La aventura de amar - Kate Hoffmann - E-Book

La aventura de amar E-Book

Kate Hoffmann

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Beschreibung

El escritor Brendan Quinn siempre ponía fin a sus relaciones cuando las cosas se ponían demasiado serias. Pero todo cambiaría cuando aquella bella heredera se negó a abandonar su barco... y su cama.Amy Aldrich solo deseaba llevar una vida normal, libertad, aventura... Lo que no esperaba era enamorarse tan rápidamente de Brendan, y él parecía haberse enamorado también. El problema era que Brendan no sabía quién era ella realmente.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2002 Kate Hoffmann

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La aventura de amar, n.º 411 - abril 2024

Título original: THE MIGHTY QUINNS: BRENDAN

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410628373

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Hacía un calor asfixiante cuando Brendan Quinn subía los escalones de la entrada a su casa, en la calle Kilgore. Era una vivienda de dos pisos y las ventanas estaban todas abiertas para mantener fresca la casa. Desde fuera, se veían las viejas cortinas mecidas por la ligera brisa. Esperaba oír las voces de sus hermanos, así que, cuando comprobó que estaba en silencio, dio un suspiro de alivio.

Aunque una tormenta ocasional había refrescado el ambiente, los seis hermanos Quinn habían decidido dormir en el desvencijado porche trasero de la casa, convirtiendo la necesidad en otra aventura más. La noche anterior, incluso habían encendido un fuego en el jardín y habían hecho en él perritos calientes, como si estuvieran de vacaciones en el Gran Cañón o en las Montañas Rocosas, en lugar de en la sofocante Boston.

Ese año, la familia Quinn no iba a marcharse de vacaciones. Su padre, Seamus, llevaba fuera casi un mes, pescando. Llegaría en poco tiempo y se quedaría lo suficiente para emborracharse cuatro o cinco veces, jugarse casi todo el dinero que hubiera ganado con la pesca y charlar un poco con sus hijos. Luego volvería a marcharse.

Brendan se sentó en el último escalón, haciendo un gesto de dolor. No quería entrar en la casa. Después de una semana con días de casi cuarenta grados, estaba convencido de que sería más agradable entrar en un horno que en la casa. Además, sabía que sus hermanos le preguntarían por qué tenía el ojo morado, le sangraba la nariz y tenía un corte en los labios. Y en esos momentos, no le apetecía charlar de aquello.

Si tenía suerte, su hermano mayor, Conor, de dieciséis años, estaría en la tienda del barrio, donde trabajaba como chico de los recados. Y quizá Dylan, dos años menor, estaría lavando coches con Tommy Flanagan.

Pero no quería trabajar. Había demasiadas posibles aventuras en verano, demasiados sitios adonde ir. La semana anterior, había tomado sin pagar un tren de ida y vuelta hasta Nueva York, y las imágenes de los rascacielos seguían en su mente. Otro día, se había colado en un autobús que tenía como destino el exótico nombre de Nueva Escocia. El conductor no se dio cuenta de que llevaba un polizón hasta que llegaron a la frontera con Canadá. Y al cabo de unas semanas, se daría una vuelta en el barco de su padre. Pero, ese día, se quedaría cerca de casa.

—Algún día tendré suficiente dinero para dar la vuelta al mundo —murmuró, mirándose las viejas zapatillas de tenis—. Y nada me atará a este lugar.

Unos segundos después, su hermano Liam salió de la casa, dando un portazo. Al verlo, se detuvo en seco.

—¿Qué demonios te ha pasado?

—A ti no te importa, Liam. Tienes solo nueve años, así que no te lo puedo contar.

Liam se dio la vuelta y entró de nuevo en la casa.

—¡Venid! ¡Venid rápido! A Brendan le han dado una buena zurra.

Brendan hizo una mueca y, al poco, Liam apareció en la puerta seguido de Conor, que le dio un cachete en la cabeza al primero.

—Deja de gritar, Liam Quinn, o serás tú quien se lleve una buena zurra.

