Atónita - Sarah Noffke - E-Book

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Sarah Noffke

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Atónita

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Atónita

Sarah Noffke

––––––––

Traducido por Eva María Medina Cabanelas 

“Atónita”

Escrito por Sarah Noffke

Copyright © 2015 Sarah Noffke

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

www.babelcube.com

Traducido por Eva María Medina Cabanelas

Editado por María de los Remedios Rubio Fernández

Diseño de portada © 2015 Andrei Bat

“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

Tabla de Contenidos

Página de Titulo

Página de Copyright

Atónita

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Capítulo catorce

Capítulo quince

Capítulo dieciséis

Capítulo diecisiete

Capítulo dieciocho

Capítulo diecinueve

Capítulo veinte

Capítulo veintiuno

Capítulo veintidós

Capítulo veintitrés

Capítulo veinticuatro

Capítulo veinticinco

Capítulo veintiséis

Capítulo veintisiete

Capítulo veintiocho

Capítulo veintinueve

Capítulo treinta

Capítulo treinta y uno

Capítulo treinta y dos

Capítulo treinta y tres

Capítulo treinta y cuatro

Capítulo treinta y cinco

Capítulo treinta y seis

Capítulo treinta y siete

Capítulo treinta y ocho

Capítulo treinta y nueve

Capítulo cuarenta

Capítulo cuarenta y uno

Capítulo cuarenta y dos

Capítulo cuarenta y tres

Capítulo cuarenta y cuatro

Capítulo cuarenta y cinco

Capítulo cuarenta y seis

Capítulo cuarenta y siete

Capítulo cuarenta y ocho

Capítulo cuarenta y nueve

Capítulo cincuenta

Capítulo cincuenta y uno

Agradecimientos

Sobre la autora:

Para Lydia.

Que todos tus sueños se hagan realidad.

Capítulo uno

Sesenta y cinco días. Ése es el tiempo que estoy obligada a permanecer físicamente en el Instituto lucidita. Estoy pensando en empezar a contar las horas. Por ahora, mi consciencia está pasando el rato en una cafetería de Praga.

La lluvia repiquetea sobre el toldo de fuera de la ventana. Personas entran corriendo a la cafetería, buscando guarecerse de la constante llovizna. Dejan de correr una vez encuentran refugio, sacudiendo sus empapados abrigos y sombreros. La camarera observa a cada persona nueva que entra como si fuera un incordio. Sin duda, pertenece al grupo de empleados responsables de limpiar más tarde el suelo. Observar a las personas es divertido, especialmente cuando no pueden verme, y especialmente cuando no los conozco a ellos, ni a sus defectos, ni a sus demonios, ni a sus mentiras, ni a sus injusticias.

Un tipo está camelándose a una chica en un rincón. Ella está siendo educada, pero mantiene su nariz pegada a su libro. Él no pilla la indirecta. Tampoco se da cuenta de que es demasiado mayor para ella. Mi suposición es que está casado. Probablemente dirige un negocio fraudulento, donde les vende arte forjado a los turistas. Evade impuestos. Maltrata a su gato.

Aunque no conozco a la gente, encuentro sus defectos. O los invento.

Necesito vacaciones. Me río. Al menos todavía tengo mi estelar sentido del humor. Ah, y mi modestia.

Distraídamente, hago girar el modificador de frecuencia entre mis dedos.

Perpleja. Así es como me sentí cuando no fue George, sino Aiden el que me suplicó que volviera a llevarlo.

—¿Por qué? ¿Por qué te importa? —repliqué cuando hace una semana me pidió que me pusiera otra vez el modificador de frecuencia.

—Porque él no puede concentrarse ni estar sintonizado con sus emociones si no lo llevas puesto —dijo el científico jefe. Estaba en modo puramente profesional. Sin miradas insinuantes ni intensas. Sólo su agenda laboral.

—Bueno, me iré pronto, así que no interferiré.

Él negó con la cabeza. No sabía si estaba rechazando mis planes de escapar del Instituto, o mi resistencia a obedecer.

—Pero nosotros necesitamos que lo lleves ahora —suplicó Aiden.

—¿Nosotros? ¿Por qué? —dije, intentando seguir en mis trece.

—Porque estamos trabajando en algo, y George necesita su habilidad de leer emociones para actuar de manera adecuada —dijo, sin mirarme a mí, sino a lo lejos.

—¿Vosotros dos estáis trabajando en algo? ¿Juntos? —pregunté con incredulidad—. ¿En qué?

Aiden apartó la mirada. Suspiré. Más secretos. Hurra...

—Mira, no puedo contártelo —dijo—. Es confidencial. Pero... Roya, puedes confiar en mí.

No sé por qué, pero lo dudo.

Lo diseccioné con mis ojos durante un largo tiempo. Es difícil que alguien te guste tanto y también sentir una intensa frustración por ese alguien. Me encanta la manera en la que Aiden me hizo sentir cuando bailamos en la fiesta. Me encanta cuando habla con entusiasmo sobre sus nuevos inventos. Su pasión me atrae como si fuera una aspiradora. Pero eso no es suficiente, porque sé que al final del día, él no puede comprometerse conmigo. Siempre está sentado a horcajadas sobre el muro que está entre su carrera y yo. Quiero tener fe en él, pero aunque me rompa el corazón... no la tengo. A Aiden le encantan sus secretos, y tristemente yo me he convertido en uno de ellos.

