Aventura tropical - Kate Hoffmann - E-Book

Aventura tropical E-Book

Kate Hoffmann

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Beschreibung

Aventura tropical. La oferta: un fin de semana en el paraíso con un multimillonario. Sin ataduras… Tess Robertson está a punto de comprometerse… con un hombre al que no ama. Pero cuando conoce al dinámico y atractivo Derek Nolan, ¡se ve tentada a aceptar su seductora propuesta! La fantasía: una exuberante isla tropical llena de sol, arena… y mucha exploración sexual… Derek apenas puede creer la buena suerte que tiene. Tess es desinhibida… y se ha volcado de lleno en su ardiente Aventura tropical. La realidad: el paraíso es temporal… Cuando la realidad hace acto de presencia, Tess se ve obligada a abandonar la isla y volver a la monótona y predecible vida que lleva. Aunque es una pena que Derek aún no esté preparado para que la fantasía termine…

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Seitenzahl: 237

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2011 Kate Hoffmann

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Aventura tropical, n.º 40 - noviembre 2023

Título original: Into the nigth

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411805629

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Tess Robertson cruzó las puertas del Hotel Perryman a la vez que saludaba al portero. El vestíbulo del hotel más lujoso de Nashville estaba decorado para Navidad, aunque el ambiente ahora bullía con la emoción del próximo fin de semana de Año Nuevo.

Buscó entre los huéspedes apostados en los sofás y sillones. Algunos de ellos miraron hacia ella y se preguntó si podrían ver a través de su elegante fachada. Tal vez ese dicho fuera cierto: «aunque la mona se vista de seda, mona se queda».

Miró sus zapatos, comprados justo esa mañana junto con su vestido y el pequeño bolso que llevaba en la mano. Los sexys zapatos le apretaban, el impecable bolso apenas podía contener más que algo de dinero, una barra de labios y su teléfono móvil, pero tenía que admitir que el vestido era el más bonito que había tenido nunca y que merecía la pena cada centavo que le habían cargado a su tarjeta de crédito. Era importante que esa noche tuviera el mejor aspecto posible. Por primera vez en los cinco años que llevaba trabajando para la familia Beale, la habían invitado a su fiesta de Fin de Año.

Los Beale, Frank y Nan y su hijo Jeffrey, pertenecían a la clase alta de Tennessee; la fortuna de su familia se había forjado en la industria del algodón, del tabaco y del transporte, y ahora la invertían en bienes inmuebles comerciales y en el rancho que ella llevaba a las afueras de Lexington, Kentucky. Pasaban el invierno en Palm Beach y veraneaban en un estado montañoso cerca de Asheville, dejando las preocupaciones de su extenso negocio en manos de Jeffrey, su hijo de treinta y tres años.

Aunque la gente como los Beale se movía en un mundo muy distinto al de ella, sus caminos solían cruzarse en el rancho y en todas las carreras de caballos importantes: el Derby, el Preakness y Belmont. Aun así, siempre había exisitido un muro invisible entre ellos; los Beale se relajaban en salas vips mientras que ella trabajaba en los establos. Ellos llevaban una ropa maravillosa y ella iba en vaqueros. Ellos viajaban en jets privados y ella conducía una camioneta que tiraba de un remolque para caballos. Los ricos eran muy distintos… excepto por Jeffrey.

—¡Tess!

Se giró y se encontró con su mejor amiga. Alison Cole cruzaba el vestíbulo corriendo y sus tacones resonaban sobre el suelo de mármol.

—Siento llegar tarde —dijo Alison—. ¿Llevas aquí mucho tiempo? —se acercó a Tess y la abrazó—. ¿Qué tal la Navidad? ¿Y tu padre? Espero que esté bien —dio un paso atrás y examinó a su amiga de arriba abajo—. ¡Estás fabulosa! —le miró el pelo y asintió con gesto de aprobación—. Nada de heno. Es buena señal.

—¿De verdad te gusta el vestido? —le preguntó Tess encantada—. Tuve que elegir entre éste y el azul. El azul me hacía el pecho enorme, pero pensé que este color granate era más sofisticado.

Las dos echaron una ojeada al vestíbulo y, a juzgar por cómo las miraban, se dieron cuenta de que Tess había hablado demasiado alto.

—Buena elección —dijo Alison riéndose.

