El príncipe ruso - Secreto de una noche - Un sueño fugaz - Lynn Raye Harris - E-Book

El príncipe ruso - Secreto de una noche - Un sueño fugaz E-Book

Lynn Raye Harris

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El príncipe ruso Cuando regresó a casa, Paige descubrió que iba a tener un hijo del príncipe… Sola y asustada en las oscuras calles de Moscú, la seria y responsable Paige Barnes no tuvo más remedio que obedecer la orden del apuesto extraño que le pedía un beso. No sabía que estaba siendo rescatada por Alexei Voronov, un príncipe ruso y el mayor adversario de su jefe. Al encontrarse con Paige, Alexei decidió jugar a una ruleta rusa emocional para mantenerla vigilada y descubrir lo que ocultaba. Pero en su espléndido palacio, el juego se le escapó de las manos y la pasión por ella lo abrumó hasta hacerle perder la cabeza… Secreto de una noche Aquella noche de pasión dejó un recuerdo imborrable. Atraída por una fuerza magnética y poderosa, Anna Bailey, la camarera del bar del hotel Mirabelle, salió del cascarón y por una sola noche dejó a un lado la timidez en brazos del apuesto italiano Dante Romano… Pero cinco años después, su único recuerdo de aquel hombre sería su adorable hija, Tia. Dante había luchado mucho para llegar adonde estaba, pero nada podía compararse con lo que acababa de descubrir. Tenía una hija… Casarse con Anna era la única solución posible para enmendar los errores del pasado. Un sueño fugaz Su marido quería que volviera. Cuando su marido le puso la alianza, Marina pensó que sus sueños se habían hecho realidad. Pero su matrimonio no fue el cuento de hadas que había imaginado y, al final, se marchó con el corazón roto. Dos años después, Pietro D'Inzeo ya no poblaba los sueños de Marina. Ella sabía que había llegado el momento de seguir con su vida. Había tomado esa decisión y, aunque él la había emplazado a visitarlo en Sicilia, nada haría que cambiara de idea.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 537

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 482 - septiembtre 2024

© 2011 Lynn Raye Harris

El príncipe ruso

Título original: Prince Voronov’s Virgin

© 2011 Maggie Cox

Secreto de una noche

Título original: Mistress, Mother...Wife?

© 2011 Kate Walker

Un sueño fugaz

Título original: The Proud Wife

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011, 2012 y 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin

Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1074-072-3

Índice

Créditos

El príncipe ruso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Secreto de una noche

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Un sueño fugaz

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Promoción

Capítulo 1

EL GRITO que rompió la noche recorrió la espina dorsal de Alexei Voronov como un río de agua helada. Con todos sus sentidos alerta, miró alrededor de la Plaza Roja, el suelo empedrado cubierto por una ligera nevada. A la derecha, el muro del Kremlin bordeaba la plaza, al final, la torre Spassky, con su reloj gigante como el Big Ben de Londres, y las coloridas cúpulas de la basílica de San Basilio. Pero era tarde y no había movimiento en la plaza. Hasta que volvió a escuchar el grito.

Alexei murmuró una maldición. Estaba escondido entre las sombras del Museo de Historia de Rusia esperando que llegara su contacto, pero no podía ignorar los gritos. Aunque seguramente fuera una pelea en alguna discoteca de los alrededores, si había una mujer en peligro tenía que hacer algo.

Iba a costarle una valiosa información, ya que su contacto no esperaría cuando descubriera que no estaba en el lugar indicado, pero llevaba media hora esperando y el hombre no llegaba. En realidad, empezaba a preguntarse si aparecería.

Era posible.

Si su adversario había descubierto sus intenciones, tal vez habría pagado más al informador... aunque Alexei estaba dispuesto a pagarle una fortuna.

Pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras oía gritar a una mujer.

Era una maldición ser tan noble, incluso a expensasde sus propios intereses, pensó, con cierta ironía. Él era despiadado en todo lo que hacía, salvo cuando alguien estaba en peligro.

Frente al Kremlin, las luces de los grandes almacenes GUM estaban encendidas y Alexei se dirigió en esa dirección, pero se detuvo al escuchar un ruido. ¿Pasos? El eco en la plaza vacía hacía difícil señalar la dirección desde la que llegaban.

Antes de que pudiese averiguarlo, una mujer apareció de repente en medio de la oscuridad y chocó contra él con tal violencia que estuvo a punto de tirarlos a los dos al suelo.

Alexei la sujetó por la cintura mientras daba un paso atrás para mantener el equilibrio. Era como intentar sujetar a una leona. Ella no emitió ruido alguno, pero lo empujó con todas sus fuerzas, levantando el codo hacia su cara. Instintivamente, Alexei se apartó y le dio la vuelta hasta tenerla de espaldas a él, poniendo una mano sobre su boca.

Si la soltaba, le destrozaría los tímpanos.

–Si vuelves a gritar –le dijo en voz baja– quien te está persiguiendo te encontrará. Y no pienso meterme en una pelea de enamorados.

¿Por qué no podía, por una vez, meterse en sus asuntos? Era tarde, pero su informador aún podía llegar. Había en juego un importante asunto de negocios, por no mencionar años trabajando con un solo objetivo que estaba a punto de conseguir. Perderse ese encuentro con un informador por culpa de lo que parecía una pelea entre borrachos no era parte de su plan. Debería darse la vuelta y volver a la puerta del museo...

La mujer sacudió la cabeza y Alexei pensó entonces que podría ser una turista. Había muchos turistas en Moscú últimamente, al contrario que cuando él era joven. Y repitió la frase en inglés, por si acaso.

Al notar que ella contenía el aliento, supo que había acertado. También hablaba alemán, francés y polaco pero el inglés le había parecido lo más sencillo ya que casi todo el mundo conocía ese idioma.

–No voy a hacerte daño –le dijo–. Pero si gritas, te dejaré sola. ¿De acuerdo?

Ella asintió con la cabeza y Alexei le dio la vuelta. La capucha del abrigo había caído hacia atrás, revelando un cabello oscuro sujeto en una coleta. Sus facciones eran delicadas... aunque el codo que había lanzado contra su cara había sido todo menos delicado. Era una mujer fuerte. Fuerte y frágil al mismo tiem po.

Alexei apartó la mano de su boca y ella lo miró con expresión recelosa, pero no volvió a gritar.

–Por favor, ayúdeme –le pidió, abrazándose a sí misma para contener el frío del mes de abril–. No deje que me hagan nada.

Por su acento, era estadounidense.

No debería sorprenderlo y, sin embargo, algo en ella era totalmente inesperado. No entendía qué hacía una chica estadounidense, que no hablaba ruso, sola en la Plaza Roja a la una de la mañana.

«No te metas en esto, Alexei», le dijo una vocecita.

Pero él no hizo caso.

–¿A quién te refieres, a las autoridades? Si has hecho algo ilegal, no puedo ayudarte.

–No, no –dijo ella, mirando hacia atrás con un gesto de aprensión–. No es eso. Estoy buscando a mi hermana y...

Entonces oyeron gritos en la plaza y ella no esperó su respuesta, sencillamente salió corriendo como lanzada por un cañón. Pero Alexei llegó a su lado en tres zancadas y la tomó del brazo.

–Por aquí –le dijo, tirando de ella hacia los grandes almacenes.

–Hay demasiada luz. Nos verán...

–Precisamente.

Oían el ruido de unas botas sobre el empedrado de la plaza. Alexei la empujó contra uno de los escaparates y ella emitió un gemido de protesta.

–Levanta una pierna y ponla alrededor de mi cintura –le dijo en voz baja.

Ella levantó las cejas asombrada.

–¡Suélteme! No está intentando ayudarme...

