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Tendría que seguir las normas del vicepresidente Hacía años que Flynn Maddox se había divorciado de su mujer… o eso creía él. Pero descubrió que seguían casados y que ella pensaba quedarse embarazada de él mediante la inseminación artificial. Lo más sorprendente de todo fue darse cuenta de lo mucho que aún la deseaba. Para el implacable hombre de negocios había llegado el momento de emplear sus habilidades profesionales al servicio de una buena causa. Le daría a Renee el hijo que ella tanto anhelaba, pero a cambio le impondría algunas condiciones muy personales.
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Seitenzahl: 219
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Harlequin Books S.A.
Todos los derechos reservados.
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo sus condiciones, n.º 62 - julio 2021
Título original: Excutive’s Pregnancy Ultimatum
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788413757179
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
11 de enero
–¿Cómo que aún estoy casada? –Renee Maddox intentó no perder los nervios mientras miraba boquiabierta a su abogado.
Impertérrito como siempre, el caballero, de edad avanzada, se recostó en su asiento.
–Al parecer, tu marido nunca llegó a firmar los papeles.
–Pero llevamos siete años separados. ¿Cómo es posible?
–No es tan infrecuente como crees, Renee. Pero si quieres saber el motivo, tendrás que llamar a Flynn y preguntárselo. O dejar que yo lo haga yo.
El fracaso de su relación aún le dolía. Renee había amado a Flynn con todo su corazón, pero aquel amor no había bastado para salvar su matrimonio.
–No. No quiero llamarlo.
–Míralo por el lado bueno. Sigues teniendo derecho a la mitad de su dinero, y Flynn es ahora mucho más rico que cuando pensasteis divorciaros.
–Su dinero no me interesaba entonces y tampoco ahora. No quiero nada de él.
La expresión del abogado le hizo ver que no estaba de acuerdo con su actitud.
–Comprendo que quieras una ruptura rápida, pero recuerda que en California impera el régimen matrimonial de bienes comunes. Podrías conseguir mucho más, ya que no hubo ningún acuerdo prenupcial.
Una duda inquietante asaltó a Renee.
–¿Eso significa que él podría quedarse con la mitad de mi negocio? ¿Después de haberme dejado la piel por California Girl’s Catering? No estoy dispuesta a consentirlo.
–No permitiré que pierdas tu empresa. Pero si te parece, volvamos al tema que te trajo aquí… Puedes cambiarte el apellido estés casada o no.
–Mi apellido es la menor de mis preocupaciones en estos momentos –el plan para recuperar su vida anterior le parecía muy sencillo. Empezaría por recuperar su apellido de soltera, y después formaría la familia que siempre había deseado tener y a la que Flynn se había negado.
De repente, un recuerdo casi olvidado vino a sus pensamientos. Se aferró a los brazos del sillón e intentó recordar los detalles de la historia que Flynn le había confesado en la luna de miel, habiendo bebido más champán de la cuenta.
Las piezas fueron encajando y volvió a surgir la esperanza. Siempre había querido tener un bebé, y el mes pasado, cuando cumplió treinta y dos años, decidió tomar cartas en el asunto en vez de seguir esperando a su hombre maravilloso. Al igual que las heroínas de sus novelas románticas favoritas, recurriría a la inseminación artificial en cualquier banco de esperma respetable.
Durante las semanas siguientes leyó los perfiles de los donantes, pero no esperó encontrarse con uno al que conociera… y al que hubiera amado. Sabía que tanto su futuro hijo como ella tendrían que enfrentarse a muchas preguntas sin respuesta. Ella se había criado sin conocer a su padre, debido a que su madre pudo, o no quiso, identificar al hombre que la había dejado embarazada.
–Renee, ¿estás bien?
–S-sí –tragó saliva y observó el arrugado rostro del hombre sentado frente a ella–. ¿Has dicho que tengo derecho a la mitad de las propiedades de Flynn?
–Así es.
El pulso se le aceleró por la excitación. La idea de tener un hijo de Flynn sin el consentimiento de éste era absurda, por no decir reprochable, pero estaba desesperada por ser madre y nunca se le ocurriría pedirle ayuda a Flynn. Lo más probable era que se hubiese olvidado de aquella donación que hizo en la universidad.
–Cuando Flynn estaba en la universidad –le contó al abogado–, hizo una donación a un banco de esperma. Si el banco aún conservara su… semilla, ¿sería posible que yo pudiera acceder a ella?
