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Últimas noticias en Rust Creek Falls… Lily, la lista y parlanchina niña de ocho años que ha llegado de Nueva York, ha conquistado a todo el mundo en Rust Creek Falls. Incluso a Caleb Dalton, el vaquero que siempre evita todo lo que tenga que ver con la familia. ¿O puede ser que quien le interese sea la madre adoptiva de Lily, Mallory Franklin? Parece imposible que el incorregible soltero quiera tener una relación con una mujer que tiene una hija. Como parece increíble que la independiente Mallory quede con un hombre del que todo el mundo dice que solo le interesa pasar un buen rato. Pero Lily insiste en que son la pareja perfecta.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Harlequin Books S.A.
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bienvenido al amor, n.º 2049 - septiembre 2015
Título original: From Maverick to Daddy
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6799-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
La niña oriental que ocupaba el lugar donde normalmente estaba la recepcionista de su padre dejó a Caleb Dalton perplejo. No era lo que uno esperaba encontrar en un despacho de abogados como el de Ben Dalton.
La niña no parecía mayor de ocho años, aunque tenía el aire de toda una señorita.
—Hola —saludó Caleb, quitándose el sombrero.
—¿Eres un vaquero de verdad? —preguntó la niña con cara de entusiasmo.
—Sí, señora.
—Mola —la niña sonrió brevemente antes de adoptar de nuevo una actitud solemne—. Lo siento, pero la oficina está cerrada. ¿Puedes volver mañana?
—Creo que el señor Dalton me verá de todas formas —después de todo, ser su hijo tenía sus ventajas.
—¿Tienes cita?
—Algo así —al fin y al cabo, recogerlo para ir a tomar una cerveza era una cita.
—Pues ahora está muy ocupado y no se le puede molestar. Tienes que esperar. Siéntate, por favor —dijo Doña Eficiente. Y continuó leyendo.
Caleb no supo si reírse u obedecer, pero optó por lo segundo. No era frecuente que una niña pudiera mandar a un mayor y estaba seguro de que le sentaría bien a su autoestima, aunque era evidente que no le faltaba seguridad en sí misma.
Haciendo girar el sombrero en la mano, fue a sentarse. La gran barra de recepción donde la niña se sentaba como si fuera una jueza del Tribunal Supremo, separaba la zona de espera de la zona donde estaba el despacho de su padre y el de su pasante.
Apenas habían pasado unos minutos cuando oyó el repiquetear de unos tacones altos antes de que una mujer asomara por la puerta.
—He oído que llamaban al timbre. ¿Hay alguien…? —la mujer se calló bruscamente y se quedó mirándolo.
La niña alzó la mirada del libro.
—Le he dicho que el señor Dalton estaba ocupado.
—Así es, con un asunto muy importante, según me ha explicado —Caleb se puso en pie y se acercó a la mujer como si lo atrajera un imán.
Aunque no se trataba de una belleza clásica, había algo en ella que lo atrajo al instante. Quizá fuera la camisa de seda blanca que llevaba por dentro de una falda de tubo ajustada, de color negro. No era muy alta, pero los tacones hacían que sus piernas resultaran largas y esbeltas.
—Lo siento. Espero que la niña no haya sido descortés.
Lo dijo en el tono de una madre preocupada, y Caleb dedujo que la niña era adoptada.
—No hay de qué disculparse.
—Lily, deberías haber dicho al señor Dalton que su hijo estaba aquí.
—Me has dicho que leyera y que no dejara pasar a nadie —protestó la niña.
—Lo sé, pero hay excepciones —dijo la mujer con un suspiro.
—¿Cómo sabes que Ben es mi padre? —preguntó Caleb. Estaba seguro de no haberla visto antes. Una mujer así no era fácil de olvidar.
—Tiene fotografías de toda la familia en el despacho. Tú eres Caleb, el menor de sus hijos —la mujer sonrió—. Está muy orgulloso de vosotros y suele pavonearse de la gran familia que tiene.
—¿Le has llamado la atención?
—Muchas veces, pero le da lo mismo. No se intimida fácilmente.
