Aquellas noches de verano - Dahlia Adler - E-Book

Aquellas noches de verano E-Book

Dahlia Adler

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Beschreibung

Larissa tiene por fin todo lo que deseaba: un grupo de amigas, un trabajo casi interesante y a Chase, el mejor jugador del equipo de fútbol americano y el chico del que llevaba años enamorada. Sin embargo, no logra desprenderse de un recuerdo confuso, dulce y terriblemente romántico: el verano pasado junto a una chica llamada Jasmine. Sobre todo cuando dicho recuerdo reaparece, muy vivo, en el pasillo de su instituto. Una versión muy especial de Grease que es a la vez una historia de amor, autodescubrimiento y libertad, un canto a las cosas que queremos y a las que necesitamos. «Lleno de humor, dulzura y sensualidad, este romance le llegará a cualquiera que haya luchado por conocer su propio corazón». (Booklist, reseña destacada) «Ingeniosa, sesuda y arrebatadoramente tierna». (Becky Albertalli, autora de Yo, Simon, Homo sapiens) «Quienes disfruten del romance se sorprenderán gratamente con este libro». (School Library Journal) «Aquellas noches de verano es el libro que habría querido tener de adolescente. Dahlia retrata a la perfección lo que es sentirse dividida entre lo que pensamos que queremos y lo que queremos de verdad». (Jen Wilde, autora de Fuera de guión y Reinas geek)

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Índice
Gracias
Aquellas noches de verano
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Agradecimientos
Créditos

Gracias

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Aquellas noches de verano

(Cool for the Summer)

Para Tamar. Puede que esta no sea una «novela de hermanas», pero ¿qué ficción podría compararse con la realidad?

Capítulo uno

AHORA

Así en general, se puede decir que la vida de instituto me ha ido bien. Por supuesto, si alguna vez me quejo demasiado de algo, mi madre empieza a comparar el drama que es para mí no tener mi propio coche con el drama que fue para ella no tener sus propios zapatos en Rusia, donde creció. Aun así, incluso durante mis peores berrinches de niña mimada, sé que contar con buenas amigas, sacar notas decentes, que me inviten a fiestas a menudo y tener una piel siempre impecable son factores que me convierten en una afortunada entre las afortunadas.

Sí, mi padre es un capullo que ni está ni se le espera y no me regalaron el poni que quería cuando cumplí nueve años, pero a pesar de eso, reconozco que todo me ha ido bastante bien.

Entonces, ¿por qué la casualidad me recuerda qué me falta en cuanto entro al Instituto Stratford el primer día del último curso? ¿Por qué la primera persona a la que veo es Chase Harding, mi metro noventa de amor no correspondido de toda la vida? ¿Por qué tiene que estar él en el pasillo de entrada, charlando con sus colegas del equipo de fútbol americano, con las pantorrillas descubiertas en una muestra descarada de lo buenísimo que está?

¿Cómo osa, universo? ¿Cómo osa?

—Ojo con la baba, Rissy, que la gente se podría resbalar.

—Esperaba que te resbalaras tú —contesto sin apartar la mirada ni un milímetro.

No me hace falta alzar la cabeza para saber que la que me habla es Shannon Salter, la única persona que se atrevería a llamarme «Rissy». La única que puede hacerlo sin acabar con mi manicura de gel clavada en los ojos, vamos.

De todas formas, al cabo de un momento, me vuelvo hacia ella; hasta yo me doy cuenta de que estoy siendo un poco patética. Shannon simplemente me da un beso en la mejilla y dice:

—Te he echado de menos, perraca. Odio ese morenazo que traes.

—Ya te gustaría a ti tenerlo.

—Digo. —Shannon enrolla el dedo índice en torno a uno de mis bucles y tira de él—. ¡Qué corte más mono llevas! ¡Y qué rubio! ¿Cómo te atreves a pasar el verano en la playa sin mí?

—Pero si tú estuviste en París, Shan.

—Ah, pues sí, es verdad. —Una sonrisa amplia hace asomar hoyuelos en sus mejillas sonrosadas, que destacan en la palidez de su rostro—. Es increíble lo que llego a molar.

Por desgracia, tiene toda la razón. Incluso durante esta conversación tan breve, varias personas nos han saludado, pero casi siempre con un «hola, Shannon» y un gesto de mano o una sonrisa, con cuidado de no interrumpir nuestro encuentro posvacacional, pero con ansias de empezar el curso haciéndole la pelota a la chica más popular de Stratford.

Como si a Shannon le hicieran falta amistades nuevas.

Fue raro pasar todo el verano sin vernos. Hacía años que no ocurría, y desde luego no había pasado desde que empezamos el instituto. Pero también es verdad que el jefe de mi madre nunca le había pedido que fuera con él a Outer Banks durante el verano, y mi madre nunca me había arrastrado con ella en vez de dejarme sola en casa.

Fue un verano de experiencias nuevas.

—Sí, molas un montón —le confirmo a Shannon, y le planto un beso en la mejilla que deja un rastro de pintalabios de color coral—. Y por fin estamos juntas, que es lo imp…

—Buenas, chicas.

El saludo no como los otros, no es de pasada, y viene acompañado de una sombra. Una sombra de metro noventa. Yo no soy de chillar, pero si lo fuera, más de un tímpano habría estallado.

—Ey, Harding. —Uy, ¿he sonado demasiado sugerente? Aunque, bueno, teniendo en cuenta que él está apoyado en mi taquilla de forma muy sugerente, no creo que sea rara—. Te veo más alto, ¿has crecido durante el verano?