–Te aseguro que sí. Pero tú decides, maya krasavitsa –Alexei se apartó–. Buena suerte.

–¡No, espere! –gritó ella–. Muy bien, haré lo que me pide.

Alexei sonrió, aunque no era una sonrisa muy amistosa.

–Spasiba. Fingiremos ser amantes, ¿de acuerdo? Enreda la pierna en mi cintura –le dijo, mientras la empujaba suavemente hacia el cristal del escaparate.

Ella le echó los brazos al cuello, obedeciendo sin discusiones en esta ocasión, y Alexei agarró sus muslos, empujándola hacia él. Llevaba un abrigo largo que los escondía a los dos y, si lo hacían bien, cualquiera que los viese pensaría que estaban haciendo el amor en plena calle.

La chica dejó escapar un gemido cuando la empujó contra su entrepierna y el sonido fue como un río de vodka en sus venas. Por mucho que intentara controlarse, su cuerpo estaba reaccionando.

Chert poberti.

Era pequeña, suave, y olía al verano en los Urales, a flores, a sol y a agua fresca. Ese olor le hacía recordar, le hacía sentir. Y a él no le gustaba sentir. No había sitio en su vida para sentimientos.

Los sentimientos te hacían débil, eran capaces de romperte.

–Bésame –murmuró al notar que los pasos se acercaban–. Y hazlo creíble.

Paige parpadeó, atónita. ¿Cómo se había metido en aquel apuro?

Debería haber acudido directamente a Chad cuando Emma desapareció. Pero pensó que su hermana sencillamente se había olvidado de la hora y Paige no quería interrumpir la cena de su jefe cuando había sido tan amable de permitir que llevase a Emma con ellos a Moscú.

Chad Russell era uno de los solteros más cotizados de Dallas. Era un hombre apuesto, inteligente y muy rico. Y ella era su secretaria. O, al menos, lo era durante aquel viaje, ya que su secretaria ejecutiva, Mavis, no podía hacer viajes de más de tres horas por prescripción médica. Mavis tenía un problema vascular que podría ser mortal si pasaba mucho tiempo en un avión, de modo que Chad tuvo que elegir a otra secretaria para aquel viaje.

Había sido emocionante que la eligiera a ella por encima de otras secretarias con más experiencia y estaba decidida a hacer el trabajo lo mejor posible. Chad tenía suficientes asuntos de los que preocuparse. Estaba allí para firmar un lucrativo contrato, no para buscar a una irresponsable chica de veintiún años por todo Moscú.

Y Paige estaba allí para demostrar que era capaz de hacer un trabajo de responsabilidad y, por lo tanto, que era importante en la empresa Russell.

Últimamente incluso había empezado a pensar que Chad estaba interesado en ella algo más que como en una empleada. Intentaba no hacerse ilusiones, pero Chad la había invitado a comer dos veces y le hacía preguntas sobre su vida personal, sobre su hermana y sobre cosas que no tenían nada que ver con el trabajo.

Chad Russell era el hombre más atractivo que había conocido nunca. En todos los sentidos. Y le había gustado desde que entró en su oficina y le sonrió hacía dos años.

Debería haberle pedido ayuda para encontrar a Emma, pero estaba tan acostumbrada a resolver los problemas por sí sola que decidió buscarla sin ayuda de nadie. Y lo lamentaba.

–No hay tiempo que perder –insistió el extraño.

Su voz era ronca, masculina, la pronunciación de las vocales muy marcada. No tenía un fuerte acento, pero resultaba evidente que era ruso.

El corazón de Paige le dio un vuelco dentro del pecho cuando la apretó con fuerza. Tenía que encontrar a Emma, pero antes de eso tenía que sobrevivir a los siguientes minutos. Y, para hacerlo, debía hacer lo que el extraño le pedía. ¿Qué otra cosa podía hacer? Los hombres que la habían acorralado en la plaza eran muchos y, si la atrapaban, podría no poder escapar por segunda vez.

Aunque no sabía qué querían. Se había alejado del hotel buscando a su hermana y en la plaza se encontró con un grupo de hombres borrachos que no parecían dispuestos a ayudarla. O, al menos, sin que tuviera que pagar un precio.

Paige tembló al pensar en el gigante rubio con manos como palas que, con un fuerte acento ruso, había dicho que la ayudaría si le daba un beso.

Cuando la agarró, riendo, Paige le dio una patada en la entrepierna que le hizo caer al suelo y mientras los de

más lo ayudaban a levantarse había salido corriendo...

Para encontrarse con aquel hombre.

Por qué creía que el extraño iba a ayudarla, no estaba segura. Pero sabía que era el menor de los dos males. El simple contacto de sus cuerpos, a pesar de las capas de ropa, hacía que su corazón se volviera loco, no sabía muy bien por qué.

Quería saber quién era, por qué estaba ayudándola, pero no había tiempo para preguntar. Los ojos grises del extraño la urgieron a obedecer cuando el golpeteo de las botas sobre el empedrado de la plaza empezó a sonar más cerca.

Paige cerró los ojos y puso los labios sobre los del extraño. Pero decidió en el último momento que mantendría la boca cerrada. No había razón para besarlo de verdad; que fingieran besarse sería suficiente para engañar a sus perseguidores.

Pero cuando la lengua del extraño se deslizó entre sus labios, Paige dejó escapar un gemido de sorpresa. La besaba con tal sabiduría, con tal ardor, que se le doblaron las piernas y habría caído al suelo si no estuviera sujetándola.

Sabía a coñac y a menta, tan masculino y tan fuerte que una extraña languidez se apoderó de sus sentidos. No era Chad, no era el hombre con el que llevaba dos años fantaseando, pero quería perderse en su abrazo, quería saber si habría magia si estuvieran solos y desnudos...

Salvo que ella no tenía la menor idea de cómo hacer magia con un hombre. En los últimos ocho años había tenido exactamente una experiencia sexual... y no había sido precisamente memorable. Convertirse en madre de su hermana pequeña cuando tenía dieciocho años y trabajar para pagarse los estudios mientras intentaba llevar la casa no dejaba mucho tiempo para salir con chicos.

Pero ni uno de los besos que le habían dado en su vida se parecía a aquel. Aquel beso era increíble, le removía algo por dentro. Como si hubiera fuegos artificiales en su interior.

¿Cómo podía sentir eso mientras besaba a un completo extraño?

No era ella misma, ésa era la única explicación. Ya no era una aburrida secretaria trabajando para un hombre que nunca podría ser suyo, ya no era la responsable hermana mayor que se encargaba de todo. Era una mujer ardiente, sensual, y completamente a cargo de su destino. Estaba viviendo una vida de intrigas internacionales y peligro, una vida emocionante llena de pasión y de hombres asombrosos que hablaban su idioma con acento ruso y besaban como si les fuese la vida en ello...

Las voces se acercaron más entonces, devolviéndola a la realidad. Y cuando oyó un silbido se le encogió el estómago.

–No te asustes –le dijo el extraño al oído–. Pronto se marcharán.

Paige tembló, aunque no de miedo, mientras la besaba en el cuello.

–¿Cómo te llamas?

Esa pregunta la sorprendió. Estaba apretado contra ella íntimamente, besándola como si lo hubiera hecho toda su vida, su erección rozando uno de sus muslos, y no conocía su nombre. Si la situación no fuera tan peligrosa, habría soltado una carcajada.

–Tu nombre...

–Paige –dijo por fin, antes de que él volviera a buscar sus labios.

Los hombres se acercaron y cuando uno de ellos dijo algo en ruso, Paige sintió que el extraño se ponía tenso.

–Gime –musitó, sobre sus labios.

