Bloodmarked - Tracy Deonn - E-Book

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Tracy Deonn

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Beschreibung

Las sombras se han despertado y la sangre es ley Bree solo quería descubrir la verdad sobre la muerte de su madre. Por eso se infiltró en la Orden de Legendborn, una sociedad secreta descendiente de los caballeros del rey Arturo. Allí descubrió su poder ancestral y se convirtió en alguien nuevo: una médium, una artesana de la sangre. Pero la antigua guerra entre los demonios y la Orden continúa. Nick, el chico al que ama, es secuestrado y Bree exige que la dejen combatir para recuperarlo. Cuando los Regentes de Legendborn se lo prohíben, Bree y sus amigos deciden huir para rescatarlo. Además de enfrentarse a sus enemigos, Bree tendrá que luchar contra la creciente atracción que siente por Selwyn, el mago que juró proteger a Nick hasta la muerte. Si Bree tiene alguna esperanza de salvarse a sí misma y a las personas que ama, deberá aprender a controlar los poderes de sus antepasados… sin perecer en el intento.   Serie finalista de los premios Hugo y Locus Serie ganadora de los premios Ignyte y Coretta Scott King

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Bloodmarked

Libro 2

Tracy Deonn

Traducción de Aitana Vega

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Prólogo
Parte 1
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Parte 2
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Parte 3
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Parte 4
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Solo un rey
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58Capítulo 59
Capítulo 60
Nota de la autora
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

Bloodmarked

V.1: octubre de 2023

Título original: Bloodmarked

© Tracy Deonn Walker, 2022

© de la traducción, Aitana Vega, 2023

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2023

Todos los derechos reservados.

Publicado mediante acuerdo con New Leaf Literary & Media, Inc. a través de International Editors’ Co.

Ilustración de cubierta: HillaryWilson

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Corrección: Gemma Benavent, Sofía Tros de Ilarduya

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor, 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-55-1

THEMA: YFH

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Bloodmarked

Las sombras se han despertado y la sangre es ley

Bree solo quería descubrir la verdad sobre la muerte de su madre. Por eso se infiltró en la Orden de Legendborn, una sociedad secreta descendiente de los caballeros del rey Arturo. Allí descubrió su poder ancestral y se convirtió en alguien nuevo: una médium, una artesana de la sangre.

Pero la antigua guerra entre los demonios y la Orden continúa. Nick, el chico al que ama, es secuestrado y Bree exige que la dejen combatir para recuperarlo. Cuando los Regentes de Legendborn se lo prohíben, Bree y sus amigos deciden huir para rescatarlo. Además de enfrentarse a sus enemigos, Bree tendrá que luchar contra la creciente atracción que siente por Selwyn, el mago que juró proteger a Nick hasta la muerte.

Si Bree tiene alguna esperanza de salvarse a sí misma y a las personas que ama, deberá aprender a controlar los poderes de sus antepasados… sin perecer en el intento.

Serie finalista de los premios Hugo y Locus

Serie ganadora de los premios Ignyte y Coretta Scott King

«Esta historia me dio todo lo que quería: personajes increíbles, tradiciones antiguas y sociedades secretas.»

Leigh Bardugo

«Bloodmarked es un digno sucesor de un debut explosivo.»

Kirkus Reviews

«Deonn teje con pericia un universo que arroja luz sobre la naturaleza omnipresente del racismo a la vez que también aprovecha la complejidad de la identidad negra dentro de este espacio.»

Booklist

«Deonn explora la insidia del racismo y la creciente confianza de Bree en sí misma al asumir el manto de rey de todos los Legendborn. Los lectores desearán que la historia no haya terminado. Una serie imprescindible en todas las bibliotecas.»

School Library Journal

«Un ritmo soberbio que ofrece a los lectores escenas repletas de acción junto a momentos de conexión emocional entre Bree y sus amigos. Una vez más, los giros argumentales se presagian con pericia, pero siguen siendo impactantes, y los nuevos personajes y acontecimientos (incluido el satisfactorio triángulo amoroso entre Bree-Nick-Sel) se ganan su lugar junto a los de la novela anterior. Los lectores de fantasía que busquen leyenda artúrica no deberían dudar en empezar esta serie.»

Bulletin of the Center for Children's Books

#wonderfantasy

Para todas las chicas negras que fueron «la primera»

Prólogo

Las venas me arden con los espíritus de mis ancestros.

Hace veinticuatro horas, extraje a Excálibur de la piedra. Ahora me toca pagar el precio.

La espada legendaria me ha roto en mil pedazos. Quién era. Quién podría haber sido.

Me he convertido en fragmentos de mí misma.

La Briana Matthews que blandió Excálibur ha quedado destrozada y se ha recompuesto en algo nuevo.

«Algo nuevo. Poderoso». Así me describió William.

Anoche, mientras levantaba a Excálibur, dos espíritus retumbaban en mi interior como dos tambores: Vera, mi antepasada ancestral, y el mismísimo Arturo Pendragón. Aunque sus vidas tuvieron lugar con siglos de diferencia, los dos usaron la magia para ligar poder a sus líneas de sangre, y a mí. Vera, con una oración a los ancestros. Arturo, con un hechizo a sus caballeros. Cuando la batalla terminó y por fin me metí en la cama, creí que ambos se habían desvanecido. Que se habían ido a donde quiera que vayan los espíritus cuando terminan de poseer a sus descendientes con habilidades de médium.

Arturo se quedó en silencio. Vera pareció despedirse: «Ser una leyenda tiene un precio, hija. Pero no temas, no tendrás que soportarlo sola».

Sin embargo, sus palabras no constituían una despedida personal, sino una bienvenida ancestral.

Ahora, a altas horas de la madrugada, estoy tumbada en la cama en la logia, el histórico hogar de los legendborn. Pero no descanso. Estoy más que despierta. He apartado las sábanas y noto la piel y el espíritu tensos. Los rizos húmedos me empapan el cuello.

Me retuerzo hacia un lado con un jadeo y cierro los ojos con fuerza. Me arrastro hasta el suelo. Siento y oigo cómo araño el suelo con la uñas, con un sonido desesperado en mitad de la noche.

Cuando abro los ojos, la habitación que me rodea ha desaparecido y ya no soy Bree.

En cambio…

Soy Selah, la hija de Vera, ya mayor y embarazada.

Es de noche. Hace mucho tiempo. Una mujer negra, de ojos marrones y perspicaces, mira detrás de mí hacia el camino por el que he venido. Sus dedos cálidos y fuertes me agarran por el hombro.

—Deprisa, chica. Deprisa —susurra.

No conozco a esta mujer, pero pronuncia «chica» con urgencia y sororidad.

Me conduce hasta una puerta hundida en el suelo de la parte trasera de la casa. La levanta para revelar un cubículo oculto de tierra y madera podrida.

Me quedaré aquí un rato, pero mañana volveré a correr.

Parpadeo y la habitación de la logia regresa. Oscura y conocida. Los tablones de roble anchos y brillantes se extienden debajo de mí.

Inhalo. Exhalo.

Cierro los ojos. Los abro.

Estoy en una cafetería. Me llamo Jessie. Tengo veinte años.

Sostengo una pila de cartas en las manos. Música de los años cincuenta sale de una gramola.

—¡Oye, tú! ¡Chica! —me grita una voz áspera y grosera.

Pronuncia «chica» con una sorna tan evidente que apenas esconde la palabra que de verdad quiere decir. Tiene el insulto escrito en la cara. Encuentro al hombre blanco en la mesa de banco más cercana a la entrada, con la sonrisa de satisfacción de alguien que sabe que nadie le va a detener.