Vale, sí, ahora estoy siendo rara.

—Pues sí, gracias por darte cuenta. —Chase entorna un poco los ojos, como si estuviera analizándome la cara—. Tú también te ves distinta, Bogdan.

—Pero ¿en plan bien?

Cuando me sonríe, veo esos dientes algo torcidos que lo hacen aún más mono.

—En plan muy bien.

—Justo se lo estaba diciendo yo. —Shannon me rodea los hombros con un brazo y añade—: Fíjate qué buena está.

—Me estoy fijando —dice Chase con una sonrisa, pero yo apenas lo oigo.

No lo oigo porque acaba de entrar un fantasma por la puerta del instituto. Un fantasma de piel morena y suave. Un fantasma con labios carnosos, cabello ondulado oscuro y unos ojos ámbar que sé por experiencia que son capaces de convencerte de que hagas cosas que jamás hubieras soñado que harías.

Cosas que te gustan. Cosas que te encantan. Cosas en las que, desde entonces, has pensado cada noche con las luces apagadas.

¿Por qué ha aparecido en Stratford un fantasma con la forma de Jasmine Killary? ¿Acaso quiere atormentarme?

—Eh, Bogdan. —Unos dedos con manicura perfecta chasquean delante de mi cara—. ¿Adónde has ido?

Parpadeo con la esperanza de que se me aclare la vista, pero una Jasmine de carne y hueso sigue ahí. Aunque tiene el rostro medio oculto por un móvil, su existencia es tan innegable como los latidos atronadores que han empezado a martillearme el pecho en cuanto la he visto.

«¿Adónde has ido?».

¿Cómo le digo yo a mi mejor amiga que no sé ni por dónde empezar a responder a esa pregunta?

ANTES

El aire es distinto en Outer Banks, pero también es cierto que todo es distinto. Las casas están construidas sobre postes de madera para evitar que se las lleven las inundaciones. La carretera principal que se extiende en dirección sur es amplia, llana y solitaria. Ningún edificio tiene más de dos o tres pisos. Este sitio no tiene nada que ver con las zonas residenciales de Nueva York ni con el verano que en teoría iba a pasar vendiendo libros, consumiendo mi peso en yogur helado, haciendo de canguro de los tres mellizos de los Sullivan y muriéndome de envidia viendo en Instagram los selfis de Shannon en lo alto de la torre Eiffel.

No era un plan veraniego de ensueño, pero era mi plan. Y mi plan se fue al traste en cuanto mi madre entró en el apartamento y anunció que tenía una semana para meter en las maletas todo lo que fuera a necesitar durante el verano. No me hizo ninguna gracia, pero aún no tengo dieciocho años e ir a casa de mi padre por primera vez en vete a saber cuánto tampoco era una opción. Así que me pasé la semana depre. Vi mucha telebasura, me despedí de mis amigas, metí en la maleta toda mi ropa específica para estar depre y, finalmente, nos fuimos.

Es un poco degradante tener que quedarnos en la suite de invitados de la gigantesca casa de la playa del jefe de mi madre, pero al menos tiene un segundo dormitorio pequeño con una vista espectacular al Atlántico. Declan Killary, director ejecutivo de Decker Industries, o bien hizo algo muy bueno en su vida anterior, o bien hace un montón de cosas terribles en esta.

Al cabo de media hora, ya estamos instaladas y se requiere nuestra presencia en la cocina. Bueno, la presencia de mi madre. Yo la acompaño, porque qué leches voy a hacer si no.

Además, tengo hambre.

Por suerte, el señor Killary es generoso con todo lo que hay en la nevera y básicamente me anima a ponerme las botas antes de repasar su agenda con mi madre. Teniendo en cuenta que esta es su residencia vacacional, una esperaría que este tipo estuviera más o menos ocioso, pero para cuando desconecto y me centro en el apio con crema de cacahuete, mi madre ya le ha recordado que tiene tres reuniones telefónicas, que debe revisar los planos de la renovación del despacho de Dallas y que tiene una cita a las diez en una vinoteca de Kill Devil Hills.

Yo me hago la loca y finjo no haber oído eso último; debe de ser humillante que una chica de diecisiete años oiga que tus planes románticos te los monta tu secretaria, aunque lo cierto es que el señor Killary no parece acordarse siquiera de que estoy allí.

Me concentro en rebañar tanta crema de cacahuete como puedo.

Mientras los dos están repasando la agenda de mañana, en la cocina entra un torbellino con una larga melena negra y piernas morenas aún más largas. Pasa como una exhalación delante de mí, casi me parte la boca con la puerta de la nevera, da un largo trago de una botella de agua de coco y suelta un suspiro tan fuerte que prácticamente hace temblar las paredes. Cualquiera creería que ni se ha dado cuenta de que en la cocina hay más gente, pero entonces suelta:

—Qué puto calor hace fuera. Me voy a la piscina. —El torbellino me mira fijamente. En mi vida había visto unos ojos con un tono tan parecido al dorado—. ¿Y tú quién eres?

—No seas maleducada, Jasmine —dice el señor Killary—. ¿Te acuerdas de Anya, mi secretaria? —Hace un gesto hacia mi madre, que ni se ha inmutado—. Esta es su hija, Larissa. Van a pasar el verano con nosotros. ¿No te lo dijo tu madre?

La tal Jasmine se encoge de hombros.

