Su amante secreto - Maisey Yates - E-Book

Su amante secreto E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Hacía frío afuera... pero estaban jugando con fuego La relación de la directora ejecutiva Florence Clare con Hades Achelleos era... complicada. Durante el día, su enemigo corporativo era el mismísimo diablo, su rivalidad una leyenda que acaparaba los titulares. Por las noches, se entregaban a una aventura clandestina. Igualmente, brillantes, igualmente testarudos, eran la rebelión prohibida del otro. Hades era el fuego personificado y Florence sabía que si la aventura se hiciera pública sería desastroso. Pero esas Navidades, dos pequeñas líneas de color rosa amenazaban con revelar su secreto más oscuro. Estaba embarazada y los paparazis intuyeron el escándalo cuando el magnate griego anunció el nombre de su futura esposa.

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2024 Maisey Yates

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Su amante secreto, n.º 3165 - mayo 2025

Título original: Pregnant Enemy, Christmas Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9791370005702

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

FLORENCE apretó la correa del bolso mientras esperaba que el ascensor llegara a su destino. No debería estar tan nerviosa, ya que estaba más que preparada para aquello.

La descarga de adrenalina en sus venas era más energizante que cualquier dosis de cafeína, más electrizante que un trago de whisky, y no podía quedarse quieta. Afortunadamente, no había nadie en el ascensor, de modo que podía cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro mientras esperaba.

Nunca se atrevería a mostrar nerviosismo, o cualquier otra emoción, en un sitio público, donde los medios podrían aprovecharse de ello.

Podía imaginar los titulares.

 

¡Florence Clare pierde los nervios!

¡La heredera de Martin Clare sucumbe a los sentimientos!

¿Son las mujeres demasiado emocionales para ser directoras ejecutivas?

 

Preferiría la muerte. Bueno, la muerte no. Pero sería insoportable.

El ascensor llegó a la primera planta. Sonó una campanita y Florence se miró en el espejo.

Ni un pelo fuera de su sitio. Nunca debía arriesgarse a parecer humana. Tenía que ser una directora ejecutiva guapa, amable, fría, perfecta. No era justo, pero nada en la vida lo era. Era una privilegiada y lo sabía, de modo que no iba a perder el tiempo quejándose de la desigualdad que experimentaba cuando había tantas mujeres en una situación mucho más desesperada. Lo único que podía hacer era intentar cambiar la situación teniendo éxito.

Ese día estaba jugándose un contrato con la NASA. La prensa estaría allí. Esperaban un espectáculo y ella estaba dispuesta a dárselo.

Salió del ascensor y recorrió el pasillo. Sabía que tenía un aspecto impecable con su traje negro, hecho a medida y perfectamente planchado. Ni una sola arruga. Había ido acostada en el asiento trasero y cuando llegaron al aparcamiento subterráneo del hotel prácticamente había salido rodando del coche para evitar que se arrugase.

Durante los últimos cinco años ni siquiera podía arriesgarse a estornudar en público porque una mala foto podría dar lugar a un titular poco favorecedor.

Desde que su padre murió y se hizo cargo de la empresa Edison había estado vigilada por la prensa, pero se había entrenado para ello durante toda la vida.

Y la verdad era que le encantaba. Bueno, no todo. Pero casi todo.

Le gustaba imaginar que era como ser torero o boxeador. Drogarse de adrenalina, anticipándose a la batalla. Sentirse cautivado por el rugido de la multitud, anhelar la pelea, el impacto de tu puño golpeando al oponente.

Sí, eso era lo que más le gustaba.

Florence se acercó a las puertas de la sala de conferencias, con el corazón acelerado. Sonrió. Impecable, como tenía que ser.

Invulnerable.

Esa era la imagen que debía dar. Como mujer, poseer belleza era útil. La belleza era una máscara que podía ponerse por la mañana y quitarse por la noche. Se conseguía con el maquillaje perfecto, con los elegantes trajes de chaqueta.

Pero lo más importante, lo más esencial, era nunca, jamás, mostrar debilidad.

Como directora de una de las empresas más importantes del mundo, tenía que ser femenina, guapa y competente. Nada de atributos femeninos. No podía tener un grano por temor a que alguien adivinase que estaba con la regla, y tampoco podía sufrir un arrebato emocional. Tenía que ser mujer solo de nombre o su competencia se pondría en duda.

Florence nunca permitiría que eso sucediera.

