Atraída por su enemigo - Maisey Yates - E-Book

Atraída por su enemigo E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Ella debía ocultar su vulnerabilidad y controlar la atracción que existía entre ellos desde el primer momento… Cuando el negocio de Elsa entró a formar parte de sus adquisiciones, Blaise Chevalier pensó en deshacerse de él, como solía hacer con las empresas que no generaban suficientes beneficios. Pero entonces conoció a Elsa. Una mujer hecha de una pasta tan dura como él, que se convirtió en una fascinante adversaria con la que pretendía divertirse un poco… Elsa era una mujer orgullosa, fuerte y bella, que estaba decidida a demostrarle a Blaise que se equivocaba acerca de su negocio y de su valía profesional.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.

ATRAÍDA POR SU ENEMIGO, N.º 2155 - mayo 2012

Título original: The Highest Price to Pay

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0089-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

ESTO es todo?

El hombre, alto, moreno y muy guapo que acababa de entrar en la pequeña boutique de Elsa miró con desprecio a su alrededor.

Ella se obligó a sonreír.

–Sí. Toda la ropa es parte de la colección de Elsa Stanton y en estos momentos no es mucho porque estamos trabajando… a nivel local.

La industria de la moda no era precisamente barata y Elsa todavía se estaba abriendo camino en ella, pero al menos podía producir su colección y venderla en su propia tienda, y eso ya era todo un logro.

–Tenía curiosidad por saber qué era lo que acababa de adquirir –comentó el hombre.

–¿Qué quiere decir?

–La marca Elsa Stanton y la tienda, tal y como está.

La voz del hombre era suave y ronca, como si estuviese repitiendo una frase que tenía muy ensayada, aunque, en realidad, fuese ridícula. Y, al mismo tiempo, había en él una autoridad, una aspereza, que hizo que a Elsa le costase expresar lo que tenía en mente.

Lo vio acercarse y se sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago al reconocerlo. Era Blaise Chevalier, inversor despiadado, tiburón empresarial sin escrúpulos y estrella de la prensa amarilla. Era famoso, o más bien infame, en París. Más rico que Midas y más que guapo. De piel color moca, increíbles ojos caramelo y constitución perfecta. Podría haber sido modelo si hubiese poseído esa cualidad andrógina que poseían todos los modelos. No, Blaise era muy masculino, alto y con los hombros anchos, tenía un físico hecho para vestir un traje caro, hecho a medida.

Si no lo había reconocido nada más verlo, era porque las fotografías no le hacían justicia. En carne y hueso era muy distinto a como era en papel. No tenía ese aire de playboy despreocupado, solo un aire siniestro que la hacía estremecerse y una energía sexual que ningún fotógrafo había sido capaz de captar.

Lo vio meterse la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacar unos papeles de color crema, gruesos, no como los que utilizaba ella para imprimir en su despacho. Sintió un escalofrío, pero se puso recta y estiró la mano.

Él le dio los documentos y se quedó mirándola con expresión indescifrable. Elsa leyó y notó cómo el estómago se le caía a los pies y se le nublaba ligeramente la vista.

–¿Le importaría traducirme? No hablo jerga legal con fluidez –le pidió.

–¿En resumen? Que ahora soy el acreedor hipotecario de su negocio.

Elsa notó calor en el rostro, como siempre que pensaba en la importante deuda que había adquirido para poner en pie el negocio.

–Eso ya lo veo. ¿Cómo… ha ocurrido?

Si se lo hubiese dicho otra persona, no lo habría creído, pero conocía a aquel hombre, aunque fuese solo de oídas. Y que estuviese allí con documentos del banco no era buena señal.

–El banco que le dio el préstamo ha sido absorbido por otra institución financiera. Han subastado la mayoría de los pequeños créditos, incluido el suyo. Y yo lo he comprado junto a otros mucho más interesantes.

