Ana, la de Álamos Ventosos - Lucy Maud Montgomery - E-Book

Ana, la de Álamos Ventosos E-Book

Lucy Maud Montgomery

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Beschreibung

Ana, la de Álamos Ventosos nos cuenta el tiempo que transcurre desde la graduación de Ana en Redmond hasta su boda con Gilbert Blythe. Durante esos tres años, Ana entra a trabajar en el Instituto Summerside, como directora y profesora. Ana se aloja en Álamos Ventosos, la casa de dos peculiares viudas, Tía Kate y Tía Chatty, además de con Rebecca Dew, el ama de llaves y su gato Dusty Miller. Pero pronto, los miembros de la familia Pringles, conocida en Summerside como "La familia real", "Summerside está lleno de Pringles y medio Pringles" le informan a Ana nada más llegar allí, le darán a entender que no es la persona que ellos esperaban para el puesto de directora y desde ese momento intentaran hacer su vida y su trabajo un infierno. Pero todo cambiará cuando por una casualidad, Ana descubra el secreto más guardado de la familia Pringles.

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Lucy Maud Montgomery

Lucy Maud Montgomery

ANA, LA DE ÁLAMOS VENTOSOS

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 979-12-5971-547-0

Greenbooks editore

Edición digital

Mayo 2021

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 979-12-5971-547-0
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Indice

I

II

III

IV

I

EL PRIMER AÑO

1

( Carta de Ana Shirley, bachiller en Artes, directora de la Escuela Secundaria de Summerside, a Gilbert Blythe, estudiante de medicina de Redmond College, en Kingsport).

Álamos Ventosos, Calle del Fantasma, Summerside

Lunes 12 de septiembre

Querido mío:

¿Qué te parece mi dirección? ¿Alguna vez oíste algo más delicioso? Álamos Ventosos es el nombre de mi nuevo hogar, y me encanta. También me gusta la Calle del Fantasma, que no existe legalmente. En realidad, se llama Calle Trent, pero nadie usa ese nombre, excepto el periódico Weekly Courier , las pocas veces que la menciona; cuando sucede las personas se miran entre sí y dicen:

«¿Dónde está?». Es la Calle del Fantasma… aunque no podría decirte por qué motivo. Ya se lo he preguntado a Rebecca Dew, pero lo único que sabe decirme es que siempre se ha llamado Calle del Fantasma y que se contaba una historia, hace años, acerca de que estaba embrujada. Pero ella nunca ha visto nada raro allí, salvo a sí misma.

Pero no debo adelantarme con la historia. Todavía no conoces a Rebecca Dew. Pero la conocerás, claro que sí. Intuyo que Rebecca Dew figurará ampliamente en mi correspondencia futura.

Es la hora del crepúsculo, querido mío. (A propósito, ¿no es preciosa la palabra «crepúsculo»? Me gusta más que atardecer. Suena tan aterciopelada, llena de sombras y… y… crepuscular). De día pertenezco al mundo… por la noche, al sueño y a la eternidad. Pero a la hora del crepúsculo, estoy libre de ambos y me pertenezco sólo a mí misma… y a ti. De modo que reservaré esta hora sagrada para escribirte. Aunque ésta no va a ser una carta de amor. Tengo una pluma cuya punta salpica y no puedo escribir cartas de amor con una pluma así… ni con una pluma de punta afilada… ni de punta roma. Así que sólo recibirás esa clase de cartas cuando tenga la pluma adecuada. Mientras tanto, te hablaré acerca de mi nuevo domicilio y sus habitantes. Gilbert, son tan encantadores…

Vine ayer en busca de un lugar donde hospedarme. La señora Rachel Lynde me acompañó, en teoría para hacer compras, pero en realidad, lo sé, para elegirme un sitio donde vivir. A pesar de mi título de licenciada, la señora Lynde sigue pensando que soy una cosilla inexperta que necesita ser guiada, dirigida y supervisada.

Vinimos en tren y, oh, Gilbert, tuve una aventura de lo más graciosa. Has visto que las aventuras siempre vienen a mí, sin que las busque. Parecería que las atraigo.

Sucedió justo cuando el tren entraba en la estación. Me levanté y, al inclinarme para recoger la maleta de la señora Lynde (planeaba pasar el domingo con una amiga en Summerside), apoyé los nudillos pesadamente sobre lo que me pareció el brillante brazo de un asiento. Un segundo después, recibí un violento golpe que casi me hizo chillar. Gilbert, lo que creí que era el brazo del asiento era la cabeza calva de un hombre. Me estaba mirando con furia y era evidente que acababa de despertarse. Me disculpé sumisamente y bajé del tren lo más pronto que pude. Lo último que vi fue su mirada furibunda. ¡La señora Lynde estaba horrorizada y a mí todavía me duelen los nudillos!

No esperaba tener dificultades para encontrar alojamiento, pues la esposa de un tal Tom Pringle ha estado alojando a las distintas directoras de la Escuela Secundaria durante los últimos quince años. Pero por alguna razón desconocida, se había cansado de «las molestias» y no quiso admitirme. Varios lugares adecuados dieron excusas amables. Otros no eran adecuados. Vagamos por el pueblo toda la tarde, hasta quedar acaloradas, cansadas, desalentadas y con dolor de cabeza… al menos, yo quedé así. Ya estaba por darme por vencida… ¡y entonces, apareció la Calle del Fantasma!

Habíamos ido a ver a la señora Braddock (una vieja amiga de la señora Lynde), y ella dijo que creía que «las viudas» podrían alojarme.