Los dos hombres que flanqueaban las puertas de la sala de conferencias se apartaron para abrirlas y el tiempo se detuvo.

Era la pausa antes de la batalla.

Iba a reunirse con su enemigo en esa sala para la primera de una serie de presentaciones para la NASA. El objetivo era conseguir lucrativos contratos basados en la tecnología de cohetes espaciales que ambas empresas habían cultivado.

Los medios parecían pensar que estaba molesta por tener que enfrentarse a él de nuevo, pero la verdad era que Florence lo disfrutaba. Nunca había querido pelear con alguien que no estuviera a su altura. Podía odiarlo con todo su ser, pero también era el único hombre lo suficientemente fuerte como para ser un buen contrincante.

En los negocios, la guerra era la única forma de divertirse.

Florence atravesó la sala y todas las cámaras se centraron en ella. Giró la cabeza y allí estaba él.

Hades Achelleos.

El mismísimo diablo.

Iba vestido de negro, igual que ella, el pelo oscuro peinado hacia atrás. Tenía el rostro de un ángel caído, tan hermoso que resultaba casi desconcertante, algo que la prensa solía destacar.

Pómulos marcados, mandíbula cuadrada, era alto y musculoso. Poseía todos los rasgos que, por regla general, se consideraban atractivos en un hombre.

Lo conoció cuando él tenía diecisiete años y ella catorce, en un evento benéfico al que sus padres los habían arrastrado. Sus padres, Theseus Achelleos y Martin Clare, se habían odiado. Aunque también les encantaba pelearse entre ellos.

La rivalidad entre los dos empresarios era materia de leyenda.

Ambos comenzaron con cadenas hoteleras, expandiéndose a viajes, cruceros, aerolíneas, energía. Lo que uno hacía, el otro intentaba mejorarlo. Hasta que llegaron donde estaban en ese momento, a la cima de la industria, con sus hijos al mando. Continuando con sus legados y con la despiadada rivalidad que tanto habían disfrutado.

Florence tenía prejuicios contra él antes del primer encuentro. Desde entonces, Hades se había encargado de que lo odiase no solo por rivalidad profesional sino por su personalidad.

Arrogante.

Insufrible.

El verdadero dios del infierno.

–Hola, señorita Clare.

Hades le ofreció su mano y ella la estrechó como había hecho mil veces.

–Señor Achelleos.

La sala estaba llena de científicos, ingenieros, inversores y medios de comunicación. Todo estaba organizado para una charla tipo panel que la convertiría en algo parecido a un debate.

Hades y ella se dirigieron al frente de la sala y tomaron asiento. Florence lo miró y se le encogió el estómago. Incluso su perfil era arrogante y eso hizo que pusiera más empeño en la batalla.

Un moderador los presentó; la presentación era una formalidad, claro. Todos sabían quiénes eran.

Y entonces llegó el momento.

–La empresa Edison se encuentra en la posición perfecta para ser pionera en la próxima ola de exploración espacial. Nuestros viajes espaciales comerciales han tenido éxito y nuestro próximo prototipo indica que será posible aumentar la accesibilidad de los vuelos…

–Todo eso está muy bien –la interrumpió Hades–. ¿Pero es necesario que el espacio sea accesible a las masas o debe seguir siendo el bastión de los científicos? No es que los turistas británicos puedan tumbarse a tomar el sol en las arenas de Marte.

Florence intentó disimular su irritación.

–Ese no es el objetivo de los viajes espaciales y usted lo sabe, señor Achelleos. ¿O está diciendo que la educación y el desarrollo es territorio exclusivo de los millonarios?

–No creo haber dicho eso, señorita Clare. Más bien estoy sugiriendo que, al igual que la Gran Barrera de Coral y el Ártico, tiene sentido evitar que masas de humanos se arrastren sobre algo virgen como hormigas en una merienda campestre.

Florence lo odió aún más. Por mucho que su ácida réplica encendiese un fuego en ella. Un fuego que le encantaba, un fuego que necesitaba.

A veces se preguntaba si sería posible funcionar tan bien como lo hacía si no fuera por el odio que sentía hacia él, por la emoción de tener un enemigo.

–¿Tiene algo que aportar, señor Achelleos, o solo está aquí para criticar mi propuesta?

Hades dirigió su atención a los congregados.