–Entonces, mi negocio… ¿no le interesa? –le preguntó Elsa, apartándose un mechón de pelo rubio del rostro y sentándose en una de las sillas destinadas a los clientes.

–Podría decirse así.

Ella pensó que las cosas no podían irle peor.

Blaise Chevalier tenía fama de despiadado y caprichoso, de ser capaz de traicionar a su propio hermano con toda frialdad. Aplastaba empresas, ya fuesen grandes o pequeñas, si no le parecían rentables.

Y era el dueño de su boutique, de su taller, de su apartamento… hasta de sus máquinas de coser. De todo lo que a Elsa le importaba en la vida.

–¿Y a qué conclusión ha llegado? –le preguntó esta, poniéndose en pie de nuevo.

No podía venirse abajo en esos momentos. Había demasiado en juego. Su carrera, su colección, su vida. Todo por lo que había trabajado, un sueño que no estaba dispuesta a perder.

–Yo me dedico a hacer dinero, señorita Stanton. Y su boutique y su colección no hacen el dinero suficiente para cubrir los gastos y hacer que pueda ganarse la vida decentemente.

–Pero lo harán. Solo necesito un par de años. Con un poco de publicidad tendré una importante cartera de clientes y podré empezar a llegar a las pasarelas.

–¿Y después?

–Y después…

Elsa conocía la respuesta a aquella pregunta. Lo tenía todo planeado, hasta el color del vestido que llevaría a la Semana de la Moda.

–Después iré a la Semana de la Moda de París, a la de Nueva York, a la de Milán. Mi colección se venderá en más tiendas. Lo tengo todo en una carpeta, si quiere ver mi plan de negocio a cinco años.

Él la miró como aburrido, sin interés.

–No puedo esperar cinco años a que me devuelva el préstamo. Y, por lo tanto, usted tampoco dispone de cinco años.

Aquello la enfadó.

–¿Qué quiere que haga, que me pasee por la calle con un cartel para dar publicidad a mi negocio? –inquirió–. Todo necesita su tiempo. La industria de la moda es muy competitiva.

–No, estaba pensando en algo con más… clase –le dijo él en tono burlón–. A buscar una clientela más exclusiva, que no se limite a turistas y mochileros.

Su acento francés, que en otros hombres era encantador, sonaba diferente en él. Más duro. Y había algo más en su manera de hablar, un toque más exótico y fascinante.

Aunque eso no cambiaba el hecho de que hubiese entrado en la boutique como si fuese suya y luego le hubiese comunicado que, de hecho, era suya.

–¿Para qué, si me va a pedir que le devuelva un dinero que no tengo? –le preguntó Elsa.

–Yo no he dicho que vaya a hacer eso. He querido decir que espero que obtenga más ingresos en mucho menos de cinco años.

–¿Y se le ocurre algún truco de magia para conseguirlo?

Elsa sabía tratar a las personas como él, que pensaban que podían controlar a todo el mundo. Había aprendido por las malas a no tener miedo y a no mostrar ninguna debilidad.

–No me hace falta la magia –respondió él, sonriendo de nuevo.

No, claro que no. Además de ser famoso por su dureza, también lo era por haber abandonado la empresa de servicios de inversión de su padre para montar una propia.

En más de una ocasión, mientras luchaba por seguir adelante, Elsa había leído algún artículo acerca de él en un periódico y se había preguntado cómo habría conseguido tanto éxito solo.

–¿Sin polvos mágicos? –le preguntó, cruzándose de brazos.

–Solo los débiles necesitan suerte y magia –contestó él–. El éxito es para quienes actúan, para quienes hacen que las cosas ocurran.

Y, sin duda, él hacía que las cosas ocurriesen, y sin remordimientos.

–¿Y qué es exactamente lo que quiere que ocurra con mi empresa? –le preguntó Elsa con un nudo en el estómago.

Sabía que iba a perder el control del negocio o que, con un poco de mala suerte, iba a quedarse sin nada.