—¿Me atiendes, por favor? —se burla con voz sarcástica. Una mofa y un cebo. Me desafía a que le replique.

Siento una llamarada de ira y el horno de la raíz se enciende en mi pecho y crece, pero me planto una sonrisa en la cara mientras cruzo el restaurante para llegar hasta él.

Quisiera ignorarlo, quisiera gritar, pero no puedo.

Aquí no, hoy no. Pero algún día, en alguna parte.

Cuando paso junto a otra mesa, una mujer blanca con un vestido negro y plateado se da la vuelta de golpe. Estira la mano y me agarra por el codo. Entrecierra los ojos, que son de un profundo color ámbar, y unas chispas de sospecha bailan por mi cara. Un zarcillo de humo especiado me asalta la nariz, como una cerilla recién encendida, a punto de crecer.

De pronto, sé quién es. Es una de ellos. Los magos de la Orden sobre los que me advirtió mi madre cuando era niña. «No dejes que los merlines de la Orden te atrapen. No dejes que ninguno te encuentre sola. Si ves las llamas azules, corre».

Con el corazón acelerado, contengo la llama de mi pecho. La apago. La escondo.

—¿Señora? —pregunto con la voz clara y firme.

La mujer merlín me mira. Pone una mueca de vacilación. Pasa un latido. ¿Oye mi corazón? ¿Oye mi miedo?

Al cabo de un rato, dice:

—No es nada. Mis disculpas.

Afloja los dedos, me suelta y sigue comiendo. El olor de la magia se desvanece, como un arma enfundada.

Suspiro. Me he librado. Ha estado cerca.

No solo el hombre merece mi rabia. Un día, también espero enfrentarme a los merlines.

Aquí no, hoy no. Pero algún día, en alguna parte.

Cuando regreso a la habitación de la logia como Bree de nuevo, he manchado el suelo de madera con el sudor de mis palmas.

Inhalo. Exhalo.

Cierro los ojos. Los abro.

Me llamo Leanne. Tengo quince años. Camino por un parque al atardecer con una amiga. Nos reímos. Tontas.

Hay una criatura tenue y a unos metros de distancia en la oscuridad. Un sabueso casi translúcido brilla en el parque y una figura lo rodea mientras invoca armas de luz. La silueta se mueve más rápido de lo que debería. El ozono me llena la nariz, junto con el olor a miel y a quemado.

Me paralizo. Respiro en silencio. Me convierto en piedra, como me enseñó mi madre. Mi amiga deja de andar y me mira confundida con sus ojos marrones mientras se ríe.

—Leanne, ¿qué…?

No oigo lo que dice. Solo escucho el mantra que heredé de mi madre. Su voz retumba silenciosa y rabiosa en mis oídos: «Nunca dejes que un merlín te encuentre. Si ves a uno, corre. ¿Lo has entendido? Corre».

Me quito los zapatos y también las medias. Así haré menos ruido. Murmuro una excusa para mi amiga. Y corro.

Salgo disparada hacia delante y hacia atrás, me retuerzo entre el tiempo y el espacio.

Selah. Mary. Regina. Corinne. Emmeline. Jessie. Leanne. Incluso llego a ver a mi madre, Faye.

Ocho visiones. Ocho recuerdos que no me pertenecen. Ocho cuerpos que habito, absorbida por vidas que nunca he vivido. Todas corren.

Todas las hijas de la línea de Vera en los últimos doscientos años han huido de la Orden. Todas las madres han transmitido la advertencia. Y aquí estoy yo, dentro de su hogar.

Por fin, me deslizo hasta un espacio de sombras sin paredes. Frente a mí, veo unos pies marrones desnudos rodeados de llamas.

—Hija de hijas.

Me pongo de pie para ver a Vera. Es igual que antes, una mujer en un mundo vacío y oscuro. La sangre y las llamas se arremolinan alrededor de sus brazos de color marrón oscuro, su pelo se extiende hacia arriba y a lo ancho como si quisiera alcanzar el universo.

—¿Dónde…?

—Este es el plano entre la vida y la muerte.

El plano entre… Miro alrededor, a la oscuridad, y siento la espera, y también el fin. Como el humo, listo para convertirse en materia o disiparse. El sonido, listo para ser escuchado o silenciado. Es un lugar que casi es y ya ha sido.

—Ya me has traído aquí antes —jadeo—. Cuando saqué la espada.

Asiente una vez.

Hablo entre lágrimas, entre los recuerdos que me duelen en el pecho.

—Todas esas vidas… Siempre huyendo…

—Tenías que verlo, porque tienes que entender quién eres.

—¿Quién soy?

—Eres la punta de nuestra flecha. —Su voz se vuelve más fuerte con cada palabra—. La punta de nuestra lanza. La proa de nuestro barco. La llamarada de nuestro calor latente. Eres la encarnación viva de nuestra resistencia. La revelación tras siglos de ocultarnos. La hoja forjada con dolor. La herida convertida en arma.

—Lo sé —digo—. Lo sé…

—No. No lo sabes.

Las llamas de la piel de Vera se avivan.

—Desde la primera hija hasta la última, el horno ha ido creciendo. Cada vida arde más que la anterior. Eres mi linaje, en su forma más mordaz y fuerte. Con todo lo que fluye a través de ti, tienes el poder de proteger lo que el mal destruiría. Puedes enfrentarte a lo que debe ser enfrentado.

Sus palabras fluyen hasta el interior de mi pecho y me abrasan desde todas las direcciones.

—Huimos por muchas razones. Para protegernos. Para no morir, para que nuestras hijas vivieran. —Se adelanta y su voz me recorre la piel como lava—. Pero siempre ha habido un propósito, un sueño que ha reinado por encima de todos los demás. ¿Sabes cuál es, Bree?

Niego con la cabeza mientras jadeo.

—No.

Las llamas de su piel crecen, su pelo se abre hacia fuera y hacia arriba hasta que ya no veo dónde termina. Parpadeo de nuevo y no soy más que una adolescente temblorosa y empapada en sudor en el suelo de una casa histórica. Tomo aire y los pulmones me arden. Derramo lágrimas que son mías y no lo son.

Si la voz de Vera era como un flujo volcánico, ahora es obsidiana fría. Afilada como una cuchilla.

—Huimos para que tú no tuvieras que hacerlo.

Parte 1

Fuerza

1

Esta es la parte en la que dudo.

Si lo pienso con lógica, sé que no me pasará nada. Me he escapado una decena de veces sin problema. Las barreras son una magia de bloqueo, pero la que hay fuera de la ventana de mi habitación se conjuró para mantener a los intrusos fuera, no para encerrar a los ocupantes.

Aun así, me parece inteligente poner a prueba la cortina refulgente y silenciosa que rodea la logia antes de lanzarme de cabeza a través de ella. Por si acaso.

Levanto una mano hacia la ventana abierta y presiono hasta que toco el éter con la palma. La luz de la barrera de color azul plateado se intensifica al tocarla, pero no opone resistencia. Se ondula en una ola lenta alrededor de mis nudillos y mi muñeca. Me provoca un cosquilleo en la piel y una sensación cálida, pero es inofensiva. Atravieso con las yemas de los dedos la capa iridiscente y salgo al aire fresco de la noche al otro lado. Cuando retiro la mano, la magia se asienta de nuevo.

Perfecto.

El viento se alza me azota en la cara con una ola de fuertes olores. Canela con un toque picante. Whisky caliente. Humo de una hoguera que lleva tiempo ardiendo.

