en un lugar donde la gente como usted no puede hacerle daño y mientras yo viva me aseguraré de que siga en ese lugar.
–Eso no es justo para su público, que la adora –observó Emily–. El misterio que rodea a su desaparición de la vida pública ha intensificado las especulaciones. Lo único que tiene que hacer es decir dónde está y la gente la dejará en paz.
Damien la miró furioso mientras se deshacía el nudo de la corbata.
–Ya he visto lo que hace la gente con las personas que ya no son de utilidad –contestó Damien–. De todas formas, ¿por qué iba a tener que concederle el privilegio de esa información? Estoy seguro de que se lo contaría a los periodistas a los cinco minutos a cambio de un jugoso cheque. Sé cómo trabaja. Es capaz de inventarse lo que no sabe única y exclusivamente para vender y tener al público contento.
–No sabía que le interesara tanto mi trabajo.