«He oído que buscan una pensionista para poder pagar el sueldo de Rebecca Dew. Ya no pueden darse el lujo de tenerla, si no entra un poco de dinero extra. Y si se va Rebecca, ¿quién va a ordeñar esa vieja vaca rojiza?», la señora Braddock me dirigió una mirada fulminante, como si pensara que yo debía ordeñar la vaca rojiza, pero no me hubiese creído ni bajo juramento si yo hubiera dicho que sabía hacerlo.

«¿De qué viudas estás hablando?», quiso saber la señora Lynde.

«De la tía Kate y la tía Chatty, por supuesto», respondió la señora Braddock, como si todo el mundo, incluso una ignorante licenciada

en Filosofía y Letras, tuviera que saberlo. «La tía Kate es la señora de Amasa MacComber, bueno, es la viuda del capitán, y la tía Chatty es la viuda de Lincoln MacLean. Pero todo el mundo les dice “tías”. Viven al fondo de la Calle del Fantasma».

¡Calle del Fantasma! Eso lo decidió. Comprendí que sencillamente tenía que alojarme con las viudas.

«Vayamos a verlas de inmediato», supliqué a la señora Lynde. Me parecía que si perdíamos un minuto, la Calle del Fantasma se esfumaría en el mundo de las hadas.

«Puedes verlas, pero será Rebecca Dew la que realmente decidirá si te quedas o no. Es Rebecca Dew la que tiene la sartén por el mango en Álamos Ventosos, te lo aseguro».

Álamos Ventosos. No podía ser cierto… no, no podía ser cierto. Tenía que estar soñando. Y en aquel momento, la señora Lynde estaba diciendo que era un nombre muy raro para una finca.

«Oh, se lo puso el capitán MacComber. Era su casa, ¿sabes? Plantó todos los álamos que la rodean y estaba muy orgulloso, aunque venía muy poco y nunca se quedaba mucho tiempo. La tía Kate solía decir que eso era poco conveniente, pero nunca pudimos saber si se refería a que estaba poco tiempo o a que volvía. Bien, señorita Shirley, espero que te alojen. Rebecca Dew es buena cocinera y un genio con las patatas. Si le caes en gracia, tendrás la vida solucionada. Si no… bueno, no. Tengo entendido que en el pueblo hay un banquero nuevo que está buscando alojamiento y quizás lo prefiera a él. Es curioso que la señora de Tom Pringle no te haya alojado. Summerside está lleno de Pringle y medio Pringle. Les dicen “la Familia Real” y tendrás que llevarte bien con ellos, señorita Shirley, o no durarás mucho en la escuela secundaria. Siempre han sido los mandamases por estos lares… Hay una calle que lleva el nombre del viejo capitán Abraham Pringle. Son toda una tribu, pero las dos ancianas de Maplehurst comandan el clan. Oí decir que te tienen rabia».

«¿Pero por qué?», exclamé. «Si ni siquiera me conocen».

«Bueno, una prima tercera suya había solicitado el cargo de directora, y todos ellos opinan que tendría que haberlo obtenido. Cuando te nombraron a ti, toda la jauría echó la cabeza hacia atrás y aulló de lo lindo. Bueno, la gente es así. Hay que tomarla como viene, lo sabes. Serán suaves como la seda contigo, pero te harán la vida imposible. No quiero desalentarte, pero mujer precavida vale por dos. Espero que te vaya bien aunque sólo sea para taparles la boca. Si las viudas te aceptan, tendrás que comer con Rebecca Dew; no te

importará ¿verdad? No es sólo una criada. Es una prima lejana del capitán. No come en la mesa cuando hay invitados… entonces se pone en su sitio… pero si te alojaras allí, no te consideraría una invitada, por supuesto».

Le aseguré a la ansiosa señora Braddock que me encantaría comer con Rebecca Dew, y arrastré a la señora Lynde hacia la puerta. Tenía que adelantarme al banquero.

La señora Braddock nos siguió hasta la puerta.

«Y no hieras los sentimientos de la tía Chatty, ¿quieres? Es tan sensible, pobrecilla. Se ofende por nada. Verás, no tiene tanto dinero como la tía Kate… aunque ésta tampoco tiene demasiado. Y la tía Kate quería a su marido de verdad… a su propio marido, quiero decir… pero la tía Chatty no… no lo quería, al suyo, se entiende. Y no es de extrañarse. Lincoln MacLean era un viejo malhumorado… pero ella piensa que la gente se lo echa en cara. Tienes suerte de que sea sábado. Si hubiera sido viernes, la tía Chatty ni siquiera consideraría la posibilidad de alojarte. Se diría que la supersticiosa sería la tía Kate, ¿no? Los marinos son así. Pero es la tía Chatty… aunque su marido era carpintero. Era muy bonita en su juventud, pobrecilla».

Le aseguré a la señora Braddock que los sentimientos de la tía Chatty serían sagrados para mí; nos siguió por el sendero.

«Kate y Chatty no hurgarán tus pertenencias cuando salgas. Son muy escrupulosas. Puede que Rebecca Dew lo haga, pero no irá con cuentos sobre ti. Y si estuviera en tu lugar, no iría por la puerta principal. Solamente la usan para acontecimientos realmente importantes. No creo que haya sido abierta desde el funeral de Amasa. Prueba por la lateral. Guardan la llave debajo del macetero de la ventana, de modo que si no hay nadie, abre y pasa a esperar. Y por lo que más quieras, no se te ocurra alabar al gato; Rebecca Dew lo odia».

