Animales divinos - José Juan Picos - E-Book

Animales divinos E-Book

José Juan Picos

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Beschreibung

Pegaso, el caballo alado; el perro Argos, fiel amigo de Ulises; el asno de Hefesto o los leones de la Cibeles son algunos de los protagonistas de este divertido relato sobre los animales que acompañaban a héroes y dioses de la Antigüedad. Los antiguos griegos no se fiaban de sus dioses. Y con razón. Los Olímpicos tenían fama de egoístas, caprichosos y abusones, quizá porque al ser inmortales les quedaba por delante una eternidad de tiempo y no querían aburrirse. Por eso jugaban con los mortales, animales incluidos. Uno de sus entretenimientos más crueles fue la guerra de Troya, donde murieron miles de guerreros griegos y troyanos, al igual que sus caballos, perros y mulas, y los toros y ovejas que sacrificaban en los altares para rogar por la victoria. Ellos son los protagonistas de este libro: los animales que compartieron aventuras con dioses y héroes; es decir, la fauna de la mitología griega. Gracias a ellos conoceremos curiosidades de algunos mitos famosos, y descubriremos otros no tan conocidos. Y, rastreando las huellas de estas divinas criaturas, nos sorprenderá ver de qué modo los mitos siguen presentes en nuestra vida diaria.

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Índice

Cubierta

Portadilla

Argos, el amigo de Ulises

Los carneros de Polifemo

El perro que se ponía morao

Pegaso, un paseo por las nubes

La piara de Circe

Un mochuelo sabio

El terrario de Atenea

Titono, un eterno cri, cri

Las focas de Anfitrite

El abanico de los cien ojos

El asno de Hefesto

Robot ladrador, poco mordedor

Los caballos de Aquiles

Un grifo que nunca gotea

El primer calentamiento global

¡Cuidado con el perro!

Los leones de la Cibeles

El zoo de Zeus

Créditos

Los antiguos griegos no se fiaban de sus dioses.

Y con razón.

Los Olímpicos tenían fama de egoístas,

caprichosos y abusones, quizá porque, como inmortales,

les quedaba una eternidad de tiempo

por delante y les daba pavor aburrirse.

Por eso jugaban con los mortales, animales incluidos.

Uno de sus mayores entretenimientos fue la guerra de Troya,

donde se lo pasaron de fábula con griegos y troyanos

mientras los guerreros de ambos bandos caían como moscas,

al igual que sus caballos, perros y mulas y los toros y ovejas

que sacrificaban en los altares para rogar por la victoria.

Ellos son los auténticos protagonistas de este libro:

los animales que compartieron paisajes y aventuras

con dioses y héroes, es decir, la fauna de la mitología griega.

Gracias a ellos, conoceremos

detalles inéditos de algunos mitos famosos y

descubriremos otros no tan conocidos.

Y también sabremos, rastreando

las huellas de tan divinos animales,

de qué modo está presente la mitología

en nuestra vida diaria.

Argos,

el amigo de Ulises

Dicen que el primer perro de la literatura universal es Argos, la mascota de Ulises, uno de los héroes más famosos de todos los tiempos. Pero, si queremos ser rigurosos, es el primero con nombre, porque antes, en la Ilíada, el inmortal poema de Homero sobre la guerra de Troya, aparecen otros perros. Apolo era el dios de la belleza, de las artes y de los oráculos, pero también de las epidemias, que propagaba entre los mortales por medio de flechas infectadas con virus. Nada más empezar la Ilíada, Apolo cubre el campamento griego con «una peste maligna que precipitó muchas almas de héroes al Hades e hizo de sus cuerpos botín de perros y aves de rapiña». Entendemos que el poeta se refiere a perros asilvestrados y sin dueño que deambulaban entre las naves y las tiendas de los sitiadores de Troya.

Ulises, el dueño de Argos, tenía un superpoder: su astucia. Era muy inteligente e ingenioso y siempre encontraba una solución para cualquier problema. Su nombre original, en griego, era Odiseo, por eso el libro de sus aventuras se llama la Odisea. Fueron los romanos los que lo llamaron Ulises. La Odisea nos cuenta todo lo que sufrió Odiseo para volver a su hogar en la isla de Ítaca, situada en la costa oeste de Grecia, en el lado que mira a Italia. Dicen que su autor, Homero, era ciego, quizá por eso se tuvo que aprender cientos de poemas de memoria que, seguramente le sirvieron de inspiración.

