Apología de Socrates - Platón - E-Book

Apología de Socrates E-Book

Platón

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Beschreibung

La Apología de Sócrates, escrita por Platón no mucho después del juicio y condena de su maestro, es un documento fundamental para que conozcamos a Sócrates. Platón recrea el alegato pronunciado por el filósofo ante el tribunal que finalmente lo condenaría a muerte. El escrito apunta, sobre todo, a relevar las verdaderas motivaciones de la actividad filosófica de Sócrates en Atenas, mostrando así la injusticia de las acusaciones. La vivacidad del retrato, así como la penetración filosófica con que Platón reconstruye las razones alegadas, ha influido fuertemente en la posterior recepción de esta figura de la filosofía. De este modo Platón prestó una contribución decisiva en la constitución de uno de los paradigmas morales más importantes de la cultura de Occidente.

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APOLOGÍA DE SÓCRATES

PLATÓN (427-347 a.C.) conoció a Sócrates a temprana edad y siguió de cerca los acontecimientos que llevaron a su condena y ejecución a manos de la recién restaurada democracia ateniense. Después de la muerte de Sócrates en el año 399 a.C. Platón inició una larga carrera literaria que duró hasta el fin de su vida; y que comenzó con la composición de breves diálogos cuyo propósito era defender la memoria de su amigo, mostrando en qué consistía realmente su actividad filosófica. Con el correr de los años Platón desarrolló una posición propia cuya piedra angular fue la doctrina de la República, según la cual el poder político y el saber filosófico deberían residir en las mismas personas o en los mismos grupos de personas. A estas alturas de la obra platónica, Sócrates se ha transformado ya en un personaje literario, que poco a poco va perdiendo importancia, hasta desaparecer en la última gran obra de Platón, las Leyes. Platón viajó en tres ocasiones a Siracusa con la esperanza de poner en práctica sus ideas políticas, pero no lo logró. Durante la mayor parte de su vida Platón enseñó en la Academia, una comunidad de estudios filosóficos que fundó en Atenas y cuyo alumno más célebre fue Aristóteles.

ALEJANDRO G. VIGO nació en Buenos Aires (Argentina) en 1958. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y, posteriormente, Filosofía y Filología Clásica en la Universidad de Heidelberg (Alemania). En la actualidad es Profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra, Pamplona, España.

Platón

Apología deSócrates

TRADUCCIÓN, ANÁLISIS Y NOTAS DEALEJANDRO G. VIGO

183.2

P718a.E  Platón.

Apología de Sócrates / Platón; traducción, análisis y notas de Alejandro G. Vigo.

– 3ª reimpresión de la 9ª ed.–

Santiago de Chile: Universitaria, 2020.

140 p.; 11,5 x 18,2 cms. (Los Clásicos)

Bibliografía: p.137-140.

ISBN Impreso: 978-956-11-2078-5

ISBN Digital: 978-956-11-2762-3

1. Sócrates. 2. Filosofía antigua. I. t. II. Vigo, Alejandro G., tr.

© 1997, ALEJANDRO G. VIGOInscripción Nº 101.155, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.Avda Bernardo O‘Higgins 1050, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea porprocedimientos mecánicos, ópticos, químicos oelectrónicos, incluidas las fotocopias,sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Palatino 10/13

CUBIERTAKylix Blanco, primera mitad del s. V, a.C.Apolo con lira libando, (detalle)Museo de Delfos, Grecia.

DISEÑO DE PORTADA Y DIAGRAMACIÓNNorma Díaz San MartínYenny Isla Rodríguez

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción

División del contenido

APOLOGÍA DE SÓCRATES(traducción y notas)