Su abogado tuvo el detalle profesional de no mostrarse sorprendido ni escandalizado.
–No veo ningún motivo por el que no podamos intentarlo.
–Entonces eso es lo que quiero. Quiero tener un hijo de Flynn. Y en cuanto me haya quedado embarazada, pediré el divorcio de una vez por todas.
1 de febrero
Con el móvil aún pegado a la oreja, Flynn rodeó la mesa y cerró la puerta de su despacho para apoyarse contra ella. Nadie en la sexta planta de Maddox Communications tenía por qué enterarse de lo que la mujer al otro lado de la línea acababa de decirle, ni de la respuesta que él pudiera dar.
–Lo siento… ¿Le importaría repetírmelo?
–Soy Luisa, de la clínica de fertilización New Horizons. Su mujer ha solicitado ser inseminada con su esperma –la alegre voz femenina se lo explicó con una claridad irritante, como si estuviera hablando con un idiota. Y en aquel momento Flynn se sentía como tal.
¿Su mujer? Él no tenía mujer. Hacía mucho que la había perdido.
–¿Se refiere a Renee?
–Sí, señor Maddox. Ha solicitado su muestra.
Flynn intentó ordenar sus caóticos pensamientos para tratar de encontrarle sentido a aquella conversación de locos. Primero, ¿por qué Renee intentaba hacerse pasar por su esposa cuando llevaban siete años separados? Fue ella la que solicitó los papeles del divorcio en cuanto transcurrió el periodo de espera de un año. Y segundo, cuando él estaba en la universidad hizo una donación de semen a unos laboratorios por culpa de una estúpida apuesta. No hacía falta ser muy listo para relacionar las dos cosas.
–Mi muestra es de hace catorce años. Creía que ya la habrían desechado.
–No, señor. Aún es viable. El semen puede durar más de cincuenta años si se conserva en las condiciones apropiadas. Pero usted dejó estipulado que su esperma no podía ser utilizado sin su consentimiento por escrito. Necesito que firme un formulario para entregárselo a su mujer.
«Ella no es mi mujer», pensó, pero se lo guardó para sí.
Su empresa de publicidad tenía clientes extremadamente conservadores, quienes no dudarían en irse a la competencia si aquella historia salía a la luz. Maddox Communications no podía permitirse que sus negocios se resintieran en tiempos de crisis económica.
Paseó la mirada por el despacho, el último proyecto de decoración que había compartido con su ex mujer. Cuando Flynn se despidió de su anterior trabajo y se unió a la empresa de su familia, él y Renee eligieron la mesa de cristal, los sofás de color crema y la abundancia de macetas. Habían formado un buen equipo…
«Habían». En pasado.
Su intención era llegar al fondo de aquel asunto, pero de algo estaba seguro, nadie iba a aprovechar su esperma de hacía catorce años.
–Destruya la muestra.
–Para eso también hará falta su consentimiento por escrito –respondió la mujer.
–Mándeme el formulario por fax. Lo firmaré y se lo enviaré de vuelta.
–Muy bien, señor Maddox. Si me da su número, se lo haré llegar enseguida.
Flynn le dio los números de memoria mientras intentaba recordar todo lo que había pasado en torno a la ruptura. En seis meses había perdido a su padre, su carrera de arquitecto y a su mujer. Un año después de que Renee se marchara, Flynn recibió los papeles del divorcio, lo que reabrió la herida que nunca llegó a sanar del todo. Una furia ciega volvió a dominarlo, no sólo contra Renee por haberse rendido tan fácilmente, sino también contra él mismo por permitir que su matrimonio se echara a perder. No había nada que odiara más que el fracaso, sobre todo cuando era el suyo.
El fax emitió un pitido que alertaba de un documento entrante. Leyó el membrete y volvió a dirigirse a la mujer que estaba al teléfono.
–Ya ha llegado. Se lo enviaré en menos de un minuto.
Colgó y sacó las hojas de la máquina. Las leyó rápidamente, las firmó y las envió de vuelta.
Lo último que recordaba de los papeles del divorcio era que su hermano le había prometido enviarlos, después de que hubieran permanecido más de un mes en la mesa de Flynn porque éste no había tenido el valor de romper aquel último vínculo con Renee. ¿Qué había sido de esos documentos una vez que Brock se hizo cargo de ellos?
Un escalofrío le recorrió la espalda. No recordaba haber recibido una copia de la sentencia de divorcio… Y sus amigos divorciados le habían dicho que siempre se recibía una notificación oficial por correo.