—Estaría pasando de ella cuando me habló. —Al menos es sincera. De repente, se dirige a mí—: ¿Tienes bañador?

Sí que tengo, pero me da que vale como quinientos dólares menos que lo que sea que vaya a ponerse ella. De todas formas, contesto:

—Sí.

—Genial, pues andando.

Y sin más, se marcha de la cocina, agua de coco en mano, y a mí no me queda otra opción que seguirla.

Es casi odio a primera vista. Se ve a la legua que es el tipo de chica que siempre consigue lo que quiere. El tipo de chica que hace que me odie un poco a mí misma, porque sé que seré igual que el resto de gente que quiere tenerla contenta. Me he pasado tres años siendo la mano derecha de Shannon Salter, así que detecto este tipo de personalidades tan rápido como detectaría los vaqueros ideales en un outlet de marcas, pero no por ello me da menos palo conocer a gente así.

Adoro a Shannon, pero ya me paso todo el curso siendo una segundona. No me apetece para nada pasarme el verano igual.

Pero una piscina es una piscina y, como me tengo que quedar aquí todo el verano, al menos me aseguraré de pillar un morenazo que te mueres.

Me lleva más tiempo del que debería elegir entre mi bikini de cuadritos favorito y otro rosa, más sexy pero aburrido (¿quiero presumir de buen gusto o de la cintura con la que me ha bendecido la genética?), pero al final opto por el primero. Por supuesto, Jasmine luce una tela diminuta con un patrón metalizado que mola mil veces más y presume de cuerpazo tonificado y con curvas, porque eso es lo que hace la gente como ella. Con un suspiro, me lanzo a la piscina.

Al menos no intenta darme mucha conversación, lo cual es un punto a su favor. No somete a la intrusa a ningún interrogatorio ni intenta analizar si supone una amenaza, así que quizás no se parezca tanto a Shannon. De hecho, se pone a leer un libro, algo que Shannon no haría jamás en la vida.

No sé cómo sentirme al respecto y, sin darme cuenta, soy yo la que le está dando conversación:

—¿Estás con la lectura obligatoria?

Jasmine no aparta la mirada de la página, pero levanta el libro lo suficiente para que vea que, definitivamente, esa no es la lectura obligatoria de su instituto… a menos que vaya a un instituto supermoderno donde te mandan leer novelas gráficas en vez de clásicos de señores blancos muertos. Lo cual podría ser, visto cómo me supera en todo lo demás.

—Mola. A mí también me gusta leer.

¿En serio he dicho eso? Por favor, que alguien me diga que no he dicho eso. ¿Qué será lo siguiente? ¿Hablarle de las quinientas novelas románticas que he intentado escribir y que quinientas veces he borrado? ¿Y por qué sigo cascando si está claro que Jasmine no tiene ningún interés en hablar conmigo?

—No sabía que tu padre tuviera hijos.

—Hija, en singular. —Jasmine alza la cabeza y la luz se refleja en sus gafas de sol de diseño—. Vivo con mi madre en Asheville. Sabías que mi padre está divorciado, ¿no? ¿O pensabas que tu madre se estaba tirando a un hombre casado?

Dios, está claro que es de Esa Gente. Pero yo estoy acostumbrada a Esa Gente. Sé cómo tratar a Esa Gente.

—Sé que está divorciado, pero nadie se está tirando a nadie. Si querías una cómplice para pasar un verano al estilo Tú a Londres y yo a California, me temo que te vas a quedar con las ganas.

Una sonrisa perfecta de dientes blancos casi me deslumbra.

—Uf, no se me ocurre nada peor. —Jasmine se sienta derecha y creo que me mira, aunque es imposible saberlo por culpa de las lentes de espejo de sus gafas de aviador—. Lo que me vendría bien sería una cómplice abstemia que nos trajera de vuelta en el coche después de la fiesta de esta noche. Molará, te lo prometo.

Nos conocemos desde hace una hora, ¿y ya me ha invitado a la piscina y a una fiesta? O Jasmine es una persona mucho más sociable de lo que parece, o se siente muy sola. Bueno, da igual. Aquí no conozco a nadie, así que no me queda otra que aceptar la invitación.

Y he aquí lo que aprendí ese día sobre Jasmine: siempre, siempre cumple sus promesas.

Capítulo dos

AHORA

Balbuceo cuatro excusas para huir de la conversación con Shannon y Chase y, para cuando me siento detrás de él a segunda hora (después de haberme pasado la primera recorriendo las redes sociales en busca de pistas sobre qué coño hace Jasmine aquí), estoy decidida a pasar de todo. Y, por qué no, a seguir ligando descaradamente.

Parece que Chase tiene la misma intención:

—Oye, ¿vendrás al partido el viernes por la noche?

Tiene la cabeza girada lo justo para que sepa que me está hablando a mí y para que vea su hoyuelo derecho en toda su gloria. Fantaseo con hacerles cosas raras a esos hoyuelos.

—Ya veremos.

Por norma, limito los partidos a los que voy porque es tristísimo que esté todo el rato babeando por Chase y sus hombros mágicos (o esperando a que se seque la cara con la camiseta para ver esos abdominales tan lamibles, o componiendo odas en honor a su culo…). Chase no necesita saber la alegría con la que yo cancelaría cualquier plan con tal de verle jugar y, además, Shannon me ha puesto un límite estricto de dos partidos al mes. Reconozco que es una buena norma.

