Buscándote - Verónica Granata - E-Book

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Verónica Granata

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Beschreibung

Jaz es una adolescente de 13 años solitaria y retraída, con miedos y conflictos para compartir sus ideas y pensamientos con el mundo. Deberá dejarlos atrás cuando descubre que tiene una conexión inexplicable y se ve obligada a salir en su búsqueda, sin saber que va a encontrar mucho más de lo que esperaba. Abrirse a nuevas aventuras, misterios, amistades y afrontar sentimientos complejos para alguien de su edad.

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VERÓNICA GRANATA

Buscándote

(Trilogia Siempre Contigo)

Granata, VerónicaBuscándote : trilogía Siempre Contigo / Verónica Granata. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2501-7

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Para Alexandra,

que me apoyó en todo este camino desde el principio.

Tabla de contenidos

Capítulo 1 - Los sauces

Capítulo 2 - Te veo

Capítulo 3 - Desafíos

Capítulo 4 - Destello

Capítulo 5 - Entre sueños

Capítulo 6 - Despertar

Capítulo 7 - Travesía

Capítulo 8 - La catedral

Capítulo 9 - Descubrimiento

Capítulo 10 - Aquí estoy

Capítulo 11 - El diario de Emily

Capítulo 12 - Realidad

Capítulo 13 - Plan de acción

Epílogo

Agradecimientos

Landmarks

Table of Contents

Capítulo 1

Los sauces

Mayo de 2022.

Recuerdo que cuando era chica solía venir a este mismo lugar a perderme en mis pensamientos. Cerrar los ojos, sentir el viento en la cara, la brisa fresca, el aroma a campo que emanan los árboles; aunque sé que si abro los ojos no estaré en ningún campo, y volveré a estar una vez más en el jardín de mi casa. Todas las tardes al terminar mis tareas salgo de mi cuarto y me dirijo al jardín, es mi momento favorito, mi lugar especial. Hace unos años nos mudamos a esta casa llamada “Los Sauces”, ubicada en una isla de Tigre, en Buenos Aires, rodeada por el río Capitán; donde no solo tengo una habitación muy luminosa para mí sola, también posee un altillo cuyo destino inicial era guardar cosas viejas, un destino que no fue: porque lo convertí en mi fuerte, el lugar más organizado y limpio de Los Sauces, siempre me gustó ese altillo, tiene la mejor vista de la casa y no podía permitir que lo usaran para tal fin. Hace ya unos años le pedí a mi papá que sacara la puerta, para que el espacio entre mi habitación y el altillo sea uno solo. Desde allí podía ver el río, el muelle, “mi muelle”, y mi sauce llorón, un árbol gigante, con el tronco más alto que te pudieras imaginar y sus ramas rozando el suelo y el agua; también se puede ver el columpio que papá me hizo hace unos años, de aquí observaba y vigilaba que el viento no lo vuele, ni lo rompa en las grandes tormentas. Una vez se voló una de las sillas y estoy segura de que fue porque yo no estaba vigilando.

Cada tarde, en este lugar siento una conexión especial, una conexión interna, siento que obtengo las respuestas a las preguntas más raras que se me puedan ocurrir yo lo llamo “pensamiento susurrador”. La señorita Mar, la psicopedagoga de la escuela, siempre me dice lo mismo: «Jaz, probablemente seas tú misma quien contesta esas preguntas», y toma nota acerca de todo lo que le digo, quiere que le cuente todo lo que pienso, pero no me interesa compartirlo, no tolero las miradas de los adultos cuando les cuento situaciones que ellos científicamente no pueden entender. Y la verdad es que yo sé que esos pensamientos no surgen de mí, porque a veces son respuestas a preguntas que yo no tengo forma de saber, situaciones que no recuerdo haber vivido y por esa razón se me hacen tan interesantes las respuestas de mi “supuestamente” otra yo.

Pero aquí estoy una vez más afuera, en mi jardín, acostada en el pasto bajo mi sauce; lo podría observar por horas, se ve tan alto desde esta perspectiva, a veces me quedo tan quieta que podría jurar que lo veo moverse y crecer. Hace unas semanas un hornero comenzó a hacer su nido en el árbol, lo descubrí un día cuando me empezaron a caer ramitas sobre la cara, en mi opinión eligió una rama inapropiada: es muy delgada y hay muchas más anchas donde su nido quedaría más firme. Es ahí, en esos momentos, mirando las ramas, donde me pregunto cosas básicas cuyos conceptos pueden ser utilizados en muchos aspectos de la vida (si se quiere):

«¿Qué tan alto puede ser un árbol, antes de tener que ensanchar su tronco?», pensé mientras lo contemplaba.

