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Ya la había rechazado una vez en el pasado. ¿Qué sucedería esa vez? La posición económica de Jade Sommerville estaba en peligro. Si quería seguir teniendo el tren de vida del que había disfrutado hasta entonces, sólo tenía una alternativa… conseguir que el famoso Nic Sabbatini se casara con ella. Nic, el hermano menor de los Sabattini, no aceptaba amenazas ni ultimátums, y mucho menos si procedían del testamento de su abuelo. Pero cuando la deslumbrante y obstinada Jade entró en su despacho y anunció que se iba a casar con él, Nic se dio cuenta de que había encontrado la horma de su zapato.
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Seitenzahl: 245
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2011 Melanie Milburne.
Todos los derechos reservados.
BODA PARA DOS, N.º 58 - octubre 2011
Título original: The Wedding Charade
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios.
Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-003-5
Editor responsable: Luis Pugni
Epub: Publidisa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Promoción
SEÑOR Sabbatini, hay afuera una tal Jade Sommerville que desea verle –dijo Gina, la secretaria de Nic, dejándole el café en la mesa como todas las mañanas–. Dijo que no se marcharía hasta que no consiguiera hablar con usted.
Nic permaneció impasible, como si no la hubiera escuchado, mirando la lista de propiedades inmobiliarias que tenía en la pantalla del ordenador.
–Dígale que concierte una cita previa como todo el mundo –dijo al fin sonriendo, imaginándose a Jade paseando impaciente, de arriba abajo, por la sala de recepción.
Así solía ella hacer las cosas, sin encomendarse a nadie. Habría tomado de repente un avión con destino a Roma y se había presentado allí, sin previo aviso, dispuesta a hacer su santa voluntad sin preocuparle en absoluto los demás.
–Creo que habla en serio –dijo Gina–. Es más, creo que…
La puerta se abrió de repente, dando un golpe sordo contra la pared.
–Por favor, Gina, déjenos solos –dijo Jade con una sonrisa artificial–. Nic y yo tenemos un asunto que tratar en privado.
Gina miró a Nic con gesto de preocupación, como si esperase alguna orden o quizá alguna reprimenda.
–Está bien, Gina –dijo él–. Sólo me llevará un momento. No me pase ninguna llamada ni permita que nos interrumpan bajo ninguna circunstancia.
–Sí, señor Sabbatini –replicó Gina, saliendo del despacho y cerrando la puerta suavemente.
Nic se reclinó en la silla y observó a la mujer morena y con carácter que tenía delante de él. Sus ojos verdes brillaban despidiendo chispas de furia, y sus mejillas, habitualmente blancas y suaves como el alabastro, lucían ahora un color rojo cereza. Tenía los puños cerrados a lo largo del cuerpo y los pechos, esos pechos que él tanto adoraba desde que ella tenía dieciséis años, subían y bajaban al ritmo de su respiración.
–Bueno, dime, ¿qué te trae por aquí, Jade? –preguntó él con una sonrisa indolente.
–¡Malnacido! –exclamó ella mirándolo con los ojos de un felino dispuesto a saltar sobre su presa–. Apuesto a que fuiste tú el que le diste la idea. Ese tipo de argucias son propias de ti.
–Perdona, pero no sé de qué me estás hablando –respondió Nic arqueando una ceja.
Ella se acercó al escritorio, apoyó las manos sobre su superficie forrada de cuero y lo miró fijamente.
–Mi padre me ha retirado la asignación –dijo ella–. No me pasa ni un céntimo. Y todo por tu culpa.
Nic se permitió el lujo de recrearse en su visión por un momento. Nunca había tenido su escote tan cerca desde aquella noche de la fiesta de su cumpleaños, cuando ella cumplió los dieciséis. Se sintió embriagado por la exótica fragancia que llevaba. Era una combinación fascinante de jazmín y azahar y alguna otra esencia que él desconocía, pero que sin duda le iba muy bien.
–Puedo ser culpable de muchas cosas, Jade, pero no de ésa –dijo él mirándola fijamente–. Hace años que no hablo con tu padre.
–No te creo –dijo ella, incorporándose del escritorio y mirándole muy erguida.