—En realidad, me sorprende un poco tu comportamiento —dijo Aiden, decepcionado—. Sabes que George sufre mucho cuando no llevas puesto el modificador de frecuencia. Eso es tortura para él.

—Ésa fue la razón por la que lo hice —dije débilmente.

—Bueno, ya la has dejado clara. Ahora dale un respiro.

—¿Sabes siquiera por qué me quité el modificador para empezar? —pregunté, con los brazos en jarras.

—Él dijo que tuvisteis una pelea. Sea cual sea el desacuerdo, no ejerzas tu poder sobre él. No es justo.

Estaba muy cerca de decirle que George me había dado un ultimátum. Uno que involucraba a Aiden. Quería hacerle ver que yo tenía razón y no George. Pero si lo hacía, todo se complicaría aún más. No había manera de decirle a Aiden que George había confesado su amor por mí sin hacer que las cosas fueran incómodas.

Realmente, me sorprende que George estuviera de acuerdo en trabajar con Aiden. Me estaba presionando para que revelase mis verdaderos sentimientos esa noche porque no sabía si me estaba enamorando de él o de Aiden. La verdad es que yo tampoco lo sabía. Los quería a los dos, por diferentes razones. Ahora estoy furiosa con ambos. No me dan un respiro.

—Por favor, Roya. ¿Harás eso por mí? —preguntó Aiden, con la persuasión alcanzando su máximo en su voz.

El modificador de frecuencia estaba solitario sobre una mesa cercana. Sólo mirarlo hacía que los ojos calculadores de George entrasen en mi mente. No tenía ni idea de qué se traían entre manos Aiden y George. De alguna manera, yo estaba interfiriendo. Para intentar quitarme de encima un poco de drama, cogí el modificador y me lo colgué al cuello. Una sonrisa se extendió por el rostro de Aiden.

—Vale —dije, atando el colgante con un doble nudo.

—Roya, siempre eres...

—Ahórratelo, Aiden. Has conseguido lo que querías —dije, con mi frustración empapando mi tono.

—Bueno, gracias.

Mis ojos fueron hacia el monitor que colgaba por encima de nuestras cabezas. Sus gráficos cayendo en cascada tenían una perfecta coreografía para una canción de Frou Frou.

—¿Quieres algo más? ¿Alguna otra razón por la que me llamaras a tu laboratorio? —pregunté, con la esperanza de que mi voz no sonase demasiado expectante.

Una sonrisa tiró de sus comisuras.

—Desafortunadamente, no. Ahora mismo tengo que ponerme al día con el trabajo.

Asiento con brusquedad.

—Cierto. Te veré por ahí.

Ésa fue la última vez que vi a Aiden. Hace una semana. Demasiado tiempo. Al parecer, tenía un montón de trabajo con el que ponerse al día.

Mi mente viaja a mi entorno actual, sacudiendo mi irritación con Aiden. El adúltero que evade impuestos y maltrata a animales se ha levantado para pedirle más cafés a la camarera. Su actitud petulante le sale por los poros y es más repulsiva que su colonia. Estoy medio decidida a sacar una silla de repente para hacerlo tropezar cuando pase por mi mesa. Si no fuera por las malditas leyes luciditas contra tales cosas, lo haría... sin sentirme culpable. La chica ya está enfrascada otra vez con su libro. Tiene que estar pensando en cómo manejar a ese tipo cuando vuelva, listo para hacer su próximo movimiento. Quizá no lo esté pensando. Quizá es como yo: reaccionaría bajo tensiones románticas.

Cuando me saqué el modificador, George desapareció; sin duda lidiando con la tortura que mi frecuencia le infligía. El mismo día en que lo até otra vez alrededor de mi cuello, se sentó a mi lado a la hora de la comida. Su actitud despreocupada fue suficiente para hacer que quisiera quitarme el modificador otra vez y lanzarlo al puré de su plato. Sin embargo, cuando vi su mirada ansiosa, perdí mi resolución. Era difícil estar enfadada con él, sabiendo que leía mis emociones de enfado y actuaba amistoso de todos modos. Obviamente, estaba intentando hacer las paces, pero yo soy Corea del Norte. No quiero llevarme bien con el resto del mundo. Sobre todo, quiero que me dejen tranquila. Aunque es casi imposible que eso pase.

—Hola —me dijo, tomando un sorbo de agua.

Lo miré de soslayo.

—Gracias por volver a ponerte el modificador de frecuencia —dijo.

Otra vez, no respondí verbalmente. En vez de eso, le envío toda mi decepción. Todo había sido intensamente emocional desde mi pelea con Zhuang. George tomó gran parte de esa lucha. De alguna manera, me sentía más cerca de él que de Aiden porque estuvimos juntos en la batalla. Habíamos compartido esos horrores. Sin embargo, me presionó en mi momento más débil y exigió más de lo que yo estaba dispuesta a dar. Si Aiden hubiera hecho eso, lo habría entendido, porque siempre ignoraba los límites. Pero George tenía la habilidad de reconocer mis estados emocionales y, por lo tanto, sabía cuándo retroceder. Nosotros teníamos potencial, pero George no pudo vivir el momento. Él tuvo que presionar una relación que estaba yendo bien. Tuvo que arruinar todo.

Por la forma en la que mordisqueaba su labio, estuve segura de que había leído mis emociones. Aparté mi plato por haber perdido el apetito.

—¿Qué es ese proyecto en el que estás trabajando con Aiden? —le pregunté.

—Es confidencial —dijo con una voz mecánica.