—Puede ser una cuestión de equilibrio, puede llegar a ser tan alto como quiera, pero siempre teniendo una buena base —opina mi pensamiento susurrador.

«¿Cómo sabes cuál es tu base? me refiero a ¿cuán ancho tiene que ser el tronco para ser más alto?» —indago.

—¿De qué depende eso? —me pregunta y reformulo mi idea hablando en voz alta.

—¿Es necesario tener una base para hacer algo?

—No, porque puedes hacer algo y formar tu base en eso.

—¿A qué te refieres?

—Puedes hacer un dibujo de un caracol copiando sus formas, también puedes empezar coloreando el fondo o colorear primero el caracol —explica.

—¿Cómo sabes que está bien? ¿Qué va primero?

—No lo sabes hasta que lo haces —contesta.

—Entonces lo hago, pero... ¿Y si me queda mal? ¡Lo tengo que volver a hacer! —manifiesto enérgicamente

—Pero ¿cómo sabes que está mal? —alega confundida y algo ofuscada levantando la voz—. Si hablábamos de la idea de crear una base, puede que el resultado te guste o no, pero no va a estar bien o mal. Simplemente dejó de estar vacío para ser “algo” —expone.

—Yo quiero dibujar al caracol y que sea bonito, y pienso que si no es bonito es que está mal —razono encogiéndome de hombros avergonzada.

—O quizás el caracol no era bonito y tú lo dibujaste tal cual es. ¿Por qué estaría mal? ¿Está mal no ser bonito? La belleza va por dentro.

—Sí, te entiendo, pero mi punto es que está mal porque lo miro y el caracol es bonito, pero mi dibujo no.

—Entonces ya no estás creando una base, estás usando este caracol de base, como modelo.

Me quedo mirando un momento mi dibujo y exclamo:

—¡En ese contexto puedo hacer todo lo que quiera y nada estaría mal!

—Si quieres puedes, eres libre de hacer lo que quieras. ¿Por qué no podrías hacerlo? Piensa que si otro puede tú también.

—No alcanza con querer ser, solo porque otra persona pueda —le discuto.

—¡Mira qué hora es! —digo cambiando de tema.

Siempre que me siento aquí en el regazo de mi sauce, el tiempo pasa sin que me dé cuenta, empiezo pensando algo y termino divagando en mis pensamientos, sin saber cómo fue que llegué de un lado a otro, conversando con mi pensamiento susurrador.

En un mes es mi cumpleaños y mamá quiere que vaya con ella a elegir mi vestido, espero que no me sugiera otra vez uno de princesas, cumpliré 14 años y hace 6 que ya no me hacen ilusión, aunque en realidad mi regalo preferido sería una calza básica negra con una camisa de jean celeste larga. Simple y sencillo.

Mis compañeras de la escuela están empezando a vestir diferente, se ponen vestidos cortos y ajustados, no es algo cómodo de llevar; me siento diferente a todas ellas, no suelo hablar con ninguna, prefiero estar sola y sumergirme en mis pensamientos. La señorita Mar dice: «Tienes que socializar y mezclarte con chicas de tu edad», pero no me gusta, no me entienden, siempre que digo algo me miran, haciéndome sentir rara, hace tiempo que dejé de intentar satisfacer a los demás y me siento mejor.

—Si no hablo nadie me conoce, y si nadie me conoce, no tienen material para opinar, ni caras nuevas que poner —añado en voz alta sacando mis propias conjeturas.

—¿Caras nuevas? —pregunta curiosa.

—Sí, porque las normales ya no me molestan —contesto resignada.

—¿Y cuáles son las normales? —vuelve a preguntar.

—Las que ponen cuando llego, cuando paso y murmuran: «Ahí viene la rara».

—¿Siempre es lo mismo?

—Sí, un día tras otro —contesto encogiéndome de hombros.

