Despertada - Sarah Noffke - E-Book

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Sarah Noffke

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Ähnliche


Para Luke, porque escribí cada una de estas palabras con la esperanza de que te gustara.

Tabla de Contenidos

Página de Titulo

Prólogo

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Capítulo catorce

Capítulo quince

Capítulo dieciséis

Capítulo diecisiete

Capítulo dieciocho

Capítulo diecinueve

Capítulo veinte

Capítulo veintiuno

Capítulo veintidós

Capítulo veintitrés

Capítulo veinticuatro

Capítulo veinticinco

Capítulo veintiséis

Capítulo veintisiete

Capítulo veintiocho

Capítulo veintinueve

Capítulo treinta

Capítulo treinta y uno

Capítulo treinta y dos

Capítulo treinta y tres

Capítulo treinta y cuatro

Capítulo treinta y cinco

Capítulo treinta y seis

Capítulo treinta y siete

Capítulo treinta y ocho

Capítulo treinta y nueve

Capítulo cuarenta

Capítulo cuarenta y uno

Capítulo cuarenta y dos

Capítulo cuarenta y tres

Capítulo cuarenta y cuatro

Capítulo cuarenta y cinco

Capítulo cuarenta y seis

Capítulo cuarenta y siete

Capítulo cuarenta y ocho

Capítulo cuarenta y nueve

Capítulo cincuenta

Capítulo cincuenta y uno

Agradecimientos

Sobre la autora

Prólogo

El viento huracanado siempre marcaba su llegada. Esta noche no estoy durmiendo cuando sacude los árboles y hace que la hojarasca revolotee afuera. La recurrente pesadilla me ha despertado hace una hora. Me limpio el sudor que cubre el nacimiento de mi cabello y miro de reojo a mi ventana. La figura acecha en las sombras. Él nunca se ha acercado más que del viejo roble, pero eso ya es suficientemente cerca. Un escalofrío me estremece hasta la médula. No puedo hacer esto ni una sola noche más. Dedos temblorosos buscan por los contactos de mi teléfono hasta que encuentro el correcto.

—Hola —dice una voz grogui desde el otro lado de la línea.

Yo le hablo en susurros:

—No estoy segura de creer lo que está pasando, pero estoy lista para permitir que me protejáis.

—Bien —dice la voz, con alivio—. Estarás encantada de haberlo hecho.

—¿Qué hago ahora?

—Quieren que te reúnas con alguien. Él te explicará qué pasa a continuación.

Capítulo uno

Cuarenta y ocho horas después

No creería que nada de esto fuera verdad, si no fuera por el corte de cinco centímetros en mi brazo. Pese a eso, la negación ha alquilado una habitación en mi cabeza, y a menudo va por ahí pisoteando y dando portazos. Nunca me he considerado normal, pero sólo ahora me doy completa cuenta de lo extremadamente anormal que soy. Ésa ya no es la parte que estoy negando. Es mi posible destino.

Ahora tengo que hacer lo único que parece imposible: concentrarme. Es difícil cuando mi vida se ha convertido rápidamente en una masa de confusión. Me obligo a librarme de las distracciones. Las respuestas que busco están en un lugar al que sólo puedo llegar si me dejo llevar.

Con un esfuerzo inmenso, me relajo lo suficiente para concentrarme. En mi cabeza, veo la presa. El hormigón se extiende como una barrera manteniendo a raya al agua. Presto atención al agua, a cómo baja en su camino por el aliviadero. Las lentas respiraciones intensifican la meditación, dándole color y sonido. Sigo visualizando hasta que siento el cambio. Se está polarizando, en el buen sentido. Mi cuerpo permanece en la cómoda cama mientras que mi consciencia viaja en sueños. Ahora voy a toda velocidad por un túnel plateado: mi transporte a la otra dimensión. La adrenalina sabe a agua salada en mi boca. Y el viaje se termina demasiado pronto, dejándome jadeando cuando soy lanzada a un vasto espacio.

El  túnel me deposita en las orillas del aliviadero, sobre un terraplén de hormigón. Una rápida mirada atrás revela un lago tranquilo; adelante, el aliviadero desciende en picado durante cientos de metros, o más, antes de caer al lago. La elevada luna está llena. A mi lado hay una mujer.

—Estaba empezando a pensar que volvías a estar perdida —dice.

—También es agradable conocerte —digo.

—Supuse que ya conocías mi nombre.

Aparentemente, los Luciditas no creen en los saludos.

—Bueno, algún DNI no haría daño.

El cabello negro de Shuman se asemeja a las hebras de seda. Viste un chaleco de cuero y vaqueros azules. Me enderezo, sintiéndome más pequeña de lo usual a su lado.

