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Debía ser sincera... y fea. Crystal Rawlins estaba desesperada por conseguir un trabajo, por eso habría hecho cualquier cosa con tal de convertirse en la niñera de los hijos del jeque Fariq Hassan. Y no pensó que una mentirijilla sobre su apariencia tuviera la menor importancia... Pero entonces conoció a su jefe: un hombre alto, moreno e impresionante. Fariq Hassan ya no se fiaba de las mujeres guapas. Afortunadamente, su nueva niñera era todo menos atractiva... y aun así, lo cautivó con su vivacidad y sus apasionados besos. Pero no entendía por qué se empeñaba en alejarse de él o qué escondía tras esas enormes gafas y esa extraña indumentaria.
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Seitenzahl: 173
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Teresa Southwick. Todos los derechos reservados.
BESAR A UN JEQUE, N.º 1865 - febrero 2013
Título original: To Kiss a Sheik
Publicada originalmente por Silhouette Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2671-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Crystal Rawlins se colocó las grandes gafas asegurándose de que le cubrían la mayor parte posible de la cara. No estaba acostumbrada a llevarlas, pero eran necesarias para su disfraz. Había llegado el momento de actuar.
–Soy Crystal Rawlins –le dijo al príncipe Fariq Hassan en su despacho.
–Sí. La nueva niñera. Bienvenida a El Zafir, señorita Rawlins. Encantado de conocerla.
Él era un hombre alto y muy atractivo. Podría ser el príncipe de un cuento de hadas, pensó. Sonriendo, Fariq extendió la mano para saludar a Crystal.
«Estoy estrechando la mano al diablo», pensó Crystal. No sabía si él era el diablo, pero pronto descubrió que sus manos eran cálidas y fuertes y que, por algún motivo, no estaba preparada para tocarlo. El contacto con él la hizo estremecer.
Normalmente, cuando se presentaba el primer día de trabajo, iba maquillada y vestida de manera que se sintiera segura y profesional. Pero aquél no era un trabajo como los demás que había tenido y, aunque pareciera ilógico, el buen aspecto podía hacer que la despidieran. Y si eso sucedía, ¿quién pagaría las facturas y las medicinas de su madre? Los acreedores amenazaban con quitarle todo lo que poseía, incluso la casa donde Crystal se había criado, y ella no estaba dispuesta a permitirlo.
–Me alegro de conocerlo, Alteza. He leído cosas muy interesantes sobre su país. Estoy muy agradecida por tener la oportunidad de trabajar aquí.
–¿Aunque el contrato sea por tres años? Vacaciones aparte, es mucho tiempo para estar lejos de casa.
–Tener seguridad laboral es algo bueno.
–Sin duda. Igual que lo es que mis niños tengan estabilidad.
–Su tía me dijo que encontrar niñera les ha resultado difícil. Creo que han tenido cinco niñeras en un año, ¿verdad?
–Sí –dijo él, frunciendo el ceño.
–Le aseguro que tengo intención de cumplir mi contrato.
–Por supuesto. Ya veo por qué mi tía habló tan bien de usted después de entrevistarla en Nueva York.
–La princesa Farrah tiene un gusto excelente –se calló de golpe al darse cuenta de que su opinión sonaba demasiado personal–. Quiero decir, la princesa me pareció una mujer muy exigente y perceptiva, con un gusto excelente para la ropa.
–Y para las niñeras, espero.
–Y los sobrinos –murmuró.
–¿Perdón?
Ella miró a su alrededor para tomar aire y no ponerse nerviosa.
–He dicho: y aquí. Este sitio es precioso.
–Gracias.
Fariq era el padre de unos gemelos de cinco años y a ella la habían contratado para cuidarlos. Sabía que el primer día se pondría nerviosa, pero no esperaba algo como aquello. Él era muy atractivo. Pero ella siempre había pensado que la belleza era algo interior. Aun así, habría dado cualquier cosa por estar maquillada, llevar zapatos de tacón y un traje a medida.
Crystal intentaba aparentar que era una mujer corriente, tal y como se especificaba en los requisitos para el puesto. Era todo un reto para alguien que había sido muy popular en Pullman, la ciudad del estado de Washington donde ella se había criado. En su otra vida, el éxito estaba basado en la apariencia. ¿Sería capaz el príncipe de ver más allá de las horribles gafas y de la falda recta y azul oscura que ella llevaba?
