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Clemens J. Setz

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Beschreibung

Imagine que es usted un escritor conocido y le piden una entrevista. Que le preguntan por sus intereses e inquietudes, su bagaje y experiencia, sobre los motivos y los temas de su trabajo. Imagine que no se le ocurre nada interesante que contestar, pero algo hay que deciralgo decir. ¿Quién podría responder por usted incluso . mejor que usted mismo? En el caso de Clemens J. Setz esa pregunta tiene respuesta: su ordenador contiene miles de páginas con sus diarios, sus apuntes, sus ocurrencias, sus desvaríos… Enfrentado a una entrevista, esa alma externa digitalizada se convierte en un Clemens-Setz-Bot. Y tal vez tenga vida propia.

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Seitenzahl: 219

Veröffentlichungsjahr: 2025

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This book has received a translation grant from:

Republic of Austria

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Housing, Arts, Culture,

Media and Sport

Título original: Bot

Primera edición: septiembre de 2025

© De los textos: Suhrkamp Verlag GmbH, Berlin, 2018

© De la traducción: Virginia Maza, 2025

© De esta edición: H&O Editorial, 2025

www.ho-editorial.com

Imágenes de cubierta y faja: Alamy

Diseño: Silvio García-Aguirre López-Gay

Maquetación: Fotocomposición gama, sl

Corrección: Guillermo Pérez Ortiz

ISBN: 979-13-87914-01-1

Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, y el alquiler o préstamo público sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, salvo las excepciones previstas por la ley.

No se permite el uso de este libro para el entrenamiento de ningún tipo de Inteligencia Artificial.

¿Hay algo que parece hermoso? Wittgenstein: ¿Querrá decir que le suena? Si las cosas no suenan, saque el chasqueador del bolsillo y tóquelo.

John Cage, Diario

Prólogo

En 1950 Alan Turing propuso una prueba para medir la inteligencia artificial. En ella, el interrogador se comunica por escrito con un interlocutor, que puede ser, o bien un ordenador, o bien otra persona. De acuerdo con Turing, si al interrogador le parecen inteligentes las respuestas que recibe, también habrá que considerar inteligente a la fuente de estas respuestas, sin importar los medios por los que haya dado con ellas. Al fin y al cabo, tampoco tenemos del todo claro cómo llegan a sus respuestas nuestros congéneres. El escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick parodió la prueba de Turing en su célebre novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, adaptada al cine como Blade Runner. En el libro, se distingue a los replicantes de los seres humanos mediante la prueba de Voigt-Kampff, aunque en este caso el test no se ocupa de medir la inteligencia, sino la empatía.

En el año 2005 esto inspiró a un equipo de investigación estadounidense la idea de crear un robot que fuera una copia de Philip K. Dick (fallecido en 1985). El androide no solo debía recrear el aspecto de su modelo, también tenía que ser un robot inteligente, con capacidad de habla, y tenía que comportarse como lo haría el auténtico Philip K. Dick. Para conseguirlo, se recopiló toda la producción lingüística conocida del escritor (novelas, relatos, grabaciones, diarios y entrevistas). Por suerte, K. Dick fue un autor prolífico que escribió decenas de miles de páginas. Hace unos años, incluso se publicó una colección completa de sus reflexiones de carácter religioso y filosófico titulada La exégesis de Philip K. Dick, una obra extraña y única en su especie. Todos esos registros de datos de texto se alojaron en un servidor ubicado en la ciudad estadounidense de Memphis, Tennessee, y fueron vinculados con un software desarrollado por el programador Andrew Olney. Finalmente, el software se instaló en la cabeza del androide, modelada por el experto en robótica David Hanson (antes este experto había construido robots de su novia y de su hijo). En cuanto «Phil» estuvo terminado, le presentaron a Isa, la hija de Philip K. Dick. Phil la recibió sentado en un sofá. Cuando Isa le hizo una pregunta, Phil le respondió de forma perfectamente coherente aludiendo a un episodio de su vida en familia. Isa quedó estupefacta.

