Aroma de traición - Lynn Raye Harris - E-Book

Aroma de traición E-Book

Lynn Raye Harris

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Beschreibung

No tardó en descubrir lo que ella le había estado ocultando, el secreto que guardaba con celo Hacía mucho tiempo desde que la perfumista Holly Craig, inocentemente, sucumbiera al encanto y las falsas promesas de Drago di Navarra. Por fin, como modelo de una nueva campaña publicitaria para el lanzamiento de un perfume, Holly estaba dispuesta a mostrarse digna contrincante del embriagador empresario. En apariencia, Drago era símbolo de profesionalidad y poder. Sin embargo, le perseguía el recuerdo de una chica supuestamente inocente que resultó ser como todas las demás.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Lynn Raye Harris

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Aroma de traición, n.º 2296 - marzo 2014

Título original: The Change in Di Navarra’s Plan

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4143-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Eh, tú, levántate.

Holly Craig levantó el rostro y vio al hombre alto e imponente. El estómago le dio un vuelco ante la pura belleza viril de él. Tenía el cabello oscuro, penetrantes ojos grises y una mandíbula que parecía esculpida en mármol de Carrara. Elegante nariz y pronunciados pómulos completaban su fisonomía.

–Vamos, chica, no dispongo de todo el día –dijo él con voz sofisticada y cortante.

Italiano, pensó Holly. El acento italiano no era marcado, más bien refinado y suave como el buen vino. O como un buen perfume.

Holly agarró la cartera, una cartera de segunda mano que ni siquiera era de piel, y cambió de postura en el sofá.

–No estoy segura de que no haya un malentendido...

Él chasqueó los dedos.

–Has venido a verme, ¿no?

Holly tragó saliva.

–¿Es usted el señor Di Navarra?

–Naturalmente –respondió él sin disimular su irritación.

Holly se puso en pie, nerviosa y ruborizada. No debería haber dudado de que ese hombre fuera el poderoso presidente de Navarra Costmetics. Además había visto la foto de la persona de la que podía depender su futuro. Todo el mundo sabía quién era Drago di Navarra.

Al parecer, todo el mundo excepto ella. La entrevista era de suma importancia y había empezado muy mal. «Tranquila, ma belle», le habría dicho su abuela. «No hay nada que te impida hacer esto».

Holly fue a estrecharle la mano.

–Sí, señor Di Navarra, soy Holly...

Pero Di Navarra, con gesto desdeñoso, la interrumpió:

–Da igual quien seas –Di Navarra empequeñeció los ojos al fijarse en ella. A pesar de que llevaba su mejor vestido, era de hacía cinco años; no obstante, era negro y no estaba mal. Era el único que tenía.

Confusa por lo extraño de la situación hasta el momento, Holly alzó la barbilla. No obstante, se contuvo para no insultarle por su comportamiento grosero, no quería estropearlo todo.

–Date la vuelta –le ordenó él.

Con las mejillas encendidas, Holly giró un círculo completo.

–Sí –le dijo él a su ayudante que tenía al lado–. Creo que esta nos servirá. Diles que ya vamos.

–Sí, señor –respondió la mujer antes de volverse y regresar hacia el despacho del que los dos habían salido.

–Vamos –dijo Drago.

Holly tenía dos alternativas. Podía decir que no, que no iba a ninguna parte. Podía decirle que era un maleducado, que ella había ido allí porque tenía una cita y no para aguantar que la hablaran con desdén y le dieran órdenes.

O también podía seguirle, averiguar a qué se debía el extraño comportamiento de él y aprovechar la oportunidad para presentarle sus ideas. Estaba ilusionada con sus logros. Le recordaban a su abuela y a las muchas horas que habían pasado juntas pensando en cómo mejorar los perfumes en vez de limitarse a vender los que tenían a la gente de la zona.

Le había costado mucho lograr una entrevista con ese hombre. Había gastado todos sus ahorros en llegar hasta allí, solo le quedaba dinero para volver a su casa. Si desperdiciaba esa oportunidad perdería mucho más que el dinero. Perdería su sueño y el de su abuela. Tendría que volver a casa y empezar desde abajo.

Porque la abuela había muerto y pronto perdería la casa. No podía permitirse el lujo de conservarla. A menos que convenciera a Drago di Navarra de invertir en su negocio.

–Sí, vamos –dijo ella.