—Así es mi padre —Caleb sonrió—. Me siento en desventaja: yo no sé cómo te llamas.
—Mallory Franklin, soy su pasante. Y esta niña es Lily, mi sobrina. Encantada de conocerte.
—Lo mismo digo —Caleb estrechó la delicada mano de Mallory, que la suya prácticamente hizo desaparecer.
No tenía nada de especial que conociera a una mujer, pero aquella era diferente. Tenía el cabello caoba, largo y brillante, y los ojos marrones, cálidos y risueños. ¿Qué tendría de especial la combinación de sus rasgos como para que despertara en él el inmediato deseo de seducirla?
Se fijó en que no llevaba alianza, aunque eso no significara nada. Y se preguntó por qué estaría cuidando de su sobrina. No podía descartar la posibilidad de que estuviera casada, y esa era una línea que él jamás traspasaba. Aunque no lo estuviera, una mujer con una niña representaba una complicación innecesaria.
—¿Estás aquí para ver a Ben? —preguntó Mallory , mirando sus manos, que seguían unidas.
Caleb se la soltó a regañadientes.
—Sí, vamos a ir a tomar algo.
—Me alegro. Trabaja demasiado.
—Eso mismo dice mi madre.
—¿Vais a ir a Ace in the Hole? —preguntó ella arqueando una ceja.
—No hay muchas más posibilidades.
—A mí me gusta que Rust Creek Falls sea un pueblo pequeño.
—Desde luego que lo es —precisamente por eso era aún más extraño que no se hubieran visto antes—: ¿Desde cuándo vives aquí? —preguntó Caleb.
—Desde enero.
Puesto que estaban en agosto, eso significaba casi siete meses.
—¿Cómo es que no hemos coincidido antes?
—Será que no frecuentas el centro de estética Bee’s —bromeó ella.
—Eso es verdad —dijo Caleb.
—¿Y la iglesia?
—Cuando puedo. El trabajo en el rancho es muy exigente. Pero los domingos, si no puedo ir a misa, contemplo la naturaleza y rezo. Me parece un lugar más apropiado que el interior de una iglesia.
—No me extraña —Mallory se dio un golpecito en los labios y fingió concentrarse—. Supongo que tampoco pasas a menudo por el colegio.
—Me temo que solo una vez al año, cuando todo el pueblo ayuda a prepararlo para el nuevo curso.
—Me encanta ese espíritu de comunidad. Lissa Roarke lo escribió en su blog y me cautivó. Es una de las razones por las que me trasladé aquí desde Manhattan. Está bien para una temporada, pero, como he vivido la mayor parte de mi vida en Helena, lo encuentro demasiado estresante.
—Así que eres una chica de Montana —Caleb no supo por qué, pero le alegró saberlo.
—Así es. Por eso una gran ciudad no me parecía el mejor lugar para Lily.
—¿No lo echas de menos?
—Yo echo de menos la comida rápida. Y Central Park —intervino la niña.
Caleb no se había dado cuenta de que estuviera escuchando. De hecho, prácticamente se había olvidado de ella.
—No me extraña —dijo—. ¿Y tú, Mallory?
—Yo, los cines —contestó, pensativa.
—Y los museos —añadió Lily.
—Le ha costado un poco adaptarse a Montana. Al principio le resultaba demasiado tranquila, pero se está acostumbrando.
—Tengo una amiga —la pequeña sonrió—. Y me gustan los vaqueros. Quiero aprender a montar a caballo.
—Como ves, parece que tomamos la decisión correcta al mudarnos —dijo Mallory.
Ben Dalton salió del despacho.
—Caleb, perdona que te haya hecho esperar.
—No pasa nada, papá —dijo él, estrechándole la mano.
Ben Dalton medía más de un metro ochenta, como Caleb. Tenían el mismo azul de ojos y la gente decía que, antes de que Ben comenzara a encanecer, también tenían el cabello del mismo tono castaño. También se decía que había heredado el atractivo físico de su padre y el encanto de su madre.
—Veo que has conocido a Mallory y a Lily. Es la mejor pasante que he tenido —dijo Ben, mirando a Mallory con aprobación.