Notas complementarias

Bibliografía

AGRADECIMIENTOS

Quisiera agradecer aquí muy sinceramente a las personas que, de diversos modos, contribuyeron a que pudiera concretar mejor este trabajo. El editor Braulio Fernández Biggs, mi colega profesor Dr. Jorge Peña Vial y mi esposa Cristina del Rosso me hicieron variadas sugerencias relativas a cuestiones de estilo. Ello me permitió mejorar algunos de los muchos desniveles que presentaban las primeras versiones de la traducción y también hacer algo más legible el texto, mitigando mi tendencia a las formulaciones más bien complejas. A mi colega y amigo de Buenos Aires, profesor Dr. Marcelo D. Boeri, debo valiosas sugerencias para mejorar la traducción de varios pasajes. Muy especialmente debo agradecer aquí al profesor Dr. Roberto Torretti y al profesor Dr. Alfonso Gómez-Lobo por su generosa y desinteresada colaboración. El profesor Torretti leyó minuciosa y pacientemente una versión de la traducción, y me comunicó una gran cantidad de observaciones críticas y propuestas de mejora, todas altamente valiosas. La gran mayoría de ellas ha quedado reflejada, de diversos modos, en muchos de los cambios incorporados en la versión definitiva. Al profesor Gómez-Lobo debo también un cúmulo de agudas y útiles observaciones no sólo a la traducción, sino también a la introducción y las notas. Gracias a ellas pude mejorar el texto en muchos y diversos puntos, así como eliminar errores, no siempre de poca monta.

A todos ellos debe el trabajo la mayoría de sus aciertos. Los errores y las imperfecciones que seguramente aún quedan deben ponerse en mi propia cuenta.

A.G.VSantiago de Chile, agosto de 1997

PREFACIO A LA 3 ERA REIMPRESIÓN

En esta nueva reimpresión, además de corregir algún error menor, he introducido en las correspondientes notas complementarias discusiones adicionales de dos puntos concretos, motivadas por las observaciones críticas realizadas por colegas que tuvieron la gentileza de dedicar su atención a este libro (véase Frías [1999]; Cavallero [2001]). Vaya aquí mi sincero agradecimiento a ellos. No pierdo todavía la esperanza de poder llevar a cabo en un futuro no muy lejano la nueva edición con un comentario mucho más pormenorizado a la que aludía el prefacio a la anterior reimpresión.

A.G.V.Santiago de Chile, mayo de 2001.

INTRODUCCIÓN

1. Sócrates, la Apología y los escritos tempranos de Platón

Se ha dicho con razón que Sócrates goza del raro privilegio de haber sido elevado a través de la historia al rango de representante de la humanidad como tal1. Desde posiciones muy diversas, y en épocas muy diferentes, la figura de Sócrates ha sido vista casi unánimemente como el ejemplo paradigmático de un cierto tipo de actitud frente a los problemas fundamentales de la vida humana, particularmente, en su dimensión ética, religiosa y también política. Esto vale no sólo para los muchos y diversos adherentes a la figura y la actitud socráticas, sino del mismo modo también para quienes, como Nietzsche y en su tiempo ya Aristófanes, se convirtieron en radicales críticos de Sócrates, precisamente por estar convencidos de que encarnaba de modo ejemplar los rasgos de una actitud decadente, dotada de un enorme potencial disolutorio. Este carácter indiscutiblemente paradigmático de su figura explica también, en buena medida, el hecho de que el caso de Sócrates siga teniendo todavía hoy para nosotros un interés que no se reduce al plano meramente histórico, sino que se conecta también, de modo directo, con nuestras propias dudas y convicciones respecto de los problemas fundamentales que el caso pone en juego.

Ahora bien, la permanente presencia de la figura de Sócrates, un filósofo que no dejó nada escrito, como un eje de referencia básico a lo largo de un proceso de recepción histórica que lleva ya bastante más de dos mil años, no habría sido ni remotamente posible sin la mediación de una tradición literaria que, partiendo de la experiencia histórica inmediata, conservó, configuró y estilizó los rasgos del personaje, hasta elevarlo a la categoría de un arquetipo. A esa tradición literaria pertenecen, entre otros, escritores como Jenofonte, un seguidor e incondicional admirador de Sócrates, y Aristófanes, uno de sus más incisivos críticos en la Antigüedad, mencionado como tal ya en la Apología escrita por Platón. Pero la figura principal es aquí, sin duda, Platón mismo2. Puede decirse que el Sócrates que influyó de modo directo y decisivo en la recepción histórica posterior fue, casi siempre, el Sócrates conservado y recreado por Platón.