El hermano mayor salió al porche y miró a Brendan.

—Parece como si te hubiera pasado un camión por encima, chico.

Conor se sentó a su lado y comenzó a examinar los moratones y rasguños de su hermano. Este, a pesar de las heridas y de algunas costillas doloridas, se sentía estupendamente.

—¿Quién te lo ha hecho?

—Angus Murphy. Él y dos de sus amigotes me han atacado a pocas manzanas de aquí.

Angus, con su altura y sus casi ochenta kilos, era famoso en la zona. Además, siempre había tenido especial predilección por la familia Quinn. Había intentado pegar a Conor hacía unos años, pero había perdido. Así que lo intentó con Dylan con el mismo resultado. Brendan había sabido que en cualquier momento le tocaría también a él.

—Te juro que Angus Murphy es enorme. Cuando le di el primer puñetazo, se me hundió el puño en la barriga como si fuera un saco y él ni siquiera parpadeó. Pero luego le di un buen golpe por sorpresa.

—Dime una cosa, Bren. ¿Ha quedado él peor que tú? —preguntó Dylan.

Brendan sonrió a su hermano, que salía justo en ese momento de la casa con una toalla vieja y hielo para ponerle. Unos segundos después, los gemelos, Brian y Sean, aparecieron también, con la ropa llena de polvo.

Brendan se puso un hielo en el labio.

—Ya estaba peor antes de la pelea —aseguró—. Ese chico es más feo que… ¡Detesto las peleas! La verdad es que estaba ganando hasta que le di un puñetazo que lo dejó inconsciente —soltó una carcajada—. Entonces se me cayó encima como un árbol gigante. Cuando dio en el suelo, noté que la tierra se movía. ¡Os lo juro! Como el gigante de la historia de Odran.

Los ojos de Liam brillaron al mencionar a Odran. A Liam le encantaban las leyendas, y más las de los antepasados de la familia Quinn. Eran cuentos y personajes que habían estado en sus vidas desde que su madre se había ido. En aquel momento, Brendan no se había dado cuenta, pero luego, al hacerse mayor, descubrió que su padre les había empezado a contar esas historias para advertirles de los peligros del amor.

Después de que Fiona Quinn se hubiera ido, hacía casi ocho años, la vida nunca había vuelto a ser la misma. Aunque Conor y Dylan se acordaban de ella, Brendan tenía cuatro años y solo tenía imágenes vagas de una mujer morena que cantaba y hacía galletas. También recordaba una tarta con la forma de un coche y un collar precioso que ella siempre llevaba.

La imagen que tenía de su madre era la de una mujer guapa, cariñosa, y comprensiva. Algunas noches, Conor, Dylan y él solían hablar de ella. Se preguntaban si habría salido con vida del accidente de coche del que su padre les había hablado. A Brendan le gustaba creer que tenía amnesia y llevaba una nueva vida junto a otra familia. Entonces, algún día recordaría a sus hijos y volvería.

—¡Detesto las peleas! —repitió—. Quiero decir, ¿para qué sirven? Angus seguirá siendo un matón y se meterá con otro —miró a los gemelos—. Vosotros seréis los siguientes, ya lo sabéis.

—Algunos solo reaccionan cuando les dan un puñetazo o les hacen sangre en el labio —añadió Conor.

—Si os interesa mi opinión —comentó Dylan—, alguien debería dar a ese chico un buen golpe en la cabeza con una tabla.

—Tú eres como Dermot —dijo Liam con admiración—. ¿Os acordáis de Dermot Quinn? ¿De cómo peleó contra todos los chicos de aquel pueblo?

Brendan tocó cariñosamente la cabeza de su hermano.

—No estoy seguro de si me acuerdo de él. ¿Por qué no me lo cuentas, Liam? Quizá así me ponga mejor.

Su hermano pequeño tomó aire profundamente y empezó a contar la historia.

—Algunos chicos estaban celosos de Dermot y decidieron ahogarlo. Fingieron que estaban nadando y…

—No empieza así, empieza cuando Dermot caza el ciervo —protestó Sean.