Drago sintió los ojos de ella fijos en él, lo que no tenía nada de extraordinario. Gustaba a las mujeres, cosa que no le molestaba. No, por el contrario, era una ventaja; sobre todo, teniendo en cuenta la naturaleza de su negocio.

Su trabajo consistía en mejorar el aspecto de la gente, así que no estaba de más ser atractivo.

Él utilizaba productos Navarra: jabón, agua de colonia, cremas y champú. Y hablara con quien hablase, insistía en los beneficios de usar esos productos.

Ahora, sentado en el asiento posterior de la limusina con unos papeles en las manos, examinaba la información del estudio de mercado realizado sobre la nueva gama de productos NC que iba a ser lanzada al mercado ese otoño. Le gustó lo que vio. Sí, le gustó mucho.

Lo que no le gustó era la chica que la agencia le había enviado. Era la cuarta modelo que había visto aquella mañana y, aunque por fin habían acertado, le irritaba que, en vez de la primera, fuera la cuarta la que presentaba la mezcla de inocencia y sensualidad que requería la modelo para su campaña de promoción.

Él iba a vender frescura y belleza, no el estereotipo de mujer de las últimas modelos a las que había visto, cuya dureza, especialmente visible en su mirada, traicionaba la imagen de inocencia que querían proyectar.

Esta chica, sin embargo...

La miró con descaro, complacido con lo que veía. Ella, inmediatamente, bajó los ojos y enrojeció. Una dolorosa sensación se apoderó de él de improviso. Tuvo una reacción visceral a aquella dulzura, el cuerpo se le endureció como hacía mucho que no le ocurría. No, no le faltaban mujeres con las que acostarse, muchas mujeres, pero se había convertido en algo mecánico, no una forma de escape o una manera de relajarse.

Le resultaba interesante su reacción.

Volvió a pasear la mirada por la chica y, de nuevo, pensó en lo mucho que le gustaba. Ella llevaba un traje barato, aunque le sentaba bien. Calzaba zapatos de ante color rosa de tacón alto y estaban nuevos, a juzgar por la suela en la que aún se veía la etiqueta con el precio, visible debido a que la chica había cruzado una pierna sobre la otra.

Inclinó la cabeza. Cuarenta y nueve dólares con noventa céntimos.

No eran zapatos de Jimmy Choo ni de Manolo Blahnik, desde luego. No había imaginado que llevara unos zapatos de mil dólares, pero sí que fuera algo más sofisticada.

Algo extraño, teniendo en cuenta que lo que realmente no quería era sofisticación. No obstante, esa chica era modelo de una de las mejores agencias de Nueva York. ¿No debería ir algo más preparada? Por otra parte, quizá acabara de salir del pueblo y los de la agencia la hubieran enviado a la desesperada.

–¿Cuánto hace que trabajas en esto? –preguntó él.

Ella lo miró. Parpadeó. Tenía ojos azules, cabellos rubios rojizos y unas pecas salpicaban su pálida piel. Tendría que advertir al fotógrafo que no eliminara las pecas, enfatizaban la imagen de frescura.

–¿En esto?

Drago contuvo su impaciencia.

–Sí, cara, ¿cuánto tiempo llevas trabajando de modelo?

Ella volvió a parpadear.

–Ah, bueno, yo...

–No voy a enviarte de vuelta a casa aunque este sea tu primer trabajo –le espetó él–. Lo único que me importa es que le gustes a la cámara. Así que, por mí, como si acabaras de salir de la granja de tus padres.

Ella volvió a ruborizarse. Esta vez, alzó la barbilla. Sus ojos lanzaron chispas gélidas.

–No veo por qué tiene que ser tan grosero –le espetó ella–. Tanto si se es rico como si no, no está de más un poco de educación y buenos modales.

Drago tuvo ganas de echarse a reír. Era como si un gatito le hubiera bufado. La tensión comenzó a disiparse.

–Te pido disculpas por mis malos modales –dijo él.

Ella se cruzó de brazos y adoptó una expresión seria.

–En ese caso, gracias.

Drago dejó los papeles a un lado en el asiento.

–¿Es la primera vez que vienes a Nueva York?

La vio humedecerse los labios con la lengua. Sintió una punzada en la entrepierna.

–Sí –respondió ella.

–¿De dónde eres?

–De Luisiana.