Aunque hayan pasado casi tres mil años desde que Homero compuso sus obras, los antiquísimos mitos griegos no han desaparecido de nuestro día a día: hoy llamamos «odisea» a superar las dificultades que encontramos en el largo viaje que es la vida. En los programas deportivos usan mucho esa palabra; por ejemplo, cuando un piloto se enfrenta a una avería grave y, a pesar de eso, consigue terminar una etapa del rali Dakar, o cuando un alpinista llega a la cumbre de un ocho mil. ¿A quién no le parecía una odisea enfrentarse al plato de verduras que, de pequeño, le ponían delante? Y aún sigue siendo una odisea para las madres recoger todos los trastos que los niños de todas las épocas hemos ido dejando por en medio. Eso es lo que podemos llamar una huella mitológica, un vestigio de la antigüedad griega en el lenguaje y en la vida de los seres humanos del siglo XXI. Quizá sea buena idea introducir estas huellas en un recuadro cada vez que aparezca una. Al fin y al cabo, tiene mucho mérito que un mito haya sobrevivido miles de años hasta llegar a nosotros, por eso creo que merece un lugar destacado. Probemos…

LA HUELLA MITOLÓGICA:
TROYANO

Un troyano informático, también llamado caballo de Troya, es un programa que lleva dentro un virus oculto, como los soldados griegos que se escondieron en la panza del caballo de madera. Después de diez años de guerra, a Odiseo se le ocurrió dejar un enorme caballo ante las murallas de Ilión, que es el otro nombre de la legendaria ciudad, por eso el famosísimo libro de Homero se llama Ilíada. A la vez que dejaban aquel señuelo, los griegos fingieron que se retiraban.

Los troyanos creyeron que se trataba de una ofrenda que sus enemigos les hacían a los dioses para rogarles un buen viaje de retorno, así que lo metieron en la ciudad sin tomar precauciones. Pero, por la noche, los guerreros escondidos en el caballo, Ulises entre ellos, salieron y abrieron las puertas. El ejército invasor entró por sorpresa y destruyó Ilión hasta los cimientos. Ese mecanismo astuto y destructivo es el mismo que utiliza un troyano informático para convertirse en un invasor dentro de los muros de plástico de tu ordenador y provocar averías o destruir información. Toda una huella mitológica en pleno siglo XXI.

Después de la victoria griega, Odiseo pasó una década recorriendo el Mediterráneo y escapando de mil amenazas y peligros. Argos fue el primer ser vivo que lo reconoció cuando por fin llegó a Ítaca. Nadie más lo hizo, porque Ulises, que era todo un rey, tuvo que disfrazarse de mendigo en su propio reino. Durante los diez años que pasó en Troya y los diez de viajes y aventuras como juguete de los dioses, su mujer, Penélope, tuvo que aguantar a un ejército de pretendientes codiciosos que lo que de verdad pretendían era el trono de la isla. Por eso, para evitar que lo mataran, Odiseo se tuvo que disfrazar; como, además, estaba hecho una pena, flaco, golpeado por las olas, barbudo y, lógicamente, más viejo, ¿qué ser humano podría reconocerlo?

Ya en Ítaca, Ulises comprobó con amargura que su palacio estaba manga por hombro. Los pretendientes vaciaban las despensas reales y las bodegas y exigían que los esclavos solamente los atendieran a ellos. En esas condiciones, el pobre Argos estaba muy descuidado, casi en las últimas.A pesar de todo, cuando oyó al falso mendigo, levantó las orejas, miró ansioso a su alrededor y supo de inmediato que era su amo. Homero nos cuenta que intentó levantarse «del cerro de estiércol de mulas y bueyes» donde lo habían tirado, pero el pobre ya no tenía fuerzas, así que meneó la cola con alegría y quiso ladrar, pero tampoco tenía aliento.

Lo más doloroso fue que Ulises no podía hacerle caso, y no porque no quisiera a su fiel amigo, sino porque temía que lo descubrieran. Así que no pudo acariciarlo ni darle las gracias por su lealtad. Sin más remedio, le volvió la espalda al desdichado perro y se echó a llorar, lleno de pena y rabia.Tras haber visto por última vez a su amo y amigo, Argos dejó reposar la cabeza en el suelo y descansó en paz.

Quizá te preguntes, como me pregunté yo, qué edad tenía Argos si su amo había pasado, entre guerras y naufragios, veinte años fuera de casa; tengamos en cuenta que la edad media de nuestros amigos caninos es de trece años. Esa una ventaja de la mitología, que provoca muchas preguntas: el esfuerzo de buscar una respuesta, aunque no la encontremos, puede hacernos un poco más sabios. Si alguna huella nos dejaron los antiguos griegos, mitos aparte, es la capacidad, a la que nunca renunciaron, de hacerse preguntas. Y no por el puro placer de tener razón, sino para encontrar la respuesta más satisfactoria dadas las circunstancias y de acuerdo con su inteligencia y sentido común. En ese sentido, los sabios griegos eran como Odiseo, incansables navegantes en un mar de dudas y valientes ante las brumas de la ignorancia. Una de sus preguntas fundamentales fue si los dioses habían creado al hombre o al contrario: así nació la filosofía.

