Atrapada con su jefe - Joss Wood - E-Book

Atrapada con su jefe E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

Bianca 3021 ¿Cuál era el protocolo… cuando una estaba atrapada en medio de una tormenta de nieve con su jefe? Con dos hermanas a las que cuidar, Lex Satchell no podía arriesgar su puesto de trabajo como conductora en Industrias Thorpe. Olvidarse de la ridícula atracción que sentía por su jefe, Cole Thorpe, era esencial, aunque resultaba evidente que la atracción era mutua. Ir con él a una lujosa estación de esquí sería una tortura. Pero todo cambió cando una tormenta de nieve los aisló de la realidad. De repente, dar rienda suelta a la pasión era inevitable, pero Lex nunca imaginó que Cole le abriría su endurecido corazón o que lo que veía en ese corazón la haría soñar con algo más que un par de noches de pasión.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Joss Wood

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atrapada con su jefe, n.º 3021 - julio 2023

Título original: The Nights She Spent with the CEO

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411801409

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LEX estaba en la sala de llegadas del aeropuerto de Ciudad del Cabo, con un vaso de café con hielo en una mano y un arrugado cartel de Industrias Thorpe en la otra. Había tenido la intención de hacer otro, pero entre sus innumerables trabajos, llevar a sus hermanas al colegio, supervisar los deberes, hacer la cena y estudiar para obtener su título universitario, apenas tenía tiempo para nada más.

Suspirando, sopló para apartar un rizo de sus ojos. Se había sujetado el pelo en una trenza, pero empezaba a desmoronarse. Necesitaba un corte de pelo, una limpieza de cutis, un masaje, dos millones de dólares…

Lex miró la pizarra electrónica y luego su móvil para comprobar la hora. El vuelo de Londres había aterrizado quince minutos antes, de modo que los pasajeros aparecerían en cualquier momento.

Había conocido a muchos empleados de Industrias Thorpe en los últimos años y se preguntaba a quién estaría esperando en esa ocasión. A veces le tocaba llevar en el coche a alguno muy charlatán, emocionado de estar en África, que la acribillaba a preguntas a las que ella respondía como podía. Otras veces era alguien que se pasaba el viaje al hotel o a las oficinas de Industrias Thorpe pegado al móvil.

En esas ocasiones tenía que controlar el impulso de decir que dejasen el teléfono y mirasen por la ventanilla, que contemplasen la famosa Montaña de la Mesa, a veces cubierta por las nubes, a veces no. Le gustaría recordarles que estaban en una de las ciudades más bonitas del mundo y que debían levantar la cabeza de la pantalla del móvil. Pero, por supuesto, mantenía la boca cerrada porque ese era su trabajo y lo necesitaba.

Lex tomó un sorbo de café, con la esperanza de que la cafeína hiciese efecto. La noche anterior se había quedado dormida en la mesa del comedor a las dos de la mañana. Estudiar para obtener un título en Psicología Forense era algo que solo podía hacer cuando Nixi y Snow se habían dormido e invariablemente para entonces estaba exhausta. Iba aprobando todos los módulos, pero desearía tener tiempo para profundizar en cada tema.

«Estás haciendo lo que puedes, eso es lo único que debes pedirte a ti misma».

Aun así, sentía como si estuviera caminando por una cuerda floja sobre un cañón. En ese momento, la cuerda estaba tensa y firme y ella sabía dónde debía poner los pies, pero si el viento se levantaba o alguien más saltaba sobre la cuerda perdería el equilibrio y caería de cabeza al vacío.

No podía haber interrupciones o distracciones en su vida.

Los pasajeros del vuelo de Londres comenzaban a entrar en la sala de llegadas y Lex tomó un sorbo de café, preguntándose si la rubia alta con los pantalones de lino blanco sería su cliente. O tal vez el chico con gafas y aspecto de empollón. No, esos eran pasajeros de primera clase y la mayoría de sus clientes viajaban en clase ejecutiva o clase económica.

Un hombre vestido de negro, moreno y más alto que la mayoría, metro noventa o más, llamó su atención entonces. Lex ladeó la cabeza, admirando los anchos hombros y ese cuerpo de nadador. Llevaba un jersey de cachemir con cuello de pico, las mangas subidas hasta la mitad de los bronceados antebrazos. El fino material parecía acariciar su ancho torso y sus fuertes bíceps. El elegante pantalón negro destacaba sus largas piernas y llevaba unas modernas zapatillas de deporte en blanco y negro. En las manos, una bolsa de viaje de aspecto caro y una elegante funda de ordenador.