—Gracias —susurró Tess, recordándose en silencio que tenía que pensar antes de hablar. Era una de sus peores costumbres, una que intentaba cambiar.

—Ahora, dime, ¿por qué era tan importante que viniera contigo a esta fiesta? Estás con esta gente todo el tiempo, ¿por qué estás nerviosa esta noche?

Tess agarró a Alison de la mano y la llevó hacia el bar.

—Te lo explicaré todo mientras nos tomamos una copa. No quiero subir al salón demasiado pronto. No he comido en todo el día y el bufé será demasiado como para resistirse. Sabes que no tengo fuerza de voluntad cuando se trata de patas de cangrejo.

Una vez que se habían acomodado en el bar, Tess le dio un sorbo a su vodka con tónica y respiró hondo.

—Creo que Jeffrey va a pedirme en matrimonio esta noche —dijo titubeando.

Alison se quedó boquiabierta.

—¿Qué?

—Hace tiempo que espero que lo haga. Llevamos cuatro años con esta relación y veo que está algo… inquieto. Hace unas semanas cuando estuvo en el rancho, me dijo que iba a hacer un anuncio muy importante en la fiesta de esta noche y que podría sorprenderme. Después, como si nada, recibo una invitación. Nunca antes me habían invitado y sería muy propio de él dejar a sus padres impresionados con la noticia de que quiere casarse conmigo. Puedo imaginármelo poniéndose de rodillas a medianoche delante de toda esta gente.

—¿Alguna vez habéis hablado de boda?

—No, no en serio —respondió Tess—. Pero tiene sentido. Hacemos un buen equipo.

—¿Y lo quieres?

Tess vaciló antes de responder. Era una pregunta que se había hecho una y otra vez y la respuesta parecía cambiar igual que el tiempo.

—Puede ofrecerme la seguridad que no he tenido nunca y puedo ser una buena esposa para él —sacudió la cabeza—. Sé que nunca te ha gustado, pero…

—No —dijo Alison—. No es que no me guste, no lo conozco, nunca nos hemos visto. Tú eres la única que lo conoce. Esta relación existe en la oscuridad, Tess. Nadie sabe nada de lo que pasa entre vosotros. ¿No te resulta extraño?

—Los dos lo queríamos así —insistió Tess—. Habría causado demasiados problemas si todo el mundo en el rancho pensara que estoy acostándome con el jefe. Y ya conoces a mi padre. Dale unas copas y se lo estará contando a todos sus amigos. Además, los Beale siempre han querido que Jeffrey se case con alguien de una familia importante. Él sólo intenta protegerme.

Alison sacudió la cabeza mientras se volvía hacia su copa.

—Sólo digo que todo esto me parece un poco raro.

Tess le tocó el brazo.

—Sé que lo es, pero somos dos personas muy prácticas. Nos respetamos el uno al otro. Los dos estamos centrados en nuestro trabajo y, aunque el sexo no es espectacular, a mí me basta. Puedo ser bastante feliz con eso.

—Yo pensé que también podía —dijo Alison—, pero cuando te topes con la realidad, no pensarás lo mismo. Piensa en ti misma por una vez, Tess. No te preocupes ni por tu padre ni por tu situación económica.

Para Alison era muy fácil decir eso, pensó Tess. Ella tenía a sus dos padres, que la habían querido y cuidado, y a sus dos hermanas que siempre la habían apoyado. Lo único que tenía Tess era un padre alcohólico que había pasado de trabajo en trabajo cuando ella era pequeña y que había arruinado todas las oportunidades que habían tenido de disfrutar de una vida familiar y de un hogar.

Tess se había convertido en su cuidadora a la edad de siete años, cuando su madre se había ido de casa hacía ahora casi veinte. ¿Cuántas veces se habían visto viviendo en la calle desde aquel día? ¿Cuántos días habían trabajado sirviendo en ranchos a cambio de comida? Sabía muy bien lo que suponía el dinero de Jeffrey: por fin tendría su propia casa, un lugar en el mundo que no dependiera de si tenía o no trabajo.

—Sé lo que estoy haciendo —dijo Tess.

—Entonces, ¿por qué estoy yo aquí? ¿Estás segura de que no querías que te convenciera para que no lo hicieras?

—Apoyo moral. Necesito por lo menos una persona a mi lado en esa sala y a ti puedo contarte cualquier cosa. Tú me entiendes.