Pero él estaba divorciado de Renee. Los papeles estaban en regla. El divorcio se había hecho efectivo… Entonces, ¿por qué ella le mentía a la clínica?
Se le formó un nudo en la garganta. Renee era la persona más sincera que conocía.
Agarró el teléfono para llamar a su abogado, pero se lo pensó mejor y dejó el auricular. Andrew tendría que rastrear la información hasta darle alguna respuesta, y a Flynn nunca se le había dado bien esperar de brazos cruzados.
Era mucho más rápido recurrir a Brock.
Abrió la puerta del despacho con tanta brusquedad que asustó a su secretaria.
–Cammie, voy al despacho de Brock.
–¿Quiere que lo llame a ver si está libre?
–No, no hace falta. Va a tener que atenderme de todos modos.
Sus pasos resonaron en el suelo de roble mientras se dirigía rápidamente hacia el ala opuesta de la sexta planta. El despacho de Brock estaba situado en la esquina oeste del edificio. Flynn saludó con la cabeza a Ellie, la secretaria de su hermano, pero no hizo el menor ademán de detenerse e irrumpió en el despacho sin llamar a la puerta, ignorando las protestas de Ellie.
Sorprendió a su hermano en mitad de una llamada. Brock levantó la mirada hacia él y le indicó con el dedo que esperara, pero Flynn negó con la cabeza, le hizo un gesto para que colgara y cerró la puerta.
–¿Algún problema? –le preguntó Brock tras colgar el teléfono.
–¿Qué hiciste con los papeles de mi divorcio?
Brock se echó hacia atrás en el asiento. La sorpresa se reflejó en sus ojos, tan azules como los que Flynn veía en el espejo cada mañana, pero rápidamente dejó paso a una expresión de cautela.
–Los enviaste por correo, ¿verdad, Brock? –lo acució Flynn.
Su hermano se levantó y exhaló lentamente el aire. Abrió un cajón con llave y sacó unas cuantas hojas.
–No –murmuró.
Flynn se quedó de piedra.
–¿Cómo que no?
–Se me olvidó.
–¿Que se te olvidó? –repitió Flynn sin salir de su asombro–. ¿Cómo es posible?
Brock se llevó una mano a la nuca y puso una mueca, visiblemente incómodo.
–Al principio retuve los papeles, porque estabas tan destrozado por la pérdida de Renee que albergaba la esperanza de que superarais vuestras diferencias. En parte me sentía responsable por los problemas que sufrió tu matrimonio, ya que no dejaba de presionarte para que dejaras el trabajo que tanto te gustaba y te convirtieras en el vicepresidente de Maddox Communications. Y después… sencillamente se me olvidó. Admito que fue un fallo imperdonable, pero recuerda que todos pasamos por momentos muy difíciles tras la muerte de papá.
A Flynn no se le sostenían las piernas. Se dejó caer en un sillón y hundió la cabeza en las manos. Aún estaba casado… Con Renee.
Y si ella se hacía pasar por su mujer, era obvio que también sabía que el divorcio no se había hecho efectivo. La pregunta era ¿desde cuándo lo había sabido? ¿Y por qué no lo había llamado para recriminarle que no hubiera enviado los papeles? Ni siquiera le había mandado a su abogado.
–¿Estás bien, Flynn?
Claro que no estaba bien…
–Sí –respondió automáticamente. Nunca había compartido sus problemas con nadie, y no iba a empezar ahora.
Sin embargo, a medida que la conmoción se disipaba, una emoción completamente distinta ocupaba su lugar. Esperanza… O más bien, excitación.
No estaba divorciado de su mujer.
Tras años de silencio tenía una razón de peso para contactar con ella. No sólo para preguntarle por qué quería aprovecharse de su esperma congelado y no sólo para decirle que seguían casados, sino para saber por qué ella pretendía tener un hijo suyo… La situación le parecía tan irreal que sentía estar flotando en una nube.
–Llamaré a mi abogado para averiguar en qué situación me encuentro. Y mientras tanto, me tomaré unos días libres.
–¿Tú? Pero si tú nunca descansas… Además, por mucho que odie decirlo, no es un buen momento para tomarse unas vacaciones.
–Me da igual. Tengo que ocuparme de esta situación, y debo hacerlo ahora.
