Avaricia - Emiliano Fittipaldi - E-Book

Avaricia E-Book

Emiliano Fittipaldi

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Que en el Vaticano anida el vicio de la Avaricia es algo que se ha denunciado con bastante frecuencia, desde Dante hasta las páginas de los periódicos de nuestros días, pero casi siempre se trata de rumores, de conversaciones de pasillo, de palabras interceptadas y a menudo desmentidas. Emiliano Fittipaldi, que lleva años ocupándose de estos temas para L'Espresso, ha recopilado, a partir de fuentes confidenciales, una gran cantidad de documentos internos vaticanos que le han permitido cartografiar el primer mapa del imperio financiero de la Iglesia: de los lujos (casi) inocentes que se conceden los cardenales a los fraudes millonarios, de las fabulosas inversiones en todo el mundo al gigantesco negocio de los hospitales, de las tramas del IOR a la realidad del tesoro del papa. Un auténtico torrente de revelaciones.

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Foca / Investigación / 140

Emiliano Fittipaldi

Avaricia

Los documentos que revelan las fortunas, los escándalos y secretos del Vaticano de Francisco

José Antonio Antón, Pilar Cáceres y Sandra Chaparro

Que en el Vaticano se peca es algo que se ha denunciado desde Dante hasta nuestros días, pero casi siempre se trata de rumores, delaciones, filtraciones interesadas, conversaciones de pasillo, escuchas telefónicas, todo ello a menudo desmentido.

Emiliano Fittipaldi, periodista que lleva años ocupándose de estos temas para L’Espresso, ha recopilado, a partir de fuentes confidenciales, una gran cantidad de documentos internos vaticanos que le han permitido cartografiar el primer mapa del imperio financiero de la Iglesia: de los lujos (casi) inocentes que se conceden los cardenales a los fraudes millonarios, de las fabulosas inversiones en todo el mundo al gigantesco negocio de los hospitales, de las tramas del IOR a la realidad del tesoro del papa.

En las páginas de este libro, el lector encontrará un auténtico torrente de revelaciones: la Fondazione del Bambin Gesù, encargada de recoger los donativos para los niños enfermos, ha pagado las obras que se han llevado a cabo en la nueva casa del cardenal Tarcisio Bertone; sólo en Roma, el Vaticano posee casas por valor de cuatro mil millones de euros; para hacer un santo, o al menos un beato, es necesario pagar cientos de miles de euros, y el hombre que el propio papa ha elegido para «enderezar» las finanzas vaticanas, el cardenal George Pell, ha gastado para él mismo y sus amigos medio millón de euros en seis meses.

Una excepcional investigación basada en documentos inéditos y fuentes internas de la curia, que fotografía un momento crucial de la historia vaticana, en la que un papa de nombre Francisco está poniendo a prueba la fuerza y resistencia del pecado capital que ha crecido hasta límites insoportables como un parásito en el mismo seno de su Iglesia y amenaza su magisterio en todo el orbe.

Emiliano Fittipaldi (Nápoles, 1974), periodista, ha trabajado para Corriere della Sera e Il Mattino; en la actualidad desarrolla su labor profesional en L’Espresso. Sus investigaciones han sido merecedoras de los premios Ischia, Gaspare Barbiellini Amidei y Sodalitas. Es autor de los libros Così ci uccidono (2010) y Profondo Italia (2004, con Dario Di Vico).

Imagen de cubierta: © Getty Images

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Avarizia. Le carte che svelano ricchezza, scandali e segreti della Chiesa di Francesco

© Giangiacomo Feltrinelli Editore Milano, primera edizione in «Seria Bianca», noviembre 2015

© Ediciones Akal, S. A., 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-84-96797-94-9

 

 

A mi madre y a mi padre

 

Prólogo a la edición española

«Comencemos. ¿Es usted Emiliano Fittipaldi?», pregunta el secretario del tribunal del Vaticano, un hombre calvo y no demasiado alto, con un hilo de voz apenas perceptible aunque cortés. «¿Es usted quien ha escrito el libro Avaricia?»

Asiento con la cabeza. Mi abogado rotal sonríe en silencio, pero en su rostro se aprecia una sombra de preocupación. También para él, acostumbrado a visitar estos salones para resolver anulaciones matrimoniales y defender a clientes acusados de hurtos de poca monta en el supermercado de los cardenales, se trata de una situación extraordinaria. En el gran salón estamos solamente nosotros tres. El sonido del teclado del ordenador resuena entre columnas y cuadros de la Virgen.

«Bien. ¿Cómo se llaman sus padres?»

«¿Por qué desea saberlo?»

«Son normas del Vaticano. Además del nombre del imputado, tenemos que saber el de sus padres. Le parecerá extraño, pero ese es el procedimiento aquí. ¿Cómo se llaman?»

«Arturo y Ornella», respondo.

El secretario teclea lentamente los datos que acabo de darle. Hace unos diez minutos que hemos llegado. Me pongo a observar el salón.

Era la primera vez que visitaba un palacio del Vaticano, y jamás había imaginado que en mi primera visita no fuera a ver la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, sino el tribunal del papa, donde van a someterme a un interrogatorio. «¡Delito de scoop!» han titulado los periódicos la noticia de que se me investigaba por culpa del libro que ahora tiene el lector en sus manos.

