Luces, cámara... pasión - Kate Hoffmann - E-Book

Luces, cámara... pasión E-Book

Kate Hoffmann

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Beschreibung

eLit 399 El cámara Zach Haas siempre había querido hacer cine y, con su recién descubierta fortuna, por fin tenía su sueño al alcance de la mano. Ahora lo único que necesitaba era una dosis de inspiración. Pero cuando se encontró con la atractiva actriz Kelly Castelle en el set de Entre nosotras, más que inspiración, lo que sintió fue... deseo. Kelly prácticamente se derritió al ver a Zach salir de detrás de la cámara. El calor que surgió entre los dos fue abrasador. Pero él era diez años más joven y el premio que había ganado en la lotería acababa con la posibilidad de que se sintiera atraído por una mujer mayor que pudiera mantenerlo. De modo que su relación no podría ser más que un imprudente romance con el que disfrutar del mejor sexo de su vida.¿O podría ser algo más?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2007 Kate Hoffmann

© 2009 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Luces, cámara... pasión, n.º 399 - diciembre 2023

Título original: For lust or money

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411805650

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Kelly Castelle se sentía como si estuviera en el infierno. Al menos, así era exactamente como se imaginaba que sería el infierno, sin contar con el tráfico, las aceras ni los edificios. Se apartó un mechón de pelo de los ojos y se secó su húmeda frente con la muñeca. En el pasado ya había tenido muchos trabajos terribles, pero en esa ocasión pensaba verdaderamente que se encontraría a Belcebú detrás de la cámara.

—¿Aquí siempre hace tanto calor?

El conductor la miró por el espejo retrovisor.

—Estamos a mediados de agosto, señorita, y esto es Atlanta. ¿Qué esperaba?

—Algo parecido a Los Ángeles —murmuró. Allí hacía calor, pero nunca había tenido esa sensación de humedad. Tenía la ropa pegada a la piel y el pelo se le había quedado lacio nada más bajar del avión. Con ese aspecto, seguro que la echaban en el acto y contrataban a otra actriz, una que tuviera un aspecto fresco y sereno con casi cuarenta grados.

Tal vez fuera una señal, pensó Kelly. Hacía sólo una semana había decidido que podría haber llegado el momento de salir de Hollywood y de encontrar una nueva vida. Había trabajado como actriz, primero en Nueva York y después en Los Ángeles durante casi quince años, y no había logrado mucho. Sí, claro, había hecho algunas apariciones en series de televisión que llevaban tiempo canceladas. Había hecho algunos anuncios y había tenido un pequeño papel en una película de miedo de muy mala calidad. Incluso había trabajado en una serie durante dos años antes de que su personaje muriera al caer un meteorito sobre su caravana. Pero nunca había logrado encontrar un agente decente y estaba acercándose a la edad en la que ya nadie se molestaría en llamarla para ofrecerle un trabajo.

Treinta y cinco. Había muchas actrices que matarían por volver a tener la edad que tenía ella, pero durante los últimos años había escuchado el tictac de su reloj diciéndole que su carrera llegaba a su fin. En Hollywood las mujeres tenían una vida corta en el cine y ella estaba empezando a acercarse a los límites.

El mes anterior, su agente la había llamado para preguntarle si alguna vez había pensado en hacer porno blando. Kelly habría despedido a Louise DiMarco de inmediato si en ese momento no le hubiera ofrecido un anuncio de hemorroides a escala nacional. Había rechazado las dos ofertas antes de que Louise hubiera mencionado, sin darle mucha importancia, un pequeño trabajo en Atlanta para actuar en unos sketches del programa Entre nosotras.

Aunque no pagaban demasiado, a Kelly no le importaba. Era un viaje gratis a Atlanta, una noche en un bonito hotel y suficiente dinero para pagar la compra durante varios meses. Desesperada por salir de Los Ángeles, aunque sólo fuera durante un día o dos, no había querido dejar pasar la oportunidad. Y a pesar de que no se podía decir que fuera su gran golpe, al menos no era pornografía.