Eso he oído.

—Creo que ambos sabemos que se me puede confiar información confidencial —dije—. Nunca solté ni un poquito de los datos emocionales que me contaste durante nuestro entrenamiento, ¿cierto?

—No, pero esto es diferente. Trey nos ha pedido...

Pongo los ojos en blanco.

—Oh, entonces no te molestes. Si Trey dijo que lo mantengas en secreto, entonces no lo sabré a menos que sea él quien elija contármelo. Ni siquiera mi propio hermano se rebeló contra el director la última vez que pidió algo así. —Me giré hacia Samara, quien estaba haciendo un trabajo muy pobre aparentando no escuchar—. Hablando de Joseph, ¿lo has visto por aquí últimamente?

—Apenas —admitió ella.

—Yo tampoco. —Suspiré. Necesitaba de verdad su consejo, pero no había estado viniendo a mi habitación por las tardes, como hacía normalmente. A la hora de las comidas, estaba casi siempre ausente o con prisa. Era raro que él fuera el que me pidiera que me quedase en el Instituto, y estuviera desaparecido la mayoría del tiempo—. ¿Qué hay de ti, Trent? ¿Has visto a Joseph?

—Chica —dijo Trent, poniendo una rasta detrás de su oreja—, tengo suerte de ver a mi propia imagen en el espejo últimamente. He estado trabajando demasiado como para mantenerme al día con nadie.

Trent había sido reclutado por Ren para trabajar en su departamento. Aunque pensé que el trabajo a tiempo completo de Ren era ser un resentido y pelirrojo imbécil de mediana edad, aparentemente era bastante exitoso como el estratega jefe del Instituto lucidita.

—Sé a lo que te refieres —dijo Samara, girándose hacia Trent—. El curso introductorio para informar de las noticias consume bastante tiempo. —Se puso de pie—. Ey, quizá Trey tiene a Joseph trabajando en algún proyecto también.

—Sí, quizá —dije.

—Bueno, hablando de trabajo, tengo que darme prisa —dijo Samara.

—Y yo —dijo Trent, y siguió a Samara hacia a salida.

Como no quería estar sola con George, inventé una excusa sobre tener que hacer algo y me largué. La verdad era que no tenía nada, nada que hacer. Todos los de mi equipo tenían un proyecto para mantenerse ocupados durante el día. Yo no. Esto me dejaba horas para holgazanear en mi habitación y leer libros. Cuando no podía soportarlo más, me ponía mis deportivas, cogía el iPod que Aiden me había dado y me iba a correr. Aparte de estas actividades, no tenía otra manera de ocupar mi tiempo en el instituto. El único alivio que tenía era cuando la noche se acercaba y viajaba a cualquier tiempo y espacio que eligiera. La mayoría de mis viajes en sueños eran para rebuscar en el pasado momentos interesantes de la historia. Al parecer, así es cómo pasaban su tiempo la mayoría de los viajeros del sueño nuevos.

—Todos siempre están obsesionados con el pasado —me informó Shuman un día durante la comida—. Nada es tan real como el pasado. Es ese aspecto surrealista el que atrae a la gente repetidamente —dijo con su tono etéreo—. Sin embargo, llegará el momento en el que te des cuenta de que el pasado contiene menos respuestas que el presente. Los que viven el momento son los más poderosos.

Durante un tiempo, apenas pasé tiempo viajando en sueños en el presente. Aparentemente, no buscaba respuestas tanto como distracciones. Había tantos momentos de la historia que quería ver con mis propios ojos. En poco más que una semana de viajar en sueños, había presenciado todo desde el asesinato de Lincoln hasta la coronación de la reina Elizabeth II. Mis noches eran un libro de educación en Historia. Sin embargo, sí aprendí que tenía que limitar mis viajes al pasado. Era más agotador que viajar al presente en sueños. También más difícil. Viajar muy atrás en el tiempo y durante mucho tiempo, costaba energía y requería volver a mi cuerpo, donde era forzada a caer en un sueño sin sentido. Afortunadamente, mi noche pasada con Bruce Lee, cuando aprendí kung fu, había funcionado porque no era muy atrás en el tiempo y no me drenó demasiado.

En estos días, me estaba distrayendo estudiando la sociología actual. Ahora mismo, Europa del Este estaba en mi currículum. Las cafeterías, como ésta de Praga, ofrecen una riqueza que no puede ser encontrada en los museos. Durante horas, escucho conversaciones, observo interacciones y estudio la condición humana. Y, además, aprendo checo.

Aun así, observar a la gente no es suficiente. Explorar los puntos más importantes en la historia no es suficiente. Mis viajes en sueños han fallado en quitar de mi mente mi soledad. Hace unas semanas, no quería morir porque perdería a toda la gente que había llegado a querer. Ahora estoy triste porque estoy viva y muy sola.

El señor mayor deja su taza de café en la mesa y le da su número de teléfono a la chica. Ella lo acepta educadamente, pero supongo que sólo lo usará como marcador de página. La gente es tan increíblemente enrevesada. Pronto olvidaré a todas las personas y emociones complicadas de esta caja de lata en la que estoy obligada a residir físicamente. Pronto estaré viviendo con Bob y con Steve, quienes no son difíciles en absoluto, sino más bien simples. En su casa, voy a absorber normalidad. Ahora ansío eso más que la poesía del siglo XIX.

Capítulo dos

Nadie me habla a la hora del desayuno a la mañana siguiente. Están todos muy ocupados metiéndose comida por la boca para poder ir a trabajar. George parece querer decir algo, pero no se atreve.