Sel siempre refuerza las barreras a primera hora de la tarde, antes de que aumente la actividad de los sombríos, por lo que su firma de éter aún es fresca. Solo puede levantarlas alrededor de lugares específicos e inmóviles. Edificios, círculos de tierra, una habitación. Me trasladaron a la logia, en contra de mis deseos, precisamente porque se encuentra en el interior de una fortaleza de protecciones. Esta en concreto envuelve el ladrillo y la piedra por entero y es más fuerte que las que conjuraba antes, lo que hace imposible que nadie entre en la casa sin la ayuda de un legendborn o de un merlín.

Solo he sido la descendiente de Arturo durante un mes y ya no me cuesta imaginar cómo se habrá sentido Nick durante toda su vida. Asfixiado. Atrapado. Poderoso e impotente al mismo tiempo. Inquieto.

—Uf. —Otra ráfaga me invade la nariz. Hago una mueca y me doy la vuelta. Miro el despertador junto a la cama. Las diez y media.

Ya casi es la hora.

Me dejo caer en la cama y resoplo. Sel y los legendborn tienen que estar a punto de llegar a la primera parada de su ronda de vigilancia, en la pequeña extensión de bosque cerca del extremo sur del campus. Por mucho que intente relajarme, todo mi cuerpo es un muelle a punto de saltar. Incluso aprieto la mandíbula mientras espero.

Una brisa cortante se cuela por la ventana abierta y el frío de principios de otoño me hace cosquillas en las mejillas. Es un recordatorio de que el invierno se acerca, de que el tiempo pasa.

«No debería estar aquí».

Todos los días se me viene a la mente la misma frase. No importa dónde esté o lo que esté haciendo, las palabras brotan desde algún rincón profundo de mis entrañas, me suben por la garganta y se me incrustan en el cerebro.

No debería estar sentada a esta clase de literatura. No debería estar comiendo un menú de cuatro platos en el comedor de la logia. No debería estar durmiendo en una cama blanda, a salvo tras los muros de la logia.

No me cabe duda de que mis amigos ya se han dado cuenta de lo que siento. ¿Cómo no hacerlo? Greer se sienta a mi lado en esa clase y ve cómo me rebota la rodilla. Sin duda sabe que estoy a punto de saltar de la silla en cualquier momento. Cuando me siento en el comedor para tomar los cuatro platos, Pete aparece a mi lado mientras remuevo la comida y me olvido de alimentarme. Cuando los legendborn regresan de las rondas nocturnas a las dos de la madrugada, siempre estoy despierta y esperando en la puerta para recibirlos.

Los legendborn viven en un patrón de espera. Yo vivo en un patrón de espera. Ha sido así desde los acontecimientos en ogof y ddraig, la cueva del dragón. Desde que me enfrenté, nos enfrentamos, al asesinato y a la traición, desde que se revelaron todas las amargas verdades.

Desde que Isaac Sorenson, el poderoso mago del rey ligado al mismo padre de Nick, arrancó a Nick de mi lado mientras dormía y lo secuestró, nadie ha sabido nada de ellos ni ha visto a ninguno de los tres desde entonces.

La frustración me pesa en el estómago como un trozo de carbón, y solo pensar en el secuestro de Nick enciende esa piedra hasta convertirla en una llama dolorosa, brillante y familiar. 

Hace un mes, en las profundidades del campus de la UNC, el espíritu del rey Arturo Pendragón despertó en el mundo, en mí, su verdadera descendiente. Su despertar anunció que Camlann, la guerra ancestral entre los legendborn y las fuerzas de los sombríos, se acercaba de nuevo. Y al día siguiente, los Regentes, los actuales dirigentes de la Orden de la Mesa Redonda, nos ordenaron que no hiciéramos nada. Tenemos que asistir a clase, hacer exámenes e incluso ir a fiestas si nos invitan. No debemos llamar la atención sobre la división, ni sobre mí, mientras los agentes de inteligencia de los Regentes reúnen información sobre nuestros enemigos y sobre el secuestro de Nick por parte de un conocido servidor leal. Hasta nuevo aviso, los legendborn han recibido la orden de esperar y quedarse donde están.

Esto ha implicado semanas de contener la respiración para todos aunque estamos al borde de la guerra. Sin embargo, para mí, ha supuesto pasar las horas de brazos cruzados sola en mi habitación de la logia mientras los legendborn salen a cazar a nuestros enemigos.

Mi padre ya conocía la existencia de la Orden, al menos como un antiguo grupo estudiantil. Sabía que Nick me había invitado a unirme. Aun así, cuando descubrió mi repentina mudanza a sus dependencias fuera del campus, exigió una explicación. Tuvieron que intervenir el decano de estudiantes, mi mejor amiga Alice y mi antigua terapeuta, Patricia, para convencerlo de que la logia era una institución legítima y segura. No podía contarle toda la verdad, pero le dije que no había ningún lugar más seguro. No es una mentira, pero…

No debería estar aquí. No quiero estar aquí. 

Así que he decidido que no lo estaré.

Al menos, durante unas horas.

Echo otro vistazo al reloj. Son las diez y cuarenta y cinco. Debería bastar.

Cuando me subo al alféizar, tengo que reírme. Incluso con la fuerza de Arturo, nunca me habría planteado saltar desde una ventana a dos pisos de altura si no hubiera experimentado cómo Sel lo hacía desde tres, conmigo a la espalda.

—Gracias por la inspiración, mago del rey —murmuro con una sonrisa mientras me balanceo sobre la estrecha franja de madera.

¿La diferencia entre un salto y una caída? Un decisivo y fuerte impulso desde la pared de piedra de la logia.

—Uno. —Inhalo—. Dos. —Aprieto los dientes—. ¡Tres!

Salto.

Cuando aterrizo, oigo la voz de Gillian, mi entrenadora, que me dice que asuma el impacto y que doble las rodillas en lugar de bloquearlas. Cuando Gill empezó a entrenarme, antes de que heredase la fuerza sobrehumana a de Arturo, mis piernas no habrían sido capaces de absorber ni el impacto de saltar desde medio piso de altura. Un salto como este habría enviado toda la potencia del suelo directamente a través de mis tobillos hacia mis rodillas y caderas.

Ahora, la fuerza de Arturo evita que me rompa nada, pero no me ayuda con el equilibrio. Cuando me incorporo, me tambaleo un poco, pero consigo mantenerme en pie.

Vamos progresando. Apenas doy un paso para alejarme del edificio cuando una voz me detiene. 

—Una noche de estas te van a pillar.

Me doy la vuelta, y una figura emerge de entre las sombras. Es William, vestido con una chaqueta vaquera de color verde, unos tejanos azules y una sonrisa irónica.

—¿Y qué van a hacer? —Me cruzo de brazos—. ¿Gritarme otra vez?

William pone una mueca. 

—Sí. En voz muy alta. —Levanta la cabeza hacia mi ventana oscura—. No ha sido un mal salto. Ni un mal aterrizaje, de paso. Te estás aclimatando a la fuerza de Arturo.

—Ya, bueno. —Niego con la cabeza—. La fuerza no es suficiente.

—Nunca lo es. —William sabe bien lo que es tener fuerza y no tenerla. Durante dos horas al día, es el más fuerte de todos nosotros. Más fuerte que yo. Más fuerte que Sel. Más fuerte incluso que Felicity, la descendiente de Lamorak.

Se hace el silencio. Me muerdo el labio. 

—¿Has venido a detenerme?

Podría, si quisiera. Seguramente debería, pero…

William suspira y mete las manos en los bolsillos traseros. 

—No. Si lo hago, volverás a escabullirte. Y sospecho que cada vez de formas más creativas.