Como se sabe, la fascinación por la figura de Sócrates y el duro impacto producido por la experiencia de su juicio y condena a muerte dieron el impulso inicial a la carrera literaria de Platón, quien se dedicó, en un principio, a escribir obras que retrataran la verdadera figura de su maestro y el carácter de su indagación filosófica, con el fin de defenderlo y reivindicarlo de las imputaciones que llevaron a su ejecución. De hecho, tres de los primeros escritos de Platón —a saber, la Apología, el Critón y, de modo menos directo, el Eutifrón— están conectados con el proceso y la condena de Sócrates. Y aunque los demás diálogos del período temprano, que tienen a Sócrates como personaje principal, no muestran la misma vinculación con el tema, el motivo del juicio y la condena a Sócrates reaparece todavía, con renovada fuerza, en un diálogo del período de madurez tan importante como el Fedón, compuesto unos diez años más tarde que la Apología, cuya escena principal, tras un breve diálogo introductorio, está situada, a modo de recuerdo, en los momentos que preceden inmediatamente a la ejecución de Sócrates en la prisión.

Respecto de la Apología hay que suponer que fue compuesta no muchos años después de la muerte de Sócrates, ocurrida en el 399 a.C. Se ha supuesto a veces que pudo ser incluso el primero entre los escritos platónicos, aunque no hay modo de demostrar fehacientemente la corrección de tal suposición. En todo caso, es plausible la hipótesis que postula para la composición del escrito una fecha anterior al año 393 a.C. El argumento habitual para poner el 393 como fecha límite de la composición (terminus ante quem) remite al hecho de que el escrito platónico no replica de modo directo a los cargos realizados contra Sócrates por el sofista Polícrates en su Acusación contra Sócrates, publicada casi seguramente en ese año3. En todo caso, la Apología, que es el único de los escritos publicados por Platón que no presenta la forma literaria del diálogo, se halla en vecindad inmediata, tanto desde el punto de vista cronológico como desde el punto de vista del contenido, con los escritos del período socrático más temprano como Critón, Ion, Eutifrón, Cármides y Laques4.

Sin embargo, aunque emparentada estrechamente con los otros escritos referidos al proceso de Sócrates, la Apología tiene, sin duda, una especial importancia como fuente para el conocimiento de aspectos fundamentales de la figura de Sócrates. El escrito provee un rico y vívido retrato del modo en que Sócrates enfrentó la instancia decisiva, en la que debió probar la firmeza de sus propias convicciones frente a la amenaza cierta de la muerte. Como nos informa el escrito (cf. 34a, 38b), Platón estuvo presente en el juicio. Y tradicionalmente se ha argumentado, con razón, que necesariamente tiene que haberse ceñido, al menos, en general a lo efectivamente ocurrido, tratándose de hechos de dominio público y estando interesado el propio Platón, sobre todo, en mostrar la injusticia del juicio y castigo a su maestro. Con todo, la versión de Platón seguramente no puede verse como una simple crónica de los acontecimientos, que pretenda ser históricamente fiel hasta en sus mínimos detalles. Constituye, más bien, una recreación genial, que apunta, sobre todo, a rescatar y poner de manifiesto el significado de lo acontecido5. Pero justamente por eso puede sernos, tal vez, de mayor utilidad, a la hora de intentar establecer, desde un punto de vista más propiamente filosófico que histórico, en qué consistía realmente el sentido nuclear de la actitud y la indagación de Sócrates.

2. El juicio a Sócrates

Desde el punto de vista del contenido, la Apología de Sócrates compuesta por Platón constituye en su parte fundamental una reproducción no literal del alegato de descargo pronunciado por Sócrates ante el tribunal ateniense, tras los alegatos pronunciados por sus acusadores.