Si no fuera por Patrick, el mensajero del Instituto, haría voto de silencio durante el día... sólo porque me daba la gana. Él me detiene en el pasillo.

—¿Qué tal tu estadía en el Instituto hasta ahora, cielo? —dice, saludándome con una inclinación de su gorra de béisbol.

—Bien. —Me encojo de hombros—. Aunque me vendría bien una ventana en mi dormitorio.

—A todos nos vendría bien. —Su risa entre dientes hace que su bigote se mueva—. Cielo, tienes que darles la lata a tus admiradores para que te envíen más regalos, así tengo la excusa de agraciarte con mi presencia.

—Me pondré con ello enseguida. En realidad, quería enviar una carta esta mañana.

—Entonces yo soy tu hombre. ¿La tienes aquí?

—No, no la he escrito todavía. Aunque me estaba preguntando si el Instituto tiene internet.

—Por supuesto —dice con una risa—. Estamos bajo tierra, no en la Edad Media.

—Oh, bien. Estaba pensando que para cartas y cosas así, podría enviar emails. Así te ahorraría la molestia.

Frunce el ceño.

—¿Quién ha dicho que era una molestia?

—Bueno... yo... sólo...

Me interrumpe con un gesto de su mano.

—Oh, detente. Envía tus emails. Encontraré una manera de ver tu precioso rostro, incluso si tengo que escribirte las cartas yo mismo.

Me río.

—Patrick, eres una persona encantadora, ¿lo sabías?

—Me han llamado muchas cosas, pero ésa no es una de ellas —dice.

Después de conseguir que Patrick me diera las direcciones, me voy a la sala de ordenadores. La encontré en el tercer nivel. Por supuesto, ¡los emails! ¿Por qué no había pensado en eso antes? Debió de haber sido todo el miedo a ser asesinada lo que superó mi naturaleza pragmática.

El resto del día lo pasé leyendo El bote abierto, de Stephen Crane. Este clásico es uno que esperaba devorar en un día solitario, un día como hoy. Extrañas emociones me atrapan mientras leo. Los pasajes son completados en mi mente antes de que mis ojos los terminen. El libro entero es como un buen amigo largamente perdido... o como un hermano gemelo. Es como si ya hubiera leído este libro, aunque no lo he hecho. Algo en esta ficción particular me inspira y no puedo quitarme la sensación de encima. Y tampoco puedo entenderla. Crane escribió: «Cuando un hombre llega a pensar que la naturaleza no lo considera importante, [...] su primera intención es la de arrojar ladrillos contra el templo, y aborrece profundamente que no haya ni ladrillos ni templos...».

Si verdaderamente profundizara en mi psique, como George querría que hiciera, admitiría que en un sutil nivel, este pasaje hace que me pregunte si estamos realmente solos. Me pregunto esto mucho últimamente con todas mis horas solitarias. Si Dios reinase en este mundo, ¿Zhuang habría sido capaz de hacer lo que hizo? Pero lo que la gente hizo para detener a un hombre como Zhuang era una inspiración. Y he leído lo suficiente para tener una idea de de dónde creen los grandes escritores que viene la inspiración: una fuente sagrada. Aun así, el pasaje hace que piense no sólo en Dios, sino también en si nos estamos aferrando a un clavo ardiendo que no existe realmente. Eso es lo que me mantiene despierta la mayoría de las noches. Ese maldito clavo ardiendo.

Cierro el libro, luego mis ojos. Tengo que acudir a una importante cita. El túnel plateado es suave y largo, lleno de giros. Disfruto del viento en mi cara y de la adrenalina que siempre acompaña a mis viajes en sueños. Esta vez también va acompañado de una sensación de alegría.

Me gusta ver sus rostros: el redondo de Bob y el largo de Steve. Cuesta creer que ha pasado un mes desde la última vez que estuve en su compañía.

Bob me estudia.

—Roya, has cambiado. —Su tono no lleva consigo ni una pizca de crítica, sólo asombro.

—No estoy más alta, si es eso a lo que te refieres.

Se ríe entre dientes.

—No, y tus días de crecimiento puede que se hayan acabado, pero sí que pareces más fuerte... como si pudieras vencer a Steve en una competición de pulsos.

No tengo ninguna duda sobre ello.

—Aunque sigo siendo la misma Roya, sólo que con más experiencia.

—Sí —dice Steve—, y todavía tienes esa mirada desafiante en tus ojos. Nunca la pierdas.

—No te preocupes. Es innata —digo.

Ambos tienen expresiones escépticas cuando le echan un vistazo a nuestro entorno. Nuestras figuras fantasmales están de pie en el alto césped junto al lago. Incluso cuando está oscuro, puedo ver que la casa de Bob y de Steve no está construida todavía. El campo donde la casa estará algún día está abierto, excepto por algunos árboles de nuez. El lago golpea la orilla de una playa desprotegida.

—De acuerdo, Roya —dice Steve al fin—. ¿Qué pasa? ¿Por qué nos encontramos aquí? No me molesta, pero...

Bob está con el rostro sobre el hombro de Steve. Parece estar preguntándose lo mismo.

—Bueno —empiezo—, probablemente podría haber pensado en una mejor localización, pero sabía que ésta sería perfecta para mi propósito. —Ambos intercambian miradas de curiosidad—. Además, quería volver a vuestra casa. La he echado de menos. Sólo que olvidé que la casa no estaría construida todavía —digo. Lo que no digo es que también he echado de menos el lago. Es donde crecí y la única parte de mi infancia que todavía puedo experimentar completamente.

