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Anita vive en una casa destartalada, que en su día perteneció al mismísimo gran inventor ¡Gregorio Cuentamañanas! Es feliz rodeada de cachivaches curiosos y vecinos de lo más extravagante, hasta que un día aparece un misterioso señor decidido a echarlos. Anita se verá obligada a embarcarse en una misión crucial: ¡¡ SALVAR SU HOGAR !! ¡Lo que nunca imaginó es que acabaría frente a frente con el fantasma del inventor! ¿Podrá este malhumorado señor ser la clave para salvar a su familia y su hogar?
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Seitenzahl: 71
Veröffentlichungsjahr: 2025
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lola llatas
CRÉDITOS
Primera edición: marzo 2025
© del texto: Lola Llatas
© de las ilustraciones: Patri de Pedro
© de la cubierta: Patri de Pedro
© de la corrección: Milena Hidalgo
© de la maqueta: Diana Fernández
Pyjama Books, SL. 2025
Avenida de Menéndez Pelayo, 67
28009 Madrid, España.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-84-19135-47-6
THEMA: YFB
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de los titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
SINOPSIS
Anita vive en una casa destartalada, que en su día perteneció al mismísimo gran inventor ¡Gregorio Cuentamañanas!
Es feliz rodeada de cachivaches curiosos y vecinos de lo más extravagante, hasta que un día aparece un misterioso señor decidido a echarlos. Anita se verá obligada a embarcarse en una misión crucial:
¡¡ SALVAR SU HOGAR !!
¡Lo que nunca imaginó es que acabaría frente a frente con el fantasma del inventor! ¿Podrá este malhumorado señor ser la clave para salvar a su familia y su hogar?
Para mi madre
1
PRÓLOGO
—¡¿Se puede saber quién eres tú, niña, y qué haces en mi laboratorio?!
La atronadora voz del gran inventor Gregorio Cuentamañanas rebotó en los muros de piedra y envolvió el sótano bajando la temperatura cinco grados por lo menos. Hizo explotar una bombilla del techo y a tres ratones esconderse en sus madrigueras.
La niña dio un paso atrás. Temblaba como una hoja. Tenía los ojos tan abiertos por la impresión que estaban a punto de caérsele de las órbitas. Anita no había imaginado que el científico se molestara tanto por husmear entre sus cosas. Tampoco que blandiera los brazos como un loco y la amenazara con el dedo, la mano y el brazo. Y no era porque Gregorio fuera un hombre tranquilo y estas reacciones no estuvieran en armonía con su carácter, sino porque el inventor llevaba más de cien años muerto.
¡Muerto!
¡SUPERMUERTO!
Cuando las articulaciones de Anita la obedecieron de nuevo, la niña soltó la brújula y escapó escaleras arriba, chillando con toda la fuerza de sus pulmones.
—¡¡AAAAHHHH!!!
Cerró la puerta del sótano con cerrojo, salió al vestíbulo, se cruzó con su vecino el saxofonista, que salía a dar un paseo, y subió las escaleras a toda velocidad. Como no dejaba de gritar ni para tomar aire, el chillido le salía cada vez más ronco. Cuando pasó frente a la puerta de los trillizos de la segunda planta, que se habían asomado a ver qué pasaba, ya era un:
—Aaaaaah
Y cuando llegó a la tercera, entró en su casa, se encerró en su cuarto y metió la cara debajo de la almohada, ya solo le salía un chorrito de voz, apenas imperceptible.
—... ahhhhhh.
Pero seguía temblando de cabeza a pies.
¡Uy, hola! Vaya, estás leyendo y seguro que no sabes a qué viene todo esto. Debes de estar preguntándote quién es Anita Muchatela y por qué bajó al sótano para cotillear entre los artilugios de un fantasma hasta cabrearlo de esa manera.
Tal vez creas que esta no es forma de comenzar un libro, y puede que tengas razón. Pienso remediarlo. Pasa las hojas y te ruego me disculpes. Las cosas hay que comenzarlas por el principio.
2
ANITA
Anita Muchatela vivía en una casa destartalada y delgaducha a las afueras de la ciudad. Se alzaba torcida en medio de un descampado y parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento.
Una vez fue un edificio famoso y la gente acudía a hacerse fotos al lado de la puerta o agarrando una ventana. Resulta que allí vivió, hace décadas, el gran inventor, científico e ingeniero Gregorio Cuentamañanas, el primer hombre en el mundo que estuvo a punto de dominar el clima con un invento revolucionario que al final no funcionó como debiera: el CLIMANADOR.