El juicio tuvo lugar en el año 399 a. C., a comienzos del mes de Anthesterion, es decir, en época cercana al inicio de la primavera boreal (febrero-marzo). Este hecho tuvo consecuencias posteriores importantes, pues durante ese mes Atenas enviaba todos los años un navío a la isla de Delos para dar gracias en el santuario de Apolo, y hasta el regreso de la delegación no podían realizarse ejecuciones. Esto hizo que, tras el juicio, Sócrates debiera aguardar en prisión un tiempo bastante prolongado, más o menos un mes, antes de ser ejecutado, mientras que normalmente las ejecuciones judiciales se realizaban de modo inmediato, por lo general, al día siguiente del juicio. Las conversaciones que proveen la trama de los diálogos Critón y Fedón están situadas, precisamente, en los días de cautiverio previos a la ejecución de la sentencia.

Todo indica que el proceso contra Sócrates se inició y desarrolló de acuerdo con el curso normal de las causas judiciales de este tipo.

El procedimiento se iniciaba con la presentación formal de cargos ante el rey-arconte, quien, tras evaluar los argumentos de las partes, dictaminaba acerca de si las imputaciones tenían o no el mérito suficiente como para dar lugar a un juicio. En caso afirmativo, el caso era remitido a la corte que entendía en la materia correspondiente: en procesos por impiedad, a la corte denominada Eliaia. El tribunal era colegiado, y no unipersonal. Los jueces eran elegidos por sorteo entre los ciudadanos que se postulaban voluntariamente cada año para desempeñar el cargo. El número de jueces designados para cada proceso era elevado y, al parecer, podía oscilar fuertemente: desde unos pocos cientos hasta miles, según la importancia y la seriedad del caso6. No conocemos con certeza cuál fue el número exacto de los jueces en el juicio contra Sócrates. Pero la opinión mayoritariamente aceptada, la cual se basa en una serie de conjeturas a partir de indicaciones de fuentes antiguas, fija su número en 5017. Los juicios eran públicos. En la Apología Sócrates alude marginalmente a la presencia de oyentes, además de los jueces encargados de dictar sentencia (cf. 24e; véase también 33d-34a).

Una vez reunido el jurado en el tribunal, se procedía a leer el texto de la acusación. A partir de allí, el proceso comprendía una secuencia fija de tres bloques de igual duración, destinados a los alegatos de las partes. En el primer turno presentaba sus argumentos la parte acusadora, es decir, el promotor formal de la acusación y quienes hacían causa comun con él. En el caso del juicio a Sócrates, además de Meleto parecen haber alegado formalmente a favor de la acusación también Ánito y Licón (cf. 36a-b). A continuación, como segundo turno, se otorgaba el mismo tiempo a la defensa para hacer su alegato de descargo. También en este caso podían hablar, además del acusado, quienes cooperaban en su defensa. Sin embargo, la Apología platónica implica que Sócrates asumió en soledad la tarea de defenderse8. A estos primeros alegatos de las partes seguía una primera votación del jurado, en la que se decidía exclusivamente por el veredicto de culpabilidad o inocencia. Tras el anuncio del veredicto se abría, en caso de culpabilidad, un tercer tiempo, de igual longitud que los dos anteriores, destinado a establecer el tipo y/o el monto de la pena a aplicar. Primero tomaba la palabra la parte acusadora para proponer una determinada pena. Luego la defensa hacía una contrapropuesta. Para comprender algunos aspectos de la lógica interna del proceso contra Sócrates resulta importante recordar que, cuando la ley no fijaba expresamente un tipo de penalidad para el delito que era materia del juicio, el tribunal podía fijar por sí mismo la pena, pero con la importantísima restricción de que par ello debía limitarse a escoger entre la propuesta de la parte acusadora y la contrapropuesta de la defensa, sin posibilidad de modificarlas. En casos que quedaban encuadrados en esta situación, si la parte acusadora lograba un veredicto de culpabilidad, quedaba de inmediato en posición favorable para forzar determinadas salidas proponiendo determinados tipos de penas. En el caso concreto del juicio a Sócrates, hay buenas razones para suponer que el pedido de condena a muerte de parte de la acusación tenía como genuino objetivo forzar a Sócrates a una contrapropuesta de exilio, a fin de lograr así, de modo indirecto, una salida elegante, que resultara más o menos aceptable para todos9. Después de oír las proposiciones de ambas partes en torno al tipo y/o monto de la pena, el jurado procedía a votar para decidir en favor de una de ellas. Con esto, el proceso quedaba formalmente concluido. Pero no es improbable que, en ciertos casos especiales, se concediera al ya condenado la posibilidad de dirigirse nuevamente a los jueces. Así acontece, de hecho, en la Apología platónica. Y es razonable suponer que, fuera o no realmente cierto que Sócrates dispuso efectivamente de tal posibilidad, Platón no hubiera incluido en su escrito un nuevo discurso de Sócrates con posterioridad a la proclamación de la decisión sobre la modalidad de la condena, si no hubiera habido ciertos precedentes al respecto en la práctica forense de la época10. Considerada esta última posibilidad, el acusado estaba entonces, al menos en ciertos casos, en condiciones de tomar la palabra en tres oportunidades a lo largo del proceso.