—Pero, ¿por qué el 17 de noviembre de 1966? —pregunta Bob.

—Supuse que sería genial tener un espectáculo que ver mientras nos ponemos al día —digo.

—¿Espectáculo? ¿Qué clase de espectáculo? —pregunta Steve.

Señalo al cielo, permitiendo que escape la sonrisa que he estado conteniendo.

—Sólo la mayor lluvia de meteoros de la historia.

Expresiones satisfechas aparecen en sus rostros.

—Si mi investigación es correcta —continúo—, tenemos aproximadamente tres minutos para encontrar un bonito lugar para sentarnos antes de que comience el espectáculo.

Nos sentamos en un tronco robusto de la playa. Las primeras estrellas caen justo en ese momento. Con cada segundo que pasa, la cantidad de meteoros incrementa hasta espolvorear todo a nuestro alrededor. Estamos sin habla durante unos minutos, observando la mejor demostración de fuegos artificiales del mundo. Es imposible contar los meteoros que caen desde todos los lugares posibles de la inmensidad. Según lo que leí, esta noche los meteoros caen a un ritmo de aproximadamente sesenta por segundo. Cuando leí eso, apenas podía imaginar cómo sería ver un despliegue de esa magnitud. Ahora lo sé. Es como si fuera de otro mundo.

Retrocedo en mis pensamientos y finjo estar en un planeta distante donde este espectáculo es el que veo todas las noches antes de irme a dormir en mis aposentos ingrávidos. Estas estrellas son una parte de la evolución y su caída significa que más estrellas están siendo creadas para tomar su lugar. Más grandes. Mejores. Pero un día ellas también caerán.

Miro al otro lado del lago. La casa en la que crecí tampoco ha sido construida todavía. Como si sintieran mis pensamientos, o quizá siguiendo mi línea de visión, Bob dice:

—¿Piensas en la familia con la que creciste a menudo?

—Sólo cuando tengo ganas de torturarme, así que sí —digo.

—Estoy seguro de que sienten una pérdida al no tenerte ya en sus vidas —dice Bob.

—Yo no apostaría por ello —digo.

—Aunque sus mentes hayan sido programadas, sus corazones no lo han sido. Eso sería imposible —dice Steve.

Me encojo de hombros. No tengo ganas de contarles que sé con seguridad que mi ausencia ha pasado desapercibida para mi familia falsa. Poco después de la batalla contra Zhuang, volví a casa donde fui criada. Joseph había sido el que lo sugirió. Cierre. Esa había sido la palabra usada por él. Esa noche él viajó a la granja de cerdos donde su padre hizo de su vida un infierno después de que su madre muriera. Volví a la casa del lago para espiar a la gente que me crió. Me parecía raro llamarlos «padres» ahora. Me doy cuenta ahora de que el modificador, que el Instituto había usado para manipularlos para que me aceptaran como su hija, había empezado a desvanecerse hacía un par de años. Ésa es la razón por la que varias veces habían actuado como si yo no existiera... o al menos yo creía que habían actuado. Ahora sé que, para ellos, yo no existía verdaderamente en su realidad. Fue sólo cuando Aiden había perfeccionado la tecnología que el aparato funcionaba con más fluidez, pero seguía sin ser rival para Zhuang. Él fue el que deshizo toda su programación. Él fue el que me puso en el nuevo camino al hacerme salir de la casa de mi familia falsa. Zhuang pensó que me estaba enviando en su dirección, pero estaba equivocado.

El espacio de mi hermano falso en el garaje no había cambiado nada. El mismo sofá lleno de bultos estaba frente a un televisor casi quemado. Incluso su ropa sucia estaba apilada en diferentes rincones del dormitorio. Mi familia falsa estaba todavía asumiendo su muerte. Shiloh pudo haber sido un perdedor verificado, pero también era un miembro querido de esa familia y de la comunidad. A la gente le gustaba su sonrisa fácil y su actitud despreocupada. Resulta que ésas eran las mismas cualidades que lo convirtieron en una presa fácil para Zhuang. Ésa es la razón por la que Shiloh fue el primero en sucumbir al lavado de cerebro. Apenas estaba funcionando la última vez que lo vi, por eso es que no sobrevivió a la explosión que suponemos pasó cuando la consciencia de Zhuang hizo implosión o explosión o lo que sea.

La gente que yo había conocido como mis padres durante los primeros dieciséis años de mi vida, estaban acostados en el sofá, acurrucados en los brazos del otro y mirando un reality en la TV cuando los visité. Parecían apagados mientras hablaban sobre sus personajes favoritos durante la propaganda. No había absolutamente nada nuevo o diferente en ellos. El fallo del modificador había probado ser útil en esta situación al menos. No parecía haber ninguna indicación de que yo hubiera existido en ese hogar. Trey explicó que probablemente se habían deshecho de mis cosas cuando estaban en la fase de alucinaciones del ataque de Zhuang.

¿Quién sabía qué pensaba el colegio o el pueblo? Honestamente, yo era una de esas personas que no dejaba huella. No me sorprendería ni en lo más mínimo si mi desaparición hubiera pasado desapercibida.