Brian movió la cabeza negativamente.

—No, empieza cuando Dermot nace dentro del roble gigante.

Liam apoyó los codos en la pierna de Brendan.

—Cuéntalo tú. Tú lo haces mejor.

—Bueno, Dermot Quinn fue criado en el bosque por dos mujeres sabias y fuertes. Una era una druida y la otra una guerrera. Lo criaron porque su padre fue asesinado por un guerrero cruel. Al vivir en el bosque, Dermot se hizo cazador. Un día, iba hablando con las dos mujeres cuando vieron un grupo de ciervos. «Me encantaría comer venado esta noche», dijo la mujer druida. Pero ninguna de las dos había llevado armas.

Liam se incorporó y continuó hablando.

—«Yo puedo cazarte un ciervo», aseguró Dermot. Y así lo hizo. Corrió tras la manada y capturó al más grande con sus manos.

—Eso es —continuó Brendan—. Y luego las dos mujeres le dijeron que, como ya era un gran cazador, tenía que convertirse en un gran guerrero. Así que le prepararon un gran viaje para que fuera en busca de un maestro.

Brendan miró a Conor, que asintió y continuó la historia, distrayendo así a Liam, que miraba asustado la nariz sangrante de Brendan.

—Un día, Dermot pasó al lado de un grupo de chicos que jugaban en el bosque. Lo invitaron a jugar, pero le dijeron que tenía que jugar él solo contra ellos, que eran cinco. Dermot ganó. Al día siguiente, jugaron contra él diez, pero ganó de nuevo. Al siguiente, todos los chicos del pueblo fueron a jugar contra él, pero volvió a ganar. Los chicos, avergonzados, se fueron a quejar al cacique del pueblo, un hombre poderoso y vengativo. Este les dijo que, si no les gustaba, lo mataran.

Conor hizo una pausa y miró a los hermanos pequeños, que estaban completamente concentrados en la historia.

—Así que al día siguiente decidieron invitar a Dermot a nadar en el lago. En un momento dado, lo acorralaron y trataron de ahogarlo. Pero Dermot era muy fuerte y, al final, ahogó a nueve de los chicos en defensa propia. Cuando el jefe lo oyó, sospechó que Dermot era el hijo de su antiguo enemigo, el hombre al que había asesinado años antes. Así que ordenó que lo buscaran para que siguiera el mismo destino que su padre. Pero como Dermot no quería luchar porque era una persona pacífica, decidió hacerse poeta, ya que los poetas eran muy queridos en Irlanda y, así, el malvado cacique no podría hacerle nada. De ese modo, Dermot volvió al bosque y encontró un maestro que vivía al lado de un gran río. Se llamaba Finney y hablaba todos los días con él mientras pescaba. Quería pescar un salmón mágico que vivía en aquellas aguas poco profundas.

—El salmón estaba encantado —explicó Liam—, y quien lo comiera podía tener… podía tener…

—El conocimiento de todas las cosas —dijo Brendan—. Finney quería pescarlo y lo intentó durante muchos años. Dermot lo observaba pacientemente y un día, por fin, lo pescó. Se lo dio a Dermot para que lo cocinara para él, pero le advirtió que no podía probarlo. Dermot hizo lo que el pescador le dijo, pero mientras lo cocinaba le saltó una gota de salsa en el dedo y, dando un grito, se metió el dedo en la boca para mitigar el dolor.

—Así que probó el pescado —dijo Liam.

—Eso es —replicó Brendan—, y cuando se lo sirvió a Finney, se lo confesó.

—Entonces tienes que comerlo —le aseguró el maestro—. El salmón te dará un regalo muy preciado entre los poetas… el don de las palabras. Y después de eso, la poesía de Dermot se hizo famosa en toda Irlanda.

—¿Vas a pelear otra vez con Angus? —quiso saber Liam.

—No —aseguró Brendan—. No me gusta pelear. Creo que me voy a hacer poeta como Dermot Quinn. Porque Dermot demostró que las palabras podían ser tan poderosas como las armas.