Si lo hacía, Crystal sería devuelta a su país sin el generoso salario que le habían prometido, uno de los principales motivos por los que había aceptado el trabajo, además de por la oportunidad de viajar y de disfrutar de una buena experiencia en su vida. A su madre también le parecía una buena oportunidad, lo que había servido para que Crystal pudiera convencerla de que aceptara la ayuda económica que necesitaba.
–Por favor, señorita Rawlins, siéntese –dijo el príncipe señalando una silla que había frente a su escritorio.
–Gracias –dijo ella, y tomó asiento.
–Bueno –dijo él, rodeando el escritorio y sentándose frente a ella–. ¿Qué tal el viaje desde Washington?
–El viaje desde Pullman ha sido muy largo, Alteza. He perdido la cuenta de las zonas horarias por las que he pasado.
–Ya.
Fariq Hassan era el hijo mediano del rey Gamil y, al parecer, no era un hombre de muchas palabras. Según la información que Crystal había recabado acerca de la familia real de aquel país de Oriente Medio, Rafiq, el más pequeño de los hermanos, era una especie de playboy. Kamal, el príncipe heredero, era considerado por la prensa el soltero real más cotizado. Y Fariq era un viudo codiciado por las mujeres más bellas de todo el mundo.
A Crystal no le extrañaba. En menos de diez segundos se había percatado de que era el príncipe más atractivo que había visto nunca. Claro que, aparte de en periódicos y revistas, no había visto un príncipe en su vida.
–¿Se ha recuperado del viaje? –preguntó él con atención.
–Estoy en ello. Ayer me encontraba fatal –admitió–. Y probablemente tenía muy mal aspecto –añadió.
–Estoy seguro de que no era así.
–Es usted muy amable. Y agradezco que me den la oportunidad de aclimatarme. Aprecio de verdad que me hayan dado tiempo para descansar y así poder causarle una impresión favorable a usted y a los niños.
–Cuénteme la experiencia que tiene con niños.
Él la observaba con detenimiento, pero su mirada no transmitía nada especial aparte de curiosidad. Su forma de reaccionar era señal de que el disfraz estaba funcionando. Entonces, ¿por qué se sentía decepcionada al ver que él no la encontraba atractiva?
–Me pagué la universidad con el dinero que ganaba cuidando niños –«y con el dinero que me dieron por quedar segunda en un concurso de belleza», pensó para sí–. Soy licenciada en Educación Infantil. Después de graduarme trabajé durante un año para una familia de Seattle. Probablemente tenga las cartas de recomendación en la documentación que tiene ante sí.
–Sus referencias son impecables. ¿Es licenciada en Educación? –le preguntó, mirándola a los ojos.
–Tarde o temprano, me gustaría enseñar –se puso derecha y lo miró fijamente.
–¿No le gustaría formar su propia familia?
–Algún día. Pero hay cosas que quiero hacer antes de enamorarme, casarme y tener hijos.
–¿En ese orden?
–¿En qué otro orden podría ser?
–Tener hijos y después casarse –dijo él, esbozando una sonrisa.
Ella se sonrojó al oír la sugerencia de mantener relaciones antes de casarse. No era algo por lo que se pudiera juzgar a nadie en aquellos tiempos, pero hablar de cosas tan íntimas con aquel hombre hacía que le ardieran las mejillas.
–Alteza, no soy tan ingenua como para pensar que no sucede tal cosa. Pero a mí no.
–Ya veo. ¿Pero no son los estadounidenses los que alardean de poder mantener una familia al mismo tiempo que un trabajo? ¿Qué sentido tiene esperar, señorita Rawlins?
–Porque no es la manera en que quiero hacerlo. Adoro a los niños, y por eso elegí esa carrera. Cuando tenga hijos, me quedaré en casa para criarlos. Y cuando llegue el momento, regresaré al trabajo. El horario de la escuela me permitirá pasar los festivos y las vacaciones con mis hijos.
–Muy organizada –dijo él frunciendo el ceño.
–¿No le parece bien?
–Al contrario. Me parece algo muy positivo.
Por la expresión de su rostro parecía que no la creyera. Crystal entrelazó los dedos y colocó las manos sobre su regazo.
–¿Puedo hacerle una pregunta?
–Sí.
–Perdóneme si parezco impertinente, pero como educadora he aprendido que es muy importante crear un ambiente en el que ninguna pregunta sea percibida como estúpida.
–Ya veo. Ahora que se ha explicado, por favor, haga su pregunta estúpida –dijo él, esbozando una sonrisa.