Se cruzó luego de brazos, dando a Nic una visión aún más sugestiva de sus magníficos pechos. Sintió esa excitación ya habitual en él cada vez que la tenía cerca. Era algo que le molestaba profundamente, porque aunque le atraía sexualmente, había, sin embargo, en ella algo que despertaba su recelo. Era, sin duda, una mujer muy hermosa que rezumaba sensualidad, pero tenía la reputación de acostarse con cualquiera. La prensa había publicado recientemente un reportaje sobre su escandalosa conducta. Había seducido supuestamente a un hombre casado, apartándolo de su hogar, de su esposa y de sus hijos. Nic se preguntó con cuántos hombres se habría acostado. Era una pequeña diablesa que disfrutaba con sus enredos y escándalos.
–¿Y bien? –dijo ella, descruzando los brazos y poniendo las manos en jarras en actitud desafiante–. ¿Qué? ¿No vas a decirme nada?
–¿Qué quieres que te diga? –preguntó a su vez Nic, tomando una pluma de oro del escritorio y poniéndose a jugar con ella entre los dedos.
Jade dejó escapar un suspiro de desesperación.
–Sabes muy bien a lo que me refiero –respondió ella–. Lo sabes desde hace tiempo. Ahora ya sólo nos queda un mes, pero tenemos que decidirnos, de lo contrario perderemos todo el dinero.
El rostro de Nic se crispó al recordar la cláusula del testamento de su abuelo. Se había pasado los últimos meses buscando la manera de conseguir anularla. Había consultado con los abogados más prestigiosos, pero todo había sido en vano. El anciano era un perro viejo y lo había dejado todo muy bien atado antes de morir. Si no se casaba con Jade Sommerville ante del primero de mayo, perdería el tercio de la herencia que le correspondía como legítimo heredero de los Sabbatini. Aún disponía de un mes. No era mucho, pero no estaba dispuesto a dejarse manejar por Jade y que ella se saliera con la suya como tenía por costumbre. No tenía ningún problema en casarse con ella, si era necesario, pero sería él quien impusiera las condiciones.
–Así que, por lo que veo, quieres casarte conmigo –dijo él arrastrando las palabras, mientras seguía jugando con la pluma y hacía girar su silla a uno y otro lado–. ¿Verdad, Jade?
Ella lo miró como un gato salvaje.
–Realmente, no– respondió ella–. Pero quiero el dinero. Es mío, tu abuelo me lo dejó a mí, y no me importa tener que pasar por el aro con tal de conseguirlo. Nada ni nadie podrá impedírmelo.
Nic sonrió con indolencia.
–En eso te equivocas, cara. Yo sí podría impedírtelo.
Ella se acercó de nuevo al escritorio, pero ahora, en vez de apoyarse en él, se dio la vuelta hasta ponerse detrás de Nic. Agarró el respaldo de la silla y la hizo girar enérgicamente hasta dejarle frente a ella. Luego se acercó lo suficiente para meterse entre sus muslos medio abiertos y hacerle sentir en el rostro la cálida fragancia de su perfume a esencia de vainilla. Le puso las manos, primorosamente manicuradas, en el pecho. Nic no se había sentido tan excitado en toda su vida.
–Tú, Nic Sabbatini, vas a casarte, conmigo –dijo ella subrayando con parsimonia cada palabra.
Él sostuvo la mirada de sus ojos que brillaban como dos esmeraldas.
–Y si no, ¿qué? –exclamó él desafiante.
Jade casi estalló de furia. Alzó las pestañas negras y espesas, y arqueó las cejas hasta que unas y otras estuvieron a punto de tocarse. Luego se pasó la lengua por los labios, muy despacio. Nic sintió una gran erección. Era como si toda la sangre y la energía de su cuerpo se hubieran acumulado de repente en aquel miembro.
La agarró de la muñeca con la mano.
–Creo que no utilizas los medios adecuados, Jade –prosiguió él atrayéndola un poco más hacia sí–. ¿Por qué no despliegas conmigo ese encanto sensual tan conocido por muchos, en lugar de acercarte a mí como un gato acorralado? ¿Quién sabe lo que serías capaz de conseguir así?
–Suéltame –dijo ella con los dientes apretados en un gesto de desprecio. –No era eso lo que me decías cuando tenías dieciséis años –replicó él con una sonrisa burlona.