Su acento hacía que la palabra sonara más sexy que nada que hubiese oído en toda su vida.

Pero Paige se daba cuenta de que estaban en peligro. Y que él lo supiera hacía que el peligro le pareciese más real. Eran muchos contra dos. Si esos hombres descubrían que era la chica que había golpeado a uno de ellos en la entrepierna, el extraño no podría hacer nada.

Nerviosa, enterró la cara en su cuello y dejó escapar un gemido. Pero sonaba irreal, poco convincente.

–Más alto –dijo él, empujando las caderas hacia ella.

Al notar el roce de su erección, Paige dejó escapar un gemido y esta vez era muy real. El extraño volvió a buscar su boca y Paige enredó los dedos en su pelo, apretándose contra él.

Estaba haciéndola sentir algo que no había sentido nunca. Estaban vestidos, en medio de la calle, en peligro, y Paige estaba a punto de llegar al clímax.

Ni siquiera estaba desnuda, no se conocían de nada y sin embargo...

Cuando él puso una mano sobre sus pechos, acariciando un pezón con el pulgar, Paige gimió de nuevo y esta vez no tuvo que fingir.

Se sentía perversa. Estaba ardiendo y totalmente desesperada por llegar al final.

No podía ser y sin embargo...

El extraño se apartó un poco, sin soltarla. No parecía afectado por lo que había pasado, mientras ella estaba ardiendo de deseo y frustrada al mismo tiempo.

–Se han ido –dijo, soltándola.

Paige sintió frío de repente y tuvo que abrazarse a sí misma. Le castañeteaban los dientes, pero no parecía capaz de controlarlo.

–Gracias –murmuró por fin, extrañamente decepcionada al no haber podido llegar al orgasmo. Aunque su cuerpo seguía temblando por efecto de la adrenalina.

–Ne ze chto. Debemos irnos.

Paige parpadeó, mirándolo de cerca por primera vez... y se quedó perpleja. Era un hombre guapísimo. Como un actor de Hollywood, como un modelo... no, nada de eso podía describir a aquel hombre.

Había estado tan asustada antes, y luego tan excitada, que apenas había tenido tiempo de fijarse en los detalles.

Llevaba un abrigo de piel y tenía el pelo oscuro y la nariz y los pómulos que los artistas llevaban siglos pintando y esculpiendo en mármol. Sus labios eran generosos, sensuales, su mandíbula cuadrada.

Y acababa de decir que tenían que irse. Juntos.

Paige dio un paso atrás, desconcertada y recelosa. Ya había cometido demasiados errores esa noche. Había salido sola del hotel, cuando le habían advertido que no lo hiciera, y había estado a punto de ser asaltada por un grupo de borrachos. No iba a irse con aquel hombre, aunque estuviese en deuda con él por ayudarla.

–Agradezco su ayuda, pero si cree que voy a irme con usted a algún sitio para terminar lo que hemos empezado...

–Veo que tienes una gran opinión de ti misma, Paige –la interrumpió él, burlón–. Y vendrás conmigo si no quieres que vuelva a repetirse la escena. Esos hombres podrían volver en cinco minutos, cuando vean que no te has metido en el metro ni en ninguna de las discotecas de por aquí.

–Volveré a mi hotel. Creo que está al final de esa calle...

–No es seguro.

–Mi jefe está allí, él podrá ayudarme...

–No, es más seguro que vengas conmigo.

Paige apretó los labios, furiosa. ¿Quién creía que era para decirle lo que tenía que hacer? ¿Y qué quería decir con eso de que no era seguro? ¡Tenía que ser más seguro que irse con él!

–Le agradezco su ayuda, de verdad, pero mi hermana ha desaparecido y creo que Chad es el único que puede ayudarme...

El extraño dio un paso adelante.

–¿Chad? ¿Chad Russell es tu jefe?

Paige lo miró, perpleja.

–¿Conoce a Chad?

–Claro que conozco a Chad Russell, maya krasavitsa. Y sé que lo mejor es que vengas conmigo si quieres salir viva de aquí.

Paige sintió un escalofrío. Algo en su tono le hacía desear salir corriendo.

–No sé si es buena idea –insistió.

El extraño se encogió de hombros.

–Es tu vida, haz lo que quieras.

–Pero ¿por qué dice que no es seguro?

Él hizo una mueca.

–Las calles no son seguras por la noche, como tú misma acabas de descubrir. Ocurre lo mismo en todas las grandes ciudades del mundo.

Lo que decía era cierto. ¿Saldría sola de noche por las calles de Dallas o Nueva York? No, definitivamente no.

–Puedo pagarle para que me acompañe al hotel.

La carcajada del extraño fue totalmente inesperada y Paige sintió que le ardía la cara. Qué noche tan ex

traña, pensó.

–Ven conmigo o vete sola, haz lo que quieras.

Luego, sencillamente, se dio la vuelta y empezó a caminar en la dirección en la que se habían ido los hombres.

Paige se mordió los labios, temblando y preguntándose qué demonios debía hacer.

Tal vez podría llegar sola al hotel... suponiendo que no se perdiera. No estaba lejos de allí, a lo largo del río Moscova, pero era un paseo oscuro y solitario.

Iría corriendo. Podía llegar en diez minutos si se daba prisa y tal vez Emma ya habría vuelto al hotel. Y si no, Chad estaría allí para ayudarla.

Le llegó entonces el sonido de voces masculinas hablando en ruso. Hablaban en voz muy alta, riendo. No sabía si eran los mismos hombres pero... ¿podía arriesgarse?

¿Qué estaba haciendo allí?, se preguntó, mirando alrededor. ¿Por qué había pensado que podía hacer aquello sola? No hablaba ruso y a veces no podía entender a la gente aunque hablaran su idioma. Paige miró entonces al hombre que se alejaba. A él sí lo entendía.

Pero era un extraño. ¿Cómo iba a ir a ningún sitio con un hombre al que no conocía de nada?

Las voces se acercaban cada vez más. Entre encontrarse con esos borrachos o ir con el hombre que la había ayudado, Paige decidió que no tenía alternativa.

Y empezó a correr.

Capítulo 2

ALEXEI sirvió whisky en un vaso y se lo ofreció a la joven, que estaba sentada con expresión triste en el sofá. El paseo por las frías calles de Moscú la había dejado helada pero un trago de whisky la haría entrar en calor. Y entonces descubriría qué estaba haciendo en la Plaza Roja a la misma hora en la que él debía encontrarse con su informador. Considerando que era empleada de Chad Russell, le parecía una extraordinaria coincidencia.

Y él no creía en las coincidencias. El trabajo duro y los sacrificios lo habían llevado donde estaba en aquel momento, no creer en místicas ocurrencias. Si hubiera dejado su vida en manos de la suerte y las circunstancias, probablemente estaría muerto, como el resto de su familia.

Ella aceptó el vaso sin mirarlo y después de tomar un largo trago empezó a toser.

–¡Sabe horrible!

Alexei tomó un sorbo de su whisky, disfrutando del sabor a barrica de roble y caramelo. El whisky de malta de cincuenta años era perfecto. Y también lo era la interpretación de la chica. Definitivamente, sabía hacerse la inocente, pensó, haciendo una mueca de desdén.

Como su padre antes que él, Chad Russell siempre había creído que podía arruinar Prospecciones Voronov si ofrecía dinero a la gente adecuada. Pero aún no había tenido éxito, ni lo tendría.

Alexei moriría antes de perder el siguiente asalto en su épica batalla. Quien lograse convencer a Pyotr Valishnikov para que le vendiera sus acciones en el Báltico y Siberia obtendría una enorme recompensa, dejando a la otra compañía mordiendo el polvo. Aquel trato era la culminación de todo aquello por lo que Alexei había trabajado tanto. Con una simple firma, Valishnikov podía darle el poder para, por fin, aplastar a Russell de una vez por todas.