Prometí que no alabaría al gato y logramos escapar. Pronto nos encontramos en la Calle del Fantasma. Es una calle lateral muy corta que da a campo abierto, en lontananza, una colina azul le proporciona un hermoso telón de fondo. A un lado, no hay casas y la tierra cae suavemente hacia el puerto. Al otro hay solamente tres. La primera es una casa, nada más. La segunda es una mansión imponente, sombría, de ladrillos rojos, con una buhardilla plagada de ventanitas, una baranda de hierro alrededor de la parte plana de arriba y tantos pinos y abedules alrededor, que apenas se puede ver la casa. Debe de ser terriblemente oscura. Y la tercera y última es

Álamos Ventosos, justo en la esquina, con la calle delante y un verdadero sendero campestre, sombreado de árboles, al otro lado.

Me enamoré de ella de inmediato. Has visto que hay casas que te impresionan desde un primer momento, por alguna razón que no puedes definir. Álamos Ventosos es justamente así. Podría describírtela como una casa de madera blanca… muy blanca… con persianas verdes… muy verdes… una «torre» en una esquina y una buhardilla a cada lado, un muro bajo de piedra que la separa de la calle, con álamos plantados a intervalos a lo largo, y un gran jardín en la parte posterior, donde crecen flores y verduras en un desorden encantador… pero todo esto no te transmitiría su encanto. En resumen, es una casa con una personalidad deliciosa y con un dejo del sabor de Tejas Verdes.

«Éste es el lugar para mí… estaba predestinado», suspiré, extasiada.

La señora Lynde parecía no creer mucho en la predestinación.

«Será una caminata muy larga hasta la escuela», comentó, vacilante.

«No me importa. Será un buen ejercicio. Oh, mire ese hermoso bosquecillo de abedules y arces del otro lado del camino».

La señora Lynde lo miró, pero solamente dijo:

«Espero que no te coman los mosquitos».

Yo también lo esperaba. Detesto los mosquitos. Un mosquito puede mantenerme despierta más que los remordimientos de conciencia.

Me alegré de no tener que usar la puerta principal. Se la veía tan solemne… una gran puerta de madera, de dos hojas, flanqueada por paneles de vidrio rojo con dibujos de flores. No parecía pertenecer en absoluto a la casa. La pequeña puerta verde lateral (a la que llegamos por un precioso sendero de baldosas enterradas parcialmente en la hierba) era mucho más amistosa y atrayente. El sendero estaba bordeado por tiras de hierba y bancales de lirios, azucenas, margaritas y buganvillas. Por supuesto, las plantas no estaban en flor en esta época, pero se veía que habían florecido, y bien. Había un cantero de rosales en un rincón, entre Álamos Ventosos y la casa sombría, cerca de una pared de ladrillos cubierta por enredaderas; por encima de una despintada puerta verde, había un enrejado arqueado. Ramas de hiedra cruzaban la puerta, así que era evidente que no había sido abierta en mucho tiempo. En realidad, era una media puerta, porque la mitad superior era solamente un

óvalo abierto, a través del cual pudimos atisbar el tupido jardín del otro lado.

Justo cuando entrábamos por el portón del jardín de Álamos Ventosos, divisé una mata de trébol al lado del sendero. Un impulso me llevó a inclinarme y observarla. ¿Puedes creerlo, Gilbert? ¡Había tres tréboles de cuatro hojas! ¡Hablando de supersticiones! Ni siquiera los Pringle prevalecerán contra eso. Sentí que el banquero no tenía la más remota posibilidad.

La puerta lateral estaba abierta; era evidente que había alguien en la casa, así que no fue necesario buscar debajo de la maceta. Llamamos y Rebecca Dew se acercó a la puerta. Supimos que era Rebecca Dew porque no podía haber sido ninguna otra persona en el mundo y no podía haberse llamado de otra forma. Rebecca Dew tiene unos cuarenta años, y si a un tomate le creciera el pelo negro hacia atrás desde la frente, tuviera chispeantes ojillos negros, una nariz diminuta con punta redondeada, y una boca en forma de ranura, tendría el mismo aspecto que ella. Todo en Rebecca es un poquitín corto: brazos, piernas, cuello y nariz; todo, menos la sonrisa. Es larga como para llegarle de oreja a oreja. Pero no le vimos la sonrisa en aquel momento. Su expresión era torva cuando pregunté si podía ver a la señora MacComber.

«¿Se refiere a la señora del capitán MacComber?», replicó seria, como si hubiera por lo menos una docena de señoras MacComber en la casa.

«Sí», asentí, sumisa.

Y de inmediato nos hizo pasar a la salita y nos dejó allí. Era una bonita habitación, un poco abarrotada de cubiertas tejidas en sofás y sillones, pero con una atmósfera serena, amistosa, que me gustó. Cada mueble tenía su sitio particular, que había ocupado durante años. ¡Cómo relucían aquellos muebles! No hay abrillantador que produzca ese brillo de espejo. Supuse que se debería a los brazos vigorosos de Rebecca Dew. Sobre la repisa del hogar, había una botella con un navío con velamen completo dentro que despertó el interés de la señora Lynde. No podía imaginar cómo habría ido a parar allí, pero opinó que le daba a la habitación «un aire náutico».

Entraron «las viudas». Me gustaron de inmediato. La tía Kate era alta, delgada y gris, un poco austera (del tipo exacto de Marilla), y la tía Chatty, en cambio, era baja, delgada y gris, un poco melancólica. Tal vez haya sido muy guapa alguna vez, pero no queda nada de su belleza salvo los ojos. Son preciosos: suaves, grandes y oscuros.

Expliqué mi situación y las viudas se miraron entre sí.

«Debemos consultar a Rebecca Dew», dijo la tía Chatty.

«Sin duda», acotó la tía Kate.