Pero, ¿se estaba engañando a sí misma? Una participación de seis minutos en un sketch en un programa de testimonios no podía compararse con un papel en una película con un director de tercera categoría. Tendría que tomar unas cuantas decisiones sobre su futuro una vez que regresara a L.A., pero por el momento se centraría en desempeñar ese nuevo trabajo lo mejor posible.

—Ya hemos llegado —dijo el conductor al detenerse—. Los estudios CATL. ¿Necesita que le lleve la bolsa hasta dentro?

Kelly negó con la cabeza y le dio un billete de veinte.

—No, gracias.

—El programa se hace cargo de la tarifa y de la propina.

Kelly respiró hondo y salió del coche. Miró el exterior del estudio, una moderna mezcla de cristal y ladrillo rojo. Cuando bajo la vista, tenía su bolsa de viaje sobre la acera y el taxi se alejaba.

—El espectáculo debe continuar —murmuró.

Atravesó un pequeño jardín y cruzó las puertas de cristal para entrar en el fresco y tranquilo vestíbulo. Había una guapa recepcionista sentada junto a un moderno escritorio delante de una pared de cristal, sofás y sillones por todas partes y un panel lleno de monitores de televisión que colgaba del techo tras el escritorio de la recepcionista.

—Hola, soy…

—La señorita Castelle —terminó la chica antes de pulsar un botón—. Hola, Jane. Soy Mindy. La señorita Castelle ha llegado —alzó la vista y dijo—: Ahora mismo la atiende.

—¿Hay algún sitio donde pueda refrescarme un poco?

—Oh, la llevarán directamente a vestuario y a maquillaje.

Kelly parpadeó sorprendida.

—¿Maquillaje?

—Tiene que empezar a grabar… —Mindy miró la pantalla del ordenador— en media hora.

—Yo… yo pensaba que primero tendríamos una reunión o… No creía que…

—Ahí atrás trabajan a un ritmo muy intenso —dijo Mindy con tono de disculpa.

Kelly se agachó y buscó desesperadamente su guión en la bolsa de mano. Le había echado un vistazo en el avión, pero si tenía que empezar a grabar en treinta minutos, aún le quedaba trabajo por hacer. Ni siquiera había pensado en los objetivos y motivaciones de su personaje al haber supuesto que eso lo harían durante la lectura del guión.

Pero, ¿qué le preocupaba tanto? No era más que un sketch de seis minutos para la televisión local. Se emitiría una vez y después desaparecería para siempre.

—¿Señorita Castelle?

Se puso de pie con el guión pegado al pecho.

—¿Sí? —la mujer delante de ella llevaba una divertida camisa vintage con unos vaqueros negros que se ceñían a sus esbeltas piernas.

—Soy Jane Kurtz. Bienvenida a Atlanta. Voy a llevarte a vestuario y después iremos a maquillaje —miró el reloj—. ¿Qué tal ha ido el vuelo? Hartsfield puede ser una pesadilla, pero parece que has sobrevivido sin problema.

Sujetó la puerta para que Kelly pasara y después la guió por un laberinto de pasillos. Llegaron hasta una puerta abierta y entraron en una gran sala llena de percheros de ropa que iban desde el suelo hasta el techo.

—Te presento a Karen Carmichael, mi nueva ayudante —dijo Jane.

Kelly sonrió a la mujer de cabello oscuro que rondaba los treinta años y que llevaba un vestido amplio de llamativos estampados, mechas moradas en el flequillo y un diminuto pendiente en la nariz.

—Talla dos —dijo Karen.

Kelly asintió.

—Has acertado.

Jane sonrió.

—¿Ves, Karen? Sé que te había contratado por algo. Aunque tu habilidad para calcular mi peso no es un talento que quiero que cultives.

—Cincuenta y tres —dijo Karen mirando a Kelly.

—¡Guau! Es increíble.

Karen miró a Jane.

—¿No la matarías? La última vez que yo pesé cincuenta y tres kilos fue cuando estaba en séptimo curso.

Jane se rió.

—La mataré cuando hayamos acabado de grabar.