Y entonces Katerina habría sido vengada. Eso era lo único que importaba.

Alexei estudió a la mujer que estaba en su sofá.

¿Estaba allí para conseguir información sobre sus planes? De ser así, iba a llevarse una desilusión. Pero si estaba intentando distraerlo para que bajase la guardia... no, en realidad tampoco parecía poner mucho empeño en hacer eso.

Era preciosa, pero de una forma natural. Él había conocido a muchas mujeres guapas en su vida, pero aquella no parecía consciente de su belleza. Ni una sola vez se había tocado el pelo, ni le había pedido un espejo. Y no llevaba una gota de maquillaje.

Mientras la miraba, ella metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un par de gafas.

–Veo bien, pero me duele la cabeza si estoy mucho tiempo sin ellas –murmuró, mirando el vaso que tenía en la mano–. Se llenaron de vaho cuando salí a la calle y se me olvidó volver a ponérmelas.

–¿Qué hacías en la Plaza Roja?

Paige lo miró con los ojos húmedos y, una vez más, Alexei sintió la extraña punzada en el corazón que había sentido antes, cuando respiró su aroma. Su hermana tenía los ojos oscuros, como los de ella. Unos ojos llenos de secretos, de los que no podía escapar por mucho éxito que tuviera o por mucho que intentase dejar el pasado atrás.

–Ni siquiera sé su nombre –dijo ella entonces.

–Alexei –se presentó él, aunque estaba seguro de que sabía quién era.

Tal vez debería haber aceptado su oferta y haber vuelto con ella al hotel. Pero ¿qué habría hecho Paige si hubiera dicho que sí? Eso le habría provocado una gran consternación, estaba seguro. Lo que no entendía era que ella misma le hubiera contado que trabajaba para Chad Russell.

–Alexei –repitió ella.

–Eso es. Y ahora, cuéntame qué le ha pasado a tu hermana.

Jugaría a su juego. Por el momento.

La chica tomó otro sorbo de whisky y volvió a toser. Si estaba actuando, era una buena actriz.

–Emma tiene veintiún años, los cumplió ayer. No se parece nada a mí... es alta, rubia, y le gusta divertirse. Esta tarde, mientras yo trabajaba con Chad preparando la reunión de mañana, Emma fue a hacer una visita guiada por Moscú. Alrededor de las ocho me envió un mensaje de texto diciendo que estaría en el bar del hotel un rato y, aunque no estaba en nuestra habitación cuando volví, no se me ocurrió pensar que hubiera pasado algo... hasta que dieron las doce y no había aparecido. La llamé al móvil varias veces pero no contestaba, por eso salí a buscarla.

La punzada de rabia que sintió al pensar en aquella chica con Russell lo sorprendió. Porque dudaba mucho que sólo hubiera estado trabajando con su jefe. ¿Una mujer tan guapa con un hombre como Chad Russell?

Apostaría lo que fuera a que habían hecho algo más que trabajar.

Ella dejó el vaso sobre la mesa y se levantó. Pero debió hacerlo demasiado rápido porque, de repente, se puso pálida y tuvo que volver a sentarse.

–No suelo beber alcohol –empezó a decir, más para sí misma que para Alexei–. Y tengo que encontrar a mi hermana...

–Yo la encontraré –la interrumpió él–. ¿La has buscado en el bar del hotel?

–Claro que sí. Pregunté a todo el mundo si la habían visto, pero nadie sabía nada.

–¿Y entonces decidiste ir a buscarla a la Plaza Roja?

–Fue una tontería, ya lo sé. Pero pensé que no podía haber ido muy lejos. Alguien me dijo que había un bar muy conocido cerca del hotel y fui a buscarla allí. Pero no estaba y, al final, me encontré en la plaza. Y fue entonces cuando esos hombres aparecieron...

–¿Dónde está tu móvil?

Paige buscó en los bolsillos del abrigo, pero no lo encontró.

–Se me debió caer cuando ese hombre me agarró.

Alexei sacó su móvil del bolsillo.

–Dime el número de tu hermana.

Paige se lo dio y cuando empezó a dar la señal de llamada, Alexei lo puso en su oreja. Ella arrugó el ceño mientras esperaba... pero un minuto después sacudió la cabeza.

–No contesta.

Alexei marcó otro número y, después de dar instrucciones a su personal de seguridad, volvió a guardar el móvil en el bolsillo.

–¿Por qué no me das tu abrigo? Voy a encender la chimenea.

–Debería marcharme –dijo ella, mordiéndose los labios.

Alexei apartó la mirada para no ver esos labios tan tentadores. En la plaza había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartarse cuando lo único que deseaba era seguir besándola... y hacer mucho más queeso. Le gustaría saber si el fuego de ese beso se trasladaría al dormitorio.

Algo curioso, cuando aquella chica no era su tipo de mujer. A él le gustaban las mujeres sofisticadas, femeninas, que llevaban la seguridad en sí mismas como una segunda piel. Paige no era sofisticada ni parecía segura de sí misma, aunque era definitivamente femenina. Auténtica sería la palabra, aunque ése podía no ser el caso si trabajaba para Chad Russell. Sencillamente, era una buena actriz.

–Es más seguro que te quedes aquí. En caso de que esos hombres sigan buscándote.

–¿Por qué iban a seguir buscándome? No me conocen...

–Tu teléfono.

–Ah, no se me había ocurrido. Pero no creo que me busquen para devolverme el teléfono y, además, tengo que encontrar a mi hermana.

–Yo encontraré a tu hermana, te lo prometo –dijo él, impaciente.

Paige parpadeó de nuevo, sus adorables ojos escondidos tras los cristales de las gafas.

–¿De verdad puedes encontrarla?

–Estás en Rusia, maya krasavitsa, y yo soy ruso. Te garantizo que la encontraré antes de que lo haga tu Chad.

Ella lo miró con un brillo de esperanza en los ojos y eso le hizo pensar, por un momento, que tal vez estaba equivocado sobre sus motivos.

«Eso es exactamente lo que quiere que pienses».

Alexei sacudió la cabeza para apartar tal pensamiento, pero no antes de imaginar otros ojos mirándolo con un brillo de esperanza...

«Katerina, lo siento».

Una mano fría sobre la suya lo devolvió al presente. No le importaba el frío, era el roce de su piel lo que le sorprendió. Y también debía haberla sorprendido a ella porque apartó la mano enseguida.

–Gracias, Alexei –le dijo, con esa voz ronca que le recordaba a una estrella de cine de los años cuarenta–. Has sido muy amable conmigo. No sé qué habría pasado si tú no hubieras estado allí.

Si todo aquello no era una trampa, Alexei sabía perfectamente lo que podría haber pasado y no era bonito.

–No debes salir sola por las noches en una ciudad cuyo idioma no hablas y donde no conoces a nadie.

–Sí, tienes razón –Paige se apoyó en el respaldo del sofá y cerró los ojos... y como no volvió a abrirlos Alexei empezó a preocuparse. Pero entonces, de repente, escuchó un suave ronquido.

Sonriendo, decidió apagar las luces y dejarla allí. Si había ido para espiar, despertaría enseguida. Lo único que tenía que hacer era esperar.

Paige estaba calentita y cómoda. Notó algo suave en el cuello y sonrió, suspirando mientras se tapaba con el edredón. La cama del hotel era muy cómoda pero aquella noche le parecía diferente a la noche anterior, más firme.

¿Y por qué llevaba la ropa puesta?

