Breviario antipedagogista - Alberto Royo - E-Book

Breviario antipedagogista E-Book

Alberto Royo

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  • Herausgeber: Plataforma
  • Kategorie: Bildung
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

Alberto Royo lleva ya unos años librando la batalla contra la dictadura de la ignorancia y defendiendo una educación sensata, necesaria para todos, pero imprescindible para los más desfavorecidos. Recurriendo, como en sus anteriores libros, a la ironía y el sentido del humor, tampoco en este Breviario antipedagogista elude aquellas cuestiones que siempre han levantado ampollas entre los líderes y seguidores de la pedagogía mainstream. Citando a Montaigne, declara Royo que «no hay victoria posible cuando esta no pone término a la guerra». Y en esa lid se encuentra, convencido de que vale la pena dar la batalla y seguro de la nobleza de su causa.

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Breviario antipedagogista

Alberto Royo

Primera edición en esta colección: mayo de 2022

© Alberto Royo, 2022

© del prólogo, Ramon Fontserè, 2022

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2022

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-18927-95-9

Diseño de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Prólogo, de Ramon FontserèBreviario antipedagogista

A mi familia. A la gente buena, honesta, leal y combativa.

—La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.

—¿Y qué me dices de la Estrella de la Muerte?

—Ahí ya me haces dudar…

(Leído por ahí)

Prólogo

En este breviario antipedagogista, Alberto Royo reivindica, entre otras cosas, la disciplina, el esfuerzo, la concentración, la igualdad y no la igualación, la memoria a través de retahílas…, conceptos que hoy en día han ido a parar al desguace por antediluvianos, casposos y caducos al no estar bendecidos por los llamados expertos o por los modernos gurús del sistema. Alberto Royo es un profesor realista que cree que el conocimiento no viene por la gracia de la ciencia infusa. En sus clases, unas veces más y otras menos, se fatiga y disfruta, empeñado en transmitir, como excelente experto en la materia que es, lo que sabe a sus alumnos. No es un funcionario, es un apasionado sin tregua. Tiene un concepto artesanal del oficio, y deja la heroicidad y la magia para los fervorosos cofrades de la ley Celaá. Cuando el sistema entre aún más y más en un caos desorbitado, falso y grotesco gracias a los modernos gurús, guais y coleguis de la enseñanza, nos quedará este breviario antipedagogista como imprescindible viático para la salvación. Un conjuro contra la falsedad que tiene la ventaja de ser horma no solo para el difícil oficio de la enseñanza, sino para todo tipo de oficios, incluido el de cómico. Este breviario realista me lleva a recordar al gran comediógrafo Aristófanes de Atenas cuando advertía a los espectadores atenienses del siglo v a. C.: «Yo os diré palabras amargas pero verdaderas, aunque sea difícil de decir y duro de escuchar». Alberto Royo también está en la labor. Es de agradecérselo por su lucidez y valentía.

RAMON FONTSERÈ, actor y director de Els Joglars

Hoy…

La pedagogía alternativa ya es mainstream.

Justificación

Desde la publicación de Contra la nueva educación, en 2016, he venido reivindicando una educación sensata, ilustrada y auténticamente democrática (cualidad de la que adolece un sistema que renuncia a la excelencia y termina abocando a la búsqueda, fuera de la escuela, del conocimiento que en ella comienza a escasear, una búsqueda que no será fructífera para todos los alumnos y que solo algunos podrán culminar con éxito). Pretendí ampliar mi análisis de la enseñanza, y profundizar en los males de la sociedad actual, en mi segundo ensayo: La sociedad gaseosa (2017), para aportar después una visión muy particular y, quizá, más esperanzada, en Cuaderno de un profesor (2019), que cerraba, en principio, mi trilogía educativa.

Precisamente porque no tenía previsto insistir en mis postulados educativos, debo hablar de «justificación». Pero también porque hoy en día es a los profesores que todavía queremos enseñar a quienes se nos exige probar que nuestros métodos funcionan o que nuestros planteamientos son sólidos o que vale la pena transmitir conocimientos, no así a aquellos que buscan la repercusión masiva por medio de la extravagancia y la popularidad a través del mero ejercicio del entretenimiento, respecto a los cuales el onus probandi ni siquiera se contempla como opción. Este breviario no pretende ser dogmático, sino justamente combatir el dogmatismo pedagogista, aportando argumentos, a veces a vuelapluma, casi siempre sin perder el sentido del humor («Una broma es una cosa muy seria», decía Churchill), proporcionando munición dialéctica que pueda ser utilizada contra el sinsentido educativo. Sigue siendo necesario, puede que lo sea más que nunca, presentar batalla en defensa del conocimiento, ya que seguimos sin poder contar con políticos valientes que apuesten por una educación que ampare el ascenso social de todos, independientemente de su origen y contexto social, cultural o económico. Tampoco los medios ni los personajes supuestamente influyentes parecen estar de nuestro lado, que es, estoy convencido, el justo, el que merecen nuestros alumnos e hijos y el único que puede contribuir a la mejora real de la sociedad. Este compendio de pensamientos, «acaso» caóticos y anárquicos (llamémoslos espontáneos y sinceros, que queda mejor), busca aportar, en el fondo, una visión realista del oficio, contribuir a desmentir los bulos, a reubicar ideas y a clarificar conceptos. Es urgente desmitificar nuestro trabajo, volver a lo sencillo y despojar a nuestra profesión de todo aquello que no necesita y que perjudica a quienes son los auténticos beneficiarios o víctimas de nuestros aciertos y errores: los alumnos. Por lo tanto, recordando a Montaigne, digamos que «no hay victoria posible cuando esta no pone término a la guerra». Pensemos, pues. Escribamos, hablemos, critiquemos y perseveremos en la necesaria contienda que estamos librando. Y no cejemos hasta que hayamos derrotado la ignorancia, el exhibicionismo pedagogista, la superchería y a quienes están poniendo precio a la instrucción pública, que es derecho (y también deber) de todos.