Drago se inclinó hacia delante, consciente de que tenía que hacerla sentirse cómoda si quería sacar provecho de la sesión de fotos.

–No te preocupes, harás un buen trabajo –declaró él–. Lo único que tienes que hacer es mostrarte tal y como eres delante de la cámara, no intentes parecer sofisticada.

Ella bajó la mirada y pasó las yemas de los dedos por el borde de su chaqueta.

–Señor Di Navarra...

–Drago. Y tutéame, por favor –interpuso él.

Ella volvió a alzar la mirada. Sus ojos azules mostraban preocupación. Súbitamente, él deseo besarla, erradicar esa expresión. Cosa rara en él. No era que no saliera con algunas modelos, pero aquella chica no era la clase de modelo con la que solía salir. Le gustaban altas y elegantes, de aspecto gélido como el hielo.

Salía con mujeres que no eran idealistas persiguiendo un sueño, como parecía ser esta. Lo que despertó su instinto protector, entrándole ganas de enviarla de vuelta a Luisiana.

Quería que esa chica volviera a su casa, que dejara de soñar con lograr fama y fortuna en Nueva York. Aquella ciudad la destruiría. En cuestión de unos meses, acabaría drogadicta, alcohólica y vomitaría todo el día con el fin de perder algún que otro kilo de más que la industria de la moda, estúpidamente, se empeñaba en afirmar que le sobraba.

Pero antes de poder decir nada de lo que estaba pensando, el coche se detuvo y la portezuela, casi inmediatamente, se abrió.

–Menos mal, señor Di Navarro –declaró el director de escenarios–. La chica no ha venido todavía y...

–Está conmigo –lo interrumpió Drago.

El otro hombre volvió la cabeza y la vio.

–Excelente –el hombre chasqueó los dedos mirándola–. Venga, vamos. Tenemos que maquillarte.

Drago sonrió con intención de darle ánimos al ver su expresión de horror.

–Vamos, Holly, ya verás como todo sale bien. Te veré después de que acabe la sesión.

Ella pareció aliviada.

–¿En... serio?

Parecía sentirse muy sola en esos momentos. Entonces, sin saber por qué, preguntó a la chica:

–¿Tienes algo que hacer esta noche?

Ella sacudió la cabeza.

Drago sonrió. Sabía que no debía, pero iba a hacerlo de todos modos.

–En ese caso, cenaremos juntos.

Holly nunca había comido en un restaurante elegante, pero ahí estaba y, además, en un salón privado acompañada del hombre más guapo que había visto en su vida. Y su fascinación por él aumentada con cada segundo que pasaba.

No habían empezado con buen pie, pero la relación entre los dos estaba mejorando por momentos. En realidad, Drago era un hombre muy... agradable.

Solo había un problema, pensó Holly con el ceño fruncido mientras él le hablaba de la sesión fotográfica de aquel día. Ella no era una modelo, pero había estado en mitad de Central Park y se había dejado maquillar, vestir y peinar. Después, al encontrarse delante del fotógrafo, se había quedado inmóvil mientras se preguntaba cómo había podido permitir que las cosas llegaran tan lejos.

Había querido hablarle a Drago di Navarra de sus perfumes, pero los acontecimientos la habían desbordado y, al final, había sido demasiado tarde. Se había callado, en vez de explicarse como debería haber hecho. Pero había temido que si explicaba quién era y el motivo de su presencia allí él se habría enfadado con ella.

Y eso no le convenía.

Después, Drago la había llevado a cenar y ella había seguido callada como una niña asustada. Aún llevaba el último vestido que había lucido durante la sesión fotográfica, un vestido de seda color berenjena y un par de zapatos escotados de Christian Louboutin. En cierto modo, la experiencia estaba resultando ser como un sueño. Se encontraba en Nueva York, cenando y tomando vino con uno de los hombres más apuestos del mundo, y quería grabar en su memoria hasta el mínimo detalle.

Sin embargo, en cierto modo era un día aciago. Había ido allí para presentar sus perfumes, no como modelo de Navarra Cosmetics. ¿Cómo iba a explicárselo? ¿En qué momento?

Sin embargo, tenía que hacerlo. Y pronto. Pero cada vez que abría la boca con intención de decírselo, algo se lo impedía. Interrupciones, distracciones. Y cuando Drago alargó el brazo y le agarró la mano, todo pensamiento consciente voló de su mente.

–Has estado fabulosa, Holly –dijo él.

