Berta sueña - Antonio Ventura - E-Book

Berta sueña E-Book

Antonio Ventura

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Beschreibung

Berta tiene una caja de tesoros. En ella guarda trocitos de su vida, como la canica que le ganó hace poco a Daniel, el caleidoscopio que le regaló Clara o el bibelot que le obsequió Miguel con un papel arrugado en el que le decía "te quiero". Berta va creciendo y todos los días sueña, imagina y se pregunta, y así abre pequeñas ventanas por las que entrevé la belleza de su mundo cotidiano.

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Berta sueña

ANTONIO VENTURA

ilustrado por

JUAN CARLOS PALOMINO

Primera edición, 2010      Segunda reimpresión, 2015 Primera edición electrónica, 2017

Editores: Eliana Pasarán, Miriam Martínez, Mariana Mendía y Carlos Tejada Diseño gráfico: Fabiano Durand

© 2010, Antonio Ventura, texto © 2010, Juan Carlos Palomino, ilustraciones

D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5329-1 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

Berta, apaga ya la luz, que es muy tardeHoy es sábado por la tarde…El caballo, igual que el lobo, es un animal mamífero…Berta llama al timbre de su casa…Hoy Berta se ha despertado triste…Berta y Clara, muchos días…Berta acerca una silla a la estantería de su habitación…Berta ha extendido sobre la mesa de la cocina una hoja grande…Berta a veces se desvela por las noches…A Berta le gusta coleccionar hojas de árboles…Berta se asoma al cuarto de Pablo…Berta y Clara están sentadas en un banco del parque…Berta agita el bibelot y todos los copos de nieve artificial comienzan a flotar…Los hermanos están sentados en el suelo del cuarto de Berta…Berta sale de clase y está lloviendoBerta está agachada delante de una de las puertas de los muebles de la cocina…Mañana Berta no tiene que madrugar…Berta ha decidido también hacer hoy con la plastilina un muñeco de nieve…Mamá, ¿puedo ponerme en la mesa del salón a ordenar las hojas?…Berta se ha despertado hoy más temprano que otros días…

Estamos hechos de la misma materia que los sueños

WILLIAM SHAKESPEARE

—Berta, apaga ya la luz, que es muy tarde.

—Sí, papá, ya voy…, enseguida.

—No, enseguida no, deja ya de leer, ya te terminarás el cuento, y ahora apaga la luz, que si no mañana no hay quien te levante.

—Sí, papá, ahora mismo…

Pero Berta no está leyendo el cuento. Está mirando la imagen de esa locomotora que arrastra unos cuantos vagones en la noche, bajo la nieve, y que está detenida en un pueblo todo nevado, y lleva un faro encendido, que ilumina los copos de nieve que parecen dibujados con una tiza pequeñita. Recorre lentamente un dedo por el perfil del dibujo de la locomotora, una vieja locomotora como las que se ven en las películas de indios y vaqueros. Después, pasa dos páginas y observa esa otra ilustración en la que se ven tres lobos con las patas enterradas en la nieve, entre los árboles del bosque y al fondo los vagones del tren con las ventanas iluminadas y sobre ellos la estela de humo que la locomotora va dejando a su paso. Y Berta piensa que le gustaría ir en ese tren que atraviesa el bosque nevado, y en ese pensamiento se duerme, y sueña. Sueña que viaja en un tren que asciende por una montaña nevada y que llega a una ciudad toda iluminada con muchas bombillas, y es de noche, y es Navidad, y ella es una princesa, y el tren atraviesa un puente, y desde la ventana por la que ella mira se ven los tejados de las casas; parecen las casas de un cuento. Están iluminados por muchas bombillas pequeñas como esas guirnaldas luminosas que se colocan en los árboles de Navidad. Entonces, el tren se detiene y Berta abandona su asiento, atraviesa el pasillo, llega hasta la puerta del vagón, que ya está abierta, y se asoma a la estación iluminada bajo la noche, y ya no nieva y, como es una princesa, una carroza la espera bajo un cielo lleno de estrellas que brillan casi tanto como las bombillas que iluminan esa ciudad de cuento.