No es magia

Para aprender, no se requieren recursos asombrosos ni el proceso es especialmente complejo ni misterioso. Se necesita interés, atención, concentración (pocos estímulos, pero bien escogidos), una explicación solvente (y, a ser posible, entusiasta), una aceptable comprensión lectora, imaginación para buscar ejemplos y comparaciones, ejercitación de la memoria (para después intentar recordar lo memorizado, comprobar lo que no y completar esos huecos), contextualización y aplicación de lo aprendido a otras situaciones… Nada extraordinario como ven. Pero reconocer que la cosa no es tan compleja dejaría a muchos en el paro (o en el aula, que para ellos sería aún peor). Por eso pocos lo reconocen. No hacemos magia; aplicamos lo que sabemos y nos empeñamos en transmitirlo. No somos héroes, sino simples artesanos. Y no es algo a despreciar en estos tiempos de novolatría histérica lo de ser artesano. Somos artesanos porque pretendemos moldear a nuestros alumnos, sin manipularlos ni aprovecharnos de su bisoñez; al contrario, confiando en su capacidad para llegar más lejos de lo que ellos mismos se plantean, pero sin trucos, provocando su curiosidad y fortaleciendo su carácter. Nada de tretas. La honestidad ha de ser nuestra norma.

Experto

Un profesor ha de ser esencialmente un experto en su materia. Nadie puede ser experto en enseñanza o experto en ser experto, porque probablemente eso querrá decir que no sabe nada. Entiéndanlo: se puede ser experto en resolución de conflictos emocionales (algunos llaman a esta figura «psicólogo») o experto en cómo debemos enseñar los que enseñamos (y ese perfil lleva premio, OIGA, lleva premio) o experto en dinámica de grupos (llámenlo «monitor de tiempo libre») o experto en motivar (¡coach! —tanto ventilar con la COVID-19…—) o experto en tratar disfunciones (o sea, terapeuta) o experto en entretener (actor, payaso, humorista…) o experto en empatía (¿trabajador social?) o experto en compasión (¿sacerdote?). Pero, sin desmerecer ninguna de las cualidades mencionadas, la realidad es que no hay ni una sola imprescindible…, excepto SABER. Digo más: recelen del profesor que subraya estas cualidades y no su dominio de la materia que enseña. No somos tan completos, ni en lo profesional ni en lo personal. Tenemos nuestras lagunas, pero son las «epistemológicas» las que más nos deben preocupar. Por eso tenemos la obligación de estar en continua formación y actualización, de saber cada vez más y de estar en disposición de ir adaptando lo que sabemos a las circunstancias que nos encontramos para poder así transmitirlo mejor.

«Conocimientos de pedagogía»

Me sorprende que escueza tanto la supuesta intención del ministerio de contratar profesores «sin conocimientos de pedagogía». Quiero decir que me sorprende entre colegas que apuestan por el conocimiento. Porque, seamos claros, hoy en día el principal enemigo del auténtico conocimiento es el pedagogismo. Lo único malo de esta medida es que sería temporal, pero que por un tiempo los profesionales que accedan al oficio lo hicieran sin exigencias de carísimos y absurdos másteres de docencia y sin limitaciones pedagográticas, qué quieren, a mí me haría como ilusión y me llevaría a soñar con un futuro educativo sin gurús ni singermornings-changemakers, un futuro en el que la didáctica fuera auxiliar del saber y no sustituta, y en el que ningún profesor se avergonzara de enseñar. Intuyo que con esta publicación perderé seguidores, contactos, amigos o como queramos llamarlo. No saben el disgusto que me voy a llevar, pero lo superaré. Por Tutatis que aprenderé a gestionar mis emociones.

Cómo eliminar el fracaso escolar en tres sencillos pasos:

Se reducen los contenidos para que cualquiera pueda alcanzarlos.Se establecen contenidos «mínimos» para reducir al mínimo las posibilidades de que algún alumno no llegue a alcanzarlos.Se convierten los contenidos mínimos en contenidos «orientativos» para que sea totalmente imposible que alguien no los alcance.

Ya no hay fracaso porque ya no hay éxito.

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