EnAvariciarelato los detalles y ofrezco pruebas de los escándalos económicos y financieros de la Iglesia durante el papado de Francisco, un material exclusivo y recabado durante más de un año de investigación. Historias sobre el lujo, el despilfarro y la corrupción que han llenado las portadas de los medios de comunicación de medio mundo. Dos días antes de la publicación del libro en Italia, Bergoglio da su beneplácito a la detención de dos de mis presuntas fuentes. «Los cuervos», los llaman con desprecio.

La sala del interrogatorio está repleta de frescos, imágenes de Cristo y la Resurrección. Los bancos dispuestos para el público, hoy evidentemente desiertos, son de caoba. El encuentro es confidencial. Al entrar, he colocado el abrigo y la chaqueta en un banco. El teléfono móvil, en cambio, lo he dejado fuera, escondido bajo el asiento de la moto, aparcada junto al palacio del Santo Oficio, al otro lado de los muros de la Ciudad Santa. No creo que hoy me arresten, pero prefiero no arriesgarme. Han requisado los teléfonos móviles de otras personas investigadas, y no quiero ponérselo más fácil a los investigadores.

De repente, se abre con brusquedad una puerta de madera al fondo de la sala.

Entran con paso presuroso media docena de personas: el jefe de la Gendarmería, los hombres que están al frente de mi investigación y, en último lugar, el promotor de Justicia, el magistrado que en el ordenamiento vaticano desempeña el papel de fiscal. Se acercan todos a la mesa del tribunal. Sonríen, me estrechan la mano, son amables. Pensaban que no vendría a la citación judicial.

Pero aquí estoy. Para empezar, porque no tengo nada que esconder. Luego, porque me gustaría saber de qué se me acusa, por qué motivos quieren realmente investigarme a mí y a mi libro los jueces del Vaticano. Los recién llegados toman asiento, el secretario cede el suyo al magistrado. Este último, el promotor de Justicia, antes de que yo abra la boca, me explica en qué lío me he metido.

«Veamos, señor Fittipaldi, está usted imputado de un delito muy grave. Difusión de noticias y documentos confidenciales. Lea esto.» Me entrega una fotocopia de un documento en el que el papa Francisco modifica el código penal vaticano a partir del 11 de julio de 2013. En el párrafo sobre «Delitos contra la Patria» aparece un nuevo artículo, el 116 bis. Es el artículo por el que me acusan. «Quienquiera que obtenga de forma ilícita o revele noticias o documentos cuya divulgación está prohibida, será castigado con entre seis meses a dos años de prisión o con una multa de entre mil y cinco mil euros. Si la conducta implica información o documentos que conciernen a los intereses fundamentales o relaciones diplomáticas de la Santa Sede o del Estado, se aplicará la pena de prisión de entre cuatro y ocho años», leo en voz alta.

«¿Y qué pena me correspondería a mí?», pregunto.

«Usted ha publicado lo que para nosotros equivale a secretos de Estado. Por tanto, de entre cuatro a ocho años», me explica el juez.

Sonrío con amargura, y el juez me responde con otra sonrisa.

«Discúlpenme», añado, «pero, ¿no les parece exagerado? Me he limitado a hacer mi trabajo. Comprendo que el Vaticano esté acostumbrado a lavar sus trapos sucios en casa, pero mi trabajo es publicar secretos que el poder, cualquier poder, desearía que no se supieran. Soy periodista. Y he escrito sólo la verdad. Ni una línea de las páginas de Avaricia ha sido desmentida.»

«No se trata de eso. Usted, según nuestro código, ha incurrido en un delito muy grave», repite uno de los gendarmes.

El promotor de Justicia toma papel y bolígrafo. «Ahora le haré algunas preguntas.» Comienza. Quiere conocer el nombre de mis fuentes. Me pregunta cómo es posible que hayan llegado a mí los documentos secretos del IOR, la banca vaticana. Quién me ha ayudado a obtener los documentos de la APSA, la entidad que administra todo el patrimonio inmobiliario de la Santa Sede. Quién me ha facilitado y de qué manera los informes secretos acerca de los cardenales y sus negocios millonarios.

«No puedo decirles nada», explico. «Apelo al secreto profesional para no contestar a sus preguntas. En Italia tenemos libertad de prensa, tutelada por nuestra Constitución. Las normas deontológicas me permiten no tener que revelar mis fuentes. ¿En el Vaticano no tienen leyes sobre la libertad de prensa?»

«No. Nos vemos en el tribunal, señor Fittipaldi.»

Es la primera vez en la historia que un periodista será procesado en el Vaticano. En estos momentos, mientras escribo este prólogo para la edición española, mi abogado y yo todavía no sabemos cómo vamos a proceder. Cómo nos defenderemos. Pero una cosa es cierta: el libro que usted va a leer a continuación les ha enfurecido.

Emiliano Fittipaldi

19 de noviembre de 2015

Prólogo

Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, el que le había de entregar: «¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?».

Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.

Juan 12, 4-6

Los dos monseñores comienzan a hablar inmediatamente después de que el camarero les sirva el carpaccio de atún y el tartar de gambas rojas. Antes habían estado callados: recorriendo la lista de los vinos blancos y buscando el adecuado para maridar con los platos, picoteando del pan con nueces, mirando aburridos a su alrededor, en busca de un rostro conocido al que saludar en el jardín del elegante restaurante, situado en el acomodado barrio de Parioli.