Kelly las miró a las dos y dijo:

—Podéis consolaros con el hecho de que, por lo menos, soy cinco o diez años mayor que vosotras —se detuvo y después alzó tres dedos seguidos rápidamente de otros cinco.

—Nicole va a alucinar —dijo Karen—. No aparentas treinta y cinco y se supone que eres la mayor del sketch.

—No te preocupes —dijo Jane—. El chico con el que va a trabajar parece muy joven. Funcionará. Y además, las luces siempre añaden cinco años.

Continuaron por el pasillo hacia la sala de maquillaje. Jane dejó la bolsa de Kelly encima de la encimera y la sentó delante de uno de los espejos. Un monitor de televisión colgaba del techo, aunque el sonido apenas era audible.

—Tengo el pelo horrible —dijo Kelly al ver su reflejo.

—Tengo un spray que hace milagros —Jane deslizó sus dedos entre el pelo de Kelly—. Tiene un color precioso. ¿Dónde te lo tiñes?

—En ningún sitio.

—¿Te lo tiñes tú?

—No, no me tiño el pelo. ¿Por qué? ¿Crees que debería teñírmelo?

—No. No te lo toques. Me sorprende que no te haya salido ninguna cana teniendo el pelo tan oscuro.

Lo cierto era que se había encontrado más de una cana en las sienes y se las había arrancado en lugar de admitir que había llegado el momento de ir a la peluquería a aplicarse un buen tinte. Pero ahora que ya iba a dejar de ser actriz, no tendría que preocuparse por eso. En el mundo real las mujeres tienen canas.

—Aún no —mintió.

Mientras Jane trabajaba, Kelly revisaba el guión. Entre nosotras era un interesante híbrido de los mejores elementos de un programa de testimonios. La presentadora, Eve Best, trataba temas excitantes con humor y espontaneidad y se hablaba de la vida de los famosos y de las últimas tendencias tanto en moda como en las relaciones personales. Últimamente, los productores habían estado utilizando los sketches para introducir los distintos bloques del programa. El título del guión de Kelly decía: «Alabanza a los hombres jóvenes» y hablaba de las dificultades y placeres que conllevaba una relación con un hombre más joven.

—Hola. Tú debes de ser la mujer mayor.

Kelly miró a un lado para encontrarse con su «hombre joven», de pie junto a la puerta. No estaba segura de qué se había esperado, pero ver a ese típico macizo de Hollywood la decepcionó un poco. En pantalla se le vería diez veces más guapo que ella.

—Hola —le dijo forzando una sonrisa—. Kelly Castelle.

—Bryan Lockwood —le respondió con una brillante y blanca sonrisa—. ¿Podemos empezar? Tengo un vuelo a las ocho y no puedo perderlo. Voy a reunirme con la gente de Hanks mañana por la mañana por un papel en su nueva película.

—¿Tom Hanks? —preguntó Kelly.

—Es un papel largo. Mi agente dice que soy perfecto para él y esta semana también tengo una reunión con la nueva productora de Cruise. Lo último que quiero es estropearlo todo por este estúpido trabajo.

—Ya casi estamos —murmuró Jane.

—Genial. Te veo en el plató —dijo dirigiéndole a Kelly otra deslumbrante sonrisa.

—Qué imbécil —murmuró Jane un momento después de que él hubiera salido de la habitación—. Ha sido una pesadilla tener que maquillarlo. Le he tenido que rehacer el maquillaje tres veces para conseguir ese toque bronceado de California que quería. Pero, ¿sabes? Voy a contarte un secreto. Ya tiene entradas. En dos años estará calvo.

—Gracias —le dijo Kelly—. Este trabajo está haciendo estragos en mi ego.

—Eres preciosa —le aseguró Jane—. Mira ese perfil clásico, esa nariz perfecta. Tus pómulos no podían ser más altos —agarró un perfilador de labios—. Y fíjate en esta boca. Todas esas mujeres que se ponen silicona en los labios tienen que ponerse verdes de envidia cuando vean los tuyos.

—Mi ego ya se ha recuperado —dijo Kelly riéndose—. Tampoco hay que exagerar.

—Ya estás lista. Vamos. Te acompañaré y te presentaré a Nicole. Es la productora.