–No estuviste fino, italiano, y perdiste tu oportunidad –dijo ella con las mejillas rojas como dos frambuesas–. Tu mejor amigo se llevó el premio. No fue el mejor amante que he tenido, pero fue el primero.
Nic trató de controlarse y usar la sensatez. No cabía duda de que estaba tratando de provocarle. Era algo que sabía hacer muy bien. Lo había venido haciendo desde que la conocía. Era una mujer promiscua que no dudaba en usar el sexo para conseguir lo que quería.
Él se había portado siempre con ella como un caballero, rechazando sus insinuaciones, propias de una joven inmadura que sólo quería llamar la atención. La había reprendido varias veces por su comportamiento, pero ella nunca le había hecho caso, y había seducido a propósito a su mejor amigo para dejar clara su postura. Con ello, no sólo había destruido la amistad que tenía él con su compañero, sino también el respeto que aún pudiera sentir hacia ella. A pesar de todo, siempre había estado dispuesto a darle una segunda oportunidad, pero ella parecía querer seguir el mismo camino de autodestrucción por el que había ido su madre, antes de dejarla huérfana cuando era sólo una niña.
–No sé por qué me echas a mí la culpa de que tu padre haya dejado de pasarte la asignación mensual, ¿no crees que más bien puede ser debido a tu reciente aventura amorosa con Richard McCormack? –dijo Nic.
Ella retiró la muñeca y se la frotó ostensiblemente.
–Fue sólo un montaje de la prensa –replicó ella–. Él quería estar conmigo, pero yo no estaba interesada.
–¡Uy, qué extraño! –dijo Nic con cara de sorpresa–. ¡Un hombre que no te interesaba! Tú, que has sido siempre la fantasía erótica de todos los hombres, la chica dispuesta a hacer cualquier cosa para ser siempre la reina de la fiesta.
–Resulta gracioso que diga eso alguien como tú, un hombre que ha estado rodeado siempre de mujeres.
Nic se echó a reír a carcajadas porque sabía que eso la ponía furiosa.
–Sí, lo reconozco. Sé que resulta hipócrita viniendo de mí, pero así es. La doble moral es algo que sigue imperando aun en estos tiempos supuestamente modernos y avanzados. Al final, todo sigue siendo igual que antes, a los hombres les gustan las chicas alegres para divertirse, pero no para casarse con ellas.
–¿Quieres decirme que vas a renunciar a la herencia que legalmente te corresponde? –preguntó ella con el ceño fruncido.
–Es sólo dinero –replicó él, encogiéndose de hombros.
–¡Sí, pero es una fortuna! –exclamó ella con los ojos como platos.
–¿Y qué? Yo ya soy rico –dijo Nic, disfrutando de la situación–. Si me lo propongo, puedo ganar el doble de esa cantidad en menos de dos años.
–Pero, ¿y qué me dices de tu empresa y de tus hermanos, Giorgio y Luca? ¿No se verían perjudicadas sus acciones si las tuyas caen en manos de algún desconocido?
–No me preocupa –dijo Nic impasible, sin mover un solo músculo–. No es lo que yo hubiera querido, pero tampoco puedo estar a expensas de las fantasías y los caprichos de un viejo.
–¡Pero no se trata sólo de ti! –exclamó ella sin poder ocultar su indignación–. Yo también estoy metida en este asunto. Y necesito ese dinero.
Nic se arrellanó de nuevo en el asiento y cruzó las piernas con aire displicente.
–Pues sal a la calle y consigue un trabajo. Eso es lo que hacen las personas que no han nacido en el seno de una familia rica. Podría acabar gustándote. Sería un cambio en tu vida, tendrías otras cosas en que preocuparte, además del pelo y las uñas.
Ella habría querido fulminarle con la mirada.
–No quiero un trabajo. Quiero ese dinero. Tu abuelo, mi padrino, me lo dio, quería que fuera para mí. Me lo dijo poco antes de morir.
–Lo sé –dijo Nic muy serio–. Siempre tuvo cierta debilidad por ti. Dios sabrá por qué, teniendo en cuenta tu reputación. Pero a mí siempre quiso manipularme y que hiciera todo lo que él quería. Y yo no estaba dispuesto a eso.