–Supongo que tienes razón… Te pido disculpas. Si hubieras mostrado el menor interés por cualquier otra mujer, tal vez me habría acordado de esos papeles. O tal vez no. Es una excusa muy pobre, pero es la verdad. Y dime… ¿a qué se debe este repentino interés en tu divorcio? ¿Es que Renee piensa volver a casarse?
Flynn se estremeció. Era lógico que Renee hubiera salido con otros hombres desde su separación, pero la idea le despertaba unos celos que deberían haber muerto hace mucho. Se levantó y agarró el documento que tenía que haber puesto fin a su matrimonio. Decidió que no le contaría nada a Brock sobre la inseminación artificial. Era mejor que nadie más lo supiera.
–No conozco los planes de Renee. Hace años que no la veo –ella lo había querido así. Pero ahora tendrían que volver a verse, y sólo de pensarlo se le aceleraban los latidos.
–Flynn, no es necesario que te recuerde que debemos mantener todo este asunto en privado, pero aun así voy a hacerlo… Si esto sale a la luz, quedaremos en una posición muy débil frente a Golden Gate Promotions. Y lo último que quiero es que ese bastardo de Athos Koteas saque partido.
La mención de su rival estuvo a punto de sofocar el entusiasmo de Flynn.
–Lo entiendo.
Regresó a su despacho y fue directamente hacia la trituradora de papel. Desde la ventana se veía el perfil de la ciudad bajo el sol matinal, como simbolizando un nuevo comienzo. Perder a Renee fue lo peor que le había pasado, pero la negligencia de su hermano mayor le había dado la oportunidad perfecta para saber si aún sentía algo por ella, y de ser así, para intentar recuperarla.
Introdujo uno a uno los papeles del divorcio en la trituradora, y se deleitó con el chirrido de la máquina al hacer trizas el mayor fracaso de su vida.
Al acabar sintió ganas de celebrarlo, pero lo que hizo fue sentarse ante el ordenador.
Lo primero era localizar a su esposa.
MADCOM2.
La matrícula del BMW color azul llamó la atención de Renee al girar en el camino de entrada a su casa. A punto estuvo de tirar el buzón con el parachoques de su minifurgoneta, pero sus rápidos reflejos lo impidieron en el último segundo.
MADCOM significaba Maddox Communications.
El estómago le dio un vuelco. Conocía muy bien al propietario de aquel vehículo, gracias al número 2 que aparecía en la matrícula. Se trataba de su ex… no, no era su ex. Seguía siendo su marido, y estaba bajando del coche.
Desde que escuchó el mensaje de la clínica informándola de que su petición para usar el esperma de Flynn le había sido denegada, supo que sólo era cuestión de tiempo que Flynn fuera a buscarla. La clínica debía de haberse puesto en contacto con él, tal y como su abogado le había advertido.
Pero no se esperaba ver a Flynn acercarse a su coche y esperar a que le abriera la puerta. Con el corazón desbocado, retiró la llave del contacto, agarró el bolso del asiento contiguo y salió, intentando aparentar tranquilidad, ignorando la mano que Flynn le ofrecía. Aún no podía tocarlo, y no estaba segura de que pudiera volver a hacerlo alguna vez, ni siquiera de la forma más natural.
Echó la cabeza hacia atrás y miró al hombre al que había amado con todo su ser. El mismo hombre que le había roto el corazón.
Flynn había cambiado mucho y al mismo tiempo nada. Sus ojos eran de un azul radiante y su pelo, negro como el azabache, aunque empezaban a aparecer canas por las sienes. Seguía siendo tan ancho de hombros como lo recordaba, y no parecía haber ganado ni un gramo. En todo caso, su mentón parecía más recio.
Pero los últimos siete años también le habían pasado factura. Tenía algunas arrugas en torno a la boca que en su día ella tanto deseaba besar, así como en la ceja y alrededor de los ojos. Renee no creía que estuvieran producidas por la risa, aunque Flynn sonreía mucho al principio, antes de empezar a trabajar para Maddox Communications.
–Hola, Flynn.
–Renee… ¿O debería decir «esposa»? –su voz grave y profunda hizo estragos en sus nervios–. ¿Desde cuándo lo sabías?
Por un momento pensó en hacerse la tonta, pero no tenía sentido.
–Desde hace unas semanas, tan sólo.
–Y, sin embargo, no me llamaste para decírmelo.
–Igual que tú tampoco me llamaste para decirme que no habías firmado los papeles del divorcio.
Él frunció el ceño ante el tono de insolencia.