Llamaron a Rebecca Dew y vino desde la cocina. El gato entró con ella, un peludo gato maltés, con el pecho y el cuello blancos. Me hubiera gustado acariciarlo, pero recordé la advertencia de la señora Braddock y me abstuve.

Rebecca me miró sin un atisbo de sonrisa.

«Rebecca», dijo la tía Kate, que, según he descubierto, no malgasta palabras, «la señorita Shirley desea alojarse aquí. Creo que no podemos admitirla».

«¿Por qué?», preguntó Rebecca Dew.

«Sería demasiado trabajo para ti».

«Estoy acostumbrada al trabajo», respondió Rebeca Dew.

Gilbert, no se pueden separar esos nombres. Es imposible, aunque las viudas lo hacen. La llaman Rebecca cuando le hablan. No sé cómo lo logran.

«Estamos un poco viejas para el ajetreo de la juventud», insistió la tía Chatty.

«No generalice», replicó Rebecca Dew. «Sólo tengo cuarenta y cinco años y todavía estoy bien lúcida. Y mi opinión es que estaría bien tener a una persona joven durmiendo en la casa. Una chica sería mejor que un varón, sin duda. Un varón fumaría día y noche y nos pegaría fuego a la casa. Si van a coger un pensionista, mi consejo es que sea ella. Pero por supuesto, la casa es suya».

Habló y desapareció, como le gustaba decir a Homero. Comprendí que estaba todo resuelto, pero la tía Chatty dijo que debía subir y ver si encontraba adecuada la habitación.

«Le daremos el dormitorio de la torre, querida. No es tan grande como la habitación que está libre, pero tiene un hueco para el tubo de una estufa, para el invierno, y una vista mucho más bonita. Se puede ver el viejo cementerio desde allí».

Supe en ese momento que me encantaría la habitación. El nombre mismo, «dormitorio de la torre», me subyugaba. Me sentía como si viviera en esa vieja canción que solíamos cantar en la escuela de Avonlea, acerca de la doncella «que moraba en una alta torre junto al gris del mar». Resultó ser un sitio precioso. Subimos por una escalera curva que ascendía hacia allí desde el descansillo. Era algo pequeña, pero no tanto como el espantoso dormitorio que daba al pasillo, que me tocó en mi primer año de Redmond. Tenía dos ventanas tipo buhardilla: una que miraba al oeste, y una más grande que daba al norte; en la esquina formada por la torre había otra ventana de tres

hojas que se abrían hacia afuera y estantes debajo, para mis libros. El piso estaba cubierto con alfombras redondas y la gran cama tenía dosel y un edredón. Se la veía tan lisa que me parecía una lástima tener que desordenarla durmiendo. Y, Gilbert, es tan alta, que para subirme a ella debo utilizar una escalerilla que durante el día se guarda debajo de la cama. Al parecer, el capitán MacComber compró el artefacto en algún lugar «extranjero» y lo trajo a casa.

En uno de los rincones había un bonito armario con estantes adornados con papel blanco festoneado y ramilletes de flores pintados en la puerta. Un almohadón azul redondo descansaba sobre el asiento bajo la ventana; un almohadón con un botón hundido en el centro, lo que le daba el aspecto de una gruesa rosquilla azul. Y había un lavabo con dos estantes; en el más alto cabían apenas una jarra y una jofaina azules y en el más bajo, una jabonera y una jarra para agua caliente. Tenía un cajoncito con tirador de bronce, lleno de toallas; encima del cajón descansaba una pequeña dama de porcelana blanca, con zapatitos rosados, moño dorado y una rosa de porcelana roja en su pelo rubio.

La habitación entera estaba bañada por la luz dorada que entraba por entre las cortinas color maíz y las paredes encaladas lucían un tapiz extraordinario donde caían las sombras de los álamos de fuera: un tapiz viviente, trémulo y cambiante. Me pareció una habitación muy alegre. Me sentí la muchacha más rica del mundo.

«Estarás segura aquí, eso sí», afirmó la señora Lynde cuando nos íbamos.

«Supongo que algunas cosas me resultarán algo opresivas después de la libertad de Patty’s Place», dije en broma.

«¡Libertad!», resopló la señora Lynde. «¡Libertad! No hables como una yanqui, Ana».

Me he mudado hoy, con mis bolsos y todo mi equipaje. Por supuesto que fue muy triste abandonar Tejas Verdes. Por más lejos que esté de allí, en cuanto llegan unas vacaciones, vuelvo a ser parte de ese lugar como si nunca me hubiera ido y mi corazón se desgarra cuando me voy. Pero sé que me gustará estar aquí. Y a la casa le caigo bien. Siempre he podido darme cuenta si le caigo bien a una casa, o no.

Las vistas desde mis ventanas son preciosas; hasta la del viejo cementerio, que está rodeado por una hilera de pinos oscuros y al que se llega por una calle sinuosa, bordeada por canales de desagüe. Desde la ventana que da al oeste, veo todo el puerto, y más allá, las costas lejanas y brumosas, con los bonitos veleros que tanto me

gustan, y los buques que parten «hacia desconocidos puertos»… ¡qué frase! ¡Hay tanto lugar para la imaginación en ella! Desde la ventana del lado norte veo el bosquecillo de abedules y arces que está al otro lado de la calle. Sabes que siempre he sido devota de los árboles. Cuando estudiábamos a Tennyson en nuestro curso de inglés, en Redmond, siempre me identificaba con la pobre Enone, que penaba por sus pinos destrozados.