—Deberías poder contarle también cualquier cosa a Jeffrey. No deberías tener que fingir ser alguien que no eres, Tess.

—Yo no estoy fingiendo —respondió—. Sólo estoy moderando mis malas costumbres. Él vive en un mundo totalmente distinto, con reglas distintas. Yo sólo quiero encajar en él.

Hasta el momento en que había entrado en la universidad, Tess y su padre habían ido de un lado para otro y nunca se habían quedado en el mismo lugar más de un año. Desde Nueva York hasta Florida y de ahí a California, de un lado a otro del país, haciendo amigos para perderlos al poco tiempo. Así había sido la vida de Tess.

Había conocido a Alison el primer año de facultad en la Universidad de Kentucky en Lexington. Ambas estaban allí con una beca y pasaban largas noches trabajando en el campus en distintos empleos para poder llegar a fin de mes. Alison era la primera amiga que había tenido y la única.

—¿Crees que estoy conformándome con él?

—Sólo quiero que seas feliz. Te mereces un hombre que haga que el corazón se te acelere, uno que no pueda vivir sin ti. Un hombre que te ame exactamente por como eres —se detuvo—. ¿Qué sientes? ¿Puedes vivir sin él?

—Claro que puedo —respondió Tess, pero de pronto se dio cuenta de que había hablado demasiado rápido. Ésa no era la respuesta que Ali quería oír—. Ya sabes lo que quiero decir. Llevo manteniéndonos a mi padre y a mí desde que aprendí a limpiar una cuadra. Lo que quiero decir es que es posible… vivir sin él. Es posible vivir sin nadie, vivir sola —se detuvo y bajó la voz—. Sé lo que quiero.

Le dio un largo trago a su bebida y la dejó delante de ella.

—También te mereces un hombre que no quiera mantener vuestra relación en secreto —continuó Alison—. Un hombre que no tenga que dar explicaciones de lo que siente por ti ante sus padres, que no te envíe una invitación para que te presentes en su fiesta de petición de matrimonio.

—¡Para! —gritó Tess—. ¿Acaso tú has encontrado un hombre con todas esas virtudes? No sé si existe. Podría esperar toda la vida y nunca encontrarlo —miró a Alison y en el rostro de su amiga vio una sonrisa—. ¿Qué? ¿Lo has encontrado?

—Casi me da miedo hablar —respondió Ali—. Es muy reciente, pero es increíble. Es como si no pudiéramos dejar de tocarnos. Es médico y trabaja en una pequeña clínica en las montañas, a unas horas de Johnson City. Hace sólo un mes que lo conozco, pero es como si lleváramos juntos toda la vida. Es dulce, sexy y divertido y ha puesto mi vida patas arriba. Y lo quiero.

—Entonces, ¿por qué no estás con él esta noche?

—Porque has dicho que me necesitabas aquí y eres mi mejor amiga —Alison esbozó una coqueta sonrisa—. Está arriba, desnudo, en la cama y disfrutando de las delicias del minibar mientras ve un partido de hockey y espera a que vuelva. Me reuniré con él tan pronto como complete mis obligaciones como mejor amiga.

—¡No, no lo hagas! —gritó Tess—. No tienes que quedarte conmigo. Estoy siendo una estúpida. Vuelve con tu hombre desnudo.

—Está bien —dijo Alison.

—En serio, puedo hacer esto sola —insistió Tess—. Y después de que Jeffrey se me declare, os presentaré y así podré conocer a tu doctor.

—O tal vez podríamos quedar para desayunar mañana —sugirió Alison—. ¿O para tomar algo antes del almuerzo?

—De acuerdo —asintió Tess deseando dejar que Alison se fuera—. Tomaremos algo antes de almorzar.

—¿Estás preparada? —le preguntó su amiga.

—No. Voy a terminarme la copa y después sí estaré preparada. Tú vete. Ya hablaremos más tarde.

—De acuerdo. Hasta mañana —Alison le dio un abrazo y después recogió su bolso—. Escucha a tu corazón, cariño, y todo irá bien.

Cuando Alison salió hacia el vestíbulo, Tess agarró un cuenco de galletas saladas y mordisqueó una mientras pensaba en cómo se desarrollaría la noche.