27 de junio de 2022

Cada vez que subo al altillo, veo el lienzo que me regaló papá cuando tenía 9 años, tanto en esa época como ahora, pasaba tanto tiempo sentada junto a mi árbol callada y observando todo, y papá me decía que seguramente ya me sabía de memoria el recorrido de esos paisajes y decidió regalarme un atril con el lienzo en blanco, me dijo que lo ubique donde quiera y que le mostrara cómo se veía el mundo a través de mis ojos.

Pasaron los meses y siempre tenía el atril con el lienzo en blanco, papá me miraba con ojos tristes, sentía que lo había decepcionado, pero el lienzo era su regalo y me gustaba así, tal como era, su color blanco me da luz y me deja imaginar otros mundos tal como si fuera un portal, igual que la película de Narnia, la travesía del viajero del alba. Me daba cuenta, cuando de alguna manera los decepcionaba, porque luego de eso siempre me hacían ir a ver a la señorita Mar, y más decepción tenían cuando salía sin contarle nada. Decían que sufro de autismo, internamente sabía y sé que no es así, no me siento confortable abriendo mi corazón y mis pensamientos, son demasiado básicos para ellos y me categorizan como rara o peor, no se toman en serio mis cuestionamientos y obviamente me lo hacen saber de una forma humillante. Creo que fue cuando tenía 5 años que me di cuenta de que no tenía sentido exponerse, ellos iban mucho más rápido que yo, no se frenaban en detalles tan absurdos, y como para mí no eran absurdos, simplemente dejé de compartirlos.

Mañana cumplo 14 años y el lienzo sigue en blanco… Sé que algún día veré algo nuevo que tenga miedo de olvidar y necesite plasmarlo en mi lienzo, el cual ahora mismo muestra un eterno vacío, pero mientras tanto seguiré esperando…

—¿Encontraré algún día algo para pintar en mi lienzo? —suspiro con un tinte de tristeza y melancolía.

—¡Te diría que sí!, pero sería mentira… Lo reemplazas con la fotografía, eres muy observadora.

—Si volvieras a ver a Francisco, ¿lo pintarías? —pregunto emocionada.

—¿Francisco?, ya casi lo olvidaba, hace mucho que no me acordaba de él.

—Qué raro, siempre te la pasabas hablando y pensando en él, creabas historias donde él siempre era el protagonista —espeto.

—¿Lo hacía?

—¿No lo recuerdas? —El comentario me sorprendió muchísimo, «es extraño…».

—No, creo que no —me contesta dubitativa, consternada.

—Tenías un poema, lo recuerdo.

Siento que te vas,

pero no es así.

Sé que no lo harás,

siempre estarás aquí.

Tu misión era cuidarme,

como yo te cuido a ti...

—¿Recuerdas?

No da respuesta. «Quizás lo olvido en serio…», pienso angustiada.

Capítulo 2

Te veo

2 de julio de 2022. 2 a. m.

Me despierta el reflejo y el estruendo de un rayo, seguido a eso comienzo a oír una lluvia torrencial.

—¡Oh, no! La tormenta ya empezó, debo vigilar el columpio. —Corro a toda prisa y subo al altillo, con mi farol y mi manta de corderito. «Haré guardia hasta que la tormenta pase».

Mientras hago la guardia recuerdo una situación de la tarde que me dio un poco de rabia, y cansancio, siempre me pasa lo mismo, sentir que la gente no me entiende, es normal para mí, pero que mi mamá no me entienda me fastidia.

—¿Será que la gente realmente no entiende lo que quiero decir? —exclamo indignada.

—Si lo explicas bien deberían entenderte.

—¿Y cómo sé que lo expliqué bien? Me refiero a que yo sé qué quiero decir, y no me doy cuenta de si tengo que reforzar algún punto —reflexiono apoyando la frente sobre mis manos.

—Bueno, creo que tendrías que ponerte en el lugar de la otra persona, y decir las cosas de la manera en la que tú esperas que te expliquen algo que nunca has visto o escuchado antes, evitar las suposiciones de información —agrega.

—Sí, creo que ese es el punto —aseguro.

—Aunque últimamente no eres muy comunicativa, si tienes en cuenta el tema y pones foco e interés en que se comprenda, seguro podrán entenderte.

—No es lo mismo explicar algo relacionado con un sentimiento personal que explicar sobre algo representativo como un objeto —digo convencida.