Hoy es sábado por la tarde y toda la familia está en casa: Laura, la madre de Berta, está en el salón ordenando los papeles, los recibos de la casa y todas esas cosas que nunca tiene tiempo de colocar, y ha dicho que hasta que no termine que nadie la moleste. Pablo, el hermano pequeño de Berta, juega sobre la alfombra con su construcción de madera, esa que tanto le gusta a ella y que de vez en cuando pide para hacer una casa con jardín, y cuando la tiene terminada y se la enseña, el pequeño la observa, sonríe, agita sus manos, mira a su hermana y la derriba con un solo y rápido movimiento, y ella se enfada aunque sabe —su madre se lo dice siempre— que no lo hace con intención. Su padre, Luis, está en el cuarto de trabajo; ha venido Alberto, un compañero del estudio, y observan unos planos que son más grandes que la mesa en la que su padre trabaja. Ese cuarto no es sólo de él, también su madre tiene allí sus carpetas y sus cosas de la oficina. Berta está en su habitación haciendo un dibujo de la casa. Es un dibujo con todas las habitaciones vistas desde arriba, y en cada una va poniendo los distintos muebles que hay en ellas. Le ha pedido a su padre una hoja de ésas que son el doble de grande que las que ella utiliza para el colegio. Con una regla de plástico va trazando las líneas que son las paredes de la casa, y deja sin rayar en cada una un trocito; allí van las puertas. Para indicarlo, hace unas rayitas inclinadas y une sus extremos con pequeños trazos en curva como indicando el sentido del giro de la puerta. En este momento está dibujando el pasillo y el cuarto del fondo en el que se guardan los trastos; según avanza con la regla se da cuenta de que se va a salir de la hoja, de que el pasillo va a quedar muy corto y de que el cuarto que tiene que dibujar no cabe; gira el papel para ver si en esa posición podría hacerlo mejor, pero no, tampoco; borrarlo todo le dejaría la hoja hecha un asco y además la arrugaría, seguro. Siempre que borra en una hoja suelta, no sabe cómo, pero se le arruga algún extremo. Ya está, pegará con papel celo otra hoja y de esa forma le cabrá todo, incluso podrá dibujar la fachada de la casa, la acera de delante y quizá hasta la calle con los coches aparcados, también vistos desde arriba. Mira en su estuche, pero no tiene. Duda por un momento si pedírselo a su padre o a su madre; se dirige hacia el salón y encuentra a su madre acomodando un montón de recibos del banco.

—Mamá, ¿tienes papel celo?

—Mira Berta, hija mía, ¿no ves que estoy liada con este rollo que odio y que os he dicho que hasta que no terminara, me dejarais tranquila? —contesta su madre sin levantar la vista del fajo de recibos.

—Vale, vale, no te preocupes, se lo pediré a papá —responde Berta, mientras se aleja hacia el cuarto en el que se encuentra su padre.

Berta asoma la cabeza por la puerta entreabierta.

—¿Se puede? —pregunta con una sonrisa.

—¿Has saludado a Alberto? —responde su padre.

—Sí —contesta el amigo—, salió de su habitación cuando vine. Esta chica está cada día más alta.

—Papá, necesito papel celo y mamá está ocupada con los papeles esos que tanta rabia le da ordenar.

—Sí, mira ahí, en la bandeja esa —Luis señala el extremo de una estantería, mientras sobre la mesa sujeta con dificultad el plano que muestra a Alberto.

—En este rollo no hay ni para pegar media hoja.

—Pues eso es lo que queda. Lo habréis gastado tu madre o tú.

—¿Me das dinero para ir a comprar? —pregunta Berta.

—Mira en mi chaqueta que está colgada en el pasillo —responde Luis.

—Déjalo, Berta, toma —dice Alberto.

Saca la cartera y le da un billete de cinco euros.

—Gracias —responde Berta, y sale corriendo de la habitación.

—Luego le das la vuelta a Alberto —escucha decir a su padre mientras se aleja por el pasillo.

Berta no contesta. Se cambia sus zapatillas por las deportivas y se asoma al salón:

—Vengo ahora mismo, mamá.