Jade apretó los labios y se puso a pasear por el despacho. Nic la contempló desde la silla. Estaba preocupada y con razón. Sin la asignación de su padre, no tendría ni un céntimo. No tenía ningún tipo de ahorros. Vivía a crédito y contaba con la asignación de su padre para pagar las facturas del mes. No había trabajado en su vida. No había terminado siquiera sus estudios en el instituto. La habían expulsado de tres prestigiosos centros privados británicos y no había durado ni una semana en el cuarto. Era una chica ciertamente problemática.
Se dio la vuelta y clavó en Nic sus grandes ojos verdes, con un gesto suplicante.
–Por favor, Nic –dijo ella casi en un susurro–. Por favor, haz esto por mí. Te lo ruego.
Nic respiró profundamente y la miró con atención. Estaba más fascinante y seductora que nunca. Se sintió atrapado en una tentación de la que iba a resultarle difícil salir victorioso. Podía sentir cómo su determinación se iba derritiendo poco a poco como la cera al calor del fuego.
Un año de matrimonio.
Doce meses viviendo como marido y mujer para conseguir una fortuna. Gracias a Dios, la prensa no estaba enterada de los términos del testamento de su abuelo y Nic iba a poner todos los medios a su alcance para que nunca llegara a conocerlos. Sería una vergüenza para él que la gente supiera que iba a ir al altar con la soga que su abuelo le había puesto al cuello
Pero Jade tenía razón. Era una fortuna. Mientras él gozara del prestigio y la confianza que se había ganado en el mundo de los negocios, podría seguir ganando dinero, pero, ¿qué pasaría si entrase en juego un tercer accionista? Sus hermanos se habían portado muy bien con él hasta el momento. No le habían sometido a ninguna presión, ni le habían forzado a hacer nada que él no quisiera, pero sabía que Giorgio, como director financiero de la empresa, estaba muy preocupado con la crisis económica por la que estaba atravesando toda Europa.
Sabía que era la oportunidad para demostrar a su familia y a la prensa que él no era el playboy estúpido que todo el mundo creía. Podría hacer ese sacrificio para asegurar la estabilidad y la solidez de la empresa y, cuando pasase el año, podría verse de nuevo libre de ataduras sentimentales. Libre para viajar por el mundo y asumir los riesgos que otros no eran capaces de tomar. Sintió que sus glándulas empezaban a segregar adrenalina. Era la misma euforia que sentía cada vez que firmaba un contrato de varios millones de dólares.
Sí, cumpliría la voluntad de su abuelo, pero no porque Jade se lo impusiera.
No había nacido aún nadie que le dijera a él lo que tenía que hacer.
Echó hacia atrás la silla y se levantó.
–Seguiremos hablando de esto –dijo él–. Tengo que ir a Venecia a ver una propiedad que se ha puesto en venta. Parece una oportunidad interesante. Estaré fuera sólo un par de días. Te llamaré cuando vuelva.
Ella parpadeó asombrada, como si hubiera esperado una respuesta muy diferente. Pero en seguida su bello rostro volvió a mostrar la misma indignación de antes.
–Te estás haciendo de rogar, demorando tu decisión, ¿verdad?
Nic le dirigió una sonrisa burlona.
–¿No te ha dicho nadie que, cuando se consigue algo después de haberlo deseado mucho, el placer es mil veces mayor?
–Te haré pagar por esto, Nic Sabbatini –dijo ella casi gruñendo, mientras tomaba el bolso de diseño que había dejado en una silla y se lo colgaba del hombro–. Puedes estar seguro.
Y, con una última mirada de desdén, abandonó el despacho.
JADE llegó al hotel de Venecia sobre las cinco de la tarde. Un paparazi le había dicho que Nic se alojaba allí, justo en el Gran Canal. Se sentía bastante satisfecha de sus indagaciones. Había conseguido saber también que Nic estaría en una reunión de negocios hasta las ocho y luego volvería al hotel para darse un masaje antes de salir a cenar. Lo que no había logrado averiguar era si tenía intención de cenar solo o con alguna de su legión de admiradoras.