–Mercury no está dedicando recursos a la comercialización del espacio. Más bien, está centrándose en la creación de naves espaciales con el más alto nivel de instrumentos científicos a bordo.

Como si ella no hubiera pensado que la NASA querría lo último en instrumentos científicos. Y lo dijo en voz alta, pero no como una adolescente indignada. Aunque así era como se sentía. Como si todas sus emociones estuvieran a flor de piel. Imprudentes, difíciles de manejar.

–Pensar que facilitar el acceso equivale a perder algo es el colmo de la arrogancia y el privilegio.

–Ese es un idealismo que la ciencia no puede permitirse.

Gancho de izquierda. Gancho de derecha.

–El idealismo es parte de la exploración espacial.

–Y ser práctico es lo que previene las catástrofes, señorita Clare.

Golpe cruzado.

Por fin, la presentación concluyó y la sala estalló en aplausos. El destello de las cámaras la cegó por un momento.

Florence miró a Hades.

Esos ojos negros siempre eran insondables.

Podía escuchar los latidos de su propio corazón y, por un momento, pensó que él podía oírlos también.

–¡Señorita Clare! –gritó un reportero–. Si no consigue el contrato con la NASA, ¿detendrá eso el brazo espacial de Edison?

Florence dirigió toda su atención al periodista.

–En absoluto. Estamos comprometidos a mantenernos a la vanguardia de los viajes espaciales. La ciencia innovadora que hemos empleado en nuestro programa de cohetes ha dado lugar a vuelos comerciales más largos y aviones más rápidos. Es una investigación que afecta a otros sectores de la industria.

–¡Señor Achelleos! Si obtiene el contrato, ¿qué significará eso para la Súper Nave que se dará a conocer dentro de cuatro años?

Hades movió una mano, como si estuviera apartando enredaderas en la jungla.

–La financiación de la Súper Nave es totalmente independiente. Mercury tiene los recursos necesarios para lograr múltiples avances a la vez.

–Veo que el océano no es tan sagrado para usted como lo es el espacio, señor Achelleos –dijo Florence, irónica.

–Y yo no veo una credencial de prensa, señorita Clare.

Los ojos negros se posaron en sus pechos, como si estuviera buscando la credencial, y Florence tragó saliva, sintiendo que le ardían las mejillas.

–Me gustaría hacerle una pregunta –dijo luego, dirigiéndose al periodista–. ¿Por qué me ha preguntado a mí qué haría si perdiese el contrato y a él qué haría si lo consiguiera? ¿Que el señor Achelleos sea un hombre lo convierte en una conclusión inevitable?

–No, para nada. Yo solo… –farfulló el periodista.

–Tal vez ha sido la calidad de mi presentación –intervino Hades.

–O tal vez lo que tiene en los pantalones –replicó Florence, gélida.

Él la miró fijamente durante un segundo. Luego otro.

«Tú sabes lo que quería decir».

No estaba pensando en eso, solo estaba diciendo que era una conclusión sexista y él debería saberlo.

Cuando terminó la ronda de preguntas, Florence estaba sin aliento. No se parecía a nada más. Era una batalla y ambos eran tan inflexibles como el acero.

Se levantaron de la mesa y se despidieron con un apretón de manos. Florence salió de la sala y se dirigió al ascensor. El silencio era como una manta que se posaba sobre ella, asfixiándola.

Le zumbaban los oídos. El silencio era tan discordante después de una hora tan frenética.

No sabrían nada sobre el contrato con la NASA hasta que hicieran algunas presentaciones más. La próxima no sería pública, pero ella ya lo tenía todo preparado.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Mientras se dirigía al coche negro que la esperaba sacó el móvil del bolso y leyó el mensaje que acababa de recibir.

El hotel Tomlin. Ático Uno.

La llave virtual ya estaba en su teléfono, así que podía subir directamente sin tener que pasar por recepción.

El tráfico era un infierno, pero así era Washington.

Florence sacó un espejito del bolso y se retocó los labios. Llevaba una bolsa de viaje y pensó cambiarse de ropa allí mismo en lugar de salir del coche con el traje arrugado. Pero con el elaborado conjunto de ropa interior que llevaba debajo, tal vez no sería buena idea.

Mientras el coche avanzaba lentamente entre el tráfico, repasó lo que había ocurrido unos minutos antes. La expresión de Hades cuando recibía un golpe, el placer cuando él se lo devolvía.