Por lo demás, los mitos son leyendas muy entretenidas y con una moraleja, es decir, con alguna enseñanza. Las madres griegas eran las encargadas de transmitirlas para que no se perdieran en la noche de los tiempos y para que sus hijos conocieran y amaran las tradiciones de su pueblo.Aquellas mujeres fueron las guardianas de la memoria de la Antigua Grecia, pero tenían que ser muy rápidas y constantes porque, a partir de los seis o siete años, los niños varones eran educados por los hombres de su familia y de su tribu hasta que se convertían en ciudadanos.

De cualquier modo, los mitos no tienen la obligación de ser realistas. Después de todo, que Argos tuviera más de veinte años es tan fantástico como que un fontanero llamado Mario luche contra un gorila con sombrero para rescatar a una princesa en apuros. Y no porque el héroe sea fontanero, ni porque el gorila tenga bigote, sino porque las princesas de hoy en día se rescatan solitas.

En fin, que Homero nos cuenta que a Odiseo le dio tiempo a criar a su perro, pero no a disfrutarlo, así que sería un cachorro cuando se fue a Troya. Solucionada la cuestión de la edad de Argos, vamos a ver de qué raza era y en qué ayudaba. Para empezar, vivía en una isla pequeña y rocosa donde no abundaban los buenos prados ni las llanuras para criar vacas o caballos; los únicos rebaños de Ítaca eran de cabras y ovejas. Eso quiere decir que Argos ayudaría a pastorearlos.También cazaría las presas que suele haber en una isla de veinticinco kilómetros de largo por diez de ancho y llena de matorrales. Normalmente, esos animales silvestres son los conejos y las perdices. De hecho, Homero nos cuenta que, en ausencia de Ulises, su hijo Telémaco llevaba a Argos a cazar cabras salvajes, cervatos y liebres.

¿Cómo es posible que una isla tan diminuta como Ítaca fuese un reino?, ¿es que Odiseo no era más que un rey de liebres y cabras? La respuesta está en la idea que hoy tenemos de Grecia: no pensemos en el país actual cuya capital es Atenas y que hace frontera con Turquía, Albania, Macedonia del Norte y Bulgaria.

LA HUELLA MITOLÓGICA:
GRECIA

¿En qué se parecen Homero y un griego del siglo XXI? Pues en que ninguno de los dos llamaría «Grecia» a Grecia. Para el poeta, esa idea no existía, no había un país llamado así ni en su imaginación. Por su parte, un joven griego del siglo XXI llamaría a su país por su nombre oficial, República Helénica, o, simplemente, Hélade.

¿Y por qué decimos Grecia y griegos en el resto de Occidente? Pues por influencia del latín. Una de las primeras tribus griegas que alcanzó Italia para crear colonias fue la de los graikoi, originarios del oeste de la península helénica, cerca de Ítaca, así que los romanos extendieron ese gentilicio, graecus, a todos los helenos.

Los griegos de Homero se agrupaban en tribus reunidas en una ciudad, también llamada polis, que constituía por sí misma un Estado sin importar la superficie ni la población, sino su capacidad de ser independiente. Por ejemplo, la poderosa Esparta tenía 8.400 kilómetros cuadrados, lo que nos indica que su tamaño estaba entre las provincias de Almería y Valladolid. Atenas era todavía más pequeña: 2.550 kilómetros cuadrados, más o menos como Álava. El reino de Ítaca medía 118 kilómetros, un poco más grande que la isla de Formentera. En general, la extensión de una polis se limitaba a la propia ciudad más los terrenos de cultivo, los bosques, las aldeas y, si no era de tierra adentro, el litoral correspondiente. Por eso decimos que la Antigua Grecia era un rompecabezas de ciudades-Estado. Normalmente, estaban amuralladas, como es el caso del reino de Agamenón, el caudillo que mandaba las tropas de las distintas ciudades-Estado griegas que acudieron a la guerra de Troya: Micenas, Esparta, Atenas, Argos, Corinto, Ítaca…

Los espartanos, en cambio, eran muy soberbios y belicosos, por eso decían que sus murallas no estaban hechas de piedra, sino de carne y bronce. Es decir, se refugiaban detrás de los escudos y las lanzas de sus guerreros, los más valientes y feroces de la península griega. En una de esas murallas podemos encontrar otra huella mitológica…