Allí había algo raro. Paige abrió los ojos y, un segundo después, se levantó de un salto mirando alrede

dor... nada de aquello le parecía familiar.

¿Dónde estaba?

Era un salón lujosamente amueblado. El sofá en el que se había quedado dormida estaba tapizado en brocado de seda y lo que había creído un edredón era en realidad una manta de piel. Frente a ella había una chimenea encendida, el crepitar de los leños era el único sonido...

Entonces recordó su encuentro con Alexei.

Paige se envolvió en la manta de piel y siguió mirando alrededor. No llevaba reloj y había perdido el móvil en la plaza, de modo que no sabía qué hora era

o si Emma habría vuelto al hotel. ¿Cómo había podido quedarse dormida cuando es

taba tan preocupada?

–¿Alexei?

Se adentró en un pasillo, mirando a un lado y a otro. Debía ser tarde, pero no podía volver al sofá y esperar hasta que amaneciese. Tenía que saber si Alexei había encontrado a su hermana.

Pensar en el enigmático Alexei la hizo sentir un calor extraño por dentro. Había sentido recelos cuando le pidió que fuera con él, pero cuando llegaron a su apartamento se dio cuenta de que, además de guapo, era un hombre rico. El apartamento estaba en un edificio barroco que había aguantado el paso del tiempo, varias guerras y hasta una revolución. Estaba amueblado con antigüedades, hermosos cuadros y alfombras persas.

Y Alexei conocía a Chad, aunque aún no sabía de qué.

Pero se relajó un poco al llegar allí. No parecía el tipo de hombre que llevaba a ingenuas estadounidenses a su apartamento con propósitos malvados. Sin duda, las mujeres caían rendidas en los brazos de un hombre tan guapo. Si además era rico, no creía que tuviese el menor problema para hacer conquistas.

No, Alexei no necesitaba llevarla allí para aprovecharse de ella. La había besado para engañar a los borrachos que la perseguían, no porque se sintiese atraído por ella.

Paige levantó la barbilla. Tampoco ella se sentía atraída por él. Era un hombre muy guapo, de eso no había duda, pero no era Chad. Chad era alto, rubio, texano, todo lo que había soñado cuando era una cría en Atkinsville, Texas.

Que Chad la invitase a comer y que la hubiera elegido para acompañarlo en aquel viaje no significaba nada, pero una chica tenía derecho a soñar. Aunque solía salir con modelos de ropa interior y actrices o aspirantes a actrices, en aquel momento no salía con nadie. Lo sabía porque era ella quien se encargaba de enviar ramos de flores a la novia de turno y reservar mesa en los mejores restaurantes. Y llevaba un mes sin hacer ninguna de esas cosas.

Aunque eso no significaba nada porque Chad últimamente estaba concentrado en el contrato ruso. Eso era lo único que parecía importarle.

Había una luz encendida en una de las habitaciones y Paige empujó suavemente la puerta.

–¿Alexei?

No hubo respuesta, pero entró de todas formas para comprobar que no había nadie. Era un estudio con estanterías llenas de libros que llegaban hasta el techo, un escritorio de caoba y armarios archivadores. Sobre el escritorio había un ordenador y una impresora y frente a una de las paredes un sofá italiano de piel y un par de sillones.

Pero allí no había nadie, de modo que se dio la vuelta para salir... y tuvo que contener un grito al encontrarse con Alexei.

–¿Buscabas algo?

Paige se llevó una mano al corazón.

–Me has asustado.

–Aparentemente –dijo él, muy serio.

–Estaba buscándote.

Alexei arqueó una ceja.

–¿En serio? ¿Por qué?

Paige tragó saliva. Descalzo y despeinado, llevaba unos vaqueros y una camisa sin abrochar, como si se la hubiera puesto a toda prisa. Y ella tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en su cara y no en su torso desnudo.

–Siento haberte despertado, pero no sé qué hora es. Si Emma ha vuelto al hotel estará preocupada por mí, así que debería irme...

–Tu hermana no está en la habitación.

Paige lo miró, con el corazón encogido.

–¿Y dónde está entonces?

–Está bien. No debes preocuparte.

Ella cerró los ojos, apoyándose en el respaldo de una silla, como si las piernas no la sostuvieran.

–Gracias a Dios.

Alexei abrió un armario y volvió un segundo después con un vaso en la mano.

–No, no quiero más whisky.

–Es agua.

Paige tomó el vaso, agradeciéndolo porque tenía la boca seca. Estaba un poco mareada y el corazón le latía como loco dentro del pecho. Le había prometido a su madre que cuidaría de Emma, que sólo tenía trece años cuando murió, y había hecho lo que había podido. Si era un poco irresponsable era culpa suya, por haberle dado todos los caprichos.

Había intentado compensar la falta de sus padres pero, aparentemente, no lo había hecho muy bien.

–¿Dónde está?

–Está con Chad Russell, como tú muy bien sabes –respondió Alexei.

–Menos mal –Paige suspiró, aliviada.

Pero ¿por qué pensaba que ella sabía dónde estaba Emma?

Antes de que pudiese preguntar, Alexei le clavó su mirada plateada.

–¿Por qué estás aquí?

Paige parpadeó, sorprendida.

–Estaba buscándote...

–No, quiero decir en mi casa.

–Porque tú me dijiste que viniera –respondió ella, cada vez más sorprendida.

–Sí, pero ¿por qué has venido? ¿Qué esperabas encontrar aquí? ¿Tan desesperado está Russell que tiene que enviar a su secretaria a espiarme?

–¿Espiarte? –repitió Paige, enfadada–. ¿Por qué iba a espiarte? ¡Ni siquiera te conozco!

En realidad estaba asustada, pero intentaba mostrarse valiente. Había aprendido muy temprano en su vida a hacerse la fuerte cuando era necesario. O, como su madre solía decir, «no dejes que te vean sudar». Y eso era lo que había hecho cuando los servicios sociales iban a su casa para comprobar si era capaz de cuidar de su hermana o si Emma debía ir a una casa de acogida.

–Deja de fingir que no sabes quién soy –dijo Alexei entonces.

Paige lo miró, perpleja.

–Eres Alexei, un hombre al que conocí en la Plaza Roja y que me ayudó cuando me perseguían unos borrachos. Evidentemente, conoces a Chad Russell, aunque aún no sé de qué. Pero no sé nada más.

De hecho, la asustaba un poco no saber nada sobre un hombre que parecía saber tanto sobre ella.

Alexei la tomó por la cintura con una mano mientras con la otra le acariciaba la cara.

–Eres una mujer fascinante, Paige. Es lógico que Russell te haya elegido a ti para esta tarea. ¿O te prestaste voluntaria?

La manta cayó al suelo cuando Paige levantó las manos para ponerlas sobre su torso con intención de empujarlo. Su torso desnudo.

Su piel era caliente, satinada y le gustaría acariciarlo.

¿Cómo podía encontrarlo sexy en un momento como aquel?

–Suéltame –le ordenó.

–¿Antes de hacer lo que has venido a hacer?

–Yo no he venido a hacer nada.

–¿Qué te ha ofrecido Russell?

–No sé de qué estás hablando.

–¿Tenías que seducirme? ¿Dejarme saciado y exhausto en la cama mientras tú revisabas mi estudio? Porque debo decir que, aunque me han decepcionado tus técnicas de espionaje, estoy dispuesto a dejar que termines con tu misión.

Paige sabía que debía apartarse cuando sus labios se rozaron, pero era físicamente imposible. No porque él la estuviera sujetando sino porque sentía un cosquilleo interior que lo hacía imposible.

Olía tan bien, a noche de invierno, a hombre. Y querría quitarle la camisa para saber si su piel sabía tan bien como imaginaba.