Lo que más me molestó en esa visita fue que no me dolió ser borrada de la vida de esas personas. El hecho de que esas cosas raramente me molestasen es la parte más molesta. La mayoría de la gente siente. Se interesan. Quizá ésa es la razón por la que esté a punto de vivir una vida nueva que no tiene nada de especial en el Instituto. Obviamente, estoy intentando convencerme para hacer algo con mi adormecimiento emocional, pero no ha funcionado hasta ahora.

Por el contrario, la gente en la vida de Joseph lo pasaba mal para olvidarlo. Al parecer, pensaban que había tenido un accidente o sido secuestrado. Su paranoico padre creía que Joseph se estaba escondiendo en algún lugar de la granja, esperando para atacar cuando el viejo cayera en uno de sus usuales estupores de borracho. Sin embargo, la gente del pueblo organizó un grupo de búsqueda, recorriendo campos y bosques durante semanas tratando de seguirle la pista. Joseph me contó sus descubrimientos con gran orgullo. Yo sabía cómo se sentía el pueblo, porque también echaba de menos a Joseph.

Ahora, mi familia falsa, el padre falso de Joseph y toda la gente que alguna vez nos conoció antes de que llegásemos al Instituto habían sido «reprogramados». Sus recuerdos de nosotros se habían borrado. Nunca nos recordarían en sus vidas. Somos huellas en la playa y el modificador es el océano, borrando todas las marcas. Trey explicó que esto era lo mejor, pero yo odiaba la idea de que el modificador estuviera siendo usado otra vez con los middling para manipular sus pensamientos. Pese a eso, también sabía que no podía volver al lugar donde crecí. Y no quería ver un día mi rostro en un informe de persona desaparecida. Acepté usar el modificador... pero sólo en esa ocasión.

Los meteoros todavía caen del cielo cuando me giro hacia Bob y Steve.

—¿Y cómo va el negocio? —pregunto, haciendo un esfuerzo para distraer mi mente de mis problemas.

—Bueno, el oro se ha acabado, lo que siempre es bueno para nosotros —dice Steve.

—Y me las he arreglado para encontrar unos nuevos recursos —añade Bob.

—Así que no pasaremos hambre a corto plazo. —Steve se ríe entre dientes.

Sé con seguridad que se ocupan de antigüedades raras porque es fascinante y no porque es extremadamente lucrativo. Es una de las cosas que más me gusta de ellos: están motivados de manera intrínseca. Más que eso, me encanta que no hay presión con Bob y Steve. No parecen querer nada de mí. Parte de mí solía preguntarse por qué eran tan amables conmigo: comprarme ropa y ofrecerme vivir con ellos. Sin embargo, mi aprendizaje en la observación de personas ha empezado a dar sus frutos. Hay dos tipos de humanos en este mundo: los que funcionan para poder conseguir algo y los que funcionan para poder dar algo. Los primeros son la mayoría. Los últimos son Bob y Steve. Tienen el impulso innato del poder de la benevolencia. Quizá todavía haya lástima por mí en sus enormes corazones, quizá me vean como un proyecto personal de caridad, pero realmente me importa un comino. Si su objetivo es arreglarme, les tenderé la caja de herramientas. No puedo pensar en dos personas en las que confiaría más con ese trabajo. Son los únicos luciditas que nunca me han mentido.

—¿Qué hay de ti, Roya? —pregunta Steve—. ¿Qué haces con tu tiempo?

—Nada —digo y explico lo improductiva que he estado últimamente.

—¿Has pensado —dice Bob, sin apartar la mirada del cielo— que quizá deberías pedirle a Trey que te dé un proyecto? Podría ayudarte si no fueras tan ociosa.

Niego con la cabeza.

—Bueno, quería hacerlo, pero luego me pregunté por qué no se había dirigido a mí como lo hizo con los demás —digo.

—Tal vez pensó que ya habías tenido suficiente responsabilidad por un tiempo y que necesitabas un descanso —ofrece Steve.

—Sí, tal vez —digo, viendo el rastro de la cola de una estrella a través del cielo—. Ni siquiera sé qué haría yo por el Instituto.

—Hay muchas cosas en las que podrías echar una mano. —Steve me da palmaditas en la espalda.

Cierro mis ojos y deseo que tenga razón.

Capítulo tres

Decido seguir el consejo de Bob y Steve. El único problema es que no sé cómo encontrar a Trey. Él es otra persona que raramente veo. Desde la muerte de Flynn, ha quedado como el director del Instituto y creo que el nuevo estrés y la nueva responsabilidad han sido más que abrumadoras para él. Sólo lo veo por casualidad en el pasillo, o la vez que vino a interrogarme después de la pelea con Zhuang.

Yo había sido bastante cerrada durante esa conversación y no dije tanto como debí haber hecho. Trey explicó qué tendría que esperar ver en la casa de mi familia falsa. Me ofreció quedarme en el Instituto tanto tiempo como quisiera. Luego ofreció responder preguntas. Yo tenía millones de preguntas sobre mi vida, sobre los viajeros del sueño, sobre los Luciditas y sobre el Instituto. Sin embargo, estaba todavía resentida por el hecho de que Trey me hubiera mentido con respecto a Joseph, de que el Instituto mantuviera secretos y de que manipulase mi vida desde el principio. Así que, cuando Trey me dio la oportunidad de preguntarle cualquier cosa, sólo miré fijamente a la vacía pared de la sala de reuniones y dije:

—¿Por qué no tenemos más obras de arte en el Instituto?