La estructura de la Apología platónica refleja directamente esta secuencia de pasos. El contenido del escrito está dado por los tres discursos que habría pronunciado Sócrates a lo largo del proceso. La parte más extensa de la obra (17a-35d) está dedicada a la primera intervención de Sócrates, al hacer su alegato de descargo frente a las imputaciones de la parte acusadora. El segundo discurso (35e-38b) contiene la contrapropuesta de Sócrates frente al pedido de pena de muerte realizado por los acusadores, tras conocerse el veredicto de culpabilidad. Por último, el tercer discurso (38c-42a) contiene las palabras que Sócrates habría dirigido a los jueces tras la proclamación de la sentencia a muerte.

3. La actitud de Sócrates. Piedad, saber e ignorancia

El juicio a Sócrates tomó la forma de un proceso por impiedad (asébeia). Sabemos de varios procesos de este tipo contra intelectuales y personas públicas en Atenas, y sabemos también que, en general, solían encubrir tras la motivación alegadamente religiosa razones de otra índole, predominantemente, políticas. En muchos casos, el proceso por impiedad constituía, en la práctica, un recurso para forzar la salida al exilio del acusado, fin respecto del cual la motivación propiamente religiosa jugaba un papel secundario o incluso meramente instrumental. En este aspecto, el juicio a Sócrates puede no haber sido la excepción, al menos, en la intención de quienes lo iniciaron. Sin embargo, el curso que tomaron posteriormente los acontecimientos lo convirtió, finalmente, en un caso completamente excepcional. De hecho, no sabemos de ningún otro caso en el cual el resultado de un proceso por impiedad haya sido la condena a muerte y la ejecución del acusado.

A este resultado excepcional e inesperado contribuyeron, sin duda, muchos factores, entre ellos, también el peculiar tipo de actitud que Sócrates adoptó y puso de manifiesto en su defensa. Pues, distanciándose críticamente de muchas prácticas habituales en los alegatos de este tipo, Sócrates optó por realizar una defensa a través de la cual se mostraba intransigente en cuestiones de principios, presentando su actividad pública como fundada directamente en un conjunto de premisas y convicciones fundamentales, respecto de las cuales se mostraba completamente reacio a todo tipo de concesión y negociación. No se trataba simplemente del rechazo a una actitud pragmática que abandonara determinadas convicciones en favor de una supuesta utilidad más inmediata. Por el contrario, Sócrates creía estar obrando del único modo que le aseguraba, finalmente, no causar un verdadero daño, a sí mismo y a la ciudad toda. Lo que estaba en juego era, en definitiva, la oposición entre dos conjuntos de convicciones acerca del bien y la felicidad —las de Sócrates, por un lado, y las de la mayoría de quienes debían juzgar su conducta, por el otro—, oposición en virtud de la cual las razones alegadas por cada una de las partes así como sus respectivas representaciones acerca de lo que podría contar como una salida razonable resultaban, de algún modo, inconmensurables.

En dicha actitud de Sócrates frente a sus jueces juega, sin duda, un papel especialmente relevante el componente ético y religioso. Un aspecto importante para comprender la actitud general adoptada por Sócrates frente a los jueces reside en el hecho de que, en el marco de un proceso por impiedad, Sócrates presenta su actividad, precisamente, como un servicio al dios Apolo, es decir, como una peculiar forma de la piedad frente a los dioses. Platón explota esta situación en todo su potencial, a la vez, trágico e irónico. Las actividades por las que se lo acusa de impiedad constituyen en su motivación inicial y básica, explica Sócrates, la respuesta a una exigencia del dios, expresada a través del oráculo.