Alexei enredó los dedos en su pelo, echando su cabeza hacia atrás para besar su cuello y Paige cerró los ojos. Pero cuando los abrió... se encontró frente a la escena más erótica que había visto nunca. Un espejo al otro lado del estudio le devolvía su reflejo y era como la escena de una película. Un hombre guapísimo abrazaba a una mujer que tenía el pelo suelto sobre los hombros y los ojos brillantes de pasión mientras él la besaba apasionadamente.

Era exótico y precioso.

Pero ella no debía ser la protagonista de esa escena. No conocía de nada a aquel hombre. ¡Y Alexei pensaba que Chad la había enviado allí para seducirlo!

Paige lo empujó.

–Por favor, para.

Asombrosamente, él obedeció. Era más alto que Chad, sus hombros eran más anchos y su proximidad le hacía sentir un cosquilleo extraño...

«Deja de pensar en ello».

Paige cerró los ojos y dio un paso atrás. Su ropa estaba intacta pero sentía como si la hubiera desnudado, como si conociera todos sus secretos.

Una sensación ridícula por completo. Podía saber su nombre y que era la secretaria de Chad Russell, pero no la conocía de nada.

–Quiero volver al hotel –le dijo, con toda la dignidad de la que era capaz–. Chad tiene una reunión importante mañana a primera hora y yo debo acompañarlo. Además, Emma estará preguntándose dónde me he metido.

Alexei se pasó una mano por el pelo... negro, no castaño, pensó.

–No irás a ningún sitio esta noche.

–Quiero ver a mi hermana –insistió ella–. Y tú no tienes derecho a retenerme aquí.

–Tu hermana está ocupada y no creo que quiera que la molesten en este momento. Aunque tal vez compartes a tu amante con ella...

Paige lo miró, sin entender.

–¿Mi amante?

–No vas a dejar de fingir, ¿verdad?

Y entonces entendió a qué se refería.

¿Emma y Chad? Se habían visto un par de veces en la oficina, pero Chad nunca había mostrado el menor interés por su hermana.

¿O sí?

Recordó entonces las risitas de Emma, la sonrisa de Chad, el comentario de su hermana esa noche diciendo que Chad debía ser estupendo en la cama. Paige pensaba lo mismo, pero nunca lo había dicho en voz alta y, además, estaba segura de que jamás lo descubriría.

Acababa de saber que Emma sí lo había descubierto.

El propio Chad había sugerido que llevase a Emma a Moscú cuando expresó su desilusión porque no estaría con su hermana en su veintiún cumpleaños. Ella pensó que Chad estaba siendo amable y al principio rechazó la invitación... hasta que él insistió.

Paige puso una mano sobre la estantería para controlar su furia. Furia, desilusión, la sensación de haber sido traicionada... esas emociones eran como un huracán. Había creído que Chad estaba interesado en ella cuando en quien estaba interesado era en Emma.

¿Cómo podía haber estado tan ciega?

Chad y Emma. Su jefe y su hermana. Haciendo el amor mientras ella recorría las heladas calles de Moscú, muerta de miedo. Haciendo el amor mientras ella había estado a punto de ser agredida por un grupo de borrachos.

Su hermana haciendo el amor con el hombre del que ella estaba enamorada.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no iba a llorar delante de Alexei.

–Paige... –dijo él, tocándole el brazo.

Pero ella se apartó de un tirón.

–Déjame en paz.

–Te pido disculpas si la noticia te ha hecho daño...

Paige lo fulminó con la mirada.

–A ti te da igual, así que ahórrate las mentiras. Además, ¿como sé que estás diciendo la verdad? ¿Cómo puedes saber tú que mi hermana está en la habitación de Chad?

¿Y si se lo hubiera inventado todo?, se preguntó entonces. Aunque no entendía para qué iba a hacer eso.

–Mi jefe de seguridad solía trabajar para la policía secreta, de modo que lo sabe todo –dijo Alexei–. Yuri conoce a todo el mundo y sabe cómo hacer las cosas. Pero puedo demostrarte que tu hermana está en la habitación de Chad Russell porque mis hombres han puesto un micrófono oculto en la habitación...

–Déjalo –lo interrumpió ella, temblando de rabia y de pena. La intuición le decía que estaba diciendo la verdad, pero lo último que deseaba era escuchar a su hermana y Chad cuchicheando en la cama o algo peor.

Antes de que se diera cuenta, Alexei la envolvió en sus brazos, empujando suavemente la cabeza contra su torso. Paige estaba a punto de apartarse pero cuan do empezó a acariciarle la espalda decidió quedarse donde estaba.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien la había consolado. Era ella quien siempre consolaba a los demás, quien lo había sacrificado todo para criar a su hermana pequeña, sin quejarse nunca cuando Emma se llevaba la mejor parte. Paige estaba orgullosa de que su trabajo hubiese permitido a Emma tener una vida normal, que pudiera haber sido animadora en el instituto o la reina del baile de fin de curso, una chica joven y guapa con un gran futuro por delante.

Pero ¿debía Emma tenerlo todo?

Paige sintió una punzada de remordimiento por pensar eso. ¿Quién era ella para negarle nada a su hermana? Ella era casi una adulta cuando su madre murió, de modo que era Emma quien había crecido sin el cariño materno. Hizo lo que pudo, pero una hermana no era lo mismo que una madre, por mucho que lo intentase.

Una lágrima rodó por su mejilla y luego otra, hasta que por fin, el primer sollozo escapó de su garganta. Después de eso, le resultó fácil llorar. Había contenido las lágrimas durante tanto tiempo...

No había llorado desde el funeral de su madre porque creía que las lágrimas eran un signo de debilidad, pero en aquel momento necesitaba desahogarse.

Alexei no dejaba de acariciar su espalda, sin apartarse, sin hacer un solo movimiento. Y, egoístamente, se agarró a él y lloró por todos los años que había perdido.

Y, mientras lloraba, tomó una decisión. A partir de aquel momento, no dejaría a un lado su propia felicidad para preocuparse por la de otros. Cuando quisiera algo iría a buscarlo, no se lo negaría a sí misma. Estaba harta de hacer eso.

Era un nuevo principio para Paige Barnes y sabía cómo demostrarlo.

Capítulo 3

ALEXEI notó el cambio en ella. Un minuto antes estaba llorando desconsoladamente, al siguiente se había puesto de puntillas para devolverle el beso.

Y era una tentación. Más que eso. Alexei dejó que lo besara, luchando contra su propia reacción. Sabía a la sal de sus lágrimas y a tristeza y, no sabía por qué, quería ayudarla.

Era su mayor defecto, aquel deseo de proteger y consolar a quienes lo necesitaban. Había pasado años luchando por su familia, años que habían sido una carga...

Pero no había nada que pudiera hacer por aquella chica. Aunque sería muy fácil aceptar lo que le ofrecía, tan fácil tomarla entre sus brazos y llevarla a su dormitorio, no iba a hacerlo.

No estaba besándolo porque lo desease. Estaba haciéndolo para demostrarse algo a sí misma. Y a Alexei no le apetecía ser el objeto en el que descargara su rabia y su desilusión.

Su reacción ante la noticia de que su hermana y Russell eran amantes no había sido la que él esperaba. La había creído una mujer fría y calculadora realizando una misión para su amante. No se había parado a pensar que tal vez estaba preocupada de verdad o que no sabía que su hermana no estaba perdida sino en la habitación de Chad Russell.

No le gustaba lo que le habían hecho sentir sus lágrimas, pero la desesperación de aquel beso lo había conmovido.

Porque le recordaba cosas que quería olvidar. Recuerdos de una mujer pálida y triste en la cama de un hospital, los labios resecos y una solitaria lágrima deslizándose por su mejilla mientras susurraba que lo quería mucho...