Brendan continuó pensando en los Quinn, en todos aquellos antepasados que habían llegado a ser grandes hombres. Y no sabía por qué, pero estaba seguro de que el futuro también le tenía reservado algo especial a él. Pero no lo encontraría si se quedaba allí. Tenía que ir a buscarlo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Brendan Quinn estaba sentado en un rincón en penumbra del Longliner Tap. Tenía una cerveza en la mano y estaba observando a los clientes típicos de un viernes por la noche. El Longliner era un lugar muy popular entre los pescadores y sus familias; estaba situado en los muelles de Gloucester, en Massachusetts.

El barco de Brendan, El Poderoso Quinn, estaba amarrado a unos metros del bar. Aunque estaban casi en diciembre y habían bajado las temperaturas, el barco de su padre era cómodo y acogedor. Así que había decidido terminar en él su último libro.

Había ido al Longliner para hablar una vez más con los familiares y amigos de los pescadores que iba a sacar en él, esperando encontrar algún detalle nuevo sobre los peligros a los que una persona se enfrentaba cuando vivía en pleno océano. Había entrevistado a seis personas aquella noche y tomado notas.

Ya había terminado, pero quería relajarse y empaparse del ambiente. La mayoría de los pescadores de Gloucester que frecuentaban el Longliner se habían ido ya hacia el sur para empezar la temporada, pero quedaban algunos rezagados que todavía no tenían trabajo. Eran hombres acostumbrados a trabajar duro y a vivir peligrosamente. También estaban las novias y las mujeres de los que se habían ido. Iban al bar para compartir su soledad con otras mujeres que entendían lo que tenían que superar año tras año.

La mirada de Brendan se detuvo en la pequeña camarera rubia que se movía entre la gente con una bandeja en la mano. La había mirado varias veces a lo largo de la noche porque notaba en ella algo raro. Aunque llevaba el uniforme habitual: un delantal, vaqueros ceñidos y una camiseta escotada, la ropa parecía rara en ella, como si no le pegara llevar algo así.

Y no era por el pelo, de un color rubio ceniza, ni por el maquillaje, ni por los ojos oscuros y los labios pintados de un color rojo brillante. Ni siquiera por los tres aros que llevaba en cada oreja. La observó durante un buen rato mientras servía una mesa de ruidosos clientes. Seguramente debía de ser por el modo en que andaba, que no se parecía en nada al de las otras camareras. Lo hacía moviendo las caderas y los senos de una manera bastante seductora, aunque a la vez elegante. Parecía deslizarse sobre el suelo como una bailarina. El largo cuello y la forma en que movía los brazos aumentaban la ilusión de que no estaba sirviendo bebidas a un grupo de ratas inmundas, sino flotando sobre un escenario acompañada de Baryshnikov.

Terminó con la mesa y Brendan levantó la mano para que se acercara. Pero justo cuando ella se dirigía hacia él, una de las ratas la agarró por detrás y la sentó sobre su regazo. En un segundo, tenía las zarpas sobre ella.

Brendan se dio cuenta de que la situación se estaba volviendo cada vez más complicada y a nadie parecía preocuparle lo más mínimo. Él sabía cuál era la única solución.

—¡Detesto las peleas! —afirmó en voz baja.

Echó su silla hacia atrás, atravesó el salón y se puso al lado de la mesa.

—Quite las manos de encima de la señorita —le ordenó al otro, con los puños cerrados.

—¿Qué has dicho, muchacho?

—He dicho que quites las manos de encima de la señorita.

La camarera le tocó el brazo. Brendan la miró e inmediatamente se quedó impresionado por su juventud. Por alguna razón, había esperado encontrar un rostro ajado por los años y el trabajo duro. Pero en lugar de eso, se encontró con un rostro tan joven, tan perfecto, que estuvo tentado de tocarlo para ver si era de verdad.

—Puedo solucionarlo yo sola. No hace falta que te metas. Se me dan bien las situaciones conflictivas y las relaciones personales. Hice un seminario al respecto.