Había conocido a Jeffrey cuando él había ido a visitar el rancho junto a sus padres después de la Semana del Derby hacía ya cuatro años. Ella había estado trabajando como la ayudante del gerente del rancho Beresford y Jeffrey le había parecido guapo y simpático. No había habido atracción, al menos no por su parte, pero después de que él volviera cada fin de semana durante un mes con la excusa de que quería aprender a montar a caballo, habían establecido una relación sexual. Dos años después, ella fue ascendida y pasó de ayudante a gerente, debido en parte a la recomendación de Jeffrey.

Aunque se acostaban juntos cada vez que él iba al rancho, habían mantenido una cordial relación laboral fuera del dormitorio. Jeffrey le había enseñado lo que suponía el establo para el negocio de los Beale y ella le había enseñado casi todo lo que sabía sobre el negocio de los caballos.

Más allá del interés que compartían por el rancho, eran bastante compatibles en el dormitorio. El sexo resultaba placentero, si bien algo rutinario. Nunca se había sentido extasiada a su lado, nunca había oído ángeles cantar ni había visto fuegos artificiales cuando estaban juntos en la cama, pero no le había dado importancia a nada de eso, ya que esas reacciones no eran más que un mito.

Los últimos años, la familia de Jeffrey había estado presionándolo para que eligiera una esposa y les diera nietos. Y aunque Jeffrey y ella habían discutido el tema del matrimonio de él… sus conversaciones siempre se habían centrado en el papel que ella desempeñaba en la ecuación. Sabía que él la amaba, se lo había dicho en varias ocasiones, y veía que el siguiente paso lógico era una propuesta de matrimonio.

Así que, ¿por qué parecía que estaba conformándose con él? Tal vez era demasiado práctica para perderse en la búsqueda de un hombre de ensueño. A decir verdad, le costaba mucho imaginarse una relación en la que pudiera volcar su corazón por completo. Las heridas de su infancia eran demasiado profundas.

Tess observó su reflejo en el espejo detrás de la barra. Se había tomado un interés especial en arreglarse al querer tener el mejor aspecto posible para las fotos que se sacarían en la fiesta. Había elegido un vestido de seda tailandesa granate que brillaba con reflejos negros y dorados cuando se movía, y un collar de cristal de roca rodeaba su cuello dejando sus hombros y su escote al descubierto.

Su atención se vio captada por el reflejo en el espejo de un hombre que había aparecido al otro extremo de la barra. Lo observó en silencio mientras oía cómo pedía una botella de whiskey. Era la clase de hombre guapo y apuesto que no se veía a menudo, por lo menos no trabajando en un rancho. Sintió un cosquilleo en el estómago mientras respiraba hondo.

Deslizó los dedos sobre las suaves ondas de su cabello y colocó esos oscuros mechones que le caían sobre los hombros. Aunque no era una auténtica belleza, sí que era bastante guapa. Hacía buena pareja con Jeffrey y, si se lo proponía, podría pasar por alguien que pertenecía al círculo social de los Beale.

Le dio un último trago a su copa y después abrió su bolso para pagar al camarero. Pero mientras cruzaba el vestíbulo en dirección a los ascensores, comenzó a tener dudas. Aunque debería estar sintiéndose eufórica de alegría, lo único que podía sentir era una leve sensación de temor. Los padres de Jeffrey no lo aprobarían, los invitados a la fiesta no la recibirían bien y ella acabaría como siempre, apartada de los demás.

—Bueno, eso no es nada nuevo —se dijo mientras aceleraba el paso. Había estado apartada del resto toda su vida y había sobrevivido bastante bien. Si Jeffrey se lo pedía, le diría que sí. Él era lo único que importaba, no lo que pensaran los demás.

Corrió hacia el ascensor.

Aunque la invadían los nervios sabía que, una vez que hubiera aceptado casarse con Jeffrey, se sentiría bien.

Las puertas del ascensor estaban cerrándose cuando llegó.

—¡Un momento! —gritó.

Una mano apareció entre las puertas y volvieron a abrirse. Tess entró corriendo.

—Gracias —murmuró mientras pulsaba el botón del último piso.

Había muchos matrimonios basados en la amistad, en el respeto, en objetivos de futuro comunes.

—No se puede decir que tenga hombres haciendo cola por mí —murmuró para sí.

—¿Qué?

Alzó la mirada y vio un rostro familiar. El hombre de la barra estaba en el otro extremo del ascensor, robándole el aliento con sus penetrantes ojos azules.