Era tan sexy que le temblaron las rodillas. Estaba como un tren.

Lex no salía con nadie y no lo haría a corto o medio plazo. Aunque tuviese tiempo para una aventura, que no lo tenía, la mayoría de los hombres daban marcha atrás cuando descubrían que debía programar su vida amorosa en torno a las necesidades y demandas de sus hermanas pequeñas. Incluso si solo era una breve aventura, a los hombres les gustaba ser lo primero en la lista de prioridades.

Su madre había tenido docenas de relaciones amorosas, todas breves, y Lex era bastante cínica sobre el amor y sobre la capacidad de los seres humanos para comprometerse. La verdad, tener un hombre en su vida sería poco práctico.

Una aventura a corto plazo sería complicada, pero con alguien como aquel adonis haría el esfuerzo de encajarlo en su día a día. O en la noche.

Él sacó un móvil del bolsillo trasero del pantalón y miró la pantalla con el ceño fruncido. Su pelo era castaño oscuro, corto y espeso, bien cuidado. No podría decir de qué color eran sus ojos, pero tenía una nariz larga, masculina, la mandíbula cuadrada y unos pómulos altos y marcados. No era exactamente guapo, pero irradiaba tal virilidad que podría parar el tráfico.

Lex vio cómo se pasaba una mano por el pelo en un gesto de frustración antes de llevarse el móvil a la oreja. Parecía italiano, o tal vez griego o árabe. Su nacionalidad no importaba. Sería clasificado como un adonis de Londres a Camberra.

Y ella tenía que dejar de mirarlo con la boca abierta. En serio, debería salir más si era así como la afectaba un extraño, por guapo que fuese.

«Cálmate, Satchell».

Desgraciadamente, apartar la mirada resultó más difícil de lo que había esperado. Estaba a punto de hacerlo, en serio, cuando él giró la cabeza y sus ojos se encontraron. A pesar de estar a cierta distancia, Lex sintió el calor de su mirada por todas partes.

Era fácil imaginar lo que estaba pensando: pelo largo, rojo y rizado, un rostro ovalado cubierto de pecas, una nariz pequeña, unos labios gruesos y ojos verdes. Una chica alta y demasiado delgada, pelirroja, con unos vaqueros negros, botas de motorista y una vieja chaqueta vaquera sobre una camiseta blanca.

El no bajó la mirada y Lex tuvo que hacer un esfuerzo para respirar.

¿Por qué todos los colores y los sonidos del aeropuerto parecían amplificados? Tal vez estaba sufriendo una apoplejía porque su corazón se había vuelto loco y le daba vueltas la cabeza.

O tal vez se trataba de pura atracción animal, un fenómeno que ella no había experimentado nunca, pero del que había oído hablar.

El adonis tomó la bolsa de viaje y empezó a caminar…

Y, madre mía, ¿se dirigía hacia ella?

¿Iba a entablar conversación con ella? ¿Qué? ¿Por qué?

Lex no tenía mucha práctica con los hombres y no sabía flirtear. Además, en ese momento no podía respirar y, a pesar de haber tomado un par de sorbos de su café con hielo, tenía la boca seca. ¿Qué iba a decirle? ¿Y cómo respondería ella?

Lex miró por encima de su hombro. Tal vez se dirigía hacia alguien que estaba detrás… pero no. Definitivamente, el guapísimo extraño se dirigía hacia ella.

Y, por alguna razón, se sentía ridículamente vulnerable. Como si aquel extraño la conociese, como si pudiese descubrir todos sus secretos. Como si supiera que, bajo ese despreocupado y sereno exterior, estaba llena de dudas, cuestionando todo lo que hacía.

Y, a veces, hasta quién era.

Pero el extraño se dirigía hacia ella y Lex no podía dejar de mirarlo. ¿Por qué no podía apartar la mirada? ¿Qué le pasaba?

Sus ojos eran de color topacio, una preciosa mezcla de oro y ámbar con puntitos verdes. Su colonia, una masculina combinación de sándalo, lima y algo herbal se mezclaba con el aroma de un jabón caro.

Se había duchado recientemente porque tenía el pelo húmedo, pero no se había molestado en afeitarse.

De cerca era aún más impresionante que a distancia.

«Tranquila. No digas ni hagas ninguna estupidez».