Entonces, le alzó la mano y se la besó. Una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo y se estancó en el centro de su feminidad, haciéndola sentir cosas que jamás había sentido.

En su tierra natal había tenido un novio. La había besado. No habían hecho nada más porque ella no había querido. Al final, él había roto con ella y se había ido con su amiga Lisa Tate. Todavía le dolía.

–Eres muy egoísta, Holly –le había dicho aquel novio en tono de acusación–. Lo único que te importan son tus perfumes.

Holly volvió al presente e intentó ignorar los latidos de su cuerpo. Sabía a qué respondían. Aunque nunca hubiera hecho el amor, no era tonta. Había deseado a Colin, pero no lo suficiente como para sucumbir a él.

Sin embargo, con ese hombre, sí podía verse a sí misma sucumbiendo. El corazón le dio un vuelco al clavar los ojos en las grises profundidades de los de él.

«Díselo, Holly. Díselo ahora mismo».

–Gracias –respondió ella bajando la mirada.

–Eres muy natural. No me cabe duda de que llegarás muy lejos como modelo siempre y cuando no permitas que la industria te corrompa.

Holly abrió la boca para hablar, pero en ese momento sonó el teléfono móvil de él. Drago, al ver quién era, dijo algo en italiano que, a juzgar por el tono, debió ser una maldición.

–Discúlpame –dijo él–. Tengo que responder la llamada, es importante.

–Sí, claro –respondió ella.

Mientras esperaba a que Drago acabara, Holly se fijó en el empapelado de seda de las paredes y en los adornos dorados y tuvo la sensación de estar en otro mundo. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo era que estaba cenando con un multimillonario?

Ese viaje a Nueva York estaba resultando sumamente extraño.

¿Por qué no se atrevía a decir lo que tenía que decir? Todo le resultaría más fácil si tuviera ahí las muestras de sus perfumes, pero desgraciadamente estaban en una caja y la caja dentro del coche. Lo que la había preocupado, pero Drago le había convencido de que sus pertenencias estarían a salvo.

No obstante, deseó tener la caja consigo para poder abrirla y enseñarle las muestras.

Drago cortó la comunicación y volvió a disculparse por la interrupción.

–Perdóname, bella mia. Como ves, la industria de la belleza no descansa nunca.

–No hay problema –respondió ella sonriendo.

El corazón volvía a latirle con fuerza, había decidido un plan de acción. Una vez que tuviera la caja con las muestras, le explicaría a ese hombre la razón de que estuviera ahí. Estaba segura de que Drago no podría decir que no una vez que oliera el perfume Colette.

Les llevaron la cena y, poco a poco, Holly fue relajándose. Drago era encantador y mostró interés por todo lo que ella le decía.

Holly le habló de Luisiana, de su abuela, sin mencionar el perfume, y de su viaje en autobús a Nueva York.

Drago parpadeó.

–¿Has venido en autobús?

Enrojeciendo, Holly bajó la cabeza.

–No tenía dinero para un billete de avión –explicó ella. Se había gastado casi todo lo que tenía en aquel viaje.

Para hablar con ese hombre.

Que era justo lo que estaba haciendo, aunque no así.

Bebió otro sorbo del exquisito vino blanco. Delicioso.

–Vaya, vienes de verdad del pueblo –dijo él, pero no a modo de insulto, sino casi con admiración.

–Sí, supongo –contestó ella.

–Soñando con nuevos horizontes, con las oportunidades que Nueva York puede ofrecer –esta vez, el tono de Drago fue más sombrío.

Pero ella no permitió que eso le molestara. Quizá se debiera al efecto del vino.

–Todo el mundo tiene sueños, ¿no?

De repente, Drago le acarició un brazo.

–Yo también tengo un sueño –dijo él con voz melodiosa, muy cerca de ella, aproximando la boca.

Drago le acarició la mejilla con las yemas de los dedos, los enterró en sus cabellos... Y a ella le pareció que iba a derretirse. Lo deseaba y no le importaba el mañana, lo único que quería era que ese hombre la besara.

Drago le cubrió los labios con los suyos y ella cerró los ojos. El corazón parecía querer salírsele del pecho. Nada le importaba. Estaba inmersa en la belleza y la perfección de aquella noche. Era como un cuento de hadas: ella era la princesa que, por fin, había encontrado a su príncipe.