Sin embargo, no siempre era sencillo mantener una conversación con Phil. A menudo desbarraba sin parar durante horas. En una convención de ciencia ficción en la que debía intervenir el androide, Olney no consiguió vaciar a tiempo su memoria y esta se enredó en un bucle infinito. Con Phil generando una verborrea incontenible, Olney optó por una solución de emergencia: apagar el altavoz del que salía la voz del robot y dejar que Phil siguiera hablando mentalmente (solo se le movían los labios, accionados por motores de precisión) cuando era el turno de plantearle alguna pregunta desde el público. Una vez formulada la pregunta, Olney encendía de nuevo el altavoz y volvía a sonar el monólogo, que continuaba respondiendo a la pregunta anterior. Lo más curioso fue que, al cabo de un rato, preguntas y respuestas acabaron por corresponderse. Ningún asistente advirtió el error. Para la mayoría, las conversaciones tenían toda la lógica. Visto de esta manera, parece que superar la prueba de Turing no solo es una cuestión de inteligencia, sino también de estilo, de cómo suene. En diciembre de 2005, David Hanson perdió la cabeza del androide en un vuelo con rumbo a una presentación en la sede de Google. La cabeza no ha vuelto a aparecer.

El destino de esa cabeza robótica me impactó. Entre otras cosas, su cercanía temática con las tramas de las novelas de Philip K. Dick, en las que siempre hay seres artificiales de algún tipo que luchan por conseguir una vida autónoma, me llevó a verlo como un triunfo monstruoso que, aunque de forma vaga y apenas articulable, deseaba también para mí.

Años después leí el extravagante Yo soy un extraño bucle, en el que Douglas Hofstadter expone la teoría de que el cerebro de una persona muerta se puede reproducir en el de quienes la conocieron en vida, convertido en una especie de programa. En especial, en el caso de las parejas sentimentales, los años en común y la imitación inconsciente de quien se tiene delante desarrollarían la capacidad de predecir los procesos mentales del otro hasta el punto de que el difunto seguiría efectivamente vivo en su compañero. De esta manera, todo ser humano deposita copias de seguridad parciales de su cerebro en la cabeza de los demás.

En Inglaterra se dio a conocer el caso de unos gemelos que lo hacían todo juntos, y a la vez. Incluso llegaban a hablar a coro, con tan solo un levísimo retardo por una de las dos partes. También respondían a preguntas inesperadas casi siempre en el mismo instante y con las mismas palabras exactas. En una ocasión en que un camionero los denunció por acoso, los hermanos exclamaron al unísono: «The bucking fastard is lying!». Los dos tuvieron el mismo lapsus y los dos al mismo tiempo.

Todo esto me reafirmó en la idea de que a mí también podrían reconstruirme un día a partir del material que dejara al morir. En realidad, no puede ser muy complicado. A finales de 2016, la editorial Suhrkamp me propuso elaborar un volumen de conversaciones con la editora Angelika Klammer, que ya había preparado extensas entrevistas con otros autores. Cuando nos reunimos, sin embargo, no tardó en quedar claro que mis respuestas no daban para mucho. Imagínense a alguien hablando de lo primero que se le pasa por la cabeza a lo largo de páginas y más páginas. Así era. Para todo hace falta saber, también para la narración oral. Por mucho afán que le pusiera, al final siempre acababa todo en un «bueno, cuando escribo intento hacer algo que pueda interesarle al lector, que le interese como sea, porque, si no interesa, la verdad es que no es muy interesante…», etcétera.