La última persona que lo había amado en este mundo había muerto y él no había podido salvarla porque, aunque era un príncipe, entonces estaba arruinado y no había podido pagar el mejor tratamiento para la leucemia. Tras la muerte de Katerina, había jurado por su memoria que no volvería a ser pobre el resto de su vida. Y que se vengaría del hombre que se lo había robado todo antes de volver a Estados Unidos con la escritura de las tierras que su madre había malvendido y el petróleo que había en ellas.

Tim Russell los había dejado en la ruina y, aunque para ayudar a Katerina sólo necesitaría una minúscula fracción de la fortuna que había amasado con sus tierras, se había negado a ayudarlo.

Alexei había reunido dinero para viajar a Dallas y suplicarle por la vida de su hermana, pero se había encontrado con un frío desdén por parte de Tim Russell. Aún se recordaba a sí mismo en la oficina, en uno de los rascacielos de la ciudad, atónito y enfermo al ver tanta ostentación. Él había querido esa vida para su familia y lo ponía enfermo pensar que la habrían tenido si aquel hombre no se la hubiera robado.

Una vez que Katerina murió, Alexei creó Prospecciones Voronov gracias a su coraje y a su título de ingeniero por la universidad de Moscú. Anhelaba más que nada en el mundo recuperar todo lo que había perdido y destruir a Russell en el proceso.

Había tardado años, pero estaba en la cima del éxito y tenía la victoria sobre los Russell cada vez más cerca. Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo y salvar la vida de su hermana, devolvería todo su dinero y abandonaría la idea de vengarse...

Pero no había marcha atrás. La vida seguía adelante por mucho dinero que uno tuviese. El dinero no había ayudado a Tim Russell cuando llegó su momento y no ayudaría a su hijo cuando Alexei por fin consiguiera el control de la empresa Russell.

Alexei apartó suavemente a Paige y, por un momento, pensó que iba a ponerse a llorar de nuevo. Pero no lo hizo; se abrazó a sí misma y lo miró con los ojos llenos de dolor.

Era imposible no sentir compasión por ella. Esas lágrimas habían sido reales, fuera cual fuera la razón por la que estaba allí.

Y tal vez, sólo tal vez, podría utilizar su furia contra Russell a su favor. Era su secretaria y debía tener información sobre el negocio.

Una información que él podría utilizar.

–Estás dolida y triste, lo entiendo. Pero mañana lo lamentarías –le dijo, apartándole un mechón de pelo de la frente.

–Da igual. Paige se encogió de hombros, como si no importara. Sin embargo, él sabía que importaba y mucho. –Creo que deberías dormir. Mañana, todo te parecerá más sencillo.

¿Cuántas veces le había contado esa mentira a Katerina? Los dos sabían que lo era, pero necesitaban mentir para salir adelante.

–Tengo que estar de vuelta en el hotel a las ocho. Chad... mi jefe tiene una reunión muy importante.

–Lo sé.

–¿Por qué lo sabes?

Alexei sonrió. Era un riesgo, pero si no era sincero con ella, Paige no confiaría en él. Y quería su confianza ahora que Russell la había traicionado. Era vital para su nuevo plan.

–Porque va a reunirse conmigo.

Ella lo miró, con los ojos abiertos de par en par. Por primera vez desde que la conoció, de verdad creía que no sabía quién era y eso redobló su propósito. Destruiría la empresa Russell gracias a aquella mujer.

–¿Tú eres el señor Valishnikov?

–No, soy la otra V.

Paige se quedó boquiabierta.

–Dios mío... ¿tú eres el príncipe Voronov?

Estaba nevando mientras el Mercedes atravesaba la ciudad. Gruesos copos cubrían el pavimento, convirtiéndolo todo en un paisaje blanco. Paige miraba por la ventanilla del coche. Nunca había visto tanta nieve... ¡y en el mes de abril!

En Dallas hacía calor en esa época del año y en Atkinsville, en la costa del golfo, donde había crecido, siempre hacía buen tiempo.

Quería volverse hacia el hombre que iba con ella para darle las gracias por llevarla al hotel tan temprano, cuando la reunión no tendría lugar hasta dos horas más tarde, pero no podía mirarlo.

Alexei Voronov. Un príncipe. Había besado a un príncipe. Había intentado seducirlo al descubrir que su hermana se acostaba con Chad Russell... y él la había rechazado.

Bueno, claro, era lógico. No sólo era un príncipe ruso, también era un hombre guapísimo y multimillonario. No era la clase de hombre que se interesaría por una chica como ella.

Paige se puso colorada al recordar cómo lo había besado en la Plaza Roja, cómo se había apretado contra él, cómo la deliciosa presión de su cuerpo había estado a punto de provocarle un orgasmo.

Un juego, pensó. Algo que habían hecho para salvarse de esos borrachos violentos.

Pero el hombre que la había rescatado no era sólo un príncipe. Era el príncipe Voronov y Chad lo odiaba a muerte. Según Chad, el príncipe estaba decidido a absorber la empresa Russell y podría hacerlo si compraba las tierras de Valishnikov.

Si lo conseguía, la empresa Russell dejaría de existir.

Se perderían puestos de trabajo... gente como ella misma se quedaría sin empleo. Podría encontrar otro trabajo, pero con los problemas económicos que atravesaba el país, ¿cuánto tiempo tardaría en hacerlo? ¿Y cómo pagaría el alquiler, la luz, el gas, el teléfono hasta entonces?

Y algo mucho peor, ¿encontraría trabajo a tiempo para pagar la universidad de Emma?

La noche anterior había tenido tiempo para pensar, mientras daba vueltas y vueltas en la cama de la habitación de invitados a la que Alexei la había llevado, y se dio cuenta de que, aunque estaba dolida, no todo era culpa de Emma.

Ella nunca le había contado que estaba enamorada de Chad y no era justo enfadarse con su hermana.

Emma no podía evitar ser una chica alegre y llena de vida; era lógico que Chad se hubiera sentido atraído por ella.

–Estás muy callada.

Paige volvió la cabeza para mirarlo. ¿Vería compasión en sus ojos?, se preguntó. Le gustaría que hubiese olvidado que se había echado en sus brazos cuando le contó que Chad y Emma estaban juntos en su habitación del hotel. Le gustaría desaparecer, hacerse invisible, pero como eso no iba a pasar, se obligó a sí misma a poner buena cara.

–Estaba pensando... en Dallas no nieva en el mes de abril.

La sonrisa de Alexei le aceleró el corazón.

–Ah, claro, vives en un clima tropical.

–No, no es un clima tropical.

–Comparado con Moscú, sí –bromeó él.

Paige tragó saliva. Era tan guapo, tan agradable a la vista... ¿qué habría pasado si no se hubiera apartado?, se preguntó.

–Sí, eso es verdad.

–Deberías ver mi casa en San Petersburgo –siguió él–. Es una vieja finca que tiene cientos de años. La nieve es inmaculada, tan blanca que te ciega. Hay lobos que aúllan durante la noche y las estrellas brillan tanto que no te lo puedes creer. Es un sitio perfecto para dar un paseo en troika.

Parecía la imagen de una película: una pareja envuelta en una manta de piel, atravesando un paisaje nevado en un trineo tirado por caballos. Tan romántico, aunque por supuesto Alexei no lo había dicho con esa intención.

–Debe ser preciosa.

–Tal vez puedas verla algún día.

El corazón de Paige se volvió loco. ¿Estaba flirteando con ella?

No, imposible. Aquel hombre debía salir con estrellas de cine y modelos, no con secretarias tan ingenuas y apocadas que sólo podían admirar a un hombre desde lejos.