Crystal no estaba segura de si se estaba riendo de ella o no. Pero decidió no amedrentarse. Era la niñera y, gracias a los hijos de él, tendrían que verse a menudo. Era importante que él supiera que era una mujer que decía lo que pensaba.
–No es una pregunta, sino más bien una aclaración estúpida. Esta conversación parece más una entrevista que un recibimiento.
–¿Perdón?
–Ya sabe... nos presentamos, y usted me da la bienvenida a su país. Algo que ha hecho muy amablemente. Pero tenía entendido que ya me habían contratado para el puesto.
–Mi tía Farrah quedó muy impresionada con usted, y yo respeto mucho su opinión. Pero son mis hijos, señorita Rawlins. La decisión final es mía.
–Entonces, si usted está en desacuerdo con la princesa Farrah...
–Usted regresará a Estados Unidos en el primer vuelo –contestó él.
–Eso me plantea otra pregunta.
–¿También de las estúpidas? –preguntó con una sonrisa.
–Espero que no –se aclaró la garganta–. ¿Por qué buscaba una niñera estadounidense? ¿Por qué no una mujer del país, familiarizada con las costumbres de El Zafir?
–Yo les enseñaré a mis hijos las costumbres del país. Igual que el resto de mi familia. Pero muchos de nuestros negocios están en Occidente y, como Hana y Nuri tendrán que servir a El Zafir, se relacionarán con personas representantes de Estados Unidos. Usted podrá prepararlos para tal cosa, algo que no podría hacer una mujer de mi país. Es un requisito que me parece muy importante.
–Sobre los requisitos del puesto, Alteza...
–¿No estaban lo suficientemente claros?
–Es interesante que lo pregunte de esa manera. ¿Puedo preguntar por qué buscan a una mujer «corriente»?
–Creo que buscábamos una mujer estadounidense, discreta, corriente, inteligente y que fuera buena con los niños.
Crystal se consideraba discreta e inteligente y adoraba a los niños, así que lo que le preocupaba era lo de mujer «corriente».
–Comprendo el significado de todo lo demás. Pero su tía no me explicó por qué ser corriente era importante.
–Porque las mujeres bellas son... –dudó un instante. Su mirada se volvió fría y ardiente al mismo tiempo.
–¿Son qué? –preguntó ella, estremeciéndose al ver la expresión de su rostro.
–Una distracción no bienvenida.
–Ya veo.
Crystal esperaba que fuera un hombre arrogante. Se había preparado para ello, pero el príncipe se había comportado de manera cálida y educada, algo que a ella le parecía encantador. Su repentina frialdad sugería que tenía una historia que contar, y a Crystal no le sorprendería que una mujer bella estuviera implicada. Sentía curiosidad por saber qué le había sucedido. Y quizá estuviera allí el tiempo suficiente como para averiguarlo... a no ser que él descubriera la mujer que había tras el disfraz y la mandara de regreso a su país.
Entonces, recordó sus palabras. ¿Había dicho que las mujeres bellas eran una distracción no bienvenida? ¿No sería culpa suya si se distraía con ellas? Crystal sintió cómo cada vez estaba más irritada. Le habían enseñado a responsabilizarse de sus acciones, pero quizá los jeques sí podían culpar a los demás de sus errores.
–Alteza, permítame que me asegure de que lo he comprendido. Si usted fuera incapaz de concentrarse en una tarea, como decimos en el campo de la educación, ¿sería culpa de la mujer por ser bella?
Una vez más, Crystal lo miró a los ojos y permitió que él la observara. Si su disfraz no era bueno, era mejor que lo descubriera cuanto antes. No se consideraba una mujer muy bella, pero en su ciudad, solía ser alguien que llamaba la atención. Consideraba que su capacidad para cuidar niños no debía basarse en su aspecto.
Se miraron durante un instante y ella deseó que él dijera algo. Lo mejor era que se enterara cuanto antes de su opinión. Sobre todo, por los niños.
–A ver si he comprendido la pregunta –dijo él, con brillo en la mirada–. ¿Me pregunta quién es el culpable si soy incapaz de concentrarme en presencia de una bella mujer?
–Más o menos.
–La culpable es ella, por supuesto.
Crystal no estaba segura de si estaba bromeando y decidió comportarse como si no fuera así.
–Entonces, hay algo que debe saber sobre mí antes de que lleguemos más lejos.
Fariq apoyó los codos sobre el escritorio y se echó hacia delante.
–¿El qué?
–El principio básico que tengo a la hora de trabajar con niños es que uno siempre tiene que responsabilizarse de sus acciones.