–Soy Cole Thorpe…

Pero antes de que terminase la frase, un ruido en el bolsillo de sus vaqueros hizo que Lex diese un respingo. El volumen estaba al máximo para poder oírlo desde todos los rincones de la casa y, sobresaltada, Lex apretó el vaso de plástico con tanta fuerza que la tapa saltó.

Y entonces observó, horrorizada, que un chorro de café frío volaba hacia ese hermoso rostro y después se deslizaba por el amplio pecho cubierto de cachemir.

«Oh, no. Oh, no, ayuda, socorro».

 

 

Cole estaba acostumbrado a bajar de su avión privado y subir directamente al coche que lo esperaba en el aeropuerto, una transición que había hecho quinientas veces. Pero su llegada a Ciudad del Cabo no había sido así.

Y, de momento, todo era muy exasperante.

Si su ayudante habitual hubiera estado a cargo del viaje ya estaría en un coche, a medio camino de la oficina. Pero, debido a que Gary estaba de baja por paternidad, tenía que arreglárselas con un asistente virtual y, hasta el momento, estaba demostrando ser un desastre.

Al final del día estaría lidiando con el ayudante virtual número tres o cuatro, ni lo recordaba, y él tenía demasiadas cosas que hacer como para soportar tanta ineficacia. Necesitaba a alguien que le facilitase la vida, no al contrario.

Y, de verdad, ¿tan difícil era encontrar un coche que lo llevase a la sede de Industrias Thorpe en Ciudad del Cabo?

Después de dar vueltas por el aeropuerto durante quince minutos, por fin un empleado de la oficina le había dicho que el conductor le esperaba en la sala de llegadas. Llevaba un cartel y, al parecer, era una mujer pelirroja que seguramente iría vestida de negro.

Cole la encontró inmediatamente, con los ojos clavados en él. Y, por alguna razón, al verla sus pulmones no parecían capaces de llenarse de oxígeno.

Era alta, casi un metro setenta y cinco, con unas botas toscas y feas, pero decir que tenía el pelo rojo sería como decir que el sol era amarillo. Era una descripción carente de imaginación para un tono tan inusual. Largo y rizado, no era rojo, naranja o castaño rojizo sino una cacofonía de colores que le recordaba a las hojas de arce que alfombraban el suelo del Parque Nacional Bukhansan en Corea del Sur. Y esas pecas…

Eran perfectas. Y no solo en la nariz o en las mejillas, no. Todo su rostro estaba cubierto por una Vía Láctea de puntitos de color canela.

Era de infarto

Era delgada, pero con curvas, y tenía una boca ancha y sexy y unas cejas perfectamente arqueadas sobre unos ojos brillantes. ¿Verdes, azules? No lo sabía bien. El inusual color de su pelo la hacía destacar entre la multitud y eso no era fácil en un aeropuerto abarrotado.

Y, al parecer, aquella chica era su conductora.

Era la primera mujer que lo atraía de ese modo en mucho tiempo. Los últimos seis meses habían sido un ajetreo continuo y el sexo no estaba en su lista de prioridades, pero aquella chica era una empleada de Industrias Thorpe y él no tonteaba en la oficina.

Después de guardar el móvil en el bolsillo del pantalón, se colgó al hombro la bolsa de viaje y se dirigió hacia la pelirroja. Ella lo miraba con expresión recelosa, pero el brillo de sus ojos le decía algo más. Cole tenía edad y experiencia suficientes como para saber que esa inmediata e inconveniente atracción era recíproca, pero después de todo lo que había pasado en los últimos meses aquello no era lo que necesitaba.

Se dijo a sí mismo que debía recuperar el control. Estaba cansado, estresado, y esa reacción era exagerada. La pelirroja solo era otra mujer, nadie especial. Él no tenía tiempo para aventuras. Tenía que dirigir un fondo de cobertura, vender una serie de empresas que había heredado a su pesar y una vida que reanudar.

Se iría de Ciudad del Cabo en una semana, tal vez dos.

De modo que se acercó a la conductora, diciéndole a sus pulmones que se calmasen de una vez. Pero la verdad era que la encontraba tan atractiva que parecía como si hubiera metido una mano en su pecho para apretar su corazón.

Normalmente sereno y firme, Cole nunca se había dejado llevar por una simple atracción física. Claro que aquella atracción era tremenda, pero solo tenía que calmarse y…

Estaba presentándose cuando fue interrumpido por lo que parecía el sonido de una sirena. La pelirroja, sobresaltada, apretó el vaso que tenía en la mano y un chorro de café lo golpeó en la cara y se deslizó por su jersey.