Sin taller. Sin tienda. Sin fiestas. Sin los amigos que había conseguido gracias al pequeño nombre que se había hecho. Estaba al borde del vacío. Ya había salido de él en una ocasión y no quería volver a caer.

–Tengo que admitir que la industria de la moda me interesa muy poco, pero su empresa estaba en el paquete de créditos que adquirí, así que investigué un poco y me di cuenta de que, tal vez, hubiese llegado el momento de empezar a tenerla en cuenta. Es mucho más lucrativa de lo que había pensado.

–Si juegas bien tus cartas, sí, se puede ganar mucho dinero.

Aunque para ella no era tan importante el dinero como el éxito.

–Si juegas bien tus cartas, pero usted no es precisamente una maestra en el juego, mientras que yo sí que lo soy.

Blaise se acercó más y pasó la mano por el respaldo de madera de la silla en la que Elsa había estado sentada. Esta retrocedió un paso, consciente de cómo movía él la mano por la madera labrada, casi como si la estuviese tocando a ella. Se le aceleró el corazón.

–No soy una novata. Estudié empresariales y diseño. Tengo un plan de negocio y un par de inversores.

–Inversores pequeños que carecen de contactos y de la financiación necesaria. Necesitas más que eso.

–¿Qué necesito?

–Publicidad y efectivo para que tu plan a cinco años lo sea a seis meses.

–Eso no es…

–Lo es, Elsa. Yo puedo hacer que estés en la Semana de la Moda de París al año que viene y, hasta entonces, que tu colección aparezca en portadas de revistas y vallas publicitarias. Una cosa es tener tu boutique propia y otra muy distinta, tener una distribución y un reconocimiento mundiales. Yo puedo darte eso.

Elsa notó que perdía las riendas, perdía el control. Apretó los dientes.

–¿A cambio de qué? ¿De mi alma?

Él rio.

–Ya dicen por ahí que he perdido la mía propia, así que no tengo interés en la tuya. Se trata de dinero.

Para ella, era más que eso. El dinero era solo dinero. Podía ganarlo de muchas maneras. Para Elsa se trataba de convertirse en alguien. No quería que aquel hombre, ni nadie, participase en su negocio, ni en sus logros.

No lo quería, pero tampoco era tonta.

Tenía que devolver un importante préstamo y para devolverlo necesitaba tener éxito.

–¿Cree que puede darme órdenes?

–Sé que puedo. Como acreedor, tengo que estar satisfecho con el negocio. Y por el momento, no estoy convencido –le dijo Blaise, volviendo a mirar la boutique con desprecio.

Como si no fuese nada. Como si Elsa no fuese nada. Esta sintió que le ardía el estómago de emoción, de ira, de impotencia. De miedo. Lo que más odiaba era el miedo. En teoría, hacía mucho tiempo que había dejado de tener miedo.

–¿Y si no quiero que usted dirija mi negocio? –preguntó.

–Entonces, desconectaré. No puedo perder el tiempo con un negocio que no va a ir a ninguna parte y no soy de los que se sientan a esperar.

–Pero cobraría intereses por la inversión, ¿no?

–Un veinticinco por ciento.

–Eso es un robo –replicó Elsa.

–En absoluto. Trabajaré para ganarme ese dinero y esperaré que tú también lo hagas.

–¿Y pretende que haga lo que usted me diga?

Él agarró la silla con fuerza.

–Considérate afortunada, Elsa. En otras circunstancias, te cobraría muy caro por aconsejarte. En este caso, si tú no ganas dinero, yo tampoco. Me parece más que justo.

–¿Y pretende que le dé la gracia por la OPA hostil?

–No es en absoluto hostil. Son negocios. Yo invierto donde hay beneficios, y no pierdo el tiempo si no los hay.

Elsa recorrió la boutique con la vista. No podía reducirla a cifras y proyectos porque, para ella, era mucho más, pero él lo había hecho.