—A lo mejor vamos a casa de Kiki —continúo—. Hay que aprovechar que aún hace buen tiempo para pegarnos un chapuzón nocturno.

Traducción: No estoy tan interesada en ti y prefiero quedar con las mismas chicas a las que veo cada día a todas horas. Ah, y estaré en bikini.

—Conque estarás en bikini, ¿eh?

—Es una posibilidad —respondo con una sonrisa dulce.

—Qué curioso, yo ahora tampoco quiero ir al partido.

El hoyuelo vuelve a asomar justo antes de que Chase se vuelva hacia delante cuando el señor Howard empieza a pedirnos silencio.

Bueno, a ver, ¿qué coño está pasando aquí? Me he pasado los tres últimos años intentando llamar la atención de Chase. Eso después de vete a saber cuántos más en los que ni me molesté en intentarlo. Y ahora, sin más… la tengo.

Tendría que haberle dado una propina más sustancial a la peluquera que me hizo este corte.

Mientras el señor Howard se presenta para quienes no lo conocen (yo lo tuve en Álgebra hará unos tres años), saco el móvil disimuladamente y abro el grupo eterno que tengo con Shannon, Akiko Takayama y Gia Peretti.

Lara: ¿Quedamos el viernes en la piscina de Kiki? ¿Nosotras solas?

Shannon: ¿En serio vas a fingir que no quieres ir al partido de Chase?

Shannon: Muy bien hecho.

Gia: Yo tengo que ir. 

Gia es la líder de las animadoras, así que tiene sentido. Hace un par de años, cuando las dos estábamos en el equipo de animadoras sustitutas, se nos caía el pelo si nos perdíamos partidos por algo que no fuera una emergencia. Y por eso solo una de nosotras ha seguido con ello y ha llegado a ser «titular». Pero bueno, lo cierto es que Gia no se saltaría los partidos a menos que tuviera el cuerpo entero escayolado; lo único que le gusta más que ser animadora es ser la novia de Tommy.

Gia: Podemos ir a casa de Hunter después del partido.

Perderse la Primera Fiesta de Hunter Ferris es casi un sacrilegio en el Instituto Stratford, pero ahora que lo pienso, no he oído hablar de ella en todo el día. Normalmente, sus publicaciones estúpidas con muebles llenos de alcohol y la majestuosidad de su jacuzzi me ocupan el feed entero.

Shannon: ¡Este año no hace la fiesta!

Juro que noto a través de la pantalla del teléfono lo satisfecha que está Shannon consigo misma por haberse enterado antes que nadie. Y, por supuesto, no nos ha contado nada. ¿Para qué, sabes? Pero es que, entonces, suelta otra bomba:

Shannon: Se ve que una chica nueva va a montar una.

Jasmine. Lo sé, lo noto en las entrañas. Es que es supertípico de ella, llegar y joderlo todo un poco simplemente porque puede. Es una tía que quiere dar la impresión de que no le afecta nada y, la verdad sea dicha, pocas cosas llegan a afectarle, lo cual es tan frustrante como atractivo.

Casi tanto como llegar a descubrir qué le afecta de verdad.

Basta, le ordeno a mi pulso acelerado mientras Gia responde con un emoji de carita sorprendida.

Odio no ser sincera con mis amigas, sobre todo después del montón de años que se han pasado apoyándome con mi obsesión por Chase, pero es que ni de coña puedo contarles lo de Jasmine. No sabría ni qué decirles. ¿Cómo le cuentas a la gente que lleva mil años oyéndote hablar de tu crush que, anda, te has pasado el verano tonteando con una tía? Y, sobre todo, que no tienes ni idea de qué significó ni para ti ni para ella. Y, sobre todísimo, que esa tía se ha presentado en tu instituto sin avisarte ni nada, porque lo que fuera que hubo claramente forma parte del pasado.

Mi única opción es hacerme la loca e intentar mantener a Jasmine lo más lejos posible de mis amigas, aun sabiendo que es una batalla perdida.

Lara: No vamos a ir a casa de una pava a la que ni conocemos, ¿no?

Kiki: Pues claro que iremos, tía. Misión de reconocimiento.

Nada le apasiona más a Kiki que el espionaje de instituto. Su objetivo en la vida es ser detective privada o periodista de investigación, según el día.

Aunque sabía que esto iba a pasar, el pulso se me desboca al imaginarnos a todas llegando juntas a esa fiesta. Inmediatamente, empiezo a pensar qué opinarán mis amigas de ella. Fijo que Kiki se pondrá a indagar para saber por qué Jasmine ha venido a nuestro instituto a cursar el último año. La verdad es que no la culpo; yo también me muero de ganas de saberlo.

Jasmine y yo nos pasamos el verano entero juntas y jamás mencionó algo que no fuera volver a Asheville con su madre. ¿Por qué no me dijo que iba a mudarse con su padre? ¿Por qué no me dijo que la última vez que nos despedimos no sería la última? ¿Cómo, cómo, cómo aparece de repente y espera que no me obsesione con lo que pueda significar?

Mira, si Kiki logra encontrar respuestas, pues ni tan mal.

A Shannon no le caerá bien Jasmine. Aparte de nuestro pequeño círculo, poca gente le cae bien. Hay días en los que ni siquiera estoy segura de que yo le caiga bien. Pero Jasmine es lo bastante guapa y rica como para aparecer en el radar de importancia de Shannon, así que como mínimo fingirá ser amable con ella hasta que descubra si Jasmine es una amenaza para su popularidad, sus planes universitarios o ambas cosas. Básicamente, Shannon se enterará de lo que se le pase por alto a Kiki. Seguramente deba empezar a pensar cómo mantenerlas separadas hasta el día de graduación.