Trey pareció decepcionado, como si yo careciera de imaginación. Dijo que si necesitaba algo, siempre podría ir a buscarlo. El problema ahora es que no sé dónde buscar. Sé dónde están las oficinas de Ren y de Shuman, y que la suya no está por esa zona. La mayoría de la gente probablemente le preguntaría a alguien. Es obvio que yo no soy como la mayoría.

Mi búsqueda de Trey me lleva al segundo nivel, donde están el pasillo residencial y un puñado de salas de reuniones. También hay algunas aulas grandes, zonas de almacenamiento y una puerta en un largo y único pasillo. No tiene letrero y está cerrada con llave.

Llevo mi búsqueda hasta el tercer nivel. Más puertas cerradas con llave, los estudios de kung fu y oficinas con gente que parece irritada cuando aparezco en sus áreas. Derrotada, me doy la vuelta, lista para abandonar mi misión. Una voz me detiene. No sólo reconozco la voz, sino que es inusualmente alta. Escucho, escondiendo mi presencia detrás de una esquina.

—Disfruté mucho anoche. —Una risilla—. Muchas gracias por acompañarme —dice Amber, la ayudante de Aiden, con una voz muy diferente a su tono clínico habitual.

—Sí, fue divertido. Gracias por la invitación —dice Aiden.

¿¡Qué!?

—Deberíamos volver a hacerlo pronto, Aiden —dice Amber.

¿¡Hacer el qué!?

—En realidad, ¿debería llamarte ahora Dr. Livingston, ya que terminaste tu doctorado? —dice ella con una voz que está haciendo que se me encoja la piel.

—Aiden está bien —dice. Lo imagino encogiéndose de hombros y sonrojándose.

—Mira, me alegra que te encontrase porque estoy teniendo problemas en entender la codificación para los GAD-C mejorados. ¿Crees que podrías enseñármelo una vez más? —Amber suena como un cachorrito perdido. Detesto a los perros.

—Oh, claro —dice Aiden con su típico entusiasmo—. Realmente es bastante simple, pero no lo es hasta que entiendes unos procedimientos.

—Bueno, he leído tus notas, pero algo no encaja en mi cabeza —dice Amber con un suspiro exasperado—. Aprendo mucho mejor con una instrucción personalizada.

—Genial, bueno, ¿por qué no bajas a mi laboratorio esta tarde? Te ayudaré.

—Oh, eso sería realmente maravilloso —dice ella. Tengo ganas de vomitar por el más que evidente entusiasmo en su voz.

—Vale, hasta entonces.

Unos pasos se retiran hasta el ascensor. Otro par de pasos van en la dirección opuesta. Me asomo un poquito y veo la marrón cola de caballo de Amber bajar por el pasillo hacia la izquierda. Las ganas de estirar la mano y tirarle del pelo me recorren el cuerpo.

Una vez que la puerta de su oficina se desliza para cerrarse, dejo caer mi cabeza hacia atrás hasta que golpea la pared con acabado de acero inoxidable. Un intenso dolor hace eco por mi cuerpo. Le doy la bienvenida.

¿Está esto pasando de verdad? ¿Aiden está avanzando con Amber ahora? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos besamos? Ni siquiera dos semanas.

Vuelvo a golpear mi cabeza, haciéndola chocar ruidosamente contra la pared. El dolor es ahora sordo, pero logro lo que pretendo: adormecer mi frustración emocional. Me voy echando chispas hacia el ascensor. Iré al cuarto nivel, pero no más arriba. No me importa si la oficina de Trey está en el quinto nivel, ahí es donde está el laboratorio de Aiden, y no pondré un pie allí mientras pueda evitarlo.

La alfombra de color aguamarina del cuarto nivel bajo mis pies, no me da la bienvenida igual que la cinta de correr, pero de todos modos tiene buen tacto para correr. Troto atravesando puertas, ni siquiera deteniéndome a inspeccionarlas. He olvidado completamente mi misión ahora. Cada paso que doy es un paso más lejos de Aiden. De sus juegos. De sus secretos. Quizá debería haberlo visto venir. Al parecer, nunca veo nada hasta que está directamente frente a mí.

Cuando paso corriendo al doblar una esquina, me choco con Shuman. Sus ojos ametista miran los míos, con intensa irritación en su mirada. Una persona normal podría haber sido empujada por mi fuerza, pero Shuman ni siquiera trastabilla.

—¿Estás bien, Roya? —pregunta, alisando su chaleco de cuero y mirándome vacilante.

—Sí, estoy bien —digo, todavía sorprendida—. Lo siento. Sólo...

Shuman me mira con una ceja alzada.

—¿Estás buscando a alguien?

Sí.

—No, sólo exploro —digo.

—Hmm —dice Shuman, con su tono cargado de escepticismo—. Bueno, como estás aquí, quiero hacerte una pregunta.

Enderezo la espalda. Me preparo.

—¿Sí?

El cabello de Shuman está tirantemente atado con su habitual trenza. Su peinado la hace parecer joven e inocente, que es la impresión opuesta a la que demuestra con su comportamiento. Yo no diría que tiene más de treinta años, pero tiene un aire de madurez... o quizá sea su estatus. Sea lo que sea, Shuman exige un nivel de respeto, el cual yo sólo amenacé una vez.

—Roya —dice con su voz etérea—, me vendría bien tu ayuda en mi departamento. No estoy segura de si estarías interesada, pero si quisieras explorar la posibilidad, serías bienvenida.

—¿En serio? ¿Yo? —pregunto.