Con todo, no es casual que haya podido tener lugar aquí un malentendido tan profundo entre las partes, ya que el tipo de servicio piadoso al dios que Sócrates cree necesario llevar a cabo tiene poco o nada que ver con las formas habituales de la piedad cívica ateniense. En tal sentido, Sócrates encarna, de hecho, una nueva forma de religiosidad, una forma de religiosidad vinculada a las tendencias centrales del movimiento cultural y espiritual de la Ilustración del siglo v11.

Uno de los componentes esenciales de esta peculiar actitud socrática está dado por la conexión inmediata que Sócrates establece entre el respeto piadoso ante lo divino, por un lado, y la actitud crítica frente al saber y el conocimiento, propia de la reflexión filosófica, por el otro. Sócrates explica el origen de su actividad filosófica de indagación como un intento por interpretar el sentido de la sentencia del oráculo de Delfos, que declaraba, para su asombro, que no había ningún hombre que lo superase en sabiduría, mientras que él mismo creía estar consciente de los límites de su saber y se tenía a sí mismo por ignorante. Justamente era el contraste entre lo que afirmaba el oráculo, por un lado, y lo que Sócrates mismo creía saber respecto de sí mismo, por el otro, lo que hacía imperioso que Sócrates se dedicara a establecer qué quería decir realmente el oráculo, sobre la base de la convicción de que el dios, en algún sentido, debía estar diciendo la verdad. Su actividad de indagación y cuestionamiento de aquellos que parecían, en principio, ser más sabios que él mismo, por poseer algún conocimiento especializado o, al menos, una cierta reputación pública de sabios, lo llevó finalmente a constatar que en todos los casos el saber —real o aparente— de sus interlocutores iba acompañado de una clara falta de conciencia de los límites de la competencia que dicho saber —real o supuestamente— les proporcionaba. Sobre esta base, Sócrates concluyó que la superioridad en sabiduría que le atribuía el oráculo sobre el resto de sus conciudadanos no aludía a la posesión de un peculiar saber de contenidos, que él mismo estaba consciente de no tener, sino más bien precisamente a su conciencia de los límites del propio saber.

La conciencia de los límites del propio saber constituye un modo peculiar de referirse de modo expreso a dicho saber, un modo situado en un plano de reflexión más alto que el correspondiente a la mera posesión y ejercicio de ese saber como tal. A falta de dicho componente reflexivo, piensa Sócrates, toda posesión de saber constituye potencialmente —al menos, en el caso del hombre, cuyo saber es siempre limitado— también una forma peculiar de error e ignorancia, pues lleva tendencialmente al sujeto a arrogarse conocimiento y competencia también en áreas y materias respecto de las cuales ya no sabe realmente nada. Liberar al sujeto que se halla en tales condiciones de esta peculiar —y pertinaz— forma de error e ignorancia, haciéndole advertir precisamente los límites de su propio saber, es uno de los objetivos fundamentales del método refutatorio puesto en práctica por Sócrates. En este sentido, intrepreta Sócrates, el dios lo ha puesto como ejemplo de un tipo peculiar de sabiduría. Esta sabiduría está caracterizada ante todo, precisamente, por la conciencia de los límites del propio saber, y es como tal una sabiduría propiamente humana, por oposición al conocimiento acabado y perfecto, que sería más bien exclusivo de los dioses. Por lo mismo, la sabiduría humana involucra, a la vez, una peculiar forma de piedad. El que reconoce los límites del propio saber queda preservado el error de creerse sabio en el sentido habitual del término y permanece, a la vez, abierto a la debida actitud de respeto frente a aquello que, como lo divino mismo, lo supera en sabiduría.

Pero la función de Sócrates en la ciudad no queda adecuadamente descripta por referencia exclusivamente a la tarea de producir en sus interlocutores el reconocimiento de la propia ignorancia. Sócrates mismo presenta su tarea en la Apología