—Imagino que todo lo que la gente pueda ver y tocar no necesita tanta explicación como algo que solo sientes y entiendes tú.

—Como mi conversación contigo, nadie lo entiende, dicen que eres yo misma.

—No lo soy, yo soy yo.

Eso queda retumbando en mi mente. «Yo soy yo». «Yo soy yo», generando una terrible confusión.

Otro fuerte y ensordecedor trueno ilumina todo el altillo, y me doy cuenta de que no estoy sola, y veo iluminada a la revelación de mi pensamiento susurrador «yo soy yo», al verla me doy cuenta y confirmo lo que siempre pensé, «no era yo, no es producto de mi imaginación».

—¡Lo sabía! ¿Por qué nunca me lo dijiste? —reclamo.

—Si ya lo sabías, no necesitabas que yo te lo dijera —contesta de forma esquiva.

—Tiene sentido… Pero he dudado muchas veces —asiento—. Ahora que lo pienso siempre te sentí conmigo.

—No sabía que lo dudabas… —susurra.

—Pensé que tú sabías todo lo que pienso, ya que no tengo que emitir sonido para hablar contigo —discuto.

—No, no lo sé —sostiene con la mirada perdida—, solo saco conclusiones de acuerdo con lo que te conozco y lo que me cuentas.

—Es verdad, tú sabes mucho sobre mí, en cambio yo no sé nada sobre ti; es más, ahora que me doy cuenta, que te veo borrosa, ¿es porque no presto atención? —insinúo—. Siempre hablo de mí, y tú me respondes, me das tu opinión, pero nunca me dices qué harías tú, o las cosas que hiciste, cómo resolviste tal o cual situación.

—No tengo mucho que contar.

—Eso no es cierto, debes tener mucho que contar, eres la mente más interesante que conozco, con quien se puede discutir y debatir básicamente todo y… —Ella me interrumpe diciendo—: Me llamo Emily.

Me quedo atónita, y sin palabras, me sorprende tanto escuchar eso, escuchar su nombre por primera vez, que empiezo a tartamudear.

«Em… Em... Emily», susurro internamente, como resultado de mi shock.

—¿Tú eres Abril?

—No, me llamo Jaz… Jazmine.

De repente me surgen muchas preguntas y las lanzo sin pensar:

—¿De dónde eres? ¿Dónde vives? —la interrogo ansiosa.

—Ahora mismo no recuerdo.

Me quedo desinflada, porque tengo mucha ansiedad, y ganas de conocer más sobre ella, no obstante, intento tranquilizarla.

—¿No lo recuerdas? Bueno, ya me contarás, cuando quieras.

Ambas nos quedamos vigilando el columpio, ahora que somos dos estaba segura de que la tormenta no se lo llevaría.

Más tarde, le menciono a Emily la conversación que había tenido con mamá anteriormente:

—¿Qué piensas sobre lo que dijo mamá esta tarde de cambiar de escuela?

—Me parece bien que explores nuevos rumbos. ¿No lo crees?

—No lo sé, es que me cuesta mucho conocer gente nueva, me miran raro, se quedan esperando que yo los mire de la misma forma y no voy a mirarlos, me molesta que me miren así y no voy a hablarles porque me molesta que me hablen —respondo de forma nerviosa tratando de resumir en un párrafo la ansiedad que me produce el cambio.

—Y entonces… ¿Por qué hablas conmigo?

—Porque tú me entiendes, no me juzgas, eres como yo; aunque antes te sentía en mi mente, ahora te veo, borrosa, pero estás aquí. —Le dedico una mirada, ya que se encuentra a mi lado.

—Quizás en la otra escuela, te sientas mejor y sean diferentes. Mira que tu mejor amigo ya se fue y Alexandra ya no comparte clases contigo, quizás es un buen momento para cambiar.

—Tobías no era mi amigo, era solo un compañero con el que un día hablé de matemáticas —la corrijo.

—Bueno, entonces, ¿qué piensas de cambiar?

—En la escuela seré alguien vacío y todos me mirarán esperando conocerme, me hablarán y querrán algo a cambio.

—¡No lo sabes! Estás especulando sobre cómo se comportarán los demás, aunque eso no sea lo que deseas que pase.