Gia se pasará la noche intentando decidir si Jasmine es más guapa que ella. Lo es, pero Gia fingirá no llegar a esa conclusión a pesar de que seguro que lo hará. Una cosa que me encanta de Gia es que intenta hacer realidad sus verdades a base de desear que lo sean. Una vez, un exnovio suyo le dijo que «hay que creer en los sueños para que dejen de serlo», una frase la mar de inspirada que fijo que leyó en algún anuario antiguo, pero que Gia acabó convirtiendo en su estrategia de vida (creyendo que se le ocurrió a él). Sea como sea, ha llegado a ser la líder de las animadoras, tiene una monada de novio que pierde el culo por ella y, obviamente, las amigas más fabulosas de todo Stratford, así que parece que esa estrategia está dando sus frutos.

Yo nunca lo admitiría delante de ella, pero su éxito me llevó a probar lo mismo con Chase, a pasarme noches deseando que me ofreciera llevarme a casa en coche o que me dijera de bailar en una fiesta. Y visto que esta mañana ha estado tonteando conmigo, casi diría que mi deseo se está cumpliendo con retraso. (Y quizás en el peor momento).

Él irá a la fiesta, fijo. El equipo de fútbol americano siempre va, sin importar cómo hayan quedado en el primer partido. Esté yo allí o no, él y Jasmine estarán bajo el mismo techo como dos mundos en colisión. Me pregunto si él la verá guapa. (¿Cómo no la va a ver guapa?). Me pregunto si ella creerá que está bueno. (¿Cómo no va a creer que está bueno?). ¿Llegué a hablarle de él? No recuerdo ninguna conversación en concreto, pero es imposible que me pasara el verano entero sin mencionarlo. Aunque también es cierto que, curiosamente, Chase carecía de importancia cuando yo estaba con Jasmine. Pero ahora, desde luego, sí que tiene importancia.

Y el problema es que ella también.

Uf, vaya marrón…

Oigo un sonoro carraspeo que viene del frente de la clase. Resulta que el señor Howard me está llamando la atención y, mira, casi mejor. Sin mediar palabra, me guardo el teléfono en la mochila y me concentro en la palabra «MATEMÁTICAS» escrita en rojo sobre la pizarra blanca.

La concentración me dura apenas unos minutos. Jasmine no está en esta clase, y tampoco la he visto antes, en Historia. ¿Qué asignaturas tendrá? ¿Se habrá cogido Matemáticas Avanzadas, igual que Kiki? ¿O estará en la otra clase de Mates con Shan y Gia? En Español conmigo fijo que no estará, porque habla francés perfectamente…

Bueno, ¿y a mí qué coño me importa? No soy la niñera de Jasmine Killary. Ni siquiera soy su amiga. Si lo fuera, me habría enterado de que iba a mudarse aquí. Sabría por qué su custodia ha cambiado de manos, sabría cuánto hace que ha llegado y habríamos venido juntas en coche igual que íbamos juntas a todas partes en verano. En vez de eso, lo único que sé es que no hemos hablado desde que me fui de Outer Banks, y que quizás sea mejor seguir así.

Clavo la mirada en la nuca de Chase y recuerdo cómo me ha hablado esta mañana. Eso es en lo que debería estar pensando.

Un par de minutos después, a mi pupitre llega una nota arrugada y manchada de tinta que pone:

«Piénsate lo del partido del viernes. Me gustaría contar con mi propia animadora».

Me quedo mirando esa letra que desearía no conocer tan bien, teniendo en cuenta que es la primera nota que Chase me ha escrito en la que no me pide los deberes. ¿Qué significa? ¿Acaso se acuerda de que fui animadora? ¿De que iba a los partidos con un top minúsculo y una falda aún más minúscula? ¿O se piensa que estoy tan colada por él que lo animaré pase lo que pase? ¿O esta es su forma de seguir tonteando?

Uf, casi me gustaba más cuando me trataba igual que a su hermana pequeña. La intriga romántica no es mi fuerte. ¿Cómo va a serlo, si mi obsesión siempre ha sido no correspondida? No es que no haya salido ni me haya enrollado con tíos (y lo de este verano ya fue otro nivel), pero nunca he tenido nada serio. La cuestión era ligar y tener compañía cuando salía con Gia y Tommy y con Shannon y su «Novio del Mes». Lo de Chase siempre fue auténtico, demasiado auténtico, y a la vez una absoluta fantasía.

Me debato entre si escribirle o no, pero ¿a quién pretendo engañar?

«Me lo pensaré».

Incluso con los ojos clavados en la pizarra, veo perfectamente cómo Chase sonríe de orgullo al abrir mi nota.

No me parece mal.

Tal y como había predicho, esa mañana no coincido en ninguna clase con Jasmine. Tampoco le veo el pelo a la hora de comer porque Shannon nos mete en su coche a Gia, a Kiki y a mí para aprovechar que, como ya estamos en el último curso, podemos comer fuera. Pero vaya si oigo hablar de ella; el resto de mis amigas sí que la han visto y tienen muchas opiniones que compartir.