Kelly se miró al espejo. Aún estaba bien, había muchas actrices de su edad que parecían mayores. Respiró hondo, se despejó la mente de inseguridades y dudas y se dijo que ése era un trabajo más y que, aunque podía ser el último de su carrera, ella era un actriz consumada.

Y después, cuando volviera a su hotel, podría ceder ante todas las emociones que bramaban en su interior y podría llorar a gusto.

 

 

Zach Haas estaba de pie, en las sombras del estudio, mirando a través de la cámara de televisión a la mujer sentada en el banco del parque. Desde que había entrado en el plató, no había podido quitarle los ojos de encima.

Acercó el teleobjetivo a su cara, que estaba girada de perfil, y estudió sus rasgos. Llevaba seis meses trabajando detrás de la cámara en Entre nosotras y no podía recordar haber visto una mujer más extraordinaria. Cada facción de su cara estaba en delicada armonía con el resto. Era perfecta y ligeramente exótica. Tenía el cabello de un color caoba profundo, ojos verde claro y una suave piel de porcelana.

—Está bien —dijo Nicole Reavis—, vamos a empezar. ¿Por qué no hacemos un breve ensayo mientras George ajusta la iluminación? Tenemos cuatro escenas cortas: referencias culturales, vivencias, compatibilidad sexual y futura felicidad. En esta primera escena, acabáis de conoceros y estáis hablando de música. Kelly, aquí es donde te das cuenta de que Bryan nunca ha oído la música que ha marcado tu vida y eso te inquieta —Nicole fue hacia la sala de control—. Cuando estéis listos —gritó.

Estaban grabando con dos cámaras y Zach esperó a oír la voz de Nicole por los auriculares que llevaba. Ella les indicaba a John y a él cuándo hacer los primeros planos y las panorámicas, además de darles indicaciones a los actores a través del sistema de megafonía que había en el estudio.

—Vamos a grabar —gritó Nicole después de que repasaran sus textos.

Kelly miró nerviosa hacia las cámaras.

—Estoy… estoy acostumbrada a ensayar un poco más. ¿Podemos repasar un par de veces más?

—No te preocupes —dijo Nicole—. Solucionaremos cualquier problema durante el proceso de edición.

Zach enfocó a Kelly y se rió para sí cuando ella comenzó a pronunciar sus frases. Había pasado mucho tiempo mirando a toda clase de gente y lugares a través de la cámara, casi seis años en la escuela de cine. Sus estudios universitarios, primero en Colorado y después en Nueva York, le habían enseñado que no todo el mundo salía bien en pantalla. Pero nunca había habido nadie que saliera tan bella como esa mujer. Era como una de esas actrices de los años treinta, glamurosa y atractiva.

Sintió un escalofrío de deseo recorrerlo y respiró entrecortadamente. Desde que había llegado a Atlanta, había tenido la precaución de evitar relaciones serias con el sexo opuesto. Había habido mujeres hacia las que se había sentido ligeramente atraído y mujeres a las que se había llevado a la cama. Después de todo, tenía veinticuatro años y necesidades, pero había evitado cualquier cosa que se acercara a una relación real.

Sus necesidades. Eso era lo que le había metido en problemas. O tal vez lo había hecho por el riesgo, por el peligro de seducir a una mujer mayor… sobre todo una mujer con poder. Pero nunca había esperado que ella usara ese poder en su contra. Le había costado todo por lo que había trabajado, todo lo que significaba algo para él.

—¡Zach!

—Estoy aquí —le murmuró a Nicole.

—Aléjate un poco.

Zach hizo lo que le dijo.

El día que había dejado Nueva York, había decidido dejar su afición por las mujeres mayores, pero ahora tenía motivos para reconsiderarlo. Kelly Castelle era la primera mujer que había visto en mucho tiempo que le había provocado una reacción inmediata e intensa. De todos modos, no podía ser mucho más mayor que él, aparentaba treinta años a lo sumo… y ¿qué eran seis años de diferencia?

—Lo siento —dijo Kelly, frotándose la frente. Alzó la vista—. ¿Podemos repetirlo?