Más allá del bosque y el cementerio, hay un valle encantador con un camino que lo recorre como una cinta roja brillante y casitas blancas de tanto en tanto. Algunos valles son adorables… no podría decirte por qué. El solo hecho de mirarlos causa placer. Y al fondo de todo, está mi cerro azul. Lo llamaré Rey de las Tormentas… por eso de la pasión gobernante, etcétera. Puedo estar tan sola aquí, cuando quiero. Me gusta estar sola de cuando en cuando. El viento será mi amigo. Gemirá, suspirará y cantará alrededor de mi torre… los vientos blancos del invierno… los vientos verdes de primavera… los vientos azules del verano… los vientos carmesí del otoño… y los vientos salvajes de todas las estaciones; «viento de tormenta que cumple su promesa». Siempre me encantó esa frase bíblica, como si cada viento tuviera un mensaje para mí. Envidio al muchacho que voló con el viento norte en ese precioso cuento de George MacDonald. Alguna de estas noches, Gilbert, abriré la ventana de la torre y treparé a los brazos del viento… y Rebecca Dew nunca sabrá por qué mi cama quedó intacta esa noche.

Amor mío, espero que cuando encontremos nuestra «casa de los sueños», haya vientos alrededor de ella. Me pregunto dónde estará esa casa desconocida. ¿Me gustará más a la luz de la luna o a la madrugada? Ese hogar del futuro donde tendremos amor, amistad y trabajo… y algunas aventuras graciosas para hacernos reír en la vejez. ¡La vejez! ¿Seremos viejos alguna vez, Gilbert? Me parece imposible.

Desde la ventana izquierda de la torre veo los tejados de la ciudad… este lugar donde viviré por lo menos durante un año. En esas casas viven personas que serán mis amigas, aunque todavía no las conozco. Y quizá mis enemigas. Pues gente de mala voluntad hay en todas partes, con diferentes nombres, y por lo que tengo entendido, los Pringle son huesos duros de roer. Mañana comienzan las clases.

¡Tendré que enseñar geometría! Sin duda, no puede ser peor que aprenderla. Ruego al cielo que no haya genios matemáticos entre los Pringle.

Hace solamente medio día que estoy aquí, pero siento como si hubiera conocido a las viudas y a Rebecca Dew toda la vida. Ya me han pedido que las llame «tía», y yo les he pedido que me llamen Ana. A Rebecca Dew la llamé «señorita Dew» una sola vez.

«¿Señorita, qué?», exclamó.

«Dew», —repetí, sumisa—. «¿No se llama así?».

«Bueno, sí, pero no me han llamado señorita Dew en tanto tiempo que me pegué un buen susto. Será mejor que no lo vuelva a hacer, señorita Shirley, pues no estoy acostumbrada».

«Lo recordaré, Rebecca… Dew», respondí. Traté de no incluir el Dew, pero no lo logré, por supuesto.

La señora Braddock tenía razón al decir que la tía Chatty era sensible. Lo descubrí a la hora de la cena. La tía Kate había dicho algo acerca del «cumpleaños número sesenta y seis de Chatty». Por casualidad, miré a Chatty y vi que… bueno, no había estallado en llanto (ésa sería una expresión demasiado fuerte para su actitud). Sencillamente se desbordó. Las lágrimas se le formaron en los grandes ojos oscuros y cayeron sin esfuerzo y en silencio.

«¿Y ahora qué pasa, Chatty?», preguntó la tía Kate, con un dejo de aspereza.

«Es… es que sólo cumplí sesenta y cinco», respondió la tía Chatty.

«Perdóname, Charlotte», se disculpó la tía Kate… y el sol volvió a salir.

El gato es un precioso animal con ojos dorados, un elegante pelaje maltés e irreprochable linaje. Las tías Kate y Chatty lo llaman Dusty Miller, puesto que ése es su nombre, y Rebecca Dew lo llama

«ese gato» porque le tiene encono y no le gusta tener que darle cinco centímetros cuadrados de hígado todas las mañanas y todas las noches, ni quitar los pelos del sillón de la salita con un viejo cepillo cada vez que él se sube allí, ni ir a buscarlo por las noches, cuando el gato se va de juerga.

«A Rebecca Dew nunca le gustaron los gatos», me contó la tía Chatty, «y detesta a Dusty. El perro de la vieja señora Campbell, tenía un perro en aquel entonces, lo trajo en la boca, hace dos años. Supongo que pensó que no tenía sentido llevárselo a la señora Campbell. Pobre gatito, estaba mojado y muerto de frío, con los huesecillos asomándole por debajo de la piel. Ni un corazón de piedra le hubiera negado un refugio. Así que Kate y yo lo adoptamos, pero Rebecca Dew nunca nos lo perdonó. No estuvimos nada diplomáticas aquella vez. Tendríamos que habernos negado de

inmediato a alojarlo. No sé si has notado…», agregó la tía Chatty, y echó una mirada cautelosa en dirección a la puerta que separaba el comedor de la cocina, «la forma en que manejamos a Rebecca Dew». Yo sí la había notado, y era algo digno de verse. Summerside y Rebecca Dew pueden creer que ella tiene la sartén por el mango,

pero las viudas saben cuál es la verdad.