Tenía una voz grave y sensual que lo sedujo por completo. Brendan, sin hacer caso de lo que ella había dicho, la agarró de la mano e hizo que se levantara.

—Vete, yo me encargaré de esto.

—No, de verdad, lo haré yo. No hace falta pelearse. La violencia nunca resuelve nada —repitió la chica, agarrándolo por la manga de la chaqueta.

—Por favor —insistió.

Brendan no estaba seguro de qué hacer. No le gustaba abandonar a una mujer en apuros. Especialmente después de haber oído desde pequeño todas aquellas historias de los antepasados de su familia, que se habían comportado siempre de un modo caballeroso. Miró hacia el bar y vio que la gente lo miraba sin pestañear, esperando ver si se iba o se quedaba y peleaba.

Cuando se volvió de nuevo hacia la camarera, vio por el rabillo del ojo que algo se movía hacia él. Era una botella de cerveza, que iba directamente hacia su cabeza. La esquivó a tiempo; le pasó al lado de la oreja, dando a uno de los borrachos de la mesa en la sien. El hombre cayó inmediatamente al suelo.

La camarera derramó una jarra de cerveza sobre la cabeza de su agresor y luego comenzó a golpearlo con ella. Brendan esquivó otra botella y un puño antes de que aterrizara en su mandíbula. Decidido a marcharse antes de que él o la camarera salieran heridos, la agarró y la sacó de la pelea. Pero ella se soltó, volvió y le atizó a uno de los borrachos con los puños.

En ese momento, los demás clientes los rodearon y se metieron en la pelea, o comenzaron a gritar, animándolos.

—¡Detesto las peleas! —musitó él.

Consideró la posibilidad de salir de allí corriendo, pero no podía dejar a la camarera en mitad de todo aquello. En ese momento, ella estaba golpeando la cabeza de uno de los borrachos con su bandeja. Luego le dio un golpe en la pierna a otro que fue a ayudar a su amigo herido.

Nadie parecía preocuparse por la seguridad de la mujer. Los clientes que no estaban metidos en la pelea no paraban de animarla. El resto de las camareras se habían colocado en la barra para ver mejor la pelea. Uno de los camareros había ido a llamar por teléfono, seguramente para avisar a la policía, mientras que otro había sacado un bate de béisbol y lo enarbolaba amenazadoramente. Conforme la pelea se hacía más violenta, Brendan comenzó a preguntarse si la policía llegaría a tiempo o no.

De repente, un fornido pescador agarró a la camarera y la levantó en volandas. Brendan dio un paso hacia delante. La chica dio una patada al hombre con el tacón de su bota y luego gritó pidiendo ayuda. Brendan no quería meterse, pero intuía que iba a acabar en medio de todo aquello.

En ese momento, el gamberro que había empezado la pelea se acercó a la camarera y le gritó algo. Luego alzó una mano para golpearla. Brendan, entonces, no pudo evitarlo. Golpear a una mujer era algo completamente inaceptable. Así que se puso entre el hombre y la camarera.

—Ni se te ocurra —le advirtió al hombre.

—¿Vas a detenerme tú? ¿Con qué arma?

Brendan maldijo entre dientes. ¡Dios, cómo detestaba las peleas! Pero algunas veces no podían evitarse.

—No llevo armas, solo mis puños.

Y lanzó el puño hacia la nariz de su contrincante, que gritó de dolor.

Seguidamente, Brendan se dio la vuelta hacia el hombre que estaba sujetando a la camarera. Un puñetazo directo al hígado fue suficiente para que la soltara. Brendan la agarró entonces del brazo, pero, para su sorpresa, la mujer se soltó enfadada.

—¡Suéltame!

Brendan volvió a agarrarla.

—No me obligues a sacarte de aquí en brazos —le advirtió—. Porque te aseguro que preferiría no tener que hacerlo.