–También hay algo que debe saber sobre mí.
–¿El qué?
–Que no soy un niño. Y que nunca me equivoco.
–Siempre es bueno saber la opinión de un jefe –dijo ella–. Suponiendo que siga siendo mi jefe. O yo su empleada –añadió Crystal y contuvo la respiración.
–Creo que mi tía ha hecho una buena elección. Lo hará muy bien.
Crystal debería estar contenta por haber pasado la entrevista: estaba contratada. Sin embargo, una vez obtenido el trabajo, se sentía ligeramente desilusionada. Él creía que era una mujer corriente, tal y como Crystal fingía ser. No había sido capaz de ver más allá de las gafas y la ropa que ella llevaba. Sin embargo, debía respetarlo. A pesar de pertenecer a una familia que pagaba a otros para que criaran a sus hijos, amaba tanto a los niños que había insistido en conocerla. Era evidente que le parecía muy importante dar su aprobación a la persona que cuidaría de ellos.
–Estoy deseando conocer a los niños –dijo ella.
–Se los presentaré enseguida –dijo él con orgullo en la voz y ternura en la mirada.
Se puso de pie, rodeó el escritorio e hizo un gesto para que Crystal pasara delante. Ella se detuvo junto a la puerta. Ambos fueron a abrirla al mismo tiempo y sus manos se rozaron.
–Permítame –dijo él, y ella se estremeció.
–Gracias.
Al salir, miró a su alrededor. Sus zapatos de tacón se hundieron ligeramente sobre la gruesa moqueta. Las paredes estaban cubiertas de madera tallada sobre la que colgaban diferentes fotos de El Zafir.
Nunca había visto tanta elegancia como la que había en el palacio. Suelos de mármol, escaleras enormes, una fuente en el recibidor, grandes jardines... Había muebles caros, cuadros y tapices por todas partes.
En la zona de oficinas del palacio había cuatro despachos. El del rey, el del príncipe heredero y el de Fariq, que era donde se encontraban. Al final del pasillo había otro más, y supuso que sería el de Rafiq, el más joven de los hermanos. Le pareció oír voces de niño y después unas carcajadas.
–Se han ido por allí.
–Ésa es una frase de las películas del oeste de su país.
–Conoce la expresión.
–Asistí a la universidad en Estados Unidos.
–Sí, es cierto. Lo sabía.
Entraron en el último despacho y vieron que en el sofá había dos niños sentados con un hombre que sólo podía ser el hermano de Fariq. En una de sus rodillas estaba sentada una niña que le peinaba el cabello. Al mismo tiempo, el príncipe Rafiq le hacía cosquillas al niño que estaba sentado sobre su otra rodilla. El pequeño se reía a carcajadas y le pedía que parara. Sin duda, aquéllos eran los gemelos de cinco años que ella tendría que cuidar.
–Y dicen que los hombres no son capaces de hacer dos cosas a la vez –comentó Crystal sin poder contenerse.
–Guarde bien el secreto –dijo Fariq, arqueando una ceja.
El brillo de sus ojos y la sonrisa de sus labios indicaban que estaba bromeando y que tenía sentido del humor.
–¡Papá! –dijeron los niños al verlo.
Corrieron hacia él y se agarraron a sus piernas. Él se agachó y los abrazó.
–Hola, pequeña –dijo mientras acariciaba la nariz de su hija–. Y tú –acarició la cabeza del niño–. Hay alguien que quiere conoceros –los niños se volvieron para mirar a Crystal con curiosidad–. Ésta es la señorita Rawlins. ¿Qué se dice?
–Hola –dijo el niño mirando a su padre–. Quiero decir, ¿cómo está?
Fariq asintió con aprobación.
–¿Cómo está? –repitió la niña.
El príncipe sonrió a la pequeña y después miró al otro hombre.
–El que hacía de niñera es Rafiq, mi hermano pequeño.
–Alteza –dijo ella.
El príncipe se puso en pie y se pasó la mano sobre el cabello.
–Es un placer conocerla, señorita Rawlins –dijo él, y tendió la mano para saludarla.
–Lo mismo digo, Alteza.
–Llámame Rafiq. Insisto –dijo él, antes de que ella pudiera protestar.
–Gracias –Crystal miró a los niños–. Vosotros debéis de ser Nuri y Hana.
–¿Cómo sabes nuestros nombres? –preguntó la pequeña, impresionada.
–Me los dijo vuestra tía Farrah. Cuando la conocí en Nueva York, me enseñó fotos de los dos.