—Siempre me viene bien la ayuda de una clarividente. Con práctica, creo que tus ideas podrían darnos acceso a sucesos significativos del futuro inmediato. Tú y tu hermano, juntos, serían una fuerza impresionante, pero tú sola eres una ventaja.

¿Yo como una informadora de noticias? Son un grupo de élite, venerados por la mayoría de los luciditas. También son un completo misterio. Diablos, sí, estoy interesada.

—Claro, le echaré un vistazo a la oportunidad —digo, tratando de sonar indiferente.

—Bien —dice suavemente Shuman—. Mi departamento está en el quinto nivel, en la sala Pantera. Reúnete conmigo allí mañana por la mañana. Te haré una visita guiada, luego veremos si estás interesada en participar.

¡Maldición! ¿El quinto nivel? Finjo una sonrisa.

—Por supuesto, estaré allí. Gracias. —Me doy la vuelta y voy al ascensor.

—Roya —dice Shuman, sin haberse movido.

Girándome, la miro de frente.

—Antes, cuando has chocado contra mí, he tenido la impresión de que estabas molesta.

Siempre tan observadora, ¿no?

—Sólo me siento un poco perdida —digo, apartando la mirada.

—Ése no es un mal lugar en el que estar —dice, con su apariencia típicamente estoica.

Pienso en Aiden y en lo mucho que quiero abofetearlo ahora mismo.

—Sí, bueno, me conformaría con un centenar de otros lugares ahora mismo.

—Entiendo, pero también piensa en que la manera de amar algo es dándose cuenta de que podría estar perdido.

Asintiendo, me vuelvo a girar. No tengo ni idea de qué me está diciendo. Es tan típico de Shuman que ya ni siquiera me lo cuestiono. Demonios, el día que empiece a tener sentido será cuando haya perdido oficialmente la cabeza. Podría ser mañana.

El resto del día, evito llamar la atención en el centro de entrenamiento, escuchando música que acaricia mi corazón como las cuerdas de un barco de vela. Supongo que no debería estar sorprendida cuando George aparece.

—Oh, ¿estás aquí? No tenía idea —dice de manera poco convincente. Colgándose una toalla sobre su hombro, pone en marcha la cinta junto a la mía.

—Seguro —murmuro.

Sé que mis emociones son intensas. Si fueran una persona de tres años, habrían salpicado pintura por toda la sala y tenido una rabieta por todo el pasillo. Durante un momento, considero quitarme de un tirón el modificador y tener un poco de privacidad. Decido que en el momento actual no me importa lo suficiente. George y yo estamos muy perdidos a estas alturas y, al parecer, Aiden y yo también lo estamos. Realmente no importa quién sabe cómo me siento ahora. Además, George puede captar emociones, pero no siempre sabe las razones de ellas.

—No pude evitar notar que sólo has corrido 11 kilómetros —dice George, empezando a correr en su cinta—. ¿Un día lento?

Le pongo stop a mi iPod, ralentizo mi cinta y lo miro con desprecio cuando mis pies tocan bruscamente la cinta.

—Sí, ha sido un día lento. He creado un puesto de limonada en el primer nivel y casi nadie ha venido a comprar. Estoy muy triste por mi fracaso —digo, mirando a mi ritmo cardíaco. 184.

—Dulce —dice, acelerando su máquina hasta estar corriendo.

—¿Qué?

—¿Has intentado poner azúcar en tu limonada? —pregunta.

—Já. Nah, lo intentaré la próxima vez. Pensé que la gente me daría una limosna por mi esfuerzo y mi sonrisa ganadora. —Detengo mi cinta de correr y me bajo a trompicones, mis piernas están tambaleantes por el parón repentino del movimiento.

—Oh, qué lástima —dice entre respiraciones—. Si hubiera sabido que estabas allí, habría frecuentado tu puesto.

—Sí, eso es gracioso porque sí que supiste que estaba aquí, y sí que has aparecido. —Lo miré con sospecha.

—Roya —dice George, ralentizando su cinta—, puedo sentir emociones, pero no siempre sé a quién le pertenecen.

—¿Vas a decirme que no reconoces mis emociones cuando las sientes? —le espeto, con mi furia saliendo a la superficie por primera vez en toda la semana.

George coge su toalla y la pasa sobre su ceja seca. No ha corrido mucho ni muy rápido como para transpirar todavía.

—Mira —dice él finalmente—, si necesitas a alguien con quien hablar, yo podría ser esa persona.

—¿En serio, George? Porque no creo que seas la persona más cualificada para ser con la que me desahogue. La última vez que me fijé, estabas buscando información y, si tuviera elección, sabrías muchísimo menos de lo que sabes.

Él concentra su mirada en el modificador que cuelga alrededor de mi cuello. Sus ojos cambian de dirección y suben hasta los míos.

—tienes que darme otra oportunidad.

—No, ahora mismo no.

—¿Cuánto tiempo más vas a estar enfadada conmigo?

—No lo he decidido todavía.

—bueno, ¿me lo harás saber cuando lo hayas decidido?

—Desafortunadamente, no tendré que hacerlo. Lo sabrás —digo, y me voy con zancadas largas.

Capítulo cuatro

La puerta de acero inoxidable es fría bajo mis nudillos cuando llamo. Una tensión nerviosa constriñe mi pecho. Le echo un vistazo al pasillo, con la esperanza de que Aiden no aparezca con sus gafas y su sonrisa. Afortunadamente para mí, y probablemente para Aiden también, Shuman responde después de unos segundos.

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