—Si pudieras leer bien la frase, ¡todos podríamos irnos!

Kelly dio un grito ahogado y miró a Lockwood.

—Es que creo que el ritmo es algo rápido para esta escena.

—¡Corten! —gritó Nicole.

Zach salió de detrás de la cámara.

Bryan Lockwood sacudió la cabeza y alzó las manos exageradamente.

—Esto es ridículo. No me estoy metiendo en el papel. Kelly no me está dando nada con lo que trabajar. ¿Qué motivación tengo? ¿Por qué iba a volver la vista hacia una mujer de su edad?

—Lo siento —dijo Kelly con voz temblorosa—. Yo… yo estoy acostumbrada a ensayar un poco más. Vamos a repetir. Estoy segura de que lo haré bien…

—No —respondió Bryan—. Yo estoy acostumbrado a trabajar con profesionales y está claro que no sabes lo que estás haciendo.

Zach se estaba enfureciendo por momentos. ¿Quién era ese cretino? ¡No tenía derecho a hablar a Kelly de ese modo! Pero antes de poder decir algo, ella se levantó y golpeó al chico en la cabeza con el guión.

—Escucha… crío. Yo estaba estudiando interpretación con algunos de los mejores profesores de Nueva York cuando tú todavía estabas viendo dibujos animados. Interpreté a Shakespeare cuando tú hacías de enanito en tu representación de El mago de Oz del colegio. No te atrevas a cuestionar mi profesionalidad ni mi talento. Llevo quince años en esto. Cuando lleves todo ese tiempo trabajando como actor, ven a verme y entonces hablaremos.

—Me llamo Bryan Lockwood. Recuérdalo porque en los próximos años vas a oír hablar mucho de mí.

—La única persona que te recordará dentro de diez años será tu madre.

—Yo no necesito este trabajo —farfulló—. Buscaos a algún aficionado —y con eso, Bryan se dio la vuelta y salió del plató.

—Y a ti más te vale ir pensando en ponerte injertos de pelo —le gritó Kelly— porque ¡te estás quedando calvo!

La puerta se cerró de golpe y en el estudio se hizo un silencio sepulcral. Kelly, con los ojos abiertos de par en par, ruborizada y furiosa, miró a Nicole y a la ayudante de producción. Tragó saliva e intentó mostrar una sonrisa.

—Lo siento. No… No sé qué me ha pasado. Nunca, jamás, le ha hablado así a un compañero —tenía los ojos cubiertos de lágrimas—. No… No sé qué decir. Por favor, perdonadme. Ahora mismo me marcho.

—Espera —dijo Nicole—. Tú no vas a ninguna parte.

—Pensaba que… ibais a despedirme.

—Llamaremos a otro actor, buscaremos a uno que resida en Atlanta. ¡Ah! Y recordad que no vamos a pagar el billete de avión de regreso del señor Lockwood. ¡Menudo imbécil!

—Lo siento mucho —dijo Kelly—. No sé qué me ha pasado. Os juro que nunca había actuado así.

—El problema es que ahora no podremos ceñirnos a nuestro calendario de grabación hasta que no tengamos otro actor —comentó Nicole frotándose la frente.

—Yo lo haré —dijo Zach. Las palabras le salieron de la boca antes de poder darse cuenta. Lentamente, salió de detrás de la cámara—. Bueno, no parece tan difícil. Y en la universidad di clases de interpretación. Estoy aquí y de todos modos ya me estáis pagando, así que ¿por qué no probamos?

Miró a Kelly y en sus ojos verdes vio un brillo de gratitud. Una diminuta sonrisa rozó las esquinas de su sensual boca y en ese mismo momento Zach se preguntó cómo sería besarla… Y pronto lo descubriría, porque había un beso en el guión.

—Supongo que no tenemos nada que perder —dijo Nicole—. ¿Estás seguro de que quieres aparecer delante de la cámara?

—Será una experiencia interesante y Larry ha estado buscando una oportunidad de ponerse detrás de la cámara. Puede ocupar mi puesto.