—¿Has descifrado el acertijo tú sola? —dice Shuman, ignorando mi comentario. La luna refleja sus altos pómulos, haciéndola parecer angulosa.

—No —admito—, Bob y Steve ayudaron.

Me confunde el porqué de que Shuman me diera un acertijo en vez de sencillamente decirme adónde viajar en sueños para encontrarla. Supongo que como mentalista jefe de los Luciditas, tiene que hacer que todo sea tan desconcertante como sea posible. Debe de ser genial en su trabajo.

—Sí, fue predicho que ellos te ayudarían —dice.

—Correcto, por supuesto —digo, sin enmascarar la irritación de mi voz. No es la ayuda de Bob y Steve lo que me molesta; es que los Luciditas estén informados de mi vida a través de medios psíquicos.

—Y estamos aquí por una predicción diferente.

—Sí, he oído de ella.

—¿También has oído que te involucra a ti?

—Bueno, sé que hay una posibilidad de que me involucre.

—Tenemos nueva información. Tu nombre es el único en la predicción ahora.

—¿Qué? —digo quedamente, con silenciosa incredulidad—. No, eso es imposible.

—Es posible, y te aseguro que es verdad. La especulación de las predicciones se solidifica a medida que se acerca el acontecimiento venidero. Ahora, los pronosticadores te ven a ti como la verdadera retadora.

—No —digo demasiado rápido, con la negación evidente en mi tono—. Y no estoy aquí por la predicción; estoy aquí porque ellos dijeron que tú me ayudarías.

—Tienen razón. La primera forma en la que puedo ayudar, es en hacer que aceptes lo que ha sido predicho.

—Aunque las predicciones son sólo suposiciones. ¿Y si están equivocadas? —digo.

Shuman alza su ceja en señal de desaprobación y niega con la cabeza.

—Roya, ¿dudas porque te involucran?

—En su mayoría dudo porque es absurdo. Nada de esto tiene sentido.

—Quizá no todavía, pero lo tendrá —dice Shuman—. Desafortunadamente, nos estamos quedando sin tiempo. Los pronosticadores han determinado que el momento invariable sea a las veintiuna horas, en el décimo tercer día de junio.

Eso es dentro de un mes. Mi garganta se cierra y mi pecho se encoge.

—¿Qué? No puedo... No hay manera en que... —me voy apagando, perdida en pensamientos macabros sobre mi muerte inminente—. ¿Por qué no tú u otra persona más cualificada?

—Si hubiera sido elegida, me sentiría honrada; pero no lo fui. Tú sí. —Shuman mira a la luna llena, y sus pendientes plateados resaltan por su luz blanca—. Le he seguido la pista a Zhuang durante décadas, sin éxito. Muchos lo hemos hecho. —Se da la vuelta y me mira por primera vez. Sus ojos oscuros parecen ametistas—. Este punto fijo en el tiempo es la única ocasión en la que alguien tendrá la oportunidad de desafiarlo. Y el pronosticador manifiesta que tú eres la persona con la mejor oportunidad para terminar con su brutal reinado.

—Eso es ridículo. No soy una amenaza para nadie.

—Hace unos días te veías a ti misma de una forma muy diferente de la que te ves ahora, ¿es eso correcto?

—Bueno, sí, pero...

—Entonces considera posible que en un mes seas una fuerza letal.

Después de lo que he averiguado, estoy casi dispuesta a creer que esto podría ser verdad. Suspiro.

—¿Y qué es lo que realmente quieres de mí? —pregunto.

—Que tomes una decisión —dice Shuman de inmediato—. Debes decidir si aceptas este rol. Si lo aceptas, entonces puedo darte la ayuda que has pedido.

—Si todo lo que has dicho es verdad, entonces no tengo elección.

—Es todo verdad —dice ella con los dientes apretados—. Y, tanto en la vigilia como en los sueños, siempre tienes elección. Eso es lo que diferencia a los viajeros del sueño de los middling. No nos dormimos y soñamos que nos pasan sueños. Nosotros creamos nuestros sueños. Nosotros elegimos adónde viajamos.

Me froto los ojos, frustrada y extrañamente cansada.

—Enfrentar a Zhuang suena a sentencia de muerte. No quiero pasar por todo esto sólo para morir en junio.

—Si eliges ser la retadora, entonces enfrentarás muchos peligros. Puede que ni siquiera llegues a junio. Puede que mueras esta noche. —El rostro de Shuman carece de compasión.

—Si estás tratando de convencerme para que haga esto, no lo estás haciendo muy bien —digo.

Shuman mira a la luna fijamente durante un minuto, como si estuviera calculando algo.

—Necesitaré tu respuesta.

—¿Qué? ¿¡Ahora!? —Mi voz hace eco por el aliviadero de la presa—. ¿Así como así? ¿No tengo un minuto para pensarlo, o para ir a casa y sopesar mis opciones?