Con la primera gamba en el tenedor, el sacerdote más anciano, al que yo no conocía hasta entonces, va al grano. «Debes escribir un libro. Debes escribirlo también por Francisco. Tiene que saberlo. Debe saber que la Fondazione del Bambin Gesù, nacida para recaudar donaciones destinadas a niños enfermos, ha pagado parte de las obras realizadas en la nueva casa del cardenal Tarcisio Bertone. Debe saber que el Vaticano posee casas, en Roma, que valen 4.000 millones de euros. Y bien: dentro no hay refugiados, como querría el papa, sino un montón de enchufados y vips que pagan alquileres ridículos.

»Francisco debe saber que las fundaciones dedicadas a Ratzinger y Wojtyła han ingresado realmente tanto dinero que ahora conservan en el banco más de 15 millones. Debe saber que las donaciones que sus fieles le donan cada año a través del Óbolo de San Pedro no se gastan en los más pobres, sino que se acumulan en cuentas e inversiones que hoy valen casi 400 millones de euros. Debe saber que, cuando se hacen con algo del Óbolo, los monseñores lo hacen por exigencias de la curia romana.

»Debe saber que el IOR (Instituto para las obras de Religión) tiene cuatro fondos de beneficencia avaros como Harpagón: pese a que el instituto vaticano produce beneficios por valor de decenas de millones, el fondo para obras misioneras ha entregado este año la miseria de 17.000 euros. ¡En todo el mundo! Debe saber que el IOR todavía no está limpio y que en el Torreón aún se esconden clientes abusivos, gentuza investigada en Italia por graves delitos. Debe saber que el Vaticano nunca ha dado a vuestros investigadores de Banca d’Italia la lista de quienes se han escapado con el botín al extranjero. Pese a que lo prometimos. Debe saber que para hacer un santo, para llegar a ser beato, hay que pagar. Efectivamente, desembolsar dinero. Los cazadores de milagros son caros, son abogados: quieren cientos de miles de euros. Tengo pruebas.

»Debe saber que el hombre que él mismo ha elegido para arreglar nuestras finanzas, el cardenal George Pell, ha acabado en una investigación del Gobierno australiano sobre pedofilia, algunos testigos lo definen como un “sociópata”. En Italia nadie escribe nada. Debe saber que Pell ha gastado en él y en sus amigos, entre salarios y trajes a medida, medio millón de euros en seis meses.

»Francisco debe saber que la compañía auditora norteamericana a la que alguno de nosotros ha llamado para controlar las cuentas vaticanas pagó en septiembre de 2015 una multa de 15 millones por haber suavizado los informes de un banco inglés que hacía transacciones ilegales en Irán. Debe saber que la Santa Sede, para ganar más dinero, ha distribuido pequeños carnés especiales por media Roma: hoy vendemos gasolina, cigarrillos y ropa libres de impuestos, con lo que se ingresan 60 millones al año.

»Debe saber que Bertone no es el único que vive en trescientos metros cuadrados, sino que hay un montón de cardenales que moran en pisos de cuatrocientos, quinientos, seiscientos metros cuadrados. Con ático y terraza panorámica. Debe saber que el presidente de la APSA, Domenico Calcagno, se ha preparado un retiro dorado en unos terrenos de la Santa Sede en mitad del campo, abriendo para ello una sociedad a nombre de unos parientes lejanos. Debe saber que el moralizador Carlo Maria Viganò, héroe protagonista del escándalo Vatileaks, está implicado en un litigio con su hermano sacerdote, que le acusa de haberle robado millones de herencia. Debe saber que Bertone viajó en un helicóptero, que costó 24.000 euros, para ir de Roma a Basilicata. Debe saber que Bambin Gesù controla en el IOR un patrimonio demencial de 427 millones de euros, y que el Vaticano ha invertido también en acciones de Exxon y de Dow Chemical, multinacionales que contaminan y envenenan. Debe saber que el hospital del Padre Pio tiene 37 edificios e inmuebles, y que hoy tienen un valor estimado de 190 millones de euros. Debe saber que los salesianos invierten en sociedades de Luxemburgo, los franciscanos en Suiza, que diócesis del extranjero han comprado sociedades propietarias de canales porno. Debe saber que un obispo en Alemania derrochó 31 millones para restaurar su residencia y que, cuando le pillaron, se le premió con un cargo en Roma. Francisco debe saber un montón de cosas. Cosas que no sabe, porque nadie se las dice.»

El monseñor deja el tenedor y se limpia la boca con la servilleta. El sacerdote que conozco bien le sirve un poco de vino en el vaso, un Sacrisassi Le Due Terre. El canoso reverendo alza el cáliz, entorna un ojo para observar con atención el color amarillo pajizo a través del cristal, bebe dos tragos largos, después sonríe. «Aquí fuera hay aparcado un coche lleno de documentos. Del IOR, de la APSA, de los dicasterios, de los auditores de cuentas contratados por la comisión referente, la Cosea. Por eso le he pedido que viniese en coche. No podría llevárselos en una moto.» Se levanta de golpe. «Por cierto, no tenemos efectivo. ¿Esta vez el restaurante lo paga usted?»

 

Capítulo i

El tesoro del papa

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan. Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.

Mateo 6, 19-21

  Así aconsejaba Jesús a sus discípulos desde la cima del monte. Y pese a todo, en dos mil años la Santa Iglesia Romana a menudo ha interpretado la parábola a su modo: ignorándola completamente. Si el dinero es el estiércol del diablo, en el Vaticano parece valer el dicho «pecunia non olet»; durante siglos lingotes y monedas de oro, billetes de cualquier divisa, propiedades inmobiliarias y títulos bancarios han sido acumulados por sacerdotes, obispos y cardenales en grandes cantidades, y hoy el patrimonio ha adquirido proporciones bíblicas.