—Está bien —dijo Nicole mirando su reloj—. Voy a daros a los dos una hora para trabajar con esto y después intentaremos grabarlo. Si no nos gusta, llamaremos a otro actor para mañana —le entregó el diálogo.

Unos momentos después, ya estaban solos en el estudio. Kelly suspiró suavemente.

—Gracias. No sé qué decir.

—No hay problema —dijo Zach. Tenía miedo de mirarla, miedo de que una vez que lo hiciera, ya no pudiera dejar de contemplarla—. Bueno, supongo que deberíamos ensayar.

Ella le tendió una mano.

—Soy Kelly Castelle. Una actriz extremadamente avergonzada.

Zach le estrechó la mano y en el momento en que la tocó, sintió su pulso acelerarse. Tenía unas manos bellísimas, unas uñas perfectamente pintadas y unos dedos largos. Por la mente se le pasó una imagen de esos dedos acariciándole el pecho y moviéndose hacia su ombligo y más abajo.

—Zach —murmuró él—. Zach Hass. Cámara complaciente.

Se hizo un largo silencio.

—¿Y si empezamos? —preguntó ella—. No tenemos mucho tiempo.

Mientras leían los guiones para el primer bloque, Zach se vio distraído una y otra vez, sin poder evitar hacer un furtivo estudio de su cara. Incluso con el insulso diálogo, ella parecía encontrar verdadera emoción en sus frases. Actuaba de un modo muy natural y se iba adaptando a distintos registros a medida que avanzaban. Sin duda, el cretino que habían contratado para ser su pareja no había sido lo suficientemente listo como para ver lo que ella era en realidad.

—Te toca a ti.

Zach sacudió la cabeza para despertar de su distracción.

—¿Qué?

—Que te toca. Te toca leer tu línea —se detuvo—. Siento mucho todo esto. Si no quieres hacerlo, no te veas obligado.

—Sí quiero —respondió Zach—. Sí quiero.

Ella cerró su guión y deslizó los dedos por la portada.

—No sé que me ha pasado, normalmente soy una persona muy tranquila. No puedo recordar la última vez que le hablado así a alguien.

Zach le acarició la mano sin pensarlo, le pareció la cosa más natural del mundo intentar hacerla sentirse mejor.

—Si te sirve de consuelo, se lo ha merecido.

Ella miró la mano de Zach con una sonrisa vacilante.

—De todos modos, eso no es excusa —respiró hondo y cerró los ojos un instante—. A lo mejor estoy pasando por la crisis de la mediana edad. No es que quiera engañar a mi marido y tener un romance, pero me siento como si tuviera que hacer un cambio en mi vida porque de lo contrario me volveré loca.

—¿Estás casada?

—No.

—Bien —respondió él con una sonrisa mientras le acariciaba la frente con un dedo—. Quiero decir que me parece bien que no hayas roto ningún voto matrimonial. No que esté bien que no estés casada… A menos que no quieras estar casada porque en ese caso, está bien.

Ella se rió y con una mirada seductora le preguntó:

—¿Cuántos años tienes?

—Muchos —bromeó—. Soy un anciano si me comparas con un adolescente.

—Yo soy mayor.

—¿Cómo de mayor?

—En Hollywood, todo el mundo tiene veintinueve. Además, no es educado hacer esa clase de pregunta.

—No creo que la edad suponga ninguna diferencia.

—La única gente que dice eso es demasiado joven como para saber que no es así —dijo Kelly.

Zach se llevó una mano al pecho.

—¡Ay! Eso ha sido muy cruel.

—La edad sí que supone una diferencia —dijo ella con expresión seria—. Al menos, en el lugar de donde vengo.

—Eres, sin duda, una de las mujeres más bellas que he visto en mi vida. Y seguiría pensándolo independientemente de cuántas velas pongas en tu tarta de cumpleaños.

Kelly se ruborizó.

—Puede que no seas mayor, pero tienes mucho encanto.

—¿Y si fingimos que tenemos la misma edad?

—Eso sería un poco difícil considerando el reparto para este sketch —miró al guión—. Creo que deberíamos volver al trabajo. Aún no hemos visto el último bloque.