Cuando William me conoció, me había herido un sabueso infernal. Me curó mientras apenas estaba consciente, sin saber quién era ni preguntármelo. No mucho después, cuando ya sabía lo suficiente como para sospechar que no había sido del todo sincera sobre el motivo por el que había decidido unirme a la Orden, volvió a sanarme. William entiende el valor de los secretos y no juzga a los demás por guardarlos. Es una auténtica bendición. Sobre todo esta noche.

En lugar de juzgarme, me observa con una expresión amable, a la espera de que admita mis crímenes. Suspiro. 

—¿Cuánto?

—¿Cuánto hace que sé que sales a escondidas? —Hace un gesto con la cabeza hacia el brazo derecho—. Desde el lunes por la mañana, cuando te vi la quemadura mal vendada de la muñeca en el desayuno.

Eso fue hace cuatro días; la quemadura ya está casi curada. Escondo el brazo detrás de la espalda. 

—Creía que la había escondido bien bajo la manga.

—Lo hiciste. Para todos, menos para mí.

Me siento agradecida por todas las cosas que William sabe, sin más, y sin decir nada al respecto. Aun así, no me apetece hablar de las quemaduras que aún no soy lo bastante hábil para evitar.

—Sel también lo habría detectado si te hubiera visto ese día. 

—Pero no lo hizo —murmuro.

William no añade nada más.

—Creía que estarías patrullando con los demás. —Hago un gesto entre nosotros—. ¿O es otro de vuestros turnos de guardaespaldas?

—Bree. —Me mira durante un largo momento y deja que la amable advertencia se asiente como un ligero peso sobre mis hombros—. Tienes que entenderlo.

—Sí. —Aparto la mirada y repito la sabiduría popular que nadie me ha permitido olvidar desde aquella noche en la cueva—. «Si un Arturo despertado cae en manos de un sombrío, las líneas de los legendborn se romperán para siempre». Lo entiendo.

No planeaba escabullirme, al menos, no al principio. Pero entonces, un día de la semana pasada, Greer me confesó que Sel había ordenado a los descendientes y a los escuderos que me escoltaran entre los edificio del campus. Con disimulo, para que no me diera cuenta de que me protegían de posibles ataques. En secreto, para que no me ofendiera al verlos merodear.

Aun así, me ofendí.

La frustración sigue vigente y aprieto el puño hasta que las uñas me rasgan la piel. Siseo y abro la mano de inmediato. La fuerza de Arturo es más molesta que útil cuando no se me permite usarla. Suspiro y me vuelvo hacia William, que me observa la mano. «Por Dios, se da cuenta de todo».

Arquea una ceja. 

—Si lo entiendes, ¿por qué estás enfadada?

—Debería ser capaz de defenderme. Debería luchar en esta guerra igual que todos los demás.

—Lo harás. Pero todavía no. —Mira más allá de mí, hacia el camino que conduce al bosque—. ¿Ibas a la arena?

Es inútil ocultarlo. Asiento.

Su expresión da paso a la duda. Salir a escondidas es un tipo de secreto; ir a la arena sola es otro. 

—Es tarde y el homenaje es por la mañana.

—Lo sé. —Me muerdo el labio. No se me había olvidado el homenaje. ¿Cómo hacerlo? La ceremonia oficial de la Orden para Russ, Whitty, Fitz y Evan será el primer funeral al que asista desde el de mi madre—. No estaré fuera mucho tiempo. Lo prometo.

—Bree…

Exagero el mohín. 

—Por favor.

Con un suspiro, y tras poner los ojos en blanco con aire divertido, cede. 

—De acuerdo. —Entonces, para mi sorpresa, se pone a mi lado—. Pero si vas a ir, te acompaño.

Parpadeo. 

—¿De verdad?

Se encoge de hombros. 

—Guíanos.

Ambos conocemos el camino que atraviesa el bosque más que de sobra como para recorrerlo incluso sin linterna. Si Sel estuviera aquí, podría iluminar el camino con una bola de éter en la palma de la mano.

Pero si Sel estuviera aquí, me arrastraría de vuelta a la casa, a pesar de que sus barreras forman un perímetro de tres capas alrededor de la logia. La de la ventana era solo la primera.

Cuando atravesamos la segunda barrera, William se da cuenta de cómo reacciono. Arrugo la nariz y me lloran los ojos. 

—Esa habilidad tuya de manipulación de la sangre es fascinante

—¿Oler el éter? —El único poder de manipulación de la sangre del que dispongo en todo momento es la habilidad pasiva de sentir la magia: la Visión me permite ver el éter y el tacto, sentirlo. El olfato me indica si alguien lo ha utilizado en algún encantamiento. 

—No solo olerlo. Los legendborn también notan cuándo hay éter y si lo han convertido en un arma, pero tú distingues quién lo ha convocado, su estado de ánimo… —Sacude la cabeza con asombro.

El hechizo de sangre de Vera se diseñó, principalmente, para ayudar a sus descendientes a detectar a usuarios del éter que anduvieran cerca y que quisieran darnos caza, en especial a los merlines.

—Siento curiosidad. —Señala por encima del hombro hacia la barrera que acabamos de cruzar—. ¿Qué has notado?

Vuelvo a respirar hondo.

—Quemaba un poco, así que Sel estaba enfadado cuando la creó.

Will se ríe. Hace una pausa. Le da vueltas a la respuesta en su mente clínica y analítica.

—Suenas algo congestionada. ¿Te da alergia?

Lo medito.

—No. Se parece más a cuando alguien pasa a tu lado con una colonia muy fuerte.

Se agacha para esquivar una rama.

—Sel es de los que dejan huella.

Gruño. 

—¡Incluso cuando no está cerca! Las barreras, los legendborn como guardaespaldas, las exigencias. Es asfixiante.

William se ríe y los ojos le brillan. 

—¿Qué? —pregunto.

Sonríe un poco. 

—Hablas como Nicholas.

Una oleada de dolor me golpea por segunda vez esta noche. Y la de ahora es peor, porque antes he intentado ignorarla. La profunda angustia por la pérdida de Nick no se parece a la devastación que aún siento cuando pienso en mi madre; es una sensación más aguda. Es un dolor que se desliza entre mis costillas como un bisturí. Jadeo cuando lo siento, pero no puedo evitarlo. Los árboles se desdibujan. Me escuecen los ojos. Dejo de caminar.

Nick estaba justo a mi lado cuando se lo llevaron. Acababa de perder su título y su padre lo había traicionado y, aun así, decidió quedarse conmigo mientras me recuperaba en su cama. A veces me parece recordar el calor de su aliento en la clavícula, el peso tranquilizador de su brazo en la cintura. Palabras susurradas en mi hombro: «Tú y yo, B».

—Bree. —William aparece en mi línea de visión. Habla en voz baja y tranquilizadora—. No tenemos motivos para creer que su padre le haría daño.

Parpadeo para alejar el escozor de las lágrimas. 

—El daño terminará por encontrarlo. A este paso, mucho antes que nosotros.

William elige las palabras con cuidado. 

—Han pasado doscientos cuarenta y cinco años desde la última vez que un descendiente de Arturo despertó. Nadie vivo ha presenciado jamás el momento que estamos viviendo ahora. Todo lo que sé del Alto Consejo de Regentes encaja con que sean… precavidos. Cautelosos en cuanto a cómo proceder cuando la guerra acecha en el horizonte y las vidas de los comunes están en juego…

—Sus vidas no son las únicas en juego —insisto—. A Nick lo ha secuestrado un asesino. ¡Su vida también está en peligro!

William aprieta los labios en un gesto paciente.

—Y la tuya.

Nunca discuto con William, sin embargo, con este tema, hemos entrado en una danza constante de argumentos y contraargumentos.