Quien ha intentado calcular toda la riqueza de la Iglesia católica ha fracasado sin remedio. Distribuida en todos los países del mundo, con mil doscientos millones de fieles, de ella dependen –según los números que publica cada año el Anuario Pontificio, gracias a las cifras recopiladas y elaboradas por la oficina estadística de la Santa Sede– miles de archidiócesis y obispados. Por orden alfabético, comenzando por Aachen en Alemania (nombre alemán de Aquisgrán), hasta Zomba, en Malawi, las «circunscripciones eclesiásticas» repartidas por el planeta son 2.966 entre obispados, sedes metropolitanas, prefecturas, vicariatos y abadías, con casi cinco millones de personas –incluidos monjas, religiosos, diáconos y sacerdotes– dedicadas a guiar el rebaño de Jesús.

Cada «circunscripción» es propietaria de iglesias e inmuebles, gestiona cuentas bancarias y sociedades financieras, y es completamente autónoma respecto al Vaticano, que no ejerce control alguno excepto en casos extremos, como cracks financieros o gastos sospechosos que lleguen a conocimiento de la Santa Sede. Se trata de un patrimonio gigantesco, al que hay que añadir el controlado por las congregaciones católicas, por las órdenes religiosas y asociaciones laicas. Si Opus Dei, Legionarios de Cristo y Caballeros de Colón están entre las más conocidas y acaudaladas, de América a Oceanía se cuentan por millares, cada una con sus bienes y sus dineros, y también con sus contabilidades, que –más aún que las de cada una de las diócesis– no tienen nada que ver con la del Vaticano. Gran parte de las fortunas poseídas por los diversos entes, en definitiva, es secreta y reservada: en muchos países las asociaciones y congregaciones no tienen la obligación de publicar informes anuales, y las leyes vigentes sobre fundaciones, en Estados Unidos y en Europa, permiten la privacidad más absoluta y esconden a la opinión pública parte importante de las propiedades eclesiásticas. No sólo en Italia, sino en medio mundo.

El libro que el lector tiene en sus manos, sin embargo, gracias a una cantidad significativa de documentos inéditos provenientes de las estancias vaticanas, informes de auditores llamados por Francisco para arrojar luz sobre las cuentas y transacciones financieras, memorias y balances de cada uno de los dicasterios, puede hoy iluminar por primera vez todo el tesoro del papa controlado directamente por el Vaticano. Una montaña de miles de millones entre cuentas, inversiones financieras, metales preciosos y propiedades inmobiliarias que hoy –después de las guerras de poder estalladas en tiempos de Benedicto XVI– siguen provocando tras los muros choques furibundos entre facciones contrapuestas. Ejércitos internos y grupitos de laicos bien acomodados, cardenales armados unos contra otros. Por detrás de Francisco se mueven camarillas y monseñores que no parecen haberse convertido todavía al credo pauperista del nuevo pontífice, y que aún tienen un objetivo prioritario: hacerse con un trozo del pastel.

Escudriñando uno de los informes internos de la Cosea, la disuelta Comisión referente de estudio y guía sobre la organización de las estructuras económico-administrativas de la Santa Sede que el propio Bergoglio creó para arrojar luz sobre las finanzas sagradas, uno descubre sobre todo que «las diversas instituciones vaticanas gestionan bienes propios y de terceros por un valor declarado de 9.000-10.000 millones de euros, de los que 8.000-9.000 millones son en títulos, y 1.000 en bienes inmuebles». Una estimación contable bastante precisa en lo que respecta a los bienes en efectivo y en acciones, pero muy prudente respecto al valor real de edificios, empresas, villas, escuelas, internados y pisos propiedad del Estado Pontificio: en todos los balances contables vaticanos, escribe la Cosea, los valores nominales están notablemente infradimensionados, y valen mucho más de lo que está anotado en el balance por los diversos entes propietarios.

«Casas por 4.000 millones»

Un documento de la Comisión referente, escrito en inglés y en italiano y destinado a George Pell, jefe de la nueva Secretaría de Economía creada por voluntad de Francisco, resume por primera vez el valor real de todos los bienes inmobiliarios propiedad de instituciones vaticanas. Leámoslo: «Sobre la base de las informaciones puestas a disposición de la Cosea, hay 26 instituciones relacionadas con la Santa Sede que poseen bienes inmobiliarios por un valor contable total de mil millones de euros, a fecha de 31 del 12 de 2012. Una valoración de mercado indicativa demuestra una estimación del valor total de los bienes de cuatro veces el valor contable, o 4.000 millones de euros». Claro, claro: 4.000 millones, exactos.

En el informe están indicadas también las instituciones papales «con las propiedades más importantes, en valor de mercado». Es decir: la APSA, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (con un patrimonio de 2.700 millones), la congregación Propaganda Fide (450 millones de euros; en el pasado librosy periódicos daban siempre estimaciones más altas), la Casa Sollievo della Sofferenza (gracias a las donaciones el hospital del Padre Pio tiene una cartera de activos que incluía treinta y siete edificios, valorados en 190 millones) y el Fondo de Pensiones de los empleados, que posee inmuebles por valor de 160 millones de euros.