—Viene de Asheville, en Carolina del Norte —nos cuenta Kiki, gesticulando como siempre que descubre algo. Las luces de Lily’s Café se reflejan de vez en cuando en sus uñas pintadas de negro brillante—. Su madre sigue allí y Jasmine ahora vive con su padre, que al parecer es empresario y tiene un casoplón que lo flipas.

—Me sorprende que haya un Balenciaga en un pueblucho como Asheville —dice Shannon mientras corta metódicamente una hoja de lechuga. Siempre come como si estuviera diseccionando una rata.

—¿Y cómo es que va a montar una fiesta? —pregunta Gia.

—Por lo que he oído, Hunter la invitó a su fiesta con intención de impresionarla, pero ella lo miró a los ojos, le dijo que esa noche estaba ocupada con su fiesta de bienvenida y que él estaba invitado, por si quería pasarse. —Kiki apenas se detiene entre frase y frase para engullir su pizza—. Al cabo de una hora, Hunter ya estaba avisando de que iba a cambiar la fecha de su fiesta.

Kiki es toda una fuente de información, pero no de la que más me interesa, como por ejemplo por qué Jasmine está viviendo ahora con su padre y por qué no me contó que iba a mudarse aquí. Aun así, muero por saber cualquier cosa, así que me conformo con lo que hay.

Escucho en silencio cómo mis tres mejores amigas analizan a Jasmine desde todos los ángulos: su atuendo (caro), su cabello (demasiado largo, según Gia, y yo me meto tres patatas fritas en la boca para callarme que no opinaría lo mismo si lo sintiera entre sus dedos) y hasta su dominio impecable del francés (algo de lo que doy fe: se te caen las bragas oyéndola hablar).

Se suponía que Jasmine era mi secreto y, en una mañana, se ha convertido en la noticia de última hora del instituto entero.

Mira, necesito cambiar de tema.

—No me puedo creer que aún estemos hablando de la tía esta cuando Chase Harding se ha pasado la mañana ligando conmigo —digo con un suspiro ofendido.

He soltado eso para redirigir la conversación, pero es verdad que es un poco chasco. Estas tres se han comido horas y horas de mi obsesión por Chase y, la mañana en la que él muestra un poquito de interés, ¿no hay ningún desfile en mi honor? O sea, ¿en serio? ¿Cómo se supone que voy a procesar esto yo sola?

—Pensaba que te lo querías tomar con calma. —Shannon sonríe como si me hubiera pillado—. Pero bueno, ya veo que no.

—¿De qué hablas?

—Chase le ha dicho a Alex que te estás haciendo la interesante —explica Kiki mientras me roba unas patatas—. Que le has dejado en el aire lo del partido del viernes.

—Pero vendréis, ¿no? —pregunta Gia, siguiendo la estela de Kiki en dirección a mis patatas, aunque al final aparta la mano (seguramente al recordar que la temporada de animar a los jugadores de fútbol está a punto de empezar)—. Me prometisteis que vendríais a verme.

Ah, ¿sí? Mierda. Pues hasta aquí ha llegado mi plan de hacerme la interesante.

Antes de que yo pueda decir nada, Shannon se adelanta:

—Claro que iremos. Rissy solo se está haciendo la difícil con Chase.

—Allí estaremos —le aseguro a Gia.

Kiki asiente y añade:

—Y después iremos a la fiesta de la nueva.

Y así, la conversación vuelve a Jasmine y yo empiezo a preguntarme si sería posible ahogarme en kétchup.

Mi primer avistamiento de Jasmine no ocurre hasta la última hora, en Inglés, porque por supuesto tenía que ser durante nuestra asignatura favorita. Jasmine entra en clase en cuanto suena el timbre, negándome incluso la oportunidad de que crucemos las miradas. De hecho, ni siquiera sé si me ha visto. Pero es ella, no hay duda, con sus brazaletes tintineantes y su voz profunda y sexy cuando dice «aquí» y, Dios, yo ya no sé ni en qué clase estoy.

Jasmine no vuelve a abrir la boca y yo tampoco. Cuando termina la clase, empiezo a recoger lentamente, convencida de que se acercará a mí antes de irse (quizás incluso con un «hola, Campanilla»). El calor me sube por las mejillas al imaginármelo; guardo mis cosas en la mochila con toda la calma, esperando a que me llegue el olor de su crema hidratante de melocotón favorita. Pero, cuando ya no puedo aguantarlo más y levanto la mirada… el aula está vacía.

O sea, ¿hola? Aunque no me haya visto al entrar, me ha tenido que oír responder al «Bogdan, Larissa» cuando el profesor ha pasado lista.

No pienso dejar que me ignore. Apenas hace unas semanas que nos pasábamos las noches viendo pelis con las piernas entrelazadas en la oscuridad, disfrutando del sabor dulce y salado de las palomitas mezcladas con M&M’s en los labios de cada una, ¿y ahora esto? ¿Qué coño es esto?

Tengo que salir a toda prisa del instituto para alcanzarla, pero ahí está, metiéndose en el todoterreno que conozco mejor que el Toyota viejo de mi madre.

—¡Jasmine!

Se queda quieta. Sale del coche. Lentamente. Como si supiera que esto iba a pasar y se hubiera pasado el día evitándolo. No me dice ni una palabra, tan solo espera. Ese es su rollo: a ella la persiguen, nunca persigue. Pensaba que yo era una excepción.

—Jasmine —repito cuando estoy a un metro de ella, como si aún necesitara que me lo confirmara.

—Larissa.