—Salvo porque todas las personas que conocen la existencia de la Orden todavía creen que Nick es el descendiente de Arturo. —Respiro hondo—. Y su padre e Isaac se lo han llevado mientras un número desconocido de sombríos siguen empeñados en matarlo. Lo que significa que su vida corre mucho más peligro que la mía.

No hay discusión posible a esto, y William no lo intenta. La primera orden de los Regentes fue mantener mi identidad en secreto por mi propia seguridad. Hasta que Arturo me llamó en el ogof y ddraig, Nicholas Davis había sido el descendiente de Arturo. En el mundo de los legendborn, aún lo es. Pero la realidad es otra. Yo soy la descendiente. Nick no se ha tomado unos días de descanso de las clases para prepararse para ascender al trono, sino que lo han secuestrado y yo soy quien se está preparando. Ahora mismo, hay menos de veinte personas en el mundo que lo saben y mi vida depende de que ese círculo de confianza siga siendo lo más reducido posible.

Como la descendiente despertada de Arturo y el ancla del Hechizo de la Eternidad, soy la representación en carne y hueso del poder de los legendborn. Como un motor, mi sangre y mi vida alimentan la magia que conecta a los espíritus y las habilidades mejoradas de los trece caballeros originales con sus descendientes. Si muero a manos de un sombrío, el hechizo morirá conmigo, y quince siglos de poder llegarán a su fin. Ningún descendiente volverá a despertar y la humanidad caerá bajo el dominio de los demonios, que serán libres para alimentarse de las emociones humanas, avivar el caos y los conflictos, y atacar de forma indiscriminada y sin resistencia. Sin presiones y eso.

William suspira. 

—Después de la Ceremonia, tu opinión tendrá más peso en todo.

Pongo los ojos en blanco. 

—El Rito en el que vuelvo a sacar la espada de la piedra. ¿Esta vez con público?

William frunce el ceño. 

—Sacar la espada en mitad de la batalla fue un acto espontáneo y necesario…

«Y tampoco fue solo cosa mía —pienso—. Fue Vera, fue Arturo, fui yo. Todos juntos. No una mano, sino tres».

—Debes reclamar tu título de manera formal e intencionada ante los Regentes para iniciar la transferencia de poder, para que sea oficial. Sobre todo en tiempos de guerra.

Bufo.

—Arturo solo llama a su descendiente en tiempos de guerra, William.

—De guerra contra enemigos conocidos, tal vez. Si ese suplantador goruchel, si Rha… —Deja de hablar de sopetón. Inhala antes de volver a intentarlo, como si tuviera que obligarse a pronunciar el nombre del demonio que había asesinado y reemplazado a Evan Cooper, tan bien que había engañado a toda la división—. Si Rhaz decía la verdad, podría haber más impostores en el campus. Incluso aunque mintiera, no debemos arriesgarnos a llamar la atención sobre ti ni sobre la ausencia de Nick. No cuando se abren puertas todas las noches y Camlann acecha en el horizonte. Nuestras fuerzas están incompletas.

Es verdad. Una Mesa Redonda completa se compone de veintiséis miembros legendborn, trece descendientes despertados y sus correspondientes escuderos a su lado. Yo me uní a la Mesa cuando Arturo me llamó, pero Rhaz asesinó a cuatro. Fitz. Evan. Russ. Whitty. Sus nombres se reflejan en los ojos de William. Miembros perdidos de la Mesa, guerreros perdidos, amigos perdidos.

Cuando Fitz murió, sir Bors llamó a su hermano pequeño de inmediato. Sin embargo, Evan, Russ y Whitty eran escuderos elegidos y a los descendientes les está costando seleccionar a los sustitutos. Tampoco es que tengan demasiadas opciones. Después de que se corriera la voz de que Whitty había muerto asesinado por un demonio en la batalla pocas horas después de haberse convertido en el escudero de William, la mayoría de los pajes que habían competido para ser escuderos en el torneo de este año retiraron sus candidaturas.

Y luego estamos Nick y yo. Tal vez él ya no sea el descendiente de Arturo, pero es el de Lancelot. Como descendientes despertados, la ley de la Orden dicta que debemos elegir a nuestros propios escuderos.

Merlín hechizó la Mesa Redonda original para veintiséis miembros; el apogeo de nuestro poder requiere a veintiséis personas y nos faltan cinco.

La guerra se acerca y no estamos preparados.

—Los Regentes te entregarán un reino en condiciones precarias, Bree, pero no te dejarán en manos de un círculo interno en el que no puedas confiar. Al menos, yo me alegro por ello. —William frunce el ceño en una muestra de dolor poco habitual—. Hemos sufrido muchas pérdidas por no proceder con cautela y con aliados juramentados a nuestro lado.

Le aprieto el antebrazo en la oscuridad antes de seguir andando.

Me muerdo el labio. 

—Hablando de juramentos, ¿Sel…?

—Nos habría alertado si su juramento le hubiera indicado que Nick estaba en peligro —dice William con convicción—. Nick es una ficha valiosa. Lord Davis querrá asegurarse de realizar la jugada correcta. 

—Todavía no me creo que Merlín no diseñara el dichoso juramento con algún tipo de hechizo de rastreo o algo así. ¿De qué sirve un guardaespaldas que sabe que su protegido está en peligro, pero no sabe dónde está?

—Antiguamente, los magos del rey nunca se separaban de sus protegidos. —William levanta una ceja—. Los tiempos modernos han convertido eso en un reto.

La arena vacía está casi en silencio cuando llegamos; el aire nocturno es demasiado frío para la fauna y los insectos. Nuestros pasos resuenan al bajar las escaleras excavadas en el acantilado y el empalagoso olor agridulce a hojas moribundas y madera húmeda nos alcanza desde abajo.

La noche de la primera prueba, bajé estos mismos escalones cegada por el encanto de Sel mientras Nick me guiaba. Al bajar ahora, casi siento sus manos, grandes y cálidas, sobre los hombros. Casi oigo su voz, una risa grave y divertida de un recuerdo olvidado.

«Con cuidado, B. Según el código de la caballerosidad, si te caes, no tendría más remedio que lanzarme a por ti».

—¿Todavía llevas su collar? —La voz de William me saca de los recuerdos.

Hemos llegado al final de la escalera y está detrás de mí; mira por encima de mi hombro hacia donde acaricio con el pulgar la moneda de Pendragón que cuelga de la cadena que llevo al cuello.

Se me calientan las orejas. 

—Sí.

La moneda fue un regalo de Nick, pero ahora la siento como algo que compartimos. El símbolo del linaje de Arturo, el dragón rampante, la marca del rey por una cara, y el símbolo de los legendborn, un diamante de cuatro puntas encima de un círculo, por la otra. Recuerdo cuánto me indigné cuando me la dio, porque me reclamó como «suya» de una manera que no me parecía correcta. Más tarde, me permití empezar a pensar que tal vez podría ser suya de una forma que sí estuviera bien. Y después lo fui.

Sacudo la cabeza para despejarme y nos conduzco al suelo de hierba de la arena. Cuando llegamos al centro, William se detiene a medio paso. 

—La última barrera de Sel…

—Sigue la línea de árboles. Lo he comprobado. 

Levanto la barbilla hacia el otro lado del campo abierto. La tercera barrera de merlín, y la más alejada, comienza a unos metros de la zanja donde, durante un torneo, me escondí con Sydney, otra paje. Desde allí, se extiende en una amplia curva hasta formar un enorme círculo que rodea todo Battle Park, con la logia en el centro.

William asiente, satisfecho. 

—De acuerdo. A ver qué sabes hacer, novata.