«No queríamos tomar al banquero. Un hombre joven hubiera sido muy complicado; y habríamos tenido que preocuparnos si no iba a la iglesia con regularidad. Pero fingimos que sí queríamos y Rebecca Dew se negó a oír hablar del asunto. Me alegra tanto tenerte, querida. Estoy segura de que será un placer cocinar para ti. Espero que todas nosotras te caigamos bien. Rebecca Dew tiene muy buenas cualidades. No era tan limpia como ahora cuando llegó, hace quince años. Una vez Kate tuvo que escribir su nombre “Rebecca Dew” en el espejo de la sala para que ella viera que había polvo. Pero nunca tuvo que volver a hacerlo. Rebecca Dew sabe captar las insinuaciones. Espero que tu habitación te resulte cómoda, querida. Puedes abrir la ventana por las noches. Kate no aprueba el aire nocturno, pero comprende que los pensionistas deben tener privilegios. Ella y yo dormimos juntas y nos hemos puesto de acuerdo en que una noche dejamos la ventana cerrada, por ella, y a la noche siguiente, la abrimos, por mí. Siempre se pueden arreglar los problemas de ese tipo, ¿no crees? Si hay buena voluntad, siempre se encuentran soluciones. No te asustes si oyes a Rebecca recorriendo la casa de noche. Oye ruidos todo el tiempo y se levanta a investigar. Creo que por eso no quería que alojáramos al banquero. Tenía miedo de toparse con él en camisón. Espero que no te moleste que la tía Kate hable tan poco. Es su forma de ser. Y eso que debe de tener muchas cosas para contar; anduvo por todo el mundo en su juventud, con Amasa MacComber. Ojalá yo tuviera tantos temas de conversación como ella, pero jamás salí de la isla Príncipe Eduardo. Muchas veces me he preguntado por qué habrá sido así. A mí me gusta hablar y no tengo nada para contar, y a ella no le gusta abrir la boca y podría hablar de cualquier cosa. Pero supongo que la Providencia sabe qué es lo mejor».

Si bien la tía Chatty es conversadora, de eso no hay duda, no dijo todo esto sin parar. Interpuse comentarios adecuados en los momentos debidos, pero eran cosas sin importancia.

Tienen una vaca que pasta en la propiedad del señor James Hamilton, un poco más arriba, y Rebecca Dew va hasta allí a ordeñarla. Hay cantidad de crema y tengo entendido que todas las

mañanas y todas las tardes, Rebecca Dew le pasa un vaso de leche fresca por la abertura del portón a la «mujer» de la señora Campbell. Es para «la pequeña Elizabeth», que debe beberla por orden del médico. Quiénes son la «mujer» y «la pequeña Elizabeth» son cosas que todavía me quedan por descubrir. La señora Campbell es la ocupante y propietaria de la fortaleza de al lado que se llama

«Siempreverde».

Creo que no dormiré esta noche; nunca duermo la primera noche en una cama desconocida, y ésta es la cama más rara que he visto en mi vida. Pero no me importará. Siempre me encantó la noche y no me importará quedarme tendida despierta, pensando en todo lo pasado, presente y futuro. Sobre todo en el futuro.

Ésta es una carta despiadada, Gilbert. No volveré a castigarte con una tan larga. Pero quería contarte todo, para que pudieras imaginar mi nuevo ambiente. Llega a su fin, ahora, pues lejos, más allá del puerto, la luna «se hunde en el reino de las sombras». Todavía me falta escribirle una carta a Marilla. La carta llegará a Tejas Verdes pasado mañana, y Davy la llevará a la casa desde el correo, y Dora y él se apretujarán alrededor de Marilla mientras ella la abre, y la señora Lynde abrirá las orejas… ¡Ayyyyyy! Esto me ha hecho sentir nostalgia. Buenas noches, mi amor, te desea alguien que es y será siempre, tuya, con todo cariño,

Ana Shirley.

2

( Extractos de varias cartas de la misma remitente al mismo destinatario).

26 de septiembre

¿Sabes adónde voy a leer tus cartas? Al otro lado de la calle, al bosquecillo. Hay una hondonada donde el sol motea los helechos. Un arroyo la cruza; hay un tronco mohoso y retorcido sobre el cual me siento y una preciosa hilera de jóvenes abedules. De ahora en adelante cuando tenga un sueño especial… un sueño verde y dorado, surcado de rojo… un sueño de sueños… imaginaré que provino de mi hondonada secreta de abedules y que nació de una mística unión entre el abedul más esbelto y ligero y el arroyo susurrante. Me encanta sentarme allí y escuchar el silencio del bosque. ¿Has notado cuántos silencios diferentes existen, Gilbert? Él silencio de los bosques… el de la costa… el de las praderas… el de la noche… el de las tardes de verano. Todos distintos, porque los tonos que subyacen en ellos son también diferentes. Estoy segura de que si fuera completamente ciega e insensible al calor y al frío, podría notar fácilmente dónde estaría, por la calidad del silencio que me rodea.

Hace dos semanas que empezaron las clases y tengo todo bastante bien organizado en la escuela. Pero la señora Braddock tenía razón: mi problema son los Pringle. Y todavía no veo bien cómo lo voy a resolver, a pesar de mis tréboles de la suerte. Como dice la señora Braddock, son suaves como la seda… e igual de resbaladizos.

Los Pringle son una especie de clan en el que todos se controlan mutuamente y se pelean, pero frente a un extraño, hacen frente hombro con hombro. He llegado a la conclusión de que hay solamente dos clases de personas en Summerside: los que son Pringle y los que no lo son. Mi aula está llena de Pringles, y muchos otros alumnos que tienen otros apellidos son de sangre Pringle, también. La jefa del grupo parece ser Jen Pringle, una chicuela de ojos verdes que es igual a lo que debe de haber sido Becky Sharp a los catorce años. Creo que está organizando una sutil campaña de insubordinación e irrespetuosidad con la que no me va a ser fácil lidiar. Tiene facilidad para hacer muecas irresistiblemente cómicas y cuando oigo risas ahogadas detrás de mis espaldas en la clase, sé perfectamente qué las ha provocado, pero hasta ahora, no he podido atraparla en el instante justo. Pero tiene cerebro, también, ¡la muy

perversa! Escribe composiciones que son primas cuartas de la literatura, y es brillante en matemáticas… ¡por desgracia para mí! Todo lo que dice o hace tiene una cierta chispa y posee un sentido del humor que sería un lazo de unión entre las dos si no hubiera comenzado por odiarme. Tal como están las cosas, temo que pasará mucho tiempo antes de que Jen y yo podamos reír juntas de alguna cosa.