—No especulo, hablo contigo porque eres la única que no me trata como si no me entendiera, y porque en cierto punto te pareces a mí, no físicamente, eso no lo sé, no me doy cuenta —respondo completamente alterada.

—Lo mencioné porque pensaste en eso y me surgió la duda.

—¿Ahora lees el pensamiento?

—No lo leo, pero me llegan cosas. ¡Y tú también lo haces! Como el día en el que dibujaste la rosa, el mismo día que yo leí El principito. ¿Querías sacarme el protagonismo?

—Simplemente lo supe, vi esa imagen, con cierta ternura, sentí que era la rosa más linda del mundo y la dibujé.

—¡No era una rosa, era mi rosa! —exclama soltando una risa.

—Es verdad, pero… —enfatizo—, yo la dibujé y fue mía.

—No discutamos, cuando pensabas que era tu pensamiento susurrador, no te enojabas así.

—Es frustrante porque antes sí me enojaba, pero no podía reclamar a nadie —sonrío nerviosa.

—Ya está pasando la tormenta, mejor volvamos a la cama, la guardia terminó.

2 de julio de 2022, amanecer.

Sobresaltada por la luz brillante que entraba por la ventana, pero sobre todo por el silencio, me despierto, «es raro que te despierte el silencio ya lo sé», pero tratándose de una isla donde el agua choca todo el tiempo contra el muelle, siempre se escucha ese movimiento. Miro por la ventana y la tormenta había pasado, el día amaneció despejado y sin viento, el muelle casi no se puede ver debido a la crecida del río generada por la cantidad de agua que nos deja la tormenta, al menos mi columpio está bien, la guardia dio frutos, es una cábala recurrente.

Hoy me siento diferente, lo que pasó anoche lo cambia todo, de algún modo siempre supe que Emily existía, pero fue un impacto interno confirmarlo, no logro identificar si es bueno o malo, ya que si las respuestas salían de mi mente me diagnosticarían de una forma, pero si ahora comento que veo a Emily y hablo con ella, me diagnosticarían diferente, pero ninguna me hace más sana. Es claro que no tengo que decírselo a nadie, será mi secreto y el de Emily.

Me reconforta saber que tengo una amiga, alguien con quien hablar y recibir consejos, y me libera saber que no son consejos manipulados por mi propia mente.

3 de julio de 2022, por la tarde.

Lo pensé bien y hablaré con mamá, le diré que quiero hacer la entrevista en la escuela nueva. Emily tiene razón y estoy poniendo excusas.

Me siento nerviosa, no tuve muchas ocasiones en la cuales haya tenido la necesidad de ir a hablar con mamá de algo así, generalmente esas decisiones siempre las toman ellos, mamá y papá en conjunto, y yo trato de no emitir opinión, evitar conflictos, evitar el tener que dar explicaciones y motivos que puedo guardarme. Pero hoy sí quiero hacerlo, tengo que ser fuerte.

Bajo las escaleras, mamá está en la cocina, puedo oler un bizcochuelo en el horno desde mi habitación, mientras más me acerco más percibo su música favorita. Seguramente la encontraré bailando y de buen humor, ojalá la escalera tuviera alfombras, podría bajar sin ser descubierta por las pisadas sobre los escalones de madera. De modo que me saco los zapatos para bajar lo más suave y ninja posible, y poder así contemplar un rato a mamá sin que ella se dé cuenta de mi presencia.

Mamá estaba con el delantal de Mafalda puesto, parada en puntitas de pie intentando alcanzar algo en lo alto de la alacena, debido a su pequeña estatura. Ella se fastidiaba por eso, pero siempre me resultó muy graciosa su expresión irritada en esa situación.

En cuanto me quiero dar cuenta mamá ya estaba con los ojos en mí y me sobresalto.

—¿Quieres algo para tomar? El bizcochuelo ya está listo, solo hace falta un momento para que se enfríe.

Tenía que demostrar un cambio, algo inusual que logre llamar su atención, y era fácil:

—Sí. Me gustaría una limonada, ¿puede ser?

Lo logré, la noté sorprendida, siempre acepto lo que ella quiere darme, pero esta vez elegí.

—No la tengo preparada, pero podemos prepararla juntas.