Sé lo que pretende. Medio en broma me recuerda que, aunque saliese victoriosa de la prueba de combate gracias a mis propias habilidades, ganadas con esfuerzo, y sin la ayuda de Arturo, los demás descendientes aún me llevan años de ventaja en lo que a luchar con el éter se refiere. Empezaron a prepararse para la posibilidad de heredar las habilidades de sus caballeros a los seis años. Empezaron a entrenar con versiones de práctica hechas de madera y goma de las armas preferidas de sus antepasados a los siete años. Yo tengo dieciséis; ya voy diez años por detrás de los demás y apenas acabo de empezar.

William quiere recordarme que no debo ser demasiado dura conmigo misma. Que, por muy experto que sea, es tan humano como yo. Y los humanos deben aprender a blandir el éter, paso a paso.

Los médium no controlan a los muertos. Aunque pudiera contactar con Arturo a voluntad, no puedo ni quiero depender de la posesión para empuñar su poder. Si voy a liderar, tengo que ser capaz de acceder al éter y controlarlo por mí misma, como hacen los demás.

Noto la respiración fuerte y áspera en los oídos. El corazón me retumba en las costillas, una vez, dos. Cierro los ojos. Intento ralentizar los latidos. Vuelvo a respirar. Abro las palmas hacia el cielo.

—El éter te rodea. —Oigo la suave voz de William—. Ya lo tienes en la punta de los dedos.

«El éter me rodea. Ya está aquí».

—Un susurro. No necesitas más.

Sonrío. 

—Sel no susurra para obtener poder, solo tira.

William resopla. 

—Un ejemplo que no tienes por qué seguir, no aquí.

Respiro hondo y extiendo la mano, sin atraer nada aún, hasta que siento cómo el aire caliente empieza a bailar sobre mi piel. El éter. Entonces abro los ojos y lo invoco. Lo invito a que se transforme de su estado gaseoso e invisible a una energía que pueda ver y manipular; un fuego azul se enciende alrededor de mis manos y mis brazos.

—Bien —murmura William—. Convertir el éter en llamas místicas es el primer obstáculo. Ahora, fórjalo.

La llama mística arde con más fuerza. Siseo, pero me mantengo firme e imagino que las volutas se funden en la sólida masa de Excálibur. Formo la empuñadura de Arturo en mi mente y empujo las llamas para que encajen en ese molde imaginario. Visualizo una tormenta arremolinada de éter que se extiende a lo largo de la hoja y luego se superpone una y otra vez, hasta que unas finas láminas de magia se convierten en un arma de filo cortante.

Pero mi voluntad no basta para enfriar la llama mística y solidificarla. La visualización no funciona.

Quema.

En lugar de concentrarse en una masa sólida, las llamas rugen más alto. Me chamuscan el fino vello de los antebrazos y un olor a quemado me invade la nariz. 

—Vamos —murmuro.

William da un paso al frente. 

—Bree, para. Lo volveremos a intentar.

—No. —Tengo que intentarlo ahora. Mientras las llamas siguen aquí. «La hoja es una espada larga. Gruesa y plateada, con un surco de sangre en el centro…».

—Bree…

—Puedo hacerlo. —Aprieto los dientes. «La empuñadura tiene forma de círculo. Un diamante rojo en el centro…».

Mis siseos crecen hasta convertirse en un grito ahogado. Ya no es el éter lo que me escalda, es mi negativa a soltarlo.

—Bree, suéltalo…

—¡No! Solo tengo que…

—¡Suéltalo!

La magia me muerde la piel y las quemaduras se vuelven más profundas. Grito y, por fin, lo libero.

La explosión estalla hacia fuera y hacia abajo; un puñado de tierra y hojas muertas me saltan a la cara antes de que el éter brille un segundo y luego desaparezca.

—¡Porras! —Golpeo el suelo con el puño cerrado y abro un agujero en la tierra.

William tose y levanta una mano para sacudirse el polvo de la cara. 

—Ahora tienes tierra en las heridas.

Gimo. Tiene razón. Y en el pelo. Tendré que lavármelo otra vez si quiero tenerlo bonito mañana.

—Porras —repito.

William se arrodilla junto a mí y apoya una mano cubierta de líquido plateado en mi antebrazo. Ha invocado su propio éter para formar un swyn curativo tan rápido que ni lo había visto. El aroma fresco y cítrico de su firma de éter me inunda las fosas nasales. 

—No pasa nada.

—¡Sí que pasa! Esta vez he intentado invocar la espada de Arturo. Otras veces lo he intentado con el escudo. Hasta con un simple guantelete, William. Soy incapaz de forjar nada de su armadura y mucho menos de convocar algo lo bastante sólido como para causar el más mínimo daño.

William me levanta el brazo derecho con delicadeza y le da unos golpecitos. Las quemaduras escuecen una barbaridad y más ahora que tienen trocitos de tierra pegados a las rayas rojas y brillantes en carne viva. 

—Forjar el éter en materia sólida también me resultó abrumador en su momento, incluso después de todo lo que había estudiado…

—¡Yo no tengo una década para estudiar! —espeto.

Acostumbrado a los arrebatos de Sel, mucho más furiosos y fuertes que los míos, William no se inmuta ni levanta la vista, simplemente continúa. 

—Incluso después de todo lo que había estudiado, me costó horas y horas visualizar y forjar las dagas de Gawain. Visitaba a menudo las réplicas del depósito para memorizar su peso y sentir las empuñaduras en la mano. Tienes que conocer bien un arma para forjarla. Creo que necesitas más tiempo con Excálibur. Recuerda que es única en nuestro mundo. Un arma de éter que se vuelve más fuerte con cada descendiente de Arturo que la empuña y que cambia con cada mano que la sostiene.

Los swyns de William son un bálsamo literal. Calmantes, tranquilizadores.

—Tus creaciones no queman. Enfrías el éter de eso a esto. —Hago un gesto en el aire con la mano izquierda y después me señalo la muñeca, envuelta en el brillante fluido de color azul plateado.

—Bueno, para empezar, el éter que yo invoco no está ni la mitad de caliente que el tuyo. Y, desde luego, no lo llamo en las mismas cantidades.

Frunzo el ceño. 

—¿Qué quieres decir?

—Lo que ya sabemos. Que eres atípica. Un nuevo tipo de poder, o mejor dicho, una nueva combinación de poderes. La energía invisible a la que llamamos éter es un elemento ambiental mutable que manipulamos a nuestra voluntad, pero esa manipulación está definida, hasta cierto punto, por la persona concreta. Los descendientes y los escuderos están limitados por las herencias de sus caballeros. Yo puedo lanzar los swyns de Gawain y forjar una armadura. No la variedad exacta del siglo vi, porque por aquel entonces no había placas, pero tiene que ser una variación que funcione con los dones de Gawain. La única arma que podemos formar es la que nuestro caballero escogió en su momento. Gracias a su herencia demoníaca, los merlines pueden crear la que deseen: una lanza, un sabueso, una barrera protectora. Tú misma has usado el éter en su estado de llama mágica para quemar a demonios en batalla, algo que los legendborn no pueden hacer. —Hace una pausa—. ¿Qué hay de tus habilidades de manipulación de la sangre? ¿Puedes convocar el éter, o raíz, que creas desde dentro y luego forjarlo en materia sólida?

Niego con la cabeza. 

—La raíz no funciona así. Es defensiva, no ofensiva.

Lo que los legendarios llaman «éter», los rasanes lo llaman «raíz». En lugar de forjar armas, entran en comunión con los ancestros para solicitar acceso a la raíz ambiental; no parece haber límites en el uso que le dan después, desde la curación hasta pasear por los recuerdos.