La risa de Drago era suave y profunda. Reverberante. La sintió vibrando en su cuerpo y tembló de deseo.

El beso de Drago la dejó sin respiración. Fue un beso dulce, perfecto.

Pero quería más. Se inclinó hacia él y Drago volvió a reír antes de separarle los labios e introducirle la lengua en la boca.

Holly no pudo evitar un gemido de placer.

De repente, el beso se hizo más exigente, más ardoroso y posesivo. Nunca había sentido nada así. Sintió la fuerza del beso en los pezones, en la entrepierna. El sexo le latía y tenía las bragas húmedas.

Quería estar más cerca de él. Lo necesitaba. Le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a Drago.

Por fin, Drago se apartó de ella.

–Mi sueño es que vengas conmigo a mi casa esta noche –le susurró Drago al oído.

Holly se lo quedó mirando mientras Drago se ponía en pie y le ofrecía la mano. Quería estar con él. No quería que aquella noche terminara.

Quería todo lo que Drago pudiera ofrecerle.

Holly le dio la mano y la piel le ardió.

–Sí –respondió ella tímidamente–. A mí también me gustaría.

Capítulo 2

Un año más después...

–No comprendo por qué no vas a su despacho y le exiges que te ayude.

Holly miró a su mejor amiga con la que compartía piso. Gabriella mecía en sus brazos al pequeño Nicholas. La pobre Gabi era una santa, teniendo en cuenta que Nicky no había dormido una noche de un tirón desde la vuelta a casa del hospital.

Holly agarró una cubeta y la olió. Esencia de rosas. Rememoró un ramo de rosas grandes y rojas iguales a las que su abuela había cultivado. Rosales que ahora pertenecían a otros ya que había perdido la propiedad unos meses atrás. Una profunda amargura la invadió.

Dejó la cubeta y se apartó de la mesa de trabajo en la que mezclaba las esencias.

–No puedo acudir a él, Gabi. Me dejó muy claro que no quería saber nada de mí.

A Holly todavía le dolía el rechazo de Drago di Navarra. Desgraciadamente, también recordaba, como si hubiera sido ayer, la maravilla de haber hecho el amor con él. ¿Por qué se empeñaba su cuerpo en responder físicamente al recuerdo de aquella sola noche juntos?

Por otra parte, sentía ira. Ira y desprecio por sí misma. Y, sobre todo, vergüenza.

¿Cómo había podido ser tan ingenua y tan abierta con él? ¿Por qué se había arrojado a los brazos de Drago sin más, como si fuera lo más normal del mundo, cuando era tan impropio de su carácter?

Holly apretó los dientes. Nunca volvería a cometer semejante error. Había aprendido la lección, gracias a Drago, y no la olvidaría jamás.

No quería pensar en eso y, sin embargo, no podía evitarlo. De todos modos, quizá fuera bueno, así recordaría no volver a ser tan estúpida. El mundo era un lugar frío y duro, y ella era una superviviente. Y eso gracias a Drago.

Drago le había enseñado a no fiarse de nadie y a ser cautelosa, a dudar de las intenciones de la gente; sobre todo, de las de los hombres. Drago la había convertido en una criatura cautelosa y fría, y le odiaría siempre por ello.

Pero al ver a su hijo en los brazos de su amiga, sintió un profundo amor. Nicky era perfecto. Iluminaba su mundo. Era una auténtica maravilla, al margen de que su padre fuera un odioso y arrogante sinvergüenza. Drago podía representar lo peor que le había ocurrido en la vida, pero Nicky era lo mejor.

Una ironía.

–Pero si supiera que tiene un hijo... –comenzó a decir Gabi.

–No –interrumpió Holly con voz cortante–. Traté de decírselo. Su secretaria me dijo que Drago no quería hablar conmigo. Nunca más. Le escribí una carta, pero él no respondió.

Gabi estaba en plan militante.

–Estamos en la era de la información, querida –respondió Gabi–. Cuélgalo en Facebook. Ponle a caldo en Tweeter. Ya verás como entra en contacto contigo.

Holly se estremeció. Jamás se exhibiría de esa manera.

–¿Quieres que me muera de vergüenza? –Holly sacudió la cabeza con energía–. No, de ninguna manera.

Gabi posó la mirada en el rostro angelical del hijo de Holly.

–Lo sé. Pero este pequeño se merece lo mejor de lo mejor.