Sintió una nueva descarga de adrenalina cuando el coche se detuvo frente al edificio histórico de ladrillo rojo con ventanas de un blanco intenso.

Salió del coche, entró en el exclusivo hotel y le aseguró al botones que no necesitaba ayuda antes de subir al ascensor. Unos segundos después, desbloqueó la puerta con el móvil y entró en la suite.

Era fantástica. El sofá sin brazos junto a la ventana, mullido y perfecto. Entró en el dormitorio y vio una enorme cama con dosel. Sonriendo, arrastró las yemas de los dedos por las cortinas de terciopelo, por la madera brillante del cabecero.

Volvió a la sala de estar cuando oyó el ruido de la puerta y allí estaba.

Vestido de negro.

Se le puso el corazón en la garganta.

–Hades.

Era hora de que comenzase la verdadera batalla.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL TRÁFICO era una pesadilla –dijo Hades, aflojando el nudo de su corbata.

–Lo sé.

Y la descarga de adrenalina alcanzó su punto máximo.

Porque aquello era lo que habían estado buscando durante todo el día. Ese era el verdadero espectáculo, el que nadie más vería. Del que nadie sabría jamás.

Intentando calmarse, Florence decidió hablar de aspectos prácticos.

–¿La habitación está registrada a nombre…?

–Ninguno de nuestros nombres.

–¿Y tú…?

–He entrado por la puerta de servicio.

Hades Achelleos era un hombre de sangre aristocrática y noble, pero usaba entradas de servicio, salidas de incendios y callejones.

Por ella.

Sería tentador tomárselo como algo personal, pero Florence sabía por experiencia que con Hades nada era personal. Especialmente cuando sentía que podría quemarla viva.

Era el fuego personificado. No podía evitar quemar todo lo que tocaba.

A veces se decía a sí misma que si pudiera volver al momento en que lo arruinó todo por primera vez, lo haría. Que tomaría una decisión diferente esa noche.

Perdería su virginidad con un camarero o con cualquier chico al que hubiera conocido en la playa.

Pero, en el fondo, sabía que no lo haría.

Porque pelearse con él en una sala de juntas era emocionante. Pero aquello… aquello lo era todo.

Hades cruzó la habitación de una zancada, como un gran felino acechando a su presa. Sin embargo, una presa huiría y ella no estaba huyendo.

Sus labios chocaron con los suyos un segundo después.

Victoria.

Lo tenía bajo su hechizo tanto como él la tenía bajo el suyo y, aunque a veces se sentía impotente, una yonqui adicta a ese tipo de placer, sabía que él no era mejor. Y eso la animaba.

Estaban hechos el uno para el otro. En los negocios y en el dormitorio.

Hades la empujó contra la pared, acariciándola con sus ásperas manos mientras le arrancaba la ropa. El traje que había tenido tanto cuidado de no arrugar. Se lo quitó a toda prisa y lo tiró al suelo como si nada.

Revelando lo que llevaba debajo.

Su expresión era salvaje. No se había cambiado en el coche porque era demasiado complicado, pero no había contado con ese momento y se alegró de no haberlo hecho. Porque ahora Hades lo sabía.

–¿Has llevado esto todo el tiempo?

Un corsé con copas totalmente transparentes y un tanga a juego. Liguero y medias negras. El tipo de cosas que él encontraba demasiado elaboradas cuando lo único que quería era estar dentro de ella.

Conocía a Hades lo suficiente como para saber que si no se lo ponía difícil no sería tan emocionante. A veces le daba lo que quería: a ella desnuda bajo la ropa para que no hubiese espera. Y otras veces…

Si no se lo ponía difícil no era tan divertido. Por eso a veces le gustaba incitarlo, provocarlo, llevarlo al límite.

Florence asintió con la cabeza y Hades levantó su barbilla con un dedo, obligándola a mirarlo a los ojos.

–Eres muy mala.

–Eso es lo que te gusta.

Estaba besándola de nuevo y era un alivio estar atrapada entre la dura pared y el muro de su torso. Estar entre sus brazos.

Había pasado un mes desde la última vez que hicieron aquello y desde entonces todos los días habían sido una tortura. Cuando entró en la habitación y vio el sofá sin brazos supo lo que pretendía hacer en él. La pondría allí de rodillas para que le resultase más fácil tomarla por detrás.

Y la cama con dosel… ah, sí, también conocía sus intenciones en esa cama. Probablemente pasaría la noche atada a uno de los postes.