—No tienes una casa —me recuerda.

Mi pie conecta con el bordillo de hormigón que está frente a mí. Quiero tener una rabieta por todo lo alto. Huir y esconderme también parece buena idea. El comportamiento opresivo de Shuman, indiferente a mi dilema, hace que sea difícil pensar. Espero a que diga algo, pero sencillamente se queda de pie, sin moverse, mirando a la luna. Está empezando a crispar mis nervios.

—¿Qué le pasará a mi familia? —pregunto, la última palabra suena extraña cuando sale por mi boca.

—Sospecho que Zhuang mantendrá su control sobre ellos, pero a quien realmente quiere es a ti —dice Shuman de forma indiferente—. Tu familia está oficialmente clasificada como alucinadores. Él tiene la habilidad de mantenerlos así durante un largo tiempo. O podría acabar con ellos más bien rápido.

¿Acabar con ellos? ¿Significa eso lo que creo? Este hombre, este parásito, le está robando a mi familia la capacidad de soñar, haciendo que caigan en estados alucinatorios. Y soy incapaz de detener a Zhuang si decide drenarlos de sus consciencias. Luego serían cáscaras vacías, sonámbulos. Morirían en cuestión de segundos. Un escalofrío me baja por la espalda.

Shuman continúa:

—El plan de Zhuang era hacerte entrar en pánico y que te entregaras a él. Fue fortuito que te encontrásemos primero. Mi suposición es que tu familia se quedará en el limbo. La atención de Zhuang estará en encontrarte. Si quieres ayudar a tu familia, mantente alejada; si no, los usará contra ti. Si quieres liberarlos, entonces necesitarás pelear contra Zhuang.

—Y ganarle —digo, irradiando duda en ambas palabras.

—Bueno, por supuesto.

—Nada de todo esto tiene sentido. —Me froto la cabeza con una temblorosa mano—. ¿Por qué yo? Apenas tengo edad para conducir. Sólo he sabido de este lío durante unos días. ¿Cómo he sido elegida yo? ¿Cómo puedo ser yo la mejor persona para enfrentarlo?

—No sé las respuestas a esas preguntas —dice, todavía con una fijación por la luna.

—Entonces, ¿¡por qué debería hacerlo!? ¿Por qué debería poner en peligro mi vida sin saber por qué he sido elegida?

Shuman parpadea lentamente, como si estuviera pensando o meditando. Sus palabras son espaciadas y tranquilas cuando finalmente habla:

—El gran Buda dijo una vez: «Hay tres cosas que no pasan mucho tiempo ocultas: el sol, la luna y la verdad».

Me muerdo el labio con fuerza. ¿Entonces es así como es? O vivo mi vida sola en las calles, observando a Zhuang saquear los sueños de la humanidad. U, opción dos, me presento voluntaria para matarlo y, más que probablemente, muero intentándolo; pero mi premio consuelo será que sabré por qué había sido elegida. Sabré quién era yo y adónde podría haber encajado... si es que no había muerto a manos de Zhuang. Esto parece una estafa, aunque una ingeniosa.

Una parte de mí quiere volver con mi familia y sacudirlos hasta que sean liberados de sus alucinaciones. Luego podemos ir a vivir nuestras vidas, donde las cosas más interesantes que pasan son el fútbol, la iglesia y las barbacoas. No es una vida genial para una vegetariana agnóstica, pero es mejor que la muerte. Puede que yo sea un producto de la tierra del este de Texas, pero los aires de aquí nunca me han sentado bien. He estado buscando una forma para salir de este pueblo, pero no así.

—No puedo concederte más tiempo —dice Shuman—. Necesito tu respuesta.

Le echo un vistazo a la superficie del agua, buscando nada en particular. Puede esperar mi respuesta. La esperará.

Presiono mis ojos con mis dedos e inhalo profundamente. Este duelo es inevitable. Los futuros de Zhuang y de su retadora están entrelazados. Cualquier intento de evadir a la otra persona sólo las juntará. Y, de algún modo, yo he sido elegida por gente que no conozco, por un peligro del que sólo sé recientemente que existía. Aun así, nada de esto tiene sentido, por lo que sé que tengo que depender del instinto. Eso es todo lo que me queda.

—Vale —digo de una forma un poco patética—. Lo haré.

Una sonrisa habría sido agradable, o quizá un «Muy bien». En lugar de eso, Shuman, que parece no irse por las ramas en ningún momento, empieza a decir instrucciones a borbotones:

—Tu siguiente paso es encontrar el Instituto lucidita. Como eres relativamente nueva en los viajes en sueños, hay muchos riegos a los que te enfrentas.

Qué sorpresa.

Shuman continúa:

—Debes viajar en sueños al Instituto mientras estés completamente sumergida en agua.