—¿Qué?

—Ha dicho algo. Lo siento, creía que estaba hablando conmigo.

—No. Sólo estaba pensando en voz alta —se le quebró la voz—. Gracias… Por sujetar las puertas.

—No hay de qué.

Esperaron juntos a que se cerraran las puertas, ambos mirando hacia el vestíbulo. El corazón de Tess golpeaba su pecho con fuerza.

—Tal vez debería pulsar el botón para cerrar la puerta —sugirió él.

Ella le lanzó otra mirada. ¡Vaya! Era guapo con ganas. Jamás había visto a un hombre tan guapo. Y no era sólo por sus perfectos rasgos o esa juvenil sonrisa, ni por su cabello negro. Iba vestido como si hubiera salido de las páginas de una revista de moda y estaba claro que debajo de su elegante ropa había un cuerpo de infarto.

—¿La puerta?

—Sí —murmuró Tess—. Gracias por sujetarla.

—Oh, Dios, eso ya lo había dicho.

Él se acercó y sus hombros se rozaron cuando pasó por delante de ella, pero entonces Tess se dio cuenta de lo que quería hacer. Hizo intención de pulsar el botón ella misma, pero se tropezó y cayó contra el panel de botones.

Al instante, la mano de él se cerró firmemente alrededor de su brazo para sujetarla.

—¿Está bien?

—Sí —respondió ella disimulando mientras pulsaba el botón para cerrar—. Muy bien —se llevó la mano al pecho y sintió cómo su corazón palpitaba bajo sus dedos. Debía de ser así, pensó, eso era a lo que Alison se había referido. Y ahí estaba ella, de camino a su fiesta de compromiso y ensimismada con un completo extraño.

—¿A qué piso va? —le preguntó ella.

—Al doce. Le he dado al botón cuando he entrado.

—Yo voy al último, a la azotea.

—No estará pensando en saltar desde allí, ¿verdad? —bromeó él.

Ella lo miró de soslayo y lo vio sonriendo.

—Me lo estoy pensando, pero me dan miedo las alturas.

—Entonces va al quince —respondió él, señalando el panel.

Rápidamente, ella alargó la mano y pulsó el botón.

Aunque pensaba que una fiesta al aire libre en la azotea ajardinada del hotel en mitad del invierno de Nashville era una estupidez, no había duda de que los Beale llevarían radiadores portátiles para caldear el frío ambiente. Para ellos, el dinero nunca era un problema. Al parecer, la azotea del Perryman tenía unas vistas espectaculares de la ciudad y del río. Siempre lo mejor para los Beale, costara lo que costara.

Sin duda, su fiesta de compromiso sería memorable.

Volvieron a mirarse. A Tess, los ojos de él le parecieron fascinantes. Tenían un brillo picarón que se intensificaba cuando sonreía.

—Ahí arriba va a hacer mucho frío. ¿Cree que va suficientemente abrigada?

Ella se encogió de hombros.

—Es una fiesta. Estoy segura de que habrá carpas y radiadores —asintió hacia la botella que él tenía en la mano—. ¿Y usted? ¿También va a una fiesta?

—No estoy de humor para fiestas. Tengo planeado pasar una tranquila noche en mi habitación, puede que vea una película.

—¿Usted y una botella de whiskey? —en esa ocasión Tess lo miró directamente a los ojos—. Dicen que no se debe beber solo.

—Lo sé. Es un cliché. Pero esta botella de whiskey es muy buena y no he encontrado a nadie interesado en compartirla conmigo —se detuvo—. Hasta ahora.

Ella sintió un cálido rubor por sus mejillas y un cosquilleo le recorrió la espalda. Era una locura. Se suponía que estaba enamorada de Jeffrey, ¿por qué estaba permitiéndose flirtear con ese extraño? ¡Sobre todo cuando no tenía la más mínima idea de flirtear!

—Por cierto, está preciosa —dijo él señalándola con la botella—. Ese vestido es… bueno, va a ser la chica más guapa de la fiesta.

No había duda, estaban flirteando. Y por primera vez en su vida no se sentía como una completa idiota. Nunca había sabido cómo encandilar a un hombre, cómo atraerlo y hacer que la deseara. Siempre había soltado algo sarcástico o brutalmente sincero y lo había echado todo a perder.