Nic era de ese tipo de hombres acostumbrado a llevar siempre al lado a una mujer maravillosa que además le bailaba el agua. Ella, para su vergüenza, había sido, en cierta ocasión, una de ésas. Aún se ponía enferma al recordar que la había rechazado cuando ella tenía dieciséis años y estaba locamente enamorada de él. Aunque reconocía que había sido culpa suya por haber sido tan directa con él, no podía evitar echarle parte de la culpa por la experiencia tan horrible que había sido para ella su primera relación sexual. Era algo que no le había dicho nunca a nadie. Ni siquiera el hombre al que le había entregado su virginidad tenía idea del calvario tan terrible que había supuesto para ella. Pero siempre se le había dado muy bien el fingir y engañar a los demás.
Sonrió al empleado de la recepción, batiendo las pestañas de forma seductora, con la habilidad innata que había ido perfeccionando a lo largo de los años.
–Scusi, signor. He quedado aquí con mi prometido, il Signor Nicolo Sabbatini. Pero quiero darle… ¿Cómo se dice en italiano?
–Una sorpresa, signorina –dijo el conserje con una sonrisa de complicidad–. No sabía que el signor Sabbatini estuviera comprometido. No he leído nada en la prensa.
«Lo leerá muy pronto», se dijo Jade para sí con una sonrisa maquiavélica.
–Sì, signor, todo ha sido muy en secreto. Ya sabe lo poco que les gusta a los hermanos Sabbatini la intrusión de la prensa en su vida privada –dijo Jade sacando del bolso una foto en la que estaba Nic con ella el día del funeral de su abuelo Salvatore y mostrándosela muy sonriente al conserje–. Como puede ver, la prensa nos sigue a todas partes. Por eso quiero tener un rato de intimidad con él, antes de que nuestra relación sea de dominio público. No sabe cómo le agradezco su colaboración.
–Es un placer para mí, signorina –dijo el hombre devolviéndole la foto y sacando un impreso para que lo rellenara–. Si es tan amable, ponga aquí su nombre completo y su dirección para nuestro registro.
Jade sintió un momento de pánico, pero se repuso de inmediato y esbozó su mejor sonrisa.
–Lo siento, signor, pero me quité las lentillas para el viaje y debí de meterlas en alguna de las maletas. No veo prácticamente nada sin ellas, y odio las gafas. Son algo anticuado y pasado de moda y además la hacen a una horrible, ¿no cree? ¿Le importaría meter mis datos directamente en el ordenador?
–Por supuesto que no, signorina –respondió el conserje con una sonrisa, tecleando los datos que ella le iba diciendo.
–Es usted muy amable –dijo Jade mientras el hombre le entregaba la tarjeta de la habitación.
–El signor Sabbatini se aloja en la planta de arriba, en la suite del hotel. Le llevarán allí el equipaje en unos minutos.
–Grazie, signor. Sólo una cosa más –dijo ella, inclinándose un poco más hacia el conserje y mirándole con una de sus sonrisas más seductoras–. Mi prometido tiene un masaje para las ocho. ¿Le importaría cancelarlo? Yo me encargaré de dárselo. Así será mejor, ¿no le parece?
–No me cabe la menor duda, signorina –replicó el conserje muy cordial.
Jade se dirigió al ascensor. Pasó dentro y sonrió al ver reflejada su imagen en las puertas metálicas. Se había puesto uno de los vestidos que mejor le sentaban, uno negro escandalosamente corto y ajustado y con un escote muy atrevido, y llevaba unos zapatos de aguja de ésos que hacen volver la cabeza a todos los hombres. Llevaba también unas joyas muy llamativas que sin duda contribuían a completar su imagen de mujer frívola y jactanciosa.
Encontró la habitación sin ningún problema y pidió nada más entrar que le subieran una botella de champán. Necesitaba armarse de valor. Pero tenía que ir con mucho cuidado si quería conseguir lo que quería. Nic se pondría furioso, pero ella no iba a salir a la calle a buscar un trabajo, como él le había propuesto irónicamente. ¿Quién demonios le iba a dar un empleo?
Miró por la ventana a los turistas que paseaban animadamente. El conjunto de canales y el colorido de las diversas casas y palacios que se levantaban en sus márgenes era exactamente igual a lo que había visto en las postales. Incluso la luz era la misma. Los tonos pasteles, a la puesta del sol, teñían los centenarios edificios de colores rosas, naranjas y amarillos. La pintura era su pasión secreta. Habría deseado tener más tiempo para pintar. En su improvisado estudio en su apartamento de Londres apenas había sitio ya para sus obras. Nadie las había visto nunca. Así nadie podía criticarlas.