La entrevistadora empezó a plantearse si no convendría abandonar el proyecto. Aun así, seguimos en el empeño sin resultados hasta que se nos ocurrió una idea: ¿y si, en lugar de recoger, reunir y elaborar con tanto esfuerzo testimonios orales míos, recurríamos a mis diarios? Están recopilados en un archivo de Word largo hasta el hartazgo y vendrían a ser como un alma de almacenamiento externo. Desde hace años, registro en ese documento todo lo que aprendo y observo, hallazgos y rants, apuntes de viaje y necrologías de animales, incluso hay espacio para fotografías curiosas y poemas. Angelika Klammer trató de imaginar cómo sería el resultado si renunciaba a charlar con un autor incapaz de hacer otra cosa que parlotear y acudía con sus preguntas a ese archivo, planteaba otras nuevas a partir de las respuestas que encontrara y así sucesivamente, igual que si el archivo de Word fuera un interlocutor vivo. Tomada la decisión, preparó varias preguntas y buscó respuestas en el fichero. Para que ninguna inteligencia humana alterase los resultados, se hicieron búsquedas de texto completo de determinadas palabras presentes en la pregunta o de términos de significado afín. En otros casos, sencillamente se desplazaba el cursor al azar por una página cualquiera.

Es bien sabido que, salvo en contadas excepciones, publicar los diarios y cuadernos de alguien en vida es un acto de vanidad difícilmente defendible. Por suerte, no pensábamos en un libro de ese tipo, sino en uno, en cierto sentido, póstumo. El autor en sí no está, y es su obra la que ocupa su lugar: lo reemplaza una especie de bot Clemens J. Setz, compuesto por los apuntes de su diario. Quizá, alojado en su rudimentaria máquina de IA, ese bot siga vivo.

Día 1

Al llegar a una ciudad desconocida, le gusta ir directamente a una farmacia,1 ¿por qué razón?

Viernes por la tarde en Viena. En la farmacia pienso en arrancarme el botón de la manga del abrigo, que está algo suelto, y lanzarlo al escote de la dependienta, como si echara una moneda por la ranura de una máquina expendedora; podría ser el hechizo de sanación que necesito contra el dolor de garganta. Voy de camino a la estación de tren y hay nieve suspendida en el aire. Se lanzan muy pocos botones. Antes los hombres llevaban condecoraciones colgadas del pecho para este propósito. Una hoja de periódico suelta vuela por la calle; a ratos bate con fuerza el muro de alguna casa y a ratos se encoge y ondula como una mantarraya. — Las pastillas para la garganta acaban convertidas en lentes de contacto si se mantienen mucho tiempo en la boca.

(Primeros días de diciembre de 2016)

¿Qué diferencia una farmacia cautivadora de una insulsa?

En Dresde veo a un hombre con un bastón con la empuñadura de plata en la mano izquierda (apenas roza el suelo con él al caminar) y una bombona de oxígeno con ruedas en la derecha. Pasa por la calle de esa guisa.

En el escaparate de una librería de lance hay un libro: Breve introducción a la amistad con un globo terráqueo,2 del capitán Alfred E. Schmidt, editorial de Dietrich Reimer, año 1939. Puerta con puerta está la farmacia; bonita combinación, han pensado en mí. Aunque es una lástima que no haya bombonas de oxígeno en el escaparate. La ciudad no rima del todo.

(6 de marzo de 2013)

El truco de la farmacia lo tomó prestado de Tucholsky. ¿Qué más se puede aprender de la literatura?

Mi amiga Wolfseule ha tuiteado el título de un poemario: Soy un agricultor y mi bancal está en llamas. Dan ganas de recoger el guante y seguir componiendo:

«Soy un Vaticano y mi papa está en llamas».

Con el bochorno del föhn que ha vuelto a caer sobre el país es como si el sol brillara desde todas las direcciones, a veces incluso parece que salga del suelo, igual que estar al lado de un montón de fotocopiadoras con la tapa abierta y la lámpara deambulando de arriba abajo sin parar bajo el cristal. En algún lugar de esta ciudad hay una esfera rodando, rueda por debajo de casas y jardines: es una esfera ancestral que apenas roza nunca en ninguna parte. Una anciana se ha detenido de pronto en mitad de la calle y, aunque no había nada, ha dado media vuelta sin aliento, llevándose una mano a la boca. Once grados, el tiempo corre vidrioso. En los senos frontales fluye luz eléctrica. Dolor de cabeza alpino de azul ozono. Unos cuantos pájaros se llaman en el patio: habían perdido algo y no lo encontraban. Me parece que mi reloj de pulsera da mal la hora, pero cada vez que lo miro está bien. Hoy se puede sentir el núcleo de la Tierra. Lo noto incluso al beber agua de un vaso, ahí, muy por debajo de mí.