—Gracias, eres muy amable —dijo ella, ruborizándose.
—No es amabilidad, sino la verdad —declaró él—. Haces un trabajo magnífico.
—Y yo agradezco tener un jefe que comprende y respeta mis obligaciones familiares. Poder recoger a Lily a las cinco de la tarde es muy importante para mí.
—Me han informado con firmeza de que el despacho estaba cerrado —Caleb miró el reloj de pared que marcaba las seis y media—. Yo diría que el jefe es un tirano.
—Mallory ha tenido la amabilidad de quedarse hasta más tarde —se defendió su padre.
—Se trataba de una emergencia —dijo Mallory—. Además, Lily no ha empezado a ir todavía al colegio y Cecelia Clifton, que la cuida, se ha ofrecido a traerla.
Caleb empezó a dudar que Mallory estuviera casada, puesto que no mencionaba la posibilidad de que su marido recogiera a la niña. Pero ese era un asunto que no debía importarle.
—¿Podemos irnos, papá?
—Sí, voy a cerrar el despacho. Enseguida vuelvo. Mallory, vete a casa.
—Sí, señor.
Caleb vio que Lily cerraba el libro e iba junto a su tía. La forma en que le tomó la mano, removió algo en su interior.
—Me alegro de haberte conocido. Y tu sobrina promete como centinela. Has hecho un gran trabajo con ella.
—Y sin ayuda. No tiene marido —dijo Lily animadamente—. Yo creo que querría uno. Quizá un vaquero.
—¡Lily…! —dijo Mallory, mortificada.
—Aquí estoy, hijo. Vamos a por esa cerveza. ¿Te importa cerrar, Mallory? —dijo el padre de Caleb, llegando al rescate de su hijo como si fuera el Séptimo de Caballería.
Caleb aprovechó la escapatoria sin dudarlo y, tras ponerse el sombrero y saludar a las dos damas llevándose la mano al ala, siguió a su padre al exterior.
Había salido con más mujeres de las que podía recordar. Rubias, castañas, pelirrojas, con ojos azules, negros, marrones…
Sus hermanos se reirían de él si les dijera que conocer a Mallory Franklin había sido como ser alcanzado por un rayo. Ninguna otra mujer había tenido aquel efecto en él, pero no pensaba hacer nada al respecto. Una mujer en busca de marido era un peligro que prefería evitar.
Afortunadamente, pronto se enteraría por alguien de Rust Creek Falls de que él no tenía el menor interés en casarse.
Mallory habría querido borrar la cara de espanto que se le había puesto a Caleb Dalton. Estaba claro que había escapado tan pronto como había podido. De eso hacía ya varias horas. Lily y ella habían vuelto a su casa de tres dormitorios en la esquina entre las calles South Broomtail y Commercial. Habían cenado y estaban preparándose para irse a la cama. Pero cada vez que recordaba a Lily diciendo que buscaba marido, Mallory quería que se la tragara la tierra.
Nada podía estar más lejos de la realidad.
Miró a la niña mientras secaba su negro cabello con el secador. Un cruel giro del destino la había puesto bajo su custodia, convirtiéndola en madre. Lily no había llegado con un manual de instrucciones. Tenía que hablar con ella de lo que había dicho, pero no quería que pensara que había hecho algo malo, ni coartar su vivaracha espontaneidad. Solo necesitaba que comprendiera que no podía ir por ahí diciéndoles a desconocidos que su tía buscaba marido, pero ¿cómo podía hacerlo?
Mallory ni siquiera tenía un modelo en el que basarse. Sus padres se habrían limitado a censurarla sin darle ningún tipo de explicación. Y, cuando Lily fue a vivir con ella, había decidido actuar de forma radicalmente distinta. Hasta ese momento no se le había planteado ninguna situación incómoda, pero aquella requería de una charla.
Cuando apagó el secador, dijo:
—Lily, ¿qué tal te lo has pasado en el despacho?