Voy al jardín por unos limones mientras mamá preparaba la exprimidora, las gotas de la lluvia producto de la tormenta de ayer se manifestaron cuando corté dos limones y quedé empapada de pies a cabeza, en otro momento me hubiera molestado, pero hoy no, hoy es diferente, hoy decido disfrutar de la naturaleza, de cada hoja, de cada gota, hay algo lindo en el aire.

Vuelvo toda mojada y tentada de la risa, la cual es contagiada a mamá, ya que se fue riendo a buscar una toalla al baño de invitados.

Mientras mamá insiste en ayudarme a secar el pelo tomo la iniciativa:

—Me gustaría contarte algo.

Ella me mira seria, y agarra una silla para sentarse a mi lado.

—¿Está todo bien? ¿Necesitas algo?

—Sí…

Ella me toma de la mano para darme tiempo, ella sabe que siempre me costó mucho poder comunicarme, y aceptaba cada vez que prefería no hacerlo, eso era lo bueno de mamá, siempre tuve esa suerte, ella nunca me juzgó, siempre hace todo lo posible para que yo me tome mis tiempos y pueda salir adelante, aunque muchas veces mis actitudes no la hagan del todo feliz.

Respiro hondo, miro nuestras manos entrelazadas y entonces de una vez lo suelto.

—Estuve pensando en lo que me dijiste el otro día, la oportunidad de tomar la plaza disponible en la escuela nueva, aunque estemos a mitad de año; me gustaría hacerlo, ir a la entrevista y conocer a las personas.

Su ceño se frunció al principio y puso cara de confusión, me imagino su mente a mil km/h intentando descifrar el enigma. Mamá no saca la cara de preocupada, pero se le escapa una lágrima, se la quita rápido y me vuelve a tomar de la mano.

—Claro, sí, vamos a hacerlo, estoy segura de que un cambio de ambiente te vendría bien.

—Sí… Estoy asustada, pero tengo que dejar las excusas y especulaciones.

Mamá se queda atónita, no soy de expresar lo que pienso y mucho menos mis sentimientos, siento que quiere decir muchas cosas, pero está buscando las palabras correctas y aún no las decide.

—Ehh... Sí, claro, déjame prepararlo todo. —Sonríe y me da un beso en la frente.

—Ma...

—¿Sí, Jazmi? Dime.

—Te acuerdas de…

—¿De qué? —pregunta un tanto curiosa.

—Olvídalo, no importa… —Niego con la cabeza mientras me levanto de la mesa, llevándome conmigo la limonada y volviendo a mi zona de confort, mi habitación.

«No te vayas, cuéntale a Sandra, sé sincera con ella, venías muy bien» —se metió Emily.

—¡No! Dime por favor —escuchaba a mamá venir tras de mí, pero tenía que alejarme.

Tuve que huir, no de ella, sino de mis sentimientos, de lo que me ocasiona el proponer una conversación que no puedo terminar.

«¿Qué ibas a decirle?», pregunta Emily.

Quería preguntarle si recordaba aquella vez que estaba obsesionada con el juego de Carmen San Diego, y el ladrón se escondía tan rápidamente en tantas partes del mundo, y necesitaba que mamá estuviera conmigo sentada a mi lado para poder resolver las pistas; siempre recuerdo ese momento como el más cercano que tuve con ella, más allá de los momentos como madre e hija, éramos amigas, compañeras. Luego nunca más tuvimos un momento así, cada vez me fui cerrando más y más, sé que es mi culpa, y no tengo que sentirme mal por algo que yo decido hacer, pero a veces es tan, tan impulsivo y necesario para mí que excede mis deseos. «No puedo, Em, lo intento, pero aún no puedo…».

«¿Qué es lo que te produce? ¿Por qué escapas de esas situaciones?».

Me tomo un momento para formular las palabras, ya estoy en mi cuarto en el altillo, en mi mundo, y aquí las palabras me fluyen mejor:

—Siento que mi mente quiere expulsar más palabras de las que mi boca puede decir al mismo tiempo… me enredo y la gente me empieza a mirar raro, por eso lo evito, me doy cuenta de cuándo va a suceder y de esa forma lo controlo.

—Lo evitas… no lo controlas… si lo controlaras no escaparías y te tomarías el tiempo que necesitas, sin pensar en que los demás te vayan a mirar mal.

—A veces pienso y pongo en una balanza lo que quiero decir versus lo que me representa decirlo y no vale la pena.