«Soy una tienda de discos y mi jazz está en llamas».

Estrechar la mano de alguien en la oscuridad más absoluta. El momento en que en la peluquería te enseñan tu propia nuca con un espejito de mano, como si fuera un planeta vecino.

«Soy un calendario y mi mayo está en llamas».

«Soy un dentista y mis pósteres de esquí que cuelgan de todas las paredes sin dejar ninguna vacía están en llamas».

12/12, viaje a Fráncfort. «Los titulares de una BahnCard viajan sin emisiones de CO2 en todos los trenes ICE, IC/EC dentro del territorio de Alemania». — A esta misma hora, el Ejército sirio está tomando la ciudad de Alepo. Decenas de miles de personas atrapadas en su interior; hay familias que cuentan por Twitter que saben que van a morir juntas. Ejecu­ciones multitudinarias en plena calle. — Un niño mofletudo y rubicundo como un angelote hinca las uñas en un globo con el que ha subido al tren. No estalla hasta llegar a Núremberg.

«Soy un Salzburgo y mi Mönchsberg está en llamas».

Fuera, la luna se deslizaba lenta como una máquina quitanieves.

«Soy un dinero y mi poder adquisitivo está en llamas».

Ahora hiela todas las noches y el campo de fútbol está lleno de escarcha. No te des esos aires de nevado, le digo al pasar por delante. Su respuesta es un montón de cuervos.

«Soy una iglesia y mi coro está en llamas».

Mientras él hablaba por teléfono con su hija, la amante, que estaba constipada, recorrió todas las habitaciones para marcar el territorio con toses.

Qué bien me sienta la primera estrella del cielo vespertino en la frente.

«Soy una Biblia luterana y mi Job está en llamas».

La mujer sacó un balde de hojalata de debajo de una mesa, pero sonó como si fuera una persona dándose la vuelta en una bañera.

«Soy una Wolfseule y mi chispa tuitera está en llamas».

(Diciembre de 2016)

Según dice en su novela La hora entre mujer y guitarra, perseguir a alguien no es tan fácil como hacen creer en las películas.3 ¿En qué más nos engaña el arte?

El gótico, esa maravillosa mutación del periodo cálido medieval. Como si en aquella época el mundo entero estuviera pidiendo prótesis y, por fin, le concedieran el deseo. Cometido: aprender a ver las iglesias antiguas como las estaciones espaciales que son en realidad. Las imágenes de santos distraen la atención, engañan y embaucan. Olvida el arte y repara en la artesanía. Puede que en ella se escondan, como hoy día en Internet, propuestas sensatas para el trazado de pistas de aterrizaje alienígenas.

(Septiembre de 2017)

¿Qué parajes le resultan más atractivos? ¿Los terrains vagues?

El fuerte olor a bosque justo detrás de la pista de rodaje de los aviones. De un chillón áspero en la garganta. Imagen: tener alergia a una planta que se extinguió hace siglos. El recuerdo de la mecedora de casa; cuando la veo en sueños, siempre es un barquín. Un corazoncito, sanísimo como una dinamo de bicicleta recién comprada, late con trinos de pájaro en el interior de un árbol. Al lado, torres de control y terminales de llegadas, borrosas en el aire saturado. Es la temperatura ambiente exacta a la que la madera del porche comienza a oler en verano. Un pensamiento extraño al pasar por delante de un árbol escuálido y retorcido, junto a las terminales: «Ahí está, el árbol de los sin cuello».

(Agosto de 2013)

Tiene buen ojo para los «Thomasson», esos objetos detenidos en el tiempo y que no tienen utilidad: una escalera que ya no lleva a ninguna parte, un pomo sujeto a una pared y que solo existe para sí mismo… ¿Cuáles ha descubierto últimamente?