Entró en el dormitorio y vio la cama tan enorme que había. La probó, presionando con la mano en el colchón, pero la retiró en seguida pensando en todas las mujeres que se habrían acostado allí cuando él estaba de viaje. Seguramente, él habría perdido la cuenta. Ella, sin embargo, a pesar de lo que la prensa había publicado de sus aventuras, podría contar con los dedos de una mano los amantes que había tenido y aún le sobrarían dedos. ¿Por qué todo el mundo le daba tanta importancia al sexo? Desde luego, para ella no había sido nunca gran cosa.
Un mozo del hotel llamó a la puerta. Era el champán que había pedido. Abrió y le dio una propina. Se sirvió luego una copa para calmar los nervios. Estaba muy nerviosa, el tiempo se echaba encima y no estaba claro si Nic querría o no ayudarla. Era demasiado arriesgado dejarlo todo en sus manos, ella tendría que poner algo de su parte si no quería verse en la indigencia. Tendría que volver a fingir una vez más ser una mujer frívola. No le quedaba otra salida.
Casarse con Nic lo resolvería todo. Todos sus problemas se terminarían si hacía lo que Salvatore había dejado escrito en el testamento. Su abogado se lo había explicado todo después del funeral. Tenía que casarse con Nic antes del primer día del mes siguiente y estar casados al menos durante un año. Los dos tenían que permanecer fieles. Ella no sabía por qué razón su padrino había impuesto esa condición. No tenía intención de acostarse con Nic. Él la había rechazado ya en el pasado. ¿Por qué no habría de hacerlo de nuevo?
Estaba tomando su segunda copa de champán cuando Nic llegó. Se quedó perplejo al verla sentada en la cama con las piernas cruzadas.
–¿Qué demonios estás haciendo aquí?
–Celebrando nuestro compromiso –dijo ella alzando la copa con una tímida sonrisa.
Él estaba rígido.
–¿Perdón? –dijo con voz pausada pero amenazadora.
Jade tomó un sorbo y lo miró fijamente.
–La prensa lo sabe ya. Yo les di la exclusiva. Lo único que necesitan ahora es una foto.
Nic se fue derecho hacia ella. Se le veía fuera de sí. El primer impulso de Jade fue salir huyendo de allí. Sabía muy bien lo que era sentirse maltratada. Su padre le había dado más de una bofetada, pero su orgullo estaba por encima de todo eso. En su lugar dirigió a Nic una mirada desafiante y descarada.
–Si me pegas, iré a la prensa y les contaré lo del testamento de tu abuelo. No querrás que haga eso, ¿verdad, Nic?
–Eres sólo basura, una asquerosa y sucia basura –dijo él.
Jade, con su copa de champán en la mano, se puso a canturrear una canción infantil que decía algo así como que las palabras no hacían tanto daño como los palos.
Nic se acercó a ella y le quitó la copa bruscamente de la mano, derramándole el champán sobre el vestido.
–¡Malnacido! –exclamó ella, levantándose para ver la mancha que le había quedado–. Me has estropeado el vestido.
–Sal de aquí –replicó el muy enfadado, resoplando como un toro bravo y señalando la puerta con la mano–. Sal de aquí antes de que tenga que echarte yo.
Jade movió la cabeza con gesto negativo y se dispuso a desabrocharse la cremallera del vestido.
–Si me pones un dedo encima, iré a la prensa y les contaré aún más secretos de los Sabbatini.
–¿Es que no tienes principios?
–Muchos –contestó ella, quitándose el vestido con cierta dificultad por lo ajustado que era.
–¿Qué crees que estás haciendo? –preguntó él con cierto recelo.
Jade dejó caer el vestido al suelo, y lo miró con la barbilla alzada. Llevaba sólo un sujetador y unas bragas de encaje negros, además de sus zapatos de tacón de vértigo. Por un instante se preguntó si no se habría desnudado también interiormente, pues Nic la miraba de una forma que parecía traspasar su ropa interior. Podía sentir el calor de su mirada en la piel, por dentro y por fuera, así como una agitación que parecía ir intensificándose a cada segundo que pasaba.