Pero el hechizo de manipulación de la sangre de Vera va un paso más allá. En la cueva, una llamas de raíz rojas se avivaron en mi interior, fluyeron a través de mi cuerpo y descendieron por mis brazos y manos. Exhalé un fuego carmesí que abrasó a los isels y quemó su carne demoníaca, pero solo después de que ellos me atacaran primero.

William musita pensativo y cambia los dedos envueltos en éter a mi brazo izquierdo. Las punzantes quemaduras del derecho ya se han convertido en un picor molesto. 

—Lo que hiciste en el ogof fue muchísimo más poderoso que el arma mágica de ningún legendborn. No necesitabas un arma; tú eras el arma.

Las palabras de William me recuerdan a las de Vera. «Eres mi linaje, en su forma más mordaz y fuerte». Respiro mientras recuerdo su voz; cada sílaba es como un corte. 

—Todo ese poder, la armadura de éter de Arturo, la raíz del hechizo de Vera, todo escapaba a mi control. Igual que ahora. —Vuelvo a mirarlo y hablo con voz más firme—. Tengo que recuperar el control antes de que los Regentes descubran que no lo tengo.

—¿Por qué? Eres la descendiente despierta y coronada de Arturo. Que controles o no sus habilidades de éter no cambia nada. Puedes reclamar el título mediante el Rito, e incluso ser coronada, sin forjar ni una sola placa de armadura. Sacaste la espada. —Esboza una sonrisa—. Eres su heredera, con o sin los antebrazos quemados.

—Pero si voy a liderar la búsqueda de Nick, tengo que ganarme el respeto de los Regentes y de los otros descendientes. Necesito ser tan buena como lo hubiera sido él. 

—Ya veo —dice William, comprensivo—. ¿Quieres mi diagnóstico? Es solo cuestión de tiempo que domines las habilidades de Arturo. Y hasta entonces, al menos sabes cómo funciona la parte de la manipulación de la sangre.

Bufo y pateo el suelo. 

—No tan bien como me gustaría. Al principio hui de ello, aunque no me diera cuenta del todo de qué era, porque no quería enfrentarme a la muerte de mi madre. Si hubiera afrontado las cosas de frente desde el principio, hace meses que habría accedido a la raíz.

William me observa. 

—¿Eso es lo que pretendes ahora? ¿Afrontar los retos de frente?

Lo pienso un momento y las últimas palabras de Vera vuelven a mí otra vez. Ardientes, afiladas y directas. «Huimos para que tú no tuvieras que hacerlo». Luego las de mi madre, desde el recuerdo oculto que me había dejado. «Cuando llegue el momento, si lo hace, no tengas miedo. Lucha». Mi madre no sabía ni la mitad de lo que yo sé sobre nuestros poderes adquiridos por la manipulación de la sangre y, aun así, los utilizó para hacer lo correcto. Para salvar a la gente.

—Sí —digo—. Basta de huir. 

—¿Qué narices hacéis?

La voz de Selwyn restalla por toda la arena como un látigo que nos azota a ambos. Gimo y levanto la vista. William suspira y niega con la cabeza.

Sel es una figura alta y oscura en lo alto del acantilado. Está demasiado lejos para distinguir su expresión, pero no me hace falta verlo para saber que irradia ira. Incluso a quince metros de distancia, su mirada me abrasa las mejillas.

Salta por el borde. Su abrigo se levanta en el aire tras él, como una sombra oscura que se agita contra la piedra. En cuanto aterriza, se pone en movimiento y llega a mi lado en apenas un parpadeo.

De cerca, sus ojos son de un color dorado brillante. Parece que acaba de volver de cazar: tiene las mejillas sonrojadas, el pelo negro como el pelaje de un cuervo azotado por el viento y unas manchas de suciedad en el abrigo oscuro. Su firma de éter ondea en una nube a su alrededor, fresca y ardiente. Como el whisky en llamas.

—¡Explicaos! —grita mientras fulmina a William con la mirada.

Él suelta otro suspiro, más pesado, y continúa con su trabajo. 

—Hola, Selwyn. ¿ya has vuelto de cazar?

—El campus está despejado —espeta el merlín—. Imaginaos el sobresalto al volver a casa y encontrarme con que los dos habíais desaparecido. Tenéis dos minutos… No. Tenéis un minuto para explicarme qué hacéis aquí, antes de que me lleve a Bree a ras… —Su mirada se posa en mi brazo entre las manos de William.

Debe de estar muy furioso si ha tardado tanto en darse cuenta. En un segundo, el merlín absorbe el éter curativo que me envuelve el brazo desde el codo hasta la muñeca y se le ensanchan las fosas nasales al oler el ozono que persiste en el aire. 

—Te has quemado. —Levanta la vista y me mira con dureza—. Otra vez.

Es la primera vez que me mira a los ojos desde que llegó. La primera vez que nos vemos en una semana entera. Las primeras palabras que me dice después de días y días de silencio.

Y aquí estamos, en medio de la misma pelea que nos separó.

Me muerdo el labio para no gritarle. 

—Ya te he dicho que no soporto quedarme de brazos cruzados en mi habitación mientras los demás vais de caza y peleáis. Debería…

—¡Deberías estar en la logia! —gruñe—. ¡Detrás de tres barreras de protección, Briana! —Me señala las heridas—. ¿No es esto prueba suficiente?

La vergüenza y el bochorno hacen que se me calienten las mejillas. Por si fuera poco, siento una punzada cuando Selwyn emplea mi nombre completo para reprenderme. 

—En cuanto aprenda a controlar el éter de Arturo, ya no necesitaré las barreras. ¡Y no puedes darme órdenes para siempre, mago del rey!

Me dirige una mirada pétrea. 

—Te daré órdenes hasta que hayas pasado el Rito de los Reyes y no pienso detenerme ni un instante antes.

Esta vez sí que grito. Suelto un quejido frustrado y sin palabras con los dientes apretados. 

—¿Y los demás?

Sel levanta una ceja oscura. 

—Sé más concreta.

—Les… —Me pongo en pie, pero William tira de mí hacia abajo de nuevo. Aún no es medianoche: podría liberarme de su agarre con la fuerza de Arturo, pero es William. Tal vez no piense inmiscuirse en nuestra pelea, pero es un sanador de los pies a la cabeza; nunca permitiría que me marchara con heridas recientes—. ¡Les has ordenado a los otros que me sigan por el campus!

La boca de Sel forma una fina línea. 

—Sí.

—No necesito que me protejan…

—Está claro que sí. —Niega con la cabeza—. ¿Tienes idea de…?

Un aullido corto y agudo lo interrumpe desde más allá de las trincheras de la arena. El sonido pone fin a la discusión. El corazón se me acelera tanto que me duele. Conozco ese grito, lo recuerdo.

—Sel.

Su expresión pasa de la sorpresa a una concentración mortífera en apenas un instante. 

—Flanquéala —ordena, y se coloca a mi derecha mientras el éter fluye hacia sus palmas.

William ya está de pie y a mi izquierda en un abrir y cerrar de ojos. Su armadura de éter se materializa en un rápido flujo de placas y cotas de malla que tintinean. Reprimo una punzada de envidia.

El aullido se repite. Rebota en la pared del acantilado y entre los árboles, de modo que engaña a nuestros oídos. 

—¿Cuántos? —pregunto.

—Demasiados. Podría ser una manada. —Sel mira detrás de nosotros y por encima del acantilado, donde el bosque continúa hacia la logia en la oscuridad de la noche. Sé lo que quiere hacer, lo que piensa. Quiere mandarme a toda prisa de vuelta por donde hemos venido para que cruce a un lugar seguro detrás de las barreras—. Vete.