E iría todavía más lejos. El brillo de sus ojos y la firmeza de su mandíbula le hicieron saber que no debía tomárselo a la ligera.

–Sales bastante de noche, ¿verdad?

Blaise vio cómo Elsa se ponía tensa y apretaba los labios pintados de rosa. No le gustaba que la juzgasen. De hecho, lo que no le gustaba era que él estuviese allí.

Pero no podía negar que si había llegado a donde estaba era porque había asistido a una fiesta importante. Al parecer, iba a casi todos los eventos que tenían lugar en París, al menos, a los que conseguía entrar, que, según había averiguado Blaise, eran casi todos. Una guapa heredera estadounidense con un pasado trágico siempre era bienvenida. Y Elsa se aprovechaba de ello.

–Se llama promocionarse, ¿no hemos hablado ya de ese tema? –inquirió ella, arqueando una ceja.

Sí, era muy guapa, era de constitución delgada, tenía los ojos azules y brillantes, perfilados en tono azul, que hacía que pareciesen todavía más grandes, más felinos. Era evidente que no le importaba llamar la atención. Iba vestida con un vestido negro corto con el que lucía sus largas piernas y unos botines abiertos por la punta que dejaban al descubierto las uñas de los pies, pintadas de rosa.

Blaise sintió deseo, pero lo contuvo. No estaba allí para eso, sino para hacer negocios. Y hacía mucho tiempo que había aprendido a separar ambas cosas.

–Es ineficaz –comentó–. Hace que aparezca tu nombre en las revistas, pero no te eleva al nivel al que esta boutique sugiere que deseas estar.

–En estos momentos solo necesito que mi nombre aparezca en las revistas. Yo ya hago todo lo que puedo para suscitar el interés por la marca Elsa Stanton.

–Pues no es suficiente.

–Gracias.

–Te rebaja.

Ella abrió mucho los ojos.

–Así dicho, parece que me dedique a bailar encima de una mesa mientras grito el nombre de mi empresa. Siempre me comporto de manera profesional.

–Tienes que rodearte de clientes en potencia. Dime, ¿esa gente con la que estás en las fiestas viene después a gastarse el dinero en tu boutique?

–Algunos…

–No los suficientes. Necesitas tener contactos en la industria. Contactos con la clientela que quieres en realidad.

–Estoy trabajando en ello, pero no todos los días me invitan a eventos exclusivos –comentó, cambiando el peso del cuerpo de pierna y apoyando una mano en su cadera.

Fue entonces cuando Blaise lo vio. La piel rosada y brillante que contrastaba con la cremosa perfección de sus dedos. Eso era lo que la había hecho famosa nada más llegar a París. Que era una heredera norteamericana que hacía gala de su dolor como si fuese un trofeo e intentaba sacar provecho de las cicatrices y de su tragedia personal. Los medios de comunicación se interesaban por su triste historia, por el incendio que la había marcado, y ella se aprovechaba de las circunstancias.

Una cualidad que Blaise admiraba. Al darse cuenta de que había adquirido su préstamo, había pensado que no podía perder el tiempo con una niña mimada que estaba jugando a ser diseñadora.

Pero después de ver las cifras de ventas y de hablar con un par de profesionales de la industria, que le habían asegurado que Elsa tenía talento, había cambiado de impresión. No estaba jugando, era buena.

Estaba trabajando duro para tener éxito, pero él sabía que podía ayudarla a ir más lejos.

Lo importante eran los beneficios. Y él iba a sacar los máximos beneficios posibles de Elsa Stanton.

–Pero a mí sí que me invitan. Y sé qué hacer cuando se presentan las oportunidades. Ya tengo contactos con los que tú solo podrías soñar. Habrás leído acerca de mi capacidad para aplastar empresas si es necesario, pero también sé levantarlas. De hecho, se me da estupendamente. La única cuestión es cuál de mis habilidades quieres que emplee con la tuya.

–¿Qué quiere a cambio? –le preguntó ella entre dientes.