Esto, ¿qué?

—¿Hablas en serio? Me ahogaré.

—Está ese riesgo, sí; pero la única forma de entrar al Instituto es a través del agua. Para viajar ahí, debes regresar a tu cuerpo y luego sumergirte en agua. Te aconsejo que sepas que eres uno con ella. Es a través de este conocimiento que derrotas al miedo de ahogarte y te concentras en la tarea superior de viajar en sueños. Si permaneces tranquila y te concentras apropiadamente, entonces viajarás y llegarás al Instituto. Si fracasas, entonces sí, te ahogarás.

—Oh, ¿eso es todo? Parece pan comido. —Ahora me estoy preguntando si he tomado la decisión correcta.

Shuman me mira con los ojos entrecerrados, pero no responde de ninguna otra manera.

Me masajeo las sienes cuando una presión abrumadora estalla detrás de mis ojos.

—Todo esto es tan extraño, se parece a un sueño recurrente que he estado teniendo... —mis palabras decaen cuando me doy cuenta de la inevitable verdad—. Vosotros pusisteis esos sueños en mi cabeza, ¿no es cierto? —acuso, mirando fijamente a su persona rígida.

—Los Luciditas son responsables, sí —dice con su tono pragmático.

—¿¡Qué!? ¡Eso es de locos! Es horrible. Noche tras noche he soñado que me estaba ahogando. ¿Sabes lo horroroso que es?

—Deberías estar agradecida. Te hemos preparado para el viaje que estás a punto de hacer. Tu mente subconsciente ya ha practicado mucho lo que vas a hacer.

—¡¿Agradecida?! —Niego con la cabeza con incredulidad—. Pensé que me estaba volviendo loca. No he dormido bien durante semanas. No. No estoy agradecida ni un poco. Invadisteis mi subconsciente —espeto, ahora más frustrada que asustada.

Shuman inhala lentamente y dice:

—Todo lo que se hizo fue para protegerte a ti y al futuro.

¿Cómo discuto esa declaración? ¿Cómo discuto algo de esto? Quiero huir, abandonar esta farsa en la que se ha convertido mi vida. Sin embargo, mi instinto hace que mis piernas pesen como si fueran de hormigón, fijándome donde estoy, asegurándome que éste es mi sitio.

—Roya, nos estamos quedando sin tiempo —dice Shuman, rompiendo el silencio—. ¿Tienes alguna pregunta?

—¿Por qué tiene que ser tan complicado viajar en sueños al Instituto? ¿No hay una alternativa? —¿Una nave espacial o una droga?

—No, no la hay —dice Shuman—. El Instituto está fuertemente protegido por el agua. La dificultad que requiere viajar allí es lo que lo convierte en el lugar más seguro sobre la tierra.

La idea se posa sobre mí como un edredón de plumón. Seguridad. ¿Cómo sería sentir eso? Cada momento ha sido cubierto con una amenaza escondida durante mucho tiempo. Cuando los sueños recurrentes no estaban acosando, la paranoia acechaba en las sombras y prácticamente me incapacitaba. Fue casi suficiente para hacer que tome las pastillas que la terapeuta me recetaba continuamente. Casi.

—Si hago todo esto —las palabras salen con cuentagotas de mi boca—, si no me ahogo, ¿estaré en el Instituto? ¿Estaré a salvo? Al menos durante un tiempo, ¿cierto?

Sus ojos se apartan bruscamente de su foco de atención. Hay un tic en su boca.

—Sí.

Suspiro. Es el primero que nace del alivio desde hace un tiempo.

—Entonces de acuerdo, lo haré —digo con poco entusiasmo.

Se gira y me mira de frente, cruzándose de brazos. Alrededor de uno de sus brazos hay un tatuaje de una serpiente de cascabel. La cola de la serpiente se apoya en su codo; la cabeza, en el dorso de su mano.

—Hay una última cosa —dice con una advertencia en su voz—. Sólo los luciditas pueden entrar al Instituto. Debes querer ser una de nosotros, o se te prohibirá entrar.

Parpadeo, sorprendida. Mi boca se abre para expresar mis dudas, pero ella desaparece, dejándome sola y haciendo que me sienta como si estuviera en el borde de la tierra.

Capítulo dos

Arrojarme por el aliviadero es una idea intrigante. Con mi suerte, la caída no me mataría. Sólo me lisiaría mientras que aún sería perseguida.

La energía que sale de mi pecho es intensa. Que esté caminando de un lado a otro hace poco para agotarla. Paso mis manos por mi cabello y noto que, una vez más, mis brazos y manos tienen una apariencia fantasmagórica. Supongo que es probable que mi rostro también la tenga.