Un Thomasson perfecto en el centro de la ciudad (en Bürgergasse). Aunque está encajada en el revoque, la diminuta manivela sigue girando. La imagen de un antiquísimo proyector de cine empotrado que se pone en marcha de nuevo en cuanto alguien da vueltas al manubrio y proyecta sus imágenes olvidadas en la tupida oscuridad.

(01/03/2016)

© Fotografía del autor

Un «tubo fluorescente que probablemente enloqueció hace años de tanto estar solo»,4 un «teléfono solitario que sonaba cada día sin que nadie respondiera nunca»…5 ¿Le dan lástima objetos como estos?

Lástima sistémica.

(Diciembre de 2013)

«Era asombroso que toda esa gente pudiera pasar como si nada por delante de los interfonos, sin sentir la urgencia de pulsarlos y accionarlos a cada momento… La paradójica sensación de felicidad por poder comunicarse con un edificio entero…»6. ¿Qué otras cosas le inspiran?

Unas monjas en el tranvía: niveles de juego superados. Sin duda, por dentro están hechas de mijo. Un mijo lozano. Cuando se acuestan por la noche, se acuesta también el mijo, ese mijo lozano. Una de ellas estaba encogida en el asiento, se le podría haber clavado en el ombligo el palo del crucifijo que llevaba al cuello y así el Salvador se habría erguido recto, como la verdad. Y, por fin, se habría establecido conexión telefónica.

(Agosto de 2016)

¿Por qué le fascinan las obras?

En pleno verano de obras, pienso en John Cage. Su forma de sacar la lengua al reír. El magnetismo de su voz. Su capacidad para experimentar como algo interesante cualquier ruido. El arrullo hecho canción de esta hormigonera. En una entrevista del año 1992, Cage contó que dio un paseo con el pintor Mark Tobey y este, cada pocos metros, le llamaba la atención sobre alguna grieta en el asfalto que le atraía. Hace unos días vi a un grupo de turistas estadounidenses acompañando a coro la sirena de un coche de bomberos, ninooo, ninooo. Y aquí no hay más que excavadoras y andamiajes por todas partes. Las excavadoras son los mejores dinosaurios.

(Julio de 2012)

¿Y los andamios?

Charles Lullin, que estaba prácticamente ciego tras dos operaciones de cataratas y tenía insólitas alucinaciones visuales, vio un enorme andamio de obra mientras paseaba. Al llegar a casa, el mismo andamio lo estaba esperando en mitad del salón, aunque reducido a un tamaño de pocos centímetros.

(Enero de 2013)

Pero entonces esas excavadoras demuelen las casas y el solar termina convertido en un paisaje marciano, vasto y polvoriento, con tan solo unas briznas de hierba, a la manera de recuerdos de tiempos pasados.7 ¿Siente melancolía al pensar en un mundo sin seres humanos?

Alguien ha pintado un cuadro con el paisaje que tiene a su espalda la Mona Lisa, un paisaje fantástico y que, sin duda, no necesita de nadie; es exactamente la misma escena, pero sin la mujer. Lo encontré por casualidad en un blog. Al verlo, tuve una sensación de triunfo similar a la que experimenté cuando vi una fotografía del árbol que había crecido tieso como una vela a través de los balcones del gran hotel de Chernóbil.

(Agosto de 2016)

¿Colecciona escenarios de decadencia?

Robotic Technology Inc., una empresa de Maryland que trabaja para el Pentágono, ha construido un robot que obtiene su energía de la materia orgánica del entorno. Se denomina EATR, Energetically Autonomous Tactical Robot, o lo que es lo mismo: robot táctico energéticamente autónomo. «It can find, ingest, and extract energy from biomass in the environment (and other organically-based energy sources), as well as use conventional and alternative fuels (such as gasoline, heavy fuel, kerosene, diesel, propane, coal, cooking oil, and solar) when suitable».8 El objetivo es utilizarlo principalmente en zonas de conflicto, donde se alimentará de los cadáveres que encuentre. Creo que, tras la extinción de la humanidad, los EATR podrían ser los jardineros de la nueva Tierra. Engullirán los últimos e inquietantes rastros.