Myra Pringle, la prima de Jen, es la belleza de la escuela… y al parecer, carece de cerebro. Dice algunas burradas divertidas, no obstante, como cuando hoy, en la clase de historia, dijo que los indígenas creían que Champlain y sus hombres eran dioses o «alguna cosa inhumana». Socialmente, los Pringle son lo que Rebecca Dew llama «la elite» de Summerside. Ya he sido invitada a cenar a dos hogares Pringle… porque invitar a una maestra nueva a cenar es lo que se debe hacer y los Pringle no van a omitir los gestos requeridos. Anoche fui a casa de James Pringle, el padre de Jen. Tiene aspecto de profesor universitario, pero en realidad es estúpido e ignorante. Habló mucho sobre la «disciplina», golpeando el mantel con un dedo cuya uña no estaba impecable, y masacrando la gramática de vez en cuando. La Escuela Secundaria de Summerside siempre había requerido una mano firme… un docente experimentado y, a ser posible, varón. Temía que yo fuera un poco demasiado joven: «un defecto que el tiempo remediará con prontitud», dijo con pesar. Yo no respondí, porque si hubiera dicho algo, quizás hubiese dicho demasiado. De manera que me mostré tan suave y sedosa como cualquier Pringle, y me conformé con mirarlo con candidez y pensar para mis adentros: «¡Viejo cascarrabias lleno de prejuicios!».

Jen debe de haber heredado la inteligencia de la madre, que me cayó bien. Jen, en presencia de los padres, fue un modelo de decoro. Pero si bien sus palabras eran corteses, el tono era insolente. Cada vez que decía «señorita Shirley», lograba que pareciese un insulto. Y cada vez que me miraba el pelo, yo sentía que era color zanahoria. Ningún Pringle, estoy segura, admitiría jamás que es castaño rojizo.

Me gustó más la familia de Morton Pringle, a pesar de que Morton Pringle nunca escucha nada de lo que dices. Te dice algo y luego, mientras le contestas, ya está pensando en el siguiente comentario.

La señora de Stephen Pringle, la viuda Pringle (en Summerside abundan las viudas), me escribió una carta ayer; una carta amable, cortés y venenosa. Millie tiene demasiados deberes; Millie es una criatura delicada que no debe cansarse. El señor Bell nunca le daba

deberes. Es una chica sensible a la que hay que comprender. ¡El señor Bell la comprendía tan bien! La señora Pringle no duda de que yo también lo haré, ¡si me esmero!

Estoy segura de que la señora de Stephen Pringle piensa que yo hice sangrar la nariz de Adam Pringle hoy en clase, razón por la cual el niño tuvo que volverse a su casa. Y anoche me desperté y no pude volver a dormirme porque recordé que no le había puesto el punto a la i de una palabra que escribí en el pizarrón. Seguro que Jen Pringle lo notó y un susurro recorrerá todo el clan.

Rebecca Dew dice que todos los Pringle me invitarán a cenar (menos las ancianas de Maplehurst) y luego me ignorarán para siempre. Como ellos son «la elite», esto puede significar que quede socialmente excluida en Summerside. Bien, veremos. La batalla no ha sido ganada ni perdida. No obstante, todo el asunto me da un poco de tristeza. No se puede razonar con los prejuicios. Sigo siendo igual que cuando era niña; no soporto que la gente no me quiera. No es agradable pensar que los familiares de la mitad de mis alumnos me odian. Y por algo que no es culpa mía. Lo que me duele es la injusticia. ¡Ahí van unas negritas! Pero unas cuantas palabras en negrita alivian los sentimientos.

Aparte de los Pringle, me gustan mis alumnos. Algunos son inteligentes, ambiciosos y trabajadores, y realmente están interesados en aprender. Lewis Allen paga su hospedaje haciendo las tareas domésticas de la pensión donde se aloja, y no se avergüenza de ello. Y Sophy Sinclair cabalga a pelo la vieja yegua de su padre, todos los días, diez kilómetros de ida y diez de vuelta. ¡Ahí tienes una chica tenaz! Si puedo ayudar a alguien como ella, ¿qué importancia pueden tener los Pringle?

El problema es que si no puedo ganarme a los Pringle, no tendré muchas posibilidades de ayudar a nadie.

Pero me encanta Álamos Ventosos. No es una pensión… ¡es un hogar! Y les caigo bien a todos… hasta a Dusty Miller, aunque a veces me censura y lo demuestra sentándose deliberadamente de espaldas a mí y dirigiéndome una ocasional mirada por encima del hombro para ver cómo lo estoy tomando. No lo acaricio mucho cuando Rebecca Dew está cerca, porque realmente le fastidia. De día es un animal tranquilo, hogareño, meditabundo… pero es decididamente una criatura extraña de noche. Rebecca opina que se debe a que nunca se le permite quedarse fuera una vez que ha oscurecido. Ella detesta salir al jardín a llamarlo. Dice que los vecinos se reirán de ella. Lo llama en tonos tan feroces y estentóreos,

que en verdad deben de oírla por toda la ciudad en las noches serenas cuando grita: «Michi», «Michi». ¡Michi!… A las viudas les daría un berrinche si Dusty no estuviera dentro cuando se van a dormir.