—Bien, aunque me he aburrido un poco —Mallory puso pasta de dientes en su cepillo de princesa y se lo dio—. Me gusta leer, pero lo habría pasado mejor en casa de Amelia.
Su nueva mejor amiga.
—Siento que no haya sido posible. Pero a veces tenemos que hacer cosas que no nos apetecen —dijo Mallory en tono de sermonearla.
—Claro.
Mallory dio la reflexión por buena.
—Has hecho muy bien de recepcionista.
Lily se metió el cepillo en la boca y dijo:
—¿Crees que el señor Dalton me pagará?
Mallory se rio.
—Creo que has trabajado gratis.
—Eso me imaginaba —Lily terminó de cepillarse los dientes y se secó con la toalla.
—¿Estás lista para irte a la cama?
—¿Es inevitable?
—Es hora de acostarse —dijo Mallory con dulce firmeza.
Tras la muerte de la hermana y del cuñado de Mallory en un accidente de coche, Mallory se había convertido en su tutora y juntas habían acudido a una terapia de duelo en la que había aprendido que las rutinas proporcionarían a la niña seguridad y estabilidad. Y parecía funcionar.
Lily apagó la luz al salir del cuarto de baño y Mallory la siguió hasta su dormitorio, que estaba pintado de color lavanda, con los zócalos y las puertas blancas. Una cama con dosel ocupaba uno de los lados. Estaba cubierta con una colcha con el dibujo de una princesa, a juego con la pantalla de la lámpara y las cortinas. Mallory había dejado que Lily la decorara a su gusto para que sintiera que tenía control sobre su vida, aun cuando la muerte de sus padres demostrara que era un control ilusorio.
Lily se subió a la cama y se abrazó a su peluche favorito, un elefante rosa.
—El hijo del señor Dalton me gusta.
—Caleb —dijo Mallory, teniendo que reprimir un estremecimiento a la vez que se sentaba en el borde de la cama.
—Es tan guapo como un príncipe. ¿Puede un vaquero ser un príncipe?
Mallory también lo encontraba guapo. Alto, moreno, con ojos azules, la camisa blanca que llevaba le quedaba como una segunda piel y resaltaba sus musculosos brazos y su vientre plano. Los vaqueros se ajustaban a sus fuertes muslos, que sin duda le ayudaban a mantenerse sobre el caballo. Pero Mallory no pensaba compartir nada de aquello con Lily.
—Eso depende de tu definición de príncipe. En teoría, es un niño destinado a ser rey.
—No quería decir eso. Has cambiado de tema, como siempre que no quieres hablar de algo.
—¿Ah, sí? Supongo que tienes razón —Mallory no era consciente de que la niña lo hubiera notado—. Pero quiero decirte una cosa.
Lily suspiró.
—Seguro que es sobre lo que he dicho.
—¿A qué te refieres?
Lily era una niña realmente lista.
—No debería haber dicho a Caleb que quieres un marido.
—Exactamente —Mallory tomó la mano de Lily y se la acarició con el pulgar—. Las dos hemos pasado por muchos cambios este último año.
—Por la muerte de papá y mamá.
—Así es.
A Mallory se le encogió el corazón como siempre que pensaba en la pérdida de su única hermana. Le resultaba imposible imaginarse lo que Lily sentía.
—Tú y yo estamos aprendiendo a estar juntas.
—A mí me gusta vivir contigo.
—Y a mí contigo. Pero no es cierto que esté buscando marido.
—¿Por qué no?
Por muchos motivos que Lily no comprendería.
—Creo que por un tiempo es mejor que estemos solo tú y yo. Una tercera persona supondría todavía más cambios, y ya hemos tenido bastantes.
—Si eso es lo que crees…
—Sí —Mallory dio la conversación por terminada—. Y ahora, a rezar, cariño.
La pequeña cerró los ojos y unió las manos sin soltar al elefante.
—Querido Dios, bendice a mi amiga Amelia y a su madre. Al señor Dalton y a Caleb, a todos los del centro infantil. Por favor, cuida de mi mamá y de mi papá y hazles compañía para que no me echen de menos. Bendice a la tía Mallory —abrió los ojos y los cerró con fuerza al instante—. Casi me olvido: mamá y papá, por favor, ayudad a la tía Mal para que esté disponible para otro cambio. Amén.