(Diciembre de 2013)

No son fantasías distópicas, sino que harían la ciudad y la vida más libres: unidades habitacionales9 que se deslicen sobre rieles y cables, o sistemas de poleas10 que transporten a sus residentes en canastas arriba y abajo.

En el puerto de Trieste, al pie de la descomunal grúa Ursus. En su día se utilizó para un barco en concreto, pero desde los años noventa está fuera de servicio y oxidándose. Es francamente bonita. Como se llama «Oso», inmediatamente se entabla un vínculo personal con ella. En casa, las grúas no suelen tener nombre. Al lado, «el puerto viejo» y edificios en plácida decadencia; mi instinto de explorador urbano despierta, pero todo está vallado y es imposible pasar. Alambre de espino. En la fachada de los viejos edificios portuarios hay pequeños mecanismos elevadores que transmiten un gozo infantil: uno imagina una garrita mecánica suspendida de un cable que le arranca la maleta de la mano a un perplejo viajero. Anduvimos siguiendo el cercado, pensando que quizá se podría entrar por algún lado, y para nuestra sorpresa acabamos en la estación, como si nos hubiera transportado una polea de una dimensión superior. En el arco de un portal, junto al enorme aparcamiento de una empresa, viven unos sintecho. Ropa tendida en un murete. También hay muchos runners que han salido a correr al caer la tarde.

(Marzo de 2015)

Imagina a todos los hombres que se fueron un momento a por tabaco,11 es decir, que lo quisieron dejar todo, desaparecidos en las profundidades de un gigantesco sistema de túneles… Una gran imagen. Pero ¿cómo es posible conciliar la libertad con una vida sumergida?

Un país en el que querer ser cosmonauta se considera peligrosamente revolucionario. Solo pueden abandonar la superficie terrestre cohetes no tripulados. Los aviadores que por algún despiste vuelan a demasiada altura desaparecen durante años en campos de trabajo. Con el tiempo, va surgiendo un movimiento clandestino cuyos miembros pasan días enteros acurrucados todos juntos en cámaras angostas con el casco puesto e incluso manejan pequeñas centrifugadoras subterráneas. Cuando la gran fuerza centrípeta de la cápsula les corta el riego cerebral y tienen visión de túnel, notan el sabor metálico de la libertad en la boca.

(Marzo de 2012)

La dérive, ese deambular sin destino que tanto fascinaba a los situacionistas, se puede practicar en cualquier momento y lugar. ¿Qué descubre en sus expediciones?

En los años ochenta, el zoólogo ruso Aleksey Pogrebnoj-­Alexandroff hizo unas grabaciones sonoras del elefante Batyr, que vivió metido en la jaula de un zoológico kazajo absolutamente solo y en condiciones deplorables desde 1969 hasta 1993, cuando un cuidador lo mató por accidente con una sobredosis de somníferos. Durante toda su vida, Batyr no vio ni escuchó a ningún otro elefante. Un día descubrieron que había aprendido a decir unas cuantas palabras en ruso, sin que sus cuidadores se las hubieran enseñado de manera consciente. Utilizaba para ello la trompa y su voz era parecida al ruido que se hace al silbar usando los dedos. Pogrebnoj-Alexandroff cuenta que el paquidermo hablaba solo, sobre todo por la noche, sentado en un rincón de su cercado, para distraerse cuando estaba a oscuras.

El elefante repetía sin parar las palabras que le habían ido llegando, aunque apenas audibles, igual que si hablara en sueños… Según el zoólogo, era un sonido comparable al de los aparatos de ultrasonidos que se utilizan contra los bichos o al zumbido de algunos mosquitos, que el oído humano capta relativamente bien hasta los cuarenta años de edad. Para articular las palabras, Batyr solo podía valerse de la punta de la trompa, con la que hacía unos movimientos finísimos, con pliegues del tamaño de un dedo. Lo que repetía el elefante era su nombre (con una entonación breve y entrecortada), «agua», «Batyr bueno», «Batyr malo», «idiota», «sí», «vamos», un repertorio de expresiones coloquiales para «pene» y «¡suelta!».