—Sí, vale la pena, sería bueno que le hagas saber a Sandra lo mucho que significó para ti en esos momentos... —Emily me alienta, como siempre lo hace.

—Ella lo sabe.

—Puede ser, pero es importante ese momento en el que nos tomamos el tiempo de expresarlo, mirándonos a los ojos.

—¿Por qué es importante? ¿Cuál es la diferencia? Las palabras no cambian los sentimientos.

—Al menos la tienes contigo, puedes hacerlo, cuando no la tengas lo anhelarás.

—No me gusta pensar en eso.

—Deberías…

—No sé, de solo pensarlo duele. Es como si no lo pienso no existe y no pasará. —La miro angustiada, sin poder quitar ese pensamiento de mi cabeza.

—Esos pensamientos quedan dentro, viven y se alimentan de tus miedos para crecer.

—Sí... mientras más crecen más quiero negarlos y no contarlos.

—Pero es una bola de nieve… Espera, entonces, ¿ya no le tienes miedo...?

—¿Por qué dices eso?

—Porque me lo estás contando.

—Contigo es diferente, porque tengo un sentimiento amargo como si ya hubiera pasado (a esto me refiero cuando te digo que me empiezo a enredar).

—Eso no tiene sentido, a ti no te ha pasado...

—¿Y a ti sí?

—No lo sé...

—Sigues sin querer contarme de ti.

—No es eso, es que… No me siento bien, siento frío y no lo recuerdo...

—Siento que me pones excusas y siempre me dejas hablando sola y te vas a… No sé a dónde… a Narnia, donde sea que vivas —Me alejo enojada.

Capítulo 3

Desafíos

5 de julio de 2022

El día llegó, la entrevista es dentro de dos horas, es un gran desafío para mí, lugares nuevos, gente nueva, amig…

—¿Amigos nuevos? ¿Tendré amigos aquí?

—¿Por qué no? Siempre fuiste tú la que no quería hablar con nadie. ¿Cómo pensabas en la posibilidad de tener amigos?

—¡Pensé que me entendías! No es que yo no quiera tener amigos, Em... Es que no puedo, no me siento cómoda manteniendo una conversación, y me genera ansiedad.

—Perdóname, tienes razón, no sé qué me pasa.

—¿Qué tienes? Hace días que te siento rara, apagada, no eres el mismo pensamiento susurrador de antes.

—Es verdad, no me siento como antes, tengo frío y no me deja concentrar, me distrae y me saca de foco.

—No me saques el puesto, que la callada siempre era yo, tú me alentaste siempre para ser más comunicativa.

—No necesitas que te aliente, tú puedes hacer lo que te propongas, solo deja de dar importancia a los demás —agrega Emily.

—Ya estoy lista, voy a bajar por mamá —Me pongo de pie para dirigirme hacia la puerta.

—Pero aún es temprano, no te vayas.

—¿Vienes? ¿O te vas a quedar un rato más acostada?

—No me siento bien...

—¿Por qué no te tapas con la manta de corderito? —le recomiendo.

—Lo intenté, pero no alcanza...

—Seguro que tienes fiebre.

—No te preocupes… Ve con Sandra.

—Está bien, cualquier cosa me avisas...

Bajo la escalera buscando a mamá, no estoy segura de sí le gustará mi ropa, pero me siento muy cómoda, y solo es una entrevista, no es necesario vestir uniforme.

Luego tendré que usar siempre el uniforme, y no podré llevar mi ropa preferida, pero cuando eres introvertida como yo, no quieres llamar la mínima atención, la idea de que todos llevemos el mismo atuendo y nadie se vea diferente es un punto a favor muy grande, no hay raros, al menos a simple vista; luego en cuanto tenga que hablar se darán cuenta de que la popularidad y facilidad de palabra no es lo mío, esperemos que eso no pase en el primer día.

Mamá ya está preparada, sentada en el desayunador terminando su café, con una mirada optimista, mirando el río que se aprecia por la ventana de la cocina.

—Jazmi, ¿ya estás lista? ¡Qué bueno! Aún no pasó la lancha, si salimos ahora, podemos alcanzar la de las dos.

—¿Vamos a ir en lancha? —pregunto con un tono de emoción en mi voz.