Sin hacer ningún comentario sobre el contenido de la oración, Mallory besó a la niña en la frente.
—Te quiero, Lily.
—Y yo a ti —la niña se echó de costado y se recogió sobre sí misma. En cuestión de minutos estaría dormida.
Mallory salió sigilosamente del dormitorio, no sin antes echar una última mirada de afecto a su sobrina. Estaba claro que la niña quería un padre.
Y, si era así, rezar era lo mejor que podía hacer, porque solo un milagro cambiaría su actitud. Las relaciones solo causaban problemas. Había estado dos años con un hombre que pretendía que le dedicara todo su tiempo, y que la dejó cuando vio que no estaba siempre a su disposición. Eso había pasado antes de tener que cuidar de una niña, y en el presente, entre esta y el trabajo, no quedaba espacio para nadie más. Ni siquiera un guapo vaquero que, por un instante, le había hecho desear que las cosas fueran distintas.
Después de tomar una hamburguesa y una cerveza con su padre, Caleb fue a Crawford’s, la única tienda del pueblo, en la que se podía encontrar desde una silla de montar a sopas instantáneas. Encontrar en ella lo que se necesitaba, suponía ahorrarse un viaje de treinta minutos a Kalispell, el pueblo más cercano y más grande que Rust Creek Falls.
Se había acabado el café en el rancho y le tocaba reponerlo. Si no lo llevaba, su hermano Anderson había amenazado con estrangularlo.
Caleb entró, fue hasta donde estaba el café y tomó tantos paquetes como le cupieron en la mano antes de ir a la caja. Vera Peterson estaba cobrando a una mujer joven que a Caleb le resultó vagamente familiar.
—Hola, Caleb —lo saludó Vera.
—Me alegro de verte, Vera —dijo él. Y no mentía.
Eran buenos amigos desde hacía años y a Caleb le caía bien su marido. Antes de que se casara, habían mantenido una relación. Ella era algo mayor, mucho más experimentada y le había enseñado unas cuantas cosas. Pero no había logrado enseñarle que el amor era importante y nadie le había hecho cambiar de opinión.
La clienta que estaba delante de él se volvió con expresión coqueta.
—Caleb Dalton, ¡qué sorpresa! Me alegro de volver a verte.
Caleb no tenía ni idea de quién era o de cómo se llamaba. Tenía el cabello castaño, ojos avellana, era bonita y probablemente era una de tantas mujeres que se habían mudado a Rust Creek Falls buscando marido después de haber leído el blog de Lissa Roarke. Como la tía de Lily, Mallory. Ese nombre sí lo recordaba. Por la misma razón que había estado distraído durante la cena con su padre. ¿Cuál sería su historia? ¿Por qué no tenía marido? Por más que intentara evitarlo, Caleb no podía reprimir su curiosidad.
—¿Quieres quedar para tomar un café?
La mujer lo sacó de su ensimismamiento y del recuerdo de una mujer con cabello caoba y la sonrisa más bonita que había visto en mucho tiempo.
—Disculpa, ¿qué decías?
—¿Quieres tomar un café, o lo que sea?
A Caleb le sorprendió no tener el menor interés. Pero como no le gustaba ser descortés, dijo:
—Me temo que estoy muy ocupado.
La mujer recogió su cambio y su bolsa, y miró a Caleb desilusionada.
—Quizá en otra ocasión.
No tenía sentido decir que sí porque estaría mintiendo, así que Caleb se limitó a contestar:
—Que tengas una buena noche.
—Y tú —la mujer salió y se despidió con un coqueto saludo con la mano al pasar por el escaparate.
Vera miró a Caleb de hito en hito y, poniendo los brazos en jarras, preguntó:
—¿Estás enfermo?
No. A no ser que no dejar de pensar en Mallory Franklin fuera una enfermedad.
—Me encuentro perfectamente. ¿Por qué?
Vera lo miró con ojos chispeantes.