Ni un «Campanilla», ni un «Larotchka» cantarín imitando cariñosamente el acento de mi madre. Simplemente… Larissa.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no me dijiste que te ibas a mudar?

Me siento idiota preguntando las cosas más básicas, pero es que no sé qué otra cosa decir. Ella simplemente se encoge de hombros.

—Tampoco seguíamos en contacto cuando mis padres lo decidieron, así que…

—Bueno, pero eso fue porque… —Las palabras se me escapan de los labios y, de golpe, se cortan.

No seguimos en contacto porque era demasiado difícil después de la intensidad del verano. Lo intenté muchas veces, pero las manos me temblaban al escribir y borrar y escribir y borrar. Era imposible reducir nuestra comunicación a mensajes o incluso a llamadas, y yo no sabía qué decir ni por dónde empezar. Así que no lo hice, ni ella tampoco.

—Pero ahora estás aquí. —Es todo lo que logro decir.

El «¿no quieres ser amigas?» flota en el aire, delante de mis labios, pero no consigo darle voz porque «amigas» no parece la palabra adecuada para lo que fuimos. Ser algo distinto aquí, en Stratford, lejos de la magia de la costa de Carolina del Norte y con Shannon y Chase y la vida real… no tiene ningún sentido.

—Sí, estoy aquí, y ahora soy yo la que tiene que conocer gente nueva y tal. —Jasmine tira del colgante de oro que lleva al cuello. La mano de Fátima y la estrella de seis puntas que lo adornan tintinean discretamente—. Nos hemos intercambiado los papeles.

—Pero tú aquí ya conoces a una persona. Eso es una persona más de las que conocía yo.

—Sí, pero cuando he llegado, esa persona estaba ocupada —dice con indiferencia.

Y entonces caigo: se refiere a que nos ha visto a Chase y a mí tonteando en el pasillo. Me sabe fatal que esa imagen haya sido su «bienvenida a Stratford» y siento como si tuviera que disculparme, pero… ¿por qué?

—Podrías habernos interrumpido.

—¿A ti y al legendario Chase Harding? Ni se me pasaría por la cabeza.

Las palabras me hacen pensar que está dolida, o enfadada, o quizás ambas cosas, pero por el tono nadie lo diría. Si eso, da más la impresión de que se lo toma a broma. ¿Cómo se responde a eso?

—Pero da igual —continúa ella—, porque resulta que no me hace falta conocerte para que me inviten a una fiesta.

—Eso he oído. Y, al parecer, eres tú la que ahora va invitando a los demás.

—Así es. —Jasmine esboza una sonrisa. Sus labios carnosos están un poco agrietados y sin pintar, algo para nada habitual.

—Dime, ¿estoy en la lista de invitados para tu primera fiesta en Stratford? —pregunto, porque la verdad es que no estoy segura.

Es entonces cuando Jasmine se sienta delante del volante y cierra la puerta, aunque la ventana está bajada del todo.

—Me lo pensaré.

Capítulo tres

—Anda que me has dicho que Jasmine se mudaba aquí —le digo acusadoramente a mi madre en cuanto entra en la cocina, después de pasarse el día llevando la agenda del padre de mi examiga—. Habría sido un detalle que me avisaras.

—Espero que tú también hayas tenido un buen día, milaya.

Mi madre deja las llaves sobre la encimera laminada, al lado de su bolso, y observa el bol de edamames salados que tengo delante. Desde que volvimos, todos los días he comido palomitas mezcladas con un buen montón de M&M’s, pero hoy no he sido capaz, no después de ver a Jasmine. Por desgracia, lo siguiente más apetecible que había en casa eran semillas de soja.

—No pensaba que hiciera falta decírtelo —continúa mi madre—. Este verano erais uña y carne. ¿No te llamó?

Me niego a responder a esa pregunta y clavo los dientes en otra vaina para sacarle las entrañas.

—Ya veo. Si te consuela, tengo entendido que fue una decisión muy repentina. Declan ni siquiera me pidió ayuda; de hecho, me he enterado hoy mismo, cuando me pidió que enviara flores a su casa para darle la bienvenida a Jasmine después de su primer día de clase.

Aunque sigo cabreada, la verdad es que saber eso me apacigua un poco.

—¿Puedo ir a cenar a casa de Shannon?

—Es tu primer día del último curso del instituto, Larotchka —dice mi madre con un suspiro—. Seguramente sea tu último primer día de clase mientras vivas conmigo. ¿Por qué no me cuentas qué tal te ha ido mientras nos zampamos una pizza de esas congeladas, aunque sea solo para darme el gusto?

Me siento como una imbécil. No es culpa de mi madre que Jasmine sea una capulla.

—¿Tenemos algo que echarle?

—Media lata de olivas, pero la pizza quedará deliciosa porque se las añadiré con amor. —Me da un beso en la coronilla y añade—: Ve a hacer los deberes. Te llamaré en cuanto la cena esté lista.

Voy a mi habitación, pero no me pongo con los deberes, sino que me planto delante del armario y me aúpo en el estante más bajo para coger el álbum de recortes que escondí en el más alto. Shannon se descojonaría si supiera que he hecho algo tan moñas (y Jasmine también, fijo), pero me alivia tenerlo ahí. Este álbum demuestra que el verano pasado ocurrió de verdad, que no fue una alucinación.