No es todo. En otro informe confidencial de la Cosea fechado el 7 de enero de 2014 (se trata de un borrador de la propuesta para la creación de un único gestor del patrimonio vaticano, con objeto de controlar y dirigir de manera unitaria todo el patrimonio de la Santa Sede, hoy dividido entre decenas de entes) se especifica que casi siempre «los inmuebles se registran, o al coste de adquisición, o al coste de donación, y muchos edificios institucionales se valoran a 1 euro. Por tanto, es de esperar que el valor de mercado de los bienes raíces vaticanos sea mucho más grande». La nota subraya también que los auditores han trabajado sobre los informes proporcionados por los diversos entes, que podrían incluso no haber inscrito todo su patrimonio en el balance contable. Los posibles tesoros no censados, en todo caso, no modificarían demasiado la cifra final.

 

 

El valor de las propiedades inmobiliarias del Vaticano según la Pontificia Comisión referente (Cosea) (véase traducción [1]).

Cuatro mil millones, por lo tanto. Una riqueza enorme, en gran parte concentrada en Roma. El dato de la Cosea, que ha trabajado durante meses sobre los documentos puestos a disposición por los distintos entes, ayuda también a redimensionar la leyenda anticlerical que quiere ver a la Iglesia católica como propietaria del 20 por ciento de todo el patrimonio inmobiliario italiano. Los informes vaticanos no contabilizan las propiedades de decenas de órdenes y congregaciones que tienen edificios y pisos diseminados por la Ciudad Eterna, pero incluyen al segundo mayor propietario inmobiliario católico de la capital, esto es, la diócesis de Roma, que tiene una contabilidad separada de aquella de la Santa Sede. Gracias a un documento de KPMG de 2014, descubrimos que la diócesis capitolina posee bienes en la ciudad (ladrillo y efectivo) por valor de 69 millones de euros. Será una cifra errónea por defecto, a la que cabría añadir muchas otras propiedades de organismos y congregaciones. Pero es bastante difícil que en la capital el patrimonio de toda la Iglesia pueda llegar a valer una quinta parte de los 534.000 millones de euros, cifra que representa el valor total de las viviendas en Roma según el cálculo de los técnicos de la Agenzia delle entrate (Hacienda) y publicado en el sólido estudio titulado Los inmuebles en Italia 2015.

La caza del tesoro

Leyendo el balance nunca publicado de la APSA, se entiende que parte importante del tesoro inmobiliario del Vaticano ha confluido precisamente en el organismo presidido por monseñor Domenico Calcagno. Creada en 1967 por Pablo VI junto con la Prefectura de Asuntos Económicos, la APSA custodia desde hace medio siglo bienes muebles e inmuebles «destinados», explica la Pastor Bonus con la que fue constituida, «a proporcionar fondos necesarios para el cumplimiento de las funciones de la Curia romana».

En realidad, la historia del ente comienza mucho antes. Si en 1878 León XIII decidió constituir una primera oficina que administrase los bienes conservados por el Vaticano después de la toma de Roma en 1870, en 1926 el papa Pío XI estableció con un Motu Proprio el nacimiento de la Administración de los Bienes de la Santa Sede, antecesora del ente tal como lo conocemos hoy. En junio de 1929 al nuevo dicasterio se le añadió otro, la Administración Especial de la Santa Sede, constituida «con el fin» –explica el Vaticano– «de gestionar los fondos proporcionados por el Gobierno italiano [es decir, por el régimen fascista de Benito Mussolini] a la Santa Sede, en cumplimiento del acuerdo financiero adjunto a los Pactos Lateranenses del 11 de febrero de 1929».

Los dos dicasterios se fusionan, cuarenta años después, en la APSA, que se divide en una «sección ordinaria», que cumple las tareas antes reservadas a la Administración de los Bienes de la Santa Sede (gestión del personal vaticano, de la contabilidad y de los dicasterios), y una «sección extraordinaria», heredera de la vieja Administración Especial. La caza del tesoro debe partir de aquí, porque es aquí donde se conservan los bienes muebles y el patrimonio inmobiliario que pertenece a la Iglesia.

Las primeras partidas del balance contable que poseemos nos indican que volemos a París, tomemos un taxi y nos dirijamos a rue de Rome, cerca de la place Vendôme. En el portal número 4, una sociedad francesa controlada por la APSA posee, de hecho, algunos de los inmuebles más prestigiosos de la ciudad. Se llama Sopridex S. A., ha tenido inquilinos famosos (como el expresidente François Mitterrand, el exministro Bernard Kouchner y su mujer Christine Ockrent) y hoy tiene actividades inscritas en el balance que llegan a 46,8 millones de euros. El personal incluye, leemos en el balance, «un director, tres empleados, dedicados a la limpieza», y la nada desdeñable cantidad de «dieciséis conserjes».

Alejándonos de los inmuebles parisinos (el Vaticano tiene en total centenares de unidades inmobiliarias entre empresas y pisos, a lo largo de los Champs-Élysées, en el centro histórico y en el barrio de Montparnasse, donde era inquilina también la exministra Christine Albanel) y aterrizando en Ginebra, descubrimos que la «sección extraordinaria» controla también diez sociedades suizas (entre ellas, Diversa S. A., la Société Immobilière Sur Collonges y la Société Immobilière Florimont) que, junto a la empresa matriz Profima S. A., gestionan propiedades y terrenos no sólo en la Confederación Helvética sino en media Europa. Todas juntas –se lee en el balance– tienen una facturación anual de 18 millones de euros, y un consejo de administración compuesto, cada una, por siete personas.