–Tus gafas son muy grandes –dijo Nuri–. Y muy feas.
–Eres muy observador –dijo ella.
–Tienes el pelo demasiado apretado –dijo Hana al observar que llevaba el cabello recogido hacia atrás.
–Eso es lo que parece –dijo Crystal.
–¿No te duele? –preguntó Hana.
–No –Crystal miró al padre de los niños–. ¿Puedo hacerle una pregunta, Alteza?
–Fariq –dijo él–. Mi hermano tiene razón. En privado no es necesaria tanta formalidad. Yo te llamaré Crystal.
–De acuerdo, Fariq –al pronunciar su nombre se percató de que le parecía exótico.
–¿Es una pregunta estúpida? –bromeó él.
–Vas a hacer que me arrepienta de mi comentario, ¿verdad? –dijo ella con una sonrisa–. No importa. Me arriesgaré. Sólo me preguntaba si a menudo traes a los niños al trabajo.
–Lo dices porque están aquí con mi hermano. La respuesta es no: mi hermano se ofreció a hacerlo. Se siente culpable de la marcha repentina y poco digna de la última niñera.
–No fue culpa mía –protestó el hermano.
–No digas mentiras, tío –dijo Nuri–. La niñera estaba en tu cama.
–¿Y tú cómo lo sabes?
–La tía Farrah se lo dijo al abuelo –explicó el niño–. Después dijo que la nueva niñera debería ser como una ciruela pasa.
–¿Y eso cómo lo has oído? –preguntó Fariq con desaprobación.
–Nuri se ha vuelto a esconder tras el sofá de la tía Farrah –intervino Hana. Después miró a Crystal con timidez y dijo–: Me alegro de que no seas una vieja ciruela pasa.
–Yo también –dijo Crystal, agradecida porque alguien de la familia real pudiera ver el bosque entre los árboles.
–Pequeña, no debes chivarte de lo que hace tu hermano –el príncipe amonestó a su hija.
–¿Aunque sea la verdad y él sea un tonto?
–Aun así –explicó el padre–. La lealtad a la familia es un tesoro.
Fariq disfrutó al ver la expresión avergonzada de su hermano y trató de contenerse para no reír al recordar las palabras de su hijo. No tenía ni idea de que su hijo supiera los detalles sobre la última niñera, pero había acertado. Miró a Crystal y vio que observaba a su hermano. Se preguntó qué estaría pensando.
–Como todas las mujeres que Rafiq conoce, la última niñera se enamoró de él. Actuó de esa manera para llamar su atención, pero el resultado no fue lo que ella esperaba.
–Creo que sé cuál fue el resultado, puesto que yo estoy aquí y ella, no.
–Despido inmediato –confirmó Rafiq–. Convencí al rey para que no la decapitara.
–Estás mintiendo otra vez, tío –dijo Hana entre risas.
–Sí, pequeña. Tu tío es un mentiroso –convino Fariq–. Dice que rechazó sus insinuaciones.
–Es la verdad –protestó él–. Inocentemente, entré en mi habitación y me la encontré. Inmediatamente, me di la vuelta y salí de allí. Nuestro padre me creyó.
–El rey no estaba interesado en las explicaciones –le dijo Fariq a Crystal–. Le ordenó a mi hermano que cesara de coquetear con las empleadas, que se buscara una esposa y asentara la cabeza. Sus palabras exactas fueron que no quería justicia, sólo paz y tranquilidad.
–Puedo comprender por qué –contestó ella.
–Pero nos habíamos quedado sin niñera. Yo estaba en negociaciones para inaugurar un conocido centro comercial en El Zafir. El rey decidió que la tía Farrah acudiera a una agencia de renombre de Nueva York.
Fariq había estado de acuerdo con su padre, y la lista de requisitos le había parecido una buena idea. No deseaba tratar con una mujer que escondiera un corazón malvado tras un rostro de ángel. Con una vez había tenido suficiente.
Fariq pensó que Crystal era exactamente lo que su padre tenía en mente cuando promulgó el decreto. Y que sus hijos tenían buen ojo para los detalles. Las gafas de Crystal eran enormes y feas, pero no podían ocultar sus bonitos ojos color avellana. Eran ojos de gato. Tenían brillo de inteligencia y humor. Fariq también se había fijado en la piel de su rostro, que parecía suave e impecable.
Tenía el cabello castaño, y el peinado parecía incómodo, pero no podía culparla por tener un mechón descolocado.