—¿La escena del dormitorio? Pensaba que estabas dejando lo mejor para el final.

Ella soltó una risa musical y alegre que resonó por todo el estudio.

—Eres un chulo.

Él le agarró la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.

—Me encanta cuando hablas así.

—¡Cambio de planes!

Kelly apartó la mano y se levantó, nerviosa. Nicole entró en el estudio y enarcó una ceja al verlos.

—Vamos a tener que posponer la grabación para mañana por la tarde. Kelly, un coche te llevará a tu hotel. Cambiaremos tu billete de avión y te reservaremos otra noche de hotel. Espero que te parezca bien.

—Perfecto. Estaré preparada para mañana, lo prometo.

—Entonces, ¿lo habéis ensayado todo? —preguntó Nicole.

—No todo —dijo Zach rápidamente—, pero podemos vernos esta noche y repasar el diálogo. ¿En tu hotel?

Esa pregunta la tomó por sorpresa, pero Zach sabía que no podía negarse a ensayar, y mucho menos delante de Nicole.

—Creo que deberíamos llevar esta relación dentro del ámbito profesional —le susurró sin que Nicole pudiera oírla.

—No estaba pidiéndote una cita —dijo él sonriendo.

—Podemos quedar mañana por la mañana, antes de la grabación.

Pero no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Quería explorar esa atracción que sentía hacia Kelly en un lugar ajeno a las miradas curiosas de sus compañeros.

—Zach, ¿puedo hablar contigo en el pasillo? —le preguntó Nicole.

Él sonrió a Kelly antes de ir tras Nicole. Cuando llegaron al pasillo, ella se volvió hacia él.

—¿Seguro que diste clases de interpretación?

Zach asintió.

—Tres semestres.

—Entonces te perdiste la lección que decía que no puedes ligar con tus compañeras de reparto.

Zach se rió.

—Sólo intento sacar la mejor actuación posible de la señorita Castelle.

 

 

Kelly miraba su reflejo en el espejo del camerino. Tenía la cara sonrojada, los ojos brillantes y, hasta hacía apenas minutos, no había podido respirar con normalidad.

¡Era una locura! Desde el momento en que Zach Haas había salido de detrás de la cámara, había sido incapaz de pensar, incapaz de hacer nada más que perderse en cada detalle de su rostro y de su cuerpo. El sonido de su voz, el color de sus ojos, la forma de su boca. Era uno de esos jóvenes increíblemente guapos, de esos que no se daban cuenta del efecto que producían en las mujeres, de esos que hacían que las mujeres de cualquier edad cayeran rendidas a sus pies.

Durante la media hora que habían pasado juntos, se había convencido de que probablemente sería el hombre que mejor besara del planeta, que bajo esos pantalones anchos de cintura baja y esa camiseta, tendría un cuerpo de infarto, y que podría seducir a una mujer con sólo mirarla.

Sí, era joven. Pero su juvenil y juguetona naturaleza combinada con una actitud de chico malo y de una ingeniosa inteligencia resultaban una mezcla letal.

Había calculado que tendría entre veintitrés y veintisiete años. Si tenía veintitrés, entonces ella podría sentirse prácticamente como una pervertida. Pero si tenía veintisiete, ya rozaba los treinta y un hombre de unos treinta podía ser una buena elección.

Se cubrió la cara con las manos. ¿Pero qué le pasaba? Desde que había salido de Los Ángeles, se sentía como si su vida estuviera yendo demasiado deprisa y no pudiera pensar con claridad. ¿Sería por el calor? ¿O tal vez sí que estaba en el precipicio de la crisis de la mediana edad?

—¿Estás bien?

Alzó la vista y vio el reflejo de Jane en el espejo.

—Estoy bien —le respondió después de girarse lentamente en la silla—. Es sólo que ha sido un día muy largo. Me he subido a un avión a las cinco y aún no he podido relajarme un poco.

—Tu coche te está esperando en la entrada. Te llevará hasta el hotel y mañana por la tarde volverá a recogerte. Empezaremos a grabar a las tres y es probable que Zach esté libre antes de esa hora para ensayar. Si hay algún cambio, Nicole te llamará.