–Muy sencillo. Que, cuando se trate de negocios, hagas lo que yo te diga. Al pie de la letra.

–Entonces, lo que quiere es tener el control, ¿no? No es tanto –le dijo ella con naturalidad.

–Lo que quiero es que tu marca se convierta en una marca conocida. Que todo el mundo al que le interese el mundo de la moda quiera tener algo de la siguiente colección de Elsa Stanton. Que tu ropa se venda en todas partes, tanto en boutiques de alta gama, como en centros comerciales. Y si tengo que asumir el control para conseguirlo, lo haré.

–¿Y si pudiese devolverle el préstamo?

–¿Preferirías seguir trabajando sola a aprovechar esta oportunidad?

–Es mi negocio, no una oportunidad para que usted gane dinero –le dijo ella, respirando con dificultad.

Blaise no pudo evitar fijarse en cómo ascendían sus pechos, y bajar después la vista a su estrecha cintura y a la curva de sus caderas. Era una pena que no mezclase el placer con los negocios.

–¿Crees que alguien te prestaría el dinero en estos momentos, Elsa?

Ella palideció.

–Supongo que no, pero mi plan de negocio es bueno y…

–Es un plan con muchas variables, me parece. Y aunque, en general, puede salir bien, no va a ser una garantía suficiente para ningún banco. Has acumulado mucha más deuda desde que pediste el préstamo.

–La moda siempre es cara. Lo último que he hecho me ha costado mucho dinero y solo he recuperado parte de la inversión.

Se dio cuenta de que no tenía elección, si no quería perderlo todo.

Respiró hondo e intentó recuperar la serenidad.

–Estoy dispuesta a trabajar con usted en lo que sea necesario para asegurarnos el éxito.

Blaise sonrió con malicia. Sabía que no estaba tranquila, sino más bien enfadada. Tenía los puños cerrados.

–No te lo tomes de manera personal, Elsa. Solo se trata de ganar dinero. Si en algún momento queda claro que no vamos a ganarlo, abandonaré el proyecto.

Elsa tendió la mano y él se la agarró con fuerza, haciéndole sentir como un latigazo que la dejó con las rodillas temblorosas.

Levantó la vista y lo miró, y vio calor en sus ojos. Atracción. Él miró sus manos unidas. La suya era grande y morena, la de ella, pequeña y pálida. Le acarició con el dedo pulgar una de las cicatrices que tenía en el dorso.

Elsa dejó de sentir calor y se estremeció. Notó cómo la invadía el frío y apartó la mano.

–Será un placer hacer negocios contigo –le dijo Blaise sin apartar la vista.

Capítulo 2

AQUÍ es.

Elsa abrió la puerta de su taller y entró delante de Blaise. Habían pasado un par de días desde su primer encuentro en la boutique.

Él había tenido tiempo de valorar algunas de las otras empresas de las que era acreedor y de asegurarse que quería centrarse en la de Elsa. Cuanto más se había informado al respecto, más se había convencido de que era la que más potencial tenía.

Esa mañana, cuando la había llamado y le había pedido ver el taller, ella se había molestado. Incluso en esos momentos evitaba mirarlo. A Blaise le resultaba divertido.

El taller era espacioso y tenía el mismo estilo que su dueña. El techo era negro y las vigas de acero que lo recorrían eran de colores brillantes. Le recordaba al modo en que iba vestida Elsa.

En esa ocasión se había puesto unos leggings negros y una camisa larga con un cinturón. Y a Blaise le costó trabajo apartar la mirada de su redondeado trasero.

–Aquí tengo todas las muestras y los patrones –le explicó esta, llevándolo hacia la pared del fondo, en la que había rollos de tela de muchos colores.

–Tienes una gran colección.

Ella puso los brazos en jarras y expiró.

–Sí, pero es un trabajo caro. Tengo un par de inversores, pero solo para empezar necesité mucho dinero y los desfiles son… bueno, que no puedo permitírmelos.