Es sabido que Profima S. A. se fundó en Lausana en julio de 1926 y que después fue utilizada por Pío XI para llevar al extranjero (o invertir, según el punto de vista) parte del dinero que la Iglesia obtuvo de Mussolini como indemnización por las expropiaciones sufridas después de la unificación de Italia, pero el holding empresarial Diversa es prácticamente desconocido. Fundado en Lugano en agosto de 1942, mientras se combatía en medio planeta, desde Stalingrado hasta El Alamein, hoy está presidido por Gilles Crettol. Se trata de un poderoso abogado suizo que gestiona parte importante de los intereses vaticanos más allá de los Alpes: su nombre aparece, de hecho, en casi todas las demás sociedades helvéticas relacionadas con el Vaticano.

Hasta hace poco tiempo, el referente italiano de Diversa era Paolo Mennini, exnúmero uno de la «sección extraordinaria» de la APSA e histórico cerebro de la administración. Tras el escándalo que implicó al monseñor salernitano Nunzio Scarano –funcionario de la APSA que ha acabado siendo investigado por corrupción– y después de los controles efectuados por la consultora Promontory por petición de la Cosea y de una due diligence[2] sobre las cuentas llevada a cabo por la consultora McKinsey, los hombres del papa Francisco decidieron, sin embargo, pasar página y cambiar a todos los miembros del ente administrativo, sustituyendo también, por tanto, a Mennini. En su lugar, en los consejos de administración de las sociedades suizas apareció en 2013 Franco Dalla Sega, presidente de la compañía Mittel (de Giovanni Bazoli) y director de confianza del nuevo jefe de las finanzas vaticanas, el cardenal George Pell.

Retomemos la búsqueda, trasladándonos de Suiza a Inglaterra. Aquí la compañía suiza Profima controla la British Grolux Investments Ltd., una sociedad inglesa fundada en el lejano 1933 para «diversificar» –explicó en 2005 el historiador John Pollard– las inversiones eclesiásticas durante la Gran Depresión. Más exactamente fue el banquero Bernardino Nogara, nombrado en 1929 número uno de la recién nacida Administración Especial, quien constituyó la inmobiliaria inglesa.

Nogara, figura clave de la Banca Commerciale Italiana y en su momento consejero de la Santa Sede para el acuerdo financiero de los Pactos Lateranenses, fue quien gestionaría las indemnizaciones obtenidas de Benito Mussolini. Una avalancha de dinero: a los 750 millones de liras en efectivo (inicialmente depositadas precisamente en las cuentas de Banca Commerciale) se deben añadir de hecho mil millones de liras en títulos del Estado. El profesor de historia económica Maurizio Pegrari, autor de la entrada biográfica «Nogara» en la enciclopedia Treccani, recuerda que, antes de su llegada, las inversiones financieras «eran habitualmente confiadas a banqueros europeos –suizos, alemanes, franceses, holandeses e ingleses– que se apoyaban en las nunciaturas apostólicas presentes en estos países». Un sistema farragoso y en algunos casos incluso «diletante, a causa» –continúa Pegrari– «de la falta de aptitudes específicas de muchos nuncios y del mismo secretario de Estado de entonces, Pietro Gasparri. La llegada de Nogara trajo orden y eficacia». En efecto, el banquero transformó la Administración Especial en una especie demerchant bankque operaba en todas partes. No sólo en Italia y en Europa, sino también en Estados Unidos (donde la colecta del Óbolo de San Pedro era bastante abultada pese a la Gran Depresión) y en Argentina.

Nogara invirtió rápidamente el dinero recibido por los fascistas en acciones, obligaciones y, obviamente, en el mercado inmobiliario, a través de la creación de sociedades en el extranjero. Una apuesta que ha funcionado, y que todavía hoy da sus frutos. De oro. Si el holding parisino tiene «actividades» de 46,8 millones, el londinense es propietario en el centro de la ciudad de casas y edificios, incluidas tiendas de lujo en New Bond Street y los locales de la joyería Bulgari. Según una investigación de The Guardian, también la sede del banco Altium Capital, en la esquina de Saint James’s Square y Pall Mall, fue adquirida por Grolux Investments por 15 millones de libras esterlinas. La gestión de los inmuebles londinenses, a los que se añaden casas y terrenos en Coventry, supone para el Vaticano otros 38,8 millones de ganancias. A través del archivo de la cámara de comercio del Cantón de Lucerna, además, descubrimos que el holding inglés abierto en 1933 es gemelo de otra sociedad, abierta en 1931 por Nogara para el Vaticano en Luxemburgo y llamada «Le Groupement Financier Luxembourgeois», que parece que se cerró en 1939. No se trataba sólo de inmuebles, sino también de flujos financieros e inversiones a lo largo y ancho del mundo: ya entonces los futuros paraísos fiscales tenían vigentes normas bastante favorables desde el punto de vista fiscal y administrativo, y la Iglesia se sirvió de ellas «para operar», comenta Pegrari, «con mayor diligencia». En definitiva, en Italia, además de la inacabable caja de caudales de Propaganda Fide, la APSA controla también las sociedades Sirea y Leonina, que en el balance tienen ingresos de unos 16 millones.