Así les había pasado a Conor y a Dylan. Exactamente así era como ambos habían terminado atrapados por los encantos de una mujer. Ambos habían salvado a una damisela en apuros y sus vidas nunca había vuelto a ser las mismas. Así que él no iba a cometer el mismo error.

—¡No me voy a ir! ¡Ya te he dicho que puedo cuidarme yo sola!

Y le dio una patada en la pierna.

Brendan apretó los dientes e hizo un esfuerzo increíble por contener su lengua.

—Escucha, no voy a decírtelo otra vez —la agarró más fuerte que las veces anteriores y la arrastró hacia la puerta.

—¡Socorro! ¡Socorro!

—No voy a hacerlo, no voy a ponerte sobre el hombro para sacarte de aquí —dijo Brendan en voz baja—. Porque, si lo hago, será el fin.

—¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Me están secuestrando!

—Maldita sea.

Brendan se detuvo, se agachó, la agarró por las piernas y la puso sobre su hombro. Luego fue hacia la puerta. Unos cuantos clientes que no se habían metido en la pelea comenzaron a dar gritos y a tirar palomitas de maíz como si fuera arroz en una boda. Brendan los saludó con la mano y salió a la calle.

Justo cuando salieron se oyó el ruido de las sirenas que se acercaban. Afortunadamente, habían salido a tiempo, pensó. También pensó que ya que él había sido quien había empezado la pelea era mejor no quedarse.

—Déjame en el suelo —gritó la camarera, moviendo las piernas.

—Todavía no.

Se dirigió hacia el muelle y, cuando estaban lo suficientemente lejos del bar, se agachó y la dejó en el suelo, pero no la soltó del todo.

—No vas a volver, ¿verdad? Porque me molestaría bastante pensar que he estado a punto de morir por salvar tu bonito trasero solo para que vuelvas allí.

—Ha venido la policía. Así que no pienso volver.

Brendan, satisfecho con su contestación, la soltó y se incorporó. Estaban bajo una farola encendida y contempló sus rasgos. A pesar de la luz brillante, se quedó atónito ante su belleza. No tenía los rasgos elegantes y sofisticados de Olivia, la mujer de Conor, ni tampoco la belleza natural de Meggie, la prometida de Dylan; aquella muchacha tenía una mirada salvaje e impredecible, rebelde y agresiva, como si no le importara lo que la gente opinara de ella.

Como evidentemente no le importaba lo que él pensara de ella.

En ese momento, lo miró como si quisiera asesinarlo.

—Si estás esperando que te dé las gracias, te estás equivocando —afirmó en tono desafiante.

Hacía frío y lo único que llevaba ella era una camiseta corta. Brendan se quitó su chaqueta y se la echó por los hombros.

—Tengo mi barco aquí cerca. ¿Por qué no vamos allí y tomamos un café? La policía tardará una media hora en irse.

—¿Por qué iba a tomar un café contigo? —preguntó ella, mirándolo con desconfianza—. ¿Cómo sé que no eres como el bruto al que te has enfrentado?

—Muy bien, pues quédate aquí tomando el fresco —se giró sobre sus talones y comenzó a alejarse.

Pero al poco oyó pasos detrás de él y sonrió.

—¡Espera!

Brendan comenzó a andar más despacio hasta que ella lo alcanzó. Cuando llegaron a su barco, le dio la mano para ayudarla a saltar dentro. Ella tenía los dedos pequeños y delicados. De pronto, se dio cuenta de que estaba reteniendo su mano más tiempo del necesario y la soltó.

Entraron en El Poderoso Quinn y Brendan encendió las luces.

—No pensaba que fueras pescador —dijo ella.

—No lo soy —replicó Brendan, llevándola hacia el camarote—. Pero mi padre sí lo era. Cuando se jubiló, yo empecé a vivir en su barco. Lo he ido arreglando poco a poco, y he cambiado algunas cosas para convertirlo en un sitio acogedor. Sobre todo para el verano.

Ella se frotó los brazos, cubiertos por la chaqueta de Brendan.

—También para el invierno —dijo, volviéndose hacia él.