–No fue eso exactamente lo que ocurrió.
–Cuéntame –lo apremió ella, pero entonces recordó que llevaba pescado y marisco en la furgoneta–. Si no te importa, sigamos con esta conversación dentro. Tengo que llevar la compra a la cocina.
Abrió la puerta trasera del vehículo y él se adelantó para sacar la nevera portátil. Al hacerlo la rozó con el hombro y la cadera, lo que le provocó a Renee un hormigueo instantáneo por todo el cuerpo. Igual que antes… Maldijo la reacción de su cuerpo y se dijo a sí misma que no significaba nada. Había superado la ruptura y todas las emociones que sentía por Flynn. Él se había encargado de ello al hacerle trizas el corazón. Lo único que albergaba hacia él era un profundo resentimiento.
–¡Sujeta la puerta!
La orden de Flynn la sacó de sus divagaciones. Cerró la furgoneta y recorrió el camino intentando ver el exterior de su casa a través de los ojos de Flynn. Él no había puesto un pie allí desde los primeros días de su breve matrimonio, cuando aquélla era la casa de la abuela de Renee. Desde entonces había hecho muchos cambios, y el retiro original se había convertido en un acogedor centro de trabajo.
Había plantado flores bajo los naranjos y limoneros, había construido una fuente y había colgado cestos de helechos y un columpio en el porche. El año anterior limpió a fondo los cimientos de piedra y pintó de verde esmeralda el saliente de la fachada. Pero la mayor parte de las reformas se habían realizado en el interior.
Abrió la puerta principal y condujo a Flynn a través del vestíbulo y del salón hasta la cocina, su obra maestra.
–Has ampliado la cocina –observó él.
–Necesitaba una cocina grande para mi negocio de catering, así que añadí el porche trasero y transformé su viejo dormitorio en despacho.
«Deja de darle explicaciones», se ordenó a sí misma.
Se calló y observó con orgullo los electrodomésticos profesionales, las grandes encimeras de granito y los relucientes armarios blancos. El sueño de todo cocinero… Su sueño. Algo que se le había negado siendo la mujer de Flynn.
–Muy bonito. ¿Qué te animó a abrir tu propio negocio?
–Era algo que siempre había querido. Mi abuela me animó a dar el salto antes de morir, hace cuatro años.
La expresión de Flynn hacía suponer que no se había enterado de la muerte de su abuela. Renee debería habérselo comunicado, pero bastante dolorosa le resultó la pérdida como para tener que enfrentarse a Flynn en el funeral.
–Lo siento mucho –dijo él–. Emma era una mujer extraordinaria.
–Sí que lo era. No sé qué habría hecho sin ella, y la echo terriblemente de menos. Pero sé que le habría encantado esto… Otra generación de mujeres Lander dedicándose a alimentar a las masas.
–Estoy seguro.
Se quedaron en silencio y Renee miró la butaca favorita de su abuela. Había días en los que sentía que su abuela velaba por ella, lo cual no era extraño. Emma había sido para ella una madre más que una abuela. Fue en quien se apoyó tras abandonar a Flynn, cuando llegó a aquella casa con el corazón destrozado, Emma la recibió con los brazos abiertos y le ofreció su casa todo el tiempo que fuera necesario.
–¿Dónde quieres que deje la nevera? –le preguntó Flynn.
–En el suelo, delante del frigorífico –metió rápidamente los diez kilos de gambas y los seis filetes de salmón en el enorme frigorífico Sub–Zero y se lavó las manos antes de volverse hacia él–. Bueno… ¿vas a decirme qué problema había en pegar en un sello en un sobre con los papeles del divorcio?
–Brock creyó que nos hacía un favor al darnos tiempo para que lo meditásemos con calma, y guardó los papeles en un cajón.
–¿Durante seis años?
–Y en ese cajón habrían seguido si no hubieras intentado hacerte con mi esperma –entornó la mirada y se apoyó con los brazos cruzados en la encimera–. Así que aún quieres tener un hijo mío…
El tono de su voz la hizo ponerse en guardia.
–Quiero tener un hijo –recalcó–. Y tú eras el único donante de semen al que conocía.
–¿Pensabas tenerlo sin decirme nada?
Ella puso una mueca.
–Puede que no fuera la decisión más acertada, pero después de examinar a los otros posibles donantes albergaba demasiadas dudas. Claro que ahora que te has negado tendré que recurrir a cualquier candidato anónimo.