Pero ese extraño parecía estar totalmente embelesado con ella. Cuando el ascensor comenzó a subir, a Tess le dio un vuelco el estómago. Nunca se había detenido a cuidar demasiado su aspecto, pero se alegraba de haberlo hecho esa vez, aunque sólo fuera para poder sentirse de ese modo por una vez en su vida.

—Gracias. Es usted… un encanto.

Estaban sonriéndose cuando el ascensor se detuvo en seco. Tess cayó hacia atrás. Se golpeó el hombro contra la pared y fue a aterrizar en brazos del extraño.

La luz del ascensor parpadeó y se apagó. Tess respiraba entrecortadamente mientras esperaba contra el cuerpo del hombre. Era un castigo de Dios por flirtear con un guapo desconocido. Su ascensor estaba a punto de desplomarse y moriría la misma noche en la que iba a anunciarse su boda. ¡Qué cruel era el destino!

Pero cuando el ascensor no cayó, se preguntó si no estarían enviándole un mensaje diferente. Tal vez no tenía que subir a la azotea, tal vez era ahí donde tenía que quedarse.

 

 

Derek Nolan esperó en silencio mientras sus dedos se aferraban a los suaves brazos de la mujer, que no había dicho nada desde que se habían ido las luces y el ascensor se había detenido bruscamente. Aunque no podía verla, la imagen de ella seguía danzando por su cabeza.

Ella le había alegrado la noche. Se había preparado para pasarla solo con una botella del mejor whiskey del hotel, dormir bien y después partir al amanecer hacia su próximo destino. Viajaba tanto, que había veces en que olvidaba en qué ciudad se encontraba.

Desde que la situación económica global había empeorado, había estado trabajando a un ritmo frenético para mantener a flote el negocio de su familia. El Perryman era uno de los treinta y siete hoteles de lujo que los Nolan tenían por todo el mundo y su trabajo era asegurarse de que todos funcionaban con la máxima eficiencia. Aunque encontraba muchas satisfacciones en su trabajo, había empezado a darse cuenta de que trabajar dieciséis horas al día no le dejaba mucho tiempo para divertirse.

Justo esa misma tarde, durante una reunión sobre los costes de energía del hotel, había estado pensando en la última vez que se había divertido de verdad. Sí, era cierto, durante los últimos ocho años había tenido vacaciones, había salido con mujeres y había tenido distracciones, pero la universidad había sido el último lugar en el que se había sentido verdaderamente libre de obligaciones… lo suficiente como para relajarse y olvidarse de todo.

—¿Estamos atrapados? —preguntó ella.

—Se pondrá a funcionar en un minuto —respondió él, acariciándole la espalda para calmarla.

—¿Y si eso no sucede? ¿No deberíamos intentar salir mientras podamos?

Cuando Tess se giró, su cadera rozó la entrepierna de Derek.

Estar cerca de una bella mujer aún le causaba la misma respuesta psicológica, el mismo deseo de poseerla. Sin embargo, en algún momento había dejado de rendirse a sus impulsos. Si, no le suponía ningún problema encontrar a mujeres que llevarse a la cama, pero últimamente había estado buscando algo más.

¿Podían un hombre y una mujer ser amigos primero y después amantes? Aunque había tenido varias relaciones largas, no había encontrado una mujer con la que se sintiera completamente cómodo.

—Seguimos sin movernos —dijo ella con una voz tensa e hincándole los dedos en el brazo.

—No se preocupe.

—No cree que…

—¿Que se desplomará hasta el primer piso? No, no lo creo. Hoy en día los ascensores tienen todo tipo de sistemas de seguridad. Eso sólo pasa en las películas de terror y en las pesadillas.

—Tengo esa pesadilla todo el tiempo y nunca termina bien.

Él se metió la mano en el bolsillo y, cuando sacó su BlackBerry, la pantalla se iluminó lo suficiente como para dejarle ver los rasgos de la cara de Tess.

—Debería haber un botón de alarma —dijo él.

Lo encontró en el panel. Cuando lo pulsó, sonó un timbre sobre sus cabezas.

A continuación, marcó el número de recepción.

—Hola, soy Derek Nolan. Estoy atrapado en el ascensor con… —se acercó a ella—. ¿Cómo se llama?

—Tess. Tess Robertson.