–No veo cómo, aunque es muy amable por tu parte. Nos vamos dentro de unos días y san Petersburgo no está en nuestro itinerario.

–¿Piensas volver con tu amante después de lo que te ha hecho?

–Chad Russell es mi jefe, no mi amante –respondió Paige, sorprendida.

–¿Ah, sí?

–Sí.

Alexei tomó su mano para llevársela a los labios y ella se quedó tan sorprendida que no la apartó.

–Entonces, él se lo pierde. Pero para mí es estupendo.

–No sé por qué. Anoche tuviste una oportunidad y no la aprovechaste –dijo Paige.

¿Lo había dicho en voz alta?

La risa de Alexei fue totalmente inesperada.

–Cuando te haga mía,maya krasavitsa, no será mientras lloras por otro hombre.

Ella se puso colorada hasta la raíz del pelo.

–No estaba llorando por Chad.

Su expresión decía que no la creía y Paige volvió la cabeza para mirar por la ventanilla de nuevo. Maldito fuera por ser tan perceptivo, pensó.

Alexei no era nada para ella a pesar de la atracción que sentía por él y cuando la dejase en el hotel no volvería a verlo.

–Creo que tal vez estás enamorada de Chad Russell, aunque no sea tu amante. Y creo que estás amargamente decepcionada al saber que ha elegido a tu hermana y no a ti.

Paige se volvió de nuevo, sorprendida y furiosa.

–¡No sabes de qué estás hablando!

–No soy ciego.

¿Tan transparente era? ¿También lo sabría Chad?, se preguntó.

–Déjeme en paz, príncipe Voronov.

–Alexei, por favor –dijo él, irónico.

–Agradezco tu ayuda, pero eso no te da derecho a diseccionar mi vida para divertirte. Tú no sabes nada sobre mí, así que ahórrame las especulaciones.

El coche se detuvo pero Paige no podía apartar la mirada de aquel hombre. Sus ojos grises no eran fríos como esperaba sino cálidos, como si pudieran ver dentro de su corazón.

–Entonces te pido disculpas –dijo él, después de lo que le pareció una eternidad–. No quería hacerte daño.

La puerta se abrió y Paige se dio cuenta de que habían llegado al hotel. Pero le costaba trabajo apartarse.

La próxima vez que lo viera sería en una reunión de trabajo. Alexei no se fijaría en ella... y ella no quería que lo hiciese.

Si Chad supiera que había pasado la noche con el príncipe Voronov, aunque no hubiera habido nada entre ellos, se subiría por las paredes.

Y ella se quedaría sin trabajo.

–Gracias por tu ayuda –volvió a decir, intentando sonreír–. Bueno, supongo que tenemos que despedirnos.

–Ah, pero esto no es una despedida. Volveremos a vernos, Paige Barnes. Nos veremos a menudo, te lo prometo.

Paige bajó del coche y entró en el vestíbulo del hotel sin mirar atrás. Le ardía la cara a pesar del frío y tuvo que quitarse el abrigo cuando subió al ascensor.

¿Por qué Alexei Voronov la inquietaba tanto? Sí, se habían saltado un par de pasos durante ese encuentro nocturno en la Plaza Roja, pero un beso sólo era un beso, ¿no?

No, definitivamente no lo era. Pero eso no significaba que sus besos fueran extraordinarios. Y además, ¿cómo iba a saberlo ella? Desde luego, no tenía mucho en lo que basarse.

Paige sacó la tarjeta magnética y entró en la habitación que compartía con Emma, intentando disimular su angustia.

–¿Dónde has estado? Estaba preocupadísima por ti.

Paige cerró la puerta y se volvió para mirar a su hermana.

–Lo siento, cariño. No podía dormir y salí a dar un paseo –la mentira salió de su boca con total naturalidad, aunque ella no estaba acostumbrada a mentir. Pero eso era más fácil que contarle la verdad.

Y más seguro, ya que Emma era una charlatana. Sin darse cuenta, le contaría a todo el mundo que había pasado la noche con el presidente de Prospecciones Voronov y ése sería el final de Paige Barnes en la empresa Russell. Estaría en el próximo avión con destino a Dallas, sin referencias y sin trabajo.

Y ni siquiera quería pensar en las repercusiones para Emma y su romance con Chad.

Emma apartó su gloriosa melena rubia, haciendo un puchero de esos a los que Paige estaba acostumbrada.

–Podrías haberme dejado una nota.

–¿Por qué? Tú nunca despiertas antes de las ocho.

Su hermana tuvo el buen juicio de mostrarse arrepentida.

–Pero hoy he despertado antes y, al ver que no estabas en la cama, he estado a punto de llamar a Chad para salir a buscarte.

Déjà vu.

Paige dejó su abrigo sobre el sofá, agradeciendo a la suerte haber vuelto cuando lo hizo. Lo último que necesitaba era que Chad fuese a buscarla.

–Estoy aquí ahora, así que puedes dejar de preocuparte.

–Llevas la misma ropa que ayer –señaló su hermana.

Paige se puso colorada.

–Cuando desperté... volví a ponerme la ropa que me había quitado por la noche. Y ahora tengo que ducharme antes de ir a la reunión –casi había llegado al cuarto de baño cuando se volvió para mirarla–. Tú no volviste anoche a la habitación. ¿Dónde estabas?

Su hermana sonrió. Era típico de Emma no preocuparse por nada. Sencillamente, no se le ocurrió que a ella le hubiese preocupado su ausencia. Esperaba que Paige siempre estuviera a su lado, pero no parecía pensar que ella debía hacer lo mismo.

–Estaba con una persona... y creo que estoy enamorada. Paige tuvo que hacer un esfuerzo para mostrarse calmada, aunque su corazón latía a mil por hora. –Qué rápido, ¿no? Si lo has conocido en Moscú, no puedes saber nada de ese hombre.

–Paige... –empezó a decir Emma, su rostro brillaba de felicidad–. No iba a contártelo de momento porque sabía que te preocuparías, pero es Chad.

Ella parpadeó.

–¿Estás enamorada de Chad? Pero si apenas lo conoces... –Llevo un mes saliendo con él. Paige se dejó caer sobre un sillón. Un mes. Un mes

de mentiras, de engaños. Ahora entendía por qué Chad no le había pedido que enviase flores y regalos como de costumbre.

Y empezaba a entender por qué la había invitado a comer: para hablar de su hermana.

–No tenía ni idea –dijo por fin.

Emma se arrodilló frente a ella, tomando su mano.

–Lo siento mucho, pero Chad pensaba que tú podrías llevarte un disgusto. Queríamos mantenerlo en secreto hasta que supiéramos lo que sentíamos el uno por el otro.

Paige tenía las manos heladas en contraste con las manos cálidas de Emma. Una hermana se llevaba todo el calor mientras la otra estaba fría y vacía. No le parecía justo.

–¿Y un mes te parece tiempo suficiente para saber si estás enamorada? La sonrisa de Emma dejaba claro que estaba convencida.

–A veces, una sabe esas cosas.

A pesar del dolor que eso le producía, Paige se alegraba al verla tan feliz porque siempre había querido lo mejor para ella. Aunque sólo se llevaban cinco años, a menudo se sentía más como una madre que como una hermana.

Pero la beatífica sonrisa de Emma la preocupaba.

–Yo llevo dos años trabajando para Chad Russell, cariño, y te aseguro que en ese tiempo ha salido con infinidad de mujeres.

–Lo sé, él mismo me lo ha contado. Pero me quiere y está dispuesto a casarse conmigo.

El corazón de Paige se rompió en mil pedazos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que había vivido para Emma. ¿Qué haría cuando su hermana se fuera?