—Gracias —dijo Kelly. Se levantó—. Y perdón otra vez por los problemas que he causado.

—No te preocupes. Todos estamos deseando ver a Zach delante de la cámara.

—Parece un chico muy simpático —comentó Kelly intentando sonar objetiva y no mostrar interés.

—Pero también le encanta coquetear y es demasiado atractivo para su propio bien. Ten cuidado con él. Sospecho que se le da muy bien engatusar a las chicas para que se quiten la ropa y se metan directas en su cama.

—Sí, a mí también me lo parece —respondió Kelly, forzando una sonrisa.

—Pero por otro lado es un tipo legal, y todo lo que suceda entre adultos si ambos son consentidores es…

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Kelly.

—Veinticuatro, creo. Tal vez veinticinco. El invierno pasado, cuando salió de la escuela de cine, empezó a trabajar en el programa.

Veinticuatro… once años de diferencia. ¡Los separaba una cifra de dos dígitos!

—Bueno —dijo Jane—. Hasta mañana.

—Aquí estaré —respondió Kelly. Se levantó y empezó a ponerse su ropa de calle. Se desabrochó la camisa de seda y la dejó caer por sus hombros. Alguien llamó a la puerta y un instante después se abrió. Esperaba volver a ver a Jane, pero fue Zach el que entró.

Kelly agarró la camisa y se la puso delante del pecho.

—Hola —dijo ella.

—Lo siento, no pretendía…

Kelly le dio la espalda hasta que volvió a ponerse la camisa.

—¿Qué pasa?

—Nada importante.

Ella se le quedó mirando, a la espera de una respuesta. Zach la miró a la cara durante un largo instante, se acercó y antes de que ella pudiera protestar, le rodeó la cara con las manos y la besó.

Cuando finalmente se retiró, Kelly no sabía qué decir. ¿Debería mostrarse enfadada e insultarlo? La cabeza le daba vueltas. Lo cierto era que Zach Haas sabía exactamente cómo besar a una mujer. Sin duda tenía mucha práctica. Después de todo, ella había estado fantaseando con eso desde que lo había visto salir de detrás de la cámara y al final había sido mucho mejor de lo que se había imaginado.

—Sabía que, si no lo hacía, me pasaría la noche pensando en ello. Y como tenemos que hacerlo delante de la cámara mañana, creí que así podríamos… romper el hielo.

—¿Así que ha sido sólo un ensayo? —preguntó Kelly mientras intentaba recuperar el aliento.

—Tal vez. Y también por curiosidad. ¿Probamos otra vez? Con la práctica se alcanza la perfección.

Ella no objetó y él lo interpretó como una invitación. Volvió a besarla; fue un beso intenso, profundo y Kelly sintió una deliciosa calidez por todo el cuerpo. ¿Qué mal podría hacerle besar a Zach Haas? Sin duda, estaba siendo una de las experiencias más placenteras de toda su vida y una actriz tenía que prepararse para esas cosas. Además, necesitaba dejar de pensar en el día tan desastroso que había tenido.

—Tal vez deberíamos ensayar esta noche —propuso Kelly.

Una amplia sonrisa cruzó el rostro de Zach.

—Creo que es una muy buena idea. Quiero asegurarme de que lo hacemos bien. Tiene que ser creíble —fue de espaldas hacia la puerta mientras la miraba fijamente a la cara—. Te llamo cuando acabe aquí.

—Sí, llámame. Estoy en el Sheraton.

—Lo sé. Todos los invitados al programa se alojan allí. Hasta luego, entonces.

—Hasta luego —dijo Kelly despidiéndose con la mano.

Cuando la puerta se cerró tras él, respiró hondo. ¿Pero qué estaba haciendo? Todos sus instintos le decían que su relación con Zach tenía que ser estrictamente profesional. Y por otro lado, todos sus instintos le decían que hiciera lo contrario. ¡Era tan… guapo! Y hacía tanto tiempo que no disfrutaba de los placeres que ofrecía el cuerpo de un hombre.