—Con Tess Robertson. ¿Podrían llamar a mantenimiento y hacer que nos saquen?

—Por supuesto, señor Nolan. Ahora mismo. Lo siento mucho. Últimamente hemos tenido muchos problemas con los ascensores.

—Sáquennos de aquí —dijo él con voz calmada—. Y llámenme a este número si hay algún problema —colgó y dirigió la luz de la pantalla hacia Tess—. ¿Hay alguien a quien quiera llamar?

Tess vaciló un momento antes de responder:

—No, estoy bien.

Pero no parecía estarlo, parecía intranquila. Estar en la oscuridad en un espacio reducido con un extraño la ponía nerviosa.

—No tiene que preocuparse. Está a salvo conmigo. Es más, está muchísimo mejor conmigo. Soy un huésped muy importante. Nos sacarán en cuanto puedan.

—No estoy demasiado preocupada. Quiero decir, no por estar aquí encerrada con usted, sino por lo de caer al vacío.

Él se rió.

—¿Por qué no nos sentamos y nos ponemos cómodos? —Derek extendió la mano y la ayudó a acomodarse en el suelo antes de sentarse a su lado. Después, dejó la botella de whiskey entre los dos—. ¿Qué le parece? ¿La abrimos? Es muy bueno y puede que le calme los nervios.

Tess se encogió de hombros, cruzó las piernas y posó las manos sobre su regazo. Forzó una sonrisa.

—¿Por qué no? Puede que también suavice la caída.

—No vamos a caernos —insistió Derek. Con una amplia sonrisa, le dio la BlackBerry—. Alúmbreme —quitó el tapón—. Es una pena que no tenga vasos. Hay quien podría considerar un crimen beberse un whiskey de doce años directamente de la botella, pero las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

—No me importa lo que diga la gente —respondió Tess—. Nunca me han gustado las reglas —levantó la botella hacia él—. Brindo por… por el fuerte cable que está sosteniendo este ascensor —y como una bebedora experimentada, volcó la botella y dio un trago… para después comenzar a toser—. Es bueno.

Derek le dio unas palmaditas en la espalda.

—Tranquila, no beba demasiado deprisa.

Con una suave carcajada, ella le devolvió la botella.

—No se preocupes, puedo con este trago de alcohol.

Derek dio un trago.

—Bueno, Tess Robertson, ya que vamos a estar aquí atrapados un rato, cuénteme algo sobre usted. ¿Es de Nashville?

Ella negó con la cabeza y su oscuro cabello cayó sobre su cara.

—No. Vivo cerca de Lexington, Kentucky. Dirijo un rancho. Criamos y entrenamos a purasangres para carreras.

—¿Trabaja con caballos?

Tess asintió.

—Mi padre es entrenador. Me subió a un caballo cuando tenía tres años y no me he separado de ellos desde entonces. Ayer estuve limpiando establos y hoy estoy bebiendo whisky del caro con un vestido de gala mientras aguardo mi muerte inminente —agarró la botella y dio otro trago—. ¿Qué me dice de usted?

—Mi familia tiene una cadena de hoteles.

—¡Ja! —exclamó con una carcajada—. Apuesto a que está lamentando haber decidido alojarse en éste.

—Probablemente no debería admitir esto, pero este hotel es uno de los nuestros.

—¿Es el dueño de este hotel? Lo siento, es muy bonito.

—Estoy aquí velando por los intereses de la familia, asegurándome de que el personal está haciendo su trabajo. Mañana me marcho a Puerto Rico a visitar otro hotel.

—Su trabajo parece muy interesante —dijo.

—Y el suyo.

Tess se encogió de hombros.

—Los caballos no pueden ofrecerte servicio de habitaciones.

Fue un comentario algo extraño que le hizo reír. ¿Estaba el whiskey empezando a hacer efecto? ¿O era ella la causante… tan sincera y directa?

—Supongo que no pueden, pero tampoco se puede cabalgar sobre un hotel. O montarlo para una carrera.

—Eso es muy cierto.

La luz del teléfono se apagó, pero siguieron charlando en la oscuridad y pasándose la botella.

—¿Ha dicho que iba a una fiesta?

—Los propietarios del rancho celebran una fiesta de Fin de Año. La celebran todos los años y esta vez me han invitado.

—Y ahora, está aquí atrapada conmigo —dijo con un tono de disculpa.