Y aquí están: los resguardos de las entradas del cine de Kill Devil Hills, de los Elizabethan Gardens, del espectáculo de la colonia perdida y del ferri que tomamos para ir a Knotts Island; las fotos abrazadas a los faros y haciendo como que volamos delante del monumento a los hermanos Wright; envoltorios de helados, conchas lisas de la playa, un comodín de una baraja de cartas a la que le dimos buen uso e incluso un tallo de cereza que Jasmine ató con la lengua en una fiesta. Hay un montón de recuerdos en estas páginas.

Aunque en realidad no necesito fotos ni envoltorios ni resguardos para recordar este verano, a pesar de que fuera un tanto difuso incluso mientras lo vivía. Por ejemplo, aunque volví borrachísima de la primera fiesta a la que fui, la recuerdo perfectamente (bueno, al menos hasta el tercer chupito).

Fue en aquella fiesta donde me di cuenta de que ese verano podía no ser un asco.

ANTES

No sé qué ponerme para la fiesta del amigo de Jasmine, no porque no sepa vestir bien, sino porque mis noches veraniegas iban a consistir en tirarme en el sofá a hacer maratones de Netflix con mi madre. Me he traído un montón de bañadores, pantalones cortos y camisetas de tirantes, pero para la noche, lo único que tengo es un par de vaqueros y unos pantalones de pijama cómodos por si me apetecía sentarme al lado de la piscina durante las horas de más fresco. Ni se me pasó por la cabeza traerme ropa para salir de fiesta.

Me tendré que apañar con unos vaqueros sencillos y un top de lunares. Shannon se moriría de vergüenza si me viera ir con chanclas a una fiesta, pero Shannon está en París luciendo tacones y pañuelitos alrededor del cuello, así que…

Sin nada más que hacer, estoy lista tan a tiempo que me da hasta vergüenza. Como no quiero parecer una ansias, me encierro en mi cuarto y me dedico a enviarle mensajes a Kiki y a ver vídeos chorras en YouTube. Al cabo de un rato, oigo pasos fuera y un berrido a pleno pulmón:

—Campanilla, ¿dónde estás?

Salto de la cama y cojo el bolso para toparme con Jasmine, que rebosa mil veces más estilo que yo con un top blanco, pantalonespiratas rosas y la hilera de brazaletes que se le entrechocan en el brazo. El blanco es un color que evito hasta que han pasado por lo menos dos semanas de verano, pero en ella destaca de forma envidiable por el tono oscuro natural de su piel y su cabello negro brillante.

Espero la inspección visual típica del ritual prefiesta que tengo con mis amigas, pero Jasmine simplemente dice:

—¿Lista?

Asiento y, cuando ya estamos en el coche, le pregunto:

—¿Me has llamado Campanilla?

—Eres diminuta, rubia y seguramente te podría llevar en el bolsillo. Además, aún no he perfeccionado el «Larotchka» de tu madre.

Me echo a reír ante su intento de imitar la a abierta y la erre sonora del ruso. El acento de mi madre es casi indetectable (lleva viviendo en Estados Unidos desde la universidad), pero le sale con toda la fuerza cuando pronuncia mi apelativo cariñoso. Es uno de los sonidos que más me gustan del mundo. No es habitual que la gente se dé cuenta de eso en un solo día; queda claro que Jasmine es una persona muy observadora.

Jasmine sonríe, baja del todo las ventanas del todoterreno y pone la música a tope. Es un grupo que nunca había oído, de esos con una cantante furiosa y susurros infantiles que se acaban convirtiendo en gritos. Me dan ganas de escribir mi nombre en el cielo con un trozo de pintalabios rojo. El aire salado y las casitas elevadas son prácticamente lo contrario de Nueva York y no tienen nada que ver con lo que yo esperaba vivir este verano. Y, aunque nada de esto fue decisión mía y me jorobó, esta noche sabe a libertad.

No miro el Instagram de Shannon ni una vez. Ni siquiera el de Chase.

La casa donde se celebra la fiesta no es tan impresionante como la de los Killary, pero está claro que el anfitrión está acostumbrado a tener invitados. Rodeamos la construcción hasta llegar a un patio trasero que da directamente a la playa y donde las llamas de un brasero se alzan hacia el cielo, la música dance llena el aire y la arena está salpicada de neveras con hielo, refrescos y cerveza. También hay una mesa llena de platitos con cóctel de gambas y tostaditas untadas de quesos de esos con manchas. Da la impresión de que en este patio están todas y cada una de las tumbonas y sillas de playa de Outer Banks, en absolutamente todas hay un culo (y, en algunas, dos culos de parejitas cariñosas).

—¿De quién es esta casa? —pregunto mientras cojo una lata de Dr Pepper Zero. Tengo la intención de cumplir mi promesa de no beber y llevar el coche de vuelta.

—De Carter Thomas. —Jasmine me quita la lata de la mano y me pasa una botella de Corona—. Le he estado dando vueltas y he llegado a la conclusión de que es muy cruel que no puedas beber en tu primera fiesta en Outer Banks. Así que no te rayes, que esta vez conduciré yo.

Jasmine abre la lata y le pega un sorbo desafiante, como si así pusiera fin al asunto. Y, de hecho, es lo que ocurre, porque para cuando me doy cuenta, estoy dando sorbos a mi birra mientras Jasmine me va presentando a la gente.

En el ratazo que nos lleva encontrar a Carter, conozco a Owen, un chico blanco y pelirrojo con la cara colorada y una sonrisa que enseña unos dientes un poco separados; a Keisha, la prima de Carter, cuya piel oscura resplandece a base de