Pero la APSA en Roma es propietaria de miles de pisos que suman cuantías importantes (en total, el Vaticano cuenta en la capital con unos 5.000, pero ni siquiera ellos saben cuántos poseen: en otro estudio de la Prefectura de Asuntos Económicos se evidencia entre los problemas críticos de la APSA la ausencia de balances que muestren el patrimonio inmobiliario en su totalidad). En 2014, la APSA introdujo en el balance tres partidas diferentes: las propiedades en Inglaterra, por valor de 25,6 millones; las de Suiza, por valor de 27,7 millones; por último, viviendas, empresas, edificios y pisos en Italia y en Francia por apenas 342 millones. Pero en el Vaticano saben bien que se trata de una cifra subestimada. Si las inversiones inglesas valen en el balance sólo 25 millones de libras (según la investigación de The Guardian, a los precios actuales de mercado, los edificios del centro de Londres valdrían 500 millones de libras, veinte veces más que lo referido por los contables del papa), el documento interno de la Cosea aclara este punto, especificando que la cartera contable de la APSA debe multiplicarse nada menos que por seis.

Alquileres de oro

Atrás dejamos París, Londres y Lucerna, y la caza del tesoro prosigue en Roma. Después de la APSA, otro gran propietario vaticano es Propaganda Fide, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, a cuyo frente está el cardenal Fernando Filoni. Un coloso financiero que en 2012 poseía títulos y cuentas bancarias por unos 170 millones de euros, y pisos en la capital inscritos en el balance por valor de noventa millones. Una cifra ridícula: según la propia Cosea, las joyas repartidas por las zonas más hermosas de Roma valen «450 millones». También ésta corre el riesgo de ser una valoración demasiado baja: si en el pasado exageradas estimaciones periodísticas llegaban a conjeturar para Propaganda Fide un tesoro cercano a los 9.000 millones, es probable que sus quinientos pisos distribuidos en sesenta edificios de las zonas más elegantes y lujosas de Roma valgan por lo menos mil millones.

La congregación, nacida para difundir la palabra de Jesús por los rincones más lejanos y pobres del mundo, y que tiene la tarea de coordinar las misiones evangélicas en los cinco continentes, posee inmuebles y pisos impresionantes en la piazza di Spagna, en las cercanas via della Vite y via Sistina. Es propietaria de media via Margutta y de áticos maravillosos en via del Babuino. Una cartera que, gracias a donaciones constantes por parte de los fieles, aumenta año a año: entre garajes, edificaciones y terrenos, el número de inmuebles en toda Italia se acerca al millar, pero el 95 por ciento de las propiedades se concentra en Roma y en su provincia.

Para sacarles rédito, la congregación los alquila. No a los comunes mortales, sino a quien se lo puede permitir, mejor si son vip o políticos. Si el presentador de Porta a Porta Bruno Vespa paga 10.000 euros al mes por doscientos metros cuadrados en la piazza di Spagna (a quien sostenga que se trata de una cifra baja para uno de los áticos más bellos del mundo, el periodista responde que ha invertido medio millón de su bolsillo en la reforma), son o han sido inquilinos de Propaganda: Cesara Buonamici, del telediario Tg5; el diseñador de moda Valentino (que alquiló todo un edificio en la piazza Mignanelli para sus oficinas); Antonio Marano, subdirector de la RAI y exsubsecretario de la Lega perteneciente al primer gobierno Berlusconi; el periodista Augusto Minzolini; algunos dirigentes de los servicios secretos; el excomisario de AGCOM Giancarlo Innocenzi; el mandarín de la Administración estatal Andrea Monorchio, o el expresidente de la ENAC Vito Riggio.

 

Las sociedades inmobiliarias de la APSA en el extranjero (véase traducción [3]).

En algunos casos, además, los alquileres pagados por los inquilinos no son acordes con los precios de mercado. Quien gozó de un tratamiento de favor fue seguramente Esterino Montino, expresidente interino de la Región de Lazio y gran figura del Partido Democrático (PD) regional, que ha sido huésped de Propaganda Fide en una de las calles más conocidas de la ciudad, via dell’Orso. Precio de alquiler: 360 euros al mes por ciento diez metros cuadrados, que Montino compartía con su compañera la senadora del PD Monica Cirinnà. «Lo hemos reformado con nuestro dinero, hemos invertido 150 millones de las antiguas liras», es la justificación del actual alcalde de Fiumicino, que ha visto cómo en 2010, después de doce años con descuentos de récord, su alquiler subía a 3.000 euros, el valor real de mercado para esa zona.

De vez en cuando, Propaganda Fide decide vender algún inmueble y así hacer algo de caja. No siempre al precio justo, eso sí: en 2004, el exministro de Transportes Pietro Lunardi consiguió comprarse, mediante un préstamo concedido a una sociedad inmobiliaria administrada por su hijo, todo un edificio de cinco plantas en la via dei Prefetti, en pleno centro histórico, pagando apenas 3 millones de euros. La magistratura de Perugia lo acusó de corrupción, junto al entonces prefecto de la congregación Crescenzio Sepe: a cambio del precio rebajado, según la acusación, el ministro habría concedido a través de la sociedad pública Arcus una financiación de 2,5 millones a Propaganda Fide para construir un museo en la sede de la congregación (un edificio del siglo XVII proyectado por Bernini y finalizado por Borromini) con vistas a la piazza di Spagna. La investigación concluyó en falso, y el expediente de ambos se archivó porque, según los jueces del colegio de delitos ministeriales del Tribunal de Perugia, se había producido la prescripción. El mismo año en el que el Vaticano vendía a Lunardi un chalet a precio de saldo, también Nicola Cosentino, poderoso exsecretario de Economía del gobierno Berlusconi y arrestado por presuntas relaciones con el clan mafioso de los Casalesi, hacía buenos negocios con Propaganda, adquiriendo una vivienda de ciento cincuenta metros cuadrados por 630.000 euros: no está mal para un piso en la tercera planta de una elegante calle del barrio de Prati, donde los precios se acercan a casi el doble respecto a lo que pagó el político. «Es verdad, mi mujer es la titular del piso, que todavía estamos pagando a través de un crédito», ha explicado Cosentino en una entrevista. «Rechazo cualquier insinuación, no es verdad que esa casa se me haya vendido a un precio de favor, a mitad de su valor. Me la recomendó un conocido de Caserta.»