«Nadie sabe lo que he pasado por culpa de “ese gato”… nadie», me ha asegurado Rebecca.

Con las viudas no voy a tener problemas. Cada día las quiero más. La tía Kate no aprueba la lectura de novelas, pero me ha informado que no tiene intención de censurar mi material de lectura. A la tía Chatty le encantan las novelas. Tiene un «escondite» donde las guarda (las trae de contrabando de la biblioteca pública) junto con un mazo de naipes para hacer solitarios y cualquier otra cosa que no desea que Kate vea. El escondite está en el asiento de una silla, que sólo ella sabe que no es meramente un asiento. Ha compartido el secreto conmigo porque sospecho que quiere que la ayude con el mencionado contrabando. En realidad, no tendría que haber necesidad de escondites en Álamos Ventosos, pues jamás vi una casa con tantos armarios misteriosos. Aunque desde luego, Rebecca Dew no les permite ser misteriosos. Siempre está vaciándolos. «Una casa no se limpia sola», replica cuando alguna de las viudas protesta. Estoy segura de que no se andaría con rodeos si encontrara novelas o un mazo de naipes. Ambas cosas son un horror para su alma ortodoxa. Opina que los naipes son los libros del demonio, y las novelas, algo peor todavía. Lo único que lee Rebecca Dew, aparte de su Biblia, son las columnas sociales del Guardián de Montreal . Adora enterarse de lo referente a muebles, casas y actividades de los millonarios.

«Imagine lo que será remojarse en una bañera de oro, señorita Shirley», me comentó una vez, con melancolía.

Pero en realidad es un encanto. Hizo aparecer de algún lado un sillón cómodo tapizado en brocado descolorido, que se amolda justo a mi cuerpo, y dijo:

«Éste es su sillón. Se lo guardaremos».

Y no deja que Dusty Miller duerma allí, por temor a que queden pelos en la falda que uso para la escuela, y que los Pringle tengan algo de qué hablar. Las tres están muy interesadas en mi anillo de perlas… y en lo que significa. La tía Kate me enseñó su anillo de compromiso (no lo puede usar porque le queda pequeño), con turquesas engarzadas. Pero la pobre tía Chatty me confesó con lágrimas en los ojos que nunca tuvo anillo de compromiso… su marido lo consideraba «un gasto innecesario». Ella estaba en mi

habitación en aquel momento, humedeciéndose la cara con suero de leche. Lo hace todas las noches para protegerse el cutis, y me ha hecho jurar que guardaré el secreto, pues no quiere que se entere la tía Kate.

«Pensaría que es vanidoso y absurdo para una mujer de mi edad. Y estoy segura de que Rebecca Dew piensa que ninguna mujer cristiana debería tratar de ser hermosa. Solía bajar a la cocina a hacerlo, una vez que Kate se había dormido, pero siempre tenía miedo de que también bajara Rebecca Dew. Tiene oídos de gato incluso cuando duerme. Si pudiera subir aquí a hacerlo todas las noches… ¿Sí? Gracias, querida».

Hice algunas averiguaciones acerca de nuestras vecinas de Siempreverde. La señora Campbell (¡que era una Pringle!) tiene ochenta años. No la he visto, pero tengo entendido que es una anciana muy severa. Tiene una criada, Martha Monkman, casi tan anciana y severa como ella, a quien todos se refieren como «la mujer de la señora Campbell». Y la bisnieta, la pequeña Elizabeth Grayson, vive con ella. Elizabeth (a quien jamás he visto en los quince días que llevo aquí) tiene ocho años y va a la escuela pública «por atrás», un atajo por los jardines, de modo que nunca me la encuentro, ni a la ida ni a la vuelta. Su madre, que ha muerto, era nieta de la señora Campbell, que también la crió, pues sus padres habían muerto. Se casó con un tal Pierce Grayson, un yanqui, como diría la señora Lynde. Ella murió al nacer Elizabeth y como Pierce Grayson tuvo que partir de inmediato de América para hacerse cargo de una rama de su empresa en París, enviaron a la niña a casa de la anciana señora Campbell. Según dicen, él no podía soportar ver a la niña, pues le había costado la vida a la madre, y nunca le ha prestado atención. Por supuesto, éstos pueden ser solamente chismes; la señora Campbell y la «mujer» jamás hablan de él.

Rebecca Dew opina que son demasiado severas con la pequeña Elizabeth, que no lo pasa demasiado bien con ellas.

«No es como las otras niñas; es demasiado madura para sus ocho años. ¡Dice cada cosa, a veces! “Rebecca”, me dijo un día, “supón que justo cuando estás a punto de meterte en la cama sientes que te muerden el tobillo”. Con razón tiene miedo de irse a dormir en la oscuridad. Y la obligan a hacerlo. La señora Campbell dice que no habrá cobardes en su casa. La vigilan como dos gatos a un ratón y se pasan el día dándole órdenes. Si hace el menor ruidito, les da un ataque. Chsss, Chsss, están todo el día. Le aseguro que con tanto

“chsss, chsss” la van a matar, pobre chica. ¿Y qué se puede hacer al respecto? ¿Qué, realmente?».

Me gustaría verla. Me resulta un poco patética. La tía Kate dice que está bien cuidada desde el punto de vista físico. Lo que dijo realmente la tía Kate fue: «La alimentan y la visten bien», pero una criatura no puede vivir sólo de pan. Nunca olvido lo que fue mi propia vida antes de mi llegada a Tejas Verdes.

El viernes que viene voy a Avonlea, a pasar dos días maravillosos. Él único inconveniente es que todos los que vea me preguntarán si me gusta enseñar en Summerside.