Pasan diez minutos en los que no hago más que sumirme en la incerteza. He dicho que haría esto, pero la parte real de «hacerlo», es difícil. Hay un lugar al que tengo que ir antes de potencialmente ahogarme. Sé que me dijeron que no lo haga, pero es probable que ésta sea mi última oportunidad.

Me pongo firme, con el frío viento vagando por mis mejillas y el dorso de mis manos. Con los ojos cerrados, siento en mi mente el lugar al que intento viajar en sueños: hojas verdes mecidas por el viento, una hamaca balanceándose, el perfume a vainilla siendo arrastrado por el viento desde el jardín... La familiaridad enfatiza cada uno de los pensamientos. Estoy rodeada de inocencia, muy pura y real. Manos rozan largas vainas de hierba a medida que la costa se acerca. La boya se mece en las lejanas aguas. Una montaña de libros se posa en pulcras pilas, están tanto las posesiones apreciadas como las de contrabando.

El túnel plateado me envuelve otra vez. Me estoy moviendo hacia delante, como en un tren subterráneo. Pero es como si yo misma fuera el tren subterráneo, acelerando por un pasillo claustrofóbico. Mi corazón late con fuerza y, justo cuando pienso que me chocaré con algo, doblo hacia abajo, a un túnel plateado diferente.

Mi aterrizaje es interrumpido por un flash y una sacudida. Abro mis ojos para encontrar un bosque y una casa oscura. Incluso cuando estoy de pie al final del muelle, sé que es arriesgado estar tan cerca. No me quedaré mucho tiempo.

El túnel me ha depositado en el lugar donde Trey me dijo quién era yo, de qué era capaz. Recuerdo pensar, en ese entonces, que el director adjunto de los luciditas se parecía un poco al joven Harrison Ford, con su cabello plateado y sus ojos color turquesa. Es difícil creer que eso fue hace sólo unos días. Parecen meses. Supongo que eso es lo que pasa cuando no malgastas las noches con sueños sin sentido.

Mi encuentro con Trey fue la primera vez que viajé en sueños. Bob y Steve lo habían arreglado después de darme el protocolo para viajar en sueños. No querían contarme más. Dijeron que no era cosa suya.

—Sólo cierra tus ojos y ten fe —me dijo Bob. No creía que lo que pasó después fuera real. Pese a eso, Trey sabía lo de las pesadillas, lo de la silueta extraña que siempre veía en el bosque y el porqué de que mi familia estuviera volviéndose loca.

—Podemos ayudarte —dijo Trey mientras que sus pies colgaban del costado del muelle. Nuestro acuerdo de sentarnos relajados en el muelle era absurdamente contradictorio con lo tensa que la reunión fue. Ahí me senté yo, con un extraño que me estaba diciendo que este sueño era real. Que yo era parte de una raza especial de gente. Que si los Luciditas no me protegían, sería asesinada. Las conversaciones así, realmente deberían pasar en un ambiente más formal.

—¿Cómo sé que debería dejar que me ayudes? ¿Y si eres tú el malo? —le dije a Trey, clavando mi mirada en el botón de la manga arremangada de su camisa blanca.

—Hemos estado protegiéndote. Bueno, como mejor podíamos desde el paisaje onírico. Lamento que no fuéramos capaces de ayudar a tu familia. Todo eso pasó demasiado rápido.

—¿Qué les ha hecho Zhuang? —pregunté.

—Zhuang ha vivido tanto porque se mete en las cabezas de los soñadores mientras éstos duermen. Se apropia de sus consciencias al debilitarlos, usualmente causándoles pesadillas, creándoles ansiedad y estrés, o cortándoles completamente su habilidad para llegar al REM.

—Pero, ¿por qué mi familia? Entiendo que está tras de mí por alguna profecía ridícula, pero ellos son totalmente inocentes. Son middling.

Trey negó con la cabeza. Suspiró.

—No es sólo tu familia. Zhuang ha hecho esto a muchos niveles a cientos de personas durante siglos. A veces opera rápidamente, como en el caso de un ataque al corazón o un aneurisma. A veces sus ataques son más lentos. Con un derrame cerebral. La dolencia toma muchas formas. Y éstas son algunas de las enfermedades que los middling han usado para describir lo que Zhuang hace, pero tú deberías saber la verdad.

—¿¡Zhuang es responsable de todas estas enfermedades!? —pregunté, horrorizada por las noticias.

Trey asintió.

—Sobre todo Zhuang. Desafortunadamente, hay otros viajeros del sueño que abusan de sus poderes de esta forma. Somos una poderosa raza capaz de destruir a los middling, si es lo que elegimos. Para los Luciditas, eso no es una opción. Va en contra de nuestras leyes. Nosotros protegemos. Es por eso que deberías confiar en nosotros. Permítenos protegerte.