(Febrero de 2012)

[Batyr en el zoológico de Almaty]

© Fuente: <http://repin.info/udivitelnye-zhivotnye/govoryashchiy-slon-batyr>.

¿Eso significa que encuentra mucha información sobre animales?

La medusa dorada obtiene sustento de la energía solar. ¿Cómo lo hace? Se pone un alga por encima a modo de vestido y vive en simbiosis con ella. El alga hace la fotosíntesis. Por su parte, la medusa nada hasta la superficie y toma el sol, con lo que el alga produce glucosa, que a su vez nutre a la medusa. — Después de leer esto, tuve ganas de aullarle a algo, pero no había ninguna luna cerca.

(Marzo de 2014)

Además de los bancos de los parques, objetos inmóviles y «ajenos por completo al viento del tiempo, que todo lo arrastra y roe»,12 ¿qué otras cosas le gustan?

En el viaje en tren de Graz a Liubliana, llama la atención una chimenea altísima cerca de Trbovlje: no acaba, supera a las montañas. Es como si su monstruosa presencia lo radiografiara todo y te detectara. En 1841, H. D. Thoreau escribió en su diario: «Esta ciudad, también, está bajo el cielo, un puerto de entrada y de salida al cielo para las almas». Oh, la santa Chimenea de Trbovlje. Solo la muerte la alcanza en altura. Si las iglesias fueran así de altas, estaría siempre dentro prendiéndome en llamas.

(Abril de 2015)

¿Siente predilección por cierta luz, por determinados colores del cielo?

En sueños vi una ventana por la que se barruntaba un día radiante y de bochorno. La luz, sin embargo, resultaba pesada, trigueña, casi otoñal. Y, en el sueño, esa mezcla particular de colores se llamaba «el juego de los muertos imbeethoveniados», esto es, todos los muertos, salvo Beethoven. Ahora ellos, los que no estuvieron (o no están) bendecidos con su genio musical, mezclan desde el más allá el sol, el color y todas las sombras de la Tierra… para nosotros, los vivos.

(Octubre de 2012)

Un paseo perfecto…, ¿alguna vez ha conseguido algo así?

Paseo con Sarah desde el aparcamiento de Cobenzl hasta la ciudad. Una Viena muy de extrarradio esta de aquí, la casa de Kurt Gödel, tranquilas plazoletas con castaños. Un día bonito y soleado. «Mira, una vereda —dijo Sarah—, qué suerte tienen de vivir en una vereda». Cuando me detuve un momento frente a la puerta de un edificio, dijo sobre ella: «Mejor no abrir, detrás solo habrá un apicultor sonriente». Al ver el aspecto del cielo que cubría Viena, dije: «Eso no es cielo, es smog», y Sarah respondió directamente: «Claro que es cielo; hay escaramujos». En efecto, ahí estaban los escaramujos. «Ya de niña aprendí a reconocer los escaramujos», me explicó. El camino se llenó de pronto de castañas, habían madurado y caído al suelo, y seguían allí. Sara: «Ten cuidado y no resbales con las castañas. Fractura de la base del cráneo. Te desangrarías por el oído». Al llegar a otro lugar, dijo: «Qué edificio tan curioso, mira cómo sobresale». Yo vi un contenedor y pregunté: «¿Le pasaría lo mismo a Adalbert Stifter? ¿También él, al salir de la naturaleza, se encontraría de pronto en algo completamente distinto?». «Sí, todo el tiempo —respondió Sarah; luego añadió—: Miraba el paisaje y se percataba de ciertas cosas». En este punto estuvimos los dos de acuerdo. La luz del sol poseía una debilidad otoñal, pero en algunos sitios se hacía dorada y ardiente sobre la piel, como si le hubieran echado alcohol. Compramos algo para beber y acabamos rodeados de un grupo de escolares parlanchines. En una casa había una placa de piedra con notas musicales en memoria de un compositor de lieder, aficionado a Grinzing y a beber vino en compañía, que vivió en ella. «Por lo visto hoy todo el mundo lleva camisetas con letras gigantes estampadas», dijo Sarah.