—Sí, papá pensó que te haría ilusión, siempre te gustó navegar y, como teníamos tiempo, me pareció una buena idea.

—¡Claro que sí! Pero espérame, voy a buscar la cámara digital, quiero tomar unas fotos en la curva del hospital.

—Bueno, pero no demores, que si no vamos A PERDERLA —subió la voz para asegurarse de que la escuchaba mientras me alejaba.

—Ya estoy aquí. ¡Salgamos!

Siempre que íbamos a tomar la lancha me sentaba en mi columpio a esperar que nos vea y pare en el muelle, era un día hermoso en todo sentido, hay varias mariposas volando alrededor de las flores nuevas de mamá y ella esta fascinada:

—Mira esa mariposa azul, es muy bonita. ¿No te parece?

Mamá ama las mariposas, así que aprovecho y le tomo una foto.

No me di cuenta de que estaba hablándole con la misma soltura con que podía comunicarme con Emily, eso era nuevo en mí, y mamá lo notaba y estaba emocionada. Ella siempre fue una persona super sensible, tan sensible que no puede ver una película triste o de amor, sin tener un pañuelo o dos cerca de ella.

—¿Qué importancia tienen las películas? ¿Por qué hacen llorar a las personas si solo son películas?

Esperaba la respuesta de Emily, pero por primera vez en mucho tiempo eso no sucedió.

«¿Estará dormida?»

—Jazmi, ya viene la lancha. ¡Ven! —me llama mamá desde el muelle.

El sonido de la lancha me encantaba, voy muy contenta mirando todo y sacándole fotos a cuanto paisaje tengo enfrente, me siento muy feliz y liberada, pero dentro de mí existe una preocupación: «Emily no está como siempre…».

Luego de un largo viaje, llegamos al centro y tomamos un taxi hasta la escuela, en el cual demoramos no más de 15 minutos.

Fue bajar del auto y ver la entrada de la escuela tan imponente y empezar a sentir esa sensación de ansiedad, dominándome, «tengo que ser más fuerte».

—Haz de cuenta que la sensación no existe —exclama mamá tomándome de la mano.

Fue muy importante para mí que me dijera eso en este preciso momento y le contesté con una sonrisa.

—Si no existiera la sensación, ¡entonces yo no hubiera ganado valentía!

—¡Tienes razón! —Me aprieta fuerte la mano—. ¿Vamos?

—¡Vamos! —contesto emocionada.

Entro a la escuela, mamá se acerca a recepción a consultar y yo me quedo observando el lugar de paredes blancas y puerta celeste, a la entrada se ve el patio interno, y en el fondo a la derecha, el escenario. A la izquierda hay un pasillo que intuyo lleva a las aulas de los niños más pequeños dada su decoración, y una escalera, que no puedo procesar a dónde lleva.

Regresa mamá a los pocos minutos.

—Esperemos aquí, ya nos llamará. —En eso se escucha una voz a lo lejos.

—¡Jazmine Abril Vázquez! —Mamá empieza a caminar rápidamente.

Nos recibió la directora en su oficina, con un escritorio hermoso de madera y muchos dibujos en la pared.

La señora empezó a hablar y explicar todo lo relacionado con mi cambio, ya que no solo iba a integrarme a una nueva escuela, sino que también cambiaba mi ciclo a pre secundario, básicamente dejaba de tener asignada a una maestra tiempo completo, para tener asignados profesores diferentes por materia. Eso me llama altamente la atención, los profesores estarían enfocados más en su materia y no tanto en mí, eso es perfecto, es como si, de alguna manera, dejaría de tener a alguien todo el tiempo encima de mí, preocupándose por mi sociabilidad y comunicación. Luego de eso la charla estuvo más enfocada en términos de pago y otras cosas que ya no estaban a mi alcance y se notaba porque la directora dejó de mirarme a mí y pasó a mirar solo a mamá.

Por lo que yo me quedé callada y empecé a observar todos los dibujos que tenía la directora en la oficina: se me hacía demasiado raro que una directora tenga tanta cantidad, la última vez que había visto una oficina así era la de la maestra del jardín en sala de 5 y hasta lo veía normal, pero… en fin.

En un determinado momento la directora me pregunta si quiero salir e ir al bufé a pedir algo para tomar, mientras ella termina de hablar con mamá.