Después de despertar de ese encuentro con Trey, tenía la completa intención de olvidar sus palabras, sus persuasiones y sus súplicas para que permita a los Luciditas protegerme. Las intenciones son endebles ante un peligro. La decisión, por otro lado, es resistente al desafío. Es el antídoto.

Ahora, desde mi lugar en el muelle, le echo una mirada furtiva a mi casa. Como estoy viajando en sueños, tengo previsto que la casa parecerá diferente, pero no. Todos ahí dentro están dormidos, atrapados en un duermevela sin sueños. Espero mirar a la casa y ser bombardeada por la pena. No lo soy. Es como si estuviera mirando la casa de otra persona. Mi familia ha sido desgarrada. Soy incapaz de ir a casa. Y todo lo que siento es un dolor vacío, pero eso es normal. He nacido con eso.

Un fragmento de mi última conversación con mi hermano se reproduce en mi cabeza:

—No sé por qué, pero eres diferente. No encajas en nuestra familia. Nunca has encajado, y nunca lo harás —dijo Shiloh antes de atacarme. Es verdad que él había estado sufriendo alucinaciones, pero sus palabras se quedaron conmigo. Y también las magulladuras.

Era obvio desde una edad temprana que yo era, de muchas maneras, diferente a mi familia. Mi cabello claro y mi naturaleza retraída resaltaban como mosca en la leche entre sus melenas oscuras y sonrisas de oreja a oreja en todas las fotos vacacionales. Al final, mi madre hizo que nos pusiéramos sombreros de Papá Noel, pero no pudo obligarme a sonreír. Y tampoco pudo disipar los rumores que siempre habían circulado en el pueblo desde que el primer cabello nació en mi cabeza.

Era la marginada, y siempre lo había sabido y aceptado. Pero cuando Shiloh usó las palabras «no encajas», un oscuro rincón de mi corazón se iluminó. Sus palabras tendrían que haberme hecho sentir rechazada. En vez de eso, sentí esperanza.

Las anteriores palabras de Shuman cobran más peso, son más significativas. Hay tres cosas que no pasan mucho tiempo ocultas: el sol, la luna y la verdad. Mis manos están firmes ahora, ya no tiemblan. En mi interior, una emoción se ha elevado a una nueva altura. Anhelo. Tiene un sonido, un color, un sabor. Es agudo, rojo, picante. Mis dedos firmes presionan mis sienes, empujan al anhelo; pero éste no renuncia a su agarre en mis entrañas.

Una pregunta permanece en esta red confusa en la que se ha convertido mi vida. El fuego que se aviva dentro de mí quema a fuego lento, pero tiene la ambición para calcinar el bosque entero. Quiero saber dónde encajo. Tristemente, ésta es la razón por la que he aceptado el rol como retadora. Quiero decir que ha sido para salvar a mi familia, pero eso es secundario. Aunque no he vivido mucho tiempo, sé que existir en un mundo sintiéndote capaz de mover montañas y que sólo se te permita cavar agujeritos, está mal. Estoy decidida a entender quién soy, por qué soy la única viajera del sueño en mi familia y por qué he sido elegida para pelear contra Zhuang.

Una última mirada, seguida por un trago en mi garganta. Veo la silueta de la casa dentro de mis párpados cuando están cerrados. Su forma. Su luz. Su oscuridad. Suelto este lugar y vuelvo a viajar a mi cuerpo. Levantándome, me siento a un millón de kilómetros desde donde estaba hace unos segundos. Esto facilitará los siguientes pasos.

Camino por la casa de Bob y Steve, eficientemente iluminada por lámparas Tiffany atenuadas. No hay duda de que se han ido, han viajado en sueños. Han dicho que tenían asuntos en Taiwán y en Islandia esta noche. Cierto. ¿Quién no?

Me río mientras mis pies encuentran la alfombra persa. Casi estoy en la puerta trasera. Podría retirarme ahora, volverme a acurrucar en la cama con dosel y levantarme cuando Bob esté haciendo tortitas. Podría dejar atrás todo esto del desafío. Bob y Steve dijeron que ayudarían. ¿Significaba eso que me acogerían mientras mi familia fuera saqueada de su capacidad de soñar, y los Luciditas batallasen contra Zhuang? ¿Por qué debería importarme? ¿Quiénes eran para mí los Luciditas o Zhuang? Pero mi familia... Ojalá quisiera protegerlos, en vez de sentirme obligada. Es difícil ser leal con personas que me llamaban «Ror», abreviatura de «Error». Pero, pese a eso, eran mi sangre, ¿no debería eso unirme a ellos sin importar su crueldad?

Desde el principio, me he cuestionado el porqué de que Bob y Steve socializaran con mi madre. Ellos eran cultos; ella, una adicta a las telenovelas. Y ella tampoco los toleraba, pero aun así insistió en aceptar sus invitaciones a cenas.