—No. —Aprieto la mandíbula—. ¡Tengo la fuerza de Arturo!

Le centellean los ojos. 

—Pero no su sabiduría. —Sean cuales sean los cálculos que está haciendo, ninguno de los escenarios que está reproduciendo en su mente me incluye a mí—. William, necesitamos el poder de Gawain. ¿Cuánto queda?

El sanador mira la luna en el cielo. Una rápida comprobación para medir el poder en su sangre. 

—Aún faltan unos minutos…

Sel maldice. 

—Demasiado tiempo.

—Lleva a Bree de vuelta a la logia —dice William—. Puedo ocuparme de esto solo.

Sel entrecierra los ojos en la oscuridad, ve más allá que nosotros y palidece. 

—No, no puedes.

—¡Selwyn! —La ofensa se refleja en su cara—. ¡Te he dicho que soy capaz de manejarlo! Deja de ser un…

—Dios mío. —Por fin veo qué nos ha encontrado en el bosque.

William sigue mi dedo y palidece. 

—Dios mío.

Una docena de zorros infernales enormes, blindados y totalmente corpóreos emergen de entre los árboles. Tal vez sean demonios menores, pero son altos como camiones. La línea de monstruos se extiende casi diez metros en todas direcciones. De sus cuerpos emerge un éter verde y humeante que se eleva en una docena de nubes con cada movimiento de sus colas escamosas.

William gira las muñecas una vez, suena un fuerte chasquido y dos brillantes guanteletes aparecen en sus antebrazos. 

—Eso no es una manada.

—No. —Sel aprieta los dientes—. Es una legión.

Ya ha convocado suficiente éter para crear una nube que se arremolina alrededor de nuestros tobillos, es fría al tacto y está totalmente bajo su control, pero no sé si será suficiente. Sel y yo apenas fuimos capaces de enfrentarnos a tres, que eran la mitad de grandes que estos y solo parcialmente sólidos. Nunca había visto tantos sombríos corpóreos a la vez. ¿Cuánto éter habían consumido para volverse tan densos que los comunes pudieran verlos?

Los zorros lanzan dentelladas a la barrera de Sel y la golpean con las cabezas. La ponen a prueba. Surgen ondulaciones de éter de los impactos que se abren en abruptos círculos brillantes en el aire.

—La barrera los contendrá, ¿verdad? —pregunto.

Como si me respondiera, el zorro que tenemos justo enfrente retrocede y se agazapa. Separa las mandíbulas de par en par con un grito desgarrador y el éter de la barrera de Sel empieza a fluir hacia su boca en un chorro de humo plateado.

—Mier… —Otro grito interrumpe a Sel, y otro más, hasta que los doce zorros comienzan a absorber la magia del merlín en sus cuerpos y la barrera se vuelve cada vez más endeble ante nuestros ojos.

2

Sel se ha quedado de piedra. Solo mueve los ojos mientras contempla la barrera menguante y los doce remolinos que desaparecen en las bocas de los zorros. No sé si está pensando o si ha entrado en pánico. Espero que no sea lo segundo. No quiero ver a Sel asustado.

Es la espada de doble filo que supone luchar contra sombríos poderosos con éter. Se puede esgrimir como un arma o nuestros enemigos pueden consumirlo para hacerse más fuertes. A veces, ambas cosas son posibles en la misma batalla.

William se tensa a mi lado. Sostiene una daga de Gawain en cada puño. 

—Podríamos alertar a los demás.

Sel parpadea y niega con la cabeza. 

—No hay tiempo.

Doy un paso adelante y el movimiento atrae la atención del zorro más grande. Cierra la boca y baja la cabeza para dirigirme una mirada verde oscura. Los zorros a ambos lados también se giran y me observan.

—Saben quién es Bree —gruñe Sel—. Han venido por ella —exclama órdenes sin apartar la vista de la legión—. Llévatela de vuelta por el acantilado hasta la logia. Si me superan, bajad al sótano y abrid el Muro de las Edades. Selladlo tras vosotros y escapad por los túneles. —Se despoja del abrigo y se queda en camiseta para liberar los brazos y el tronco superior del cuerpo para la batalla—. Los contendré.

—¿Cómo? —grito—. ¡Se están comiendo la barrera! También se tragarán tu arma. 

Su mirada se ensombrece. 

—Tendrán que atraparla primero.

Avanza a zancadas hacia los zorros mientras hace crecer su huracán. El viento silba, gana velocidad y adopta la forma deseada: una larga cadena de éter plateado que, eslabón a eslabón, no deja de aumentar de tamaño en el suelo. En un extremo, se materializa una pesa redonda del tamaño de una pelota de sóftbol; en el otro, un mango unido a una hoja arqueada de aspecto peligroso.

De inmediato, reconozco el arma de las sesiones de entrenamiento en la arena, protagonizadas por las propias bestias etéreas de Sel: es una hoz con cadena. Un arma para atrapar, acercar y desgarrar al enemigo.

Sel agarra la hoz con la mano izquierda y, con un gruñido, levanta la pesada bola que cuelga del otro extremo de la cadena. Se le contraen los músculos de la espalda y los brazos al tirar de la pesa en el aire en un amplio giro por encima de la cabeza. A la segunda rotación, la bola se mueve tan rápido que se convierte en un borrón plateado y silbante en la oscuridad. Los aullidos de los zorros crecen.

Dos cálidas palmas apartan mi mirada de la escena. Me doy la vuelta y miro a William mientras jadeo. Me observa fijamente y sus ojos brillan con el verde intenso y palpitante de Gawain. Grita por encima del ruido. 

—¡Si tiene que protegerte a ti, no se protegerá a sí mismo!

—Pero…

—¡Tenemos que huir, Bree!

Trago saliva y asiento.

De acuerdo.

Corremos.

Pero es demasiado tarde. Apenas avanzamos unos pasos hacia las escaleras de piedra del acantilado antes de que William grite alarmado.

Una gran sombra se desliza por el precipicio, una bala negra con forma de hombre que me apunta directamente.

Sin detenerse ni aminorar la marcha, la sombra se agacha en el último segundo y me lanza por encima del hombro con un único movimiento vertiginoso. El mundo se pone del revés. El aliento abandona mis pulmones en un resuello doloroso. En un abrir y cerrar de ojos, me inmoviliza con un brazo sobre los muslos y regresa por donde ha venido antes de que a William le dé tiempo a reaccionar.

Ya estoy mareada, pero el pánico hace que todo me dé vueltas. Con cada paso, la cabeza me rebota en la espalda de mi captor y me rompe los pensamientos en pedazos.

Una legión de sombríos. Completamente corpórea y lo bastante poderosa para derrotar a las filas menguadas de los legendborn. Sel está solo en la frontera, superado.

Y yo, capturada. Alguien me ha sacado del interior de la barrera; no puede ser un demonio. Tampoco un cambiaformas goruchel. Una figura humana me ha atacado justo cuando Sel se ha dado la vuelta. Un movimiento perfectamente sincronizada con el ataque demoníaco, demasiado perfecto…

De pronto, la respuesta se ilumina en mi mente.

«Mi ama, Morgana…». Rhaz nos lo advirtió, me avisó…

Los sombríos y los morganas trabajan juntos. Aliados contra la Orden.

Mi instinto de supervivencia se activa. La rabia enciende una llamarada de claridad en mis venas.

No dejaré que me lleven.

El morgana está a medio camino de la escalera de piedra mientras William nos persigue con la armadura completa. Le golpeo la columna vertebral con el puño cerrado. Una vez. Dos.