—Es la primera vez que te veo rechazar una invitación de una mujer que, además, es tu tipo.
—¿Cómo sabes que es mi tipo?
—Porque es una mujer.
Lo que significaba que le gustaban todas. Caleb no podía defenderse de esa acusación.
—La verdad es que es raro, ¿no?
—Yo diría que sí —Vera sumó el café y esperó a que le diera el dinero—. Me alegro por ti.
Caleb le dio un billete antes de preguntar:
—¿Por qué dices eso?
—Porque ya es hora de que madures.
—Vera, ya sabes que eso no va a pasar nunca.
—Nunca digas nunca jamás —le advirtió Vera—. Saluda a tus padres de mi parte.
—Lo haré el domingo —su madre insistía en ver a sus hijos todos los domingos, y nadie osaba contradecir a Mary Dalton—. Y tú saluda a John y a los chicos.
—De tu parte.
Se despidió con un gesto de la mano y salió. Al llegar a su ranchera, dejó el café en el asiento del acompañante mientras reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. No era propio de él rechazar la invitación de una mujer guapa. Le gustaban las mujeres para pasar un buen rato. En cuanto las cosas cambiaban, conseguía escapar sin hacerles daño. Todo el mundo tenía un don, y ese era el suyo. Nunca se había planteado tener una relación seria ni rechazaba una posible aventura.
Pero eso había cambiado aquella noche. ¿Sería porque había estado pensando en Mallory Franklin? ¿Era posible que, tal y como se decía, cuando alguien sobrevivía a un rayo, sufría una transformación? Si ese era el caso, tendría que evitar las tormentas y ponerse a cubierto lo antes posible.
Siempre se le había dado bien esquivar los problemas.
Mallory detuvo el coche delante de la casa de los Dalton. Su jefe la había invitado a cenar por primera vez desde que trabajaba para él. Eran las cinco de la tarde del domingo y Lily y ella llegaban puntuales.
—Ya hemos llegado —dijo Mallory, apagando el motor.
—¡Qué casa más grande! —exclamó Lily, al tiempo que se soltaba el cinturón de seguridad.
Mallory asintió. La casa tenía dos pisos y era una estructura de madera y cristal, rodeada de un precioso jardín.
Sabía que el verano anterior el pueblo había sufrido unas devastadoras inundaciones porque en el bufete llevaban varias reclamaciones a los seguros, pero la casa de Ben Dalton estaba lo bastante elevada como para no haber sufrido ningún daño.
—Bueno, peque, bajemos —Mallory salió del coche y su sobrina la imitó.
Al llegar a la puerta, llamaron y esperaron a que abrieran. Quien lo hizo fue Caleb Dalton, de cuya expresión de sorpresa Mallory dedujo que no las esperaba. También tuvo la seguridad de que su corazón no se había acelerado tanto como el de ella.
—Hola —saludó él con una entonación que más parecía preguntar: «¿Qué haces aquí?».
—¡Caleb! ¿Vives aquí? —preguntó Lily, claramente encantada de verlo
—No, solo estoy de visita —dijo él, sonriéndole con sincera calidez—. Me alegro de volver a verte, Lily.
—Tu padre nos ha invitado a cenar. No sabía que… —empezó Mallory.
—¿Yo vendría?
—Exactamente —admitió Mallory.
—Es domingo —dijo Caleb como si eso lo explicara todo.
Ben había mencionado en varias ocasiones las cenas familiares, pero no había especificado que se celebraran los domingos. Mallory había asumido que cenarían Ben, Mary, Lily y ella. Notó en la mirada de Caleb cierta tensión, pero intuyó que no tenía nada que ver con ella.
—Lo que quiero decir es que los domingos mi madre insiste en que cenemos aquí —explicó Caleb.
Antes de que Mallory respondiera, Mary Dalton apareció al lado de Caleb.
—Caleb, por Dios, ¿dónde están tus modales? Haz pasar a nuestras invitadas —la mujer de Ben sonrió—. Mallory, ¡qué contenta estoy de que hayas venido! Y tú debes de ser Lily.
—Encantada —dijo la niña educadamente.