—¿Por qué me llevas a rastras a la casa de esa gente? —le pregunté mientras íbamos en coche por la carretera llena de baches.

—Porque te han invitado a que vengas conmigo —dijo.

—Pero, ¿por qué vas tú a esta cena? Acabas de despotricar sobre lo demasiado maravillosos que son.

—Roya, en verdad entiendes muy poco de política —dijo, con su voz cargada de condescendencia—. Y, sinceramente, ¿qué clase de hombre va a profesionales para hacerse la manicura? Es ridículo.

—¿Entonces sólo estás echando a perder mi tarde para que puedas conseguir un cheque jugoso para tu caridad?

—Esto no se trata de la caridad. Lo sabrías si hubieras prestado atención. Se abrirá un nuevo puesto en el Consejo. Si aseguro esta donación, entonces estaré con un pie dentro.

—Aunque, en serio, todo este fingimiento sólo para conseguir dinero, es...

—Fingir que alguien te agrada no es nada —me interrumpió—. No creo que lo entiendas. Nunca se abre un puesto en el Consejo. Haré lo que sea necesario.

Puse mis ojos en blanco.

—Bueno, entonces esperemos que Emily Dickinson tuviera razón y que «la fortuna se gane a pulso».

Sus labios endurecieron hasta formar una fina línea. Casi me encogí al pensar que me abofetearía otra vez.

Mi madre no toleraba a tres clases de personas: mujeres con carrera, hombres que se depilaban las cejas y todo aquel que citara literatura. Le parecía todo demasiado «pretencioso».

Quizá fueron las intolerancias de mi madre las que me hicieron amar a Bob y a Steve a primera vista. Hablaban con sofisticación, pero también con un vívido toque de humildad. Era casi como si pudiera sentir su sinceridad en la más corta de sus palabras. Nadie nunca me había hablado como ellos: con respeto. Cuando me mostraron su biblioteca, los amé incluso más. Y luego me drogaron, me dieron instrucciones estrambóticas y me desperté en un mundo extraño y nuevo donde no estaba segura de qué era real. Diablos, ya ni siquiera sabía quién era yo.

Sabía que los fingimientos de mi madre no importaban porque era ella la que estuvo siendo estafada todo este tiempo. Y, a pesar de eso, yo confiaba en Bob y en Steve. Esos hombres habían hecho un gran esfuerzo para ayudarme... Fueron ellos los que toleraban a mi madre. Y me rescataron cuando mi hermano, Shiloh, estuvo a punto de atropellarme. Fue por ellos que estuve a salvo y supe que no era un monstruo. Era diferente, pero en una forma poderosa. El rol de Bob y de Steve era guiarme en mi primer viaje en sueños para que conociera a Trey, pero habían hecho más que eso. Bob y Steve fueron las primeras personas a las que podía recordar siendo sinceramente amables. Me hiere de veras abandonarlos ahora, pero tengo que hacerlo.

Mi prisa me trae al muelle en menos de un minuto. Muy parecida a Jay Gatsby, estoy de pie sobre el muelle y miro a lo lejos. En algún lugar, en la orilla opuesta, está la casa que acabo de abandonar. A diferencia de Gatsby, no me siento atraída por ella ni suspiro por alguien. Mi oscuro secreto es que siempre he deseado ser Gatsby. Por más roto que tuviera el corazón, y por más horrible que fuera el destino que soportara, admiraba que él amase. Era algo difícil de hacer.

Sentirme insensible hace que sea más fácil balancear mis piernas sobre el lado del muelle y meterme en el frío lago. Mi ropa es un ancla instantánea. La ignoro. Me deslizo por el agua. Después de unas braceadas, volteo y floto de espaldas; mi cabello rubio ondea a mi lado. Realmente debería haber pensado en atar mis largos bucles antes de zambullirme. Cierro mis ojos pero aún puedo ver la brillante luz de la luna penetrando por entre mis párpados. Mis brazos empujan por el agua para mantenerme a flote, y expulso todos los pensamientos indeseados.

Respiro hondo y lo contengo. Lentamente, lo dejo salir y luego inspiro otra vez. Sin saber una específica localización, tendré que usar las ataduras cognitivas para llegar al Instituto. La información que he descubierto a lo largo de los pasados días enlazará mi consciencia con la localización. O podría sencillamente ahogarme. Sólo hay una forma de averiguarlo.

Respiro oxígeno por la nariz hasta llenar mis pulmones, y floto a través de mis pensamientos. Una raza secreta. Gente antigua. Con una utilización superior de su corteza dorsolateral prefrontal. Una sociedad privada dentro de esta población. Una sociedad construida para proteger.