Gran proeza, no creas. Cientos después que él han intentado perfeccionarlo y no ha habido manera. No es tan sencillo como parece hacer que llueva cuando los campos lo necesitan o que deje de hacerlo cuando va a producirse una inundación.
Pero el tiempo pasó, y cuando los curiosos dejaron de visitar el lugar en el que por poco se produjo tan alucinante prodigio, los descendientes del inventor vendieron la casa a trozos y se olvidaron de ella.
El edificio, visto por fuera, tenía cierto estilo, no voy a negarlo, con las ventanas torcidas y las cornisas a punto de caerse, pero, una vez entrabas, el suelo de madera crujía todo el tiempo; y había que ser equilibrista para encaramarse a las escaleras que trepaban de un piso a otro hasta el tercero, tan empinadas que había gente que iba a visitar a los trillizos, se mareaba a mitad y decidía no seguir subiendo.
En la primera planta vivía Amadeo el saxofonista, un tipo con los brazos largos y los dedos aún más largos que se pasaba día y noche afinando su instrumento; en la segunda, vivía la señora Virtu con los trillizos, que eran adorables a veces, un poco trastos siempre, y no había manera de distinguirlos porque llevaban la cara perpetuamente sucia con chorretones de sudor. Y en la planta más alta y abuhardillada, habitaba Anita Muchatela con sus padres Luis y Greta.
La niña, que tenía nueve años y medio en el tiempo en el que suceden los hechos de esta historia, estaba enamorada del caserón. Le encantaba vivir en el mismo lugar en el que había vivido antes un gran inventor. Ella misma también quería ser científica e ingeniera y, en las vigas combadas del techo y la piedra de las paredes, encontraba la inspiración para idear todo tipo de artilugios.
Lo que Anita no sabía, lo preguntaba. Lo que necesitaba, se lo construía. Tenía el dormitorio repleto de bocetos de inventos y trastos a medio hacer. Por eso todo el mundo la acabó llamando Anita Curiosidad.
Sus padres, Greta y Luis, no estaban tan contentos como ella de vivir en la buhardilla de tan extraño edificio. Su hogar se desmoronaba y no había mucho que pudieran hacer. Por las noches, el matrimonio pasaba horas con los ojos clavados en el techo, viendo caer diminutas cascadas de polvo de entre las juntas, pensando de dónde sacar el dinero para mudarse y adónde; mientras Anita, con unas viejas gafas de bucear para protegerse los ojos, martilleaba uno de sus nuevos inventos, incansable.
—Anita, a dormir —suplicaba su madre.
Y Anita apretaba los labios desde su habitación repleta de mecanos y destornilladores y experimentos, y guardaba silencio durante unos instantes.
Entonces se escuchaba a Virtu en el piso de abajo rogando a sus trillizos que salieran de la lavadora o que dejaran de derramarse la leche de la cabeza y se fueran a dormir; o al saxofonista tocar, de nuevo, la misma canción que había estado ensayando toda la semana.
A Anita le encantaban todos esos ruidos, pero siempre que podía, y para que sus padres no la regañaran, trabajaba en el único lugar de aquella casona delgaducha y destartalada en el que nadie se quejaba de sus golpes: el sótano.
Al sótano nadie quería ir. Había muchos trastos, estaba muy oscuro, y daba miedo.
3
EL SÓTANO
A Anita Curiosidad le encantaba el sótano.Era su lugar preferido de su amado caserón. Más preferido que la tienda de chocolatinas donde podías probar bombones gratis o la atracción de la feria que te lanzaba por los aires y hacía que se te secara el cerebro por unos microsegundos.
El sótano era mágico.
Impresionante.
Maravilloso.
Resulta que cuando los herederos del gran inventor Gregorio Cuentamañanas vendieron la casa a trozos, se olvidaron del lugar en el que su tío tenía su laboratorio. Tal vez en alguna ocasión pensaron en vender su contenido como chatarra, pero subirlo por las empinadas escaleras del sótano era más costoso que lo que pudieran sacar por él. El caso es que ahí se quedó, y Anita adoraba pasear entre los bártulos que se amontonaban formando estalagmitas de trastos y ropa y libros y cajas cuyo contenido nadie echaba de menos ya.
Anita había pasado tanto tiempo en ese sótano que se sabía de memoria cada descolchado de las paredes y los orificios en los que vivían las familias de ratones.