Él la miró fijamente y sin pestañear.
–Eso no será necesario.
–¿Qué quieres decir?
–Renee… siempre he querido que tuvieras un hijo mío.
–Eso no es verdad. Te lo pedí hace siete años. Mejor dicho, te lo supliqué. Y tú te negaste.
–No era el momento. Intentaba adaptarme a mi nuevo trabajo.
–Un trabajo que odiabas y que te convirtió en un desgraciado.
–Mi hermano y la empresa me necesitaban.
–Y yo también, Flynn. Necesitaba al hombre del que me enamoré y con el que me casé. Estaba dispuesta a ayudarte a superar la pérdida de tu padre, pero no podía quedarme al margen y ver cómo ese trabajo acababa contigo. Renunciaste a tu sueño de convertirte en arquitecto y te convertiste en un extraño taciturno y reservado. No hablábamos ni hacíamos el amor, y apenas ponías un pie en casa.
–Estaba trabajando, no engañándote.
–Ver como nuestro amor moría fue más de lo que podía soportar.
–¿Cuándo murió?
–Dímelo tú –cuando Renee recurrió al alcohol para ahogar su desgracia supo que, por mucho que amara a su marido, acabaría igual que su alcohólica madre si no salía de aquella relación. Si permanecían juntos, Flynn acabaría odiándola igual que los amantes de su madre la habían ido despreciando a lo largo de los años.
Renee recordaba vivamente las peleas, los portazos, los coches alejándose y esos «tíos» a los que nunca volvía a ver. Ella no podía pasar por lo mismo, y jamás criaría a un hijo en un ambiente similar.
–Te amé hasta el día en que me dejaste –le dijo Flynn–. Podríamos haber hecho que funcionara, Renee, si nos hubieras dado una oportunidad.
–No lo creo. Tu trabajo te consumía por completo –intentó sacudirse los malos recuerdos–. Haré que mi abogado prepare otra vez el papeleo. Al igual que antes, tampoco ahora quiero nada de ti.
–Salvo mi hijo.
Otro sueño perdido. En una ocasión habían hablado de tener una familia numerosa. Renee quería tener tres o cuatro hijos, porque odiaba haber sido hija única.
–Como ya te he dicho, buscaré otro donante.
–No tienes porqué hacerlo.
A Renee le dio un vuelco el corazón.
–¿Qué quieres decir?
–Puedes tener un hijo mío.
Ella se obligó a respirar a través del nudo que se le había formado en el pecho.
–En la clínica me dijeron que habían destruido tu muestra. ¿Vas a hacer otra donación?
–No me refiero a una muestra de esperma congelado ni a la inseminación artificial.
–¿Qué sugieres entonces, Flynn? –preguntó ella sin poder evitar que le temblara la voz.
–Te daré un hijo… de la forma habitual.
La idea de volver a hacer el amor con Flynn la dejó tan anonadada que tuvo que apoyarse en la encimera. Pero al mismo tiempo sintió un atisbo de deseo. Era innegable que se habían compenetrado a las mil maravillas en la cama y que con ningún otro hombre podría sentir nada parecido. Pero de todos modos no podía arriesgarse.
–No, esa opción es imposible. Nunca he tenido sexo por sexo, y no voy a empezar ahora.
–No sería sexo por sexo, ya que aún estamos casados Sé lo mucho que te afectó no saber quién era tu padre. De esta manera sabrás quién es el padre de tu hijo, y además dispondrás de mi historial médico.
La tentación era demasiado fuerte y peligrosa.
–¿Por qué harías algo así?
–Tengo treinta y cinco años. Es hora de pensar en los hijos.
Un nuevo temor asaltó a Renee.
–No busco a alguien para que forme parte de la vida de mi hijo.
–¿Cuánto tiempo dedicas a tu negocio de catering? ¿Cincuenta, sesenta horas a la semana? ¿Cuándo tendrás tiempo para ser madre?
¿Acaso Flynn la había estado espiando?
–Sacaré tiempo.
–¿Igual que hizo Lorraine?
Renee puso una mueca de dolor.
–Eso es un golpe bajo… incluso viniendo de ti, Flynn.
Su madre había trabajado como jefa de cocina en los mejores restaurantes de Los Ángeles para luego volver a casa a beber hasta perder el sentido. Como suele pasar con los alcohólicos, nadie, salvo su familia, se enteraba de su estado. Su madre supo ocultarles su alcoholismo a sus empleados y al resto del mundo.