Con la siguiente respiración, mis pensamientos ganan en color. Son dinámicos, cargan con las emociones que atrincheré en ellos cuando fueron almacenados. Una sociedad de viajeros del sueño. Los Luciditas. Siento, más que pienso, su presencia alrededor de mí en las últimas semanas. Era como una mancha en el rabillo de mis ojos. Y siempre desaparecía bajo una inspección más detallada. Me observaban mientras estaba despierta e interactuando con mi familia middling. Más tarde, Trey comentó que no merecía el abuso al que mi familia me sometía. Su voz llevaba una carga de cansancio cuando dijo:

—No mereces ser tratada con tal desdén. Si hubiera algo que pudiéramos haber hecho para intervenir, para protegerte de su abuso, lo habríamos hecho. Espero que lo sepas. —Nunca repliqué. Mi garganta se cerró con la idea de que él había estado observándome desde otro plano de existencia. Y, a partir de ahí, él y los otros oficiales jefes de los Luciditas mantuvieron a raya a Zhuang, mientras que éste acechaba en el bosque, atrayéndome hacia él. Los Luciditas, al igual que Zhuang, manipulan el viento y las mareas.

Respiro una última vez, dejo de nadar y relajo mis músculos. El agua sube por encima de mis mejillas, cubriendo mis ojos cerrados y, luego, mi rostro completo. Como una roca saltando sobre el agua, mi mente viaja por todas las ideas conectadas con los Luciditas. Informadores de noticias. Hechizos protectores. Poderes para convocar. Artemisa. Proyecciones. Percepción extrasensorial. Clarividencia. Ilusiones. Trey. Ren. Shuman. Bob. Steve. Y, finalmente, la piedra hace un último salto antes de caer en picado. Yo. Ellos quieren que yo me una.

No lucho para respirar mientras mi cuerpo se hunde más y más hasta el fondo del lago. He ralentizado mi respiración lo suficiente para que la última respiración me sustente los siguientes minutos. Para distraerme del miedo a ahogarme, pienso en los Luciditas. Tienen un Instituto. Es un lugar seguro. Ahí es a donde voy. Yo seré su retadora y me enfrentaré a Zhuang.

El tirón dentro de mis pulmones expresa su hambre de oxígeno. Todavía me estoy hundiendo. El peso del agua encima de mí es igual a cien edredones. Me están sofocando. No es el momento de sentirse abrumada por el miedo, me digo a mí misma. Pero ahora he usado mi oxígeno reservado. Estoy demasiado profundo bajo el agua; si nado hacia arriba ahora, nunca llegaré a la superficie. Tengo que quedarme tranquila y concentrarme.

Los Luciditas son un pequeño segmento de la población que viaja cuando sueña. Soy una de ellos. Soy lucidita. Soy lucidita. Soy lucidita. Mi cuerpo hace contacto con el irregular fondo arenoso del lago. Soy lucidita. Soy lucidita. Soy lucidita. El suelo, tan frío como el metal, está situado debajo de mi empapada piel. Un bote a motor brama por encima, su motor es acallado por lo que parecen ser leguas de agua. Aunque mi consciencia está estallando con entusiasmo y ansiedad, intento quedarme tranquila. Sin pensarlo, separo los labios y respiro profundo. Soy lucidita. Soy lucidita. Soy lucidita.

—¡Y estás a punto de ser cadáver si no te despiertas! —grita un chico.

Capítulo tres

Luz fluorescente asalta mis ojos.

—¡Venga, tienes que levantarte! ¡Nos estamos quedando sin tiempo! —urge el extraño. Contemplo el halo que sobrevuela su cabeza. ¿He muerto? ¿Es esto el cielo? ¿Es él un ángel?

La preocupación rodea sus rasgos cuando se va alejando. Con la luz ya no directamente detrás de él, el efecto ya no está. El halo desaparece.

Agita sus manos, implorándome que me levante, que lo siga. Si estoy completamente despierta, es seguro que no lo parece. De algún modo, estoy en un estado entre dormida y despierta. Atascada. Todo parece borroso, como si estuviera detrás de una lámina de plástico. Cada acción y voz está enfundada. Amortiguada. Atenuada. Hay un canturreo en mis oídos, como si galones de agua estuvieran presionados contra mis tímpanos. Justo por encima de eso, oigo una voz. Medio dormida, intento distinguir la rítmica melodía.

—¡Lo entiendo! —vuelve a gritar el chico, rompiendo mi concentración—. Eres lucidita. ¡Ahora cierra el pico y ven aquí! ¡Ahora!

Me está gritando a mí. Yo soy la que canturrea. Señala una mesa elevada, con ojos urgentes. Parece algo de la oficina de un doctor. Lentamente, como si estuviera subiendo una capa de la confusión que me envuelve, me reconozco sobre un suelo de metal. Eso es lo último que había sentido antes de despertar. El molesto metal.

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