LA HUELLA MITOLÓGICA:
NUESTRAS PALABRAS

Las murallas de la ciudad de Agamenón, Micenas, se levantaron con enormes bloques de piedra, de ahí que digamos que eran ciclópeas, un sinónimo de «gigantesco». Procede de los cíclopes mitológicos, albañiles gigantescos que construyeron con piedras colosales las murallas del Olimpo, que era la residencia de los dioses. Hay otra que también se usa mucho en el periodismo deportivo para hablar del esfuerzo de un atleta, «titánico», y que se inspira en otros gigantes, los Titanes, hijos de la diosa de la Tierra, Gea. Hay deportistas que no solo hacen un esfuerzo titánico, sino también hercúleo, en referencia al héroe más famoso de la mitología, Hércules. En el deporte, la lucha contra el tiempo, es decir, contra el crono, es vital para conseguir la victoria. Pues el cronómetro tiene su origen etimológico en Chronos, el dios del tiempo (no hay que confundirlo con Cronos, el titán que fue padre de Zeus).

Sin abandonar el deporte, fijémonos en el fútbol. Áyax el Grande fue un colosal e invencible guerrero griego, pero no tanto como Hércules. Atalanta era una corredora sin rival y una cazadora casi a la altura de Ártemis, diosa de la caza. Pues los tres personajes mitológicos dan nombre a tres equipos de fútbol europeos: al Áyax de Ámsterdam, al Atalanta de Bérgamo y al Hércules de Alicante.

Si, en vez de fijarnos en las estrellas del fútbol, miramos con un telescopio las que iluminan el cielo nocturno, podremos ver algún planeta de nuestro sistema solar. Todos tienen nombres de dioses romanos: Júpiter, Neptuno, Venus… El nombre del nuestro viene de la diosa latina Terra, y añadiré que Luna también fue una diosa romana. Terra también se llamaba Tellus, y de ahí deriva telúrico, que significa «propio de la Tierra» y que se usa mucho al hablar de terremotos. Los dioses y diosas de Roma eran los mismos que tenían los griegos, pero con el nombre en latín.

Junto a los planetas, podemos ver las constelaciones, grupos de estrellas que nos recuerdan a algún objeto, personaje o animal terrestre. Pues bien, el zodiaco, palabra griega que significa «conjunto de animales», es la reunión de doce constelaciones mitológicas. Por ejemplo, Aries nos recuerda la leyenda del vellocino de oro y Tauro es Zeus convertido en toro para raptar a la princesa Europa.

Para terminar, no sé de qué marca son tus zapatillas, pero la diosa griega de la Victoria, Niké, le da nombre a unas muy famosas. Y que no se me olvide que una de las palabras del subtítulo de este libro, Fauna, era el nombre de la diosa romana de la naturaleza. Es decir, que la mitología nos acompaña a diario en nuestras palabras y conversaciones. Y esta es una muestra muy pequeña.

Estábamos intentando averiguar de qué raza era Argos, el perro de Ulises. Con las características físicas y el temperamento que hemos descrito nos podemos fijar en una raza canina de otra isla griega, la de Creta. Allí vive todavía uno de los perros más antiguos de Europa, quizá importado del Egipto de los faraones y las pirámides, el podenco cretense, cuyos antepasados se remontan a cuatro mil años de antigüedad; la Odisea no llega a los tres mil, así que Homero se pudo inspirar en ellos. Su nombre en griego es muy simpático: kritikós lagonikós, que no quiere decir que critiquen a sus amos porque sean malos cazadores. Lo que significa es que son de Creta y que cazan liebres (en griego, liebre es lagós). Por tanto, hablamos de un perro ágil y rápido para correr detrás de unas piezas muy escurridizas; delgado y fibroso y con el hocico puntiagudo, para culebrear entre los matorrales y olfatear las madrigueras, y listo como Ulises, porque se enfrenta a animales con muchos reflejos. Pero el podenco de Creta también tiene instintos de guardián y de pastor, así que Argos bien podría ser un podenco. Por cierto, en Baleares encontramos otro tipo de podenco que, sin duda, debe de ser un primo lejano de aquellos perros de la Antigua Grecia.

En cualquier caso, el mejor reconocimiento que le podemos hacer al perro de Odiseo es recordarlo como una mascota divina con una memoria excelente y una fidelidad a prueba de odiseas.

Los carneros de Polifemo

Odiseo era tan inteligente que Homero lo llamó «el griego de los mil ardides». Un ardid es un truco o una artimaña, como la del caballo de Troya. Además, Ulises tenía mucha labia; era un piquito de oro que podía convencer a un adversario en situaciones muy comprometidas. Seguramente, hoy habría sido un youtubero o un influente.