Pero primero…. primero aquello. Aquel tren desbocado de deseo. Tenían que quedar satisfechos. Tenía que ser ardiente, rápido.

Florence sabía que los dos estaban igualmente desesperados.

Hades acarició sus senos, apretándolos, deslizando esas ásperas manos por su cuerpo mientras dejaba un ardiente rastro de besos por su cuello.

Florence tiró de la corbata, de la impecable camisa blanca, deshaciéndose de sus capas mientras él la despojaba de las suyas hasta quedar solo con el tanga y las medias. Su cuerpo era tan duro, tan musculoso.

Había cambiado con el paso de los años.

Lo recordaba a los veintiún años, diez años antes. Esbelto y ágil, el hombre más hermoso que había visto nunca. Hades había sido el protagonista de todo tipo de fantasías sexuales por aquel entonces. Estaba obsesionada con él. Era bochornoso.

Ahora era más ancho, más grande. Más duro. El vello oscuro de su torso se extendía por un abdomen plano de abdominales marcados.

Sus ojos se encontraron con los ojos negros de Hades y se quedó sin aliento. ¿Por qué siempre la dejaba sin aliento? Quizá más ahora que entonces. Quizá más ahora que nunca.

Él metió una mano entre sus piernas, donde sabía que la encontraría mojada. ¿Cómo podría ser de otro modo? No había necesidad de juegos previos. Habían tenido horas de eso durante la reunión.

Viendo cómo respondía con facilidad a cualquier pregunta, cómo usaba su agudo intelecto para anular a cualquier competidor, incluyéndola a ella. Florence lo daba todo, siempre lo hacía, pero sobre todo con Hades. Sobre todo con él.

Bajó la mano para acariciar su duro miembro por encima del pantalón y él dejó escapar un gruñido, inclinándose para morder su cuello mientras la acariciaba entre los muslos. El placer era tan ardiente, tan intenso. Mejor que nunca.

La penetró con un dedo y, mientras lo movía en su interior, no dejaba de mirarla a los ojos.

–Esto es lo que querías, ¿verdad? –preguntó con tono áspero–. Mientras respondías a todas las preguntas solo pensabas en tenerme dentro de ti.

–Es verdad –murmuró ella–. Pero tú estabas pensando en estar dentro de mí.

Hades la agarró del pelo y tiró hacia atrás de su cabeza para besarla bruscamente.

Su pelo rubio, que había estado perfectamente peinado, ahora estaba desgreñado.

Por su culpa.

Alabado fuera.

Arqueó los senos hacia su torso, frotando sus sensibles pezones contra el áspero vello oscuro. Él seguía acariciándola entre las piernas, introduciendo un segundo dedo dentro de ella, llevándola al límite una y otra vez. No podía soportarlo. Había pasado demasiado tiempo.

Hacía demasiado tiempo que no se tocaban. Hacía demasiado tiempo que no lo sentía dentro de ella.

–Hades.

Murmuró su nombre a modo de súplica.

–Tendrás lo que quieres cuando esté listo para dártelo –dijo él.

Florence metió una mano bajo el pantalón para agarrar su miembro y lo apretó, sabiendo que también ella podía llevarlo al límite. Dejaba que Hades tomase el mando porque le gustaba su virilidad, su fuerza.

Pero sabía bien que también ella podía tomar el mando.

Y eso hizo. Acariciándolo desde la base del erguido miembro hasta la punta con movimientos lentos y rítmicos hasta que sintió que empezaba a temblar. Hades se apartó un momento y regresó con un preservativo que se puso a toda prisa. Después, apartó a un lado el tanga, agarró su miembro y se deslizó en ella lentamente. La llenó, haciéndola gemir de deseo antes de retirarse para volver a embestirla con fuerza.

Era duro. Era un castigo. Era perfecto.

La liberación que ambos necesitaban.

Corrían hacia ella, jadeando, con la respiración entrecortada.

En la sala de conferencias tenía que usar una máscara. Allí era libre. Incluso cuando la apretaba entre sus fuertes brazos, era libre.

Hades susurraba cosas sobre su boca. Cosas sucias y explícitas que la hacían estremecerse y gritar con cada embestida.

Cuando cayeron al abismo, él dejó escapar un gruñido y Florence no pudo contener un grito agudo. La cascada de placer era casi insoportable.