Cole se quedó inmóvil, atónito y empapado, preguntándose qué había pasado. Y entonces vio que los ojos de la pelirroja se llenaban de lágrimas.

Él podía soportar un vuelo largo, tener que buscar un coche que no aparecía en un aeropuerto lleno de gente o recibir un chorro de café en la cara, pero las lágrimas de una mujer…

No eso no. Las lágrimas de una mujer lo enloquecían.

Cuando la sirena dejó de sonar, Lex cerró los ojos, rezando para que aquello fuese una pesadilla, para no estar llorando delante de su jefe, el reciente propietario de Industrias Thorpe, el hombre que pagaba su salario.

¿Qué demonios le pasaba? Ella no lloraba nunca. ¿Y por qué delante de él precisamente?

Lex sacó del bolso un paquete de pañuelos, pero le temblaban tanto las manos que no podía tirar de la lengüeta. Una mano grande y bronceada le quitó el paquete y sacó un par de pañuelos con los que se secó las lágrimas a toda prisa, agradeciendo no llevar una gota de maquillaje.

Le gustaría que se la tragase la tierra. Cualquier cosa sería preferible a sentirse como una idiota.

La última vez que lloró espontáneamente fue cuando Joelle, su madre, le tiñó el pelo de rubio platino. Entonces tenía trece años, pero ahora tenía más del doble y debería ser capaz de controlar sus emociones.

Y normalmente era capaz. Entonces, ¿por qué lloraba? No estaba triste ni especialmente preocupada. Sí, estaba cansada, pero había aprendido a funcionar con una mínima cantidad de horas de sueño.

¿Estaba estresada? Sí, seguramente. Era una mujer de veintiocho años que intentaba, con la ayuda de su hermana Addi, criar a sus dos hermanas pequeñas, estudiar, estirar sus ingresos y mantener unida a su heterogénea familia. Lex estaba estudiando Psicología y sabía que el estrés siempre encontraba una forma de expresarse, a veces cuando la persona menos se lo esperaba, y que a veces se liberaba entre lágrimas.

Y el agotamiento te hacía más propenso a estallidos emocionales. Sí, ella tendía a reprimir sus sentimientos porque no tenía tiempo para lidiar con ellos y se decía a sí misma que procesaría todo lo que sentía más tarde, cuando estuviese menos cansada, cuando estuviese sola. Sin embargo, nunca tenía tiempo y rara vez estaba sola, de modo que tal vez todos esos sentimientos reprimidos se habían acumulado.

¿Pero por qué tenía que llorar delante de su jefe? ¿Era porque, de modo inconsciente, su atracción por él la había hecho recordar que seguía siendo una mujer, capaz de sentirse excitada sexualmente y sabiendo que no podía hacer nada al respecto?

¿Saber que no podría aceptar una invitación para tomar una copa o para cenar juntos la había hecho recordar todo lo que había sacrificado por sus hermanas, todo lo que no podría tener?

¿La había hecho recordar que no era una chica normal, que tenía más responsabilidades que la mayoría y que a veces se sentía atrapada y culpable por sentirse así?

Posiblemente. Probablemente.

Pero ya descubriría más tarde las razones para sus lágrimas. Lo que tenía que hacer en ese momento era calmarse, preferiblemente antes de que Cole Thorpe la despidiese. Porque si lo hacía tendría una excusa decente para llorar y otra razón para estresarse.

Necesitaba desesperadamente ese trabajo, que la ayudaba a cumplir con sus deberes de madre sustituta.

Cuando levantó la mirada, él estaba quitándose el jersey empapado y ese torso ancho y musculoso provocó una especie de aleteo en su útero y un inconveniente calor entre las piernas.

Él estaba tirando de la camiseta negra que llevaba bajo el jersey y Lex no podía dejar de mirar sus bíceps. Luego se puso en cuclillas, abrió su bolsa de viaje y sacó otro jersey de color gris pálido que se puso a toda prisa antes de incorporarse sin decir una palabra.

No podía haber tardado más de un minuto, pero a Lex le pareció como si hubiera estado mirando una película porno. Y le gustaría rebobinar.

Pero aquel hombre era su jefe y ella necesitaba el trabajo, de modo que en lugar de comérselo con los ojos debería disculparse e intentar actuar como la profesional que era. Claro que, después de haberle tirado el café encima había muchas posibilidades de que tuviera que despedirse de su puesto de trabajo.

Lex se aclaró la garganta.