Propaganda es generosa con todos, aun cuando el dinero obtenido por las compraventas deba servir para ayudar a las misiones. Cuatro años después de haber vendido a Lunardi y Cosentino, la congregación también le sirve en bandeja un negocio redondo a la pequeña sociedad de mediación inmobiliaria de Busto Arsizio, que en 2008 vendió a Propaganda todo un palacio señorial. La operación, esta vez, la realiza el sucesor de Sepe, el prefecto y cardenal Ivan Dias, que vive en un piso de doce habitaciones en la primera planta del edificio objeto de la compraventa: es él quien decide que el Vaticano debe comprar el inmueble. Como escribe Carlo Bonini en un reportaje para el diarioLa Repubblica,el Vaticano invierte 20,3 millones de euros. Una cifra importante. También porque la sociedad accionarial lombarda ha comprado los mismos inmuebles a la Banca Italease por apenas 9 millones. Sin embargo, no se trata de una revalorización temporal: los intermediarios compran el edificio la mañana del 30 de mayo de 2008, y lo revenden al Vaticano esa misma tarde, pero a más del doble.

Si la plusvalía récord parece penalizar a Propaganda, tampoco ha sacado un euro el Estado italiano de los 4 millones en impuestos que debería haber recibido por la transacción: «La parte adquirente [Propaganda Fide] en los bienes fiscales declara que el presente acto está integralmente exento de IVA, del impuesto de registro, de los impuestos hipotecarios y catastrales, de cualquier otro impuesto directo o indirecto y de tributaciones ordinarias y extraordinarias conforme a los Pactos Lateranenses de 1929», se lee en el contrato de compra. Traduciéndolo, también aquella porción de edificio comprada en el centro de Roma disfruta de las ventajas de la extraterritorialidad garantizadas por el Estado italiano a muchísimos otros inmuebles de la congregación, que además paga unos dos millones al año de IMU (impuesto sobre bienes inmuebles).

La era del cardenal Crescenzio Sepe (que para la gestión de casas y pisos confió en Angelo Balducci: el jefe de la «banda» que gestionaba los grandes eventos era, de hecho, uno de los tres «consultores» de Propaganda Fide) acabó en 2006, y la del prefecto Dias concluyó en 2011. Hoy el «papa rojo» es Fernando Filoni, y está intentando poner orden en cuentas y alquileres, convocando por medio de sus secretarios a los inquilinos vip y explicándoles que, cuando finalice su contrato, el alquiler anual se elevará hasta los precios de mercado.

Los alquileres demasiado bajos y aquellos beneficiados por favores son, de hecho, uno de los puntos críticos analizados por la Cosea. La razón es que, si el imperio inmobiliario ha permitido al Vaticano alcanzar en 2013 «una renta total de arrendamientos por valor de 88 millones de euros, de los cuales 65 millones están incluidos en los estados contables de la Santa Sede, y dos millones en los estados contables consolidados del Estado de la Ciudad del Vaticano», mucho se podría hacer todavía para mejorar las anotaciones contables. «Antes de nada», explican los miembros de la comisión, «se ha observado una duplicación de actividades entre las veinte instituciones que gestionan bienes inmobiliarios. Existen, además, importantes carencias estratégicas: precios de arrendamiento muy bajos (incremento potencial de la renta de al menos 25-30 millones, sin impacto en el compromiso de la Santa Sede de ofrecer pisos a alquileres bajos a los empleados); uso ineficiente de las unidades (por ejemplo la Libreria Editrice Vaticana posee un gran almacén en un prestigioso edificio de la piazza San Callisto); ninguna gestión de la tasa de retorno (rentabilidad) y ninguna transparencia sobre el valor de mercado de los bienes». Críticas durísimas. Sobre todo contra los favoritismos y recomendaciones de toda ralea: los miembros de la comisión subrayan, en efecto, que hay empleados que permanecen en las casas de la APSA o de Propaganda Fide con precios de favor incluso «ocho años después del término de su trabajo» en la Santa Sede, mientras que los inquilinos consiguen con demasiada facilidad obtener «una reducción del alquiler tras una petición específica».

Una montaña de dinero

Aparte del inmenso patrimonio inmobiliario, el Vaticano posee acciones, efectivo, obligaciones, cuentas suyas y a terceros, y activos financieros que valen entre ocho y nueve mil millones de euros en total; de los cuales –según se lee en el documento que planea la creación del Vatican Asset Management (VAM)– «el 85 por ciento están invertidos en acciones, el 5 por ciento en cuentas bancarias, el 5 por ciento en fondos foráneos, el 3 por ciento en obligaciones y un 1 por ciento en oro y materias primas». Gran parte de la montaña de dinero del Vaticano se conserva en el IOR y en la APSA, el ente que Bergoglio querría transformar en un banco central.