–Voy a darme un baño –dijo ella armándose de valor–. Luego, cuando me haya refrescado, saldremos a celebrar públicamente nuestro compromiso.
Nic se quedó quieto, respirando de manera entrecortada, y mirándola duramente con unos ojos llenos de odio como ella nunca le había visto hasta entonces.
–No voy a dejar que te salgas con la tuya, Jade, ni que juegues y coquetees conmigo, ¿me oyes?
–¡Juegues! ¡Coquetees!... ¡Qué palabras tan bonitas y tan bien elegidas! –dijo Jade entrando en el cuarto de baño–. No te preocupes, no habrá nada de eso, ¿de acuerdo? No forma parte del trato.
Hizo un pequeño saludo con la mano y cerró la puerta de baño, echando el cerrojo por dentro.
Nic dejó escapar un suspiro tan grande que parecía salido de una locomotora de vapor. Estaba mucho más que enfadado. Estaba lívido y furioso.
Estaba fuera de sí.
Jade le había tendido una trampa y no le quedaba más remedio que seguirle la corriente. Quedaría como un imbécil si la prensa se enterase de las maquinaciones de su abuelo. Si tenía que casarse con ella, lo haría, pero no como si fuera un títere cuyos hilos podía manejar cualquiera.
Abrió y cerró los puños varias veces tratando de controlarse. Habría querido echar abajo la puerta del cuarto de baño de una patada y agarrar por el pelo a aquella pequeña bruja y sacarla de allí a rastras. Nunca había pensado que pudiera llegar a odiar tanto a una persona. ¿Era eso lo que su abuelo había querido? ¿Qué odiase de Jade Sommerville hasta el aire que respiraba? ¿Qué interés le había llevado a que se uniera a ella en un matrimonio de conveniencia durante todo un año? No acertaba a comprenderlo. Sería una tortura para él. El matrimonio era ya en sí un calvario, una especie de cárcel. Odiaba la idea de atarse a una persona aunque fuese sólo por unos meses, no digamos ya para toda una vida.
Era lo que le había sucedido a su padre. No había sido capaz de serle fiel a su esposa tras la muerte de la pequeña Chiara, y había estado a punto de destruir su matrimonio. Él era por entonces sólo un niño para recordar aquella muerte trágica e inesperada de su hermanita, pero sí se acordaba de las cosas que pasaron años después. Después de haber tenido tres hijos, la pérdida de la niña había sido, tanto para su madre como para su padre, un golpe muy duro del que les había costado mucho recuperarse emocionalmente. Nic había llevado hasta entonces una infancia feliz. Era el pequeño de la familia y había recibido siempre el cariño incondicional de sus padres. Pero después de la muerte de su hermanita Chiara, sus padres habían vivido atemorizados ante la idea de poder perder a otro y eso les había llevado a distanciarse afectivamente. Giorgio y Luca, que eran por entonces ya mayorcitos, no lo habían sentido tanto, pero él había visto perder de repente el lugar de privilegio que había ocupado hasta entonces.
Tener que casarse con Jade era el peor de los escenarios posibles. Era una mujer incapaz de guardarle fidelidad, aunque fuera sólo por un año. No era de extrañar que ella misma hubiera propuesto dejar el sexo al margen de su relación. Estaba claro que no podía confiar en ella.
Pero si quería su parte de la herencia, tenía que lograr mantenerla a su lado y la única manera de conseguirlo sería acostándose con ella y hacer que su matrimonio fuese un matrimonio verdadero y no una simple farsa. Si conseguía tenerla satisfecha, no le entrarían tentaciones de salir por ahí en busca de aventuras.
Se frotó la mandíbula pensando en ello. Acostarse con Jade sería sin duda una experiencia inolvidable. Sintió la sangre hirviéndole en las venas sólo de pensarlo. Era una mujer desinhibida y descarada, sin complejos ni vergüenza. No conocía límites en lo relativo al sexo. Sonrió al imaginarse con ella en la cama. Desde que podía recordar, siempre había existido entre ellos una fuerte atracción mutua. No sería ningún castigo para él hundirse dentro de ella hasta oírle gritar su nombre en lugar del de uno de esos desconocidos de los clubes nocturnos que frecuentaba.