–Siento mucho haberle tirado el café y siento haber llorado. No sé qué me pasa.

Él puso la mano sobre la suya, pero la apartó enseguida, como si le hubiese mordido una cobra.

–¿Cómo te llamas?

Lex había olvidado decirle su nombre. Genial, todo iba genial.

–Lex Satchell.

Él tomó la bolsa de viaje y se la colgó al hombro.

–Me gustaría salir del aeropuerto de una vez. ¿Dónde está el coche?

Lex tuvo que pararse un momento para pensar.

–En la planta de abajo. No está lejos, pero si lo prefiere puede esperarme en la zona de recogida. Yo llevaré su bolsa de viaje.

–Tengo dos piernas, puedo andar.

Sí, tenía dos piernas estupendas, larguísimas, fuertes…

–Vamos –dijo él entonces con tono brusco–. Quiero ir al hotel y luego a las oficinas de Industrias Thorpe.

¿Significaba eso que no estaba despedida? ¿O estaba esperando que lo llevase al hotel antes de darle la patada?

Lex siguió los anchos hombros sintiéndose totalmente desorientada. Cole Thorpe parecía un hombre indescifrable y no debía ser la primera persona, ni la última, que se preguntaba cuáles eran los planes del poderoso empresario.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

COLE subió al todoterreno de Industrias Thorpe y se sentó detrás de su guapísima conductora.

Su conductora, se recordó mentalmente. No quería mirarla, pero sus ojos seguían saltando del hermoso perfil a los delgados hombros y a la mano que tenía sobre el volante. Conducía con seguridad, maniobrando con facilidad en medio del intenso tráfico.

Parecía extraño que la mujer seria y remota detrás del volante fuese la misma que había estado llorando solo unos minutos antes.

A juzgar por el brillo de mortificación en sus ojos, llorar no era algo que hiciese a menudo. O en absoluto. ¿Qué habría provocado esas lágrimas, el episodio del café?

¿Había temido que le gritase o la despidiese? Absurdo, él no haría eso. Solo había sido un accidente.

Le gustaría pedirle una explicación, pero era su empleada y la mejor manera de mostrar respeto era fingir que no había pasado nada.

Pero sentía curiosidad, una anomalía porque en general la gente no era lo bastante interesante como para sumergirse en su psique, y en parte porque quería consolarla y asegurarle que no había perdido su trabajo, si eso era lo que le preocupaba.

El loco impulso de protegerla lo aterrorizaba. Él nunca había sido protegido e incluso cuando era niño se esperaba que lidiase con los caprichos de la vida y con las decepciones sin quejarse. Él no mimaba a la gente, no sabía cómo hacerlo, así que esa necesidad de protegerla y remediar lo que fuese que la aquejaba lo desconcertaba por completo.

Cole giró la cabeza para mirar por la ventanilla. Aquel día estaba en Ciudad del Cabo, la semana pasada había estado en Chicago, dos semanas antes en Hong Kong. Además de visitar las oficinas regionales de Industrias Thorpe por todo el mundo, también administraba un fondo de cobertura de miles de millones de dólares aclamado internacionalmente.

No podía trabajar más, era imposible, y por eso estaba agotado.

Cole se levantó las gafas de sol y presionó sus párpados con un dedo, pensando en su hermano mayor, Sam, meditando con una túnica de color naranja.

Sam había dejado atrás el avión privado, los trajes de cinco mil dólares, los largos días de trabajo y la responsabilidad que exigía ser el presidente de Industrias Thorpe para convertirse en monje budista. El celebrado primogénito del famoso empresario Grenville Thorpe había dejado atrás su privilegiada vida para ir a un monasterio budista y Cole se preguntó si se arrepentiría de esa decisión.

Los acontecimientos de los últimos seis meses pasaron por su mente en una serie de instantáneas. La muerte de su padre un año antes había sido una conmoción, no porque sintiera pena por el hombre al que nunca había conocido sino porque la muerte de Grenville había destrozado sus planes de vengarse del padre que le había dado la espalda durante toda la vida.

Durante cinco años, Cole había ido comprando silenciosa y subrepticiamente acciones de Industrias Thorpe, la empresa multinacional de su padre. Llevaba unos meses sin organizar una adquisición hostil cuando Grenville murió de un ataque al corazón en su yate, frente a la costa de Amalfi. Sam, su hermano, había heredado todos los activos de Grenville y las acciones en Industrias Thorpe.

Cole, por supuesto, ni siquiera había sido mencionado en el testamento.